viernes, 17 de enero de 2014

ABC...P.- Boig per tu

 

Meitantei Conan y todos sus personajes son propiedad de Aoyama Gosho.
A la terra humida escric:
"Nena estic boig per tu".
Em passo els dies esperant la nit.
Com et puc estimar
Si de mi estàs tan lluny
Servil i acabat,
Boig per tu.
En la tierra húmeda escribo:
"Nena estoy loco por ti".
Me paso los días esperando la noche.
Como te puedo amar
Si estás tan lejos de mí
Servil y acabado,
Loco por ti.
~Boig per tu / Loco por ti~
Hattori Heiji vagaba por las lúgubres calles de Osaka. Un apagón les había sumido en las tinieblas a media tarde y no parecía que la cosa fuese a solucionarse rápidamente. Normalmente no le habría importado pasar unas horas a oscuras, con el paso de los años se había acostumbrado a aquellos apagones inesperados causados por la enorme cantidad de aparatos de aire acondicionado funcionando a pleno rendimiento, la gente ya no abría las ventanas para refrescarse, le daban a un botón y a consumir electricidad despreocupadamente. Si no fuese por Kazuha le daría igual, de no ser por ella estaría sentado en el porche de su casa gozando de las estrellas que brillaban con fuerza.
Esa noche no podría ver a Kazuha y todo por culpa del estúpido apagón.
Kazuha se había marchado a Tokyô, había encontrado trabajo en una cadena de televisión, hacía, básicamente, de recadera hasta que uno de los jefazos se fijó en ella y decidió sacarle todo el partido que podía dar. De chica de los recados había pasado a ser una de las caras más populares de un programa de sucesos sin resolver. Kazuha daba voz magistralmente a todas aquellas personas olvidadas, desaparecidas, asesinadas, lo hacía de tal manera que lograba que la gente se involucrara y llamase para dar pistas años después del suceso. Había eclipsado al presentador Morita Ichitaka y eso que era el más famoso de todo Japón.
Heiji la veía cada noche, de lunes a viernes en directo y en las reposiciones de los fines de semana; estaba tan fascinado como el resto de sus telespectadores. Siempre había sentido algo por Kazuha, especial, bonito, cálido y suave, pero lo había sepultado bajo años y capas de «Kazuha es mi amiga», «terreno vedado», «sólo es mi amiga». Sin embargo un día se sorprendió garabateando su nombre en el margen de las anotaciones de un caso y con ello llegó el momento de dejar de mentirse a sí mismo.
Kazuha no era su amiga, al menos no desde que cumpliera los catorce y empezara a fijarse en los cambios que la edad iba realizando en su figura. Fue su amiga hasta que empezó a no soportar que otro se acercara a ella «no me deja concentrarme» había sido la nueva capa bajo la que esconder lo que sentía. Y ahora que lo sabía y admitía, Kazuha, estaba demasiado lejos para decírselo.
Se detuvo ante la casa de los padres de ella y sonrió, allí había forjado la mitad de sus recuerdos, recuerdos llenos de ella que, ahora, dolían demasiado.
¿Cómo se podía ser tan estúpido? Llevaba un año preguntándoselo constantemente. Se había mentido tanto a sí mismo que ya no se sentía a la altura de Kazuha, ella había sido sincera, torpe, pero sincera y él, engañándose le había dicho que no sentía lo mismo.
Hundió las manos en los bolsillos y se encaminó hacia su casa, aquella casa en la que Kazuha había dejado un pedazo suyo en la decoración. Todos aquellos objetos pequeños que acumulaban polvo como si fueran un imán para la suciedad eran lo que le mantenían flote, el recuerdo de ella en cada rincón recordándole lo idiota que era.
Los perros ladraban en la oscuridad de la noche y acompañaban sus pasos al enfilar su calle. Metió la llave en la cerradura y entró dándole al interruptor de la luz de manera automática, negó con la cabeza maldiciendo aquel gesto reflejo.
Con el dedo aún sobre el interruptor se preguntó qué demonios pensaba hacer quedarse en casa a oscuras y dormir quizás… no tenía ningún caso abierto ni ningún cliente en la agenda. Las últimas semanas se las había pasado asesorando a la policía, ayudando a los hombres de Toyama Ginshiro a atrapar a un ladrón que se colaba en las casas y las vaciaba en tiempo récord, ahora que ya lo tenían no tenía en qué ocupar el tiempo.
Volvió a darle al interruptor desconectando la luz por volvía la electricidad aquella misma noche y tomó su chaqueta de motorista. Salió de nuevo a la calle y cerró la puerta. Mientras se ponía la chaqueta se dirigió al garaje. Se subió a su moto y arrancó. Estaba huyendo de Osaka y de sus recuerdos. Huía sin rumbo perdido en un sinfín de excusas para no pensar en ella.
º º º
La noche anterior tras acabar el programa había tenido que aceptar la enésima invitación de su compañero Ichitaka para ir a tomar algo. No soportaba a aquel pedante, pero era lo suficientemente lista como para darse cuenta de que acabaría teniendo problemas si no cedía, era el mimado del canal y, para su desgracia, se había fijado en ella.
Y al parecer aquello no había hecho más que empezar. Desde que había entrado en el plató que no dejaba de mirarla y empezaba a sacarla de quicio, si no tuviera que guardar las formas le haría una llave de aikido y acabaría con aquello de una vez por todas.
Respiró hondo y se tragó las ganas de partirle la cara.
«Sólo son cuatro horas, concéntrate Kazuha» se dijo a sí misma, pero eso no le consoló. Cuatro horas eran demasiadas horas. Era una adulta, tenía que dejarse de tonterías y dedicarse a un trabajo que le gustaba. Ya encontraría el modo de deshacerse de él.
Se puso seria y se aseguró de hacer su trabajo tan bien como lo hacía cada día, allí sólo importaban todas aquellas víctimas, darles la oportunidad de descansar en paz.
Vídeo. Invitado. Suposiciones. Pausa publicitaria. Teorías. Intercambio de ideas. Vídeo. Pausa publicitaria. Invitado. Teorías. Opiniones…
Kazuha suspiró aprovechando la publicidad. Si Heiji estuviera allí seguro que resolvería todos aquellos casos en un santiamén, pero no estaba. La maquilladora le retocó el maquillaje con movimientos estudiados.
Le pareció oír gritos en el pasillo, aguzó el oído pero no escuchó nada más.
—Quince segundos —avisó el regidor.
Se arregló la ropa y bebió un poco de agua. Volvió a oír voces, así que no se lo había imaginado.
Estaban en directo de nuevo, no había tiempo para pensar en ello. Tenían que presentar un caso nuevo. Un asesinato. Morita Ichitaka hablaba con el forense del caso vía telefónica, datos científicos, posibles armas del crimen…
Ella empezó a explicar todos los datos que tenían, con voz clara, pensando que seguramente sería el caso más difícil de resolver de todos los que había presentado. Los testigos se contradecían los unos a los otros, había pocas pruebas y se había creado toda una leyenda urbana alrededor de aquel crimen.
Kazuha continuó leyendo las palabras que aparecían en el prompter intentando ignorar el jaleo que empezaba a llegar con demasiada claridad a sus oídos ¿es que no sabían que en un plató de televisión había que guardar silencio? Estaban en directo, no podrían cortar y volver a empezar como si nada hubiese pasado.
—A continuación les ofreceremos una reconstrucción de los hechos basada en lo que los testigos explicaron a la policía el día en que Ueno-san fue asesinado —dijo y esbozó una sonrisa recta mientras esperaba a que el vídeo entrase.
El regidor le hizo una señal con la mano avisándola de que ya no estaba en pantalla. Kazuha se levantó igual que hizo el presentador, Morita Ichitaka, tratando de descubrir qué demonios estaba ocurriendo. El vocerío sonaba tan fuerte que seguro que lo captarían los micrófonos y llegaría a los telespectadores.
Detrás de uno de los técnicos asomó una gorra que reconoció al instante, trató de convencerse a sí misma que se lo estaba imaginando, pero él gritó su nombre y el plató entero se giró para mirarla.
