miércoles, 25 de agosto de 2010

ADQST 08.- Incursión



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Incursión

Jérémie había bajado al sótano con Yumi, la había invitado a sentarse en una de las sillas. Ella le clavaba la mirada, impacientándose, por el silencio que mantenía su amigo.

—Pensaba que querías hablar. —Suspiró.

—Busco el modo de hacerlo.

—Vamos —le apremió.

—Tuve la oportunidad de impedirlo, pero no lo hice.

Yumi parpadeó incrédula, convencida de que no le estaba comprendiendo, de que había algo que no había entendido correctamente.

—¿Qué? —La voz le salió chillona.

—Cuando X.A.N.A. se valía de Aelita para destruir Lyoko, busqué un modo de librarla de su control. —Yumi asintió, recordaba el tema de la posesión—. Lo único que funcionaba era desvirtualizarla, pero no sabíamos que pasaría si se activara la materialización desde el superordenador.

—Ajá… ¿qué tiene eso que ver con William?

Jérémie esbozó una sonrisa triste.

—Descubrí que el materializarla desde el superordenador y hacerlo con vuestras armas tenía el mismo resultado. —Yumi se echó hacia atrás en la silla y él supo que le había entendido—. Pude desvirtualizar a William cuando X.A.N.A. se hizo con él.

—¿Por qué no lo hiciste? —Aturdida se llevó la mano a la frente.

—No sé como explicarlo —dijo suspirando—. No lo pensé. Todo lo que quería era proteger a Aelita, y William era una amenaza. Entonces… hubo un momento en que quise hacerlo, pero no lo hice porque… no lo sé. Creí que eso de algún modo ayudaría a Ulrich. Entonces eliminó a Aelita, dimos con Franz Hopper y ejecutamos el programa para recuperarle y dejé de pensar en William. Pensé que le recuperaríamos, pero no fue así. X.A.N.A. se lo quedó.

—¿Ayudar a Ulrich?

—Ayudarle contigo. Por que siempre estaba tenso cuando William se acercaba.

Yumi se puso de pie y sus ojos chisporrotearon de pura rabia, apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas.

—¿Es qué eres idiota? Cuando aquello pasó, ¡yo ni siquiera confiaba en William! No lo quería en el grupo, es qué no te acuerdas…

—Soy consciente ahora, pero pensé que no era algo malo…

—Jérémie… ¿eres consciente de lo que estás diciendo?

—Sí. Y lo siento. ¿Podrás perdonarme?

Negó con la cabeza y su melena azabache se agitó.

—No es conmigo con quien tienes que disculparte. —Caminó hasta las escaleras—. Necesito pensar…

—Me disculparé con tu novio —dijo pensando en lo que le había contado Aelita.

—Si te refieres a William, déjame decirte que es sólo un buen amigo. Nada más.

—¿Se lo has dicho a Ulrich?

Puso los ojos en blanco y se giró a mirarle. Si lo que quería era que le rompiese la nariz de un puñetazo iba por buen camino.

—¿Y tú? ¿Le has dicho a Aelita que Kiwi te robó una vez los calzoncillos y los dejó la mitad del campus?

—No… no es lo mismo —replicó sonrojado.

—Sí que lo es. No tengo que darle explicaciones a nadie.

Subió las escaleras como un cohete y se encerró en la habitación. Tenía mucho en lo que pensar. Tanto en lo que había sentido y su manera de actuar tras el ataque de X.A.N.A., como en lo que acababa de contarle Jérémie.

Siempre había sabido que ser sólo su amiga era complicado pero que podía sobrellevarlo con esfuerzo, del mismo modo que sabía que sin él no podría tirar adelante. Se había asustado mucho, quizás demasiado. Tal vez por ello no se había calmado hasta ver con sus propios ojos que estaba bien. Se había comportado como una loca histérica, no le pegaba nada.

Las palabras de Kento habían sido como un golpe, eran verdaderas y eso le daba miedo. "Dile que le amas, si no te espabilas encontrará a otra que sí que quiera jugar"… Comprendía lo que implicaba ese "jugar". No se había dado cuenta de que era tan transparente en ese sentido, la había calado con una conversación de diez minutos, ya que la llamada la había olvidado con la vuelta al pasado, y un combate de kenpô. Estaba impresionada.

Jérémie… le había cabreado. Pero eso de hacer cosas estúpidas no iba con él. Por más que pensó no logró sacar nada en claro, estaba demasiado enfadada para razonar.

Suspiró y se tumbó boca arriba en la cama con el ceño fruncido. Cogió el "diario de William" y lo abrió por la última página que había leído.

Mes dos día veintiséis
Hoy sólo puedo pensar en una cosa: Aelita. Es su cumpleaños, su día preferido del año. Si cierro los ojos puedo verla jugar en el jardín nevado, con su vestido granate, sus botas para la nieve y su abrigo preferido. También puedo ver a Franz tocando el piano en la sala, con ritmo tranquilo y seguro, la suave melodía inundando la casa, acariciando mis oídos y mi corazón, llenándolo todo.

Se detuvo parpadeando varias veces. Había habido un cambio notorio en el modo de escribir, había perdido la distancia. Cuando había descrito los sectores de Lyoko escribía en primera persona "mi sector favorito", "lo que menos me gusta"… al llegar a la parte sobre Waldo Schaeffer y Aelita todo se había vuelto impersonal "la pequeña Aelita", "el barbudo Waldo", en cambio, ahora decía "si cierro los ojos". Era alguien que había estado allí, pero no sólo eso, era una persona cercana.

Había algo más… pero aún no sabía que era.

Continuó leyendo con la esperanza de dar con el sentido de aquella extraña corazonada.

A las afueras de la villa, en una coqueta casa de dos plantas y amplio jardín, se cernía una riña de narices y Ulrich trataba de aguantar el chaparrón. Su padre le gritaba a él y su madre a su padre. Un día más en el seno de la familia Stern. Realmente le sorprendía que todo siguiese exactamente igual, eso le recordaba por que llevaba años sin ir a visitarles y llamando sólo a su madre.

Acabó hartándose a las dos horas. Se levantó a medio chillido de Axel Stern, besó la mejilla de Lena Stern y se marchó, sin preocuparse de recoger su chaqueta. Salió con un estruendoso portazo que seguramente habría tirado al suelo algunos marcos con fotos de una falsa familia feliz.

Se preguntó mil veces por qué. ¿Por qué no podía ser todo como cuando tenía cinco años y su padre estaba de buen humor? Menuda suerte tenía. Se frotó los brazos para entrar en calor, la brisa nocturna de abril era fría y él sólo llevaba una fina camiseta de algodón. Pese a ello decidió que era mejor caminar de vuelta a L'Hermitage que coger el autobús. Eso le daría tiempo para calmarse.

Miró el reloj antes de entrar, debían estar durmiendo todos, así se ahorraría las explicaciones. Giró la llave en la cerradura y empujó la puerta con suavidad, casi sin hacer ruido. Le sorprendió ver luz en el salón.

—Hola. —La voz de Yumi le llegó en un susurro.

—Ey… —murmuró entrando.

—¿Cómo ha ido?

Ulrich emitió un gruñido y se sentó a su lado en el sofá, deslizándose hábilmente hasta apoyar su cabeza en el hombro de ella. Se tensó con el gesto como si le hubieran soltado una descarga, tragó saliva y respiró pausadamente, sus músculos se relajaron; por norma general cualquiera que invadiese su espacio personal le molestaba y lo apartaba sin más, pero con él era diferente. Acarició la mejilla de Ulrich, estaba helado.

—Nada ha cambiado —farfulló.

—Lo lamento.

—Está cabreado por que rechacé jugar en el Verein für Bewegungsspiele Stuttgart.

—¿El qué?

Ulrich emitió una risa cansina incorporándose.

—El equipo de futbol de Stuttgart. —Señaló el libro que tenía sobre el regazo—. ¿Algo nuevo?

—Hablaré con Aelita. Pero antes acabaré de leerlo. —Ulrich la miró interrogante—. Si hay algo… grave, prefiero estar prevenida para saber como planteárselo.

—Me parece una idea excelente. —Ambos sonrieron—. Tengo una idea mejor.

—¿Y cuál es?

—Irnos a dormir.

Tomó el librillo y la cogió en brazos entre risas, subió con ella las escaleras y la soltó cuidadosamente frente a su puerta, le entregó el diario y le dio un beso de buenas noches en la frente. Estar con Yumi casi siempre le devolvía el buen humor.

El sol brillaba alto en el cielo cuando Jérémie cerró, satisfecho, el viejo portátil que usaba en Kadic para enlazar con Lyoko. Se frotó los ojos y se desperezó. Llevaba toda la noche trabajando y había merecido la pena. Ahora era más mayor y también más inteligente, era más eficiente con todo lo que tenía que ver con Lyoko. Se lo iba a poner muy difícil a X.A.N.A.

A través de la ventana entreabierta oía a sus amigos reír en el jardín, con alguna de las historias de Odd. A pesar del paso de los años las cosas no habían cambiado tanto, era algo tranquilizador, el lazo de Lyoko les había unido lo suficiente como para afrontar cualquier problema y seguir unidos. Y Sissi había resultado no ser tan molesta e insoportable como él la recordaba, tal vez era la influencia de Odd, tal vez el no sentirse sola. Fuera lo que fuera se había ganado su confianza.

Cogió un folio en blanco de la bandeja de la impresora y escribió varias cosas con su caligrafía cursiva y alargada, lo plegó cuidadosamente y lo guardó en el bolsillo de su camisa azul, y por último tomó el portátil nuevo. Bajó las escaleras, depositó el ordenador en la mesita frente al sofá y dispuso seis sillas frente a ella. Una vez hecho abrió la puerta acristalada que conectaba la cocina con el jardín y caminó hasta a sus amigos.

—Chicos, venid —pidió con una sonrisa—. Tengo que enseñaros algo.

El grupo le siguió al interior de la vivienda con aire expectante. El portátil de Jérémie estaba sobre la mesita, las sillas estaban dispuestas para que todos viesen bien. Odd, Ulrich, Aelita, Yumi y William tomaron asiento, Jérémie indicó a Sissi que se sentase también.

—Como bien recordáis el Skid fue destruido y era una herramienta imprescindible para trasladarnos a las replikas —dijo con aquel tono de sabelotodo tan característico—. William, dijiste que seguramente X.A.N.A. estaría atacando lejos de nosotros para evitar las vueltas al pasado. —Asintió con prudencia—. Le he estado dando vueltas… la posibilidad de que aparezcan nuevos superordenadores es muy alta, así que he reactivado los programas que usábamos.

Pulsó varias teclas a un ritmo frenético y sonrió satisfecho cuando se abrió la pantalla del escáner de replikas. En la pantalla parpadeó un punto rojo dentro del mar digital.

—Una replika. —Sonrió ante el horror de sus amigos—. X.A.N.A. vuelve a la carga.

—Mira Einstein, esto es tan raro como yo sacando matrículas de honor en el Kadic —farfulló Odd—. Dices que hay una replika, que X.A.N.A. vuelve a las andadas y estás aquí tan campante.

—Es que he logrado recuperar el Skid. —Se dio un golpecito en el pecho—. Y además he mejorado el programa para enviaros a las cercanías del superordenador, así X.A.N.A. no podrá interferir.

—Esa es una buena noticia —dijo Aelita echándose hacia delante para coger el portátil—. ¿Cuándo podremos destruirla?

Jérémie se puso en pie de un salto con una alegría inusitada.

—¿Qué os parece ahora mismo?

—¡Genial! —exclamó Odd.

—Me parece precipitado —protestó Yumi.

—¡No fastidies! ¡Tú no, Yumi! —Odd pareció deshincharse de golpe—. ¿Por qué me quitas la diversión?

—Haremos algunas pruebas… —Suspiró el genio—. Cuanto antes… lo destruyamos más seguros estaremos y…

William le revolvió el pelo a Yumi, con un gesto que la cabreaba y gustaba a partes iguales.

—¿A dónde ha ido tu espíritu aventurero?

—Está bien.

—¿Voy con vosotros? —preguntó Sissi.

—No, tengo una misión especial para ti. —Jérémie le tendió el papel bien doblado—. Eres la persona idónea para hacerlo.

Sissi enarcó una ceja al leerlo, se mordió la lengua para no protestar, menos era nada, al menos esa vez no quedaba al margen.

Los chicos usaron el túnel secreto que se escondía en L'Hermitage para llegar hasta la fábrica, Jérémie iba a la cabeza, sonriente, con su patinete y el resto como si fuese una procesión le seguían por las alcantarillas. El edificio ruinoso amplificaba el sonido de sus pasos, la puerta del ascensor cerrándose resonó como el rugido de una bestia mecánica. Jérémie se quedó en la sala del ordenador, donde la luz se encendió automáticamente al entrar, al sentarse la silla, esta se desplazó hasta quedar frente a las pantallas y el teclado.

—¿Preparados? —preguntó viendo a sus compañeros en la sala de los escáneres a través de las cámaras de seguridad—. Transmitir Ulrich, transmitir Aelita, transmitir Yumi. Escanear Ulrich, escanear Aelita, escanear Yumi. ¡Virtualización!

El bosque les acogió entre sus altos árboles de copas invisibles, vegetación irregular, grandes rocas, lagos y estrechos corredores. Odd y William se virtualizaron delante de ellos.

Se miraron entre ellos notando los evidentes cambios.

—¿Qué le ha pasado a nuestra ropa? —William expresó en voz alta la pregunta que estaba en la mente de todos.

Aelita llevaba una camisola rosa con ribetes color blanco verticalmente en el pecho, en los márgenes de las mangas, el cuello y la parte baja, ceñida a su cintura con una tira ancha de tela color chocolate anudada con una lazada. En su espalda, dibujadas sobre la tela, las alas de aspecto esponjoso se abrían. Un pantalón corto holgado también rosa hasta medio muslo, rematado en blanco. Sus piernas cubiertas con unas calzas color crema y unos elegantes botines rosa cerrados con cordones marrones. Desde la muñeca hasta un poco por encima del codo, unos manguitos a juego con las calzas decorados con estrellas, pulseras y el falso reloj que escondía sus alas.

