viernes, 13 de agosto de 2010

25M XXV.- Camisa



Code: Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Advertencia: contiene lime.

XXV.- Camisa

Estábamos en mi ciudad. Stuttgart. No venía por aquí desde que tenía siete años. Y seguramente no estaría aquí si aquel mensaje de Franz Hopper no hubiese llegado.

Jérémie había entrado en estado de euforia. Ayudar a Aelita era importante.

Yo era el único que sabía alemán por lo que me convertía en el candidato perfecto para ir. Pero ¿quién iba a acompañarme?

Ella se ofreció. Con su magnifica sonrisa.

Yumi y yo partimos aquel mismo día, sin equipaje, sólo con lo puesto. Ella con su vestido de tirantes negro, y yo con camisa blanca y vaqueros.

Las luces de la ciudad nos recibieron. Cogimos un taxi desde la estación de tren hasta mi antigua casa, un trayecto de a penas quince minutos, en el que el taxista no paraba de maldecir a los políticos y de mirar, de un modo poco apropiado, a Yumi. Me estaba poniendo histérico con comentarios del tipo "cuando te canses de tu novia me la pasas" o "¿qué tal se porta en el catre?", "has hecho bien, muchacho, eligiendo a una que no sabe tu idioma, así no tienes que escucharla". Juro que de haber podido le hubiese incrustado su retorcida nariz en el cerebro.
Respiré aliviado al bajar, aunque ella no supo el motivo y yo preferí dejarla con la intriga. Metí la mano en mi bolsillo derecho en busca de la llave.

—Te vas a reír… —dije con una expresión estúpida.

—¿Reírme? ¿Reírme por qué?

—Me… he dejado las llaves en el tren.

Esperaba una reprimenda, pero Yumi se rió con ganas.

—¿Y dónde vamos a dormir? ¿Debajo de un puente?

—Creo que hay una pensión aquí al lado.

Ella volvió a reír.

—Una pensión —repitió—. Qué romántico.

Sentí una punzada en el pecho. Cada vez que Yumi pronunciaba la palabra "romántico" el corazón me daba un vuelco, alimentaba la esperanza de que algún día pudiese tenerla entre mis brazos, despertar cada mañana con ella a mi lado y, morir viejo y feliz rodeado de hijos y nietos.
Recorrimos la manzana, muy cerca el uno del otro, hablando de Franz Hopper.

Nos detuvimos frente a un letrero de neón que parpadeaba, seguramente era la pensión más espantosa de toda la ciudad. A ella no debió parecerle tan horrible como a mí, porque tomó mi mano y me llevó hacia el interior.

—Podría ser peor —me susurró al oído.

Un tipo gordo, sudoroso y con aspecto de no saber que eran ni el agua ni el jabón, se plantó frente a nosotros detrás del mostrador.

Quisiéramos dos habitaciones —dije en alemán.

Sólo tengo una individual —me contestó mirando de arriba abajo a Yumi.

Ella se dio cuenta y le sostuvo la mirada, desafiante, con aquella sonrisa que indicaba que, si seguía por ese camino, iba a patearle el culo hasta que suplicase piedad.

—Creo que tendremos que irnos a otro sitio —le dije en voz baja a Yumi.

—¿Por qué? ¿No hay habitaciones?

—Una individual —le informé.

—¿Cómo se dice "nos la quedamos"?

—Yumi, "individual" significa para una sola persona.

Me dio un puñetazo en el brazo sin demasiada fuerza.

—Sé lo que significa "individual", Stern —dijo seria—. Mejor eso que el puente, ¿no?

Suspiré, no la iba a convencer de lo contrario.

La ventaja de tener veinte años era que, en mi poder, tenía una tarjeta de crédito, la desventaja de ser Ulrich Stern, era que no tenía muchos fondos. Pero no podía permitir que Yumi pagase.