—¡Ey Kazuha!
—Treinta segundos —informó el regidor, el vídeo se estaba acabando.
Kazuha y Morita volvieron a sentarse, mientras Heiji se deshacía de los de seguridad y se plantaba junto al prompter. Ella le hizo un gesto con la mano a uno de los gorilas indicándole que le dejase estar justo cuando el regidor mostraba cuatro dedos marcando el tiempo que quedaba.
—Esperamos que puedan facilitarnos algún dato nuevo —pronunció Morita—, el caso de Ueno-san lleva abierto desde hace doce años. Cualquier detalle por pequeño que sea puede ser de gran ayuda.
Kazuha miraba fijamente a Heiji que hacía lo mismo con ella. El plató estaba lleno de silencio, Heiji señaló la pantalla en la que el nombre de ella mostraba que era su turno, Kazuha se aclaró la garganta como si su silencio se debiera a una repentina carraspera y no a su sorprendente invitado.
Leyó, concentrada, todas aquellas frases y palabras, con fuerza, con vehemencia, con convicción. Mientras tanto Heiji la observaba fascinado.
Morita Ichitaka les miraba a ambos y entonces tuvo una idea.
—Señores, tenemos un invitado —dijo animado el presentador que al fin lo había reconocido y olía el éxito que tendría si lo hacía entrar en directo—, el famoso detective de Osaka Hattori Heiji, por favor, venga a sentarse con nosotros Hattori-san.
Heiji y Kazuha le miraron con idénticas expresiones de estupefacción, pero el detective se rehízo rápido y avanzó saludando a las cámaras, se sentó junto a ella.
—Buenas noches a todos —saludó agarrando a Kazuha por la cintura, acercándola a él y hablando directamente en su micrófono. La idea de los fans de Kazuha furiosos le hizo sonreír—. No esperaba que me hiciera salir Morita-san.
—Por favor pónganle un micro a nuestro invitado —pidió con cierta impaciencia y molestia.
Al instante uno de los técnicos de sonido se encargó de colocarle el micrófono y la petaca, raudo como el viento se fue tal como llegó.
—Hattori-san, ha venido a darnos su asesoramiento en alguno de los caso que hemos expuesto, si es así le agradecería que nos deslumbrase con sus deducciones.
—En realidad no he venido hasta aquí por eso —contestó resuelto ajustándose la gorra— pero ya que me pide opinión. Hace una semana hablaron del asesinato de Fujieda Masako.
«Ya empieza, lo ha resuelto» pensó Kazuha sin despegar la vista de él con una sonrisa melancólica.
—El asesino la estuvo esperando durante horas y la apuñaló más de cuarenta veces —recordó Morita a su audiencia—. ¿Sabe quién la mató?
—Su asesino no quería matarla, buscaba algo por eso su ropa estaba mal colocada, algo pequeño. Si hubiese sido su monedero, teléfono u cualquier otro objeto de un tamaño "de bolsillo" le habría bastado con vaciar el bolso y palparle los bolsillos.
»No, lo que buscaba era algo pequeño, como una tarjeta de memoria. Por eso se vio en la obligación de revolver su ropa. Debió preguntarle y ella, seguramente, le diría dónde lo llevaba pero no estaba ahí, así que llevado por la rabia acabó matándola.
Morita se quedó pasmado, no sabía si era un genio o un completo estúpido.
—Kazuha-chan —pronunció Heiji, la aludida le miró sorprendida—. ¿Te acuerdas de cuándo vinimos a Tokyô a visitar a Ran-san?
—¿Eh? ¿Q-qué tiene eso que ver con el caso?
—Perdiste la tarjeta de memoria de reserva de la cámara de fotos.
—¡Es verdad! —exclamó ella olvidándose de que estaban en directo—. Creí que tendría que comprar una nueva y me dio mucha rabia.
—Pero la encontramos —soltó Heiji, a lo que ella asintió.
—Se había colado por un agujerito que se había hecho en el forro del… ¡bolso!
—Lo que buscaba el asesino estaba dónde ella le dijo, sólo que como le pasó a Kazuha, se había metido entre la tela del forro y la exterior. Como era verano y no llevaba chaqueta, hay un único sitio donde pueda estar. Dentro del bolso de Fujieda-san.
—¿Y su asesino? —preguntó Morita, esta vez, fascinado por la deducción—. ¿Sabe quién fue?
—Evidentemente, pero no creo que decirlo en directo sea una buena idea, seguro que se da a la fuga si nos está viendo.
Morita reaccionó con exagerada turbación al caer en la cuenta de que lo que decía era cierto.
«Idiota» pensaron Heiji y Kazuha observándole.
—¡Vaya, vaya! Cuánta razón, Hattori-san —rió tontamente el hombre—. Por lo que ha dicho parece que Kazuha-san y usted ya se conocían.
—Nuestros padres son amigos —soltó ella con un punto de molestia en la voz—. Ambos son policías y trabajan juntos desde hace muchos años.
—Y nosotros nos esposamos una vez jugando.
Heiji sintió la mirada asesina de Kazuha, si seguía vivo era gracias a las cámaras que les enfocaban.
—Éramos amigos —finiquitó ella.
Aquel "éramos" fue con un puñetazo de hielo, no es que esperase que tras un año las cosas no hubiesen cambiado, pero no esperaba ese "éramos amigos".
—Y me clavó una flecha en la mano.
—Ya veo, ya veo.
—Ayer hice noche en Yokkaichi y no podía dormir. —Kazuha parpadeó sorprendida sin entender nada—. Estuve garabateando cosas, qué podría haber hecho, qué querría haber hecho, cómo debería haber actuado…y sólo llegué a una conclusión que soy tonto.
—Ha-Hattori-san ¿eso qué tiene que ver con nuestro programa?
—Al final sólo escribí una cosa con sentido —continuó moviendo una mano mandando a callar a Morita—. Y aunque estás totalmente fuera de mi alcance esto —declaró desdoblando un pedazo de papel y mostrándoselo con las mejillas rojas—, es todo lo que sé.
Kazuha, estoy loco por ti.
Le arrebató el papel con la cara encendida y se puso en pie como un muelle.
—¡Heiji, idiota! —gritó.
—¡¿Por qué me llamas idiota, tonta?! —replicó levantándose también—. ¡Encima que he venido desde Osaka sólo para decirte esto!
—¡Pues podrías haberte ahorrado el viaje!
—¡Que antipática!
—¡¿Antipática?! ¡Eres un…!
—¡Oye que estaba intentando declararme!
Kazuha le pellizcó la mejilla fulminándole con la mirada.
—Esto es un programa en directo… —se quejó Morita Ichitaka desde su butaca.
Heiji sonrió travieso como si acabase de ocurrírsele la idea más estupenda del universo. Kazuha dio un paso atrás, aquella sonrisa no presagiaba nada bueno cosa que afirmó el brazo que le rodeó la cintura y la pegó a él.
En Osaka los Hattori y los Toyama se habían reunido aquella tarde para hablar y cenar. Las mujeres se habían quedado en el comedor charlando animadamente de sus cosas mientras que Ginshiro y Heizo se habían instalado frente al televisor aprovechando que aquella noche no se había ido la luz y pusieron el programa de Kazuha.
Ginshiro estaba muy orgulloso de que su hija tuviese aquel trabajo y a Heizo le gustaba poder ver a aquella chiquilla que para él era de su familia. A ambos les encantaba verla.
Cuando Heiji apareció en pantalla los dos hombres supieron que iba a liarse una buena.
«Ya empiezan» pensaron los dos hombres cuando empezaron a llamarse "idiota" y a gritarse, ¿no pensaban madurar nunca esos dos? ¿O admitir lo que sentían sin dar el espectáculo?
—Están en plena forma —siseó Ginshiro abochornado a lo que Heizo asintió.
Cuando Heiji pasó el brazo por la cintura de Kazuha y la pegó a él Heizo casi saltó del sofá «ni se te ocurra hacerlo, Heiji» pensó, pero a su hijo le dio igual estar delante de las cámaras, la vergüenza que pudiera causarle a Kazuha y a toda su familia.
Heiji se puso la visera de la gorra en la nuca y le plantó un beso en los labios a Kazuha que se quedó petrificada.
—Estoy loco por ti, Kazuha —dijo Heiji a través de la televisión.
Heizo y Ginshiro se taparon la cara con las manos en un gesto idéntico de vergüenza.
—Creo que tendremos que hablar de esto, Heizo.
Pero Heizo no contestó, iba a matar a Heiji por dar el espectáculo de esa manera en pleno prime time.
Fin

