jueves, 30 de diciembre de 2010

25M VIII.- Caricia



Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3

VIII.- Caricia

Sólo se oía el pitido intermitente al ritmo de los latidos de su corazón, el sonido mecánico de la bombona de oxígeno llenando sus pulmones, y los sollozos de ella inundando la habitación.

Era doloroso. Llevaba dos años sin verle y jamás hubiese imaginado un reencuentro así. Se había apartado de él, porque no podía soportar aquel dolor, aún era incapaz de soportarlo.

Su forma de distanciarse le había hecho estar segura de que él habría tomado la decisión de apartarla del todo de su vida. No la había llamado, ni visitado, ni siquiera le había enviado un mensaje de texto. Que la echase de su vida de una patada en el culo era lo mínimo que se merecía.

Precisamente por eso aquella llamada le había sorprendido tanto. La recepcionista de urgencias con voz seria e impersonal le había informado de que había tenido un accidente y que estaba en el hospital, y que ella figuraba como la persona a la que avisar si algo malo le sucedía, del mismo modo que tenía el poder de tomar decisiones por él en caso de que no estuviese capacitado para hacerlo por sí mismo.

Entonces salió a toda velocidad y se plantó frente a la recepción, sin aire, a punto de caer al suelo en redondo como una muñeca de trapo, pálida y temblando.

Y ahora estaba en aquella habitación. Incapaz de mirarle sin derramar cientos de lágrimas. Su rebelde cabellera castaña medio cubierta por una venda blanca en la que despuntaba el rojo de la sangre, la mascarilla de oxígeno cubriéndole la nariz y la boca.

Aquel dolor era peor todavía. No podía soportarlo.

Le acarició, con los dedos fríos, la mejilla y esbozó una triste y amarga sonrisa, seguramente la más agónica de todas. «Donde hubo fuego siempre quedan las brasas» o algo así decían, el problema era que sus brasas tendían a convertirse en una enorme hoguera sin previo aviso. Por eso se había alejado.

Ahora sólo podía esperar, ahogándose en su propia agonía, deseando volver atrás en el tiempo.

Acariciaba su suave maraña de pelo castaño. No era consciente de que lo estaba haciendo. Y lloraba y suplicaba para que abriera los ojos, pero nada ocurría. La bombona de oxígeno continuaba llenando sus pulmones, el monitor calculando sus constantes vitales, el gotero proporcionándole algún calmante antiinflamatorio.

Se movió cuando se dio cuenta de que lo hacía, cambiando de posición. Mantuvo su mano inmóvil sujeta entre las suyas y la frente apoyada en ellas. Las lágrimas se negaban a dejaran de caer, algunas de ellas rodaron por el antebrazo de él, muriendo sobre la sábana blanca.

Los dedos fríos de él temblaron ligeramente. No se molestó en alzar la vista, sabía perfectamente que era más que probable que fuese un simple espasmo muscular. Si le miraba y descubría que seguía igual se deprimiría más. Apretó más su frente contra la gran mano de él y sollozó nuevamente.

—Ey…

—Ey —replicó por inercia.

Separó la cara de sus manos y lentamente le buscó con la mirada. Boqueó tratando de decir algo, pero ningún sonido salió de su garganta. Se mordió el labio inferior viéndole esbozar una frágil sonrisa adormecida.

—Eres el espejismo más maravilloso del mundo… —Tenía la voz pastosa y apenas lograba vocalizar, pero le entendió.

—¡Ulrich! —su exclamación se vio convertida en un susurro impetuoso, demasiado llorar le había robado la voz—. ¡Voy a por la enfermera!

—No, por favor. Quédate conmigo.

—Está bien, pero tengo que avisarla.

Él asintió al tiempo que ella tomaba el mando de aviso, pulsó el botón y se encendió la lucecita de llamada.

Le acariciaba la mano mecánicamente temiendo que si dejaba de hacerlo volviera a dormirse, pero esa vez para siempre. Porque una parte de ella añoraba aquel ligero contacto. Porque sentía que aquello mantenía activo su corazón. Porque lo necesitaba, de un modo insano, como un yonqui necesita su dosis de droga.

La enfermera intercambió algunas palabras con alguien, que se negaba a entrar, en el pasillo y después entró. Llamó al médico y le examinaron, asegurándose de que estaba bien. Los minutos les parecieron horas, con la vista fija en los ojos del otro, con los sentimientos sobrevolando sus cabezas y las palabras bullendo en sus gargantas. Mucho por decir, poco tiempo para hacerlo.

Al quedarse solos el ambiente cambió, no había tensión, únicamente una ligera incertidumbre.

Ella se sentó en el borde de la cama, con la mano de él entre las suyas y mirándole con los ojos brillantes.

—Yumi…

—¿Qué?

—Te quiero, Yumi.

Ella le sonrió con condescendencia, como a un niño que quiere un juguete demasiado caro.

—No sabes lo que dices…

—No me vengas con esas —replicó ofendido—. Sé perfectamente lo que digo y siento.

—Tú estás con Aelita.

—Pero te quiero a ti.

—Ya es tarde —susurró ella—. Ya no hay vuelta atrás.

—No. Aún estamos a tiempo. —Le apretó la mano con toda la fuerza que tenía—. Yo te amo y si tú estás aquí es porque todavía…

Yumi apartó bruscamente su mano, se levantó para sentarse en la silla apoyando la espalda en el respaldo.

—No lo digas, Ulrich. —Cerró los ojos en un intento de contener las lágrimas que acabaron rodando por sus mejillas—. No quiero seguir así.

—La dejaré. Lo dejaré todo por ti. Pero Yumi…

—No prometas cosas que no puedes cumplir.

—Mírame y dime que no sientes nada por mí.

Ella le miró con los ojos llorosos, le temblaba el labio inferior y tenía la punta de la nariz roja igual que las mejillas.

—Te amo, Ulrich, igual que hace dos años —susurró con la voz rota—. Pero eso no sirve de nada. No en estas circunstancias ¿es que no lo entiendes?

—No. No lo entiendo.

Desde el pasillo, a través de la puerta entreabierta de la habitación setecientos siete, Aelita había oído toda la conversación, sus ojos verdes estaban inundados de lágrimas que ya rodaban por sus mejillas.

Lo sabía. En algún punto de su mente siempre lo había sabido. Ulrich seguía amando a Yumi como el primer día. Pero no quería creerlo. Quería creer que cuando él le decía que la amaba lo decía de verdad.

Resbaló por la pared, hasta quedar sentada sobre las frías baldosas del pasillo.

El día en que Ulrich le pidió que saliera con él lo tomó a broma, pero aceptó, en algo así como un arrebato infantil, un deseo extraño de poseer lo que tenía su amiga. Deseaba un amor incondicional en aquella medida, hasta el punto de que ese alguien especial para ella fuese capaz de jugarse su propia vida por salvarla.

Fue increíble, descubrir de repente que aquello le gustaba mucho y que había empezado a enamorarse de él. El ver como Yumi, poco a poco, iba perdiendo toda aquella fuerza arrebatadora le partió el corazón, sin embargo fue incapaz de hacerse a un lado y devolverle lo que le pertenecía. Descubrió aquella parte oscura del ser humano que era el egoísmo. Cuando ella se fue se sintió muy mal pero a la vez se sintió feliz, porque ya tenía el camino libre.

La ilusión de que todo había cambiado y que él le amaba se había hecho añicos en un instante.

El llegar al hospital y descubrir que ella no era la encargada de algo tan importante como decidir por él si estaba incapacitado, fue como una bofetada. Dejaba bastante en evidencia su posición en comparación con Yumi.

Acarició su abultado vientre, sabiendo que si fuese más valiente haría lo que debería haber hecho desde un principio. Yumi no sabía nada del bebé. Podía retirarse. Podía hacer lo correcto. Podía ser justa. Podía ser una buena amiga.

Las voces de su prometido y de la que fue su mejor amiga le llegaban claras e hirientes. Permaneció abrazándose las rodillas, oyéndoles, con las lágrimas rodando por sus mejillas.

—Te amo Yumi. Quédate conmigo, te lo suplico.

Yumi susurró algo que no alcanzó a oír por el tono tan suave que empleó. El martilleo de su propio corazón le impidió oír los pasos que se le acercaban. Al alzar la vista la vio, parada junto a ella con una sonrisa triste.

Ninguna de las dos dijo nada.

Yumi se marchó. Aelita se quedó en el suelo. Ulrich solo en el cuarto.

En la puerta del hospital William esperaba a Yumi, recogería de nuevo sus pedazos y aguardaría a su lado hasta que estuviese bien. La abrazó cuando llegó junto a él y la dejó llorar acariciando su suave melena azabache.

—Te quiero —sollozó.

—Mentirosa —musitó con ternura.

Ella lo sabía y él también. William no se quejaba, simplemente lo aceptaba y ella deseaba poder hacerlo realidad.

En sus dedos aún sentía la caricia de la piel de Ulrich, su cuerpo ardía y su corazón se aceleraba sólo con recordarlo.

El recuerdo de una caricia prohibida.

Fin

Escrito el 11 de diciembre de 2010

sábado, 11 de diciembre de 2010

Mi móvil es rosa ¿y qué?



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Mi móvil es rosa ¿y qué?

Cuando abrió el paquete bien envuelto, en papel de regalo azul brillante, y vio su contenido creyó que se trataba de una broma de alguien. Así que se limitó a fruncir el ceño y abandona la sala de profesores.

Claro que, ahora, sabía que se había equivocado, tras prestarle la debida atención al aparato en sí.

Siete meses atrás, Delmas había tenido una de sus ideas. Celebrar una fiesta, exclusiva para los profesores, con un intercambio de regalos, por lo que cada uno tuvo que sacar un trozo de papel con un nombre escrito, de una bolsa. Era una chiquillería, pero podía ser divertido.

Jim metió la mano con ímpetu, con la única idea de sacar uno de los papeles, el que tenía el nombre de Suzanne. Cuando estuvo convencido de que sus dedos tomaban el correcto o extrajo con gesto triunfal. Lo desplegó y todo su triunfo se convirtió en amargo abatimiento.

«Chardin»

¿Qué demonios iba a regalarle a un tipo que estaba como una regadera? ¿Un abono de temporada para un psiquiátrico? ¿Detergente para que eliminase la perpetua mancha de tinta azul del bolsillo de su bata de laboratorio? ¿Un peine para que domase su pelo?

Quizás podría convencer a quien tuviese el papel de Suzanne para que se lo cambiase. Seguro que lo lograría, por supuesto, todo era cuestión de ir preguntando a los demás.

Fue como una nueva bofetada. Nadie quiso decirle quien le había tocado y mucho menos hacer un intercambio. No le quedó otra que resignarse. Sólo había una persona con ideas lo suficientemente descabelladas para estar a la altura de Chardin. Della Robbia. Simplemente fue y le preguntó. Así, sin más, en frío, como quien te pide la hora o te da los buenos días.

El muchacho no le decepcionó en absoluto, como ya suponía, y dio con la idea perfecta, y él, casi pegó saltos de alegría.

El día de la fiesta, nada más entrar, Delmas, les obligaba a entrar a oscuras en el cuarto adyacente y dejar el regalo, para que así nadie diera con la identidad de su amigo invisible. Y así lo hizo él, deslizó el paquete amarillo chillón con conejitos rosas por el suelo y cerró la puerta.

Empezó a agobiarse a mitad de la celebración, tras el tercer vaso de refresco de cola sin gas y varios sándwiches de pavo. ¿Quién habrá sacado el papel con el nombre de Suzanne? ¿Qué le regalaría? ¿Sería lo suficientemente impresionante como para robarle el corazón? ¿Le gustaría?

De repente la idea de aquel juego se le antojó de lo más desagradable.

Conociendo a sus compañeros seguro que su regalo consistía en unos calcetines deportivos o varias cajas de tiritas. Por eso, cuando le dieron aquel paquete azul brillante, con una caligrafía desconocida, no sintió la menor emoción, aunque se obligó a sonreír.

A través de la sala cruzó su mirada con la de Suzanne, que sujetaba uno blanco con un pomposo lazo rojo. Nicole Weber, la apremió para que lo abriera. Dentro había unos DVDs de bailes de salón, no era un secreto que a ella le gustaba el baile. A él le gustaba ser su profesor particular para ver como desaparecía aquella máscara de mujer estirada, y para borrar la distancia entre ellos, poder permitirse sujetarla con más firmeza de la realmente necesaria y sentir, por un instante, que eran una sola persona.

Jim recibió un codazo de Chardin y se apresuró a abrir su regalo.

Un teléfono móvil rosa fucsia. Gustave rió con tanto ímpetu que acabó atragantándose con su propia saliva y tosiendo. Le estaba bien empleado, por burlarse. Seguro que era cosa suya y por eso tanto cachondeo. Se marchó.

Se encerró en su cuarto dando un portazo y lanzó el aparato contra la cama. Unos minutos después, un tintineo se alzó desde su colcha de rayas blancas y azules.

En la pantalla del móvil rosa había un nombre: Valquiria; era un mensaje de texto. Lo abrió enfadado, la broma se les iba a torcer en cuanto les pillase.

Hola. Soy Valquiria, quiero que nos conozcamos mejor. Asómate a la ventana, por favor.

La abrió bruscamente y sacó medio cuerpo fuera, alzó el teléfono para lanzárselo al gracioso en cuestión, pero se detuvo a tiempo. Dos pisos más abajo, iluminada por la luz que procedía de su cuarto, estaba Suzanne de pie. Ella sonrió y la vio teclear, poco después recibía un nuevo sms.

No es una broma de los demás. Yo soy Valquiria ¿y tú?

Jim la miró pensando en que él en eso de la mitología estaba pez. Descartó nombres como Rambo, Rocky, Seagal y demás matones de cine que seguramente, ella detestaría, y se decidió por Astaire. Como Fred Astaire.