El hombre nos hizo descuento, tras haber intentado tocarle el culo y que ella le hubiese estampado contra una pared, y retorcido el brazo hasta hacerle llorar como a un bebé. Así pues, la factura de cincuenta euros se vio reducida a veinticinco.

Habitación cuatro, primera planta, al lado de las escaleras —nos gritó sin atreverse a acercarse a ella—. Hay una manta en el armario y el baño está dentro.

La escalera era de madera y crujía bajo nuestros pies, la barandilla parecía estar a punto de ceder. Era un sitio horrible. Sin embargo la habitación me sorprendió, estaba limpia como una patena, las paredes pintadas de un blanco inmaculado, la cama perfectamente hecha, el encerado del suelo reluciente. Debo reconocer que casi me caigo de culo al verlo.

—Parece que es una porquera limpia.

—Creo que quieres decir "pocilga".

Me escrutó con sus brillantes ojos negros y movió la mano, de arriba abajo, dejando claro que el haber confundido la palabra le preocupaba tanto como quien iba a ganar el reality show de moda.

A veces se equivocaba, y eso me resultaba fascinante, la mirada, a medio camino entre vergüenza y confusión, le daban un aire especial y único. En esos momentos te dabas cuenta del esfuerzo que le suponía hablar correctamente en francés.

—¡Ey! Tenemos hasta jabón. —Me sacó de mis cavilaciones—. Quién iba a decirlo, con la pinta que tenía el encargado.

Me reí tanto que acabé tosiendo como un idiota.

—Hemos olvidado comprar comida… —susurró acercándose a mi.

—Hay una gasolinera a dos manzanas. Iré a comprar un par de sándwiches y refrescos.
Me sonrió y sacó el portátil que nos había dado Aelita, abrió la página de enlace con el satélite espía que ahora controlaba Jérémie. Tecleó las coordenadas del lugar que nos indicaba el mensaje de Franz Hopper.

Salí sin hacer ruido en busca de nuestra cena. El barrio no había cambiado demasiado, era ventajoso tener la seguridad de que no iba a perderme, sería vergonzoso perderme en mi propia ciudad.

Las farolas marcaban el camino a seguir, como si fuera el camino de baldosas amarillas de "El mago de Oz". Esquivé el Mercedes que casi me atropella cuando entró a repostar y crucé la puerta automática de la tienda. El guardia de seguridad me escrutó con la mirada y, cuando determinó que no era peligroso, clavó su mirada en la cajera como si contemplase una obra de arte, me pregunté si yo miraba así a Yumi.

Me detuve frente a las cámaras frigoríficas y cogí un par de latas de refresco y otro par de botellas de agua, pasé a los sándwiches, no tenía muy claro de que tipo le gustaban a Yumi así que cogí uno de cada, un total de siete, no pasaríamos hambre, eso seguro.

Pagué y me dispuse a volver, no sin antes echarles una última mirada al guardia y a la cajera, estaba convencido de que ambos sentían lo mismo, la sola idea de pensarlo me estrujó el corazón. Corrí, para no pensar en ellos, para no pensar en nosotros, en lo que un día casi fue y que no sabía si algún día podría ser. Cuando me dí cuenta estaba frente a la cochambrosa pensión, el dependiente dormía con la cara pegada al mostrador, bajo su mejilla sobresalía un boli, sonreí pensando en la marca tan ridícula que tendría cuando se despertara.

Cuando abrí la puerta Yumi seguía ahí tecleando. Estaba preciosa. Cerré y me senté junto a ella, le tendí la bolsa con los sándwiches, ella tomó el de queso y yo el de pavo.

Con Yumi era fácil estar en una habitación y hablar de cualquier cosa, por estúpida que fuera, y sentirse como en casa, la familiaridad y la intimidad eran tan cómodas, que parecía que llevásemos toda la eternidad juntos.

Cenamos sentados en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, muy cerca el uno del otro pero sin tocarnos, separados por las latas de refresco.