El aspecto felino de Odd permanecía intacto. Las orejas de gato de color lila sobresalían entre su pelo rubio de peinado imposible. Su cuerpo estaba cubierto por un traje completo y ceñido de color fucsia, sobre el que llevaba un chaleco holgado morado, cerrado desde el cuello hasta la mitad del pecho, con una ancha cremallera amarilla cuyo tirador era una chapa con la imagen de Kiwi. Los guantes con garras eran anchos y macizos, llegaban hasta el codo rematados con lo que simulaba ser pelo de gato, suave y esponjoso. Un pantalón tipo pirata, también morado, cubría sus piernas. Y los botines bajos presentaban la misma peculiaridad que los guantes. Su cola se agitaba con gracia a su espalda al ritmo de sus pensamientos.

William había pasado del look cibernético a uno más punk. Una ajustada camiseta blanca sin mangas y rasgada cubría su torso, algunos imperdibles parecían mantener la integridad de la pieza. Los guantes negros que simulaban cuero llegaban hasta sus codos, seis correas los mantenían sujetos, en el dorso de las manos sobresalía una protección metálica con varios pinchos plateados decorándolas. Los pantalones azul oscuro lucían cremalleras horizontales y verticales sobre los muslos y tres cinturones rodeaban sus rodillas. Las botas altas tipo corsario cubrían los bajos del pantalón hasta la mitad de sus pantorrillas.

Ulrich recuperaba su aspecto de feroz samurai, con un kimono anaranjado corto hasta media pierna y sin mangas; abierto sobre el pecho dejando ver, la versión virtual, de sus musculosos pectorales y un vendaje blanco desde la cintura hasta las costillas. Sobre la tela del kimono las olas golpeaban las rocas de un barranco, en su espalda la máscara de hannya sonreía burlonamente. El fino obi verde mantenía bien sujeto el kimono y de él pendían dos wakizashi. Llevaba unos pantalones a medio camino entre un hakama y uno occidental de color marrón oscuro, en cuyo tramo inferior, desde la mitad de la pantorrilla, se enredaban las cintas de sujeción de las waraji, sobre estas sus pies cubiertos por los tabi. Sus brazos cubiertos por unos altos guantes negros en los que dos dragones dorados surcaban el cielo sobre el mar.

Yumi volvía a lucir un kimono negro y rojo con sakuras y koi estampados. Las mangas largas y anchas caían con gracia sobre sus muñecas rematadas por largas cintas rojas y negras, tapando el inicio de unos guantes negros sin dedos en los que dos dragones plateados volaban entre montañas. El obi amarillo se ceñía a su estrecha cintura adornado con un obijime rojo del que prendía una sakura tallada en madera. El kimono se abría a ambos lados muriendo a mitad de sus muslos, dejando sus piernas, cubiertas por los leotardos rojos, completamente al descubierto. Sus botas negras eran desiguales, la izquierda llegaba por encima de la rodilla y la derecha quedaba por debajo de esta, ambas estaban ceñidas a sus tobillos por un cordón rojo sangre. Su pelo largo quedaba recogido por palillos en su nuca y dos mechones largos y lisos caían enmarcando su rostro maquillado con blanco mate, rubor rosado y carmín en los labios.

Odd sonrió, Ulrich y Yumi iban más a conjunto que nunca.

—He hecho algunos cambios a vuestros atuendos, creo que las mallas ya no están de moda.

—¿Pasadas de moda? —Odd se rió con ganas—. Me gusta lo del cambio, así Ulrich no se distraerá.

—¿De qué hablas? —gruñó— ¿Con qué se supone que me distraigo?

—¿De verdad quieres que lo diga en voz alta, amigo?

El samurai agitó la mano silenciando a Odd, no era una buena idea que dijera lo que le estaba pasando por la cabeza, por más que fuese cierto.

—Id hasta el final del sector, al norte.

—Podrías habernos virtualizado directamente en el sector cinco, ¿no? —dijo Odd corriendo.

—No vais al sector cinco.

Llegaron al final de la plataforma donde se alzaba la última torre del bosque, su aura era verde en vez de azul. La controlaba Jérémie.

—¿Estáis listos? —dijo tecleando—. Ahí va. Cargando Skidbladnir.

El imponente submarino virtual apareció anclado a la torre verde. Una suave brisa les levantó del suelo y en un instante estaban instalados dentro de la nave. Aelita soltó las amarras y el Skid se sumergió en el mar digital para adentrarse en la red. Aquel aspecto de ciudad submarina, la atmósfera mágica que desprendía parecía sacada de una película de ciencia ficción.

—Os mando las coordenadas —pronunció Jérémie—. No hay ni rastro de X.A.N.A.

—¿Estará echando la siesta?

—No creo que nos esperase tan pronto, Odd.

X.A.N.A. le observó con precaución surcando la red, iban derechos a su copia de Lyoko. ¿Cómo podía, Jérémie, considerarle tan poco inteligente? X.A.N.A. siempre aprendía algo de sus ataques y por supuesto había reforzado su ejército. Les permitió la entrada, les dejó anclar el Skid y vio, con satisfacción, como desembarcaban.

Jérémie respiró aliviado, todo iba como una seda, aunque le preocupaba que su enemigo no hubiese lanzado ningún ataque, ni en Lyoko ni en la red, debía confiar en su teoría de que no les esperaba. Se trataba de una réplica del sector de las montañas con todos sus detalles. El Skid quedó bien anclado a la torre recién controlada por Jérémie y los muchachos desembarcaron. Odd se desperezó e hizo varios estiramientos.

—Bien chicos, escuchadme atentamente. A parte de vuestros atuendos he ampliado el tiempo que podéis usar vuestras habilidades, la telequinesia, la triplicación y tus alas, Aelita —explicó con voz firme—. Odd también he recuperado tus visiones y os he añadido algunas habilidades nuevas —dijo Jérémie satisfecho—. Menos a ti, William…

—Podrías dar al menos una excusa, ¿no?

—No es que no quiera… es que no puedo acceder a tu código virtual.

—¿X.A.N.A.? —preguntó Aelita.

—Es lo más probable —admitió—. ¡Oh, no! Hablando de X.A.N.A., se os acercan dos bloques y… ¿Qué es eso?

Desplegaron sus armas sin necesidad de más explicaciones, dentro del peligroso mundo virtual tenían que funcionar como los engranajes de una máquina perfectamente engrasada. Proteger a Aelita, hallar la torre activada, si la había, evitar por todos los medios caer al mar digital y destruir a todos los monstruos de X.A.N.A.

—¡Flechas láser! —exclamó lanzando una ráfaga de cuatro flechas contra los bloques eliminando a uno sin problemas— ¡Toma ya!

—¡Bola de energía!

El segundo bloque estalló. La oposición de X.A.N.A. era muy débil ¿por qué? William, Ulrich y Yumi permanecían atentos a la otra amenaza que había mencionado Jérémie pero no se veía nada.

—¡William detrás de ti! —gritó desde la fábrica.

—¿Qué…?

Un potente láser impactó en su pecho lanzándole contra una roca a varios metros de distancia.

—¡Díos mío! Has perdido ochenta puntos con un solo impacto. ¿Qué es eso?

—Una serpiente feísima —contestó Ulrich esquivando al monstruo.

—¡Eso ha dolido! —chilló William levantándole a trompicones.

El monstruo, una serpiente azul con el vientre blanco, reptaba veloz sobre el terreno rocoso del sector de las montañas. Sus fauces abiertas se dirigían imparables hacia las piernas de Aelita, Odd, sin pararse a pensar demasiado, se interpuso recibiendo un mordisco en la pierna derecha.

—¡Oh, no, Odd! Estás perdiendo puntos a toda velocidad.

Ulrich saltó hacia delante y atravesó el vientre del reptil con una de sus katanas, pero el monstruo pareció no inmutarse, entonces Yumi lanzó uno de sus abanicos rajando el símbolo de X.A.N.A. en su cabeza. Abrió la boca soltando la pierna de Odd, se tambaleó y estalló.

—¡Duele, duele, duele, duele! —gimoteó el rubio sujetándose la pierna.

—No puede doleros, sois avatares virtuales, no tenéis sistema nervioso.

—¡Pues duele que no veas!

—¿Quieres venir y comprobar si duele? —preguntó William ganando un gesto de aprobación de Odd.

—Ah… Ulrich, Yumi y William os trasladaré a la ubicación del superordenador. —Tecleó y se subió las gafas—. Odd, tú protege a Aelita.

Los tres se desvanecieron de la réplica de Lyoko y aparecieron al borde de un precipicio, el mar azotaba las rocas con fuerza bajo sus pies y la espesa vegetación los envolvía como una manta verde. Era un lugar peculiar. Había una valla metálica que parecía cortar el acceso a alguna fábrica o recinto militar.

—¿Dónde estamos? —preguntó Ulrich analizando su entorno.

—En la Cochinchina —respondió Jérémie.

—Basta con que digas que no tienes ni idea. —Se rió William.

—¿Estamos en Vietnam? —Yumi miró a su alrededor emocionada.

—Exactamente, Yumi. Me alegro de que al menos tú estudiases en el Kadic —dijo con humor.

Se puso tensa, y eso no les pasó desapercibido a ninguno de sus dos compañeros, se encogieron de hombros.

—Lo estudié en Kyoto —farfulló.

William silbó rascándose la nuca.

—No estás de humor, ¿eh?

—Cállate William.

—¿Hacia adonde tenemos que ir? —preguntó Ulrich por cambiar de tema y relajar la tensión.

Jérémie tecleó con suavidad mientras los chicos analizaban las cercanías.

—Al este, por el puente.

—Oh no…

Ulrich sintió que de haber podido habría palidecido como la cera, al ver el puente de cuerda, a unos treinta metros de altura, que parecía a punto de caer.

—¿Aún tienes vértigo? —preguntó William sin rastro de burla en su voz.

—No mires abajo —dijo Jérémie—. Vamos Ulrich, si te caes no te pasará nada.

—Eso no me ayuda.

—Respira hondo y relájate. —La voz dulce de Yumi atrapó su atención.

—No es por presionaros… pero el tiempo corre.

—¿Le dejamos aquí? —William puso los brazos en jarra.

—Will ve delante —dijo Yumi, él se encogió de hombros e inició su travesía hasta el otro lado—. Ulrich, mírame. —Obedeció, ella le cogió ambas manos y comenzó a caminar hacia atrás arrastrándole consigo—. Dime… ¿por qué elegiste las artes marciales antes que el futbol? Eras muy bueno.

—No quería irme de aquí —susurró inmerso en su mirada.

—¿Por algún motivo concreto?

—Creí que…

—Mírame —ordenó al ver que estaba a punto de bajar la vista.

—Esperaba que volvieras. —Se habría sonrojado de no haber sido un polimorfo.

Ulrich apretó con más fuerza sus manos consciente de lo que estaba diciendo.

—Que te lo pensases mejor y regresaras…

—¿Por eso has estado cinco años sin llamarme ni mandarme un mensaje?

—Quise… quise hacerlo pero no sabía que decir.

—Podrías haber dicho algo de lo que… pasó en el aeropuerto. Esperé que lo hicieras —dijo avergonzada con sinceridad. Le soltó las manos y caminó normal—. Ya hemos llegado al otro lado.

William les esperaba unos metros más adelante, apoyado en un árbol retorcido, fruncía el ceño; ahí estaba otra vez la extraña intimidad entre Ulrich y Yumi, en la que una simple mirada se convertía en toda una declaración de intenciones.

—También podrías haberlo hecho tú —replicó el samurai.

—Pensé que había metido la pata.

—¡Eh! —William invocó su espada que apareció en su mano derecha—. Hay prisa, ¿recordáis?

Continuará

Nota: La Cochinchina existe aunque su nombre suene ridículo, buscadla en un atlas si no me creéis, está en la zona meridional de Vietnam, justo al sur de Camboya, en el delta del Mekong.
Aclaraciones:

Hakama: pantalón largo con pliegues, cinco en la parte delantera y dos en la trasera, en la época medieval lo usaban los nobles y los samurai, a partir del periodo Edo (1603-1868) su uso se extendió también a las mujeres.
Hannya: en el folclore japonés el Hannya es un demonio surgido de los celos desatados de una mujer.
Koi: es un tipo de carpa de estanque japonesa.
Mes dos día veintiséis: es el equivalente al día 23 de febrero; he mantenido el formato japonés ya que, el diario está escrito en este idioma. "Nigatsu ni jû roku nichi": nigatsu= ni: dos, gatsu: mes; ni jû roku: veintiséis, nichi: día.
Obi: faja que mantiene sujeto el kimono, el obi femenino es ancho, desde debajo del pecho hasta la cadera; el masculino es estrecho, como el cinturón de los kimono de artes marciales.
Obijime: cordón decorativo que se emplea principalmente para mantener bien firme el nudo del obi, acostumbra a ser de colores vivos.
Sakura: flor del cerezo japonés.
Tabi: calcetín para llevar con las geta u okobo, se caracterizan por mantener el dedo pulgar separado del resto.
Verein für Bewegungsspiele Stuttgart: también conocido como VfB Stuttgart 1893 e. V., es un equipo de futbol de la 1. Bundesliga (primera división), pertenece a la ciudad de Stuttgart, es un equipo importante quedó sexto en la última liga alemana.
Wakizashi: o shôtô, es una espada corta de entre 30 y 60 centímetros. Su filo es más delgado que el de la katana y es usada comúnmente como espada de defensa. Antiguamente los samurai la llevaban junto a su katana, el conjunto era conocido como daishô (la larga y la corta).

Escrito el 24 de agosto de 2010

jueves, 19 de agosto de 2010

25M III.- Resfriado



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

III.- Resfriado

Dos días atrás a Odd se le había ocurrido la fantástica idea de lanzarle un cubo de agua helada por encima. Si lo hubiese hecho en verano… bueno, no le habría importado tanto, pero era pleno invierno, hacía un frío de narices y de noche helaba.

