domingo, 15 de agosto de 2010

UDN.- Preferencias



Preferencias

Muchas veces he escuchado que las personas estamos condicionadas por nuestras preferencias. A mí siempre me ha gustado el helado de fresa con chocolate fundido, los ojos negros i el cabello rojo. Quizás por eso, no puedo dejar de mirar al chico que duerme en el suelo a mi lado.

El destino marcó en el calendario nuestro encuentro. Le tendría que haber matado, pero me lo llevé conmigo.

Nuestro precario refugio crujía bajo la fuerte tormenta que azotaba la ciudad. Si no hubiese visto las cosas que he visto, si no fuese quien soy seguramente estaría aterrorizada.

Miré el reloj colgado en la pared ennegrecida por la humedad, pasaban de las siete.

—¡Arriba! —le dije—. Es hora de salir.

Cesc se rascó un ojo mirándome como si estuviese loca, eso me hizo sonreír como si fuera idiota. Se levantó sin protestar, cosa que me sorprendió, los primeros días había gritado, pataleado y hecho aspavientos para no salir de la cama. Cabe decir que le entendía, hacía frío, mucho frío, y la perspectiva de vagar sin rumbo por la ciudad en medio de un temporal de lluvia no era demasiado tentadora.

—¿Cuál es el plan para hoy? —me preguntó con sarcasmo.

—Haremos la ronda. Subiremos a la montaña, hay construcciones antiguas donde acostumbran a esconderse los míos. —Le di la espalda mientras se cambiaba de ropa—. Hay un lugar en concreto que me interesa. Está en mitad del bosque, hay una fuente de esas con un estaque debajo y una estatua de una mujer sentada peinándose. Muy cerca hay una especie de casa de piedra, parece sospechosa.

—¿Quieres decir? Casas de esas que hay por todos lados, mira los pueblos antiguos.

Suspiré, no me había hecho entender como esperaba.

—Son un montón de piedras apiladas haciendo la estructura de una casa. Parecen guijarros de río.

—Muy bien. Tú mandas, ¿no?

No contesté. Básicamente porque yo no mandaba. Le había salvado. Pero no mandaba. Quizás para un humano todo aquello fuese demasiado complicado.

—¿Qué? ¿Estarás de morros todo el día o nos moveremos?

—Cualquiera diría que empieza a gustarte todo esto. —Se encogió de hombros y negó con la cabeza—. No sé si eso es bueno o malo.

—No te lo tomes a mal, pero sólo pienso en que quizás así logre escaparme.

Suspiré. Debía de haberlo imaginado. Aunque me jodiese no le podía dejar huir, aún no. El imbécil siniestro nos estaría buscando como un loco, sediento tanto de sangre como de venganza. Nos haría picadillo.

—Vamos —dije sin emociones.

Cesc me siguió en silencio. Tenía que esforzarme por no ir demasiado deprisa, porque si no, él no podría seguirme. Llovía a mares, parecía que el cielo se nos caería encima. Los transportes públicos eran una opción demasiado peligrosa, así que le hice caminar por la ciudad y después por el barrizal en que se había convertido la montaña.

Al cabo de dos horas de excursión embarrada y silencio sepulcral Cesc habló.

—¿Cómo funciona?

—¿El qué?

—Eso de ser un diablo. —Pensé que se burlaba de mí y me giré para verle la cara, sonreía, curioso de verdad—. ¿Sois como los vampiros? ¿Mordéis y transformáis a la gente? ¿Tenéis superpoderes?

Me eché a reír, yo me había hecho las mismas preguntas tiempo atrás.

—Siento decepcionarte pero no nos parecemos en nada a los vampiros. —La voz me salió en un tono suave y dulce—. ¿Mordemos? Pues sí, pero no transformamos a la gente en diablos. No funciona así.

—¿Entonces no podéis hacerlo?

—Bueno… sí que se puede. Pero es muy difícil, los humanos sois muy frágiles y el ritual es muy duro.

Me estremecí. Lo había presenciado una vez, me horrorizó. Me sentí mareada, enferma y asqueada.

Era un chico de dieciséis años, Lali, una diablesa de mi edad, se había encaprichado de él y lo quiso tener para el resto de la eternidad con ella. Él, por supuesto, no sabía lo que era su novia.
Le sedaron y ataron a una fría mesa de acero inoxidable, de esas de las autopsias, cuando el chico se despertó estaba tan acojonado que se meó encima. Entonces comenzó todo.

