jueves, 27 de enero de 2011

25 M XXIII.- Elfo



Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3

XXIII.- Elfo

—Vendrás, y punto. Fin de la discusión.

Al instante, Ulrich Stern, se vio, con la boca abierta a punto para protestar, escuchando el tono intermitente que indicaba que, una vez más, su padre le había colgado. Cerró la boca y frunciendo el ceño lanzó su teléfono móvil contra un árbol, haciendo que tanto la carcasa como la batería saltasen para caer después entre la alta hierba.

Por eso odiaba la Navidad, entre otras cosas, pero esa era la que más. ¿Acaso no se suponía que era tiempo de paz, amor y buen rollo? Al parecer nadie se había molestado en explicárselo a su progenitor.

Cierto era que acostumbraba a inventar excusas estúpidas e inverosímiles para no tener que ir hasta Stuttgart en coche con su felicísima familia, pero esa vez tenía un excelente motivo para no ir. La familia de Yumi estaba en Japón, y ella había tenido que quedarse, así que pasaría las navidades sola en una casa enorme. Si Jérémie, Odd o Aelita estuviesen en la ciudad, en fin, aunque le fastidiara lo mismo, al menos se quedaría tranquilo. Odd se iba a Australia en un par de horas, Jérémie y Aelita a Luxemburgo…

No podía dejarla sola. Simplemente era superior a sus fuerzas.

Se quedó pensativo mirando su móvil desmontado entre el césped y suspiró resuelto.

—Decidido —exclamó.

Recogió las piezas del maltrecho aparato y, mientras caminaba, empezó a montarlo de nuevo. Las calles de la ciudad estaban prácticamente tan desiertas como el internado. Ya le iba bien que así fuera, eso le evitaba el tener que esquivar charlas insulsas sobre el tiempo o lo que hacía Fulanito con su vida.

Cuando estuvo frente a aquella verja negra fue plenamente consciente de que le iba a caer una bronca de narices, pero le importaba un bledo. La abrió provocando un leve chirrido metálico, subió los escalones casi tropezando y tocó el timbre un par de veces.

Sonrió al oír que le maldecían desde el interior con aquel delicioso japonés que le sonaba a canto angelical. Le encantaba, aunque acabase de llamarle imbécil y le hubiese mandado a la mierda.

Ella abrió y parpadeó varias veces sorprendida.

—¿Ulrich?

—Hola a ti también. —Sonrió—. Oye ¿cuánto tardas en hacer la maleta para una semana?

—¿Es una pregunta trampa?

Si antes estaba sorprendida ahora le miraba estupefacta.

—No —determinó con entusiasmo—. Te vienes conmigo a Alemania.

Yumi se mordió el labio inferior y un instante después estalló en una carcajada, no pudo más que sonreír.

—¿Es una orden?

—Es una invitación. Pero puedo ordenártelo si lo prefieres.

Se hizo a un lado con suavidad instándole a entrar, él obedeció sin necesidad de una sola palabra. Dedicó unos segundos a observarla, llevaba una amplia camiseta marengo y un pantalón morado con unos calcetines de lana blanca en los pies. Yumi cerró la puerta mientras él se deshacía de las deportivas y las cambiaba por unas zapatillas.

—A ver si lo he entendido —murmuró clavándole la mirada—, ¿me estás diciendo que me vaya con tu familia en Navidad?

Reprimió el impulso de corregirla, si se enfadaba se negaría.

—Eso es.

—Corrígeme si me equivoco. —Su tono denotó un cierto deje de sarcasmo—. ¿La Navidad no es para reunirse con la familia y todo eso? Reencontrarse, charlar…

—Justamente.

—Vale —farfulló frunciendo el ceño—. No lo entiendo.

Ulrich sonrió con la certeza de que así era.

—Tengo dos motivos. El primero, para mí eres parte de mi familia. Y el segundo, no quiero dejarte aquí sola.

—No es la primera vez que me quedo sola en casa, estaré bien.

—Tú lo has querido —pronunció con fingido enfado—. Sube ahí arriba y haz la maleta o la haré yo por ti. Y debo advertirte que preparar el equipaje no es mi fuerte suelen olvidárseme la mitad de las cosas importantes —continuó con aquel tono—. Además no creo que quieras que hurgue en según que cajones.

Estaba convencido de que si tenía la feliz idea de meter la mano en un cajón repleto de la ropa interior de Yumi, ésta le asesinaría por más que suplicase piedad.

Ella dejó escapar un hondo suspiro.

—No creo que sea conveniente. Además mi nivel de alemán es, siendo optimista, de niña de parvulario. —Se recogió el pelo nerviosa, dejándolo libre al instante, no tenía goma para sujetarlo—. Además… Ulrich, dudo mucho que a tus padres les haga gracia.

—Mira, si no vienes me quedaré por más que berreen. Y bueno, qué más da, me van a soltar la bronca de todas maneras. —Suspiró poniendo la cara de cachorrillo desvalido—. Y la excusa del alemán no cuela, muchos de mis familiares son belgas, hablan francés, y yo también.

»Me pondré de rodillas y te suplicaré si hace falta —finalizó iniciando el gesto para demostrarle que estaba dispuesto al cien por cien.