Hola Valquiria. Soy Astaire —tecleó. Era muy corto, así que añadió—, como el bailarín.

Mantenían la vista fija el uno en la de la otra, separados por dos pisos de altura. Jim con la fugaz idea de que iba a señalarle con el dedo y echarse a reír al tiempo que repetía que era tonto y que había caído, y Suzanne esperando a que él aceptase aquel juego secreto.

Desvió la mirada lo justo para leer el mensaje de Jim y elaborar una respuesta que llegó al instante con un tintineo.

Gracias Astaire. Temía que me lo lanzases a la cabeza. No le hables a nadie de esto. Buenas noches.

Él contestó rápidamente.

No lo haré. ¿Por qué le alias y este teléfono? Tienes mi número de móvil.

Suzanne, que había empezado a alejarse, se detuvo con una mirada elocuente y tecleó con suavidad pero sin rastro de duda.

Porque tú siempre has sido sincero conmigo, pero yo no. Necesito empezar de nuevo sin los perjuicios que yo misma he creado. Esta es una línea directa. Sólo entre tú y yo, nadie más tiene estos números.

Jim lo leyó sorprendido y descartó la idea de la broma, porque no encajaba con la forma de ser de Suzanne. Ella sabía lo que sentía, porque él mismo se lo había dicho, y le había dado calabazas. Pero el que Suzanne conociese sus sentimientos, sin corresponderle, no significaba que fuese a usarlo para hacerle daño.

De acuerdo, Valquiria, será nuestro secreto. Buenas noches.

Suzanne hizo un gesto de despedida con la mano que él correspondió antes de verla desaparecer entre los árboles.

A partir de aquella noche el intercambio de mensajes, con información de ambos, se sucedió con fluidez. Llegó el momento en que se convirtió en algo similar a una droga. A menudo Jim se sorprendía a si mismo mirando fijamente el móvil esperando un mensaje de ella, otras, en cambio, escribía casi sin darse cuenta como si lo necesitase para seguir respirando.

Jim ya sabía que Suzanne era mayor que él, diez años concretamente, pero eso le daba igual. Había nacido en Greifswald, Alemania, un pueblo costero. Le gustaba bailar y el que él fuese su profesor, que no la tratase como a una estirada, que cuando nadie les miraba le diese su postre como si fuese un tesoro. También lamentaba su forma de tratarle a veces, cuando se enfadaba, el hablarle de sus novios y esos pequeños detalles que sabía que le hacían daño.

Él le explicaba cosas de las que normalmente prefería no hablar. El día en que bailando en la estación de tren de París le contrataron para rodar "Paco el rey de la disco". Como había acabado en mitad de la selva del Amazonas rodeado que animales que querían merendárselo. Lo muchísimo que le gustaba verla ajustarse las gafas sobre el puente de la nariz cuando pensaba, o el aroma a té que desprendía cada vez que se movía. Los cachivaches e inventos ingeniosos que preparaba para hacer las clases más divertidas a los chicos, y el que le hiciese partícipe de ello, acompañarla a las excursiones...

Era agradable aquella situación, como ella había dicho, era como empezar de nuevo, como dos personas que acaban de conocerse.

Habían pasado dos días desde el último mensaje, él le había enviado varios un tanto desesperado, con la molesta idea de que había hecho i dicho algo que lo había estropeado todo, podía ser un auténtico bocazas. Empezaba a resignarse a que todo había acabado, Suzanne le evitaba por los pasillos, en la sala de profesores le ignoraba. Los chicos habían empezado a notar que le pasaba algo por el mal humor y la melancolía que arrastraba, al menos aún no preguntaban.

Cuando el móvil tintineó él lo ignoró, pensando que seguramente su ansiedad se lo había hecho imaginar, pero al final, la necesidad de comprobarlo le ganó. Lo tomó y vio el mensaje nuevo que había entrado un par de minutos antes. Sintió ganas de bailar el tango, el chachachá y la samba.

Astaire, me gustaría que nos viésemos en el gimnasio dentro de una hora.

Y entonces le dieron ganas hasta de bailar las melodías tontorronas del móvil. Respondió tan rápido como sus dedazos le permitieron.

Allí estaré, Valquiria, como un clavo.

Vació los cajones, literalmente, sobre la cama y buscó algo parecido a un atuendo decente y más formal que su habitual chándal. Lástima no poseer ropa elegante, él era un tipo de a pie, deportista, práctico y despreocupado. Jamás había necesitado engalanarse, tampoco había recibido quejas de sus diversas novias, que coincidían con él en el tema del confort.

Se decidió por un vaquero la mar de cómodo y una camiseta de algodón roja sobre la que se caló la cazadora de aviador que le dieran en las fuerzas especiales. Sonrió por un instante sabiendo que casi nadie creía sus historias, no era de extrañar, él tampoco las creería. Había tenido una vida tan agitada e insólita, a veces le sorprendía no echar de menos toda aquella acción.

Echó un rápido vistazo al reloj, el tiempo se le había pasado volando, más le valía espabilarse o llegaría tarde. Se calzó las deportivas mientras corría por el pasillo deseando no cruzarse con nadie ni recibir preguntas molestas. Frenó el impulso de saltar el tramo de escaleras, sólo le faltaba caerse y abrirse la cabeza, pero bajó los peldaños de tres en tres sin trastabillar.

Corrió campo a través saltando sobre los arriates de flores junto a la entrada de la residencia y se abalanzó sobre la puerta del gimnasio como si tras ella se escondiese el único lugar seguro del planeta. Escrutó la cancha, no había llegado aún.

—Hola.

Jim dio un respingo al oírla, la buscó con la mirada y la encontró sentada en un rincón de la grada, cerca de la puerta. Miró su reloj de pulsera comprobando que no llegaba tarde.

—Sí que has llegado temprano, Suzanne.

—Ya estaba aquí cuando te he mandado el mensaje —susurró mientras él se acercaba a ella—. No esperaba que fueses puntual.

—Suzanne…

—Ven, siéntate conmigo, Jim.

Obedeció, sentándose con el sigilo de un felino. Apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo con gesto despreocupado, se sentía cómodo y lleno de curiosidad.

—He estado mucho rato pensando en si debía pedirte que vinieras o no —pronunció cruzando las manos sobre sus rodillas—. He luchado mucho para apartarme de ti, pero he perdido.

—No entiendo de qué hablas, Suzanne.

Esbozó una sonrisa llena de ternura, Jim era tremendamente inocente a veces. Ese era uno de los motivos por los que no podía alejarse de él. Cubrió con su mano la de él.

—Eres un buen hombre, Jim.

Jim enlazó sus dedos con los de ella mimoso. Le frotó el dorso con el pulgar dibujando círculos sobre su piel y sonrió. Suzanne le devolvió la sonrisa con calidez.

—Quiero conocerte mucho más —dijo ella.

Él asintió satisfecho por su declaración y por el agradable acercamiento que se había producido entre ellos. Si ella necesitaba tiempo, él le daría tiempo.

—Te quiero, Suzanne.

Ella no pronunció palabra, únicamente se inclinó hacia adelante y le dio un suave beso en los labios.

Fin

Escrito el 11 de diciembre de 2010

25M XXIV.- Té



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Advertencia: este shot contiene lemon, por lo que el rating es +18. Click para XXIV.- Té: verisón 2 para leerlo sin lemon, son más o menos iguales, sólo cambia la parte del lemon, por eso la versión light es más corta. No voy a controlar quién lee qué, pero mi obligación es poner esta advertencia al principio.

XXIV.- Té

Estaba frente a la verja de la casa de Yumi con la mochila a la espalda y el pulso acelerado. No paraba de repetirse que estaba allí sólo para estudiar, que el que los padres de Yumi y su hermano no estuviesen no cambiaba nada. Le estaba haciendo un favor enorme prestándole un sitio silencioso en el que estudiar y echándole, de paso, una mano con la historia.

Tragó saliva y se cargó de valor. La valla metálica se abrió con un ligero chirrido, recorrió con aplomo la corta distancia hasta las escaleras de piedra y las subió de dos en dos. Sabía que ella había dejado el portón abierto pero tocó el timbre para no sobresaltarla, apareció con una sonrisa de oreja a oreja y las mejillas sonrojadas.

—Pasa.

—Gracias.

Se sentó en el peldaño del recibidor y se quitó las deportivas. Una de las normas de la casa de Yumi era que los zapatos se quedaban en la entrada. Ella le dio unas zapatillas acolchadas la mar de cómodas,

—¿Quieres tomar algo?

—Un refresco.

—Vale —replicó sonriente—. Como si estuvieras en tu casa.

Yumi se adentró en la cocina para buscar un par de refrescos y algunas cosas para picar. No había pegado ojo en toda la noche pensando en aquel encuentro para estudiar. Era fácil ser sólo amigos con gente delante, pero a solas era más complicado. Aún y así le había invitado muy consciente de lo que hacía.

No era que esperase que, en unas horas, los tres años de «sólo amigos» se esfumasen en el aire. Nada había cambiado para ellos, ella seguía estando loca por él y, según Odd, a él le pasaba lo mismo.

Cuando le pidió que sólo fuesen amigos no imaginaba que la cosa se alargaría tanto, aquello únicamente debería haber durado mientras X.A.N.A. siguiese en activo, una vez eliminado… quizás era culpa suya, tal vez debería haberle explicado aquel detalle.

Agitó la cabeza buscando alejar todo aquello de su mente, de nada servía en ese momento. Abrió la puerta del frigorífico y extrajo dos latas de refresco de cereza, a él le encantaba y a ella, bueno, no era de sus favoritos. Tomó una par de bolsas de patatas fritas de la despensa, lo colocó todo en una bandejita de bambú y la llevó hasta el salón donde a sus libros se habían unido los de Ulrich.

—Parece un campo de batalla —dijo con una risita Yumi.

—¿Qué bando crees que ganará? —preguntó en tono jocoso.

—Esperemos que el de las buenas notas.

Se sonrieron mutuamente. Yumi se sentó con las piernas cruzadas frente a él y dispuso el contenido de la bandeja en el centro de la mesa. Concentrados en los libros, procuraban no pensar en quien tenían delante, de vez en cuando sus manos se rozaban al buscar algo que llevarse a la boca, entonces intercambiaban miradas con las mejillas sonrojadas.

—¿Qué estudias? —musitó Ulrich aburrido de tres horas de libro.

—Biología, ¿y tú?

—La revolución rusa.

Yumi le miró con una sonrisa.

—Qué emocionante.

—Yumi ¿puedo preguntarte algo?

—Dispara.

Abrió la boca para preguntar pero no logró articular palabra. Iba a preguntarle si le quería, un disparate que no venía a cuento. Soltó un suspiro, necesitaba una pregunta coherente pronto.

—Necesito buscar algo en internet. ¿No tenías un ordenador por aquí?

—Está en mi cuarto, pero podemos desmontarlo y bajarlo aquí si lo prefieres.

—No hace falta.

Subieron las escaleras hasta el piso superior, Yumi abrió su habitación y él entró detrás de ella. Pusieron en marcha el moderno Macintosh, miró a Yumi con el ceño fruncido, estaba todo en japonés y no entendía palabra, para más inri alguien había cambiado todo los iconos por muñequitos de manga, así que eso no le servía para orientarse.

—Este Hiroki… —musitó exasperada— no sé cómo decirle que deje de toquetearlo todo. Espera. —Pasó los brazos por sus hombros y se pegó a su espalda para tomar el ratón—. Veamos… internet, ¿no?

Ulrich simplemente asintió incapaz de pronunciar palabra, había pasado a mirar con interés la mano de ella para evitar que se diese cuenta del rubor de sus mejillas.

—Aquí está… cómo se ponía en francés… ¡Ah, sí! ¡Listo!

Sonrió triunfante y se apartó de él muy despacio, dejando que sus manos resbalasen por sus hombros.

—Voy a por mis libros, ¿te subo algo, Ulrich?

—Aah… la libreta —pronunció titubeante.

—Vale.

Cuando Yumi salió se permitió volver a respirar.

«Sólo sois amigos» se repitió tan poco convencido como de costumbre. «Has venido a estudiar» era la idea inicial, pero ahora tampoco le convencía. Empezaba a pensar que en realidad lo único que había querido desde un principio era estar a solas con ella, sin nadie que les interrumpiera, sin Odd tomándoles el pelo, sin Sissi…

Cuando regresó, ella, le dio el cuaderno y después se acomodó en la cama con su libro de biología. Podía verla de reojo, sin demasiado esfuerzo, tomaba notas en un taco de folios perforados encuadernados en una carpeta de anillas negra. De nuevo se preguntó por qué se había matriculado en la universidad anexa al Kadic, con sus notas podría haber ido a la mejor facultad de toda Francia. Aunque él estaba encantado, así podía seguir viéndola a diario, como si nada hubiese cambiado.

Ulrich suspiró, la revolución rusa le producía el mismo sopor que una clase de física. Definitivamente no estaba hecho para estudiar.

—¿Todo bien? —le preguntó ella incorporándose un poco.

—Sí. Oye… ¿puedo usar tu impresora?

—Claro, no tienes que pedirlo.

«Como si estuvieras en tu casa» se repitió, eso le había dicho y así se lo estaba demostrando. Yumi era como la familia que nunca había tenido, incluso los Ishiyama le trataban como a uno más de la familia.

Imprimió un artículo sobre Lenin que acababa de leer un poco por encima y le había parecido interesante, para disimular.

—Necesito un descanso —dijo Yumi tumbándose en la cama—. Mis neuronas están a punto de suicidarse.

—Me apunto, no soporto más rato este rollo.

Ella rió abiertamente levantándose.

—¿Quieres un té?

Tenía los músculos entumecidos y se estiró en la silla a la vez que le daba una respuesta afirmativa.