Nuestro consejero, que también era algo así como un mago, un viejecito de más de tres mil años de antigüedad, blandió un puñal de obsidiana y lo hizo resbalar por la piel del chico haciendo brotar la sangre. Un total de doscientos cortes, a esas alturas, el pobre chaval agonizaba. Pero su tortura no acababa ahí. La horda de diablos, diez, se lanzaron sobre él y le mordieron, haciendo que su sangre salpicase por todas partes, mientras que Lali trataba de tener sexo con él, cabe decir que no lo consiguió. El chico murió desangrado minutos después. La ceremonia aún no había llegado a la mitad, fue un fracaso absoluto.

—Qué decepción —murmuró.

—¿Por qué?

—Esperaba los detalles macabros.

Le lancé una mirada escéptica.

—¿Hablas en serio?

—No, pero me ha dado la sensación de que me echarías el rollo.

Los dos estábamos empapados y embarrados. Él me miraba fijamente y yo tenía ganas de darle una bofetada. Sus ojos negros enfocaron algo detrás de mí pero yo no aparté la vista de él.

—Ey, mira —dijo sorprendido—. ¿No es eso lo que buscábamos?

Fruncí las cejas antes de girarme. La fuente con la mujer que se peinaba estaba allí, en medio de un claro en el bosque, rodeada de pinos, como una ninfa. Le apreté la mano, en parte emocionada, en parte muerta de miedo. Si lo recordaba bien la casa tenía que estar justo a nuestra izquierda, la cortina de lluvia dificultaba la visión. Avancé arrastrándole.

En efecto, la precaria casa de piedra estaba allí, como un testimonio mudo de un tiempo mejor donde la gente podía confiar en sus vecinos. Sus paredes estaban llenas de grafittis cutres y el moho asomaba entre las piedras.

—¿Entraremos? —murmuró a mis espaldas.

—Yo sí. Tú esperarás aquí, ¿entendido?

Asintió en silencio y entré con cautela. Mis ojos dorados me permitían ver bastante bien en aquella oscuridad, pero no los necesitaba para saber lo que había pasado allí dentro. Me llegaba el olor de la sangre, de muchas personas, quizás el diablo estaría echando la siesta después de la comida.

Al llegar al final del pasillo comprobé que no había nadie, se me había escapado, pero ¿cuánto hacía que se había marchado? Hundí mis dedos en el charco de sangre. Estaba caliente, muy caliente. Aquella persona acababa de morir aún no hacía ni cinco minutos.

Me espeluzné. Cesc esta solo fuera. Mi cautela se esfumó y corrí como una bala al bosque.

Un diablo, con el aspecto de un hombrecito frágil y enfermizo, tenía a Cesc en el suelo, le tapaba la boca con la mano. Estaba preparándose para comérselo. Mi corazón latió con fuerza y mi naturaleza pasó por encima de mis modales de humana. Me lancé sobre él, con el cuerpo encorvado, las manos tensas y enseñando los dientes, completamente fuera de mis casillas. Hice rodar al diablo por encima de las agujas de los pinos, el barro y el agua. Le mordí con todas mis fuerzas en el brazo, su sangre goteaba de mis labios y manchaba mi camiseta.

—No toques a mi humano, escoria.

El diablo me empujó y choqué contra uno de los pinos quedando aturdida.

Creo que soñé con mi abuela. Me explicaba una de aquellas historias sobre los romanos y los griegos. Me pareció, incluso, poder saborear el pastel de fresa que cocinábamos juntas.

Una mano cálida sobre mi mejilla me devolvió a la realidad, parpadeé hasta conseguir enfocar la cara preocupada de Cesc, tenía una brecha en la frente.

—Ey venga, Mercè, despierta.

—¿Dónde está?

—Ha huido.

Me ayudó a levantarme, le temblaba la mano, en parte por el frío y sobre todo por el susto. Se encogió de hombros.

—Quiero volver a casa —titubeó.

—¿Te encuentras bien?

No contestó, tampoco me miró.

—Volvamos —dije sin más.

Durante todo el trayecto, Cesc caminó cinco pasos por detrás de mi, mudo como una tumba. Había estado a punto de morir, ¿quién podría recriminarle aquella actitud? Yo no podía.

Fin

Escrito originalmente en 1993, reeditado el 13 de agosto de 2010.

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