sábado, 7 de agosto de 2010

ADQST 07.- Tablas


Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Tablas

En el pabellón de deportes parisino Ulrich mantenía los ojos cerrados, oía las súplicas de Yumi lejos, muy lejos…

Pero no importaba. Porque Yumi estaba allí, frente a él. Con aquel espantoso vestido de flores blanco y azul, que Odd le había regalado para fastidiarla, y que ella se había puesto para fastidiarle de vuelta. Era feísimo pero ella lo hacía parecer bonito.

Yumi le sonreía y él se puso de pie. No le dolía nada. Era genial.

—Bienvenido a casa —susurró ella.

—¿A casa?

—A casa —repitió. Tiró de su mano hacia el interior de una vivienda. Él la conocía, era la casa de sus padres en Stuttgart—. Nuestra casa, Ulrich.

Se quedó sin formular la pregunta. Silenciado por los cálidos labios de Yumi, suaves y cálidos. Sintió una punzada de deseo en el estómago. La estrechó con fuerza, contra su pecho, deslizando su mano izquierda a lo largo de su espalda. Cuánto le gustaba, cuánto la quería y cuánto la deseaba.

Ella rompió el contacto de sus labios. No supo como, pero Yumi se había ido de su lado. Volvía a estar frente a él, con su vestido de tirantes negro y los ojos llenos de lágrimas. Su corazón obvió un latido.

—¿Crees que soy horrible? —Tenía la voz rota por el llanto.

—¿Cómo dices?

—No me amas…

Sintió sus mejillas arder. Se quedó con la boca abierta.

—No digas eso —susurró—. No sabes que siento.

—Sí que lo sé.

Yumi llevó las manos a su espalda y bajó la cremallera del vestido. Después, delicadamente, lo dejó resbalar por su piel hasta acabar en el suelo. Su ropa interior era negra también.

—Dime que me amas —sollozó.

—Yumi…

—Necesito que me ames —suplicó extendiendo sus brazos hacia él.

¿Cómo podía pedirle eso? Estaba colado por ella desde la vida entera.

En la fábrica William abrazada con fuerza a Yumi, mientras ella hablaba con Kento, se había calmado un poco, pero la conocía lo suficiente para saber que podía derrumbarse en cualquier momento.

Jérémie tecleaba a un ritmo frenético, programaba y desprogramaba cosas, de vez en cuando soltaba improperios y se desesperaba con las imprudencias de Odd.

En el sector del desierto de Lyoko se libraba una batalla épica. En realidad era más confusa que épica. A Odd y a Aelita les rodeaban un centenar de cangrejos y, lo desconcertante, frente a ellos había un Ulrich, una Yumi y un William, los tres con sus trajes de color negro, con la marca de X.A.N.A. en el pecho de un color rojo intenso. Además no había ni rastro de la torre.

—¿A quién prefieres cargarte? —preguntó Odd cargando sus flechas.

—A nadie. —Abrió sus ojos verdes con espanto.

—Voy a lanzar la marabunta —dijo Jérémie desde ninguna parte.

Odd y Aelita intercambiaron miradas horrorizadas.

—Einstein, la última vez que hiciste eso casi no lo contamos.

—He mejorado el programa.

—¿Mejorado como? —preguntó Aelita.

—Pues le he añadido un código de destrucción. Podré eliminarla cuando quiera.

Sin esperar réplica ejecutó el programa marabunta, al instante apareció una esfera morada que empezó a multiplicarse. Aelita ahogó un gemido, aquella cosa le ponía los pelos de punta.

—Odd. A vuestra derecha hay un montículo, ¿lo veis?

—¡Cómo no íbamos a verlo! ¡Es enorme!

—¡Subid!

Odd sujetó a Aelita por la cintura hasta que ella desplegó sus alas, las había olvidado. La soltó y ella voló hasta la cima. Él escaló tras ella hundiendo sus uñar en la roca.

—¿Y ahora qué? —preguntó Aelita sonriendo a Odd.

—¿Veis la torre?

—Ni rastro, Einstein.

—Según el superordenador estáis muy cerca, tenéis que verla.

—Pues no la vemos… —gruñó Odd.

—¡Esfuérzate más!

—¡Basta, Jérémie! No es cuestión de esforzarse. No se ve ninguna torre.

La marabunta cumplía con su objetivo con eficiencia. El ejército de X.A.N.A. iba menguando y los falsos Ulrich, Yumi y William se habían lanzado al mar digital. Más tarde se preocuparían de ellos. Oían mascullar y maldecir a Jérémie, al parecer él tampoco daba con la dichosa torre.