Ulrich se sentó en la cama a esperarla, allí todo olía a ella. Si fuese capaz de decirle lo que sentía… las palabras se le trababan. Se daba una rabia a si mismo…

Yumi regresó con el servicio de té entre sus manos, lo dejó sobre el escritorio a la espera de que la infusión estuviera lista. Se sentó con él y charlaron animadamente de las últimas aventuras de Odd el magnífico. Se le hacía cuesta arriba no pasar tanto tiempo como antes con sus amigos aunque intentaba que no se le notase.

Sirvió el té en dos vasos de barro de lo más japo que dejaron frente a ellos a sus pies. Té sin azúcar, leche o miel, al estilo tradicional. El móvil de ella sonó, sólo hablaba en japonés con su familia y amigos del pasado, así que, supuso que serían sus padres.

Regresó a su lado, tropezó con algo y perdió el equilibrio, él se puso en pie rápidamente y la sujetó con fuerza para que no se cayese al suelo, aunque estaba seguro de que no habría necesitado ayuda para mantenerse en pie. Se le aceleró el pulso, la abrazó e impulsivamente la besó, viéndose obligado a dar un paso atrás para mantener la verticalidad. Su pie chocó contra uno de los vasos de té.

El té caliente empapaba el tatami, había volcado el vaso de barro en su impetuoso gesto. Quiso recogerlo pero su cuerpo no respondía a su voluntad, los brazos de ella, rodeando sus hombros, tampoco ayudaban.

Su inocente y pueril beso iba subiendo de intensidad con una velocidad vertiginosa escapando a su control. Las manos de Ulrich tantearon el camino de su espalda sobre el fino vestido negro, temiendo propasarse, porque lo último que quería era violentarla.

Le hizo unas tímidas carantoñas, bastante infantiles, ambos eran ya adultos, pero la inseguridad seguía ahí. En teoría sólo eran amigos y eso era algo que los amigos no hacían, la verdad es que para él no era una simple amiga, nunca lo había sido.

La mano de Yumi se deslizó por su torso, deteniéndose en el margen de la camiseta de él, tiró de ella con suavidad sin romper el contacto entre sus pieles, llegó el punto en el que no pudo continuar retirándola, en ese momento, él, con determinación, se deshizo de la prenda lanzándola a la otra punta de la habitación hecha un ovillo. Dedicaron un instante a mirarse él uno a la otra analizando si debían continuar o no. Ella tomó la delantera y retomó la labor de besarle mientras se deshacía de su propio vestido.

A Ulrich le sorprendió la sinuosidad de las curvas de Yumi, sus músculos largos y bien formados le invitaban a recorrerlos una y otra vez con los dedos. Acarició los flancos de su cintura con suavidad y continuó con su espalda, demasiado preocupado de meter la pata y hacerla enfadar, porque, seguramente, si se pasaba ella no querría volver a hablarle jamás.

Ella, en cambio, se movía libremente. Le amaba y estaba segura de que, fuera lo que fuera lo que les deparase el futuro, quería estar con él, recorrer cualquier camino con él a su lado. Sentía, con total claridad, como él dudaba en si debía continuar o no, así que llevó su mano a la espalda, tomó la suya y la hizo resbalar por su cintura. Poco a poco le dirigió hasta uno de sus pechos cubierto aún por el sostén. Ulrich dio un ligero respingo de la sorpresa y ella no pudo evitar soltar una risita.

—No voy a echarme atrás —le susurró—. Mi cuerpo y mi alma te pertenecen a ti.

La rotundidad y profundidad de las palabras de Yumi fueron como una cura milagrosa para todas sus preocupaciones.

—Te quiero, Ulrich —continuó.

—Y yo te quiero a ti.

Las comisuras de sus labios se curvaron en la sonrisa más amplia que jamás había adornado su cara. Acarició su melena azabache para besarla después.

Buscó a tientas, con una mano, el cierre del sujetador a su espalda y con una inusitada habilidad lo desabrochó al primer intento. La prenda se aflojó y se deslizó ligeramente de su posición original, uno de los tirantes corrió hombro abajo librando su busto de la prisión de tela. La pieza cayó entre ellos con el sutil movimiento de brazos que ella había realizado.

Delineó, vacilante, la sinuosa forma de sus senos con la yema de sus dedos. Los cubrió con las palmas de sus manos y los masajeó con delicadeza. Las manos de ella se cerraron con fuerza sobre sus pantalones, sobrepasada por la intensidad de la sensación que le provocaba. Las movió despacio hasta dar con el botón y la cremallera del pantalón, a penas rozó la tela de su bóxer al hacerlo, provocando que él la apretara con fuerza contra su pecho emitiendo un ronco gemido. De la sorpresa, Yumi, retiró las manos y dudó unos segundos mientras él, con la respiración agitada, le mordía el cuello cuidadosamente.

Se relajó y recorrió su espalda rozándola con las uñas, hasta llegar de nuevo al pantalón de él. Metió los pulgares en los bolsillos delanteros y con un ligero tirón los bajó lo suficiente para que, él mismo, acabase de quitárselos moviendo las piernas.

Ulrich se mantuvo en equilibrio sobre un pie y después sobre el otro, sin dejar de abrazarla, para quitarse los calcetines blancos. No le parecía muy elegante dejárselos puestos.

Cayeron sobre la cama de Yumi mirándose a los ojos, con sus respiraciones chocando entrecortadas. La mano de Ulrich permanecía a la espera sobre su suave cintura.

—¿Quieres seguir? —logró pronunciar él.

—Sí…

Se giró lentamente hasta alcanzar el cajón de su mesilla de noche, sacó un envoltorio turquesa que él reconoció de las charlas de sexo seguro que les daba anualmente la Hertz. Le asombró que en aquel punto Yumi aún conservase su capacidad de raciocinio, él ni había pensado en eso, de hecho, no conseguía ni hilar dos palabras. Ulrich lo cogió y lo dejó sobre la cama, a mano, para cuando llegase el momento de usarlo.

La besó acariciando de nuevo sus pechos, bajando despacio hasta su ombligo y dibujándolo sereno.

Le asombró como su cuerpo reaccionaba automáticamente a todo lo que ella hacía, cada caricia, cada suspiro, cada susurro se convertía en algo increíble y de vital importancia. Podría pasarse el resto de la eternidad acariciándola y sintiendo como ella se las devolvía con aquella sensualidad.

Su boca tomó el relevo de sus manos, lamiendo con fruición sus senos resiguiendo con la lengua los círculos concéntricos que formaban sus pezones. Yumi enarcó la espalda haciendo gala de esa fascinante flexibilidad y él se sintió satisfecho de provocarle aquella reacción.

Aquel juego sensual empezó a parecerle poco. Su mano, que hasta entonces se entretenía con su pelo, corrió libremente por sus costillas perfilando su cintura y después su cadera, deteniéndose un instante antes de acariciar su intimidad cubierta por la delgada tela de las braguitas. Los brazos de ella se enredaron con fuerza en su nuca y su respiración se volvió aún más rápida, incitándole a continuar.

Yumi alzó las caderas y él le quitó aquella molesta pieza de ropa, ya no quedaba nada que le impidiese inspeccionar cualquier punto de su cuerpo.

Ella, aunque arrollada por las emociones, no quería quedarse a la zaga, así que movió sus manos, que disfrutaban del tacto de sus pectorales y abdominales, hasta su bóxer y lo bajó. Con los dedos temblorosos por la excitación acarició la parte más sensible de la anatomía de Ulrich, encendiendo aún más su ánimo, lentamente y con mimo. Él, por su parte, tanteaba las proximidades de su sexo, el simple roce con su piel la hacía arquear la espalda con intermitentes gemidos escapando de sus labios. Dio un paso más allá introduciendo uno de sus dedos en su cálido interior, desplazándolo, una y otra vez enloqueciéndola, haciéndole jadear su nombre cada vez que respiraba.

Yumi enarcó las caderas dándole libre acceso a cualquier cosa que él quisiera hacerle, completamente rendida ante él. Continuó con los apasionados arrumacos, arrastrándola a un torbellino de sensaciones nuevas a las que él también se veía arrastrado, perdiendo casi por completo el control de lo que hacía.

A penas fue consciente de cuando Yumi le puso el preservativo, en el momento justo, antes de que él mismo fuese consciente de cuál iba a ser su próximo movimiento.

Se hundió en ella con una febril necesidad de seguir más allá, hasta caer rendido, y tomó unos instantes a observarla temeroso de haber sido demasiado brusco y haberla lastimado. Yumi le acarició el pómulo, enredó las piernas en torno a sus caderas y le besó contoneando lentamente sus caderas.

Fue incapaz de seguir pensando, se movía por puro instinto. Sus cuerpos trabajaban al unísono en una danza ardiente y sus besos se venían interrumpidos constantemente por la imperiosa necesidad de pronunciar el nombre del otro entre jadeos y gemidos. El vaivén que, en algún momento, fue regular y lento se tornó acelerado y necesitado, quedando engullidos por las llamas de su propio deseo.

Les sacudió aquella sensación más intensa que cualquier otra que hubiesen sentido hasta el momento, él la estrechó con fuerza contra su cuerpo y ella cerró las manos en torno a sus omoplatos clavándole ligeramente las uñas. Se derrumbó sobre ella, sin fuerzas, y le dio un delicado beso en el cuello mientras ella le acariciaba la espalda.

Consiguió que sus músculos volvieran a responderle y se tumbó a un lado para librarla de su peso. Yumi alargó el brazo para acariciarle la mejilla.

—Te quiero, bonita.

—Te quiero.

Le sujetó la mano y besó su muñeca.

—Ahora ya no somos sólo amigos, ¿verdad?

—¿Tú qué crees? —preguntó en tono juguetón.

—Eres mi novia, y punto —dijo con un mohín infantil.

Yumi soltó una sonora carcajada se movió para poder abrazarle.

—No se admiten quejas ni devoluciones —pronunció con humor—. Tu novia… suena bien.

No hacían falta más palabras, ninguno de los dos las necesitaban. Sus manos jugueteando bajo la sábana y los acelerados latidos de sus corazones, decían todo lo que había que decir. Hasta que el cansancio se adueñó de ellos, envolviéndoles en un placentero sueño en el que sus cuerpos abrazados les hacía parecer una única persona.

Yumi despertó con la sensación de no haber permanecido dormida más de cinco minutos, rodeada por los fuertes brazos de Ulrich, sonrió. Alzó la cabeza para mirar el reloj y abrió los ojos alarmada.

—¡Ulrich, despierta! —exclamó zarandeándole el brazo—. Vamos, dormilón…

—Mmm ¿qué pasa? —articuló sin despegar los ojos.

—Arriba, Jim va a matarte.

El nombre de Jim le provocó una ligera preocupación, abrió un ojo y después el otro topándose con el despertador de Yumi delante de las narices.

—Sólo son las ocho… es sábado, es muy temprano…

—Las ocho, sí, pero de la noche.

—La… ¿¡noche! —gritó incorporándose de golpe—. ¿Por qué no me has avisado antes?

—Resulta que yo también me he dormido, idiota.

Saltó de la cama buscando su ropa desesperado hasta que encontró el vestido de ella tirado junto a su pantalón. Inspiró hondo y bajó el ritmo. Regresó a su lado abrochándose el pantalón, con la camiseta en la mano y la besó revolviéndole el pelo con cariño.

—Te llamo después.

—De acuerdo —susurró contra sus labios—. ¿Volverás mañana?

—Sí.

Le costó horrores separarse de ella para regresar a su fría habitación del Kadic, esquivar a Jim fue la parte más sencilla, curiosamente. En cambio cuando estuvo parado frente a su puerta se dio cuenta de que Odd sospecharía de esa clase por su comportamiento. Hizo sentadillas, flexiones contra la pared, pensó cosas tristes, hizo de todo… pero fue incapaz de eliminar aquella sonrisa de idiota antes de abrir la puerta. Odd le miró con una sonrisa socarrona.

—¿Ha ido bien la clase de historia?

—Sí, bueno, normal. Ya sabes —dijo moviendo las manos compulsivamente, en un torpe intento de disimular.

—¿Y esa sonrisa es porque te has convertido en un alumno de diez?

Dudó unos segundos sobre si debía contestarle o no, finalmente se sentó en la cama con gesto resuelto y Odd dijo:

—Creo que esa clase te ha gustado una barbaridad. —Rió porque Ulrich se había sonrojado hasta límites insospechados—. ¿Yumi me daría una de esas clases?

—¡Ni hablar! —graznó desatando las carcajadas de su mejor amigo.

Fin

Escrito el 11 de diciembre de 2010

martes, 30 de noviembre de 2010

Tiritas para el corazón



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Tiritas para el corazón

Los días pasaban más rápido de lo que desearía. Había empezado aquella rutina, un poco por imposición de sus amigas, diez días atrás. Ahora ya no se ponía nerviosa ni se le cortaba la respiración, pero seguía poniéndose roja.

William no había mencionado el "incidente" del beso, ni una sola vez después de aquella noche. Al principio se alegró, porque no podía evitar sentirse un poco incómoda, pero con el paso de los días empezó a desear que dijese algo, lo que fuera.

Las heridas casi habían cicatrizado por completo, ya no necesitaba tantos cuidados, sabía que con que fuese una vez al día bastaba, sin embargo seguía yendo por la mañana y por la noche. Él siempre le sonreía.

Corría. Corría a toda velocidad por el pasillo. Era tarde. Noémie la había entretenido.

Al principio se había enfadado por haberla hecho esperar durante más de una hora. Cuando se disponía a soltarle una reprimenda, Noémie, abrió su bolso con una enigmática sonrisa y con gran teatralidad extrajo un sobre rojo. «Un regalito para William y para ti» le dijo tendiéndole el sobre y esfumándose después.

Se animó de golpe. A William le encantaría.

