viernes, 29 de octubre de 2010

25M IV.- Secreto



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

IV.- Secreto

Aquello no estaba bien, pero ninguno de los dos quería dejarlo. No había sido fácil, meses de dudas, interminables horas trabajando codo con codo, secretos compartidos en susurros, algunos alegres otros dolorosos, miradas cruzadas…

Tenían la fortuna de no pertenecer al mismo departamento, Yumi Ishiyama era una detective de la policía judicial y Ulrich Stern uno de la MILAD, así que las normas no les impedían mantener una relación sentimental, lamentablemente aquel era el segundo caso que llevaban entre los dos, y, en esas circunstancias, si lo tenían prohibido. Odd, el rubio y «esbelto» compañero habitual de Ulrich, siempre le repetía que era cosa del karma.

Yumi había abandonado su cama a las seis de la mañana, la había visto vestirse mientras fingía dormir, le ponía nervioso verla ajustarse la cartuchera porque eso le recordaba que alguien con malas intenciones podía dispararle. Disfrutó del suave beso de despedida que le dio antes de abandonar el apartamento.

Ulrich se levantó perezosamente a eso de las ocho, hasta que no les mandasen los resultados los de la científica no podía hacer nada útil, a parte de revisar los expedientes de los mafiosos de la zona y, para eso, ya estaba Odd. No obstante había una reunión a las nueve. Se dio una larga ducha caliente.

Cuando llegó al edificio de la MILAD se topó frontalmente con Odd que cargaba con una pila de documentos, este le miró frunciendo el ceño y soltó los papeles con desgana sobre el escritorio.

—Buenos días bella durmiente —dijo tamborileando en la mesa con los dedos—. Espero que tu ligue valiese la pena, por que llevo desde las siete leyendo estos malditos expedientes, en los que deberías ayudarme.

—No te quejes tanto —bufó Ulrich sentándose.

—Ya veo. Déjame adivinar —pronunció jugueteando— ¿la detective Ishiyama?

Ulrich se sobresaltó y enrojeció, Odd rió. Llevaba meses sospechándolo.

—Yumi y yo sólo somos amigos, además trabajamos juntos.

—Por supuesto. —Odd movió la cabeza con un gesto dramático—. Y ¿a qué jugáis? ¿al Cluedo?

—¿Sabes qué? —dijo levantándose—. Me voy a por un café.

—Huye como un cobardica. —Rió Odd, le encantaba fastidiarle.

Se dirigió a la salita anexa donde había una cafetera y tomó su taza, una de color blanco con la bandera alemana estampada en uno de los costados, un regalo de Odd, comprado en una de esas tiendas de todo a un euro. Le había regalado una a cada uno de sus amigos con la bandera de sus respectivos países, incluso una de Japón para Yumi.

Jérémie Belpois, el informático y uno de sus mejores amigos, le sonrió desde el otro lado de la barra americana destapando la urna repleta de bollería, con la taza francesa en la otra mano.

—¿Una magdalena?

—No, gracias —contestó con una sonrisa—. Me conformo con café.

—Tú mismo, cuando Odd descubra el banquete será tarde.

Ulich rió, Jérémie tenía más razón que un santo.

—He estado toda la noche tratando de descifrar los códigos que me trajisteis. —Partió un pedazo de magdalena de chocolate y se lo llevó a la boca—. La verdad es que no tengo muy claro que tipo de código es, he usado varios filtros sin resultados.

—Maldita sea…

—Ulrich, todo esto es un poco raro. Hace unos meses ese grupo a penas existía.

—Lo sé. Yu… Ishiyama dice lo mismo.

—Aah Ishiyama —dijo con tono de listillo y una sonrisa sobrada—. Una chica lista y muy guapa.

Jérémie conocía a Ulrich desde el instituto, Yumi era el tipo de chica que podría hacerle perder la razón, algo poco habitual, de hecho él no tenía constancia de que hubiese tenido una novia formal antes, aunque candidatas no le faltaban, Ulrich era todo un rompecorazones.

—No empieces tú también…

—Ey, Ulrich, la reunión va a empezar —dijo Odd asomando la cabeza—. ¡Ahí va! ¡Bollería!

—No tienes remedio —musitaron a la vez Jérémie y Ulrich.

Con una sonrisa cogió un plato y lo llenó hasta arriba de croissants, magdalenas, rosquillas y otros dulces, llenó la taza con la bandera australiana de café con leche y le dio un leve codazo a Ulrich para que avanzara.

En la sala de reuniones Jean-Pierre Delmas, el jefe, Gwen Meyer, la psicóloga, y los inspectores Emilie Leduc y Thomas Jolivert estaban ya sentados con sus blocs de notas y armados con bolígrafos de colores diferentes. Ulrich y Odd tomaron asiento.