Nuestra conversación giraba en torno a nuestra ruta del día siguiente, en el posible modo de llegar, taxi, transporte público, alquilar un coche… Reímos por la abundancia de la comida, no tendríamos que preocuparnos por comprar nada, hicimos hipótesis sobre Hopper, sobre como ayudar a Aelita.

Le di un codazo a mi lata de refresco manchando la ropa de Yumi.

—¡Mierda! —exclamé—. Te he manchado.

Actué como si estuviera loco, poniéndome en pie bruscamente, buscando algo con que secarle el vestido. La escuché ponerse de pie, caminar hasta mí y entonces me dio una colleja.

—Relájate, ni que me hubieras apuñalado. —A veces Yumi era muy poco delicada—. Lo lavaré y quedará como nuevo.

—Sí… buena idea —titubeé.

Se encerró en el lavabo y la oí abrir el grifo. Entonces caí en la cuenta de que el vestido era la única ropa que llevaba ¿qué iba a ponerse? Toda la sangre de mi cuerpo se concentró en mi cara.
Me quité la camisa y llamé a la puerta del baño.

—¿Qué pasa?

Entreabrió y asomó la cabeza, yo miré a un lado tendiéndole la pieza de ropa.

—Usa esto…

—Gracias —dijo tomando la camisa—. ¿Te importa que me de una ducha?

—A-adelante.

Un par de minutos después salió, con mi camisa puesta y el vestido empapado en la mano, lo tendió en la ventana. Le quedaba mejor que a mí, le quedaba de fábula, aunque seguramente ella hubiese preferido una más larga.

Volvió a encerrarse en el baño y escuche el inconfundible sonido de la ducha. Aparté mi mente de eso, porque soy un caballero o quiero serlo en un futuro muy próximo, y porque no podía salir nada bueno de imaginarme cosas. Así que me concentré en la pantalla del portátil y los números que pasaban a toda velocidad. Acabé con un mareo de los que hacen historia, tirado en la cama como un trapo sucio y una cara que no quería ni imaginarme.

La puerta se abrió con un leve crujido y la figura de Yumi apareció entre el intenso aroma a champú, con una toalla blanca en las manos, y como siempre sus movimientos me dejaron fascinado. Es que cada vez que Yumi se movía era como si lo hiciese una bailarina, elegante, delicada y sin movimientos innecesarios.

No podía dejar de pensar en lo bien que le quedaba mi camisa, sin embargo, me moría de ganas de quitársela.

Siendo dos adultos no se hacía nada fácil mantener esa relación de "sólo amigos", y menos aún cuando aparecía frente a mí tan sugerente, con esas largas piernas perfectamente torneadas a la vista.

—¿Has llamado a Aelita? —preguntó sacándome de mi ensoñación.

—No.

Se sentó a mi lado en la cama, secando su pelo azabache con una toalla. Olía a fruta fresca.

—Siento lo de tu camisa —musitó.

—¿De qué hablas?

—La he mojado.

Eso me obligó a mirarla para no parecer descortés. La tela blanca se adhería a su piel y se transparentaba sobre sus hombros y la espalda. Demasiado sugerente. Demasiado seductor. Demasiado para mantener la razón y la distancia.

Quise levantarme. Quise alejarme. Quise encerrarme en el baño y meterme bajo el agua helada de la ducha. Juro que quise.

Pero no pude.

La besé con frenesí, sin ningún tipo de delicadeza, derribándola sobre la colcha de flores que cubría la cama.

Acaricié su mejilla, su fino cuello, su clavícula. Deseaba más, pero me detuve en su hombro. Recuperé el control sobre una parte de mí y me separé un poco de sus labios.

—Yo no quiero ser sólo tu amigo —pronuncié con voz ronca y extraña.

En ese punto podían pasar dos cosas: que Yumi me correspondiese, o que me hiciese una de sus dolorosas llaves de kung fu, esas que tanto me gustaban siempre que no fuesen dirigidas a mí.