—Eso es chantaje —replicó sumamente seria.

Ulrich reunió todo el encanto y la simpatía que poseía para dibujar una sonrisa de anuncio en su cara, Yumi agachó ligeramente la cara y suspiró.

—Eres insoportable —alegó—. ¿A qué hora vienen a buscarte?

Contuvo sus ganas de dar saltitos de alegría, abrazarle y comérsela a besos. Esperaba una lucha encarnizada para convencerla, había sido fácil.

—A las tres.

—¿Las tres? —repitió a voz en grito—. ¡Pero si quedan veinte minutos!

—Por eso mismo te he preguntado cuánto tardas.

Soltó un bufido sacando su móvil del bolsillo del pantalón de deporte y marcó un número dándole la espalda. Se puso a charlar en japonés con su gracia habitual. Le gustaba imaginar la traducción de lo que decía, aunque seguramente la realidad y sus pensamientos no coincidían en nada. Colgó y suspiró de nuevo.

—Más te vale ayudarme a prepararlo todo.

—Sí, señora.

Yumi se fue arriba a vestirse y a hacer la maleta y a él lo mandó a la cocina a fregar los platos, aniquilando sus esperanzas de fisgar entre su ropa. Le quedaba el consuelo de haberla convencido, que ya era todo un logro.

Apenas pasaban cinco minutos de las tres cuando llegaron a la puerta del Kadic, los padres de él no llegaron hasta media hora después quejándose del tráfico.

Se miraron entre ellos y analizaron con interés a la joven y exótica amiga de su hijo, que acabó sintiéndose incómoda, metieron sus maletas en el portaequipajes sin mediar palabra. Durante el largo viaje los únicos que hablaban eran Ulrich y Yumi, cosas insulsas para romper el helado silencio al que le sometían los adultos.

Él estaba encantado de la vida, sin duda serían las primeras navidades en años que le resultarían agradables. Con Yumi a su lado ¿qué podía salir mal? ¿El pudding indigesto de su tía Svea? ¿Las batallitas de la guerra de su abuelo Rudy? Que no era que no le gustase escucharle, simplemente que preferiría poder eliminar la segunda guerra mundial de la faz de La Tierra, y estaba convencido de que a Yumi tampoco le haría demasiada gracia.

El paisaje alemán era muy diferente al francés y, en cierto momento, Yumi dejó de hacerle caso para mirar emocionada por la ventanilla, él se quedó mirándola fascinado haciendo que desde el asiento del copiloto se alzase una risa de ternura, Ulrich se irguió en el asiento, carraspeó y, apoyando la mano en la mejilla, se puso a contemplar el paisaje ruborizado.

Cuando al fin llegaron a la casa de Stuttgart ya había anochecido, eran casi las nueve y media, las luces del porche estaban encendidas y la nieve cubría lo que en otra época del año era un manto de césped verde, la chimenea expelía humo, así que Ulrich, imaginó que habría alguien dentro.

«Que no sea Sven» pensó.

Su primo Sven era de la edad de Yumi, se llevaban bien, pero odiaba su afición a las pelis de terror, lo peor era que le obligaba a tragárselas todas. No sabía aceptar un «no» por respuesta.

La puerta se abrió y, como si alguien hubiese escuchado su plegaria, su abuelo apareció con su eterna bata azul añil, pantalón de pana verde y zapatillas azules. Se acercó a paso renqueante y lento hasta su nieto y lo abrazó, con tanta fuerza, que Ulrich escuchó claramente como crujía su propia espalda.

—¡Chaval! Cómo has crecido —exclamó zarandeándole con una mano apoyada en su nuca—. Pero mírate, si ya eres todo un hombre.

Cuando dejó de zarandearle se dio cuenta de que estaba hablando con su francés acentuado a la alemana, le miró interrogante, pero el anciano observaba a Yumi con interés. Soltó un silbido de aprobación y asintió como corroborándolo.

—Pero qué tenemos aquí. ¿Es tu novia, Ulr? —Los chicos sonrojados intercambiaron miradas acompañadas de la risa ronca y entrañable del hombre—. Japonesa, ¿verdad? Perdona ¿dónde están mis modales? Soy Rudolf Stern, puedes llamarme Rudy o abuelo.

—Ishiyama Yumi —contestó con una de aquellas sonrisas que a él le aceleraban el corazón—. Encantada de conocerle… —La muchacha dudó entre lo que marcaba su educación y la cercanía del abuelo de Ulrich—, Rudy. Sí, soy japonesa.

—¿Puedo llamarte Yumi?

—Me ofendería si no lo hiciese.

Axel y Lena Stern descargaban el coche mientras ellos charlaban, Axel no paraba de maldecir en alemán por la afición de hablar sin parar de su padre. Resopló.

—Padre, déjela tranquila. Hay que meter todo esto en casa.

—¿Piensas hacer trabajar a tan ilustre invitada? —inquirió con un brillo decepcionado en sus ojos verdosos—. Yo no te eduqué así, Axel.

—Deje de jugar —protestó el hombre—. Es tarde y hace frío.

Rudy negó con la cabeza puso una mano sobre el hombro de Yumi y la otra sobre el de Ulrich.