Os dejo la letra traducida:
En la tierra húmeda escribo: / "Nena estoy loco por ti". / Me paso los días esperando la noche. / Como te puedo amar / si estás tan lejos de mí / servil y acabado, / loco por ti.
Sé muy bien que desde este bar / no puedo llegar donde estás tú, / pero dentro de mi copa veo / reflejada tu luz, me la beberé; / servil y acabado, / loco por ti.
Cuando no estés por la mañana / las lágrimas se perderán / entre la lluvia que caerá hoy. / Me quedaré atrapado / ebrio de esta luz / servil y acabado, / loco por ti.
Sé muy bien que desde este bar / no puedo llegar donde estás tú, / pero dentro de mi copa veo / reflejada tu luz, me la beberé; / servil y acabado, / loco por ti, / servil y acabado, / loco por ti.

viernes, 3 de enero de 2014

25I XXIV.- Grasa

 

Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

XXIV.- Grasa
Había pasado una semana. Una semana entera de días infinitos, gente grosera y noches solitarias.
Había reencontrado a William un viernes, habían comido, merendado y cenado juntos. Le ofreció quedarse con ella aquella noche y, aquella noche, acabó siendo un fin de semana entero de sexo y comer en la cama. Había sido el mejor fin de semana de su vida, pero llegó el lunes y él se despidió con un beso lento en los labios.
Era domingo y no había vuelto a saber de él. Se sentía idiota.
«Ha sido el mejor sexo de tu vida, eso que te llevas» pero no le servía, no la consolaba. Había creído que le importaba, que él también había sentido una conexión especial casi mágica.
No le había llamado… claro que ella tampoco lo había hecho.
Suspiró y se hizo un ovillo en el sofá, con la piel aún húmeda después de la ducha y el pelo empapado. Llevaba la camiseta promocional que le había dejado a él aquel fin de semana, la camiseta que aún olía a él, y nada más. Si hubiese entrado por esa puerta no habría tenido mucho trabajo para desnudarla, tampoco habría opuesto la más mínima resistencia.
Su móvil vibró junto a su cara y lo agarró con impaciencia.
—William —contestó.
—Casi. Noémie. Has acertado en… dos letras.
Se sintió frustrada y estúpida, se planteó colgar y fingir que no había descolgado.
—¿William? ¿Me he perdido algo?
—No, nada interesante —replicó. En realidad no quería contárselo, le daba demasiado corte.
—Hombre, que descuelgues y lo primero que digas sea "William" con semejante ímpetu y ansias, lo que se dice "nada interesante" no parece… Lo que me lleva a: William, William, ¿nuestro William?
Dichosa Noémie y su lado cotilla. Decir que no habría sido inútil tarde o temprano se acabaría enterando, era la CIA disfrazada de teleoperadora francesa.
—El de Kadic —musitó derrotada.
—Y… ¿desde cuándo te llama por teléfono?
«No si el problema es que no me llama» pensó sentándose en el sofá.
—Coincidimos el otro día por casualidad e intercambiamos los teléfonos —dijo a sabiendas de que habían intercambiado mucho más que los teléfonos—. Creía que tal vez eras él, no sé, ya sé que es estúpido.
Al otro lado del teléfono Noémie rió.
—Vaya, que te has acostado con él, no te ha llamado y estás al borde del colapso.
—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que te odio, Noé?
—Siempre que acierto —replicó divertida—. Dime ¿por qué no le llamas tú?
—No quiero hacerlo —dijo con sinceridad—. Esperaba que para él hubiese significado algo.
—Pues yo creo que deberías llamarle o al menos hablar con él.
—No sé dónde trabaja.
Noémie se animó con aquello. ¿No quería hablar con él por teléfono pero no le importaba ir a su trabajo? Sabía que era un intento de hacerla desistir, una forma de enmascarar el miedo al rechazo. Emilie siempre había tenido demasiado miedo de eso. Pues muy bien, la haría saltar a la piscina como en los viejos tiempos.
Emilie estaba enjuagando los platos para meterlos en el lavavajillas cuando su teléfono vibró. Era un mensaje de Noémie ¡con la dirección del taller de William! Casi se le calló el móvil al suelo, la madre que la…
Entró un segundo mensaje, en él le decía que William estaba tonteando con una chica que era clavada a Yumi, a Emilie se le revolvió el estómago. El muy cerdo la había engañado, se iba a enterar de quién era Emilie Leduc.
Se vistió, olvidando el lavavajillas, y salió disparada como una tormenta tropical. Esta tan sumamente cabreada que le temblaban las manos.
Se plantó frente al taller y fue como despertarse. ¿Y ahora qué?
Estaba tan enfadada que se había movido por un impulso masoca hasta allí, pero ahora que veía la puerta abierta se había desinflado. Podía irse. Dar la vuelta y fingir que no había ido hasta allí. Dar la vuelta y hacer como si nada.
Dar la vuelta. Sí, podía hacerlo, nada se lo impedía. Nadie la había visto allí plantada todavía. Podía marcharse antes de que alguien reparara en la boba inmóvil.
«Pues venga, gírate» se dijo a sí misma logrando mover los pies que parecían haber echado raíces en la acera. Sus ojos enfocaron una camiseta roja llena de manchas de grasa y un vaso de cartón de una cafetería en una mano masculina y sucia. Alzó la mirada encontrando la cara de aquel por el que estaba allí, pero no sonreía. Estaba serio como nunca antes lo había visto.
—Hola Emilie —pronunció esquivándola para entrar en su local.
—¿Sólo vas a decirme eso? —soltó ella apretando los puños. El enfado había vuelto.
—¿Qué más quieres que te diga?
—¿Por qué no me has llamado?
—Sí que te llamé.