Delmas dio inicio a la reunión haciendo un resumen de lo que sabían. La organización Vellis era relativamente actual, los primeros indicios de su existencia se remontaba a cuatro meses antes. Se había hecho con el poder del mercado de la droga en un tiempo record y habían sembrado la ciudad de cadáveres, todos ellos rusos, polacos y ucranianos.

No había manera de relacionarlos con alguna organización anterior, todos los datos llevaban a hombres de paja, la mayoría ancianitos moribundos en hospitales o residencias, otras veces a niños que aún estaban en la primaria, incluso a bebés. El departamento iba tan perdido que le había solicitado ayuda a la judicial. Ellos le habían enviado a Yumi y a la psicóloga forense Meyer.

La participación de ambas había arrojado un poco de luz a la investigación. La mirada más entrenada de una detective experta en homicidios les había hecho ver los rituales de la mafia rusa en los cadáveres. Ellos habían achacado la falta de dedos a que los asesinos trataban de entorpecer la identificación de los cuerpos, Yumi, en cambio, les había explicado que era un modo de proceder en la mafia. Secuestraban a alguien y pedían un rescate a la familia, cada X horas les enviaban una parte del cuerpo del rehén, hasta que se cansaban de jugar y lo eliminaban.

La psicóloga había hecho un perfil bastante detallado de los ejecutores, no tenían nombres, pero el concepto estaba bastante claro. Seguramente eran franceses que pretendían hacerse pasar por rusos, o bien estaban pasando una prueba de fuego. No obstante, por el conocimiento del procedimiento, quien mandaba era ruso, alguien que debía tener un abultado expediente criminal en su país de origen.

Cuando la organización empezó a sentir que se estaban acercando demasiado habían empezado a dejarles notas. Por una cara había dos cobras enroscadas, con las fauces abiertas a punto de atacarse y la palabra "Vellis" en negrita; por la otra cara había amenazas de muerte bastante explícitas.

Dos tímidos golpecitos sonaron y segundos después la puerta se abrió, Julien Xao asomó la cabeza por la puerta de la sala de reuniones, sudaba copiosamente y estaba pálido como la cera. Jean-Pierre Delmas le miró intensamente esperando una explicación, el resto le miraron confundidos.

—Señor… ha llegado una llamada de la central. —Entró con paso tembloroso y se detuvo frente a la mesa—. El equipo que ha ido al muelle ha caído en una emboscada, al parecer alguien ha dado el soplo y les estaban esperando…

—¿Cuál es el balance? —preguntó Delmas serio.

—Una agente muerta y diez heridos de diversa gravedad.

Ulrich dejó de escuchar, demasiado aturdido como para seguir centrado en lo que decían. Julien había dicho "una agente muerta" y no "un agente muerto". Yumi había ido al muelle, con el equipo.

Era una agente.

Yumi podría estar muerta.

Odd puso la mano sobre el hombro de su compañero, sabía lo que estaba pasando por su cabeza y, aunque, no tenía la certeza de que Yumi y Ulrich mantuvieran una relación sentimental sí que conocía los sentimientos de su amigo por ella.

—Seguro que está bien —le susurró—. Ya la conoces, tiene más vidas que un ejército de gatos mutantes.

—No estoy para bromas…

—¡Eh! —exclamó ofendido—. Que Yumi era mi amiga mucho antes de que tú la conocieras.

Miró de reojo a Odd y se levantó gruñendo. El jefe de departamento, Jean-Pierre, le lanzó una mirada gélida.

—Tengo que hacer una llamada —dijo saliendo por la puerta arrollando a Julien.

El corazón le palpitaba tan fuerte y tan deprisa que parecía querer romperle las costillas. Sacó el móvil de la funda que pendía de su cinturón y pulsó el número uno. El aparato marcó el teléfono grabado en el primer lugar de su lista de contactos, el nombre de Yumi apareció en la pantalla.

«El teléfono al que llama está apag…» canturreó la voz de la operadora con aquel tono tan irritante.

«No puedes estar muerta» pensaba una y otra vez caminando en círculos como una bestia enjaulada. Se sentó en la silla plegable de color negro junto a su mesa y sonrió con un idiota.

Aquel día, hacía algo más de un año ella había entrado en su vida. Los habían emparejado, tenían que ser un equipo. Él tenía tan pocas ganas de trabajar con ella que le había estado fastidiando tanto como había podido. Aquella silla plegable, incómoda a más no poder, había sido la primera de sus jugarretas, esperó una pataleta, sin embargo, Yumi, tomó el reto, se sentó y permaneció allí durante horas sin quejarse una sola vez.