Sissi permanecía en la academia Kadic, en el pequeño adosado en el que vivía su padre. Él no estaba allí y tampoco le contestaba las llamadas, estaba cansada de hablar con el buzón de voz.
Paseó por la sala de estar y cogió una de las fotos con nostalgia. Aparecían Ulrich y ella en el jardín de infancia, sus dedos toparon con algo frío en la parte trasera del marco, la giró lentamente. La llave brilló y Sissi la miró embobada. ¿Qué debía abrir?

No pudo evitar pensar en lo que le había explicado Odd sobre el tal X.A.N.A., sobre Franz Hopper y sobre Aelita. Era un secreto horrible y le planteaba ciertas dudas, en cierto modo le hacía sospechar de todo y de todos, y quedar al margen no le ayudaba. Deseaba ayudar, pero no sabía como hacerlo.

El superordenador emitió un pitido y Jérémie sintió ganas de saltar de alegría.

—¡Bingo! —exclamó.

—Vaya euforia. —Rió Odd.

—He dado con la maldita torre.

Odd y Aelita se sonrieron aliviados, la situación era frustrante y agónica, así que el que Jérémie les diese buenas noticias fue genial.

—Tienes que saltar al mar digital, Aelita.

—¿Estás loco? —gritó Odd.

—¡No! La torre está ahí. Sobre el mar digital.

—Jérémie no veo ninguna torre.

—¿Confías en mí? —preguntó con voz serena.

—Sí. Confío en ti.

Aelita extendió los brazos y se dejó caer desde el montículo. El mar digital cada vez estaba más cerca. Si Jérémie se había equivocado sería su fin. Le sorprendió estar tan tranquila.

Al verla caer Odd sintió que se le paraba el corazón, pese a no tener uno en Lyoko. Se dio cuenta de que estaba gritando su nombre con un deje de histeria, mientras la veía caer.

Por su lado, Ulrich notó como su cuerpo se movía, temblaba de pies a cabeza de pura frustración. No podía consolarla. Avanzó hasta Yumi y la rodeó con sus brazos, esperando ser capaz de transmitirle con su gesto todo lo que sentía por ella.

La separó de él manteniéndola sujeta por los brazos con firmeza y la observó, procurando no detener su mirada donde no debía. Y lo vio claro. Esa Yumi era otra. Su piel estaba inmaculada, no había marca alguna sobre ella. Su actitud tampoco era la de Yumi.

Estoy soñando —pensó—. Sueño con una Yumi que no es real.

Sin embargo sentía una gran familiaridad con aquella Yumi, como si la conociese. Como si ya hubiese hablado con ella, como si la hubiese tenido cerca cientos de veces.

Mientras tanto, Aelita estaba a punto de chocar contra el mar digital, la idea de que Jérémie se había equivocado cruzó fugazmente su mente, hasta que observó unas ondulaciones sobre la superficie de este. Cerró los ojos y cuando los abrió se vio caer sobre la plataforma donde el símbolo de X.A.N.A. empezaba a iluminarse.

En aquella torre había una extraña fuerza gravitatoria, ya que, a juzgar por lo cerca del mar que había quedado, la torre, debía estar tumbada, sin embargo ella había entrado como si estuviera de pie. Movió la cabeza ahuyentando aquellos pensamientos que la distraían de su misión. Lo único que importaba era desactivar la torre, activar la vuelta al pasado y salvar a Ulrich.

Una vez en el centro su cuerpo se elevó hasta la plataforma superior, que se iluminó al instante, avanzó hasta que surgió la pantalla, puso su mano temblorosa sobre ella y fue identificada.

"Aelita", su nombre parpadeó en la pantalla.

—¿Cómo está Ulrich? —preguntó.

Oyó a su marido preguntar, sin ninguna delicadeza, a Yumi y la voz quebrada de ella al contestar.

—Inconsciente, pero aún respira —dijo Jérémie sin tacto.

Ahogó un gemido. Tendría que enseñarle a ser más delicado o acabaría por deprimirla.

La pantalla le pedía que introdujese el código. Aelita suspiró.

"Lyoko"

El aura de la torre pasó del rojo al azul.

—Torre desactivada.

Jérémie se echó hacia delante y tecleó a toda velocidad.

—Volvemos al pasado, ahora —dijo presionando la tecla enter.

Una brillante luz blanca salió de la fábrica y rápidamente se extendió por todo el mundo, rebobinando el día.

Ulrich estaba en medio del último combate antes del receso. Parpadeó y dudó unos segundos antes de derribar a su oponente. Tras tantas vueltas al pasado aún se le hacia difícil reaccionar si le pillaban en medio de algo que requiriese concentración.