«Mentiroso» pensó dolida. Sabía que era un gamberro pero no que fuera un cabrón mentiroso, al menos nunca creyó que lo fuera, pero lo era. Le estaba mintiendo a la cara.
—No, no lo has hecho.
A William le tembló la mano que sujetaba el café, lo dejó en la repisa de la ventana con mal genio y regresó sobre sus pasos hasta plantársele delante. Demasiado cerca, tanto que podía oler la grasa de motor de su camiseta y manos. Emilie dio un paso atrás.
—Te llamé —repitió esta vez con un punto de ofensa en la voz mostrándole el registro de llamadas del móvil—. El miércoles al mediodía.
De repente se sintió absolutamente imbécil. Sacó su teléfono y buscó las llamadas perdidas, no había ninguna del miércoles. Miró las recibidas y allí estaba el nombre de William burlándose de ella sin piedad. Pero ella no había contestado, no había recibido esa llamada, ¿cómo pudo haberla contestado?
—Oh.
—¿"Oh" qué?
—¡Eh! —soltó una rubia bajita de curvas poderosas y tatuajes trabajados—. ¿Sería mucho pedir que no montéis escenitas en la puerta? No es bueno para el negocio, socio.
—Déjanos el despacho, Chloé.
La rubia asintió agitando sus dos coletas bajas con una sonrisa burlona en los labios y tomó el vaso de café que su compañero había dejado en la ventana, frunció el ceño al verlo algo doblado. Se encogió de hombros, mejor que la pagase con un vaso que no con una moto.
—Regla número tres, Will, reeegla número tres.
William gruñó, agarró a Emilie por la muñeca y la arrastró hasta el interior de aquel despacho lleno de cajas. Sólo había una mesa con un ordenador, un perchero y una estantería, la ventana daba a la calle de atrás y estaba entreabierta. Hacía calor.
—"Oh" qué —repitió retomando el hilo de lo que decía antes de la interrupción de su socia mientras la soltaba.
—¿Esa es tu compañera?
—Sí. Pero no me cambies de tema.
Emilie se miró la muñeca donde la huella de la mano de él había quedado impresa en negro aceitoso. No acababa de creerse que no le hubiera hecho daño, parecía tan enfadado.
—Te contestaron —afirmó ella.
—Sí.
—¿Qué te dijeron?
—¿Quién era? —replicó él sin intención de contestar.
—Romain —siseó con rabia—. Es un compañero. Me invitó a comer.
—Ajá, Romain.
—¿Qué quieres decir con "ajá Romain"? sólo es un compañero de trabajo.
—Claaaro, ara resulta que no es tu prometido.
Ella le miró sin saber cómo reaccionar, le golpeó con el dedo índice en el pecho ¿qué demonios estaba diciendo?
—¡Te repito que sólo es un compañero! —chilló
—¡Claro! ¡Y yo sólo soy el tío al que le ahorraste una multa!
Emilie apretó los dientes, le temblaba el cuerpo entero de pura rabia, porque no era verdad. No era sólo el tío al que le había ahorrado pagar. No era sólo eso.
Le soltó una bofetada con la mano bien abierta, él le agarró por la muñeca así que intentó hacer lo mismo con la otra mano pero ésta vez él la detuvo valiéndose de sus buenos reflejos. Emilie tironeó inútilmente para liberar sus muñecas de aquellas manos que la apresaban con firmeza pero sin apretar.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —gruñó acercando su rostro al de ella—. Me vienes a recriminar que no te he llamado cuando sí que lo he hecho, aunque la cuestión es que eres tú quien no me ha llamado. Si tanto querías hablar conmigo sólo tenías que pulsar el botón de llamada.
»¿Acaso esperas que sean los demás los que siempre lo hagan todo?
Y ahí estaba. Un pedazo de la Emilie de Kadic paralizada por el miedo como un ciervo en mitad de la carretera viendo acercarse un coche a toda velocidad. Dejó de forcejear y entonces él la soltó.
—¿Qué quieres, Em?
—A ti, te quiero a ti.
La Emilie paralizada por el miedo se desvaneció permitiéndole moverse de nuevo. Le rodeó el cuello con los brazos y le besó pero él no se movió. Le miró con cautela, seguía estando serio.
—Sigo estando enfadado —siseó él, aunque sus ojos azules brillaban divertidos.
«Se está haciendo el duro» y lo cierto es que se merecía que le diera largas por su comportamiento infantil, egoísta e imbécil, pero no iba a rendirse. Girar la cara en el momento adecuado no había sido lo único que aprendió de Odd. Deslizó sus manos bajo la camiseta roja recorriendo la espalda de William y se puso de puntillas para susurrarle al oído con voz sensual:
—Ahora voy a hacerme perdonar.
Él ahogó la risa en su cuello y se dejó mordisquear la oreja y el cuello, hasta que las manos de ella abandonaron su espalda para colarse en la mitad inferior de su mono de trabajo y aquello fue demasiado para permanecer quieto.
Olvidándose de sus manos sucias de grasa le rodeó la cintura y la alzó sentándola en la mesa, la tocó bajo la camiseta mientras ella desataba las mangas del su mono anudadas a su cintura. William le acarició la mejilla tratando de mantener el control sobre sí mismo pero el enfado había avivado aún más las ganas de perderlo.
«Regla número tres» resonó en la cabeza de William y con esfuerzo se apartó de Emilie que permaneció tumbada sobre la mesa con la camiseta a medio subir y cara de desconcierto.
—¿Qué?
—Regla número tres —pronunció con voz ronca—: nada de sexo en el taller.
—Oh.
William observó las manchas que había dejado en su mejilla, la camiseta y su cintura y no puedo evitar reír. Le tendió un dispensador de toallitas húmedas y al darse cuenta del panorama ella también rió con ganas.
Mientras William le limpiaba la grasa de la mejilla ella volvió a asaltar sus labios.
La Emilie cobarde se había ido para siempre gracias a la grasa del motor de una moto.
Fin
 

ABC...P.- Ai no uta

 