—¿Habéis cenado ya?

—Que va… —Suspiró Ulrich—. Al parecer comer un sándwich era perder demasiado tiempo.

—Lena, querida —musitó Rudy con voz melosa y una sonrisa encantadora—. Prepárales algo a los chicos.

—En seguida, abuelo.

La mujer le sonrió cómplice viéndose libre de la tediosa labor de descargar el pesado equipaje, ella también estaba muerta de hambre, aunque no lo dijese en voz alta. Desapareció tras la puerta blanca de la casa. Rudy rió.

—Y vosotros dos venid con el abuelo a calentaros frente a la chimenea. Hace un frío mortal.

Con su paso renqueante los dirigió hacia el interior. Yumi sintió la necesidad de tomarle del brazo y ayudarle a caminar, pero se contuvo para no ofenderle, sin embargo no pudo evitar dirigir la mirada a la pierna izquierda de Rudy.

—No me duele —declaró sorprendiéndola—. Es una vieja herida. De la guerra, ¿sabes?

—¿Mundial? —la pregunta escapó de sus labios, se tapó la boca con la mano como una niña que acaba de soltar un taco y se sonrojó—. Lo siento.

Rudy rió con entusiasmo.

—Me gustas mucho, sí señora. Buena elección, Ulr. —Apretó ligeramente el hombro de la muchacha—. Sí, de la Segunda Guerra Mundial. No era más que un mocoso por aquel entonces, pero…

—Abuelo —interrumpió Ulrich—. ¿Dónde está Sven?

—Por ahí, vete a saber. Es una lámpara perdida.

El muchacho suspiró aliviado por que el cambio de tema hubiese sido tan sencillo.

—Se dice bala perdida.

Yumi y Rudy le miraron como contemplando la posibilidad de que tuviese razón, había olvidado que, las frases hechas, tampoco eran el fuerte de Yumi.

Axel pasó junto a ellos cargado de maletas, seguía maldiciendo. Ulrich sabía que recibiría una bronca de narices, aunque mientras su abuelo estuviese allí no le diría ni pio.

—Venga, venga, hijo, que no es para tanto.

Yumi sonrió con ternura, ya sabía a quién había salido Ulrich, era más que evidente que no se parecía a sus padres.

Aquella casa de piedra parecía sacada de una película de época. El pasillo que conectaba la entrada con el salón-comedor estaba plagado de cuadros infantiles con peces, caras sonrientes, huellas de manos en cientos de colores… todos ellos firmados con las letras torpes e irregulares de niños que están aprendiendo a escribir. Quien los hubiese colgado debía adorar a esos niños, les había creado una exposición en el lugar más visible de la casa.

Al final del corredor se veía una escalera que subía. Cruzaron el arco sin puerta entrando en el comedor decorado con muebles macizos y antiguos, con sus pequeñas imperfecciones adquiridas con el paso del tiempo y el uso diario. La mesa para ocho personas estaba situada justo en el centro escrupulosamente preparada para quien quisiera comer. En la chimenea de piedra el fuego ardía caldeando todo el lugar, sobre la repisa una docena de fotografías sonreían al unísono, reconoció a Ulrich de pequeño mostrando orgulloso que había perdido dos dientes.

—Muy bien —exclamó—. Dadme los abrigos y acomodaos, en cuanto Lena tenga la cena os la traerá.

—Genial, me muero de hambre.

—Muchas gracias —contestó Yumi.

Su primera toma de contacto con aquella curiosa familia le resultó gratificante, eran muy diferentes a la suya, pero encantadores a su manera. Le sorprendía que existiese alguien sobre la faz de La Tierra capaz de mantener a raya al padre de su mejor amigo, pero ahí estaba con una sonrisa entrañable.

Aquellos primeros días fueron como la calma antes de la tempestad, pasaban el día yendo de aquí para allá despreocupadamente, haciendo turismo, atiborrándose de dulces en todas las chocolaterías del barrio, jugando en los recreativos. Por la noche, antes de dormir, se sentaban frente a la chimenea con alguna cosa de picar y conversaban sobre cualquier tontería que cruzase por sus cabezas. Después ella se iba a la habitación de Ulrich a dormir y él hacía lo propio en el sofá del salón.

Durante el dúa, cuando él estaba ocupado con algo, Rudy se la llevaba y le contaba cosas. Ulrich la veía reírse con lo que fuera que le explicase y él se preguntaba que sería. Estaba encantado de que a su abuelo le gustase de verdad.

Y entonces, casi como por sorpresa, llegó Nochebuena. El primer indicio que vio al levantarse fue el ramillete de muérdago colgado sobre el arco de entrada al salón, memorizó su posición para evitar cualquier situación violenta con Yumi.

El segundo, después de comer, fue el atronador sonido del timbre presionado por su tía Svea, soltó un suspiro, iba a fundirlo.

Nada más abrir recibió un abrazo de oso seguido de una ráfaga de besos metralleta con eco, como él los llamaba, porque después le zumbaba el oído durante diez minutos. Su tía se detuvo a mitad del ataque amoroso y le apretó los brazos mirando detrás de él, Ulrich se giró lentamente hasta ver a Yumi de pie.

