Rurouni Kenshin y sus personajes pertenecen al gran Nobuhiro Watsuki y Shueisha.
LOBOS
Cruce de caminos
Saitô
Hajime pocas veces podía decir que había tenido un día tranquilo desde
que entrara a formar parte del Shinsengumi, pero ahora que era el
capitán de la tercera división aquellos días de calma a penas existía,
aún y así, aquel había sido un día de lo más pacífico, se había limitado
a ver como jugueteaban con un chisme al que llamaban cámara
fotográfica.
Tras acabar su jornada, Okita y él habían estado
tomando unas copas con algunos peces gordos, no le gustaban esas
reuniones sociales que no le ofrecían diversión alguna, por eso buscó
una escusa para librarse del compromiso sin salir mal parado frente a
sus compañeros.
La noche era cerrada y la luna nueva hacía que las
calles parecieran más tenebrosas aún, a sus oídos llegaron unas voces,
algunos jóvenes que perdían el tiempo. Los gritos de una mujer joven
taparon las voces de los muchachos, parecía que la estaban atacando,
pero eso era algo que a él le resultaba indiferente.
—¡Soltadme bastardos! —gritó la mujer.
—¡Cállate estúpida! Alarmarás a los vecinos, vamos pórtate bien.
—¡Claro, claro! Lo que tú digas.
El
que la mantenía sujeta sonrió por ver que había decidido ceder, pero no
había captado el sarcasmo en la voz de la muchacha que en cuanto se le
acercó un poco más le propinó un fuerte rodillazo en sus partes haciendo
que se retorciese de dolor en el suelo. Uno de los amigos del herido
cogió una piedra y se la lanzó dándole en la cabeza, ella cayó al suelo
con una herida sangrante en su frente.
—¿Os estáis divirtiendo con esa cría? —el tono de voz siniestro salió de las sombras de los edificios.
—¿¡Qui-quién anda ahí!?
—¿Hablas conmigo? —Avanzó sigilosamente hasta que la tenue luz de los farolillos le iluminó—. Sólo pasaba por aquí.
Los
muchachos palidecieron al reconocer el uniforme del hombre frente a
ellos y todo lo que hicieron fue huir como la escoria que eran.
Bufó
con amargura ¿qué hacía él mezclándose en esos problemas tan estúpidos?
Aquello pegaba con Okita no con él, se le estaba pegando su estupidez.
Se acercó hasta la joven y la ayudó a ponerse en pie. Y en ese instante
en que sus miradas se cruzaron el tiempo pareció detenerse.
—No necesitaba su ayuda —dijo alzando su puño con orgullo—. ¡Es un entrometido!
—Ya he visto que estabas a punto de darles una paliza —contestó con sarcasmo.
—¡Lo hubiese hecho!
—¡Ja! Qué estupidez.
—Ahora me debe cien ryô. —El lobo abrió sus ojos al máximo—. ¡Maldito entrometido!
—Muchacha ¿Cuál es tu nombre?
—Takagi, Takagi Tokyô.
—¿Qué es lo que quieres? —Los ojos ámbar brillaron con maldad—. ¿Acaso buscas morir?
—Usted no me mataría —sonrió con inocencia limpiándose la sangre de su frente con un pañuelo.
—¿Qué
te hace creer que no lo haré? —Saitô desenfundó y presionó el filo de
la katana contra su cuello—. No eres más que una hormiga en mi camino.
Ella le miró sin inmutarse.
—Si quisiera matarme lo habría hecho, no estaría aquí hablando conmigo.
—Muchacha impertinente.
—Debe ser muy fuerte si pertenece al Shinsengumi señor…
—Saitô, Saitô Hajime. —Los ojos de la muchacha se abrieron con sorpresa.
—¡El hombre psicópata del Shinsengumi!
Tokyô se quitó una de sus okobo
y empezó a golpear al lobo con ella empleando toda su fuerza, se sentía
abrumado ante esa acción tan repentina, no sólo le retaba y le
insultaba si no que además le estaba golpeando, una hormiga pegando a un
lobo… ¿Acaso esa mujer no le temía? Dejó caer su katana al suelo para
no herirla y de un movimiento veloz le arrebató su calzado, sujetó con
fuerza sus muñecas con una sola mano y la empotró con suavidad contra la
pared de una casa.
—Mujer estúpida, acabas de firmar tu sentencia de muerte.