Los tacones bajos de sus botines negros resonaban sobre el suelo de mármol del pasillo. Se había arreglado más de lo habitual, con su minifalda verde oliva plisada por un lado y lisa por el otro, con un cinturón con tachuelas a juego, y una camiseta de manga corta gris con un corazón atravesado por dos tibias, como una bandera pirata, salpicada de florecillas en color marengo. Aún no había recuperado sus gafas, pero aquellas de color naranja parecían gustarle a William de verdad, y con el paso de los días empezaron a gustarle a ella también.

Se plantó frente a la puerta y llamó de lo más animada.

—Pasa, Emilie —contestó desde el otro lado de la puerta.

No dejaba de sorprenderle que la llamase por su nombre cada vez que golpeaba la puerta. Abrió con la respiración aún agitada por la carrera, no pudo evitar sonreír al verle lanzar el cómic que leía al escritorio. Descalzo con sus vaqueros desgastados y camiseta negra, el pelo del color de la noche siempre revuelto y sus intensos ojos azules como el océano.

—Hola —le saludó con su sonrisa desenfadada—. ¿Te ha pillado Jim?

—No… siento el retraso. —Suspiró al ver que iba a protestar—. "No te disculpes" —imitó el tono que usaba William para pronunciar aquella frase—. Lo… —«siento». Se mordió el labio, lo estaba haciendo de nuevo.

»Te he traído una cosa.

—Me tienes en vilo.

Emilie sonrió llena de ánimo, los ojos de William se habían iluminado como los de un niño que acaba de ver cientos de regalos bajo el árbol de Navidad. Sacó el sobre rojo dándose importancia y finalmente se lo tendió.

Lo observó embobado unos segundos, como si pensase si tenía derecho a aceptarlo o no. Lo cogió y le dio un par vueltas antes de abrirlo. Soltó una exclamación.

—¡Entradas para los Subdigitales! —casi saltó de la emoción.

—Ah… sí —titubeó, no esperaba tanto entusiasmo.

—Vendrás conmigo, ¿verdad?

—Cla-claro.

—¡Excelente!

Dos golpecitos rítmicos en la puerta inundaron la habitación. William dejó a un lado las entradas y sonrió.

—Pasa, Yumi.

Emlie le miró asombrada, al parecer sabía quien estaba al otro lado sólo por la forma de llamar. Cuando la vio aparecer se sintió un poco frustrada, la mismísima Yumi Ishiyama estaba en el umbral. ¿Cómo no iba a frustrarse? Era guapísima, como una de esas modelos de las revistas. Todo el Kadic sabía que William estaba colado por ella.

—Hola —les dijo con una sonrisa mientras cerraba la puerta—. Te traigo lo que me pediste, William.

—¿Lo has encontrado? ¿en serio? —exclamó eufórico levantándose—. Eres un genio, ¿lo sabías?

—Idiota… —pronunció riendo—. Te dije que tenía un ejemplar en casa.

«¿Qué estoy haciendo yo aquí…?» pensó mirándose las manos sobre el regazo.

—También te he traído fotocopias de los apuntes —añadió Yumi rebuscando en su mochila—. Pensé que no podrías copiarlos así que…

William le revolvió el pelo sonriente.

—No sé que haría sin ti, Yumi. Gracias.

—Seguramente catear todos los exámenes.

—Qué cruel.

Las risas de William y Yumi inundaron el cuarto, pero Emilie no tenía ganas de reír. Envidiaba a Yumi y su sencilla complicidad con William, la facilidad con la que hablaba con él y la naturalidad con la que se expresaban.

—Emilie, un consejo —pronunció ella acercándosele con confidencia—. No caigas en su trampa o te acabara obligando a abanicarle cuando tenga calor.

—¡Eh! —farfulló él.

—En fin, tengo que irme ya —musitó la japonesa. Había intentado hacer sentir cómoda a Emilie, pero había visto como se le humedecían los ojos, así que lo más sensato era esfumarse—. Aelita me matará si la dejo plantada.

—Al final he decidido hacerlo. —William se mostró resuelto al decir aquello.

—¿De verdad? —Yumi le dedicó una amplia sonrisa—. Buena suerte.

—Gracias.

Abandonó la habitación con gesto solemne.

Emilie suspiró. La envidiaba. Envidiaba la relación que tenía con William, el que le contara secretos, el que pudiese hablarle de cualquier cosa, la complicidad… Empezaba a repetirse.

—¿Estás bien? —William se sentó a su lado con expresión preocupada—. ¿Qué te ocurre?

—¿Qué? —susurró.

Le miró estupefacta antes de notar las lágrimas que corrían libremente por sus mejillas, ¿cuánto rato llevaba llorando? No se había dado cuenta. Debía parecer idiota.

—Yo… ¡tengo que irme! —exclamó apabullada. Se levantó torpemente en busca de la puerta, la mano de William se cerró en torno a su muñeca con delicadeza.

—¿Ya te marchas?

Parecía decepcionado de verdad. Los músculos de Emilie se aflojaron, él la sostuvo y la ayudó a sentarse en la cama.

—Si te marchas así y alguien te ve… con mi fama seguro que Jim viene a echarnos la bronca a los dos.

—¿Eso es lo que te importa? —La pregunta le salió convertida en un amargo sollozo—. Qué Jim te castigue…

—Eso me da igual. Me preocupa lo que digan de ti, que te expulsen o castiguen por mi culpa.

En su mente resonó una pregunta: ¿por qué? Si le hubiese dicho cualquier otra cosa… ¿Por qué había elegido esas palabras? ¿Por qué preocuparse por ella?

—Duele —el lamento se le escapó entre las lágrimas.

William apoyó los codos sobre las rodillas y la dejó desahogarse. Podría haberla abrazado, acariciado su espalda, prometerle el cielo, la luna y las estrellas. Pero eso no sería justo. Sería como ponerle un grillete en el tobillo y atarla a la pared.

Se levantó poco a poco, como si un gesto brusco fuese a hacerla huir, y tomó de su escritorio una caja de pañuelos de papel y la bolsa verde con las medicinas. Cuando volvía a sentarse, Emilie, se tapó la cara con ambas manos, se había quitado las gafas que ahora reposaban sobre su regazo. Dejó cuidadosamente la caja de pañuelos a su lado y ella musitó algo parecido a un gracias.

Silbó con gran habilidad una canción que sabía que a ella le encantaba. Finalmente se secó las lágrimas con los pañuelos, empezó a respirar de un modo más tranquilo y menos entrecortado. Abrió la bolsa verde y buscó en su interior. Ella le miró dolida, sintiéndose utilizada, ¿sólo le quería para que le curase?

—¿Me permites? —dijo tomando la cajita de tiritas.

—¿Qué haces?

William sonrió, sacó un apósito, le quitó la protección del adhesivo y lo pegó cuidadosamente sobre la camiseta gris de Emilie, justo en el punto donde latía su corazón. Ella miró fijamente la tirita sobre su pecho y después a William sin entender nada.

—Tiritas para curar tu corazón.

—¿Me tomas el pelo?

—Qué va. Cuando era pequeño tenía un perro, se llamaba Hake…

—¿Tu perro se llamaba merluza?

—Bueno, sí… —Se sonrojó—. Era pequeño y quería un león… ¡qué más da! Eso no es lo que importa.

Suspiró moviendo la cajita con gracia.

—Lo atropelló un coche y tuvimos que sacrificarlo. —Emilie se inclinó hacia adelante para acariciar el hombro de William—. Me tiré… horas llorando dentro de la caseta de Hake, hasta que vino mi abuela con una caja de tiritas. Me pegó dos en el pecho y me dijo "para curar el corazón herido".

—¿Funcionó?

—Claro que sí.

—¿En serio? —preguntó incrédula.

William sonrió dejando caer la caja sobre la colcha de la cama.

—Aunque claro, falta una cosa.

—¿Qué cosa?

Él se echó hacia adelante y le besó la mejilla con suavidad, mientras que con la mano le acariciaba la otra. Escrutó su rostro, las mejillas encendidas, los ojos brillantes, los labios entreabiertos.

—Un beso curativo —dijo en un susurro acariciando sus labios con el pulgar.

—¿Ese era el mejor que tienes?

—Ese era sólo de prueba. El bueno viene ahora.

Cuando los labios de William se juntaron con los suyos la recorrió una corriente eléctrica. Se sintió arrollada por todas esas sensaciones nuevas que desbordaban sus sentidos. Tal vez era eso lo que se sentía al estar enamorada de alguien. Le abrazó cerrando los puños con fuerza, sujetándole por la camiseta negra. Si había algo que sabía a pesar de no poder pensar con claridad era que no quería que se separase de ella, pero lo hizo. Rompió el contacto lo justo para tomar aire.

Con la respiración aún entrecortada volvió a besarla. Emilie tiró de su camiseta hasta que ambos acabaron tumbados sobre la colcha azul de la cama, William le acarició el brazo con suavidad, puso la mano en su nuca y apoyando todo el peso de su cuerpo sobre la otra, se incorporó arrastrándola con él. Se apartó de ella y suspiró.

—Así, no —susurró jadeante.

—William, no juegues conmigo.

Se sintió decepcionada de si misma tras decir aquello, era más fácil culparle a él que asumir lo que acababa de hacer y lo que implicaba. Se había metido en aquello ella solita. ¿Qué esperaba? ¿Habría seguido adelante si él se hubiese dejado llevar? Seguramente no.

—Me ofende, señorita Leduc. —Frunció el ceño—. Jamás haría eso. Y siento si te has llevado una impresión errónea.

—Tú no eres Odd.

«Evidentemente» pensó William.

—Él liga con todas —continuó Emilie.

William suspiró.

—Sólo me han interesado tres chicas hasta ahora y, dos, me han dado calabazas tantas veces que me hubiese tirado de cabeza al río.

—¿Tres? —preguntó sorprendida.

—Karen Spade —lo pronunció con melancolía—, metro sesenta, guapa, jefa de las animadoras, atlética, pelo corto y moreno… Empapelé la escuela y el coche del director de cartas de amor para ella.

Emilie parpadeó varias veces y se mordió el labio inferior, pero no logró contener la risa. Era de dominio público que le habían expulsado por llenar la escuela de papeles, lo que no sabía era que hubiese sido por una chica. Eso sí que era una locura.

—¿Y te hizo caso?

—Bueno… vino a despedirme al aeropuerto.

—Supongo que en esa lista también estará Yumi…

—Así es, la segunda. He hecho muchas estupideces por ella, pero no me hace ni caso. —Sonrió—. Está loca por Stern.

—Y él lo está por ella —dijo analizando la reacción de William que no pareció inmutarse. Le había lanzado un golpe bajo con toda la intención.

—Sí, el mundo es así.

»Y entonces apareciste tú.

La mirada azul y penetrante de William le obligó a mirar a otro lado, sentía que cuando le miraba así podría sacarle cualquier cosa.

—¿Qué tengo yo que ver?

—Eres la tercera chica —dijo con descaro. Emilie dio un respingo. Directo y descarado—. No me había fijado demasiado en ti, hasta que un día te vi de la mano con Odd. Y me pregunté el por qué, pero no obtuve respuesta.

—Sí, claro —replicó en un susurro.

—Hablo totalmente en serio.

Emilie enarcó las cejas con la vista clavada en el suelo.

—Odd ¿te gusta?

—Me cae bien —contestó.

—¿Sólo eso? —preguntó.

—Sí.

William soltó un suspiro cargado de alivio y relajó los hombros.

—¡Estupendo!

—¿Por qué? —inquirió sorprendida.

—Por que me gustas mucho.

—A penas me conoces —susurró sonrojada.

—Por eso digo que me gustas —contestó con seguridad—. Si te conociera más podría decir que te quiero.

—Pero…

—¿Pero qué? Tú tampoco me quieres. —Emilie asintió—. ¿Ves?

—Pero me gustas mucho…

Por primera vez, Emilie, creyó ver un ápice de vergüenza en William, mas este se recuperó a la velocidad de la luz esbozando aquella sonrisa traviesa que le caracterizaba. Sujetó la mano derecha de ella entre las suyas con firmeza pero con suavidad e inspiró hondo.

—Supongo que tienes dudas, no tengo prisa —le susurró—. Y puedo hacer tantas estupideces como quieras para demostrarte que es verdad.

—Estarías dispuesto a… ¿a dejar de ver a Yumi?

Suspiró y asintió lentamente.

—Sería complicado yendo a la misma clase, pero sí. Lo haría.

—Pero…

—¿Qué? —Sonrió—. ¿Tienes mala consciencia?

—¡Estás loco! —exclamó girando a verle bruscamente—. ¡No puedes hacer eso!

Los ojos de William centellearon y entonces empezó a reír, Emilie frunció el ceño y le golpeó en el brazo aunque acabó contagiándose de la risa de él.

—¡Me estabas tomando el pelo!

—¡Qué no! Hablaba totalmente enserio.

—Es una locura —afirmó.

—Mi especialidad.

—No quiero que lo hagas —dijo con firmeza—. No podría… no podría… —Suspiró y se echó hacía adelante acercando su cara a la de él—. ¿Es qué vuelves a hacerte el tonto? ¿Vas a volver a pasarte los días como si fueras totalmente estúpido?

Le invadieron las ganas de asesinar a Jérémie por crear a un clon tan sumamente imbécil, aún le perseguían las consecuencias.

—No sería una buena idea —declaró para salir del paso—. Pensaré otra cosa.

—Procura que no te expulsen.

—Sí, señora.

William trató de besarla, ella se apartó con suavidad y se puso en pie.

—¡Oye! —exclamó—. ¿Y mi beso?

Emilie le sacó la lengua dio un par de pasos atrás, con las manos a la espalda y los ojos aún enrojecidos.

—Tendrás que ganártelo. —Rió—. Así que empieza a trabajar, William.

—Eres malvada, doctora.

Fin

Escrito el 29 de noviembre de 2010

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Soledad



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Soledad

Una noche más se despertaba gritando, cubierta de sudor frío y una fuerte opresión en el pecho.