—Esto me está matando, Yumi. —Llevé su mano al punto donde latía con fuerza mi corazón—. Me vuelves loco, cada vez que te veo me muero por besarte. Llevo años aguantando. Ya no puedo más…

Me quedé clavado en sus ojos negros, profundos y brillantes, esperando una palabra, un gesto… algo, pero no hizo nada.

—Di… algo —supliqué.

—Calla —me susurró.

Pensé que iba a recibir un golpe, sin embargo sus brazos rodearon mi cuello y me atrajo hacia su cuerpo para besarme.

Sus caricias en mi espalda desnuda, eran la cosa más maravillosa del mundo. Y nuestros besos, que hacía rato que habían perdido cualquier rastro de inocencia, me hacían desear mucho más de lo que tenía en ese momento, estaba tumbado sobre ella por lo que estaba seguro de que ya lo había notado.

Con su ayuda me deshice del dichoso pantalón que se había convertido en una tortura, y la hice rodar por la cama, dejándola encima de mí, para librarla de mi peso y para contemplarla mejor. Maldije a mi estúpida camisa por tener unos botones tan pequeños y difíciles de desabrochar, acabé pegando un tirón, un par de ellos saltaron y rodaron por el suelo.

Yumi rió, se inclinó para poder besarme y acabamos rodando de nuevo.

Su piel era suave y cálida, nunca me habría imaginado que mis manos pudiesen recorrer sus piernas, la delicada curva de su cintura, ni que eso le haría estrecharme con más fuerza, que eso encendería mi ánimo y me permitiría oír lo que tanto tiempo había soñado.

—Te quiero…

—¿Qué has dicho? —pregunté con la voz entrecortada.

—Que te quiero, Ulrich.

Sujetó mi cara entre sus manos y me dio un pequeño beso en los labios, tan tranquilo, dulce y casto, que me pareció imposible teniendo en cuenta que estábamos medio desnudos, en la cama y con la respiración tan entrecortada como si hubiésemos corrido tres maratones seguidas.

En cierto modo me sentí aliviado de no ser el primero en pronunciar aquella frase, pero sobre todo, me sentí aliviado al saber que no estaba dejándome hacer por que me estaba comportando como un loco pervertido y temiera por su seguridad.

—Yo también te quiero, preciosa.

La musiquilla de mi móvil rompió el momento, cosa que agradecí, porque ninguno de los dos estábamos dispuestos a pasar de ahí, no esa noche, no si no hacía una segunda visita a la gasolinera.

Jóvenes sí, idiotas no.

El nombre de Jérémie se encendía de manera intermitente, me tumbé boca arriba y contesté. Seguía en su estado de euforia, dando órdenes con su particular estilo. Yumi me mordió el cuello y yo necesité de todas mis fuerzas para ahogar un gemido en la garganta. Hubiese quedado muy raro, habría sido muy violento, y Jérémie se habría preguntado que demonios estaba haciendo.
La abracé con fuerza, inmovilizándola, mientras ella reía discretamente. Lancé el móvil a la almohada y dejé a Jérémie con su monólogo, para besar a mi chica.

Franz Hopper me importaba un bledo, el satélite espía me daba lo mismo, el mundo entero me resultaba indiferente.

Sólo me importaba ella.

Fin

Escrito el 12 de agosto de 2010

3 comentarios:

  1. me encanta la historia y adoro a la pareja se nota la tension sexual

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  2. Me gustaria decir esto es un anuncio para los niños pequeños o fans de code lyoko ,hay un mesenger que permite poner en contacto ,preguntar cual quier duda o comentario sobre la serie o hablar con tus heroes favoritos, te ponemos a la ultima de las tendecias o articulos,el correo es codelyoko@hotmail.es.Muchas gracias.Anucien esto en otras paginas

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  3. Simplemente genial..!!! me gusto la parte de jovenes si, idiotas no XD muy buena ..!!! Continua la historia ...!!!

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