La silla seguía siendo muy incómoda, pero Yumi siempre la usaba cuando iba a las instalaciones de la MILAD. Ahora volvía a estar junto a su escritorio por que volvían a ser un equipo.

Le dolía el alma, el nudo en su garganta a penas le dejaba respirar y le ardían los ojos. Ahora se arrepentía de mantenerlo en secreto, no podía hablar con nadie, no podía desahogarse…

—No digas nada. Sólo escúchame. —Odd había ido hasta a él. Estaba preocupado y conocía la poca inclinación de Ulrich por explicar sus problemas—. Sé que la quieres. Y no te molestes en soltarme el rollo de "sólo somos amigos" por que yo no he dicho lo contrario. También sé que estás acojonado y no te culpo, yo en tu lugar estaría histérico, pero deja de comportarte como un imbécil. —Ulrich le miró con el ceño fruncido—. Si sigues comportándote así Delmas empezará a hacerse preguntas para las que no sé si podrás dar respuestas satisfactorias.

»Yumi está bien. Estoy seguro de ello. Relájate, vuelve ahí adentro —dijo señalando la sala de reuniones—, y saca tu carácter para afrontar lo que queda charla.

—Hablas como todo un tío serio y responsable.

—¡Bah! Ya sabes, tengo mis momentos.

Asintió y regresó junto a Odd.

La reunión se alargó una hora más. Ulrich hizo grandes esfuerzos por mantenerse atento, ya que, al fin y al cabo, hablaban de la organización Vellis, el caso en el que trabajaban, la organización que había tendido la emboscada a sus compañeros.

En cuanto Delmas les dio permiso para volver a sus quehaceres en la oficina, Ulrich, se levantó como un rayo y abrió la puerta bruscamente. Un puño pequeño y de piel nívea se estrelló contra su pecho. Cruzó su mirada, enfadado, con la dueña del puño que le había confundido con una puerta y sintió un enorme alivio.

Aquellos ojos rasgados, aquel pelo liso, aquella carita ovalada…

Yumi le dedicó una sonrisa, le rozó el brazo con suavidad al entrar en la sala de reuniones. No se giró pero estaba seguro de que todos la miraban aliviados, se había ganado la simpatía del departamento con rapidez. El mismísimo Delmas se había mostrado alicaído e inquieto desde la interrupción del agente Xao.

—Señor Delmas —dijo Yumi con voz firme—. Si le parece bien me gustaría revisar algunos de los informes…

—Yumi… sabes que aquí eres bien recibida —contestó el hombre—. Pero tal vez deberías volver a casa y descansar. Veo que estás herida.

Al oír aquello Ulrich se giró, no se había dado cuenta. La manga izquierda de su camisa negra estaba desgarrada y manchada de sangre.

—Estoy bien. —Sonrió—. Necesito trabajar un poco.

—Stern, por favor. Dale lo que necesite.

—Sí, señor.

Odd la abrazó con cuidado al pasar por su lado y le susurró algo al oído, Yumi se sonrojó y sonrió.

Siguió a Ulrich, en silencio, con aquella formalidad que tan sólo ella tenía hasta el estrecho distribuidor donde estaban las puertas de los tres ascensores. Él, presionó los botones de llamada, más serio que nunca. La tintineante alarma resonó al abrirse las puertas metálicas.

Entraron juntos al ascensor, la secretaria del señor Delmas, Nicole Weber, estaba allí, les saludó con su sonrisa recta y poco apasionada de siempre, se bajó en la planta del archivo de expedientes. La puerta se cerró y Ulrich se abalanzó sobre Yumi empotrándola contra la pared metálica, la besó con desesperación, ella le respondió con la misma intensidad, enredando los dedos en su pelo.

—Creí que era a ti a quien habían matado.

—Estoy bien.

—Mentirosa —susurró Ulrich contra sus labios—. Tienes una herida en el brazo.

—No es más que un rasguño.

—Estás temblando…

—Estoy bien —repitió.

Ulrich suspiró, alargó el brazo y pulsó el botón de parada de emergencia. Las luces parpadearon unos segundos antes de bajar su intensidad.

—¿Sabes qué? Me parece que repites que estás bien para convencerte a ti misma.

—Ulrich…

—Te llevaré a casa —susurró con una caricia en su mejilla.

—No. Necesito entretenerme con algo, déjame trabajar en esos informes.

—¿Por qué has venido aquí en vez de a la judicial?

Yumi se puso de puntillas para besarle. No era que fuese muy alto, a penas la superaba por un par de centímetros, suponía que ese gesto la hacía sentir más cómoda.

—Quería verte.

—Estoy aquí.