Aquel sueño venía, una y otra vez. Un sueño de un tiempo pasado, su padre y su madre riendo en L'Hermitage, ella jugando en la nieve. Un sueño de una vida feliz, cargada de inocencia y colores radiantes. Quizás era justamente eso lo que tanto miedo le daba, porque sabía que al despertar estaría sola, en la fría habitación de un internado, deseando aquello sin poder obtenerlo.

A veces deseaba no despertarse, quedarse para siempre jugando en la nieve, mientras sus padres tomaban chocolate en humeantes tazas. La vaca para Waldo, el oso para Anthea, el conejito para ella.

Chocolate caliente y brioches caseros. Troncos ardiendo en la chimenea, la melodía del piano, la seguridad de los libros. Fotografías con caras sonrientes, recuerdos apilados, periódicos viejos con artículos recortados, plantas repletas de flores multicolor. Un hogar, su hogar.

A veces se sentía muy sola, no tenía un lugar al que regresar, nadie le esperaba tras la verja de L'Hermitage, nadie le daría la bienvenida, ni le daría un dulce beso o un cálido abrazo. No le preguntarían cómo le había ido el día o en la escuela, ni le preguntarían por sus amigos, tampoco le acompañarían en una noche de tristeza ni le cuidarían al estar enferma.

Simplemente estaba sola en el mundo.

Sin embargo sabía que tenía a sus amigos, ellos siempre la apoyaban. Eran como su nueva familia, una grande, ruidosa, cómplice y cariñosa. Les quería mucho.

Odd, su cómplice de travesuras, el incansable aventurero capaz de sonreír hasta en la peor de las situaciones. Ulrich y su fortaleza, con mal genio pero siempre dispuesto a ofrecerle lo que necesitase. Yumi, su increíble mejor amiga, capaz de cargarse a hombros lo que fuera sin morir en el intento, firme como una roca y fuerte como el agua. Y Jérémie, el joven genio que le había devuelto la vida al encender el superordenador, dispuesto a pasarse la eternidad sin dormir para librarla de X.A.N.A.

Una familia de cine, con peleas tontas a las que Ulrich y Yumi parecían ser adictos, retos de Odd, clases de repaso de Jérémie… Pero ¿y ella? ¿qué hacía ella por sus amigos, por su familia?

«Darles problemas.»

X.A.N.A.

El virus.

Las pesadillas.

La Scyphozoa.

Proteger Lyoko.

La Red.

El Koloso.

«Soy una carga.»

Cerró los ojos, el rostro de su padre se dibujó detrás de sus parpados. Las gafas oscuras y la espesa barba, que cubría la mitad de su cara, probablemente le otorgaban un aspecto inquietante, pero para ella era el semblante más cálido y tranquilizador del mundo.

Si se concentraba incluso podía oír la melodía preferida de su padre y la suave voz de su madre poniéndole letra, siempre una diferente, «el mundo cambia muy deprisa, cada día es una canción distinta» recordó la respuesta que siempre obtenía al preguntarle.

—"El mundo es para los que no tienen miedo, Aelita" —dijo en un susurro—. "Escribe tu canción y regálasela a quien te importa, haz del mundo entero tu escenario".

Nunca había entendido aquellas palabras, aunque ahora creía intuir su significado. Pero era tarde, ya no podía decírselo.

Su padre también le solía decir algo pero no lo recordaba. Las lágrimas rodaron por sus mejillas y se hizo un ovillo bajo las sábanas. No tenía fuerzas para moverse de allí, tampoco tenía ganas.

—Lo siento mamá, el mundo no será mi escenario —gimoteó.

Se abandonó al sueño. Allí su madre sonreía tomando notas en una libreta de tapas de cartón rojo, mientras su padre desarrollaba algún programa informático. La cadena de música reproducía el vals Sphärenklänge de Joseph Strauss, ella siempre había preferido Mein Lebenslauf ist Lieb und Lust. Y ella dibujaba caras sonrientes en su bloc de dibujo, el sol sonreía, las nubes sonreían hasta la casa sonreía.

El mundo de sus sueños sonreía.

En ese mundo de sonrisas quería vivir.

Vivir en un sueño de un tiempo mejor.

Fin

Escrito el 09 de noviembre de 2010

martes, 9 de noviembre de 2010

ADQST 10.- Confesión a oscuras



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Confesión a oscuras

Ulrich estaba en su habitación en L'Hermitage, completamente deprimido, tumbado boca arriba en la cama. Su reproductor de MP3 reproducía una de sus canciones favoritas en un tono excesivamente alto, le molestaba el volumen, pero necesitaba aislarse.

Yumi le tenía miedo. No le había dejado acercarse a menos de tres metros.

Si lo que había dicho William era cierto, entonces X.A.N.A. había conseguido su objetivo. Nada mejor que el miedo para separar a dos personas.

Dos habitaciones más allá William miraba fijamente a Yumi sentada en un rincón, con la cara enterrada entre las rodillas y los brazos alrededor de las piernas. Llevaba horas sin mover un músculo, se le daba de fábula eso de jugar a las estatuas que respiran. Suspiró.

—Yumi… —susurró— ¿vas a pasarte el resto de la eternidad ahí?

—¿Te molesta? —replicó.

—Bueno, un poco, sí.

Ella alzó la cabeza y le miró con los ojos enrojecidos y el ceño fruncido. William sonrió, al menos sabía que aún podía moverse.

—Disculpe usted, señor Dunbar, sacaré mi molesto trasero de su reino de unicornios rosas y hadas pechugonas.

El chico rió, esa sí que era su amiga. Se levantó de la cama y se sentó a su lado, la rodeó con el brazo y le revolvió el pelo con una enérgica caricia.

—Puedes traer tu bonito trasero a mi reino siempre que quieras —dijo siguiéndole el juego—. Pero me temo que no es aquí donde deberías estar.

»Dudo que vaya a comerte, a no ser que se lo pidas.

—Idiota, pervertido —exclamó lanzando un puñetazo al aire.

—Eh. Si me necesitas grita, correré a salvarte montado en un pony multicolor.

Le propinó un suave empujón que la tumbó en el suelo entre risas.

—Eres un payaso… —murmuró poniéndose en pie.

Arregló su ropa, una camiseta azul ancha y larga hasta la mitad de sus muslos, se pasó los dedos por su larga y lacia melena para peinarse y echó un vistazo a su amigo sentado en el suelo.

—Lo digo en serio, si me necesitas llámame.

—Sí, papá.

—Yumi… —Ella se detuvo en el dintel de la puerta y le miró intensamente—. Buena suerte.

Le sonrió antes de cerrar la puerta. William apoyó la frente sobre su rodilla flexionada, poner buena cara y animar a la chica de sus sueños para que se lance a los brazos de otro era tan agotador como deprimente.

—Yo siempre te estaré esperando, Yumi —susurró en la habitación vacía.

Había salido al pasillo tan decidida que se había sentido increíblemente bien, pero ahora que estaba frente a aquella puerta se le había ido toda la fuerza y la decisión. ¿Qué iba a decirle? Y ¿por qué demonios iba a verle con esa pinta? Sacudió la cabeza. Pensar de pie y a oscuras era estúpido e improductivo.

Golpeó la puerta con los nudillos y esperó jugueteando con la costura de su camiseta. Ulrich no respondió. Volvió a llamar, esta vez con más fuerza, él siguió sin responder. Pegó la oreja a la puerta, se oía música, así que dedujo que no debía escucharle.

Abrió con lentitud y asomó la cabeza, su melena azabache cayó con gracia sobre su hombro. Esbozó una sonrisa, estaba estirado en la cama con los ojos cerrados, el ceño fruncido, los auriculares del reproductor de MP3 puestos, de ellos procedía la música que había oído. Se preguntó como era posible que no se quedase sordo. La habitación estaba casi a oscuras, sólo iluminada por una de esas lucecitas de noche para que los niños no tuviesen miedo de la oscuridad. Había una en cada cuarto.

Cerró la puerta tras de si y se acercó a la cama, estaba nerviosa, pero no pensaba dejarse vencer por un miedo ridículo.

Ulrich sintió una mano en su hombro y se sobresaltó, se incorporó y vio que la persona que le había tocado se apartaba de un modo especial, como esquivando un golpe de karate. Se quitó los auriculares de las orejas tirando del cable.

—Lo siento… he llamado pero no me oías.

—Yumi.

Se movió para dejarle espacio suficiente donde sentarse, ella mostró una sonrisa tensa acomodándose a su lado.

—¿Estás bien?

—Sí —contestó con voz suave—. ¿Podemos hablar?

Ulrich asintió.

—Tú dirás.

—Pues… —susurró pasando un mechón de pelo detrás de la oreja—. No sé muy bien por donde empezar.

Yumi retomó la labor de juguetear con la costura de su camiseta azul. Ulrich la observó notando ciertas diferencias entre Yumi-X.A.N.A. y la real. En especial con los gestos.

—¿Qué te ha pasado en la mano? —le preguntó girándose para verle.

—Nada grave —contestó—. Me he dado un golpe tonto.

Era mentira, por supuesto. Se lo había hecho cuando le dio aquel puñetazo al escáner. Había acabado teniendo que ir al médico cuando se le habían hinchado los nudillos, era una simple fisura. Lo suficientemente pequeña para no requerir escayola pero lo bastante importante para que le vendasen la mano.

Tomó la mano herida de él entre las suyas con extrema suavidad y le dio un beso en los nudillos. A Ulrich le ardían las mejillas y agradeció la oscuridad que les rodeaba.

—He soñado contigo —dijo al fin—. Pero no eras tú.

—¿Por eso estabas asustada?

—Lo siento. Sabía que no eras tú, pero…

—No tienes que disculparte —susurró sujetándole la barbilla con delicadeza.

Yumi se tensó y él la soltó al instante, aún no se le había pasado. Se sintió fatal por no haberse dado cuenta antes de asustarla.

—Ulrich ¿puedo…? —Alargó el brazo hasta poder acariciarle la mejilla con los dedos temblorosos—. ¿Puedo dormir contigo?

—No serás un polimorfo de X.A.N.A. ¿verdad? —preguntó alzando las cejas.

—No —contestó riendo—. Soy la Yumi original.

Podía haber caído una vez en la trampa, pero esa risa era inimitable. Se dio cuenta de lo tenso que estaba por aquella petición, le sudaban las manos y el corazón la palpitaba a toda velocidad. Temió decir algo y descubrir que tenía la voz chillona, así que se tumbó, lo más pegado que pudo a la pared, y apartó la sábana y la manta dejándole espacio para tumbarse.

Ella se tendió a su lado, a penas los separaba un palmo, sin embargo era como si entre ellos hubiese un grueso muro de ladrillos. La oyó suspirar en la oscuridad.

—¿Qué? —la pregunta escapó de sus labios sin que pudiera contenerla. Había sonado como un reproche pero ella se rió.

—Siento molestarte… —susurró—, no debería haber venido.

—Hazme un favor —replicó rascándose la frente—. Deja de disculparte. Si no quisiera que estuvieras aquí te hubiese pedido que te marcharas.

Yumi se removió entre las sábanas. «Genial ¿por qué eres tan arisco?» se preguntó a si mismo.

—No es verdad, eres demasiado bueno para echarme.

—Tonta —susurró.

—El falso tú… —dijo apoyando su nívea mano sobre el pecho de él, rompiendo el muro invisible—. Al principio no me preocupaba, creí que podría encargarme, supongo que me equivoqué.

—¿Te ha hecho daño?

—No.

La respuesta fue tan seca que creyó que se iba a echar a llorar, pero ella dejó escapar el aire de sus pulmones y emitió una risita ahogada.

—Me ha asustado, sería una estupidez negarlo. Me ha acorralado y no veía la forma de librarme de él.

—Si pregunto qué demonios pretendía voy a cabrearme, ¿verdad?

—Seguro que sí —dijo acercándose un poco más a él—. Quería sonsacarme información sobre nosotros y… sobre lo que siento por ti —finalizó en un susurro.

Se le aceleró el pulso. Se dio cuenta de que le estaba abrazando y de que ya no estaba pegado a la pared, no recordaba haberse movido, aunque era evidente que lo había hecho.

«Ahora o nunca» dijo para si.

—¿Y qué es lo que sientes por mí? —Yumi se rió—. No le veo la gracia.

—No serás un polimorfo de X.A.N.A., ¿no? —le devolvió la pregunta.

—Eres muy graciosa.

Acurrucada contra su cuerpo cambió de tema con habilidad. El leed verde del despertador marcaba la una y media, las palabras de Yumi empezaban a perder definición. Ulrich pensó que era un buen momento para zanjar la charla y dormir.

Puso la mano sobre su mejilla y le dio un beso en la comisura de los labios, si ella lo hacía por qué no iba a hacerlo él. Yumi se movió lentamente y giró un poco la cara, lo justo para que aquel "inocente" beso se desviase de su trayectoria original. A penas un leve roce que le obligó a poner a trabajar su mente en evocar imágenes poco atractivas. Ulrich pensó con todas sus energías en su jefe en bañador, tuvo que desviar todas sus energías para contener el escalofrío que le recorrió la espalda.

—Duerme —le susurró al oído—. Yo cuido de ti.

—Eres todo un caballero.

Tenía voz adormilada y su cuerpo estaba relajado, estaba más dormida que despierta, seguramente por la mañana no se acordaría de la mitad de la conversación.

—Te quiero, Ulrich.

—Ya lo sé, yo también te quiero a ti —le susurró completamente rojo—. «Aunque no de la misma manera.»

Cuando consiguió volver a respirar con normalidad ella ya se había dormido. Probó a hacer lo mismo, pero pasó la noche en blanco, observándola dormir, respirar tranquila…

Desde que la conoció, cuando tenía trece años, que supo lo que quería. Exactamente eso. Tenerla a su lado de aquella manera. Pero tenía que ser realista, William estaba dos puertas más allá y seguro que tendría ganas de matarle si se enteraba.