Moqueaba. Tenía fiebre. Le dolía la cabeza y el pecho. Empezaba a pensar que iba a morirse.

Encima tenía un examen de mates. Adiós al plan de quedarse en la camita durmiendo. Le quedaba el consuelo de saber que aquella misma noche iba a cenar con Yumi, le diría que la quería, y después, si todo iba bien, podría morir feliz.

La señora Meyer le miró enarcando una ceja, no era de extrañar, estaba con el abrigo y la bufanda puestos dentro de la clase. El blanco del papel le dañaba los ojos como si fuese amarillo fosforito y el bolígrafo pesaba una tonelada en su mano. Entonces tuvo una sensación muy rara, como si el mundo hubiese girado bruscamente y la gravedad se hubiera invertido, después nada.

Odd, Jérémie y Aelita saltaron de sus sillas al ver a Ulrich caer al suelo. El aula se llenó de exclamaciones, susurros y sorpresa. La señora Meyer corrió hasta él, le puso la mano en la frente y ahogó un grito.

—¡Sissi! Ve a buscar a Jim y a Yolande —ordenó al borde de la histeria—. Todos los demás salid al patio. ¡Ya!

Los alumnos obedecieron sin rechistar, menos la pandilla que permanecía arrodilla junto a su amigo.

—Vosotros también —graznó la profesora.

—Pero…

—¡Fuera!

No les quedó más remedio que salir. Jim y Yolande entraron en estampida en la clase y a los pocos minutos, un pálido Jim, salió manteniendo una conversación telefónica con el hospital. Pedía una ambulancia.

Aelita corrió hasta la clase de Yumi, llamó su atención desde la ventana, la vio levantarse, disculparse y desaparecer detrás de la puerta. Se le acercó corriendo.

—¿Qué pasa? Creía que teníais un examen.

—Yumi —dijo mientras sus ojos se inundaban—. Es Ulrich… se lo lleva una ambulancia.

—¿Q-qué?

Sintió que se le helaba la sangre en las venas. Arrastró a Aelita hasta la parte delantera del Kadic, donde la ambulancia esperaba con las puertas abiertas. Le llevaban en la camilla, con una mascarilla y un gotero en el brazo, se le encogió el corazón. Fue hasta a allí nerviosa, Jean-Pierre Delmas le miró severamente.

—Me da igual lo que diga, señor. Voy a ir con él.

—Está bien —cedió con una facilidad sorprendente.

Ella subió a la ambulancia, el director les siguió en su coche gris oscuro. Las urgencias estaban colapsadas y el señor Delmas se alegró de que la muchacha hubiese ido. Mientras Yumi esperaba, junto a la camilla de Ulrich, en uno de los pasillos, él probó, cientos de veces, contactar con los señores Stern. Acabó rindiéndose, o estaban sordos o no querían contestar.

Dos horas después, el médico se lo llevó, le examinó y le ingresó. Tenía una pulmonía, pero se pondría bien. Un par de días en el hospital y a casa a descansar. Yumi se sintió tan aliviada como si le hubiesen quitado doscientos kilos de encima.

Empezaba a atardecer, y a Delmas no le quedó más remedio que marcharse, no sin que antes ella le prometiera seguir intentando ponerse en contacto con los padres de Ulrich y que le llamaría si había algún cambio.

Yumi probó suerte otro centenar de veces y llegó al punto de pensar que la ignoraban deliberadamente, era imposible que nadie contestase al teléfono durante nueve horas, aún más teniendo en cuenta que era el teléfono personal del señor Stern y siempre lo llevaba encima. Decidió hacer un último intento antes de darse por vencida, al fin obtuvo respuesta.

—¿Diga?

Se quedó helada al reconocer la severa voz del padre de Ulrich, pero se había comprometido a hacerlo, así que se armó de valor.

—Señor Stern —titubeó—. Soy Yumi Ishiyama, una amiga de su hijo.

—¿Qué quieres?

—Ah… no sé si habrá tenido oportunidad de escuchar sus mensajes. Verá… —Se sentía intimidada y eso que no lo tenía delante—. Es que Ulrich… está en el hospital.

—¿Qué le pasa? —El señor Stern mantenía el tono severo e indiferente— ¿Es grave?

—Se desmayó en clase, tenía mucha fiebre y… es una pulmonía. Se pondrá bien, pero le convendría tener compañía cuando despierte.

—Tengo mucho trabajo y mi hijo tiene una salud de hierro, no se morirá por una pulmonía —replicó impasible—. Puede esperar a mañana. Adiós señorita Ishiyama.

—¡Oiga!

Al otro lado solo oyó el tono intermitente de final de llamada. Lanzó un bufido totalmente fuera de sus casillas, no le extrañaba que Ulrich se cabrease con solo nombrarle. Menudo hombre más insensible, al menos podría haberle dado el teléfono de su mujer, quizás ella si querría ir. Era una suerte que Ulrich no se le pareciese, porque de lo contrario le hubiesen dado ganas de estrangularle.

Volvió a entrar en el hospital y se encaminó hacia la habitación de Ulrich, no quería que se encontrase solo al despertar. La luz del fluorescente daba un tono blanquecino al lugar. Tomó asiento en la incomodísima butaca reclinable de color gris, junto a la ventana, a escasos centímetros de los pies de la cama.

Le observó largo rato, con la máscara de oxígeno de color azul puesta. Su pecho subía y bajaba a un ritmo regular, pero menos profundo de lo que sería normal teniendo en cuenta que dormía. Con ello sólo consiguió ponerse nerviosa, así que bajó a la velocidad de la luz al kiosco de la entrada y se compró un libro. Si no se hubiese dejado la mochila en clase podría haber hecho los deberes.

Se abstrajo tanto como pudo, sin poder evitar sobresaltarse cada vez que tosía o le oía moverse.

—¿Dónde estoy? —preguntó con voz ronca y pastosa.

—¡Ulrich!

Saltó de la butaca lanzando el libro al suelo y se abalanzó hacia la cama con los ojos brillantes.

—Estás en el hospital. Te desmayaste en clase. —Alzó la mano con la intención de acariciarle la mejilla pero se detuvo a medio camino, y finalmente la apoyó en la almohada—. ¿Cómo te encuentras?

—Un poco mareado. —La miró adormilado y se percató de que ya había anochecido, las estrellas brillaban detrás de Yumi—. ¿Qué hora es?

—Las diez.

—¡Oh no! La cena…

Yumi le sonrió y esta vez sí acarició su mejilla con los dedos.

—No te preocupes por eso. Lo importante es que estés bien.

—Pero yo… te-tenía pensado decirte que yo… que tú… que te… —se sonrojó tanto que pareció que le había vuelto a subir la fiebre—. Algo importante…

—¿Cómo está mi amigo el moribundo?

—¡Odd! —protestaron Jérémie y Aelita entrando en la habitación.

Yumi se apartó de la cama como si estuviera en llamas.

—Creo que viviré un poco más —replicó con humor.

—No sabes lo que nos ha costado convencer a Jim para que nos dejase venir.

Ulrich se bajó la mascarilla y esbozó un intento de sonrisa. Yumi puso los ojos en blanco y volvió a colocársela.

—No puedo hablar con eso puesto —se quejó.

—Y si te la quitas no puedes respirar.

—¿Sabéis? —dijo Odd levantando un dedo—. Parece que llevéis casados cincuenta años.

Aelita y Jérémie se rieron al verlos tan sonrojados y Odd adoptó una de sus poses de victoria. Jérémie le entregó su mochila a Yumi, William se había asegurado de recoger todas sus cosas y dárselas personalmente a la pandilla. Ella aprovechó la presencia de sus amigos para escabullirse y poner al corriente al director del estado de Ulrich y, a regañadientes, de su desagradable conversación con el señor Stern. Volvió rápidamente.

En la puerta Jim cruzó los brazos sobre el pecho y les dirigió una mirada severa, no pensaba dejar que se olvidaran de su presencia y que, de ser necesario, les llevaría de la oreja hasta la escuela. Pese a su seriedad estaba contento de ver que la estrella de su equipo de futbol y de las artes marciales estaba bien y no tardaría en recuperarse. La iniciativa de aquella visita había sido cosa suya y si el director se enterase estaba convencido de que le despediría.

Odd le relató, con pelos y señales, el último show de Sissi, tan ridículo y divertido como casi siempre. Se había pavoneado frente a Théo e intentado dejar en evidencia a la pequeña Milly, y por lo que él llamaba "justicia fulminante", la señorita Sissi Delmas había pisado una piel de plátano, aparecida de la nada, y por tanto rodado por el suelo estrepitosamente arrancando las risas de todos. Cabe decir que la piel la había tirado Odd, aunque no fue a propósito.

No protestaron cuando el profesor les exigió que salieran para regresar a Kadic, el grandullón tenía su corazoncito y se la había jugado por ellos, una vez más.

Con la marcha de los chicos las risas cesaron y el silencio inundó la habitación. Ulrich se preguntó cuánto tardaría Yumi en irse, cuando lo hiciera se quedaría solo. La simple idea le dejó desolado. Ella le miraba fijamente desde la butaca, con cara de preocupación, trató de sonreír para tranquilizarla pero no lo logró.

—¿Mi padre sabe que estoy aquí?

Yumi se retorció los dedos nerviosa.

—He hablado con él… antes —admitió—. Ha dicho que vendrá pronto.

—Ha dicho que no voy a morirme y que vendrá cuando no tenga trabajo, ¿verdad?

Suspiró cerrando los ojos, era inútil mentirle.

—Sí…

—No importa —dijo bajándose la máscara de oxígeno—. Siempre es igual.

—¡Oye! La enfermera ha dicho que no te la quites —espetó levantándose y recolocándosela—. Se un buen paciente.

—Puedo… ¿pedirte un favor? —Yumi asintió—. ¿Te importa llamar a mi madre?

—Si me das su número lo haré encantada.

Marcó el teléfono en el móvil de Yumi y ella salió fuera, a la zona donde lo podía usar. Le dio al botón de llamada, la señora Stern contestó al primer tono.

—¿Sí? —Su voz era menos intimidante que la de su marido, pero la dejó igualmente bloqueada—. ¿Quién es?

—Ah… señora Stern, soy Yumi Ishiyama, una de las amigas de su hijo. Verá… le llamo por que…

—Mi marido ya me ha comentado que está resfriado.

—¿Resfriado? —preguntó aturdida.

—Bueno, querida, todos nos resfriamos, no es motivo para asustar a nadie.

Yumi apretó el móvil con rabia, haciendo crujir la carcasa del mismo.

—¡No está resfriado! —gritó ganando las protestas de la gente de la sala de espera. Carraspeó disculpándose con la mano—. Está en el hospital. Tiene una pulmonía.

—Si fuera grave, el señor Delmas, nos habría llamado.

Quiso gritar y zarandearla hasta dejarla molida y doblada en el suelo suplicando para ver a su hijo. Esos dos la sacaban de sus casillas, parecía que vivían en un universo a parte del resto de la humanidad.

—Y lo ha hecho —dijo con frialdad conteniendo su rabia—. Pero no les ha localizado. Ulrich me ha pedido que la llamase.

—¿Por qué no me ha llamado él?

—Por que le cuesta hablar y en la habitación no se puede usar el móvil.

—Bueno, querida, tengo que acabar de limpiar la cocina, si no tienes nada más que decir. Dale un beso de mi parte a Ulrich.

Yumi se encontró de nuevo escuchando el pitido intermitente de final de llamada. ¿La cocina? ¿Iba en serio? Frunció el ceño y apretó los dientes, salió a la calle pisando el suelo con tanta rabia que podría haber roto las baldosas. La puerta automática de urgencias se cerró a sus espaldas, un taxi se detuvo a unos metros de ella, la gente iba y venía, y ella gritó exasperada soltando toda la frustración acumulada, todas las miradas se clavaron en ella. Respiró hondo un par de veces y volvió a entrar en el hospital ignorando deliberadamente las miradas interrogativas de los que la habían oído gritar. Le habían hecho perder la calma, y eso no era algo que pasase fácilmente.

¿Qué demonios pasaba con los adultos de la familia Stern? ¿No tenían sentimientos? ¿Les importaba todo una mierda? Más le valía a Ulrich no acabar siendo como ellos o iba a estrangularle, en serio.

Él le sonrió desde la cama y ella se sintió fatal y conmovida a partes iguales.

—¿Has hablado con ella?

—Ah…

—Ya… —murmuró—. Gracias por intentarlo.

—Lo siento —dijo agachando la cabeza.

—No es tu culpa. —Llevó la mano hasta la mascarilla moviéndola, Yumi le miró mal, automáticamente la volvió a dejar en su lugar—. Ya ves, estamos nominados a la familia más feliz y unida del mundo.

Ella agachó la cabeza y su melena azabache impidió que Ulrich viera que se le habían llenado los ojos de lágrimas. Aquella situación era cruel, violenta y odiosa. Le hacía plantearse muchas cosas y ninguna de ellas era demasiado buena.

—Siempre tendrás sitio en la mía —susurró.

—Tendrás que enseñarme a comer con palillos —bromeó.

Yumi se rió, parpadeó varias veces para disipar las lágrimas antes de mirarle.

—Debería marcharme ya.

—¿Ya te vas? —preguntó con una mueca de disgusto.

—Es la una de la madrugada, ojala pudiera quedarme.

—Claro… —refunfuñó.

—Descansa, volveré por la mañana.

Ulrich cerró los ojos y frunció el ceño. Iba a pasar la noche solo en la cama de un hospital, un plan excelente. Se bajó la mascarilla pensando en algo profundo que decirle.

Quizás fuese por tener los ojos cerrados, quizás por lo impensable del gesto, pero no lo vio venir. Yumi le dio un suave beso en los labios, antes de volver a acomodarle la mascarilla.

—Yu-Yu… Yumi. —Se sonrojó hasta las orejas.

—Buenas noches, Ulrich.