Chinesisch?

Nein, japanisch —replicó, añadió algo tan bajito que fue incapaz de escucharle—. Ven Yumi, ésta es mi tía Svea.

—Hola… —musitó intimidada por la mirada inquisitiva de la mujer—, encantada…

Ulrich, casi pudo oír cómo se tensaban todos los músculos de su mejor amiga, su tía le soltó dio dos pasos al frente y repitió el ritual del ataque amoroso con Yumi. Él suspiró, le había dicho que nada de abrazarla o darle besos que eso era de mala educación en su país, pero a su tía Svea le había entrado por un oído y salido por el otro sin pasar por su cerebro.

—Bienvenida a la familia.

—Eh… eh… —El rubor tiñó sus mejillas y sus ojos brillaron con timidez—. Gracias.

—Vaya, el pequeño Ulrich se nos ha echado novia —dijo con soltura la enjoyada mujer—. Claro que ya tienes edad.

—No es… —tartamudeó rojo como una boca de incendios—. Es una amiga, ¿verdad, Yumi?

—Ah… sí —contestó del mismo modo que él.

—Si queréis llamarlo así no seré yo quien diga nada.

Svea cerró las manos llenas de anillos en torno a los hombros de Yumi y, casi literalmente, la arrastró por el pasillo, le miró pidiendo auxilio en silencio, él le miró suplicándole que le perdonara, Svea jamás soltaba a su presa hasta que quedaba satisfecha. Seguramente Yumi era la presa más jugosa que jamás había pisado aquella casa.

Mientras la arrastraba por el pasillo estaba segura de que la mujer la ataría a una silla y le enfocaría una lámpara cegadora a los ojos, como en las pelis policíacas antiguas y la interrogaría durante horas.

«Traidor» pensó. «No pienso dejarte nada en herencia»

La tía de Ulrich se sentó en el sofá y dio varios golpecitos sobre el mismo para que se sentase con ella, obedeció sumisa como marcaba su educación en casos como aquel y la miró esperando a que empezase la tortura. Svea dejó escapar un suspiro.

—¿Edad? ¿dónde naciste? ¿qué estudias? ¿color favorito? ¿alergias? —La mujer continuó preguntando como una metralleta, Yumi perdió el hilo y luchó por no abrir la boca y parecer idiota.

—Eh… diecisiete —contestó cuando se calló—. En Kyôto, voy al instituto, el negro, ninguna que sepa y… no recuerdo el resto.

Svea se rió y siguió acribillándola a preguntas, esta vez de una en una dándole tiempo a contestar. Con el paso de los minutos dejó de sentirse tan incómoda y abandonó las respuestas secas y directas por amena conversación. En el fondo, aquella mujer, no era tan terrible, le producía una sensación similar a la del abuelo, como si se hubieran volcado en Ulrich para darle lo que su padre no le daba. Pensando en ello no pudo evitar sonreír, no le importaría acabar metida en una familia así.

Ulrich irrumpió en el salón con dos latas de refresco en las manos.

—Siento interrumpir —pronunció con firmeza—, pero tengo que hablar con Yumi antes de que lleguen los demás.

—De acuerdo. Ya seguiremos charlando.

—Claro.

Se levantó con una sonrisa sincera y tomó su abrigo antes de seguir a Ulrich hasta le jardín. Él le pasó una de las latas mientras caminaban rumbo al mirador con dos bancos de madera. Había una manta tapando uno de ellos, se sentaron sobre ella para evitar el helado tacto de la madera.

—Siento lo de mi tía.

—No importa, volveré a incluirte en mi testamento.

—¿Eh?

Ella rió.

—Nada. Me gusta tu familia.

—¿Aunque te hayan contado batallitas, secuestrado e interrogado?

—Sí. ¿De qué querías hablar?

—En realidad —susurró ruborizado mirando su lata de refresco—. Necesitaba estar un rato contigo.

—Después estarás muy liado, ¿no? —preguntó en tono jovial.

—No sé por qué lo dices.

Yumi se sentó más cerca de él buscando un poco más de calor, estaba helada y él desprendía un calorcito tan agradable… Acabó apoyando la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos, él pasó su brazo alrededor de su cintura acercándola aún más. No se oía nada aparte de los pájaros, como si estuvieran solos en el mundo, como si no existiera nadie más. Suspiró complacida.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por invitarme a venir.

—Siempre que quieras.

Las latas de refresco empezaban a estar demasiado frías para sus dedos desnudos pero ninguno de los dos se movió. La mano de Ulrich se tensó en su cintura y enrojeció seguro de lo que iba a decir y de la posibilidad de estropearlo todo, estaba cansado de permanecer en un punto muerto.

—Yumi, yo…

—¡Ulrich!

El chico se sobresaltó tanto que estuvo a punto de apartarla de un empujón, seguramente, si ella no se hubiese erguido tan rápido, lo habría hecho. Con el corazón aporreándole las costillas vio a su primo Sven, con aquella sonrisa de niño travieso y su pelo castaño mal cortado y revolucionado.

Sven miró fijamente a Yumi y, Ulrich, tuvo la certeza de que lo que vendría a continuación no le gustaría.