Meitantei Conan y todos sus personajes son propiedad de Aoyama Gosho.
もし君に一つだけ願いが叶うとしたら
今君は何を願うのそっと聞かせて
もし君がこの恋を永遠と呼べなくても
今だけは嘘をついて淡い言葉で信じさせてみて
Si pudieras cumplir un deseo
¿Cuál sería? Cuéntamelo despacio.
Aunque no puedas decir que este amor será eterno,
por ahora, miénteme con palabras vacías
trata de hacer que te crea.
~Ai no uta / Canción de amor~
Kazuha suspiró sentada en la fría escalera de piedra, se le estaba quedando el culo helado pero ese era el único sitio dónde podía sentarse. Las calles estaban abarrotadas por a la feria, la gente iba y venía, caras felices aquí y allá, conversaciones animadas entre amigos… y ella allí, sola. Lanzó un suspiro a medio camino entre amargada y frustrada ¿cómo se lo montaba para acabar siempre igual? Siempre esperando, siempre sola.
—Heiji, idiota —escapó de sus labios junto con una nubecilla de vapor.
El reloj se comía los minutos que restaban del año, torturándola, arrancándole pedazos de corazón y pisoteándolos sin piedad. El año moría junto con sus esperanzas de que él cumpliera lo que le había prometido.
"Volveré antes de que acabe el año, ya lo verás, nos encontraremos aquí mismo".
Y ella le había creído. Había creído a pies juntillas en aquella promesa, porque él nunca le había mentido, porque estar sin Heiji más de un día era como perder la mitad de su vida.
Se cerró el cuello de la chaqueta y se encogió un poco más intentando alejar el frío de su cuerpo. Afortunadamente se había puesto unos vaqueros en vez de la falda que había preparado. Miró su reloj de pulsera, quedaban quince minutos para acabar el año, ella hacía ya tres horas que estaba allí.
Pensó en su amiga Ran, en el tiempo que hacía que esperaba el regreso de Shinichi, en la fe ciega que tenía en él. Pensó en que le daba un poco de envidia porque ella no era tan paciente, para ella el tiempo pesaba como una losa cada vez más grande.
Una vez más suspiró.
Devoró lo que quedaba de la crepe de chocolate y nata, ahora tan helada como ella, que había comprado en una de las paraditas que poblaban la plaza más por hacer algo que por hambre.
De nuevo miró a las parejas que paseaban acarameladas preguntándose si Heiji y ella lo harían alguna vez así. De hecho a Kazuha le bastaba con la mitad de aquello. Dibujó una sonrisa ¿qué estaba pensando? Era una locura, Heiji jamás se prestaría a hacer aquello, no era ese tipo de persona.
El cielo nocturno pintado de gris por las nubes que amenazan con descargar su contenido sobre todas aquellas caras felices. ¿La meteoróloga había dicho algo de lluvia o nieve? No lo recordaba, pero no llevaba paraguas así que esperaba que las nubes se comportaran, ya tenía suficiente frío estando seca.
Se encendieron las luces que decoraban la plaza. Potentes cañones de luz que trataban, sin éxito, de perforar las espesas nubes negras y llegar a las estrellas.
«¿Ves las luces también, Heiji?» se preguntó observando la danza de los focos al ritmo de la música que empezaba a inundarlo todo.
El murmullo fue creciendo, los más atrevidos empezaron a moverse al ritmo de la música mientras que los más tímidos los observaban con muecas divertidas. Kazuha estaba cansada de permanecer inmóvil, sus huesos helados lanzando punzadas de protesta por las tres horas de tortura gélida.
Se planteó el mezclarse con la gente y bailar un poco para desentumecerse el cuerpo, pero lo descartó rápidamente ¿qué pintaba ella sola bailando rodeada de desconocidos? Se sentiría demasiado ridícula. Preferiría poder practicar un poco de aikido, nada como el deporte para entrar en calor y reactivarse.
Las nubes grises dejaron caer finos copos de nieve sobre la gente, sobre ella. En otras circunstancias despedir el año con nieve le habría resultado agradable.
Temblaba de frío. Miró el reloj de nuevo. A aquel año sólo le quedaban cinco minutos. Ahora la pantalla gigante proyectaba un vídeo conmemorando el fin del año y el inicio de otro. Imágenes insultantemente brillantes, de colores vivos.
Kazuha apartó la mirada de aquellas instantáneas y dibujó una sonrisa con las lágrimas inundándole los ojos. No iba a venir. Se puso en pie y se colgó el bolso al hombro sujetando con fuerza el asa. Sus articulaciones protestaron y sus dedos entumecidos le enviaron una fría sensación de acolchado.
«Hora de volver a casa.»
La súbita calidez y el aroma peculiar que invadieron su espalda la dejaron inmóvil entre los copos blancos y fríos que inundaban la noche.
—Mira que haces cosas estúpidas, idiota —siseó a su oído aquella voz tan familiar—. ¿Es que quieres congelarte?
—Y… ¿y de quién crees que es la culpa, idiota? —replicó con genio girándose para encararle al tiempo que él le colocaba su chaqueta sobre los hombros—. Dijiste que nos encontraríamos aquí mismo.
—Tonta, me refería a Osaka.
Kazuha ahogó un suspiro y lo convirtió en una mirada desafiante.
—La próxima vez sé más claro —atajó acurrucándose en la chaqueta de él—. ¿Cómo has sabido que estaba aquí?
Heiji sonrió y se caló su inseparable gorra, aquel gesto que Kazuha adoraba.
—Tengo que recordarte con quién estás hablando.
—Te lo han dicho mis padres —afirmó leyendo la respuesta en sus ojos y él no lo negó.
Por un momento se olvidó de las tres horas de espera, de los meses de ausencia y de la falta de llamadas y mensajes de aquel idiota sonriente. Por un momento sólo pensó en que estaban conectados, desde que eran unos niños, estaban unidos por un lazo invisible. Pensó en los eslabones de la cadena de las esposas (dentro de los amuletos que ella misma había hecho) que les habían obligado a permanecer juntos más tiempo de lo que habían estado dispuestos a aguantar en circunstancias normales.
El peso de la ausencia abandonó sus hombros y con ello el enfado rebrotó.
—¿Dónde has estado? ¡Ni siquiera me has llamado! —exclamó clavándole sus chispeantes ojos.
—Trabajando en un caso, ya te lo dije.
La primera campanada resonó entre los finos copos de nieve, las luces iluminándolo todo y ellos, el uno junto a la otra, con los meñiques enlazados. Unidos. Enredados en aquella relación incierta suya. Pero juntos, al fin y al cabo.
Fin


Os dejo la letra traducida:
Si pudieras cumplir un deseo / ¿Cuál sería? Cuéntamelo despacio. / Aunque no puedas decir que este amor será eterno, / por ahora, miénteme con palabras vacías / trata de hacer que te crea.Si resonara esta canción de amor, / brillaría una luz en el cielo gris de la noche. / Y cada luz se conectaría con otra, / así que no importa cuán lejos estés, te alcanzará.
Si pudiera cumplir un sólo deseo, / desearía verte, aunque solo fuera un sueño. / Si este amor tuviera que acabarse / se rompería como el cristal, yo no volvería a ser la misma, / y aunque no pudiéramos volver atrás seguiría amándote.
No me importa si nuestra relación es incierta, / por favor, se amable como lo eres siempre / y no me digas la verdad. / No puedo aceptar la idea de no verte nunca más.
Sentí que volverías mañana, como siempre / y miré al cielo. / Nunca digas adiós. / Soñando de nuevo esta noche.
Si resonara esta canción de amor, / brillaría una luz en el cielo gris de la noche. / Y cada luz se conectaría con otra, / así que no importa cuán lejos estés, te alcanzará.

ABC... ¡PLAYLIST!

 

ABC... ¡PLAYLIST

Género: Adventure, Romance, Humor, Misterio,
Advertencias: Lime, Lemon
Clasificación: Hetero
Serie: Meitantei Conan / Detective Conan
Pareja: Hattori Heiji, Toyama Kazuha
Año:2014
Estado: En proceso
Capítulos: 26


Colección de one-shots sobre Heiji y Kazuha.

Meitantei Conan y todos sus personajes son propiedad de Aoyama Gosho.