La vio coger sus cosas, acercarse a la puerta y despedirse moviendo la mano. La puerta se cerró chirriando como si estuviera triste. Sacó todo el aire de sus pulmones y tosió ruidosamente, "mala idea" se repitió varías veces cuando la habitación dio vueltas a su alrededor y sus oídos pitaron ruidosamente.

No era justo. Sus padres deberían de haber estado ahí a su lado, cuidándole o al menos haciéndole compañía. Envidiaba a sus amigos y sus familias felices. No sabía como Aelita sobrellevaba la ausencia de sus padres, a ella también la envidiaba.

Un chirrido resonó en la habitación, abrió los ojos y allí volvía a estar Yumi, de pie en el dintel de la puerta, con su ropa negra y sus ojos brillantes. Se sintió tentado de mirar por la ventana y comprobar la hora, pero estaba seguro de que no había pasado más de diez minutos desde que se había ido.

—Si que ha amanecido rápido —optó por decir.

—He sobornado a la enfermera para que deje que me quede.

—¿Y tus padres?

—No hay problema. —Sonrió—. Mi padre está de viaje y mi madre te manda saludos.

—Gracias —dijo bajándose la mascarilla.

Yumi suspiró y se la recolocó.

—Si vuelves a quitártela te la grapo a la nariz, ¿queda claro?

—Cristalino.

La conocía lo suficientemente bien como para saber que sería capaz de hacerlo sin parpadear ni perder la sonrisa.

—Y-Yumi… y-yo, tú y yo… nosotros…

—Déjalo estar —dijo con media sonrisa—. Ya me lo dirás cuando salgas de aquí y parezcas un poco menos…

—¿Moribundo?

—Eso —contestó riendo.

Ulrich miró, enarcando una ceja, como Yumi empujaba la butaca y la colocaba entre la pared y la cama, al lado contrario de donde estaban el gotero y el resto de chismes médicos. Tiró de la palanca para ponerla en posición horizontal, como si fuera una cama de lo más incómoda, y se tumbó como pudo.

—¿Qué haces?

—Así si necesitas algo sólo tienes que bajar la mano y despertarme —dijo como si fuera lo más evidente del mundo.

La butaca quedaba más baja que la cama, así que en cuanto Yumi apoyó la cabeza en ella dejó de verla. Tenerla ahí, al lado, sin poder verla, tan cerca, después de lo que acababa de pasar y en esas circunstancias… Ahogó un suspiro. Bajó la mano con la palma hacia arriba, escuchó a Yumi moverse y al instante el cálido contacto de su mano sujetando con firmeza la suya.

Ambos durmieron, todo lo que se puede dormir en un hospital con enfermeras entrando y saliendo constantemente, en la posición más incómoda del mundo pero sintiéndose como si estuvieran en el lugar más agradable del planeta.

Fin
Escrito el 18 de agosto de 2010

domingo, 15 de agosto de 2010

UDN.- Preferencias



Preferencias

Muchas veces he escuchado que las personas estamos condicionadas por nuestras preferencias. A mí siempre me ha gustado el helado de fresa con chocolate fundido, los ojos negros i el cabello rojo. Quizás por eso, no puedo dejar de mirar al chico que duerme en el suelo a mi lado.

El destino marcó en el calendario nuestro encuentro. Le tendría que haber matado, pero me lo llevé conmigo.

Nuestro precario refugio crujía bajo la fuerte tormenta que azotaba la ciudad. Si no hubiese visto las cosas que he visto, si no fuese quien soy seguramente estaría aterrorizada.

Miré el reloj colgado en la pared ennegrecida por la humedad, pasaban de las siete.

—¡Arriba! —le dije—. Es hora de salir.

Cesc se rascó un ojo mirándome como si estuviese loca, eso me hizo sonreír como si fuera idiota. Se levantó sin protestar, cosa que me sorprendió, los primeros días había gritado, pataleado y hecho aspavientos para no salir de la cama. Cabe decir que le entendía, hacía frío, mucho frío, y la perspectiva de vagar sin rumbo por la ciudad en medio de un temporal de lluvia no era demasiado tentadora.

—¿Cuál es el plan para hoy? —me preguntó con sarcasmo.

—Haremos la ronda. Subiremos a la montaña, hay construcciones antiguas donde acostumbran a esconderse los míos. —Le di la espalda mientras se cambiaba de ropa—. Hay un lugar en concreto que me interesa. Está en mitad del bosque, hay una fuente de esas con un estaque debajo y una estatua de una mujer sentada peinándose. Muy cerca hay una especie de casa de piedra, parece sospechosa.

—¿Quieres decir? Casas de esas que hay por todos lados, mira los pueblos antiguos.

Suspiré, no me había hecho entender como esperaba.

—Son un montón de piedras apiladas haciendo la estructura de una casa. Parecen guijarros de río.

—Muy bien. Tú mandas, ¿no?

No contesté. Básicamente porque yo no mandaba. Le había salvado. Pero no mandaba. Quizás para un humano todo aquello fuese demasiado complicado.

—¿Qué? ¿Estarás de morros todo el día o nos moveremos?

—Cualquiera diría que empieza a gustarte todo esto. —Se encogió de hombros y negó con la cabeza—. No sé si eso es bueno o malo.

—No te lo tomes a mal, pero sólo pienso en que quizás así logre escaparme.

Suspiré. Debía de haberlo imaginado. Aunque me jodiese no le podía dejar huir, aún no. El imbécil siniestro nos estaría buscando como un loco, sediento tanto de sangre como de venganza. Nos haría picadillo.

—Vamos —dije sin emociones.

Cesc me siguió en silencio. Tenía que esforzarme por no ir demasiado deprisa, porque si no, él no podría seguirme. Llovía a mares, parecía que el cielo se nos caería encima. Los transportes públicos eran una opción demasiado peligrosa, así que le hice caminar por la ciudad y después por el barrizal en que se había convertido la montaña.

Al cabo de dos horas de excursión embarrada y silencio sepulcral Cesc habló.

—¿Cómo funciona?

—¿El qué?

—Eso de ser un diablo. —Pensé que se burlaba de mí y me giré para verle la cara, sonreía, curioso de verdad—. ¿Sois como los vampiros? ¿Mordéis y transformáis a la gente? ¿Tenéis superpoderes?

Me eché a reír, yo me había hecho las mismas preguntas tiempo atrás.

—Siento decepcionarte pero no nos parecemos en nada a los vampiros. —La voz me salió en un tono suave y dulce—. ¿Mordemos? Pues sí, pero no transformamos a la gente en diablos. No funciona así.

—¿Entonces no podéis hacerlo?

—Bueno… sí que se puede. Pero es muy difícil, los humanos sois muy frágiles y el ritual es muy duro.

Me estremecí. Lo había presenciado una vez, me horrorizó. Me sentí mareada, enferma y asqueada.

Era un chico de dieciséis años, Lali, una diablesa de mi edad, se había encaprichado de él y lo quiso tener para el resto de la eternidad con ella. Él, por supuesto, no sabía lo que era su novia.
Le sedaron y ataron a una fría mesa de acero inoxidable, de esas de las autopsias, cuando el chico se despertó estaba tan acojonado que se meó encima. Entonces comenzó todo.

Nuestro consejero, que también era algo así como un mago, un viejecito de más de tres mil años de antigüedad, blandió un puñal de obsidiana y lo hizo resbalar por la piel del chico haciendo brotar la sangre. Un total de doscientos cortes, a esas alturas, el pobre chaval agonizaba. Pero su tortura no acababa ahí. La horda de diablos, diez, se lanzaron sobre él y le mordieron, haciendo que su sangre salpicase por todas partes, mientras que Lali trataba de tener sexo con él, cabe decir que no lo consiguió. El chico murió desangrado minutos después. La ceremonia aún no había llegado a la mitad, fue un fracaso absoluto.

—Qué decepción —murmuró.

—¿Por qué?

—Esperaba los detalles macabros.

Le lancé una mirada escéptica.

—¿Hablas en serio?

—No, pero me ha dado la sensación de que me echarías el rollo.

Los dos estábamos empapados y embarrados. Él me miraba fijamente y yo tenía ganas de darle una bofetada. Sus ojos negros enfocaron algo detrás de mí pero yo no aparté la vista de él.

—Ey, mira —dijo sorprendido—. ¿No es eso lo que buscábamos?

Fruncí las cejas antes de girarme. La fuente con la mujer que se peinaba estaba allí, en medio de un claro en el bosque, rodeada de pinos, como una ninfa. Le apreté la mano, en parte emocionada, en parte muerta de miedo. Si lo recordaba bien la casa tenía que estar justo a nuestra izquierda, la cortina de lluvia dificultaba la visión. Avancé arrastrándole.

En efecto, la precaria casa de piedra estaba allí, como un testimonio mudo de un tiempo mejor donde la gente podía confiar en sus vecinos. Sus paredes estaban llenas de grafittis cutres y el moho asomaba entre las piedras.

—¿Entraremos? —murmuró a mis espaldas.

—Yo sí. Tú esperarás aquí, ¿entendido?

Asintió en silencio y entré con cautela. Mis ojos dorados me permitían ver bastante bien en aquella oscuridad, pero no los necesitaba para saber lo que había pasado allí dentro. Me llegaba el olor de la sangre, de muchas personas, quizás el diablo estaría echando la siesta después de la comida.

Al llegar al final del pasillo comprobé que no había nadie, se me había escapado, pero ¿cuánto hacía que se había marchado? Hundí mis dedos en el charco de sangre. Estaba caliente, muy caliente. Aquella persona acababa de morir aún no hacía ni cinco minutos.

Me espeluzné. Cesc esta solo fuera. Mi cautela se esfumó y corrí como una bala al bosque.

Un diablo, con el aspecto de un hombrecito frágil y enfermizo, tenía a Cesc en el suelo, le tapaba la boca con la mano. Estaba preparándose para comérselo. Mi corazón latió con fuerza y mi naturaleza pasó por encima de mis modales de humana. Me lancé sobre él, con el cuerpo encorvado, las manos tensas y enseñando los dientes, completamente fuera de mis casillas. Hice rodar al diablo por encima de las agujas de los pinos, el barro y el agua. Le mordí con todas mis fuerzas en el brazo, su sangre goteaba de mis labios y manchaba mi camiseta.

—No toques a mi humano, escoria.

El diablo me empujó y choqué contra uno de los pinos quedando aturdida.

Creo que soñé con mi abuela. Me explicaba una de aquellas historias sobre los romanos y los griegos. Me pareció, incluso, poder saborear el pastel de fresa que cocinábamos juntas.

Una mano cálida sobre mi mejilla me devolvió a la realidad, parpadeé hasta conseguir enfocar la cara preocupada de Cesc, tenía una brecha en la frente.

—Ey venga, Mercè, despierta.

—¿Dónde está?

—Ha huido.

Me ayudó a levantarme, le temblaba la mano, en parte por el frío y sobre todo por el susto. Se encogió de hombros.

—Quiero volver a casa —titubeó.

—¿Te encuentras bien?

No contestó, tampoco me miró.

—Volvamos —dije sin más.

Durante todo el trayecto, Cesc caminó cinco pasos por detrás de mi, mudo como una tumba. Había estado a punto de morir, ¿quién podría recriminarle aquella actitud? Yo no podía.

Fin

Escrito originalmente en 1993, reeditado el 13 de agosto de 2010.

viernes, 13 de agosto de 2010

25M XXV.- Camisa



Code: Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Advertencia: contiene lime.

XXV.- Camisa

Estábamos en mi ciudad. Stuttgart. No venía por aquí desde que tenía siete años. Y seguramente no estaría aquí si aquel mensaje de Franz Hopper no hubiese llegado.

Jérémie había entrado en estado de euforia. Ayudar a Aelita era importante.

Yo era el único que sabía alemán por lo que me convertía en el candidato perfecto para ir. Pero ¿quién iba a acompañarme?

Ella se ofreció. Con su magnifica sonrisa.

Yumi y yo partimos aquel mismo día, sin equipaje, sólo con lo puesto. Ella con su vestido de tirantes negro, y yo con camisa blanca y vaqueros.

Las luces de la ciudad nos recibieron. Cogimos un taxi desde la estación de tren hasta mi antigua casa, un trayecto de a penas quince minutos, en el que el taxista no paraba de maldecir a los políticos y de mirar, de un modo poco apropiado, a Yumi. Me estaba poniendo histérico con comentarios del tipo "cuando te canses de tu novia me la pasas" o "¿qué tal se porta en el catre?", "has hecho bien, muchacho, eligiendo a una que no sabe tu idioma, así no tienes que escucharla". Juro que de haber podido le hubiese incrustado su retorcida nariz en el cerebro.
Respiré aliviado al bajar, aunque ella no supo el motivo y yo preferí dejarla con la intriga. Metí la mano en mi bolsillo derecho en busca de la llave.

—Te vas a reír… —dije con una expresión estúpida.

—¿Reírme? ¿Reírme por qué?

—Me… he dejado las llaves en el tren.

Esperaba una reprimenda, pero Yumi se rió con ganas.

—¿Y dónde vamos a dormir? ¿Debajo de un puente?

—Creo que hay una pensión aquí al lado.

Ella volvió a reír.

—Una pensión —repitió—. Qué romántico.

Sentí una punzada en el pecho. Cada vez que Yumi pronunciaba la palabra "romántico" el corazón me daba un vuelco, alimentaba la esperanza de que algún día pudiese tenerla entre mis brazos, despertar cada mañana con ella a mi lado y, morir viejo y feliz rodeado de hijos y nietos.
Recorrimos la manzana, muy cerca el uno del otro, hablando de Franz Hopper.

Nos detuvimos frente a un letrero de neón que parpadeaba, seguramente era la pensión más espantosa de toda la ciudad. A ella no debió parecerle tan horrible como a mí, porque tomó mi mano y me llevó hacia el interior.

—Podría ser peor —me susurró al oído.

Un tipo gordo, sudoroso y con aspecto de no saber que eran ni el agua ni el jabón, se plantó frente a nosotros detrás del mostrador.

Quisiéramos dos habitaciones —dije en alemán.

Sólo tengo una individual —me contestó mirando de arriba abajo a Yumi.