Hajimemashite! —exclamó. A Ulrich casi se le salen los ojos de las órbitas—. Watashi no… ah… ¿namae? Eh… sí, eso. Namae Sven Schneider desu. Yori… —titubeó rascándose la nuca—, no me acuerdo… ¡maldita sea! Debería haber prestado más atención…

Se habían quedado petrificados en el banco, superado el shock inicial Yumi se echó a reír y Ulrich lo hizo inmediatamente después por la ridícula entrada.

Yoroshiku o-negai shimasu —dijo ella sonriente—. Así se dice. Watashi no namae Ishiyama Yumi desu. Kochira koso yoroshiku.

—¡Increíble! —gritó—. Eres de verdad.

—Claro que es de verdad —gruñó Ulrich.

—¿Te gusta el cine de terror?—preguntó ignorando deliberadamente a su primo y su mirada de espanto—. En tu país hacen las mejores.

—¡Me encantan! —exclamó sonriente.

«Excelente» pensó Ulrich con desilusión, hundió las manos en los bolsillos fastidiado, lo que le faltaba.

—Mis favoritas son las de Ju-On, ¿y las tuyas?

—La saga de Ju-On, sin duda, y Ringu también me encanta.

Los ojos de Sven brillaban de emoción mientras hablaba de pelis, directores y versiones americanas. Ulrich no entendía ni una palabra, igual que si hablasen en élfico o algo así. Su peor pesadilla hecha realidad: Sven, cine de terror y Yumi alejándose de él.

—Oye ¿te importaría perderte? —gruñó Ulrich—. Estábamos hablando.

Yumi enarcó una ceja y Sven le miró como si fuera un chiguagua ladrando pidiendo la atención de su amo.

—Nadie te impide hablar, primo.

—¡Sven! —gritó una rubia despampanante desde la puerta acristalada, y después continuó hablando en alemán, ella no entendió nada.

El chico se disculpó y se esfumó tal y como había venido. Ulrich resopló.

—Esa es Helga —dijo apático—. Es mi tía, la madre de Sven.

—Jamás lo habría adivinado…

—No dejes que te impresione, es como un pavo real.

—¿Un pavo real? ¿Lo dices enserio?

La tomó de la mano, para regresar al caldeado interior de la casa, la de ella se tensó unos segundos antes de relajarse y enredar sus dedos delgados y blancos con los masculinos y morenos de él. Ulrich sonrió con ternura, Yumi no tenía ni idea de donde se había metido, y lo peor, él tampoco lo recordaba con demasiada claridad. No hasta que vio el endemoniado disfraz de elfo colgando burlón del perchero. Un escalofrío le recorrió el espinazo, reculó torpemente chocando contra Yumi que le miró con una muda pregunta en sus ojos negros y brillantes.

—Yumi —la voz de Rudy llamándola resonó por todo el salón—. ¿Puedes venir?

—En seguida.

Ella le soltó la mano ocasionándole una sensación fría de vacío. Estaba frustrado, nunca se acostumbraría a aquel sentimiento cuando se separaba de él tras uno de esos momentos de cercanía.

Cogió el disfraz resignado. Luchar contra aquella tradición era aún más improductivo e inútil que discutir con su obstinado padre.

Cuando regresó al salón, tras haber guardado el traje en su cuarto vio a Yumi y a Svea en el sofá hojeando un álbum de fotos que él reconoció. Era aquel en que ponían las fotografías de cada Nochebuena, años y años de fotos vergonzosas acumuladas en páginas plastificadas. Yumi reía. Su tía Helga con su acostumbrada expresión de fastidio cuando no era el centro de atención miraba las fotografías por encima del hombro de ambas.

Tenía la extraña sensación de que buscaban el modo de convencerla para quedarse dentro de la familia.

La mesa estaba preparada ya para la cena con los típicos alimentos alemanes que aromatizaban la casa. Las diferentes conversaciones bullían a la espera de los más rezagos. Su prima Ula, la supermodelo y su insufrible marido Vilhelm, con su insoportable manía de quejarse de cualquier cosa que tuviese delante como si él estuviese por encima del mismísimo Dios. La abuela Agneta, que era una vieja conocida de su abuelo, les había hecho de canguro a todos y cada uno de ellos. Yohann, su tío favorito, aficionado a la magia, siempre le sorprendía con alguna cosa maravillosa.

Contrariamente a lo que esperaba Yumi se desenvolvía a la perfección entre sus parientes, un montón de desconocidos que la analizaban llenos de curiosidad. Aunque no se libró del comentario despectivo y ácido de Vilhelm que ella respondió con una sonrisa que decía claramente «me importa un bledo lo que me digas».

Yohann hizo un breve truco de magia que les dejó a todos alucinados, haciendo desaparecer el árbol de Navidad, como si nunca hubiese existido, para hacerlo reaparecer después. Los ojos les brillaban como a niños fascinados.

Agneta les invitó a la mesa hasta arriba de comida que desapareció de un modo casi tan mágico como el árbol un rato antes, entre risas, conversaciones extrañas y sorprendentes y miradas. Ulrich la miraba de reojo más a menudo de lo que querría y ella, a su lado, hacía lo mismo, a veces intercambiaban miradas y sonrisas y entonces era como si en aquel salón únicamente estuvieran ellos dos.