—¿Y a quién le importa vivir o morir? A mí sólo me importa conseguir mucho dinero —apartó su mirada sonrojada.
—¿Qué edad tienes?
—Diecisiete.
—¿Y tu familia?
—Muertos.
—¿Tu marido o tu prometido?
—No tengo tal cosa.
—¿Tienes casa?
—No.
—¿Tienes donde quedarte?
La joven alzó la vista, sus ojos verdes llenos de lágrimas.
—No…
—Takagi Tokyô ¿Sabes cocinar?
—¿Eh? Sí, sí que sé ¿por qué?
—Ven conmigo, te ofrezco un lugar para vivir a cambio de comida.
—¿Quiere aprovecharse de mi?
Saitô
alzó una ceja y optó por no contestarle, que hiciese lo que le viniese
en gana, no sabía ni por qué se había ofrecido a ayudarla y a alojarla
bajo su techo, aunque le vendría bien alguien que supiese cocinar. Ella
le miró, no parecía tan terrible como decían… suspiró, se calzó su okobo perdida cargó su morral y corrió tras él. Cuando llegó a su altura le sonrió con picardía.
—Si piensa que voy a acostarme con usted y que haré todo lo que desee está muy equivocado.
—Demasiado flacucha, no me interesas lo más mínimo —replicó riendo con sorna.
—Muy
bien entonces, cocinaré para usted, pero no soy su esclava ¿queda
claro? Sólo hasta que encuentre un lugar mejor para vivir.
—Perfecto, muchacha molesta.
Saitô la llevó hasta el lugar donde vivía, una pequeña casa sucia, destartalada y prácticamente vacía,
cualquiera pensaría que era una casa abandonada. Tokyô observó el lugar con cierto asco.
—Quita esa cara —gruñó—. ¿Qué esperabas? Vivo solo y no tengo ni el tiempo ni las ganas de arreglar esta basura de sitio.
—Bueno… es mejor que el sitio donde dormí anoche.
Saitô
extendió el futón y comenzó a desvestirse sin inmutarse por la
presencia de la joven que se giró completamente roja ¡qué descarado!
—El baño está allí —señaló un oscuro pasillo—, puedes bañarte si quieres.
—Saitô Hajime ¿dónde duermo yo?
—¿De qué hablas? Sólo tengo este futón. Puedes dormir conmigo o en el suelo lo que prefieras.
—¿¡Qué!? ¡Es un pervertido!
—¡Oye
niña tonta! Deja de molestar o te echaré a la calle —se tapó hasta las
orejas resoplando, estaba agotado y lo único que quería era dormir—.
Acuéstate o báñate pero hazlo en silencio.
La sangre de Tokyô
hervía ¿quién se creía ese Miburo para tratarla así? Lanzó su morral
contra el suelo y se sentó bruscamente. Él la ignoró por completo.
Suspiró, abrió el morral y sacó una yukata vieja y desgastada y se
encaminó al baño.
Aquella noche durmió en el suelo acurrucada en un rincón cerca del fuego.
El alba despuntaba cuando Saitô se levantó, sin hacer ruido se fue al baño dejando dormir un poco más a la joven.
Takagi
aquel apellido le sonaba mucho, no parecía una huérfana proveniente de
una familia pobre, aunque su ropa estaba desgastada se notaba la calidad
del tejido y su educación era excelente a pesar de lo descarada que
era. Sus manos eran suaves y bien cuidadas, no había que ser un genio
para darse cuenta de que no había trabajado en su vida. Se estiró en la
tina alejando todo aquello de su mente.
La mujer de ojos verdes
despertó con la cálida luz del sol iluminando su rostro, giró sobre si
misma para ver al hombre que la había acogido pero el futón estaba
vacío, tal vez ya se había marchado…
Oyó el leve chapoteo del agua
al fondo de la casa y sonrió, se estaba bañando. Se levantó cargada de
energía y corrió a preparar un delicioso desayuno para asegurarse de que
no la echaría. Abrió el armario de la despensa y casi se cae de culo al
suelo sólo había arroz y algunos vegetales medio podridos ¿qué clase de
alimentación llevaba ese hombre? De seguir así no llegaría a viejo,
moriría de escorbuto o algo así.