Ella se dio cuenta y le sostuvo la mirada, desafiante, con aquella sonrisa que indicaba que, si seguía por ese camino, iba a patearle el culo hasta que suplicase piedad.

—Creo que tendremos que irnos a otro sitio —le dije en voz baja a Yumi.

—¿Por qué? ¿No hay habitaciones?

—Una individual —le informé.

—¿Cómo se dice "nos la quedamos"?

—Yumi, "individual" significa para una sola persona.

Me dio un puñetazo en el brazo sin demasiada fuerza.

—Sé lo que significa "individual", Stern —dijo seria—. Mejor eso que el puente, ¿no?

Suspiré, no la iba a convencer de lo contrario.

La ventaja de tener veinte años era que, en mi poder, tenía una tarjeta de crédito, la desventaja de ser Ulrich Stern, era que no tenía muchos fondos. Pero no podía permitir que Yumi pagase.

El hombre nos hizo descuento, tras haber intentado tocarle el culo y que ella le hubiese estampado contra una pared, y retorcido el brazo hasta hacerle llorar como a un bebé. Así pues, la factura de cincuenta euros se vio reducida a veinticinco.

Habitación cuatro, primera planta, al lado de las escaleras —nos gritó sin atreverse a acercarse a ella—. Hay una manta en el armario y el baño está dentro.

La escalera era de madera y crujía bajo nuestros pies, la barandilla parecía estar a punto de ceder. Era un sitio horrible. Sin embargo la habitación me sorprendió, estaba limpia como una patena, las paredes pintadas de un blanco inmaculado, la cama perfectamente hecha, el encerado del suelo reluciente. Debo reconocer que casi me caigo de culo al verlo.

—Parece que es una porquera limpia.

—Creo que quieres decir "pocilga".

Me escrutó con sus brillantes ojos negros y movió la mano, de arriba abajo, dejando claro que el haber confundido la palabra le preocupaba tanto como quien iba a ganar el reality show de moda.

A veces se equivocaba, y eso me resultaba fascinante, la mirada, a medio camino entre vergüenza y confusión, le daban un aire especial y único. En esos momentos te dabas cuenta del esfuerzo que le suponía hablar correctamente en francés.

—¡Ey! Tenemos hasta jabón. —Me sacó de mis cavilaciones—. Quién iba a decirlo, con la pinta que tenía el encargado.

Me reí tanto que acabé tosiendo como un idiota.

—Hemos olvidado comprar comida… —susurró acercándose a mi.

—Hay una gasolinera a dos manzanas. Iré a comprar un par de sándwiches y refrescos.
Me sonrió y sacó el portátil que nos había dado Aelita, abrió la página de enlace con el satélite espía que ahora controlaba Jérémie. Tecleó las coordenadas del lugar que nos indicaba el mensaje de Franz Hopper.

Salí sin hacer ruido en busca de nuestra cena. El barrio no había cambiado demasiado, era ventajoso tener la seguridad de que no iba a perderme, sería vergonzoso perderme en mi propia ciudad.

Las farolas marcaban el camino a seguir, como si fuera el camino de baldosas amarillas de "El mago de Oz". Esquivé el Mercedes que casi me atropella cuando entró a repostar y crucé la puerta automática de la tienda. El guardia de seguridad me escrutó con la mirada y, cuando determinó que no era peligroso, clavó su mirada en la cajera como si contemplase una obra de arte, me pregunté si yo miraba así a Yumi.

Me detuve frente a las cámaras frigoríficas y cogí un par de latas de refresco y otro par de botellas de agua, pasé a los sándwiches, no tenía muy claro de que tipo le gustaban a Yumi así que cogí uno de cada, un total de siete, no pasaríamos hambre, eso seguro.

Pagué y me dispuse a volver, no sin antes echarles una última mirada al guardia y a la cajera, estaba convencido de que ambos sentían lo mismo, la sola idea de pensarlo me estrujó el corazón. Corrí, para no pensar en ellos, para no pensar en nosotros, en lo que un día casi fue y que no sabía si algún día podría ser. Cuando me dí cuenta estaba frente a la cochambrosa pensión, el dependiente dormía con la cara pegada al mostrador, bajo su mejilla sobresalía un boli, sonreí pensando en la marca tan ridícula que tendría cuando se despertara.

Cuando abrí la puerta Yumi seguía ahí tecleando. Estaba preciosa. Cerré y me senté junto a ella, le tendí la bolsa con los sándwiches, ella tomó el de queso y yo el de pavo.

Con Yumi era fácil estar en una habitación y hablar de cualquier cosa, por estúpida que fuera, y sentirse como en casa, la familiaridad y la intimidad eran tan cómodas, que parecía que llevásemos toda la eternidad juntos.

Cenamos sentados en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, muy cerca el uno del otro pero sin tocarnos, separados por las latas de refresco.

Nuestra conversación giraba en torno a nuestra ruta del día siguiente, en el posible modo de llegar, taxi, transporte público, alquilar un coche… Reímos por la abundancia de la comida, no tendríamos que preocuparnos por comprar nada, hicimos hipótesis sobre Hopper, sobre como ayudar a Aelita.

Le di un codazo a mi lata de refresco manchando la ropa de Yumi.

—¡Mierda! —exclamé—. Te he manchado.

Actué como si estuviera loco, poniéndome en pie bruscamente, buscando algo con que secarle el vestido. La escuché ponerse de pie, caminar hasta mí y entonces me dio una colleja.

—Relájate, ni que me hubieras apuñalado. —A veces Yumi era muy poco delicada—. Lo lavaré y quedará como nuevo.

—Sí… buena idea —titubeé.

Se encerró en el lavabo y la oí abrir el grifo. Entonces caí en la cuenta de que el vestido era la única ropa que llevaba ¿qué iba a ponerse? Toda la sangre de mi cuerpo se concentró en mi cara.
Me quité la camisa y llamé a la puerta del baño.

—¿Qué pasa?

Entreabrió y asomó la cabeza, yo miré a un lado tendiéndole la pieza de ropa.

—Usa esto…

—Gracias —dijo tomando la camisa—. ¿Te importa que me de una ducha?

—A-adelante.

Un par de minutos después salió, con mi camisa puesta y el vestido empapado en la mano, lo tendió en la ventana. Le quedaba mejor que a mí, le quedaba de fábula, aunque seguramente ella hubiese preferido una más larga.

Volvió a encerrarse en el baño y escuche el inconfundible sonido de la ducha. Aparté mi mente de eso, porque soy un caballero o quiero serlo en un futuro muy próximo, y porque no podía salir nada bueno de imaginarme cosas. Así que me concentré en la pantalla del portátil y los números que pasaban a toda velocidad. Acabé con un mareo de los que hacen historia, tirado en la cama como un trapo sucio y una cara que no quería ni imaginarme.

La puerta se abrió con un leve crujido y la figura de Yumi apareció entre el intenso aroma a champú, con una toalla blanca en las manos, y como siempre sus movimientos me dejaron fascinado. Es que cada vez que Yumi se movía era como si lo hiciese una bailarina, elegante, delicada y sin movimientos innecesarios.

No podía dejar de pensar en lo bien que le quedaba mi camisa, sin embargo, me moría de ganas de quitársela.

Siendo dos adultos no se hacía nada fácil mantener esa relación de "sólo amigos", y menos aún cuando aparecía frente a mí tan sugerente, con esas largas piernas perfectamente torneadas a la vista.

—¿Has llamado a Aelita? —preguntó sacándome de mi ensoñación.

—No.

Se sentó a mi lado en la cama, secando su pelo azabache con una toalla. Olía a fruta fresca.

—Siento lo de tu camisa —musitó.

—¿De qué hablas?

—La he mojado.

Eso me obligó a mirarla para no parecer descortés. La tela blanca se adhería a su piel y se transparentaba sobre sus hombros y la espalda. Demasiado sugerente. Demasiado seductor. Demasiado para mantener la razón y la distancia.

Quise levantarme. Quise alejarme. Quise encerrarme en el baño y meterme bajo el agua helada de la ducha. Juro que quise.

Pero no pude.

La besé con frenesí, sin ningún tipo de delicadeza, derribándola sobre la colcha de flores que cubría la cama.

Acaricié su mejilla, su fino cuello, su clavícula. Deseaba más, pero me detuve en su hombro. Recuperé el control sobre una parte de mí y me separé un poco de sus labios.

—Yo no quiero ser sólo tu amigo —pronuncié con voz ronca y extraña.

En ese punto podían pasar dos cosas: que Yumi me correspondiese, o que me hiciese una de sus dolorosas llaves de kung fu, esas que tanto me gustaban siempre que no fuesen dirigidas a mí.

—Esto me está matando, Yumi. —Llevé su mano al punto donde latía con fuerza mi corazón—. Me vuelves loco, cada vez que te veo me muero por besarte. Llevo años aguantando. Ya no puedo más…

Me quedé clavado en sus ojos negros, profundos y brillantes, esperando una palabra, un gesto… algo, pero no hizo nada.

—Di… algo —supliqué.

—Calla —me susurró.

Pensé que iba a recibir un golpe, sin embargo sus brazos rodearon mi cuello y me atrajo hacia su cuerpo para besarme.

Sus caricias en mi espalda desnuda, eran la cosa más maravillosa del mundo. Y nuestros besos, que hacía rato que habían perdido cualquier rastro de inocencia, me hacían desear mucho más de lo que tenía en ese momento, estaba tumbado sobre ella por lo que estaba seguro de que ya lo había notado.

Con su ayuda me deshice del dichoso pantalón que se había convertido en una tortura, y la hice rodar por la cama, dejándola encima de mí, para librarla de mi peso y para contemplarla mejor. Maldije a mi estúpida camisa por tener unos botones tan pequeños y difíciles de desabrochar, acabé pegando un tirón, un par de ellos saltaron y rodaron por el suelo.

Yumi rió, se inclinó para poder besarme y acabamos rodando de nuevo.

Su piel era suave y cálida, nunca me habría imaginado que mis manos pudiesen recorrer sus piernas, la delicada curva de su cintura, ni que eso le haría estrecharme con más fuerza, que eso encendería mi ánimo y me permitiría oír lo que tanto tiempo había soñado.

—Te quiero…

—¿Qué has dicho? —pregunté con la voz entrecortada.

—Que te quiero, Ulrich.

Sujetó mi cara entre sus manos y me dio un pequeño beso en los labios, tan tranquilo, dulce y casto, que me pareció imposible teniendo en cuenta que estábamos medio desnudos, en la cama y con la respiración tan entrecortada como si hubiésemos corrido tres maratones seguidas.

En cierto modo me sentí aliviado de no ser el primero en pronunciar aquella frase, pero sobre todo, me sentí aliviado al saber que no estaba dejándome hacer por que me estaba comportando como un loco pervertido y temiera por su seguridad.

—Yo también te quiero, preciosa.

La musiquilla de mi móvil rompió el momento, cosa que agradecí, porque ninguno de los dos estábamos dispuestos a pasar de ahí, no esa noche, no si no hacía una segunda visita a la gasolinera.

Jóvenes sí, idiotas no.

El nombre de Jérémie se encendía de manera intermitente, me tumbé boca arriba y contesté. Seguía en su estado de euforia, dando órdenes con su particular estilo. Yumi me mordió el cuello y yo necesité de todas mis fuerzas para ahogar un gemido en la garganta. Hubiese quedado muy raro, habría sido muy violento, y Jérémie se habría preguntado que demonios estaba haciendo.
La abracé con fuerza, inmovilizándola, mientras ella reía discretamente. Lancé el móvil a la almohada y dejé a Jérémie con su monólogo, para besar a mi chica.

Franz Hopper me importaba un bledo, el satélite espía me daba lo mismo, el mundo entero me resultaba indiferente.

Sólo me importaba ella.

Fin

Escrito el 12 de agosto de 2010

martes, 10 de agosto de 2010

Te quiero



Code: Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Te quiero

Lyoko había sido algo muy importante en sus vidas. Allí se habían conocido. Habían hablado durante horas y horas, y compartido cientos de cosas. Jérémie se había desvivido por salvarla, por sacarla de Lyoko, después por librarla del virus de X.A.N.A., y por supuesto, siempre la había protegido a su manera.

Jérémie no era como Odd, era tremendamente tímido y cualquier gesto íntimo, por pequeño que este fuera, le suponía un esfuerzo sobrehumano. Pero eso no importaba. Porque Jérémie era un superhéroe de esos con capa y mallas.

Aunque era un superhéroe un poco idiota. Muchas veces le hacía mucho daño; cuando le gritó por lo del antivirus, cuando se había negado a que pinchase en la fiesta del Kadic, cuando se opuso a que participara en el concurso de los Subdigitales, o cuando se le olvidó ir a su concierto de debut, aunque la vuelta al pasado le dio una segunda oportunidad. También estaba su falta de delicadeza, cuando hablaba de su padre con aquella frialdad…

Realmente a veces le partía el corazón.

Pero era su superhéroe y no le cambiaría por ningún otro.

Con el tiempo había acabado entendiendo aquella frase que, Yumi, le había repetido cientos de veces; "el amor es ciego". Jérémie era flacucho y le faltaba músculo, pero para ella era fuerte y masculino; por cada defecto que tenía, ella le encontraba veinte virtudes nuevas. Le quería. Incondicionalmente y con locura.

Le gustaba verle trabajar en lo que fuera que hiciese, la concentración y la tensión, dibujaban expresiones fascinantes en sus rasgos, eso siempre la hacía sonreír. Ver sus ojos azules brillar emocionados cuando descubría algo, que sólo él comprendía, le robaba el aliento. Y cuando al descuido rozaba sus dedos contra su mano, hacía que sus mejillas ardieran y su cuerpo entero vibrase.

Ahora le echaba de menos. Dos días enteros sin verle eran como escalar el Himalaya en bikini y descalza, una tortura inútil. Estaba ocupado con su nuevo proyecto, para la batalla anual de robots que se organizaba en el Kadic y, que tenía dos únicos competidores: Jérémie Belpois y Hervé Pichon. Kiwi2 no podía volver a participar, por lo que se había encerrado en su habitación para crear algo nuevo y sorprendente.