La abrazó con firmeza dentro del ascensor parado, acariciando su espalda, mientras sentía como, poco a poco, el temblor de su cuerpo iba desapareciendo. Yumi no se asustaba con facilidad y aún con menos frecuencia dejaba que nadie la viese en un estado tan vulnerable. Sabía que podría decirle cualquier cosa para reconfortarla, pero no serviría de gran cosa, él no tenía la labia de Odd, más bien era torpe buscando las palabras necesarias, en cambio con los gestos no le ganaba nadie.

—Si no ponemos el ascensor en marcha pronto la señora Weber llamará a los de rescate de montaña para que vengan a salvarnos —bromeó Yumi.

—En estos momentos ya debemos de ser la comidilla de todo el departamento.

Ella se rió, era cuestión de tiempo que alguien se diese cuenta de que uno de los ascensores llevaba varios minutos parado, y empezara a preguntarse por qué demonios nadie pulsaba el botón de alarma. Y en ese momento su secreto compartido se iría a la porra. Se echó hacia adelante y pulsó el botón de arranque ella misma, el elevador se puso en marcha con un leve quejido.

Cuando la puerta metálica se abrió les golpeó el olor a cerrado y a polvo acumulado del almacén donde se guardaban los datos de los casos cerrados. Yumi bajó primero.

El vigilante del almacén les hizo firmar el registro y después les abrió la cancela para que pudiesen entrar, caminaron hasta quedar lejos de la vista y oídos del guardia.

—Pensaba que íbamos al archivo de casos abiertos.

—Era la idea. —Sonrió con cierto misterio—. Pero me he acordado de algo.

»Me lo dijo Milly hace unos días —contestó a la pregunta no formulada—. Recibieron una llamada en la redacción del Herrald, al principio pensaron que era una broma.

Mientras caminaba entre las estanterías de metal deslizaba los dedos por las cajas de cartón y de plástico que acumulaban polvo desde hacía años. Ulrich la observaba ensimismado, frenó su impulso de abrazarla recordando que había cámaras de seguridad y que un tipo sin vida social, gafas redondas y anticuadas, las hormonas revolucionadas y muy poco sentido común se pasaba el día en la sala de vigilancia.

—¿De qué iba esa llamada?

—Verás… cuando Milly tenía tres años su madre se la trajo a Francia, su padre se quedó allí —dijo con tono firme—. Se llama Dimitri Solovieff, al parecer es miembro de la mafia rusa. Cuando se enteró de que ambas estaban en Francia las siguió y montó su negocio por aquí.

»Empezaron con el narcotráfico a pequeña escala, hasta que estuvieron lo suficientemente afianzados.

—Ajá…

—La llamada era de una mujer, se hacía llamar Hel, como la diosa nórdica. Le dijo que Dimitri estaba relacionado con un viejo caso que había llevado la MILAD, que se había archivado como un caso de poca importancia gracias a que habían logrado esconder a la perfección el rastro. —Se detuvo frente a una de las cajas, sobre ella, bajo el número de caso podía leerse "Piranet, Y". Tiró de ella con cuidado y Ulrich se apresuró a cargarla y llevarla hasta la mesa más cercana.

»Cuando la conversación empezó a ponerse extraña la grabó, tiene que enviarme la cinta. Pero me comentó algo de un collar con dos serpientes enroscadas. Así que he pensado que tal vez lo encontremos entre las pruebas.

—Serpientes… cómo en las notas.

—Exacto, por eso he pensado que tal vez esté relacionado.

Yumi abrió la caja levantando una pequeña nube de polvo que les hizo estornudar, aquello les arrancó una carcajada. Sacó lentamente el contenido, desplegándolo frente a ellos. En el precinto de las bolsas de pruebas no estaban las iniciales de quien lo había embolsado.

El informe, a penas ocupaba seis folios, pero eso no era algo tan extraño, los había más cortos que ese, lo raro estaba en las casillas dedicadas a los detectives. Aparecía la fecha y hora del inicio del caso, así como las de detención. No obstante, los nombres de los detectives y del resto de agentes involucrados en el caso no aparecían por ningún lado. Ulrich suspiró y acarició el papel amarillento deteniéndose sobre la casilla donde estaban los números de los videos del interrogatorio.

—Voy a buscar las cintas —dijo incorporándose.

—Espera, Ulrich. Mira esto.

Dentro de una bolsa de pruebas había un paquete de tabaco ruso, la cajetilla era blanca y azul con un plano de Rusia dibujado.

—¿Vas a ponerte a fumar ahora? —soltó con humor.

—Fíjate bien —murmuró señalando el centro del plano—. Justo aquí ¿qué ves?

—¿Una mancha? —Entrecerró los ojos y entonces vio un leve destello—. ¿Qué…?