Suspiró amargamente a ver que
podía preparar con aquella miseria, tendría que comprar algo, no podían
vivir a base de arroz y agua. Preparó lo que pudo con aquello y dispuso
los platillos sobre la mesita de la sala. Allí esperó pacientemente la
aparición del lobo que llegó secándose el cabello vestido con su yukata
algo húmeda pegándose a su cuerpo.
—Saitô-san el desayuno está listo.
La
miró enarcando una ceja, soltó la toalla y abrió uno de los cajones de
la cómoda. Hurgó un rato hasta dar con los que estaba buscando, en su
mano había una bolsita de color púrpura.
—Toma —siseó sacando unas
monedas del interior de la bolsa—. Cómprate algo de ropa, pareces una
vagabunda y compra también comida.
—No quiero caridad.
—Mira
que eres molesta, niña estúpida, de orgullo no se puede vivir. Al menos
compra comida —bufó empezando con su desayuno—. Volveré temprano, no te
metas en líos.
—Yo no hago tal cosa.
Estuvo tentado de recordarle el incidente con los chicos de aquella misma noche. Desquiciada, molesta y con mala memoria.
—Muy bien Takagi Tokyô-san, cocinas bien, espero que te luzcas con la cena.
El lobo se levantó y empezó a cambiarse de ropa, nuevamente frente a ella sin importarle lo más mínimo su presencia.
—¡Kami! ¿Tiene que hacer eso aquí?
—No
seas mojigata, si no quieres verme desnudo sólo tienes que mirar a otro
lado o marcharte a otra habitación. Esta es mi casa —escupió la última
frase recalcando cada sílaba.
—¡Es un maleducado! —dijo desviando su mirada.
—Si
viene alguien dile que eres mi criada, antes de que te pongas a
gritarme te diré que tengo muchos enemigos a los que no les importaría
rebanarte el cuello si creen que puedes tener algún tipo de importancia
para mí. —Volvió a sentarse para acabar de desayunar—. Imagino que no
querrás morir aún.
—Está bien de cara a los demás seré su criada pero que quede claro que…
—Que no eres mi criada —sonrió con malicia—. Tampoco querría una criada como tú, eres demasiado descarada.
—Saitô-san… —Bajó la mirada—. No es tan mala persona como dicen por ahí…
—¡Ja! No me conoces —soltó divertido finiquitando su desayuno—. Hasta la tarde.
El
lobo se marchó dejando sola a Tokyô que suspiró en parte aliviada, en
parte derrotada… echó una mirada a su alrededor, había dormido en
pocilgas más limpias que esa casucha, tenía mucho trabajo por hacer,
aunque en principio lo único que tenía que hacer era cocinar para él, si
era sincera no le apetecía dormir rodeada de porquería.
Se puso
en pie dándose ánimos a sí misma y se dispuso a dejarlo todo limpio como
una patena, lavó el sucio futón y lo tendió al resplandeciente sol de
la mañana, fregó los cacharros de la cocina, tiró los productos en mal
estado de la despensa, la limpió con total dedicación y ordenó lo poco
que allí había. Se tomó una pequeña pausa para tomar un té y recuperar
parte de sus energías y volvió a la carga, limpió el baño, abrió todas
las ventanas para airear la estancia y por último limpió el
'salón-habitación-lugar para todo lo que se te ocurra hacer'.
Cayó
rendida al suelo ¡Kami! Vaya trabajazo había tenido, seguro que no
había limpiado desde que se había comprado esa casa. Estaba tan cansada
que no le apetecía cocinar nada, comería algo por ahí y después
compraría todo lo necesario para sobrevivir al menos una semana.
En
la casa donde se reunía el Shinsengumi Saitô leía un informe sobre los
avances de sus divisiones, aquel trabajo no le correspondía a él, pero
alguien había decidido fastidiarle sus planes. Los leves toques en el
papel de arroz le devolvieron a la realidad.
—Adelante.
—Saitô-san, Shizuka-dono está en el patio esperándole.
—Gracias.
Kurosaki-san quiero toda la información posible sobre una tal Takagi
Tokyô —dejó a un lado el informe y pasó junto al joven—. Y tráeme
cigarrillos, no me quedan.
—En seguida Saitô-san.
Caminó
enfadado hasta el patio central, estaba harto de decirle a aquella mujer
que no fuera por allí pero ella como quien oía llover. Llegó hasta ella
que le sonrió feliz.
—¿Qué demonios haces aquí?
—Quería verte.