Tuvo la esperanza de verlo, al menos, en las comidas, pero Ulrich le explicó que habían ido al supermercado a comprar comida envasada y la habían preparado en casa de Yumi, para que no tuviese que moverse más de lo necesario. Se sintió mal por maldecir a su mejor amiga.

Sin embargo, la comida preparada no iba a arruinarle el día, se había levantado temprano, se había puesto su vestido burdeos favorito y sus medias de color rosa pastel, los zapatos más elegantes y cómodos que tenía, y había corrido hasta la cafetería que más le gustaba a Jérémie, y que, por suerte, preparaba desayunos para llevar. Compró todo lo que más le gustaba: chocolate, cereales, tostadas y sirope de arce.

Lo tenía todo pensado, llamaría a su puerta, él le diría que entrase, ella le sonreiría, él haría lo propio y sus ojos centellearían al ver el delicioso desayuno, eso la haría sentirse especial e invencible y todo, absolutamente todo, sería perfecto.

Pero antes de llegar a la perfección tenía que esquivar a Jim, eso no era una tarea sencilla, pero tampoco le detendría. Jim reñía a Nicolas, por algún motivo, al pie de las escaleras, si la veía no la dejaría subir, porque a esa hora estaba prohibido estar en el edificio de las habitaciones.

Se sintió un poco desanimada, hasta que vio a William y de un modo extraño, él pareció comprender lo que ocurría. Fue hasta a ella y le susurró que él se encargaba de Jim. Formó uno de esos jaleos que sólo William era capaz de montar, captando totalmente la atención, tanto de Jim como de Nicolas y el resto que pasaban por allí.

Cuando le guiñó un ojo se lanzó apresurada a las escaleras, las subió como si le persiguiera un científico chiflado sediento de sangre, y al llegar al pasillo de las habitaciones de los chicos se echó a reír, sin saber si se reía por la locura de William o por su hazaña. Pero era estupendo, se sentía tan viva…

Miró a ambos lados asegurándose de que nadie la veía y caminó decidida hasta la puerta de Jérémie. Respiró hondo un par de veces, de repente se sentía un poco nerviosa. Llamó a la puerta y esperó. Esperó paciente a oír la voz de Jérémie pidiéndole que pasara. No hubo respuesta.

Volvió a llamar, esta vez algo menos convencida. Jérémie tampoco contestó. Suspiró con pesadez y abrió ella misma la puerta.

Jérémie dormía sentado en la silla con ruedas y la cara sobre sus brazos cruzados sobre el escritorio. Sintió que sus mejillas se teñían de rojo y que su pulso se disparaba. Dejó la bolsa con el desayuno en el suelo. Y cerró la puerta tras ella.

Paseó su vista por la habitación, y miró fijamente como su espalda subía y bajaba cada vez que respiraba, con tanta tranquilidad que le parecía imposible. Se movió con mucho cuidado, procurando no hacer ni pizca de ruido y observó su rostro.

Le quitó las gafas con cuidado de no despertarlo y pasó sus finos dedos por su rubio cabello. Sus ojos se centraron en la tela banca que cubría su última creación. Había dos cosas que hacían que Jérémie perdiese el mundo de vista: la informática y sus robots. No podía culparle ni reprochárselo. Había pasado mucho tiempo solo, sin amigos, y aquello le hacía sentir especial e importante. Y ella se había repetido cientos de veces "si es importante para Jérémie, también lo es para mí".

Durante mucho tiempo había buscado respuestas en su interior. Sobre sus sentimiento, sobre sus emociones. Y al fin tenía respuestas. Ahí estaban, como un potente rótulo de neón de treinta metros de alto y ochenta de ancho, de colores estridentes y aderezado con música de violines a todo volumen.

Sonrió.

No quería despertarle, sabía que pasaba las noches en vela para acabar el robot, pero necesitaba decirle lo que sentía por él. Meditó largo rato en cómo hacerlo y entonces vio la libreta verde que siempre cargaba con él, aquella donde apuntaba las ideas que se le ocurrían para sus programas y robots. Sonrió más ampliamente.

Sacó un bolígrafo rosa de su mochila, Jérémie se lo había regalado y pensó que no había un utensilio en el mundo más adecuado para escribir aquello, y buscó la primera página en blanco, entonces escribió.

Tú eres mi superhéroe, mi príncipe azul, mi caballero andante.
Déjame ser tu protegida, tu princesa, tu dama.
¿Por qué? Porque te quiero, Jérémie.
Aelita.
PD: cómete el desayuno, lo he comprado especialmente para ti.

Depositó el cuaderno sobre el teclado, asegurándose de que lo leería, y le dio un leve beso en los labios. Dispuso el desayuno en la mesita supletoria donde estaban las fiambreras con la comida preparada, y le miró por última vez antes de salir en el más absoluto de los silencios.

Fin
Escrito el 6 de agosto de 2010

domingo, 8 de agosto de 2010

25M I.- Pastelería



Code: Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.


I.- Pastelería

Las vacaciones a veces traían cosas buenas consigo. Ulrich Stern acababa de cumplir los dieciséis y lo había aprobado todo con nota, por eso, aquel año sus padres le habían permitido quedarse en la ciudad con sus amigos. Su madre le había dicho que lo habían pensado entre los dos, pero él sabía que su padre nunca participaría en algo así.

Prefería no pensar en ello, porque eso siempre le cabreaba.

Llamó por teléfono a Odd, pero no obtuvo respuesta. Probó con Jérémie con el mismo resultado. Aelita tampoco le contestó. Y Yumi ni siquiera estaba en el país.

—Estupendo —gruñó con desgana.

El móvil vibró en el bolsillo de su chaqueta, lo sacó pensando en que Odd, Jérémie o Aelita le estarían devolviendo la llamada. Era un mensaje de texto. El nombre le arrancó una sonrisa.

¿Cómo lo estás pasando? Seguro que estáis organizando una fiesta tras otra. Me encantaría poder estar ahí con vosotros. Os echo de menos, te echo de menos. Yumi.

Tecleó la respuesta a toda velocidad.

No creas. Ni siquiera sé dónde están los demás. Ya ves, me quedo en la ciudad y todos desaparecéis. Si estuvieras aquí te invitaría a tomar algo, mala suerte. Te echo de menos. Ulrich.

Pensó en que quizás había contestado demasiado deprisa. Odd siempre le decía que debería esperar, al menos, cinco minutos antes de responder a los mensajes de Yumi "para hacerle pensar", siempre le decía lo mismo, y él siempre pensaba que lo haría la próxima vez. Pero las ganas y la emoción le ganaban pasase lo que pasase.

Al parecer Yumi si se tomaba cinco minutos "para hacerle pensar". Un nuevo mensaje de texto entró, lo abrió rápidamente.

Ya veo. Me invitarías porque no encuentras a nadie, ¿no? Jajaja, me lo cobraré, Ulrich. ¿Qué piensas hacer?

Alzó la mirada al cielo. Era una buena pregunta.

¡Ey! ¡No es eso! Seguramente acabaré yéndome al Kadic o al bosque. No tengo ni idea. ¿Me propones algo mejor?

Ulrich esperó paciente la respuesta.

El bosque está bien, seguro que eso te ayuda a relajarte. Quien sabe. Puede que los demás estén en L'Hermitage. Buena suerte. Me voy a dormir. Buenas noches.

Suspiró. Si no tenía suficiente con dar vueltas solo como un idiota, la diferencia horaria le fastidiaba un poco más.

Buenas noches, Yumi. Que descanses.

¿Qué podía hacer? A penas eran las cinco de la tarde, no le apetecía encerrarse en la sala de recreo a ver cualquier basura que saliese en la televisión. Lo del bosque y L'Hermitage no sonaba tan mal. Se encogió de hombros, por probar no perdía nada.

Odd, Jérémie y Aelita estaban en una pastelería del centro, adornando el techo y las mesas con cintas de colores, de la zona de cafetería. La campanita de la entrada tintineó y Yumi entró.

—No sospecha nada. —Sonrió tomando algunas cintas—. Creo que se acercará a L'Hermitage.

—Genial —dijo Jérémie.

—Cuando te vea aquí le va a dar un infarto. —Odd rió imaginado la cara que pondría su amigo.

Aelita tiró de la oreja de su "primo".

—Ve a preguntarle a Pierre si tiene listo el pastel.

Pierre era un hombretón rellenito, con un espeso bigote negro y mejillas sonrosadas. Parecía sacado del dibujo de un envase de comida preparada, todo un estereotipo. Odd refunfuñó moviéndose hacia la parte delantera del local.

Yumi abrió un tubo de cartón y de él sacó una gran pancarta, Jérémie y Aelita soltaron una exclamación.

—¡Te ha quedado genial!

—¿De verdad lo crees? —dijo acomodándola sobre la mesa más larga—. Pensaba que no acabaría a tiempo.

—Nosotros sabíamos que lo lograrías. —Jérémie se acercó a mirarla con más detenimiento— has hecho el escudo y todo, estoy impresionado.

—Las cosas se hacen bien o no se hacen — replicó sonriente Yumi.

Ulrich pateaba con desanimo las piedras que encontraba en su camino. Era frustrante. Debería estar contento, de hecho debería estar dando saltos de alegría por librarse de la mirada acusadora de su padre. Sin embargo se sentía bastante deprimido.

La persona con la que más le apetecía pasar las vacaciones estaba lejos. Y sus amigos desaparecidos.

Los pájaros piaban animados entre el follaje de los árboles, y eso le cabreaba. Hasta el sol parecía estar radiante de felicidad, como si todo se burlase de él.

No podía seguir así. Tener a Yumi cerca no era fácil. Sus sentimientos por ella hacían que se bloquease, necesitaba de toda su fuerza de voluntad para ser su "amigo", y eso no era algo sencillo. El principal problema era que cuando trababa de verbalizar sus sentimientos era incapaz, le dominaban las emociones, como si estuviera borracho, ¡si a penas podía respirar!

Pensó en todos esos gestos cómplices que compartían, y, que le daban una idea aproximada de lo que sentía por él. Era al único al que le besaba en la mejilla, al único al que abrazaba. No necesitaban las palabras para comunicarse. Confiaba en él en todos los sentidos, le contaba sus secretos, en Lyoko había puesto su vida en sus manos… Por más imbécil que se pusiera ella siempre le perdonaba.

Además lo había leído en su diario.

Pero eso no bastaba para darle el valor suficiente.

El teléfono móvil vibró en su bolsillo y él lo sacó, pensando en Yumi, frunció el ceño al ver el nombre de Odd parpadeando. Abrió el mensaje de texto.

¡Ey, Ulrich! No me he enterado de tu llamada. ¿Dónde estás? Vente al centro, Jérémie, Aelita y yo estamos en la pastelería de Pierre, dice que no preparará algo para chuparnos los dedos. Odd.

Lo meditó unos segundos. El bosque o la pastelería. Era una elección fácil.

Estaba pasándomelo en grande chutando piedras en el bosque. Puede que tarde un rato, estoy casi en l'Hermitage. Voy para allá. Ulrich.

Corrió, pese a no tener ninguna necesidad de hacerlo. Por que si seguía allí pensando en Yumi acabaría haciendo alguna tontería. Quería llegar cuanto antes, estar con sus amigos, beber refrescos, comer dulces y reírse hasta que le doliera la barriga.

Del bosque pasó al Kadic, del Kadic a la ciudad.

Se encontró, jadeante, frente a la puerta de la pastelería, desde el otro lado del cristal el regordete Pierre le sonrió. Desde allí podía verse la arcada que daba paso a la cafetería, una tela roja hacía las veces de puerta. Frunció el ceño aquello no tenía que estar allí.

Se encogió de hombros y abrió la puerta de cristal, la campanita de la entrada tintineó.

—Buenas tardes, chico —dijo Pierre en un tono más alto del habitual—. Tus amigos te esperan allí dentro.

—Buenas tardes, gracias.

Descorrió la improvisada cortina y estuvo a punto de caer. La sala estaba a oscuras. Buscó a tientas el interruptor, que sabía que estaba a su derecha, y cuando dio con él lo accionó.

—¡Sorpresa! —gritaron varias de voces.

Sus ojos tardaron un par de segundos a acostumbrarse a la luz de los fluorescentes, entonces vio a sus amigos. Jérémie, Aelita, Odd y Yumi… Yumi también estaba. Leyó la enorme pancarta que colgaba entre miles de cintas de colores.


¡FELICIDADES POR EL FICHAJE CON EL PSG!

Se sintió aturdido unos instantes. Reconoció la delicada caligrafía de Yumi en la pancarta, eso hizo que se conmoviera más. Avanzó y les dio un abrazo colectivo a sus amigos.

—Me habéis engañado como a un mocoso.

—Uy, pobrecito —Odd sacó su mejor tono sarcástico arrancando las risas de todos.

Pierre se les acercó con una botella de refresco de cola, como si fuera champán, y unos elegantes vasos de cristal en una bandeja.

—Enhorabuena, chico —dijo alegre—. Aunque supongo que eso significa que a partir de ahora te veremos poco por aquí.

—Bueno yo…

—Espero que te acuerdes de mí cuando seas rico y famoso.

Ulrich se rió. No había pensado en todo lo que se perdería por jugar en la liga profesional, se acabaron las reuniones en una cafetería con los amigos, las tardes en l'Hermitage, los entrenamientos con Yumi. Yumi. No podría verla tanto como quisiera. Ella le sonrió, se le acercó y le besó en la mejilla.

—Me alegro mucho por ti.

—Gracias.

Rieron, comieron, bebieron, bailaron y se lo pasaron en grande. Pierre les había cedido la sala para toda la tarde y ellos la aprovecharon al máximo.

Jérémie y Aelita fueron los primeros en marcharse al Kadic, poco después lo hizo Odd que tenía una cita con Sophie. Se quedaron los dos solos compartiendo un trozo de tarta de cerezas.

—Siento haberte engañado —dijo sonriendo.