Una vez devorada la copiosa cena, Svea, sacó su famoso e indigesto pudding de pasas anunciando así la hora de quedar en ridículo ante la chica de la que estaba enamorado. Sven y Ula le precedieron en el camino al ridículo vestuario.

Rudy acomodó a Yumi en el centro del sofá comentándole lo del excelente espectáculo con que les obsequiaban sus tres nietos. Algo que habían escrito cuando eran muy pequeños y que repetían cada año. Se le veía tan orgulloso que Yumi se contagió de su alegría.

Cuando Yumi vio aparecer a los tres vestidos de verde disfrazados de elfos casi se muere de la risa, porque jamás habría imaginado que el espectáculo consistiese en algo como eso. Ulrich la miró con las mejillas rojas muerto de vergüenza, pero no titubeó cuando tuvo que romper el hielo dando inicio a aquella obra infantil.

Todos conocían la historia al dedillo así que ya sabían lo que les deparaba la trama de antemano, pero ella estaba allí mirándoles embobada atrapada por la historia creada por tres niños tiempo atrás. Se notaba que lo traducían sobre la marcha, por las leves pausas a mitad de frase. Lo hacían por ella. Para que lo entendiera y se sintiera una más. Yumi notó que se le humedecían los ojos, tanto esfuerzo sólo por ella.

Diez minutos después del inicio Ula dio un paso adelante y anunció un breve descanso antes de empezar con el segundo acto. Yumi deseó que el tiempo volase para poder conocer el final de la historia, pero tendría que esperar.

Ula desapareció en el interior de la cocina y Ulrich y Sven se situaron en la arcada de entrada al salón uno a cada lado de la pared, Yumi suspiró. Se levantó lentamente del sofá y fue hasta Ulrich, colocándose justo bajo el arco.

Sven abrió los ojos como platos y esbozó una sonrisa que ninguno de los dos supo interpretar. Se balanceó en un bailecillo que les recordó ligeramente a cuando Odd se salía con la suya.

—Muy bien, primo, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo en tono jovial.

—Ni hablar —gruñó Ulrich—. Olvídalo.

—Ya sabes, Ulr, es la tradición…

—¿De qué habláis? —preguntó Yumi incómoda.

Los dos muchachos la miraron sin darle respuesta.

Feigling. —Sven entrecerró los ojos, enarcó las cejas y sonrió retándole.

Schwachsinnig. —gruñó Ulrich

Küss sie —susurró.

Yumi paseó su mirada entre ambos primos, no entendía ni una palabra, tenían un acento demasiado cerrado y no se esforzaban lo más mínimo por vocalizar. Ni siquiera sabía por qué de repente Ulrich se había puesto tan tenso como si le apuntasen con una pistola, o por qué Sven contenía una risita traviesa, o por qué toda la familia les miraba con aquella expectación como si tuvieran que hacer algo de relevancia mundial.

Ulrich refunfuñó y bufó, miró a Yumi a los ojos con un centelleo en sus pupilas. El brillo de la determinación inamovible. Yumi contuvo el impulso de dar un paso atrás y pegarse al arco de entrada. Los ojos de Ulrich de color caramelo fijos en los suyos negros como una noche de luna nueva, manteniendo una conversación silenciosa, un porqué sin palabras, una muda disculpa y una aprobación silenciada.

Sven tenía ganas de repiquetear rítmicamente en el suelo con el pie, llevaban diez minutos mirándose sin mediar palabra, la expectación no había perdido un ápice de intensidad. ¿Lo haría? ¿no lo haría? ¿ella le daría una bofetada? ¿aceptarían sus sentimientos?

Lo que para unos fueron minutos para Yumi y Ulrich apenas parecieron segundos. Yumi estaba tan quieta como una estatua a la espera de lo que fuera que quería hacer su "mejor amigo", por la cara que tenía parecía ser algo que no iba a gustarle.

Ulrich dio un paso adelante erradicando la distancia que separaba sus cuerpos, puso una mano en la parte baja de la espalda de Yumi y la otra en su nuca pegándola rudamente a su cuerpo, ella abrió los ojos al máximo antes de que los labios de él se juntaran con los suyos torpemente.

Era una situación muy violenta, al menos para ella, la familia de Ulrich al completo les observaba. Su cuerpo respondió automáticamente al beso de Ulrich haciendo que sus brazos crispados por la incomodidad rodeasen sus hombros, tensó los dedos clavándoselos entre los omoplatos deliberadamente tratando de que captase la indirecta y se apartase por voluntad propia, antes de que lo hiciera ella de un golpe.

Lo entendió. Rompió el contacto de sus labios, separándose poco a poco con las mejillas encendidas y la preocupación martilleándole el cerebro.

Ich bin nicht ein feigling —le dijo a Sven con seriedad.

Cogió la mano de Yumi tembloroso, un molesto sudor frío le recorría la espalada y le empapaba las palmas de las manos. Descolgó hábilmente los abrigos del perchero al pasar por su lado y deslizó la puerta de cristal que daba al jardín, cerró con firmeza pero sin convicción.