—Es una microcámara. Podríamos mandársela a Belpois, tal vez él saque algo en claro.

Ulrich asintió y se inclinó sobre la mesa para alcanzar una caja de guantes de látex, se puso un par, abrió la bolsa y extrajo el paquete de tabaco. Yumi le imitó enfundándose otro par, le quedaban grandes.

—¿Cómo se les pudo pasar por alto algo así?

—Bueno… —contestó ella—, supongo que si buscas droga, te centras en eso. —Él la miró con reproche—. No te cabrees, quiero decir que si no buscas algo raro nunca sospecharías de una cosa tan cotidiana como unos cigarrillos.

—¿Y tú por qué lo has hecho?

Yumi rió observando otro de los objetos etiquetados como pruebas.

—A mí me enseñaron a sospechar hasta de mi sombra. He trabajado en un par de casos de espionaje con la INTERPOL…

—Pues sí que has trabajado en sitios —dijo revolviéndole el pelo—. Muy bien señorita sospecho-de-todo-lo-que-veo, revisa esto a fondo, yo voy a por las cintas de los interrogatorios.

Varias horas después una docena de vasos de plástico vacíos, botellines de agua, envoltorios de celofán de bollería industrial, papeles de sándwiches y paquetes de comida china invadían la mesa. El adiestramiento que había recibido Yumi por parte de la judicial había sido muy útil.

A parte de la microcámara, habían hallado algunos restos de polvo en la billetera de Yannick Piranet, parecía algún tipo de arena. No habían encontrado el collar de las serpientes enroscadas, pero sí una fotografía en la que salían el detenido y una niña, ambos en mitad de una calle devastada y polvorienta, en el reverso la caligrafía elaborada y cursiva de color azul celeste ponía "Yannick y Alexandra. Tanta, Egipto. 2004".

Cuando pasaron a la visualización de las cintas su frustración creció. Alguien las había borrado. Alguien que no quería que nadie indagase en aquel asunto más de lo debido. Eso había cerrado la puerta.

Llevaban un rato mirándose fijamente, como si en los ojos del otro estuviese la respuesta a todos los interrogantes que flotaban en aquel almacén. Yumi inspiró hondo y cerró los ojos.

—Veré si encuentro a algún juez que conserve el buen humor a las tres de la mañana —dijo volviendo la vista al informe.

—¿Para qué lo quieres?

—¿No es obvio? Para reabrir el caso y poder interrogar al señor Piranet.

Sintió ganas de darse un golpe a si mismo por no haber caído, pero estaba tan cansado que sus neuronas ya se habían ido a dormir.

—¿Qué hay de esa juez…? Esa amiga tuya…

—¿Aelita? —Ulrich asintió—. No es juez, es fiscal y está de vacaciones en el Tibet, sin cobertura. Puedo llamar a una tienda de comestibles que está a doscientos kilómetros de donde se encuentra, seguramente tardarían una semana en darle el mensaje.

—Estupendo —dijo con sarcasmo.

—¿Y tu padre? ¿Tiene a algún juez entre sus amigos?

Se apoyó en el respaldo bruscamente. Su padre. Un tema espinoso. Era un abogado reputado, supuesto excelente padre de familia, sociable y agradable, siempre dispuesto a regalarle una sonrisa radiante a las cámaras de televisión. Ulrich bufó, si el mundo supiese como era el abogado Stern en realidad su reputación caería en picado.

—Olvídate de él, no me echaría un cable ni aunque me estuviera ahogando en medio del mar y él pasase con su yate por allí. Abriría una botella de Martini y montaría una fiesta.

—Vaya…

—Menudo panorama, ¿eh?

—Yo… —Alzó la mano para acariciarle la mejilla.

—La cámara —susurró—. Tranquila, estoy bien. Aunque un sueñecito no me vendría nada mal.

—Apoyo la moción detective, Stern. Pero…

Ulrich empezó a guardarlo todo en la caja, quería irse de allí cuanto antes. La miró significativamente.

—El juez puede esperar a que amanezca, se lo diré a Delmas, tal vez él pueda mover algunos hilos.

—Está bien… —susurró poniéndose en pie con una mueca de dolor—. Tendrás que llevarme a casa, no creo que pueda conducir, se me ha pasado el efecto de los calmantes.

Puso los ojos en blanco, exasperado, y contuvo un gruñido sabiendo que daba igual lo que dijera, al final Yumi siempre hacía lo que quería.

Condujo unos veinte minutos hasta una casita de dos plantas en el centro de la ciudad, en el patio había un pequeño jardín con un impresionante cerezo japonés en el centro y linternas de piedra a lo largo de un caminito que desembocaba en un jardín zen. Nadie podía dudar quien era la dueña de la casa. Le invitó a entrar, aquella casa siempre le hacía pensar en un pedacito de Japón trasladado a Francia. No dejaba de impresionarle por más veces que entrase.