—Da igual que lo sientas. No te pienso perdonar —le contestó con una sonrisa encantadora.

—¡Qué cruel!

—Te perdonaré si me dejas acompañarte a casa.

—Trato hecho.

Cogieron sus chaquetas y salieron a la calle, las farolas empezaban a encenderse, y ellos caminaron y hablaron, hicieron planes para aquellas vacaciones. Por que ambos se quedarían en la ciudad aquel año, tenían el futuro por delante y ganas de vivirlo.

Ulrich resopló. A veces tenía la sensación de que la casa de Yumi estaba demasiado cerca, siempre que estaba a punto de decir algo importante llegaban a su puerta.

—¿Quieres entrar y tomar algo? —le preguntó con una sonrisa.

—Tengo que volver antes de que Jim haga la ronda. —Miró su reloj—. Odd no podrá cubrirme mucho rato.

—Lástima.

Estaba decepcionada, esperaba poder seguir con él, al menos, un ratito más.

—Estar sola en casa es muy aburrido.

—Te invitaría a la academia, pero no creo que a Jim le gustase.

Yumi rió y Ulrich sonrió.

Llegó uno de esos momentos cómplices, que le gustaban y asustaban por igual, se miraron a los ojos en silencio hasta que Yumi avanzó y le besó en la mejilla. Como siempre eso le hizo ruborizarse, como siempre Yumi le sonrió.

—Buenas noches.

—Buenas noches.

Ella subió los escalones que separaba el patio de su casa de la entrada, y se despidió de él con la mano.

—Quizás mañana te diga que te quiero —susurró viéndola entrar en su casa.


Fin

Aclaraciones:
-En Japón está muy mal visto el contacto físico en público, de hecho es algo de muy mala educación, eso incluye besos y abrazos. Si os habéis fijado al único al que besa y abraza Yumi es a Ulrich, a excepción del capítulo 6x2 (32) "Saint Valentin" en el que le da un beso a William (a su familia no la cuento).
-PSG son las siglas de Paris Saint-Germain, para los que no sepan de futbol francés, es el equipo de futbol de París, juega en la Ligue1, el equivalente a la primera división, y tiene un buen palmarés.
-Sobre lo del diario en el capítulo 12x4 (77) "Torpilles virtuelles", Hiroki pierde el diario de Yumi y Ulrich lo encuentra, al final del episodio se ve que Ulrich lo ha dejado encima de la cama de ella, y se aleja silbando y sonriendo no se sabe si por que se ha reconciliado con Hiroki, o por que ha hecho caso de Odd y ha leído el diario. Yo siempre he pensado que leyó el diario.

Escrito el 07 de agosto de 2010

sábado, 7 de agosto de 2010

VEINTICINCO MOMENTOS



Género: Romance, Friendship, Humor, Drama, Aventuras
Advertencias: Lime, Lemon
Clasificación: Hetero
Categoría: Fanfic
Serie: Code: Lyoko
Pareja: Ulrich y Yumi
Año: 2010
Estado: En proceso
Capítulos: 25

Veinticinco momentos: veinticinco oneshots sobre Ulrich y Yumi (CL).

Code: Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3

Versión en castellano // Versió en català

Listado de oneshots:
I.- Pastelería // Pastisseria
Llegan las vacaciones y los chicos tienen algo importante que celebrar. (Romance / +16)
II.- Baño
III.- Resfriado //
Ulrich está resfriado, o eso es lo que él cree, hasta que se desmaya y acaba en el hospital. (Drama, Romance / +13)
IV.- Secreto //
El inspector de la MILAD Stern, la detective de la judicial Ishiyama y su pequeño secreto. ¿Podrán guardarlo? (Romance, Universo Alterno, Acción / +16)
V.- Árbol
VI.- Naranja
VII.- Bomba
VIII.- Caricia //
Acariciaba su mano porque aquello era lo único que podía hacer en aquella situación. (Angst / +16)
IX.- Arriesgar //
Era un buen momento para arriesgarse, no podía volver a dejar pasar la oportunidad aunque tantos ojos estuviesen clavados en él. Continuación de I.-Pastelería. (Romance / +16)
X.- Pasado //
Yumi huyó asustada, ¡un fantasama! ¡Acababa de ver un fantasma! (Romance, Angst / +16)
XI.- Nariz
XII.- Agua
Ulrich determinó una cosa: el agua del océano era más fría que la del mar, pero estaba bien. (Romance / +16)
XIII.- Excusa
Tenía que hacer algo. Llevaba tiempo pensándolo. Ya era hora de mover ficha. (Romance / +16)
XIV.- Amigo
XV.- Sol //
Y ahora, puedo mirar atrás sin arrepentirme de nada. Sé que he hecho todo lo que tenía que hacer y que no me he dejado vencer por el miedo. (Romance / +16)
XVI.- Salado //
¿Puede un beso ser salado? (Romance / +16)
XVII.- Enfado
XVIII.- Manzana
XIX.- Llaves
XX.- Hogar
XXI.- Lluvia //
En un lluvioso domingo, Yumi, va al Kadic a ayudar a Ulrich y a Odd a estudiar para un examen de biología. (Romance / +16)XXII.- Diario
XXIII.- Elfo //
Nochebuena, muérdago, reunión familiar y tres elfos enormes. (Romance / +16)
XXIV.- //
Una cita para estudiar en casa de Yumi y el té derramado sobre el tatami. Versión +16 aquí XXIV.- Té: versión 2 (Romance / +18)
XXV.- Camisa //
Un mensaje de Franz Hopper les pide que vayan a Stuttgart. Determinan que vaya Ulrich, que habla alemán, y Yumi se ofrece a acompañarle. Contiene LIME. (Romance / +16)

Nota: este es un reto abierto a todo aquel que desee hacerlo. Si decides hacer tu propia versión, me encantaría que dejases un link a tu reto para poder leerlo :)

ADQST 07.- Tablas


Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Tablas

En el pabellón de deportes parisino Ulrich mantenía los ojos cerrados, oía las súplicas de Yumi lejos, muy lejos…

Pero no importaba. Porque Yumi estaba allí, frente a él. Con aquel espantoso vestido de flores blanco y azul, que Odd le había regalado para fastidiarla, y que ella se había puesto para fastidiarle de vuelta. Era feísimo pero ella lo hacía parecer bonito.

Yumi le sonreía y él se puso de pie. No le dolía nada. Era genial.

—Bienvenido a casa —susurró ella.

—¿A casa?

—A casa —repitió. Tiró de su mano hacia el interior de una vivienda. Él la conocía, era la casa de sus padres en Stuttgart—. Nuestra casa, Ulrich.

Se quedó sin formular la pregunta. Silenciado por los cálidos labios de Yumi, suaves y cálidos. Sintió una punzada de deseo en el estómago. La estrechó con fuerza, contra su pecho, deslizando su mano izquierda a lo largo de su espalda. Cuánto le gustaba, cuánto la quería y cuánto la deseaba.

Ella rompió el contacto de sus labios. No supo como, pero Yumi se había ido de su lado. Volvía a estar frente a él, con su vestido de tirantes negro y los ojos llenos de lágrimas. Su corazón obvió un latido.

—¿Crees que soy horrible? —Tenía la voz rota por el llanto.

—¿Cómo dices?

—No me amas…

Sintió sus mejillas arder. Se quedó con la boca abierta.

—No digas eso —susurró—. No sabes que siento.

—Sí que lo sé.

Yumi llevó las manos a su espalda y bajó la cremallera del vestido. Después, delicadamente, lo dejó resbalar por su piel hasta acabar en el suelo. Su ropa interior era negra también.

—Dime que me amas —sollozó.

—Yumi…

—Necesito que me ames —suplicó extendiendo sus brazos hacia él.

¿Cómo podía pedirle eso? Estaba colado por ella desde la vida entera.

En la fábrica William abrazada con fuerza a Yumi, mientras ella hablaba con Kento, se había calmado un poco, pero la conocía lo suficiente para saber que podía derrumbarse en cualquier momento.

Jérémie tecleaba a un ritmo frenético, programaba y desprogramaba cosas, de vez en cuando soltaba improperios y se desesperaba con las imprudencias de Odd.

En el sector del desierto de Lyoko se libraba una batalla épica. En realidad era más confusa que épica. A Odd y a Aelita les rodeaban un centenar de cangrejos y, lo desconcertante, frente a ellos había un Ulrich, una Yumi y un William, los tres con sus trajes de color negro, con la marca de X.A.N.A. en el pecho de un color rojo intenso. Además no había ni rastro de la torre.

—¿A quién prefieres cargarte? —preguntó Odd cargando sus flechas.

—A nadie. —Abrió sus ojos verdes con espanto.

—Voy a lanzar la marabunta —dijo Jérémie desde ninguna parte.

Odd y Aelita intercambiaron miradas horrorizadas.

—Einstein, la última vez que hiciste eso casi no lo contamos.

—He mejorado el programa.

—¿Mejorado como? —preguntó Aelita.

—Pues le he añadido un código de destrucción. Podré eliminarla cuando quiera.

Sin esperar réplica ejecutó el programa marabunta, al instante apareció una esfera morada que empezó a multiplicarse. Aelita ahogó un gemido, aquella cosa le ponía los pelos de punta.

—Odd. A vuestra derecha hay un montículo, ¿lo veis?

—¡Cómo no íbamos a verlo! ¡Es enorme!

—¡Subid!

Odd sujetó a Aelita por la cintura hasta que ella desplegó sus alas, las había olvidado. La soltó y ella voló hasta la cima. Él escaló tras ella hundiendo sus uñar en la roca.

—¿Y ahora qué? —preguntó Aelita sonriendo a Odd.

—¿Veis la torre?

—Ni rastro, Einstein.

—Según el superordenador estáis muy cerca, tenéis que verla.

—Pues no la vemos… —gruñó Odd.

—¡Esfuérzate más!

—¡Basta, Jérémie! No es cuestión de esforzarse. No se ve ninguna torre.

La marabunta cumplía con su objetivo con eficiencia. El ejército de X.A.N.A. iba menguando y los falsos Ulrich, Yumi y William se habían lanzado al mar digital. Más tarde se preocuparían de ellos. Oían mascullar y maldecir a Jérémie, al parecer él tampoco daba con la dichosa torre.

Sissi permanecía en la academia Kadic, en el pequeño adosado en el que vivía su padre. Él no estaba allí y tampoco le contestaba las llamadas, estaba cansada de hablar con el buzón de voz.
Paseó por la sala de estar y cogió una de las fotos con nostalgia. Aparecían Ulrich y ella en el jardín de infancia, sus dedos toparon con algo frío en la parte trasera del marco, la giró lentamente. La llave brilló y Sissi la miró embobada. ¿Qué debía abrir?

No pudo evitar pensar en lo que le había explicado Odd sobre el tal X.A.N.A., sobre Franz Hopper y sobre Aelita. Era un secreto horrible y le planteaba ciertas dudas, en cierto modo le hacía sospechar de todo y de todos, y quedar al margen no le ayudaba. Deseaba ayudar, pero no sabía como hacerlo.

El superordenador emitió un pitido y Jérémie sintió ganas de saltar de alegría.

—¡Bingo! —exclamó.

—Vaya euforia. —Rió Odd.

—He dado con la maldita torre.

Odd y Aelita se sonrieron aliviados, la situación era frustrante y agónica, así que el que Jérémie les diese buenas noticias fue genial.

—Tienes que saltar al mar digital, Aelita.

—¿Estás loco? —gritó Odd.

—¡No! La torre está ahí. Sobre el mar digital.

—Jérémie no veo ninguna torre.

—¿Confías en mí? —preguntó con voz serena.

—Sí. Confío en ti.

Aelita extendió los brazos y se dejó caer desde el montículo. El mar digital cada vez estaba más cerca. Si Jérémie se había equivocado sería su fin. Le sorprendió estar tan tranquila.

Al verla caer Odd sintió que se le paraba el corazón, pese a no tener uno en Lyoko. Se dio cuenta de que estaba gritando su nombre con un deje de histeria, mientras la veía caer.

Por su lado, Ulrich notó como su cuerpo se movía, temblaba de pies a cabeza de pura frustración. No podía consolarla. Avanzó hasta Yumi y la rodeó con sus brazos, esperando ser capaz de transmitirle con su gesto todo lo que sentía por ella.

La separó de él manteniéndola sujeta por los brazos con firmeza y la observó, procurando no detener su mirada donde no debía. Y lo vio claro. Esa Yumi era otra. Su piel estaba inmaculada, no había marca alguna sobre ella. Su actitud tampoco era la de Yumi.

Estoy soñando —pensó—. Sueño con una Yumi que no es real.

Sin embargo sentía una gran familiaridad con aquella Yumi, como si la conociese. Como si ya hubiese hablado con ella, como si la hubiese tenido cerca cientos de veces.

Mientras tanto, Aelita estaba a punto de chocar contra el mar digital, la idea de que Jérémie se había equivocado cruzó fugazmente su mente, hasta que observó unas ondulaciones sobre la superficie de este. Cerró los ojos y cuando los abrió se vio caer sobre la plataforma donde el símbolo de X.A.N.A. empezaba a iluminarse.

En aquella torre había una extraña fuerza gravitatoria, ya que, a juzgar por lo cerca del mar que había quedado, la torre, debía estar tumbada, sin embargo ella había entrado como si estuviera de pie. Movió la cabeza ahuyentando aquellos pensamientos que la distraían de su misión. Lo único que importaba era desactivar la torre, activar la vuelta al pasado y salvar a Ulrich.

Una vez en el centro su cuerpo se elevó hasta la plataforma superior, que se iluminó al instante, avanzó hasta que surgió la pantalla, puso su mano temblorosa sobre ella y fue identificada.

"Aelita", su nombre parpadeó en la pantalla.

—¿Cómo está Ulrich? —preguntó.

Oyó a su marido preguntar, sin ninguna delicadeza, a Yumi y la voz quebrada de ella al contestar.

—Inconsciente, pero aún respira —dijo Jérémie sin tacto.

Ahogó un gemido. Tendría que enseñarle a ser más delicado o acabaría por deprimirla.