Yumi iba a matarle. Lo veía venir. La llevó hasta el mirador sin decir nada y sin atreverse a mirarla. Soltó su mano lentamente y le tendió el abrigo de espaldas a ella. Lo tomó con suavidad mirando fijamente su nuca, viéndole calarse el grueso abrigo verdoso y subirse la cremallera bruscamente.

—Lo… si-siento —balbuceó.

El silencio parecía pesar sobre sus hombros, su corazón empezó a golpearle las costillas con violencia y durante un momento temió que Yumi pudiese escucharlo de lo fuerte que latía. Él no dijo nada y ella tampoco lo hizo. Sólo silencio. Como si alguien le hubiese dado al botón de mute o a la pausa.

La cremallera de Yumi al subirse rompió el tenso silencio reactivando el transcurrir del tiempo.

—¿Por qué? —preguntó ella al fin.

—¡Yo que sé! —exclamó con voz chillona—. Sven me ha picado y ya sabes que yo no soy mucho de pensar, porque si pensara no lo habría hecho… bueno, no así, lo habría hecho de otra manera menos estúpida —barbotó cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra desordenadamente y sin control—. Maldita sea, es que soy idiota…

—No era eso lo que te preguntaba, pero ya que te pones… ¿por qué un elfo de metro setenta ha picado a otro elfo de metro sesenta y cinco con mallas para que me besara?

Se giró a cámara lenta para mirarla. Ulrich tenía la cara completamente roja, las traicioneras lucecitas de la pérgola iluminaban su sonrojo con gran esplendor.

—¿No lo has visto? —preguntó Ulrich.

—¿Ver qué?

—El muérdago, en el arco, estábamos justo debajo…

—Podrías haberme avisado.

—Espera. —Movió las manos, pero como no sabía qué hacer con ellas las hundió en los bolsillos de su abrigo—. Si no preguntabas por el beso, ¿qué era?

Yumi le sonrió, sacó sus calentitos guantes negros de los bolsillos y se los enfundó haciéndose la interesante. Podía permitirse el hacerle sufrir un ratito más.

—¿Por qué lo sientes?

—Porque… tú y yo sólo somos amigos, ¿no? —farfulló sin convicción—. No quiero que te enfades conmigo.

—No puedo enfadarme por algo así.

Ulrich respiró aliviado, se iba a librar de la muerte lenta y dolorosa. Sentía que el ardor de sus mejillas empezaba a remitir, por lo que ya no debía parecer un tomate. Yumi sonrió traviesa, había llegado la hora de la venganza, lo veía tan claro como el agua.

—Suéltalo ya —dijo Ulrich impaciente.

Yumi se dio la vuelta y echó a andar por la nieve del jardín.

—Ahora no, si lo estás esperando no tiene ninguna gracia.

Dirigió una discreta mirada al porche por donde habían salido, cuatro figuras agazapadas no les quitaban el ojo de encima, no quería espectadores no deseados. Por si acaso. Había encontrado un ángulo muerto en el jardín, si alguien quería cotillear tendría que acercarse, le verían y oirían antes de ser descubiertos.

Ulrich la siguió inquieto, lo mismo le lanzaba al suelo con un ippon seoi nage que le hacía un yama arashi igual de doloroso a modo de venganza.

Yumi rodeó el manzano y apoyó la espalda en el grueso tronco con los ojos cerrados. Él analizó sus suaves rasgos, le encantaban como el resto de ella.

De no haber estado a oscuras podría haber visto como las mejillas de Yumi se teñían de un rojo encendido.

«Vamos, Yumi. Puedes hacerlo» se dijo a sí misma. Inspiró hondo y abrió los ojos lentamente encontrándose con los de él que le miraban fijamente.

—Si hubieras pensado. —Empezó en un susurro—. ¿Cómo lo habrías hecho?

—¿El qué? —preguntó con la voz estrangulada.

Era estúpido preguntar, sabía perfectamente a qué se refería. El rojo de sus mejillas dejaba claro que lo sabía, pero la complicidad de la noche impedía que ella lo viese, de igual modo que él no podía ver las de ella.

—Bueno yo… —siseó Ulrich. Le daba una vergüenza mortal—. Me hubiera acercado a ti. —Yumi se irguió y separó la espalda del árbol, entonces Ulrich dio dos pasos adelante quedando muy cerca de ella—. Habría… habría rodeado tu cintura con mi brazo y después… ah… —La sujetó por el talle y la apretó con fuerza contra su cuerpo—. Te abrazaría.

Se detuvo tratando de descubrir si debía continuar o si simplemente, Yumi, sólo le había intentado tomar el pelo. Eran amigos ¿no? U ¿Odd tenía razón? No sabía que pensar.

Decidió continuar.

—Entonces te susurraría lo que siento por ti.

—¿Y qué sientes por mí? —casi jadeó Yumi, tenerle tan cerca le cortaba la respiración.

—T-te… te amo desde… que te vi en aquella máquina expendedora del Kadic —tartamudeó—. Ich liebe dich, Yumi. Después te habría dado un beso.