Las botas de Yumi parecían apoyarse en los zapatos de Ulrich en la entrada.

Le había invitado a una cerveza, sin embargo prefirió tomarla a ella bajo la única luz proporcionada por la luna.

Los primeros rayos de sol se dibujaban en el horizonte, cuando Ulrich abrió los ojos con la sensación de no haber dormido más de cinco minutos. Entre sus brazos, abrigada bajo el edredón, Yumi dormía placidamente, en parte por el cansancio, en parte por los calmantes. Su piel suave y cálida al tacto le hacía sentir seguro, como si no pudiese pasar nada malo estando juntos.

La musiquilla del móvil de ella resonó en la habitación, suspiró adormilada, se estiró por encima de él hasta coger el teléfono, aprovechando para darle un fugaz beso en los labios. Se tumbó boca arriba y descolgó.

—Ishiyama.

Al otro lado de la línea la voz de un hombre resonaba, Yumi abrió los ojos de golpe y se incorporó. La visión de su espalda desnuda le cortó la respiración a Ulrich.

—Voy para allá —casi chilló.

—¡Eh! —La detuvo sujetándola por el codo, había saltado de la cama como si estuviese en llamas—. ¿Qué pasa?

—Han secuestrado a Milly, la tienen en un almacén al este.

—Te acompaño —dijo levantándose también.

—Ni hablar, es peligroso.

Ulrich sonrió con autosuficiencia, silbó algunas notas y le puso la mano sobre el hombro con firmeza.

—Tengo una noticia para usted, detective Ishiyama. —El tono que empleó le hizo fruncir el ceño a ella—. Tu coche está en la MILAD, soy tu único medio de transporte.

—Vale, pero te quedarás fuera.

—Prometido —dijo resignado.

Sobre el techo del deportivo azul de Ulrich, la luz de la sirena brillaba de manera intermitente pidiendo paso. Iban muy deprisa, trataba de mantenerse atento a la carretera, pero sentía que su vista se detenía con demasiada frecuencia en Yumi. Hablaba por el móvil, con aquella firmeza impresionante, haciendo acopio de tantos datos como podía, ubicación exacta, secuestradores, el tipo de edificios de los alrededores… no dejaba ningún detalle en el aire.

Suspiró hundiendo los dedos en su melena azabache. Contó hasta diez veces los cargadores de reserva para su arma, una vieja CZ 75 semiautomática, un total de dos. Era la única en todo el cuerpo de policía francés que la usaba, al principio estaba convencido de que necesitaba una munición diferente a la 9mm Parabellum proporcionada por el cuerpo, también estaba seguro de que sería un auténtico suplicio usar una pistola checa de 1975, se sorprendió de lo manejable y versátil que era. Desde que se la prestara en el campo de tiro que intentó hacerse con una, no hubo suerte.

—Tengo un cargador en la guantera —susurró para que no le oyeran por el móvil—. Te lo dejaste en mi casa.

Yumi le guiñó un ojo abriendo la guantera, rebuscó y lo extrajo.

«Veinte balas en la pistola, una en la recámara, tres cargadores… ochenta y una» —calculó mentalmente—. «Suficiente… un tirador, dos balas de aviso, como mucho sesenta en fuego cruzado, con una me basta para abatirle…»

Desenfundó la pistola, extrajo el cargador, lo volvió a colocar, quitó el seguro y tiró de la corredera haciendo saltar la bala de la recámara cargando la siguiente, comprobando así que no estaba atascada, sacó el cargador nuevamente, colocó la bala en su interior y volvió a ponerlo. Apuntó a la luna del coche y volvió a asegurarla. Hacía aquel pequeño ritual cada vez que sabía que tendría que disparar.

«Lo primero es sacar a Milly, después ya veremos.» —Suspiró y se aclaró la garganta—. Estaré… estaremos allí en seguida.

Colgó y cerró los ojos con fuerza, apoyó la cabeza en el reposacabezas. Su pelo negro le rozaba los hombros.

Ulrich no dijo nada, la dejó concentrarse. Cuando la conoció creyó que era fría y que todo le daba igual, después descubrió que aquella actitud no era cierta, pero tenía que comportarse así para soportar la presión. Le costaba ser aquella Yumi.

—Yumi —dijo al detener el coche tras los coches patrulla que rodeaban el almacén y esperó a que le mirara—. No te arriesgues demasiado.

—¿Asustado?

—Ayer mismo creí que estabas muerta, te agradecería que no lo volvieses a hacer.

Ella le sonrió con calidez.