-->Versión en castellano y en catalán<--

Listado de capítulos:
A.- Ai no uta // Ai no uta
Kazuha suspiró sentada en la fría escalera de piedra, se le estaba quedando el culo helado pero ese era el único sitio dónde podía sentarse. Romance, Drama / +16
B.- Boig per tu // Boig per tu
Hattori Heiji vagaba por las lúgubres calles de Osaka. Un apagón les había sumido en las tinieblas a media tarde y no parecía que la cosa fuese a solucionarse rápidamente. Romance / +16
C.-
D.-
E.-
F.-
G.-
H.-
I.-
J.-
K.-
L.-
M.-
N.-
O.-
P.-
Q.-
R.-
S.-
T.-
U.-
V.-
W.-
X.-
Y.-
Z.-

Olores



Code: Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.
Olores
Aquella mañana había dado un buen paseo, de esos largos y divertidos, de los de devolverle la pelota a su torpe y adorado amo al que siempre se le escapaba de las manos… los humanos eran torpes, no podía culparle por ello.
Había sido un buen paseo, sí… pero desgraciadamente a su amo se le había olvidado que necesitaba desayunar para rendir.
Quizá su atolondrado amo no lo sabía pero él era un perro muy ocupado. Primero hacía su ronda diaria, había que revisar todos y cada uno de los olores, ¡nunca se sabe cuándo puede aparecer uno nuevo! A veces encontraba olores que le llevaban a pequeños paraísos de migas olvidadas, palomitas, zanahoria… sus paraísos golosos preferidos eran los que estaban adornados con pedacitos de chocolate y migas de galleta ¡qué delicia! Galletas dulces, galletas saladas, galletas de mantequilla…
Olfateó la cama del que olía a madera y a él sin ser su amo, su cama le gustaba mucho, era cómoda y olía bien, metió la nariz bajo la almohada, a veces encontraba cosas allí, pero hoy no era uno de esos días.
Prosiguió su ronda de olores, todo estaba en orden, justo como el día anterior, se relajó.
Después de aquello tocaba comprobar que sus tesoros siguieran en su sitio, a veces los humanos los tiraban ¡qué crueles! Cuando eso pasaba permanecía triste casi una hora, no podía enfadarse, los humanos no eran demasiado listos.
Con alivio comprobó que sus tesoros seguían en su sitio, a salvo de las manos poco inteligentes de los dos humanos ¡aaah qué descanso!
Acabadas sus tareas se sentó en medio de la habitación con mirada soñadora pensado en su paseo.
El paseo había sido fantástico.
La falta de comida terrible.
Dio un par de vueltas en círculo y fue hasta el calzado de su amo. Tumbándose lanzó un gemido al interior de la zapatilla de deporte izquierda, la que olía más fuerte de las dos, con frustración. ¡Qué injusticia! Sus amigos humanos seguro que se pasaban todo el día en la calle jugando y persiguiendo pelotitas de colores saltarinas, jugando con otros humanos y él allí encerrado.
Y con hambre. ¡Jo! Qué hambre tenía.
Rodó sobre su lomo quedándose boca arriba mirando el techo, ojala la luz del sol pudiera comerse, eso sería fantástico. Pero no podía comerse. Ya lo había intentado aquella vez que se quedó atrapado detrás del sofá de la otra casa, la más grande y con menos puertas cerradas, de su amo. Había olfateado el delicioso olor de un trozo de pizza que empezaba a enmohecerse había aprovechado que nadie le miraba y, meneando la cola, se deslizó costosamente en el hueco que había entre el mueble y la pared. La pizza le supo a gloria pero cuando intentó salir se dio cuenta de que estaba atrapado, no podía girarse, no había espacio. Había gemido con impaciencia primero y con pánico después, porque aunque era un perro valiente estar atrapado no le gustaba nada, alguien podría morderle el trasero sin que él pudiera defenderse. Y allí estaba encajonado y con hambre, lo único que había eran los rayos del sol así que mordisqueó el aire y entonces se dio cuenta de que los rayos solares no se podían comer, al menos los perros no podían.
Volvió a rodar y se puso en pie con aquella agilidad perruna suya, saltó a la cama de su amo. Quizá no podía comer, pero no había nada que el impidiera dormir y tal vez durmiendo el hambre se marchaba. Se enroscó sobre la almohada y ocultó el morro entre sus patitas que olían a tierra húmeda y a hierba pisoteada.
Ummm sí, dormir le encantaba.
Estaba a gusto, estaba calentito y muy cómodo, el sueño empezaba a transportarle al nirvana perruno donde todo es posible y entonces un olor inconfundible le hizo abrir los ojos como platos y alzar las orejas.
¡Comida! La maravillosa y apestosa comida que preparaba el ama de su amo, aquella a la que llamaba "mamá" significara lo que significase eso. Pero la comida no venía sola, estaba acompañada de aquel olor profundo y picante de bolsa de deporte, sudor y cosa de esa que hace "fshhhh" y que los humanos se echan bajo las patas delanteras.
Comida y aquel humano con pinta de ser una cama comodísima. Aquel humano que siempre le perseguía gritando y corriendo ¡ah qué divertido que era ese humano! No había nada en el mundo que le gustase más que jugar con ese amigo humano bolsa de deporte y "fshhhh"… puede que le gustase más comer, pero en ese momento el humano le gustaba más.
La puerta hizo ese ruido de "toc-toc" que sonaba casi siempre antes de que se abriera y él se sentó frente a ella meneando la cola con una felicidad que rayaba el éxtasis.
«Entra, entra, entra, entra, entra» pensaba mientras movía su cola con energía, mas el olor a bolsa de deporte se alejó de la puerta dejando el de comida tras de sí. Por un momento se desilusionó pero entonces recordó que él podía abrir la puerta.
Se agazapó balanceando el trasero, calculando la distancia que le separaba de esa palanca mágica que abría la puerta y dio un salto, uno de aquellos tan certeros que sería la envidia de cualquier gato. La puerta se abrió con un "ñieeec", asomó la cabeza y olfateó con delirio la caja que contenía su amado manjar apestoso, por un instante se olvidó de su amigo-bolsa-de-deporte, sólo un instante, hasta que le oyó hablar. Corrió alegremente hacia él y sentó con la lengua colgando por un lado de su boca ¡qué felicidad!
Cuando el humano-bolsa-de-deporte le vio alzó el puño y le habló entonces con aquella gracia perruna echó a correr por el pasillo oyendo los pasos de su amigo gordinflón tras él. Aceleraba y derrapaba, cuando los pasos parecían algo lejanos se detenía mirando hacia atrás y le esperaba meneando su cola con gracia, al hacerlo el humano parecía recuperar su ánimo y volvía a coger velocidad.
Corrió escaleras abajo, salió a los jardines, se movía dando saltitos de felicidad con su amigo pisándole los talones. Su voz era severa pero su energía decía que se lo pasaba tan bien como él ¡qué amigo más fantástico!
Pasó por delante de su amo y sus amigos, el que olía a madera y a él, el que olía a cables y metal, la que olía a flores y la que olía a fresas, les lanzó un ladrido de jovialidad y brincó haciendo una cabriola. Se lo estaba pasando en grande y todo el mundo tenía que saberlo.
Si existía un cielo para perros seguro que estaría lleno de momentos como ese.
Fin