No logró dormir en toda la noche por más que lo intentó. Vio los primeros rayos de sol filtrarse por las rendijas de la persiana, algo después los primeros pájaros empezaron a piar animadamente. Yumi le abrazó con más fuerza antes de abrir los ojos lentamente y sonreírle.

—Buenos días —susurró.

—Buenas —contestó mecánicamente acomodándole un mechón moreno tras la oreja—. ¿Has dormido bien?

Hai

—Necesito preguntarte algo.

—Un interrogatorio de buena mañana —pronunció adormilada pero dispuesta a contestar—. Adelante, Stern.

—¿Cómo estabas tan segura de que no era yo?

—Es evidente. —Le sonrió—. X.A.N.A. no se sonroja. Y sus emociones son frías. Imita fatal.

Era la segunda vez que oía lo de que imitaba mal, pero pensando en lo que acababa de decir Yumi… tenía razón, los falsos sentimientos de X.A.N.A. eran exagerados y fríos, le faltaban los detalles.

Jérémie analizaba los datos que le había llevado Sissi, el pendrive fucsia estaba conectado en una de las salidas USB. Sólo le había pedido los horarios de los profesores, sin embargo todo aquel material tenía algo interesante.

En aquellos años el director era un tal Robert Banks, así que el señor Delmas no iba a ser de gran ayuda.

Ahora se encontraba inmerso en la relación de alumnos, quizás hubiese algo interesante allí. Se valía de un programa diseñado por él mismo que analizaba fragmentos de texto en busca de patrones, algo que le llevase a Hopper. Sabía por propia experiencia que un alumno podía llevarse bien con un profesor y participar en algún proyecto con él.

Una mente brillante como la de Franz seguro que había inspirado a algún alumno, no había duda.

La figura de Hopper le fascinaba pero seguramente, de no ser por Aelita, no se habría preocupado en buscarle. Tenía ciertas dudas sobre él. No estaba seguro de que el mensaje que les había llegado fuese actual, existía la posibilidad de que lo mandase cuando poseyó a Sissi o antes de sacrificarse para cargar el virus múltiple. También era posible que, de seguir con vida, hubiese perdido la razón, quién podría imaginar lo que debía de haber soportado aquel tiempo.

Valía la pena intentarlo, si eso hacía feliz a Aelita…

En el jardín trasero, Odd mantenía a Sissi envuelta en un cálido abrazo, le había costado horas sacarle que le pasaba. Era terca y orgullosa.

Aquel maldito Hervé Pichon, que le hubiese estado fastidiando a él durante los últimos años en el Kadic le daba igual, que hubiese hecho correr rumores no le importaba. Pero que se hubiese atrevido a acorralar a Sissi y darle un buen susto, por ahí no pasaba. Si supiese que no iba a seguirle ningún mosquito, iría al Kadic a decirle un par de cositas.

—Odd, si haces alguna cosa estúpida te mato.

—La ira de la reina Sissi Delmas caerá sobre mí —dijo riendo.

—Hablo en serio.

Odd suspiró.

—Ya lo sé.

La furia de Sissi le daba bastante más miedo que X.A.N.A. y su nuevo juego de manipular mentes.

—¿Qué me escondes? —preguntó acomodándose un mechón moreno detrás de la oreja—. No estás así por Hervé.

—Nada importante.

—¿Es por lo que le ha pasado a Ishiyama?

La miró sorprendido, no creía que se hubiese dado cuenta de que había pasado algo y Yumi evitaba a Ulrich. A él ya se le había pasado, y Yumi no le preocupaba demasiado, era fuerte y estaba más que convencido de que no había caído en la trampa, quien le preocupaba era Ulrich.

—¿Ha sido ese X.A.N.A.?

—Ah… sí, pero no es nada.

Sissi alzó el rostro y besó a Odd en el cuello, antes de que tuviese tiempo se reaccionar estaba tumbada en el césped con Odd sobre ella.

—Prométeme que si tienes que ir al Kadic lo harás con uno de nosotros.

—Pesado —refunfuñó asintiendo.

—Buena chica.

—Y ahora —dijo Sissi tapándole la boca evitando así que le besara—. Sé un buen chico y explícame qué te ha hecho a ti.

—¿Fof ce mmenvas ce mexo…? —Sissi le destapó la boca. No estaba entendiendo ni una palabra—. ¿Algo?

La mirada estupefacta de ella le hizo reír, rodó por el suelo hasta acabar boca arriba sobre el césped con ella a su lado.

—¿Por qué piensas que me han hecho algo?

—Tu reacción al llegar aquí.

—Te lo contaré cuando hablemos con los demás —determinó tajante—. No me apetece contarlo dos veces, pero te haré un pequeño avance. —La miró fijamente esperando que no se cabrease—. Nuestro amigo X.A.N.A. ha aprendido a manipular mentes.

Continuará

Aclaraciones:

Hai: Sí.
Mosquito: en la jerga periodística es un modo de llamar a los paparazzi (en España).

Escrito el 9 de noviembre de 2010

viernes, 29 de octubre de 2010

25M IV.- Secreto



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

IV.- Secreto

Aquello no estaba bien, pero ninguno de los dos quería dejarlo. No había sido fácil, meses de dudas, interminables horas trabajando codo con codo, secretos compartidos en susurros, algunos alegres otros dolorosos, miradas cruzadas…

Tenían la fortuna de no pertenecer al mismo departamento, Yumi Ishiyama era una detective de la policía judicial y Ulrich Stern uno de la MILAD, así que las normas no les impedían mantener una relación sentimental, lamentablemente aquel era el segundo caso que llevaban entre los dos, y, en esas circunstancias, si lo tenían prohibido. Odd, el rubio y «esbelto» compañero habitual de Ulrich, siempre le repetía que era cosa del karma.

Yumi había abandonado su cama a las seis de la mañana, la había visto vestirse mientras fingía dormir, le ponía nervioso verla ajustarse la cartuchera porque eso le recordaba que alguien con malas intenciones podía dispararle. Disfrutó del suave beso de despedida que le dio antes de abandonar el apartamento.

Ulrich se levantó perezosamente a eso de las ocho, hasta que no les mandasen los resultados los de la científica no podía hacer nada útil, a parte de revisar los expedientes de los mafiosos de la zona y, para eso, ya estaba Odd. No obstante había una reunión a las nueve. Se dio una larga ducha caliente.

Cuando llegó al edificio de la MILAD se topó frontalmente con Odd que cargaba con una pila de documentos, este le miró frunciendo el ceño y soltó los papeles con desgana sobre el escritorio.

—Buenos días bella durmiente —dijo tamborileando en la mesa con los dedos—. Espero que tu ligue valiese la pena, por que llevo desde las siete leyendo estos malditos expedientes, en los que deberías ayudarme.

—No te quejes tanto —bufó Ulrich sentándose.

—Ya veo. Déjame adivinar —pronunció jugueteando— ¿la detective Ishiyama?

Ulrich se sobresaltó y enrojeció, Odd rió. Llevaba meses sospechándolo.

—Yumi y yo sólo somos amigos, además trabajamos juntos.

—Por supuesto. —Odd movió la cabeza con un gesto dramático—. Y ¿a qué jugáis? ¿al Cluedo?

—¿Sabes qué? —dijo levantándose—. Me voy a por un café.

—Huye como un cobardica. —Rió Odd, le encantaba fastidiarle.

Se dirigió a la salita anexa donde había una cafetera y tomó su taza, una de color blanco con la bandera alemana estampada en uno de los costados, un regalo de Odd, comprado en una de esas tiendas de todo a un euro. Le había regalado una a cada uno de sus amigos con la bandera de sus respectivos países, incluso una de Japón para Yumi.

Jérémie Belpois, el informático y uno de sus mejores amigos, le sonrió desde el otro lado de la barra americana destapando la urna repleta de bollería, con la taza francesa en la otra mano.

—¿Una magdalena?

—No, gracias —contestó con una sonrisa—. Me conformo con café.

—Tú mismo, cuando Odd descubra el banquete será tarde.

Ulich rió, Jérémie tenía más razón que un santo.

—He estado toda la noche tratando de descifrar los códigos que me trajisteis. —Partió un pedazo de magdalena de chocolate y se lo llevó a la boca—. La verdad es que no tengo muy claro que tipo de código es, he usado varios filtros sin resultados.

—Maldita sea…

—Ulrich, todo esto es un poco raro. Hace unos meses ese grupo a penas existía.

—Lo sé. Yu… Ishiyama dice lo mismo.

—Aah Ishiyama —dijo con tono de listillo y una sonrisa sobrada—. Una chica lista y muy guapa.

Jérémie conocía a Ulrich desde el instituto, Yumi era el tipo de chica que podría hacerle perder la razón, algo poco habitual, de hecho él no tenía constancia de que hubiese tenido una novia formal antes, aunque candidatas no le faltaban, Ulrich era todo un rompecorazones.

—No empieces tú también…

—Ey, Ulrich, la reunión va a empezar —dijo Odd asomando la cabeza—. ¡Ahí va! ¡Bollería!

—No tienes remedio —musitaron a la vez Jérémie y Ulrich.

Con una sonrisa cogió un plato y lo llenó hasta arriba de croissants, magdalenas, rosquillas y otros dulces, llenó la taza con la bandera australiana de café con leche y le dio un leve codazo a Ulrich para que avanzara.

En la sala de reuniones Jean-Pierre Delmas, el jefe, Gwen Meyer, la psicóloga, y los inspectores Emilie Leduc y Thomas Jolivert estaban ya sentados con sus blocs de notas y armados con bolígrafos de colores diferentes. Ulrich y Odd tomaron asiento.

Delmas dio inicio a la reunión haciendo un resumen de lo que sabían. La organización Vellis era relativamente actual, los primeros indicios de su existencia se remontaba a cuatro meses antes. Se había hecho con el poder del mercado de la droga en un tiempo record y habían sembrado la ciudad de cadáveres, todos ellos rusos, polacos y ucranianos.

No había manera de relacionarlos con alguna organización anterior, todos los datos llevaban a hombres de paja, la mayoría ancianitos moribundos en hospitales o residencias, otras veces a niños que aún estaban en la primaria, incluso a bebés. El departamento iba tan perdido que le había solicitado ayuda a la judicial. Ellos le habían enviado a Yumi y a la psicóloga forense Meyer.

La participación de ambas había arrojado un poco de luz a la investigación. La mirada más entrenada de una detective experta en homicidios les había hecho ver los rituales de la mafia rusa en los cadáveres. Ellos habían achacado la falta de dedos a que los asesinos trataban de entorpecer la identificación de los cuerpos, Yumi, en cambio, les había explicado que era un modo de proceder en la mafia. Secuestraban a alguien y pedían un rescate a la familia, cada X horas les enviaban una parte del cuerpo del rehén, hasta que se cansaban de jugar y lo eliminaban.

La psicóloga había hecho un perfil bastante detallado de los ejecutores, no tenían nombres, pero el concepto estaba bastante claro. Seguramente eran franceses que pretendían hacerse pasar por rusos, o bien estaban pasando una prueba de fuego. No obstante, por el conocimiento del procedimiento, quien mandaba era ruso, alguien que debía tener un abultado expediente criminal en su país de origen.

Cuando la organización empezó a sentir que se estaban acercando demasiado habían empezado a dejarles notas. Por una cara había dos cobras enroscadas, con las fauces abiertas a punto de atacarse y la palabra "Vellis" en negrita; por la otra cara había amenazas de muerte bastante explícitas.

Dos tímidos golpecitos sonaron y segundos después la puerta se abrió, Julien Xao asomó la cabeza por la puerta de la sala de reuniones, sudaba copiosamente y estaba pálido como la cera. Jean-Pierre Delmas le miró intensamente esperando una explicación, el resto le miraron confundidos.

—Señor… ha llegado una llamada de la central. —Entró con paso tembloroso y se detuvo frente a la mesa—. El equipo que ha ido al muelle ha caído en una emboscada, al parecer alguien ha dado el soplo y les estaban esperando…

—¿Cuál es el balance? —preguntó Delmas serio.

—Una agente muerta y diez heridos de diversa gravedad.

Ulrich dejó de escuchar, demasiado aturdido como para seguir centrado en lo que decían. Julien había dicho "una agente muerta" y no "un agente muerto". Yumi había ido al muelle, con el equipo.

Era una agente.

Yumi podría estar muerta.

Odd puso la mano sobre el hombro de su compañero, sabía lo que estaba pasando por su cabeza y, aunque, no tenía la certeza de que Yumi y Ulrich mantuvieran una relación sentimental sí que conocía los sentimientos de su amigo por ella.

—Seguro que está bien —le susurró—. Ya la conoces, tiene más vidas que un ejército de gatos mutantes.

—No estoy para bromas…

—¡Eh! —exclamó ofendido—. Que Yumi era mi amiga mucho antes de que tú la conocieras.

Miró de reojo a Odd y se levantó gruñendo. El jefe de departamento, Jean-Pierre, le lanzó una mirada gélida.

—Tengo que hacer una llamada —dijo saliendo por la puerta arrollando a Julien.

El corazón le palpitaba tan fuerte y tan deprisa que parecía querer romperle las costillas. Sacó el móvil de la funda que pendía de su cinturón y pulsó el número uno. El aparato marcó el teléfono grabado en el primer lugar de su lista de contactos, el nombre de Yumi apareció en la pantalla.

«El teléfono al que llama está apag…» canturreó la voz de la operadora con aquel tono tan irritante.

«No puedes estar muerta» pensaba una y otra vez caminando en círculos como una bestia enjaulada. Se sentó en la silla plegable de color negro junto a su mesa y sonrió con un idiota.