—A no ser que quieras matarme de un infarto, entonces adelante…

—Tendré cuidado, lo prometo. —Desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta del coche.

—Yumi. —Ella le miró con medio cuerpo fuera del coche—. Te quiero.

—Yo también te quiero —pronunció conteniendo sus ganas de besarle, demasiados policías alrededor.

Ulrich bajó del coche cuando ella ya estaba hablando con el equipo de asalto, un hombre con un walkie-talkie parecía intentar negociar con el secuestrador. Se sentía un poco idiota allí de pie, él no había ido a esos cursos especiales… negociar con criminales no se le daba bien, tampoco sabía gran cosa sobre crímenes violentos, pero sí sabía que no quería que Yumi entrase allí.

Pero lo hizo, Yumi entró con un chaleco antibalas ceñido al cuerpo. Ella sola, sin apoyo. La unidad de asalto estaba preparada para actuar. Entonces se dio cuenta de que estaba temblando.

Analizó el edificio de un blanco mancillado por el gris de la contaminación, los vidrios rotos, los graffitis algunos elaborados otros meros garabatos. Era una infraestructura ruinosa que no tardaría en acabar en el suelo. Parte de su tejado se había derrumbado tiempo atrás, las grietas recorrían la fachada como arrugas en un rostro demasiado anciano y cansado. Daba escalofríos, sin duda.

Miró su reloj buscando centrar su atención en otra cosa. No funcionó. Se acercó al tipo del walkie-talkie y escuchó atentamente todo lo que comentaba con sus colegas. Aquel tipo había pedido que entrara la agente Ishiyama, sólo ella. Tuvo un horrible presentimiento y sin poder evitarlo sus pies se movieron y corrió al interior del edificio ruinoso.

Alguien había gritado su nombre, pero no se detuvo a ver quien era y mucho menos que era lo que quería. Sacó su pistola de la cartuchera, no sabía cuantos cargadores llevaba encima, suspiró no era tan metódico como su novia, esperaba que con las veintiuna balas que había le bastase.

El interior era como un laberinto diseñado por el peor arquitecto del universo, paredes que se habían venido abajo, puertas y ventanas tapiadas… «Una ratonera» pensó.

Un desgarrador grito trepó por las paredes del edificio hasta llegar a él, amplificadas por el eco. Se estremeció sin poder evitarlo. El sótano. Emprendió el descenso con sigilo.

Milly temblaba, el hombre que presionaba el cañón de la semiautomática contra su sien parecía desesperado. No debía tener más de treinta y cinco años, sin embargo parecía mucho mayor, las drogas habían minado su cuerpo de un modo horrible. Le faltaba un trozo de nariz, le temblaba el pulso y se tambaleaba nervioso. Era obvio que no podía pensar con claridad. La raída ropa llena de agujeros y manchas de sangre, algo que tiempo atrás había sido un elegante traje chaqueta azul marino y una camisa salmón, hacía que su enmarañado pelo rubio tuviese aún peor aspecto.

Yumi dio un paso al frente con decisión.

—Tranquila, Milly, todo va a ir bien.

El hombre apretó la mandíbula haciendo rechinar sus dientes.

—Tú… vas a convencer a los tuyos para que nos dejen en paz —gruñó sorbiéndose la nariz—. Me llevaré a la hija de mi jefe y…

—¿Y qué? —replicó ella con frialdad—. ¿Crees que Solovieff no va a hacerte nada por llevarle a su hija? Me parece que el que te valgas de ella sólo hará que se cabreé y te quite de en medio.

—¡Vas a decirles que nos dejen en paz! —gritó.

—¿Y si no lo hago?

Él pareció dudar, sopesar la posibilidad.

—Entonces te mataré —dijo al fin con una sonrisa siniestra—. Una bala en la cabeza y fin del problema.

—Ya… No eres consciente de la situación, ¿verdad? Si me matas entraran los del equipo de asalto y te liquidarán —remarcó la palabra "liquidarán"—. Dime, ¿por qué no te ayudas a ti mismo, me das el arma y todos salimos de aquí respirando?

En ese momento, Yumi, le vio por el rabillo del ojo, con su arma cargada saliendo de detrás de una de las columnas. Por la expresión del secuestrador supo que él también le había visto.

Tenía que disparar antes de que lo hiciese él, pero Milly estaba en medio, le daría. No tenía ángulo.

Y entonces hubo un disparo.

—¡Corre, Milly! —gritó Yumi.

En parte era una suerte que aquel tipo no pudiese concentrarse en dos cosas a la vez. Había disparado a Ulrich y para ello tuvo que soltar a Milly.