—Ganador: Ulrich Stern —anunció el comentarista por megafonía.

Los contrincantes se saludaron y seguidamente, Ulrich, bajó hasta donde estaba Kento. Su jefe le lanzó una toalla sonriente.

—Impresionante. Pero has dudado, eso casi te cuesta el combate —le dijo.

—Me había parecido que estábamos fuera de pista.

Esa era una mentira que podía colar. Durante la sesión de golpes, su adversario, había llegado casi hasta la línea que marcaba los límites de la pista.

Kento movió la mano quitándole importancia, y observó como Ulrich rebuscaba en el interior de su bolsa de deporte.

—¿Qué haces?

—Tengo que llamar a Yumi.

—Vaya, tu novia no te deja ni un segundo, ¿eh? —bromeó el hombre viendo el sonrojo de su compañero—. Llama, llama, iré a buscar un café ¿quieres algo?

Negó con la cabeza encendiendo el teléfono. Un tono, dos tonos…

—¡Ulrich! ¿estás bien?

—Estoy bien —confirmó—. Aunque no recuerdo muy bien que ha pasado. Yumi… ¿estás llorando?

—No —sollozó.

Él se frotó la nuca, ante una negación tan ridícula. Pero no podía echárselo en cara, ella se preocupaba por sus amigos, y él no era una excepción. Deseó que su preocupación fuese más allá de la simple amistad, pero no podía hacerse ilusiones, William le vino a la mente como una bofetada.

—Nos vemos luego. Volveré sobre las cinco.

—Sí… —se limitó a contestar con voz temblorosa.

En la soledad del ciberespacio había comprendido algo. Los seres humanos eran muy ilógicos. No lograba entenderlos. Pero había algo que se repetía.

Cuando tuvo a William en sus manos, una parte de él se quedó en su consciencia, del mismo modo que un trozo de X.A.N.A. quedó en él. Fue problemático durante un tiempo, pero ahora creía comprenderlo.

Había algo, una cosa que los humanos llamaban sentimientos, que le desconcertaba. En especial uno que mezclaba sensaciones contradictorias. Ellos lo llamaban amor.

El sentimiento de amor de William por Yumi era fuerte y profundo, eso había estado a punto de costarle la perdida de su marioneta en más de una ocasión. En el amor, los nervios, el miedo, el cariño y el deseo iban siempre de la mano, como los códigos de datos en un programa.

X.A.N.A. sintió ganas de "reír", en el sótano de la fábrica algunos claves chisporrotearon. La risa de X.A.N.A.

Ulrich había sido toda una sorpresa. Al tomar control de su maltrecho cuerpo había encontrado aquellas mismas sensaciones. Amor por Yumi. No había logrado engañarle, aunque creía haber logrado a una Yumi bastante auténtica. Sus sentimientos eran más intensos que los de William, pero algo menos profundos. Estaba herido emocionalmente, fuese lo que fuese lo que significase eso.

El chisporroteo de cables se repitió. X.A.N.A. reía. La cosa se ponía interesante. William se lo había creído y con Ulrich casi lo había logrado. La próxima vez lo haría mucho mejor, la próxima vez lograría engañarle, la próxima vez los separaría.

Tendría que darle las gracias a Jérémie Belpois y a su virus múltiple, aquel que debería de haberle destruido. Flotar a la deriva le había enseñado muchas cosas. Algunas veces se había topado con datos, películas, series, música, libros, humanos de allí había sacado muchas ideas.

Gracias Jérémie —pensó en algún lugar de la red.

Odd miraba con el ceño fruncido la hoja en blanco que tenía delante. La canción que estaba componiendo, antes de a X.A.N.A. le diese por lanzar un ataque, se había esfumado. Apoyó la mejilla sobre la mesa y silbó las primeras notas de "Smoke on Water". Su móvil vibró a su lado y él descolgó viendo el nombre de Sissi parpadeando en la pantalla.

—¿Qué pasa, reina?

—¡Ha pasado al muy raro! —exclamó con histeria—. Estaba en casa de papá y me ha engullido una luz blanca… y ahora vuelvo a estar en la cafetería desde donde le he estado llamando.

—Ah… eso. —Odd se irguió en la silla, se le había olvidado comentarle ciertos aspectos de su aventura—. Cálmate. Eso era la vuelta al pasado. X.A.N.A. había lanzado un ataque y hemos tenido que activarla.

Sissi gruñó al otro lado de la línea y Odd sonrió al imaginársela con el ceño fruncido y mordiéndose el labio. Le esperaba una larga negociación para que le perdonase, algo que se arreglaría con una sesión de susurros y besitos.