—Si te ven aquí sabrán que espías para nosotros y dejarás de sernos de utilidad.
—Pero Saitô-san… —Se llevó un mechón rebelde tras la oreja—. Cuando no me encargan nada no puedo verte.
—Lo lamento —murmuró acariciando la mejilla de la joven—, pero así es este trabajo.
—Mañana me marcharé a Kameoka, no le veré en un mes.
—¿El asunto de Yotsuya? —Ella asintió—. Que tengas un buen viaje Shizuka-chan.
Besó
la frente de la joven y regresó a su despacho, no le hacía gracia que
esa muchacha se hubiera enamorado de él, a la larga los sentimientos
destruyen los negocios y ella era una excelente espía, de apariencia
frágil y elegante, sumisa y educada, nadie la creía capaz de hacer nada
malo, eso era lo que la convertía en una pieza tan valiosa para el
Shinsengumi. Él nunca le correspondería, no era su tipo de mujer y para
ser sinceros tampoco tenía intención de involucrarse sentimentalmente
con nadie para evitar crearse un punto débil imposible de superar.
Miró
su mesa, Kurosaki le había dejado allí su tabaco, encendió un
cigarrillo y se acomodó en el suelo. Cerró los ojos concentrándose en
aquellos ojos verdes de la joven que ahora vivía bajo su techo, la había
visto antes, estaba seguro, pero no recordaba donde.
Cuando
empezó a oír revuelo por los alrededores se levantó y se escabulló, no
tenía la más mínima intención de ir a emborracharse, al menos no esa
noche. Recorrió con sigilo la larga distancia que separaba el cuartel de
su casa sin prestar más atención de la necesaria a la gente que
encontraba.
Se detuvo frente a su casa, las ventanas estaban
abiertas ¿habrían atacado a la muchacha? Abrió bruscamente la puerta y
al mirar al interior creyó haberse confundido de lugar.
—¡Bienvenido Saitô-san! —coreó la mujer sonriendo.
—¿Qué le has hecho a mi casa? —Parpadeó incrédulo—. Parece una totalmente diferente.
—Sólo la he limpiado y ventilado, he comprado algunas lámparas de aceite hay poca luz incluso durante el día.
—Nadie te ha pedido que hicieras semejante cosa.
—No quiero vivir en una pocilga, además lo he hecho todo yo, así que ¡no se queje!
Tenía
razón, él no había tenido que hacer nada y debía admitir que esa basura
de casucha parecía incluso una casa en condiciones, y la compañía de
aquella muchacha no estaba tan mal, se atrevía a plantarle cara.
—Gracias Takagi Tokyô-san.
—¡De nada! —Sonrió satisfecha—. La cena está lista.
—No
dejes abiertas las ventanas todo el día, podrían meter humo venenoso
por ellas. —La joven asintió asintió a sus palabras—. Muy bien.
Se
sentaron frente a la copiosa cena si sabía la mitad de delicioso de lo
que parecía ya sería un autentico manjar. Y el sabor no le defraudó lo
más mínimo, la sopa tenía un sabor delicado que limpiaba su paladar con
cada sorbo, el pescado tan jugoso que se deshacía en su boca, las
verduras en su punto justo… ¿cómo había sobrevivido sin ella hasta ese
día?
—No está nada mal, Tokyô-san.
—¿Cuál es su plato favorito?
—Me gusta el teriyaki y el sashimi.
—¿Algo que no le guste?
—Odio el nattô, si me pones eso te lo tiraré a la cabeza.
Tokyô rió con ganas.
—Yo también lo odio.
Tras
la cena Saitô hizo el mantenimiento de sus espadas mientras Tokyô
lavaba los platos, después de esto extendió el futón nuevo que había
comprado en el mercado, el que había lavado aún estaba mojado.
Mientras
ella se bañaba Saitô se acostó. Cuando empezaba a conciliar el sueño el
aroma a jazmines y el calor del cuerpo de Tokyô se pegaron a su
espalda, levantó un poco la cabeza para verla.
—Es que el suelo es muy incómodo…
—No me des explicaciones, no las necesito.
La
mujer sonrió contra su espalda, realmente no era tan mala persona como
le habían dicho, de hecho le parecía hasta agradable a su modo seco y
mandón. Se rindieron a lo que sus cuerpos pedían a gritos, dormir hasta
que el sol saliese de nuevo.
Continuará
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