Aquel día, hacía algo más de un año ella había entrado en su vida. Los habían emparejado, tenían que ser un equipo. Él tenía tan pocas ganas de trabajar con ella que le había estado fastidiando tanto como había podido. Aquella silla plegable, incómoda a más no poder, había sido la primera de sus jugarretas, esperó una pataleta, sin embargo, Yumi, tomó el reto, se sentó y permaneció allí durante horas sin quejarse una sola vez.

La silla seguía siendo muy incómoda, pero Yumi siempre la usaba cuando iba a las instalaciones de la MILAD. Ahora volvía a estar junto a su escritorio por que volvían a ser un equipo.

Le dolía el alma, el nudo en su garganta a penas le dejaba respirar y le ardían los ojos. Ahora se arrepentía de mantenerlo en secreto, no podía hablar con nadie, no podía desahogarse…

—No digas nada. Sólo escúchame. —Odd había ido hasta a él. Estaba preocupado y conocía la poca inclinación de Ulrich por explicar sus problemas—. Sé que la quieres. Y no te molestes en soltarme el rollo de "sólo somos amigos" por que yo no he dicho lo contrario. También sé que estás acojonado y no te culpo, yo en tu lugar estaría histérico, pero deja de comportarte como un imbécil. —Ulrich le miró con el ceño fruncido—. Si sigues comportándote así Delmas empezará a hacerse preguntas para las que no sé si podrás dar respuestas satisfactorias.

»Yumi está bien. Estoy seguro de ello. Relájate, vuelve ahí adentro —dijo señalando la sala de reuniones—, y saca tu carácter para afrontar lo que queda charla.

—Hablas como todo un tío serio y responsable.

—¡Bah! Ya sabes, tengo mis momentos.

Asintió y regresó junto a Odd.

La reunión se alargó una hora más. Ulrich hizo grandes esfuerzos por mantenerse atento, ya que, al fin y al cabo, hablaban de la organización Vellis, el caso en el que trabajaban, la organización que había tendido la emboscada a sus compañeros.

En cuanto Delmas les dio permiso para volver a sus quehaceres en la oficina, Ulrich, se levantó como un rayo y abrió la puerta bruscamente. Un puño pequeño y de piel nívea se estrelló contra su pecho. Cruzó su mirada, enfadado, con la dueña del puño que le había confundido con una puerta y sintió un enorme alivio.

Aquellos ojos rasgados, aquel pelo liso, aquella carita ovalada…

Yumi le dedicó una sonrisa, le rozó el brazo con suavidad al entrar en la sala de reuniones. No se giró pero estaba seguro de que todos la miraban aliviados, se había ganado la simpatía del departamento con rapidez. El mismísimo Delmas se había mostrado alicaído e inquieto desde la interrupción del agente Xao.

—Señor Delmas —dijo Yumi con voz firme—. Si le parece bien me gustaría revisar algunos de los informes…

—Yumi… sabes que aquí eres bien recibida —contestó el hombre—. Pero tal vez deberías volver a casa y descansar. Veo que estás herida.

Al oír aquello Ulrich se giró, no se había dado cuenta. La manga izquierda de su camisa negra estaba desgarrada y manchada de sangre.

—Estoy bien. —Sonrió—. Necesito trabajar un poco.

—Stern, por favor. Dale lo que necesite.

—Sí, señor.

Odd la abrazó con cuidado al pasar por su lado y le susurró algo al oído, Yumi se sonrojó y sonrió.

Siguió a Ulrich, en silencio, con aquella formalidad que tan sólo ella tenía hasta el estrecho distribuidor donde estaban las puertas de los tres ascensores. Él, presionó los botones de llamada, más serio que nunca. La tintineante alarma resonó al abrirse las puertas metálicas.

Entraron juntos al ascensor, la secretaria del señor Delmas, Nicole Weber, estaba allí, les saludó con su sonrisa recta y poco apasionada de siempre, se bajó en la planta del archivo de expedientes. La puerta se cerró y Ulrich se abalanzó sobre Yumi empotrándola contra la pared metálica, la besó con desesperación, ella le respondió con la misma intensidad, enredando los dedos en su pelo.

—Creí que era a ti a quien habían matado.

—Estoy bien.

—Mentirosa —susurró Ulrich contra sus labios—. Tienes una herida en el brazo.

—No es más que un rasguño.

—Estás temblando…

—Estoy bien —repitió.

Ulrich suspiró, alargó el brazo y pulsó el botón de parada de emergencia. Las luces parpadearon unos segundos antes de bajar su intensidad.

—¿Sabes qué? Me parece que repites que estás bien para convencerte a ti misma.

—Ulrich…

—Te llevaré a casa —susurró con una caricia en su mejilla.

—No. Necesito entretenerme con algo, déjame trabajar en esos informes.

—¿Por qué has venido aquí en vez de a la judicial?

Yumi se puso de puntillas para besarle. No era que fuese muy alto, a penas la superaba por un par de centímetros, suponía que ese gesto la hacía sentir más cómoda.

—Quería verte.

—Estoy aquí.

La abrazó con firmeza dentro del ascensor parado, acariciando su espalda, mientras sentía como, poco a poco, el temblor de su cuerpo iba desapareciendo. Yumi no se asustaba con facilidad y aún con menos frecuencia dejaba que nadie la viese en un estado tan vulnerable. Sabía que podría decirle cualquier cosa para reconfortarla, pero no serviría de gran cosa, él no tenía la labia de Odd, más bien era torpe buscando las palabras necesarias, en cambio con los gestos no le ganaba nadie.

—Si no ponemos el ascensor en marcha pronto la señora Weber llamará a los de rescate de montaña para que vengan a salvarnos —bromeó Yumi.

—En estos momentos ya debemos de ser la comidilla de todo el departamento.

Ella se rió, era cuestión de tiempo que alguien se diese cuenta de que uno de los ascensores llevaba varios minutos parado, y empezara a preguntarse por qué demonios nadie pulsaba el botón de alarma. Y en ese momento su secreto compartido se iría a la porra. Se echó hacia adelante y pulsó el botón de arranque ella misma, el elevador se puso en marcha con un leve quejido.

Cuando la puerta metálica se abrió les golpeó el olor a cerrado y a polvo acumulado del almacén donde se guardaban los datos de los casos cerrados. Yumi bajó primero.

El vigilante del almacén les hizo firmar el registro y después les abrió la cancela para que pudiesen entrar, caminaron hasta quedar lejos de la vista y oídos del guardia.

—Pensaba que íbamos al archivo de casos abiertos.

—Era la idea. —Sonrió con cierto misterio—. Pero me he acordado de algo.

»Me lo dijo Milly hace unos días —contestó a la pregunta no formulada—. Recibieron una llamada en la redacción del Herrald, al principio pensaron que era una broma.

Mientras caminaba entre las estanterías de metal deslizaba los dedos por las cajas de cartón y de plástico que acumulaban polvo desde hacía años. Ulrich la observaba ensimismado, frenó su impulso de abrazarla recordando que había cámaras de seguridad y que un tipo sin vida social, gafas redondas y anticuadas, las hormonas revolucionadas y muy poco sentido común se pasaba el día en la sala de vigilancia.

—¿De qué iba esa llamada?

—Verás… cuando Milly tenía tres años su madre se la trajo a Francia, su padre se quedó allí —dijo con tono firme—. Se llama Dimitri Solovieff, al parecer es miembro de la mafia rusa. Cuando se enteró de que ambas estaban en Francia las siguió y montó su negocio por aquí.

»Empezaron con el narcotráfico a pequeña escala, hasta que estuvieron lo suficientemente afianzados.

—Ajá…

—La llamada era de una mujer, se hacía llamar Hel, como la diosa nórdica. Le dijo que Dimitri estaba relacionado con un viejo caso que había llevado la MILAD, que se había archivado como un caso de poca importancia gracias a que habían logrado esconder a la perfección el rastro. —Se detuvo frente a una de las cajas, sobre ella, bajo el número de caso podía leerse "Piranet, Y". Tiró de ella con cuidado y Ulrich se apresuró a cargarla y llevarla hasta la mesa más cercana.

»Cuando la conversación empezó a ponerse extraña la grabó, tiene que enviarme la cinta. Pero me comentó algo de un collar con dos serpientes enroscadas. Así que he pensado que tal vez lo encontremos entre las pruebas.

—Serpientes… cómo en las notas.

—Exacto, por eso he pensado que tal vez esté relacionado.

Yumi abrió la caja levantando una pequeña nube de polvo que les hizo estornudar, aquello les arrancó una carcajada. Sacó lentamente el contenido, desplegándolo frente a ellos. En el precinto de las bolsas de pruebas no estaban las iniciales de quien lo había embolsado.

El informe, a penas ocupaba seis folios, pero eso no era algo tan extraño, los había más cortos que ese, lo raro estaba en las casillas dedicadas a los detectives. Aparecía la fecha y hora del inicio del caso, así como las de detención. No obstante, los nombres de los detectives y del resto de agentes involucrados en el caso no aparecían por ningún lado. Ulrich suspiró y acarició el papel amarillento deteniéndose sobre la casilla donde estaban los números de los videos del interrogatorio.

—Voy a buscar las cintas —dijo incorporándose.

—Espera, Ulrich. Mira esto.

Dentro de una bolsa de pruebas había un paquete de tabaco ruso, la cajetilla era blanca y azul con un plano de Rusia dibujado.

—¿Vas a ponerte a fumar ahora? —soltó con humor.

—Fíjate bien —murmuró señalando el centro del plano—. Justo aquí ¿qué ves?

—¿Una mancha? —Entrecerró los ojos y entonces vio un leve destello—. ¿Qué…?

—Es una microcámara. Podríamos mandársela a Belpois, tal vez él saque algo en claro.

Ulrich asintió y se inclinó sobre la mesa para alcanzar una caja de guantes de látex, se puso un par, abrió la bolsa y extrajo el paquete de tabaco. Yumi le imitó enfundándose otro par, le quedaban grandes.

—¿Cómo se les pudo pasar por alto algo así?

—Bueno… —contestó ella—, supongo que si buscas droga, te centras en eso. —Él la miró con reproche—. No te cabrees, quiero decir que si no buscas algo raro nunca sospecharías de una cosa tan cotidiana como unos cigarrillos.

—¿Y tú por qué lo has hecho?

Yumi rió observando otro de los objetos etiquetados como pruebas.

—A mí me enseñaron a sospechar hasta de mi sombra. He trabajado en un par de casos de espionaje con la INTERPOL…

—Pues sí que has trabajado en sitios —dijo revolviéndole el pelo—. Muy bien señorita sospecho-de-todo-lo-que-veo, revisa esto a fondo, yo voy a por las cintas de los interrogatorios.

Varias horas después una docena de vasos de plástico vacíos, botellines de agua, envoltorios de celofán de bollería industrial, papeles de sándwiches y paquetes de comida china invadían la mesa. El adiestramiento que había recibido Yumi por parte de la judicial había sido muy útil.

A parte de la microcámara, habían hallado algunos restos de polvo en la billetera de Yannick Piranet, parecía algún tipo de arena. No habían encontrado el collar de las serpientes enroscadas, pero sí una fotografía en la que salían el detenido y una niña, ambos en mitad de una calle devastada y polvorienta, en el reverso la caligrafía elaborada y cursiva de color azul celeste ponía "Yannick y Alexandra. Tanta, Egipto. 2004".

Cuando pasaron a la visualización de las cintas su frustración creció. Alguien las había borrado. Alguien que no quería que nadie indagase en aquel asunto más de lo debido. Eso había cerrado la puerta.

Llevaban un rato mirándose fijamente, como si en los ojos del otro estuviese la respuesta a todos los interrogantes que flotaban en aquel almacén. Yumi inspiró hondo y cerró los ojos.

—Veré si encuentro a algún juez que conserve el buen humor a las tres de la mañana —dijo volviendo la vista al informe.

—¿Para qué lo quieres?

—¿No es obvio? Para reabrir el caso y poder interrogar al señor Piranet.

Sintió ganas de darse un golpe a si mismo por no haber caído, pero estaba tan cansado que sus neuronas ya se habían ido a dormir.

—¿Qué hay de esa juez…? Esa amiga tuya…

—¿Aelita? —Ulrich asintió—. No es juez, es fiscal y está de vacaciones en el Tibet, sin cobertura. Puedo llamar a una tienda de comestibles que está a doscientos kilómetros de donde se encuentra, seguramente tardarían una semana en darle el mensaje.

—Estupendo —dijo con sarcasmo.

—¿Y tu padre? ¿Tiene a algún juez entre sus amigos?

Se apoyó en el respaldo bruscamente. Su padre. Un tema espinoso. Era un abogado reputado, supuesto excelente padre de familia, sociable y agradable, siempre dispuesto a regalarle una sonrisa radiante a las cámaras de televisión. Ulrich bufó, si el mundo supiese como era el abogado Stern en realidad su reputación caería en picado.

—Olvídate de él, no me echaría un cable ni aunque me estuviera ahogando en medio del mar y él pasase con su yate por allí. Abriría una botella de Martini y montaría una fiesta.

—Vaya…

—Menudo panorama, ¿eh?

—Yo… —Alzó la mano para acariciarle la mejilla.

—La cámara —susurró—. Tranquila, estoy bien. Aunque un sueñecito no me vendría nada mal.

—Apoyo la moción detective, Stern. Pero…

Ulrich empezó a guardarlo todo en la caja, quería irse de allí cuanto antes. La miró significativamente.

—El juez puede esperar a que amanezca, se lo diré a Delmas, tal vez él pueda mover algunos hilos.

—Está bien… —susurró poniéndose en pie con una mueca de dolor—. Tendrás que llevarme a casa, no creo que pueda conducir, se me ha pasado el efecto de los calmantes.

Puso los ojos en blanco, exasperado, y contuvo un gruñido sabiendo que daba igual lo que dijera, al final Yumi siempre hacía lo que quería.