Atractiva


Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3.
Nota previa: como advierte el rating, esta historia es para mayores de edad, hay lemon con un puntillo obsceno. Advertencia hecha, lee bajo tu propia responsabilidad.
Atractiva
Me llamó por teléfono cuando ya estaba en la cama y lo primero que me pidió fue que no le colgara. Me extrañó al principio, pero en seguida comprendí que temiese que lo hiciera, desde que le rescatamos no he sido precisamente la persona más agradable del mundo con él.
William era mi amigo, congeniamos rápido, después empecé a desconfiar de él, le perdimos y hasta ese momento me limitaba a comportarme como una imbécil.
Suelo preguntarme cuál habría sido mi reacción si el poseído por X.A.N.A. hubiese sido Ulrich en vez de William. Me atormenta pensar que habría actuado igual, pero un poco más quejica.
Me centré en lo que me decía. Como mínimo se lo debía después de haber sido una cretina con botas caras. Necesitaba volver a subirse al tren de los estudios, después de seis meses sin pisar Kadic, decir que iba atrasado era quedarse corta. Sentí que se me encogía el estómago. Cretina, mezquina, despreciable, desconsiderada… ni la fusión de todos esos calificativos valdría para definirme.
«Estaré en Kadic a primera hora» le dije porque no había clases pero estaba dispuesta a madrugar cuanto hiciera falta, él me respondió emocionado y sorprendido que me estaría esperando.
Si Ulrich supiera que estoy en el Kadic para ayudar a William… preferiría ni pensarlo, seguro que acabaríamos sacándonos los ojos el uno al otro; afortunadamente era más que probable que siguiese durmiendo acompañado de los ronquidos de Odd y Kiwi.
Una mano firme cerrándose sobre mi hombro me hizo casi saltar hacia delante, me giré despacio topando con la desenfadada y pilla sonrisa de William. Dejé escapar todo el aire de mis pulmones aliviada.
—Pensaba que Jim me había pillado.
—Buenos días a ti también, Yumi.
Reí.
—Buenos días.
William izó las bolsas que cargaba en cada mano con una mirada azul y juguetona.
—He comprado cosas ricas, nada sanas y que engordan para entretener nuestras mandíbulas.
—Estupendo, guarrerías para almorzar.
—Ven. —Me sonrió—. Jim está apostado en la puerta principal, nos escabulliremos por la sala de calderas.
—Pero si da a la entrada principal.
—Hay otro camino —susurró en confidencia—. Lo descubrí por casualidad.
Le miré frunciendo el ceño, yo sólo conocía las escaleras.
—¿Quién es el gamberro oficial del Kadic?
—Vale, vale.
Me guió hasta la otra punta del edificio y abrió la portezuela de la sala de calderas sin esfuerzo, siempre creí que estaba cerrada con llave, al parecer me equivoqué. Me ayudó a bajar los cuatro peldaños estropeados por el paso del tiempo, ya que, la barandilla estaba rota. La habitación estaba sumida en la más absoluta penumbra. William sacó una linterna y la encendió bajo su barbilla iluminando su rostro fantasmagóricamente.
—Soy el asesino del campus y he venido a torturarte —pronunció con voz siniestra.
—Uy sí que miedo —repliqué riendo y golpeándole el hombro—, idiota.
Me sentí bien, después de tanto tiempo volvía a sentirme cómoda con él, de nuevo era todo fácil y sencillo. Me alegré porque cuando William llegó fue como el aire fresco que hacía tiempo que me faltaba. El aire que no sabía que necesitaba hasta que llegó. Y ahí estaba.
Era todo como antes.
William rió también, sujetándome la mano me guió por aquel espacio de la sala de calderas desconocido para mí. Abrió una puerta metálica que resultó ser la que daba al pasillo de los lavabos que había junto a la escalera de incendios. Unos pasos más y ya estábamos a punto para subir los dos tramos de escaleras interiores para llegar a su habitación.
El pasillo desierto y silencioso, sujetamos la puerta de vaivén y la cerramos lentamente para evitar aquel roce en sordina que las escaleras siempre ampliaba.
Jim no nos había pillado. Nos colamos en la habitación y aguantamos la respiración un instante como temiendo que el grandullón apareciese, pero no ocurrió. William echó la llave para impedir que nadie abriera la puerta.
—¿Por dónde empezamos? —me preguntó relajado dirigiéndose a la mesa.
—¿Qué es lo que peor llevas?
—Ciencias, definitivamente.
Asentí.
—Pues ciencias.
Desperdigamos los libros y apuntes por el escritorio junto con cosas para picar y nos sumergimos en el apasionante mundo de las bacterias. Fue divertido descubrir los trucos mnemotécnicos de William, las frases totas que formaba para recordar propiedades, elementos y demás detalles asociados. Ahora comprendía aquellas frases sin sentido que le oía decir a veces durante los minutos previos a un examen.
Acordamos una pausa. Me estiré en la silla, se me había cargado la espalda de estar medio de lado para comentar los apuntes. Mis rodillas tocaron algo grueso bajo el escritorio, metí la mano y tanteé era algo pegado con cinta adhesiva.
—No… —empezó a decir, pero ya era tarde.
Mi dedo se había enredado en algo elástico y lo que había pegado derramó su contenido por el suelo. Comprendí entonces que era una carpeta miré lo que había caído. Revistas porno.
Creí haberme levantado de golpe pero seguía sentada en la silla e inmóvil, con la mano a medio camino de una de las revista. Desde la portada una joven oriental me miraba con picardía mientras se tapaba los voluminosos pechos con el brazo tratando de parecer inocente.
—Yo… —siseó William con la cara roja—. Bueno, joder, soy un adolescente. No es para tanto.
No. No lo era. Quizá el hecho de que la chica de la portada fuese asiática era lo que me había impactado más, lo que no me dejaba reaccionar y me tenía allí jugando a las estatuas.
William suspiró y las recogió.
—Jim nunca mira ahí debajo, así que pensé que sería un buen lugar. No contaba con que dieras con ellas de esta manera.
Me reí, no sé porqué pero me reí como si lo que acabase de ocurrir formase parte de un show cómico. Él se relajó y también rió.
—¿Te gusta? —le pregunté.
—¿El qué?
—La chica de la portada.
—No está mal —contestó devolviéndola a su escondite—. Es guapa, pero tiene demasiado pecho para mi gusto. No me parece demasiado atractiva.
—¿De verdad?
—De verdad.
¿Qué clase de conversación era esa? No tenía ni idea de por qué estaba preguntándole aquellas cosas.
—¿Y yo?
—¿Y tú qué?
—¿Te parezco atractiva?
Tragó saliva y me miró con cautela. Qué demonios pasaba conmigo y a dónde quería ir a parar con todas aquellas preguntas imbéciles.
—¿Me lo estás preguntando en serio?
Asentí.
—Lo eres. Mucho. De verdad.
Sonreí y le planté un casto beso en los labios, apenas fue un roce, pero me hizo sentir bien, tal vez demasiado bien.
—Ep, no creo que quieras seguir por ahí —me soltó echándose hacia atrás.
Pero si quería. Y en algún punto de mi interior una vocecilla se reía de mí porque siempre lo había querido. Tenía algo que me atraía demasiado como para no quererlo. Desde el principio. Desde que cruzó la puerta de la clase. Desde antes de descubrir que con él todo era fácil.
Reconocerlo me alivió y no pude evitar llorar. Me había quitado un peso de encima.