Le sangraba el hombro derecho, no era demasiado grave, pero aquel hombre caminó hasta a él tambaleándose como una hoja en mitad de una tormenta. Iba a usarle para disuadirla.

—¡Si das un paso más me cargo a tu compañero! —berreó apuntando a la cabeza de Ulrich.

—Adelante —respondió ella—. Ni siquiera me cae bien.

Ulrich parpadeó tirado en el suelo, allí estaba la Yumi Ishiyama de apariencia imperturbable, frialdad abrumadora e indiferencia que había visto el primer día, si no la conociera creería que le importaba una mierda de verdad.

—¡Me… me tomas el pelo! ¡Sucia mocosa os mataré a los dos!

—¡Qué va! Tiene normas para todo —dijo siguiendo los movimientos histéricos del hombre—. Imagínate, ni me deja tomar café en el coche, es un vela. Mátale, me harás un favor.

—¿Vela? —aulló el hombre.

—Quiere decir "pelma" —replicó Ulrich que había entendido el juego al que jugaba su compañera—. A ver si aprendes a hablar, mocosa estúpida.

—¡Uy! Disculpe usted William Shakespeare.

—Al menos yo sé hablar.

—Hablar sí, por que lo que es escribir parece que lo hagas en otro idioma —dijo Yumi avanzando un par de pasos.

—¡No te muevas! —chilló el pistolero al borde de la histeria.

—Yo de ti no le diría eso —le advirtió Ulrich con cierto sarcasmo—, tiene muy mal pronto. Es campeona de karate y la mejor tiradora de su promoción.

Perdió el hilo de la situación bajando la cabeza para ver al detective al que encañonaba, dos fuertes deflagraciones cortaron el aire, el pistolero se convirtió en un amasijo de brazos y piernas que se retorcían de dolor. Yumi le había disparado dos veces, en el hombro derecho y en la pierna izquierda. Ulrich apartó la pistola de una patada.

La detective se movió con agilidad hasta a él, arrodillándose con los ojos llorosos.

Kami… ¿estás bien?

—Sí.

Yumi se desabrochó la cartuchera apresuradamente y la dejó en el suelo a su lado, se quitó la camiseta e hizo presión con ella sobre la herida en el hombro de Ulrich. Frunció el ceño ante la punzada de dolor y ella le sonrió con aquella calidez que le atravesaba el alma.

—Te dije que te quedaras fuera —le reprochó sin rastro de enfado.

—¿Y dejarte sola con un psicópata armado?

—Es mi trabajo, idiota.

—Acércate —le susurró. Ella se agachó un poco inclinándose sobre él—. Más… un poco más…

Alzó el brazo y la sujetó por la nuca obligándola a inclinarse sobre él, le dio un beso cargado de adrenalina. Yumi procuró no ejercer demasiada presión sobre la herida de bala, pero era complicado en aquella posición, hizo un tremendo esfuerzo para apartarse de aquel beso que llevaba deseando desde que se había despertado.

—Por mí podéis seguir —dijo alguien a sus espaldas.

Ulrich y Yumi se giraron con los ojos abiertos de par en par, les había pillado, alguien les había descubierto, pero aquella voz…

Odd les miraba con una sonrisa de oreja a oreja satisfecho de haber mandado a la porra todos los esfuerzos de sus amigos por mantenerlo en secreto.

—Tranquilos —dijo con tono cantarín—. Os guardaré el secreto.

Se limitaron a asentir, demasiado sorprendidos para articular palabra. Una campeona de karate y cuarto dan de judo, y un experto en Pentchak-Silat, a parte del karate, más le valía no irse de la lengua o iba a pasar mucho tiempo sin poder ligar.

Fin

Aclaraciones:

Hel o Hela: diosa de la mitología nórdica, hija de Loki y de una giganta hechicera venida de Jötunheim. Hela reina sobre Niflheim y vive bajo las raíces de Yggdrasil.
INTERPOL: Organización Internacional de Policía Criminal. Fue fundada en 1923, en ella participan 188 países, es la segunda organización internacional más grande del mundo.
Kami: es la palabra japonesas para referirse a las entidades espirituales adoradas en el sintoísmo. La palabra suele traducirse como "dios" o "deidad". Los kami femeninos a menudo aparecen bajo el vocablo "megami".
Por ejemplo: Amateratsu Ô-Mikami (Amateratsu u Ôhiru-menomuchi-no-kami) es la diosa del Sol en el sintoísmo y, según la religión, es un antepasado de la Familia Imperial de Japón. Es una de las figuras más importantes del sintoísmo, así como la más conocida.
MILAD: es una de las unidades especiales de la policía francesa, en concreto es la unidad de lucha anti-droga.
Vellis: significa "velo" en latín.

Escrito el 29 de octubre de 2010

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