—No pasa nada. Haz lo que estabas haciendo antes y no te preocupes. Todo está bien —dijo con firmeza y aplomo.

—Odd… —bisbiseó con un hilo de voz—. ¿Por qué esconderías una llave en la parte trasera del marco de una foto?

—¿De qué hablas?

—Hablamos hipotéticamente…

Odd se rascó la nariz.

—¿La llave de la caja fuerte?

—Tiene combinación…

—¿Estamos hablando hipotéticamente o de tu padre?

Sissi se removió incómoda. Apartó el té que se estaba tomando y que le empezaba a dar asco. Hundió los dedos entre su pelo negro y suspiró.

—Da igual… nos vemos después.

—¡Ey, Sissi!

Pero fue tarde. Ya había colgado. La llamaría en un rato, tenía que dejarla pensar.

Aelita yacía en la cama boca abajo, con la cara enterrada en la mullida almohada, a su lado Jérémie le acariciaba la espalda como acostumbraba a hacer. Demasiadas emociones en poco tiempo. El retorno de X.A.N.A., el mensaje de Hopper, el diario de William…

—¿Cómo te sientes? —le preguntó con voz melosa.

—Te has portado como un imbécil —gimoteó.

—Es cierto.

—Ulrich podría haber muerto.

Jérémie sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Era verdad. Había puesto en peligro a uno de sus mejores amigos, al punto de apoyo de la que era como su hermana mayor. En realidad los había expuesto a todos.

—Perdóname… —se inclinó sobre ella besándole entre los omoplatos—. He sido muy desconsiderado.

—Yo no diría desconsiderado. —Giró el rostro y clavó sus ojos verdes en los azules de él—. Jérémie, ha sido horrible. ¿Por qué te portas así?, ¿por qué haces como si todo te importase una mierda? Yumi estaba destrozada y le has preguntado por Ulrich como si le estuvieras pidiendo la hora.

—Estaba asustado —admitió—. Me conoces mejor que nadie, soy muy torpe en casi todo lo que no tenga que ver con los ordenadores.

—Son tus amigos, mi familia. Y no sólo ha pasado hoy con lo de Ulrich. Te has comportado como un cretino con William.

Jérémie acarició la mejilla de Aelita y le dio un suave beso en los labios. Dejó escapar un gemido de protesta cuando se apartó de ella y él sonrió.

—Me disculparé con todos. Me esforzaré por ser menos cretino.

Aelita rió por la expresión decidida de Jérémie, tenía un leve tic en la comisura izquierda del labio, ese leve movimiento involuntario mostraba lo nervioso que estaba.

—Te quiero, cretino —susurró divertida antes de besarle.

Yumi se movía como un animal enjaulado. Ulrich le había dicho que estaba bien, lo sabía, pero estaba inquieta. Miró su ropa en el espejo, camiseta verde botella y pantalón negro. Rebuscó en su maleta y sacó un vestido de tirantes negro, lo dejó sobre la cama y buscó más. Se cambió la camiseta verde por una negra bastante más ceñida. Se observó en el espejo y suspiró. Cogió su chaqueta vaquera y se la puso.

Quedaban tres horas para las cinco de la tarde. Toda una eternidad pero no podía quedarse allí o acabaría volviéndose loca.

Atravesó el bosque para dirigirse al dojo por donde él pasaría antes de volver a l'Hermitage. Esperar en la calle le parecía menos deprimente que hacerlo en el mullido sofá de Aelita.

La persiana estaba bajada, lo sabía, sin embargo le sorprendió. Se sentó en el frío bordillo y fijó su vista en los adoquines de la calle, por que si miraba el reloj la espera se le haría mucho más larga. Pronto descubrió que, el no tener nada en lo que entretener la mente, era tan malo como mirar fijamente el reloj.

No podía dejar de pensar en como su voz había ido perdiendo intensidad y definición, en como había enmudecido y en como se había sentido. Sintió un frío congelante en su interior. No podría seguir adelante sin él.

—¿Yumi?

Alzó la cabeza y sus ojos rasgados enfocaron a Ulrich, allí de pie junto a Kento mirándole preocupado.

Se puso en pie tan bruscamente que le rodó la cabeza.

Kento pasó junto a ella, levantó la persiana azul y abrió la puerta con la llave. Los vio mirarse los zapatos y le entraron ganas de darle una colleja a cada uno. Pensó en que podía hacer algo un poco más divertido. Volvió sobre sus pasos, hasta quedar a la altura de ella. Sonrió y le susurró algo en japonés, ella se sonrojó hasta las orejas. Le dio un suave apretón en el hombro con su gran manaza, para desaparecer por la puerta acristalada.