William se inclinó hacia adelante y secó mis lágrimas con sus dedos suavemente. Mis manos se acomodaron en sus mejillas cerré los ojos mientras le besaba.
—No es tan terrible como para que llores, Yumi —susurró recuperando el aliento.
Le dediqué una sonrisa llorosa, era obvio que no entendía por qué estaba llorando, no iba a decírselo, al menos no con palabras.
Inspiré hondo llenándome de valor.
Me quité la camiseta lentamente con las mejillas ardiendo, él me miró con los ojos abiertos por la sorpresa, noté como luchaba contra sus impulsos y permanecía quieto, a la espera. Llevé las manos al cierre de mi sujetador y lo desabroché dejándolo caer al suelo. En un acto reflejo cubrí mis pechos desnudos con el antebrazo, entonces recordé a la chica de la revista y lo bajé dejándolos al descubierto de nuevo.
Finalmente, tras lo que me pareció una eternidad, se movió cubriendo mi boca con la suya apasionadamente. Sus labios ahogaron el gemido que nació en mi garganta cuando sus grandes manos acariciaron mis pechos, atrapando mis pezones entre sus dedos ejerciendo una ligera presión sobre ellos. Mi espalda se arqueó fuera de mi control, del mismo modo que el resto de mi cuerpo que no respondía a mis órdenes.
William me tendió sobre el frío suelo de terrazo, aquel contacto gélido bajo mi piel ardiente me hizo estremecer con una sensación extrañamente placentera. Abandonó mis labios cubriendo de besos el largo camino de mi cuello y clavículas, para después resbalar a lo largo de todo mi torso. Su lengua húmeda dibujó mi ombligo y ascendió lentamente hasta mi canalillo.
Me mordí el labio inferior cuando se desvió a uno de mis senos y lo dibujó con esmero con la punta de la lengua, mientras una de sus manos acariciaba mi cintura y la otra se entretenía con mi otro pecho. Tuve que taparme la boca con ambas manos para ahogar los múltiples gemidos de placer que querían huir de su prisión y también para no suplicarle que se deshiciera mi maldito vaquero y de las molestas bragas.
Mi cadera se arqueaba bajo su cuerpo frotando mi intimidad contra su pierna flexionada.
—Despacio —susurró casi sin voz—. No tengas prisa.
Le miré con cautela mientras se quitaba la camiseta roja mostrando su cuidada musculatura. Estiré mi brazo y él se acercó dejándome acariciarle tanto como quise, primero con las manos, después con la punta de los dedos, la uñas y finalmente con mis labios y lengua. Su cuerpo, tan caliente como el mío, se estremeció y sus brazos rodearon mi cintura en un abrazo necesitado. Sentí su dureza en mi cadera y moví la mano dispuesta a aliviar la tensión de su pantalón, pero él la tomó, la llevó a sus labios y me besó en la muñeca.
Volvió a tenderme en el suelo y con parsimonia desabrochó los cuatro botones de mi vaquero, me acarició los muslos sobre la gruesa tela besando mi ombligo. Deslizó las manos por mi trasero obligándome así a separarlo del pavimento, tiró del pantalón con suavidad y yo mordí el lóbulo de su oreja esperando y deseando que me los quitase de una vez y que ahogase aquella llameante necesidad que surgía en algún punto de mi interior y que me consumía sin piedad. Pero no lo hizo. Apenas hizo hueco para poder meter su mano dentro del ceñido tejano y moverla para acariciarme, esta vez sobre la delgada tela de las braguitas.
Los dedos de William recorrieron mis ingles y dieron un certero tirón de mi ropa interior desvelando una porción de piel mayor para explorar. Se recreó jugando con aquella parte de mi cuerpo sin acabar de eliminar la barrera de tela. Me sentía arrollada, como si me hubiese engullido un tornado y no pudiese moverme a voluntad, porque mi cuerpo reaccionaba solo y suplicaba sin palabras una y otra vez que no se detuviera, que siguiese adelante.
La mano de William salió del interior de mis pantalones y cerró ambas en torno a la cinturilla, yo alcé el cuerpo y, él, finalmente, lo hizo resbalar por mis piernas quitándomelos sin dejar de mirarme. Sujetó mi pie derecho y besó toda mi pierna, desde la ingle hasta el tobillo bajando despacio el calcetín y repitió la misma operación con la otra.
Jadeé. William me sonrió y por un momento creí que me daría lo que deseaba en ese instante, que se desharía de su ropa y de lo que quedaba de mía, pero no lo hizo. Su mano regresó para torturarme acariciándome sobre la tela de las bragas y su boca lo hizo con mis pechos.
Quería gritar, dejar salir todos y cada uno de los gemidos que me ardían en la garganta. La habitación contigua estaba vacía y la otra pared daba a la escalera de incendios, pero no era garantía de que nadie fuese a escucharme. Si Jim nos pillaba nos expulsarían a ambos de por vida.
Suspiró lanzando su ardiente aliento sobre mi estómago. Me mordí el pulgar para acallarme. Quería gritar, pero no debía hacerlo.
Tiró de mis bragas un poco hacia abajo con un dedo rozándome lo justo para hacerme pensar que si no dejaba de torturarme pronto acabaría por matarme.
—¿Tienes miedo? —preguntó en un jadeo.
Negué con la cabeza y él sonrió.
—Estoy a tiempo de parar, ¿quieres que pare?
Volví a negar. Si decidía pararse iba a matarle. Sin más.
Puso su dedo índice en mi barbilla y fue bajando muy lentamente entre mis pechos, por mi estómago, mi vientre y un poco más, allí donde antes hubo tela ahora no había nada. Suspiré y entonces volvió a moverse. Sus dedos me acariciaron, el sonido húmedo que provocaron me hizo taparme la cara, me dio una vergüenza mortal.
William hizo caso omiso de ese gesto y continuó con las caricias, sólo eso nada más. Sin presión. Sin forzar. Mi vergüenza se fue diluyendo en gemidos ahogados contra las palmas de mis manos.
Se inclinó sobre mí y me besó, lento al principio con desesperación luego; su mano que había permanecido quieta mientras nuestras lenguas jugueteaban volvió a moverse, esta vez sus dedos se deslizaron dentro de mí con facilidad repitiendo aquel sonido húmedo. Arqueé la espalda y ahogué un hondo gemido en sus labios.
¡Me iba a volver loca! Aquel movimiento suave y delicado, lento pero intenso… no me bastaba.
—Más —gemí aquella única palabra. La única que logré articular de la frase «Quiero más».
Pareció entenderme, se desabrochó los pantalones de un tirón y los empujó hacia abajo con mi ayuda junto con los calzoncillos y se los acabó de quitar a patadas. Se deshizo de los calcetines adoptando una posición de lo más extraña que me hizo reír. Estiró el brazo y sacó un condón del cajón que se puso rápido poniendo en evidencia que no era la primera vez que hacía aquello a diferencia de mí.
Cuando se colocó sobre mí me miró fijamente a los ojos esperando por si me echaba atrás, pero no iba a hacerlo. Moví mis caderas ofreciéndole libertad para seguir y lo hizo.
Sentí la presión y una leve punzada, pero no dolor. Se deslizó con suavidad y fue moviéndose lentamente sin dejar de mirarme a los ojos en busca de miedo o algún síntoma de dolor.
Me abracé a su cuello y me moví acelerando el ritmo, obligándole a acelerar también. Nos besamos sincronizando nuestros movimientos y silenciando nuestros gemidos en la boca del otro hasta que acabamos.
Permanecimos estirados en aquel suelo frío de terrazo respirando agitadamente con las manos entrelazadas.
Definitivamente debería haberlo hecho antes.
Fin