Condujo unos veinte minutos hasta una casita de dos plantas en el centro de la ciudad, en el patio había un pequeño jardín con un impresionante cerezo japonés en el centro y linternas de piedra a lo largo de un caminito que desembocaba en un jardín zen. Nadie podía dudar quien era la dueña de la casa. Le invitó a entrar, aquella casa siempre le hacía pensar en un pedacito de Japón trasladado a Francia. No dejaba de impresionarle por más veces que entrase.

Las botas de Yumi parecían apoyarse en los zapatos de Ulrich en la entrada.

Le había invitado a una cerveza, sin embargo prefirió tomarla a ella bajo la única luz proporcionada por la luna.

Los primeros rayos de sol se dibujaban en el horizonte, cuando Ulrich abrió los ojos con la sensación de no haber dormido más de cinco minutos. Entre sus brazos, abrigada bajo el edredón, Yumi dormía placidamente, en parte por el cansancio, en parte por los calmantes. Su piel suave y cálida al tacto le hacía sentir seguro, como si no pudiese pasar nada malo estando juntos.

La musiquilla del móvil de ella resonó en la habitación, suspiró adormilada, se estiró por encima de él hasta coger el teléfono, aprovechando para darle un fugaz beso en los labios. Se tumbó boca arriba y descolgó.

—Ishiyama.

Al otro lado de la línea la voz de un hombre resonaba, Yumi abrió los ojos de golpe y se incorporó. La visión de su espalda desnuda le cortó la respiración a Ulrich.

—Voy para allá —casi chilló.

—¡Eh! —La detuvo sujetándola por el codo, había saltado de la cama como si estuviese en llamas—. ¿Qué pasa?

—Han secuestrado a Milly, la tienen en un almacén al este.

—Te acompaño —dijo levantándose también.

—Ni hablar, es peligroso.

Ulrich sonrió con autosuficiencia, silbó algunas notas y le puso la mano sobre el hombro con firmeza.

—Tengo una noticia para usted, detective Ishiyama. —El tono que empleó le hizo fruncir el ceño a ella—. Tu coche está en la MILAD, soy tu único medio de transporte.

—Vale, pero te quedarás fuera.

—Prometido —dijo resignado.

Sobre el techo del deportivo azul de Ulrich, la luz de la sirena brillaba de manera intermitente pidiendo paso. Iban muy deprisa, trataba de mantenerse atento a la carretera, pero sentía que su vista se detenía con demasiada frecuencia en Yumi. Hablaba por el móvil, con aquella firmeza impresionante, haciendo acopio de tantos datos como podía, ubicación exacta, secuestradores, el tipo de edificios de los alrededores… no dejaba ningún detalle en el aire.

Suspiró hundiendo los dedos en su melena azabache. Contó hasta diez veces los cargadores de reserva para su arma, una vieja CZ 75 semiautomática, un total de dos. Era la única en todo el cuerpo de policía francés que la usaba, al principio estaba convencido de que necesitaba una munición diferente a la 9mm Parabellum proporcionada por el cuerpo, también estaba seguro de que sería un auténtico suplicio usar una pistola checa de 1975, se sorprendió de lo manejable y versátil que era. Desde que se la prestara en el campo de tiro que intentó hacerse con una, no hubo suerte.

—Tengo un cargador en la guantera —susurró para que no le oyeran por el móvil—. Te lo dejaste en mi casa.

Yumi le guiñó un ojo abriendo la guantera, rebuscó y lo extrajo.

«Veinte balas en la pistola, una en la recámara, tres cargadores… ochenta y una» —calculó mentalmente—. «Suficiente… un tirador, dos balas de aviso, como mucho sesenta en fuego cruzado, con una me basta para abatirle…»

Desenfundó la pistola, extrajo el cargador, lo volvió a colocar, quitó el seguro y tiró de la corredera haciendo saltar la bala de la recámara cargando la siguiente, comprobando así que no estaba atascada, sacó el cargador nuevamente, colocó la bala en su interior y volvió a ponerlo. Apuntó a la luna del coche y volvió a asegurarla. Hacía aquel pequeño ritual cada vez que sabía que tendría que disparar.

«Lo primero es sacar a Milly, después ya veremos.» —Suspiró y se aclaró la garganta—. Estaré… estaremos allí en seguida.

Colgó y cerró los ojos con fuerza, apoyó la cabeza en el reposacabezas. Su pelo negro le rozaba los hombros.

Ulrich no dijo nada, la dejó concentrarse. Cuando la conoció creyó que era fría y que todo le daba igual, después descubrió que aquella actitud no era cierta, pero tenía que comportarse así para soportar la presión. Le costaba ser aquella Yumi.

—Yumi —dijo al detener el coche tras los coches patrulla que rodeaban el almacén y esperó a que le mirara—. No te arriesgues demasiado.

—¿Asustado?

—Ayer mismo creí que estabas muerta, te agradecería que no lo volvieses a hacer.

Ella le sonrió con calidez.

—A no ser que quieras matarme de un infarto, entonces adelante…

—Tendré cuidado, lo prometo. —Desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta del coche.

—Yumi. —Ella le miró con medio cuerpo fuera del coche—. Te quiero.

—Yo también te quiero —pronunció conteniendo sus ganas de besarle, demasiados policías alrededor.

Ulrich bajó del coche cuando ella ya estaba hablando con el equipo de asalto, un hombre con un walkie-talkie parecía intentar negociar con el secuestrador. Se sentía un poco idiota allí de pie, él no había ido a esos cursos especiales… negociar con criminales no se le daba bien, tampoco sabía gran cosa sobre crímenes violentos, pero sí sabía que no quería que Yumi entrase allí.

Pero lo hizo, Yumi entró con un chaleco antibalas ceñido al cuerpo. Ella sola, sin apoyo. La unidad de asalto estaba preparada para actuar. Entonces se dio cuenta de que estaba temblando.

Analizó el edificio de un blanco mancillado por el gris de la contaminación, los vidrios rotos, los graffitis algunos elaborados otros meros garabatos. Era una infraestructura ruinosa que no tardaría en acabar en el suelo. Parte de su tejado se había derrumbado tiempo atrás, las grietas recorrían la fachada como arrugas en un rostro demasiado anciano y cansado. Daba escalofríos, sin duda.

Miró su reloj buscando centrar su atención en otra cosa. No funcionó. Se acercó al tipo del walkie-talkie y escuchó atentamente todo lo que comentaba con sus colegas. Aquel tipo había pedido que entrara la agente Ishiyama, sólo ella. Tuvo un horrible presentimiento y sin poder evitarlo sus pies se movieron y corrió al interior del edificio ruinoso.

Alguien había gritado su nombre, pero no se detuvo a ver quien era y mucho menos que era lo que quería. Sacó su pistola de la cartuchera, no sabía cuantos cargadores llevaba encima, suspiró no era tan metódico como su novia, esperaba que con las veintiuna balas que había le bastase.

El interior era como un laberinto diseñado por el peor arquitecto del universo, paredes que se habían venido abajo, puertas y ventanas tapiadas… «Una ratonera» pensó.

Un desgarrador grito trepó por las paredes del edificio hasta llegar a él, amplificadas por el eco. Se estremeció sin poder evitarlo. El sótano. Emprendió el descenso con sigilo.

Milly temblaba, el hombre que presionaba el cañón de la semiautomática contra su sien parecía desesperado. No debía tener más de treinta y cinco años, sin embargo parecía mucho mayor, las drogas habían minado su cuerpo de un modo horrible. Le faltaba un trozo de nariz, le temblaba el pulso y se tambaleaba nervioso. Era obvio que no podía pensar con claridad. La raída ropa llena de agujeros y manchas de sangre, algo que tiempo atrás había sido un elegante traje chaqueta azul marino y una camisa salmón, hacía que su enmarañado pelo rubio tuviese aún peor aspecto.

Yumi dio un paso al frente con decisión.

—Tranquila, Milly, todo va a ir bien.

El hombre apretó la mandíbula haciendo rechinar sus dientes.

—Tú… vas a convencer a los tuyos para que nos dejen en paz —gruñó sorbiéndose la nariz—. Me llevaré a la hija de mi jefe y…

—¿Y qué? —replicó ella con frialdad—. ¿Crees que Solovieff no va a hacerte nada por llevarle a su hija? Me parece que el que te valgas de ella sólo hará que se cabreé y te quite de en medio.

—¡Vas a decirles que nos dejen en paz! —gritó.

—¿Y si no lo hago?

Él pareció dudar, sopesar la posibilidad.

—Entonces te mataré —dijo al fin con una sonrisa siniestra—. Una bala en la cabeza y fin del problema.

—Ya… No eres consciente de la situación, ¿verdad? Si me matas entraran los del equipo de asalto y te liquidarán —remarcó la palabra "liquidarán"—. Dime, ¿por qué no te ayudas a ti mismo, me das el arma y todos salimos de aquí respirando?

En ese momento, Yumi, le vio por el rabillo del ojo, con su arma cargada saliendo de detrás de una de las columnas. Por la expresión del secuestrador supo que él también le había visto.

Tenía que disparar antes de que lo hiciese él, pero Milly estaba en medio, le daría. No tenía ángulo.

Y entonces hubo un disparo.

—¡Corre, Milly! —gritó Yumi.

En parte era una suerte que aquel tipo no pudiese concentrarse en dos cosas a la vez. Había disparado a Ulrich y para ello tuvo que soltar a Milly.

Le sangraba el hombro derecho, no era demasiado grave, pero aquel hombre caminó hasta a él tambaleándose como una hoja en mitad de una tormenta. Iba a usarle para disuadirla.

—¡Si das un paso más me cargo a tu compañero! —berreó apuntando a la cabeza de Ulrich.

—Adelante —respondió ella—. Ni siquiera me cae bien.

Ulrich parpadeó tirado en el suelo, allí estaba la Yumi Ishiyama de apariencia imperturbable, frialdad abrumadora e indiferencia que había visto el primer día, si no la conociera creería que le importaba una mierda de verdad.

—¡Me… me tomas el pelo! ¡Sucia mocosa os mataré a los dos!

—¡Qué va! Tiene normas para todo —dijo siguiendo los movimientos histéricos del hombre—. Imagínate, ni me deja tomar café en el coche, es un vela. Mátale, me harás un favor.

—¿Vela? —aulló el hombre.

—Quiere decir "pelma" —replicó Ulrich que había entendido el juego al que jugaba su compañera—. A ver si aprendes a hablar, mocosa estúpida.

—¡Uy! Disculpe usted William Shakespeare.

—Al menos yo sé hablar.

—Hablar sí, por que lo que es escribir parece que lo hagas en otro idioma —dijo Yumi avanzando un par de pasos.

—¡No te muevas! —chilló el pistolero al borde de la histeria.

—Yo de ti no le diría eso —le advirtió Ulrich con cierto sarcasmo—, tiene muy mal pronto. Es campeona de karate y la mejor tiradora de su promoción.

Perdió el hilo de la situación bajando la cabeza para ver al detective al que encañonaba, dos fuertes deflagraciones cortaron el aire, el pistolero se convirtió en un amasijo de brazos y piernas que se retorcían de dolor. Yumi le había disparado dos veces, en el hombro derecho y en la pierna izquierda. Ulrich apartó la pistola de una patada.

La detective se movió con agilidad hasta a él, arrodillándose con los ojos llorosos.

Kami… ¿estás bien?

—Sí.

Yumi se desabrochó la cartuchera apresuradamente y la dejó en el suelo a su lado, se quitó la camiseta e hizo presión con ella sobre la herida en el hombro de Ulrich. Frunció el ceño ante la punzada de dolor y ella le sonrió con aquella calidez que le atravesaba el alma.

—Te dije que te quedaras fuera —le reprochó sin rastro de enfado.

—¿Y dejarte sola con un psicópata armado?

—Es mi trabajo, idiota.

—Acércate —le susurró. Ella se agachó un poco inclinándose sobre él—. Más… un poco más…

Alzó el brazo y la sujetó por la nuca obligándola a inclinarse sobre él, le dio un beso cargado de adrenalina. Yumi procuró no ejercer demasiada presión sobre la herida de bala, pero era complicado en aquella posición, hizo un tremendo esfuerzo para apartarse de aquel beso que llevaba deseando desde que se había despertado.

—Por mí podéis seguir —dijo alguien a sus espaldas.

Ulrich y Yumi se giraron con los ojos abiertos de par en par, les había pillado, alguien les había descubierto, pero aquella voz…

Odd les miraba con una sonrisa de oreja a oreja satisfecho de haber mandado a la porra todos los esfuerzos de sus amigos por mantenerlo en secreto.

—Tranquilos —dijo con tono cantarín—. Os guardaré el secreto.

Se limitaron a asentir, demasiado sorprendidos para articular palabra. Una campeona de karate y cuarto dan de judo, y un experto en Pentchak-Silat, a parte del karate, más le valía no irse de la lengua o iba a pasar mucho tiempo sin poder ligar.

Fin

Aclaraciones:

Hel o Hela: diosa de la mitología nórdica, hija de Loki y de una giganta hechicera venida de Jötunheim. Hela reina sobre Niflheim y vive bajo las raíces de Yggdrasil.
INTERPOL: Organización Internacional de Policía Criminal. Fue fundada en 1923, en ella participan 188 países, es la segunda organización internacional más grande del mundo.
Kami: es la palabra japonesas para referirse a las entidades espirituales adoradas en el sintoísmo. La palabra suele traducirse como "dios" o "deidad". Los kami femeninos a menudo aparecen bajo el vocablo "megami".
Por ejemplo: Amateratsu Ô-Mikami (Amateratsu u Ôhiru-menomuchi-no-kami) es la diosa del Sol en el sintoísmo y, según la religión, es un antepasado de la Familia Imperial de Japón. Es una de las figuras más importantes del sintoísmo, así como la más conocida.
MILAD: es una de las unidades especiales de la policía francesa, en concreto es la unidad de lucha anti-droga.
Vellis: significa "velo" en latín.

Escrito el 29 de octubre de 2010