—¿Qué te ha dicho?

—Nada, nada. ¿Habéis ganado? —cambió de tema torpemente.

—Ha sido fácil.

Quería levantarle la camiseta y comprobar que la cicatriz estaba allí, como una sonrisa siniestra sobre su piel. Si lo hubiese hecho se habría ganado una bofetada, y se la hubiera merecido.

—¿Qué pasa?

—Perdona. —Apartó la mirada de sus costillas—. Estoy algo confundido. He soñado contigo, supongo que porque me estabas hablando por teléfono.

—Oh… ¿puedo saber que era?

No iba a contárselo. Le daba vergüenza sólo con pensarlo, la había confundido con alguien que no se le parecía en nada.

—Cosas sin sentido.

—Estás pálido…

Llevó su fina mano a la mejilla de él que se tiñó de rojo con el leve roce. Yumi sonrió.

—¿Te encuentras bien?

—Sí.

—¿Aún estáis aquí? —preguntó burlón Kento.

Los dos muchachos le miraron. Le lanzó las llaves del dojo a Ulrich con una sonrisa triunfante.

—Cierras tú, amigo.

—Eso no es justo.

Se despidió con la mano sin mirar atrás, riendo como un chalado. Ulrich suspiró, sus ojos castaños se centraron en los de ella. Yumi entró y él la siguió.

Con movimientos mecánicos extrajo de su mochila las toallas, los guantes y las protecciones que se había llevado aquella mañana. Desapareció con ellas tras la puerta con el cartel de "prohibido el paso". La vio sentada sobre el tatami en la posición del loto y habló.

—No tenías ninguna cicatriz.

—¿Por eso me mirabas las costillas? —Él asintió lentamente—. Sigue ahí.

Se puso en pie y se levantó la camiseta a la altura de las costillas, la blanquecina cicatriz pareció sonreírle.

—Ya veo.

—No pongas esa cara, no es tan fea. —Rió.

No esperaba que hiciese aquello, pero estaba agradecido, así no quedaba lugar para las dudas.

—¿Te importa volver sola a l'Hermitage?

—Claro, no hay problema.

—Voy a ir a ver a mi padre. —Yumi le miró sorprendida y él sonrió ampliamente—. No hablo con él desde hace tiempo.

—¿Cuánto?

—Más o menos desde que salí del Kadic.

Ella abrió los ojos sorprendida, de eso hacía cinco años. Su relación nunca había sido buena, no obstante, parecía haber empeorado y mucho. Aunque ella sabía algo que Ulrich no sabía, quizás el decírselo no cambiaría nada. Decidió que algún día lo haría.

—¿Tengo que desearte buena suerte?

—Eso me iría bien. —Sonrió.

—Buena suerte —susurró besándole nuevamente en la comisura de los labios.

Ulrich se sintió invencible. Capaz de soportar todos y cada uno de los comentarios hirientes de su padre.

Jérémie esperó en el porche de l'Hermitage el regreso de Yumi. Si tenía que disculparse debía empezar por ella, además si había alguien en el grupo que pudiese comprenderle era ella. Le entendió con el asunto del superordenador y sabía que también lo haría con aquello.

No tenía ni idea de cuanto tardaría, pero si se le congelaba el trasero esperando en la calle lo tendría merecido. Estaba seguro que de volvería, no iba a irse a un hotel sin haberse llevado sus cosas, dudaba que se fuese a casa de sus padres, aunque cabía la posibilidad, Ulrich no iba a llevarla a su apartamento, porque siempre decía que parecía la casa de un perdedor, y si había algo que su amigo no quería parecer era un fracasado.

Cuatro largas horas después la vio cruzar la verja de entrada. Cruzaron las miradas unos segundos y Yumi pasó de largo con el ceño fruncido.

—Yumi —susurró Jérémie a su espalda—. Tengo que… necesito hablar contigo.

—No te ofendas, pero no me apetece.

—Sólo escúchame —replicó recordando que eso ya había ocurrido antes.

Yumi bufó y le miró intensamente.

—Si vas a soltarme el rollo de "recuerdas cuando nos conocimos", en serio, ahórramelo.
Jérémie sonrió con nostalgia y acto seguido se puso serio.

—No es eso. Es sobre William —dijo bajando la voz—. Sobre cuando X.A.N.A. le poseyó.

—Te escucho.

—Fue culpa mía.

Continuará
Escrito el 6 de agosto de 2010.

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