La pantalla le pedía que introdujese el código. Aelita suspiró.

"Lyoko"

El aura de la torre pasó del rojo al azul.

—Torre desactivada.

Jérémie se echó hacia delante y tecleó a toda velocidad.

—Volvemos al pasado, ahora —dijo presionando la tecla enter.

Una brillante luz blanca salió de la fábrica y rápidamente se extendió por todo el mundo, rebobinando el día.

Ulrich estaba en medio del último combate antes del receso. Parpadeó y dudó unos segundos antes de derribar a su oponente. Tras tantas vueltas al pasado aún se le hacia difícil reaccionar si le pillaban en medio de algo que requiriese concentración.

—Ganador: Ulrich Stern —anunció el comentarista por megafonía.

Los contrincantes se saludaron y seguidamente, Ulrich, bajó hasta donde estaba Kento. Su jefe le lanzó una toalla sonriente.

—Impresionante. Pero has dudado, eso casi te cuesta el combate —le dijo.

—Me había parecido que estábamos fuera de pista.

Esa era una mentira que podía colar. Durante la sesión de golpes, su adversario, había llegado casi hasta la línea que marcaba los límites de la pista.

Kento movió la mano quitándole importancia, y observó como Ulrich rebuscaba en el interior de su bolsa de deporte.

—¿Qué haces?

—Tengo que llamar a Yumi.

—Vaya, tu novia no te deja ni un segundo, ¿eh? —bromeó el hombre viendo el sonrojo de su compañero—. Llama, llama, iré a buscar un café ¿quieres algo?

Negó con la cabeza encendiendo el teléfono. Un tono, dos tonos…

—¡Ulrich! ¿estás bien?

—Estoy bien —confirmó—. Aunque no recuerdo muy bien que ha pasado. Yumi… ¿estás llorando?

—No —sollozó.

Él se frotó la nuca, ante una negación tan ridícula. Pero no podía echárselo en cara, ella se preocupaba por sus amigos, y él no era una excepción. Deseó que su preocupación fuese más allá de la simple amistad, pero no podía hacerse ilusiones, William le vino a la mente como una bofetada.

—Nos vemos luego. Volveré sobre las cinco.

—Sí… —se limitó a contestar con voz temblorosa.

En la soledad del ciberespacio había comprendido algo. Los seres humanos eran muy ilógicos. No lograba entenderlos. Pero había algo que se repetía.

Cuando tuvo a William en sus manos, una parte de él se quedó en su consciencia, del mismo modo que un trozo de X.A.N.A. quedó en él. Fue problemático durante un tiempo, pero ahora creía comprenderlo.

Había algo, una cosa que los humanos llamaban sentimientos, que le desconcertaba. En especial uno que mezclaba sensaciones contradictorias. Ellos lo llamaban amor.

El sentimiento de amor de William por Yumi era fuerte y profundo, eso había estado a punto de costarle la perdida de su marioneta en más de una ocasión. En el amor, los nervios, el miedo, el cariño y el deseo iban siempre de la mano, como los códigos de datos en un programa.

X.A.N.A. sintió ganas de "reír", en el sótano de la fábrica algunos claves chisporrotearon. La risa de X.A.N.A.

Ulrich había sido toda una sorpresa. Al tomar control de su maltrecho cuerpo había encontrado aquellas mismas sensaciones. Amor por Yumi. No había logrado engañarle, aunque creía haber logrado a una Yumi bastante auténtica. Sus sentimientos eran más intensos que los de William, pero algo menos profundos. Estaba herido emocionalmente, fuese lo que fuese lo que significase eso.

El chisporroteo de cables se repitió. X.A.N.A. reía. La cosa se ponía interesante. William se lo había creído y con Ulrich casi lo había logrado. La próxima vez lo haría mucho mejor, la próxima vez lograría engañarle, la próxima vez los separaría.

Tendría que darle las gracias a Jérémie Belpois y a su virus múltiple, aquel que debería de haberle destruido. Flotar a la deriva le había enseñado muchas cosas. Algunas veces se había topado con datos, películas, series, música, libros, humanos de allí había sacado muchas ideas.

Gracias Jérémie —pensó en algún lugar de la red.

Odd miraba con el ceño fruncido la hoja en blanco que tenía delante. La canción que estaba componiendo, antes de a X.A.N.A. le diese por lanzar un ataque, se había esfumado. Apoyó la mejilla sobre la mesa y silbó las primeras notas de "Smoke on Water". Su móvil vibró a su lado y él descolgó viendo el nombre de Sissi parpadeando en la pantalla.

—¿Qué pasa, reina?

—¡Ha pasado al muy raro! —exclamó con histeria—. Estaba en casa de papá y me ha engullido una luz blanca… y ahora vuelvo a estar en la cafetería desde donde le he estado llamando.

—Ah… eso. —Odd se irguió en la silla, se le había olvidado comentarle ciertos aspectos de su aventura—. Cálmate. Eso era la vuelta al pasado. X.A.N.A. había lanzado un ataque y hemos tenido que activarla.

Sissi gruñó al otro lado de la línea y Odd sonrió al imaginársela con el ceño fruncido y mordiéndose el labio. Le esperaba una larga negociación para que le perdonase, algo que se arreglaría con una sesión de susurros y besitos.

—No pasa nada. Haz lo que estabas haciendo antes y no te preocupes. Todo está bien —dijo con firmeza y aplomo.

—Odd… —bisbiseó con un hilo de voz—. ¿Por qué esconderías una llave en la parte trasera del marco de una foto?

—¿De qué hablas?

—Hablamos hipotéticamente…

Odd se rascó la nariz.

—¿La llave de la caja fuerte?

—Tiene combinación…

—¿Estamos hablando hipotéticamente o de tu padre?

Sissi se removió incómoda. Apartó el té que se estaba tomando y que le empezaba a dar asco. Hundió los dedos entre su pelo negro y suspiró.

—Da igual… nos vemos después.

—¡Ey, Sissi!

Pero fue tarde. Ya había colgado. La llamaría en un rato, tenía que dejarla pensar.

Aelita yacía en la cama boca abajo, con la cara enterrada en la mullida almohada, a su lado Jérémie le acariciaba la espalda como acostumbraba a hacer. Demasiadas emociones en poco tiempo. El retorno de X.A.N.A., el mensaje de Hopper, el diario de William…

—¿Cómo te sientes? —le preguntó con voz melosa.

—Te has portado como un imbécil —gimoteó.

—Es cierto.

—Ulrich podría haber muerto.

Jérémie sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Era verdad. Había puesto en peligro a uno de sus mejores amigos, al punto de apoyo de la que era como su hermana mayor. En realidad los había expuesto a todos.

—Perdóname… —se inclinó sobre ella besándole entre los omoplatos—. He sido muy desconsiderado.

—Yo no diría desconsiderado. —Giró el rostro y clavó sus ojos verdes en los azules de él—. Jérémie, ha sido horrible. ¿Por qué te portas así?, ¿por qué haces como si todo te importase una mierda? Yumi estaba destrozada y le has preguntado por Ulrich como si le estuvieras pidiendo la hora.

—Estaba asustado —admitió—. Me conoces mejor que nadie, soy muy torpe en casi todo lo que no tenga que ver con los ordenadores.

—Son tus amigos, mi familia. Y no sólo ha pasado hoy con lo de Ulrich. Te has comportado como un cretino con William.

Jérémie acarició la mejilla de Aelita y le dio un suave beso en los labios. Dejó escapar un gemido de protesta cuando se apartó de ella y él sonrió.

—Me disculparé con todos. Me esforzaré por ser menos cretino.

Aelita rió por la expresión decidida de Jérémie, tenía un leve tic en la comisura izquierda del labio, ese leve movimiento involuntario mostraba lo nervioso que estaba.

—Te quiero, cretino —susurró divertida antes de besarle.

Yumi se movía como un animal enjaulado. Ulrich le había dicho que estaba bien, lo sabía, pero estaba inquieta. Miró su ropa en el espejo, camiseta verde botella y pantalón negro. Rebuscó en su maleta y sacó un vestido de tirantes negro, lo dejó sobre la cama y buscó más. Se cambió la camiseta verde por una negra bastante más ceñida. Se observó en el espejo y suspiró. Cogió su chaqueta vaquera y se la puso.

Quedaban tres horas para las cinco de la tarde. Toda una eternidad pero no podía quedarse allí o acabaría volviéndose loca.

Atravesó el bosque para dirigirse al dojo por donde él pasaría antes de volver a l'Hermitage. Esperar en la calle le parecía menos deprimente que hacerlo en el mullido sofá de Aelita.

La persiana estaba bajada, lo sabía, sin embargo le sorprendió. Se sentó en el frío bordillo y fijó su vista en los adoquines de la calle, por que si miraba el reloj la espera se le haría mucho más larga. Pronto descubrió que, el no tener nada en lo que entretener la mente, era tan malo como mirar fijamente el reloj.

No podía dejar de pensar en como su voz había ido perdiendo intensidad y definición, en como había enmudecido y en como se había sentido. Sintió un frío congelante en su interior. No podría seguir adelante sin él.

—¿Yumi?

Alzó la cabeza y sus ojos rasgados enfocaron a Ulrich, allí de pie junto a Kento mirándole preocupado.

Se puso en pie tan bruscamente que le rodó la cabeza.

Kento pasó junto a ella, levantó la persiana azul y abrió la puerta con la llave. Los vio mirarse los zapatos y le entraron ganas de darle una colleja a cada uno. Pensó en que podía hacer algo un poco más divertido. Volvió sobre sus pasos, hasta quedar a la altura de ella. Sonrió y le susurró algo en japonés, ella se sonrojó hasta las orejas. Le dio un suave apretón en el hombro con su gran manaza, para desaparecer por la puerta acristalada.

—¿Qué te ha dicho?

—Nada, nada. ¿Habéis ganado? —cambió de tema torpemente.

—Ha sido fácil.

Quería levantarle la camiseta y comprobar que la cicatriz estaba allí, como una sonrisa siniestra sobre su piel. Si lo hubiese hecho se habría ganado una bofetada, y se la hubiera merecido.

—¿Qué pasa?

—Perdona. —Apartó la mirada de sus costillas—. Estoy algo confundido. He soñado contigo, supongo que porque me estabas hablando por teléfono.

—Oh… ¿puedo saber que era?

No iba a contárselo. Le daba vergüenza sólo con pensarlo, la había confundido con alguien que no se le parecía en nada.

—Cosas sin sentido.

—Estás pálido…

Llevó su fina mano a la mejilla de él que se tiñó de rojo con el leve roce. Yumi sonrió.

—¿Te encuentras bien?

—Sí.

—¿Aún estáis aquí? —preguntó burlón Kento.

Los dos muchachos le miraron. Le lanzó las llaves del dojo a Ulrich con una sonrisa triunfante.

—Cierras tú, amigo.

—Eso no es justo.

Se despidió con la mano sin mirar atrás, riendo como un chalado. Ulrich suspiró, sus ojos castaños se centraron en los de ella. Yumi entró y él la siguió.

Con movimientos mecánicos extrajo de su mochila las toallas, los guantes y las protecciones que se había llevado aquella mañana. Desapareció con ellas tras la puerta con el cartel de "prohibido el paso". La vio sentada sobre el tatami en la posición del loto y habló.

—No tenías ninguna cicatriz.

—¿Por eso me mirabas las costillas? —Él asintió lentamente—. Sigue ahí.

Se puso en pie y se levantó la camiseta a la altura de las costillas, la blanquecina cicatriz pareció sonreírle.

—Ya veo.

—No pongas esa cara, no es tan fea. —Rió.

No esperaba que hiciese aquello, pero estaba agradecido, así no quedaba lugar para las dudas.

—¿Te importa volver sola a l'Hermitage?

—Claro, no hay problema.

—Voy a ir a ver a mi padre. —Yumi le miró sorprendida y él sonrió ampliamente—. No hablo con él desde hace tiempo.

—¿Cuánto?

—Más o menos desde que salí del Kadic.

Ella abrió los ojos sorprendida, de eso hacía cinco años. Su relación nunca había sido buena, no obstante, parecía haber empeorado y mucho. Aunque ella sabía algo que Ulrich no sabía, quizás el decírselo no cambiaría nada. Decidió que algún día lo haría.

—¿Tengo que desearte buena suerte?

—Eso me iría bien. —Sonrió.

—Buena suerte —susurró besándole nuevamente en la comisura de los labios.

Ulrich se sintió invencible. Capaz de soportar todos y cada uno de los comentarios hirientes de su padre.

Jérémie esperó en el porche de l'Hermitage el regreso de Yumi. Si tenía que disculparse debía empezar por ella, además si había alguien en el grupo que pudiese comprenderle era ella. Le entendió con el asunto del superordenador y sabía que también lo haría con aquello.

No tenía ni idea de cuanto tardaría, pero si se le congelaba el trasero esperando en la calle lo tendría merecido. Estaba seguro que de volvería, no iba a irse a un hotel sin haberse llevado sus cosas, dudaba que se fuese a casa de sus padres, aunque cabía la posibilidad, Ulrich no iba a llevarla a su apartamento, porque siempre decía que parecía la casa de un perdedor, y si había algo que su amigo no quería parecer era un fracasado.

Cuatro largas horas después la vio cruzar la verja de entrada. Cruzaron las miradas unos segundos y Yumi pasó de largo con el ceño fruncido.

—Yumi —susurró Jérémie a su espalda—. Tengo que… necesito hablar contigo.

—No te ofendas, pero no me apetece.

—Sólo escúchame —replicó recordando que eso ya había ocurrido antes.

Yumi bufó y le miró intensamente.

—Si vas a soltarme el rollo de "recuerdas cuando nos conocimos", en serio, ahórramelo.
Jérémie sonrió con nostalgia y acto seguido se puso serio.

—No es eso. Es sobre William —dijo bajando la voz—. Sobre cuando X.A.N.A. le poseyó.

—Te escucho.

—Fue culpa mía.

Continuará
Escrito el 6 de agosto de 2010.