Tras decirlo juntó sus labios con los de ella en apenas una suave caricia que hizo palpitar su corazón como la batería de un grupo de heavy metal, dio gracias al grosor de los abrigos que impediría que lo sintiese ella. Abrió una distancia de un par de milímetros escasos entre sus bocas.

—Y… —murmuró casi sin voz—. Habría esperado, para saber si querías continuar o si me lanzarías al suelo con un ippon seoi nage.

—No usaría esa técnica —declaró con un hilo de voz—. Usaría un tomoe nage, que sería más efectivo. —Pasó sus delgados brazos sobre los hombros de él juntando las manos tras su nuca, mantenía los ojos entrecerrados igual que él.

»¿Y si quisiera continuar?

La abrazó aún con más fuerza, le ardían las mejillas, pero no le importó. Cerró de nuevo aquella pequeña distancia con sus labios presionándolos despacio, las manos de ella, esta vez relajadas, acariciaron su nuca y hombros en una deliciosa sensación de cosquilleo.

Los cálidos labios de Yumi se entreabrieron bajo los suyos dejando escapar un leve gemido de anticipación, la mano de Ulrich ascendió rápidamente hasta la nuca de ella profundizando el beso.

La gran cercanía entre ellos, el apasionado contacto de Ulrich hizo que sus piernas flaquearan, dio un paso atrás, arrastrándole con ella, hasta que su espalda entró en contacto con el manzano. Él se alegró de encontrar un punto de apoyo tan firme porque sus piernas temblaban como si fuesen de gelatina. Ulrich rompió el contacto jadeante, le faltaba el aire, nunca antes, ni después de dos horas de deporte con Jim, había sentido tal falta de oxígeno.

—Qué calor —musitó Ulrich tironeando de la cremallera de su abrigo para bajarla.

Yumi rió de manera entrecortada, acarició la ardiente mejilla de él y junto de nuevo sus labios volviendo a robarle el poco aliento que tenía.

—Y entonces… —susurró ella respirando con dificultad—. Después de que dijeses que tienes calor, yo te diría… —hizo una pausa intencionada— que te amo desde siempre. Ai shite iru, Ulrich.

—No lo entiendo. Querías que fuésemos sólo amigos.

—Es que éramos un problema para combatir en Lyoko, ninguno de los dos estábamos centrados —dijo con sinceridad—. Los celos. Las peleas… Cuando no estabas celoso tú, lo estaba yo y…

—¿Y ahora?

No había Lyoko, pero se peleaban igualmente y los celos… ese era un tema recurrente.

—Podemos intentarlo de nuevo, ¿no?

Intentarlo de nuevo, apenas habían durado tres días la primera vez, no era un buen antecedente. Menudo desastre.

—Sí —contestó él—. Hagámoslo. Esta vez… funcionará.

—Y eso me lo dice un tipo disfrazado de elfo.

Ulrich frotó su nariz con la de ella y al instante rozó sus labios en un beso dulce.

—Será mejor que volvamos dentro.

—Es verdad —dijo ella con una sonrisilla en los labios—. No quisiera perderme el segundo acto por nada del mundo.

—Que horror…

—¿Por qué? Es muy divertido.

—La próxima vez —farfulló Ulrich—. Te vistes tú de elfo.

Simplemente rió. No pensaba ponerse esa ropa ni bajo amenazas.

Fin

Aclaraciones:

La conversación de Sven y Yumi:
Hajimemashite!:
¡Encantado! (a modo de saludo). Watashi no namae Sven Schneider desu: mi nombre es Sven Schneider / me llamo Sven Schneider.
Yoroshiku o-negai shimasu: Encantado/a de conocerle (concluyendo la frase que debería haber dicho Sven, quien responde nunca usaría esa frase). Watashi no namae Ishiyama
Yumi desu:
mi nombre es Ishiyama Yumi / me llamo Ishiyama Yumi. Kochira koso yoroshiku: Encantado/a de conocerle (yo también).

Ai shite iru: te quiero, te amo.
Feigling: cobarde.
Ich bin nicht ein feigling: no soy un cobarde.
Ich liebe dich: te quiero, te amo.
Ippon seoi nage: tiro de espalda con un solo brazo. Es una técnica de judo, consiste en hacer caer al oponente hacía adelante, el que realiza la técnica gira a la izquierda agarrando la parte interior de la manga del judogi y deslizando el brazo derecho bajo la axila izquierda del oponente (sujetándole con firmeza por el hombro) se le lanza sobre la espalda para derribarlo.
Küss sie: bésala.
Schwachsinnig: imbécil.
Tomoe nage: tiro circular. Técnica de judo considerada de sacrificio, consiste en levantar el balance del contrincante hacia delante, caer hacia atrás mientras colocas el pie en la parte baja del abdomen de tu oponente lanzándole por encima de tu cabeza.
Yama arashi: tormenta montañosa. Técnica de judo, usando ambas manos se agarra la solapa y la manga derechas del oponente, se le tira hacia adelante para desequilibrarle hacia su derecha frontalmente, después, usando la parte trasera de la pierna derecha, se barren las piernas con un movimiento firme de elevación.

Escrito el 25 de enero de 2011

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