sábado, 21 de diciembre de 2013

Code: Caos.- Superordenador





Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Una aventura es, por naturaleza, algo que nos sucede.
Es algo que nos escoge a nosotros, no algo que nosotros escogemos”
Gilbert Keith Chesterton.

Superordenador


Cuando logró abrir los ojos fue incapaz de reconocer lo que le rodeaba. Una ciudad en ruinas. Llamas y humo. Polvo y destrucción. Frío y desolación.
Estaba tumbado en el suelo, trató de incorporarse pero el mareo se lo impidió. Movió la cabeza y vio a Yumi enroscada a su lado con los ojos cerrados y una mancha de hollín en la mejilla. Respiraba. Estaba bien. Se relajó. Buscó con la mirada al resto de sus compañeros, todos parecían estar bien. 
Suspiró. Le zumbaban los oídos como si una colmena de avispas cabreadas se pasearan por sus pabellones auditivos. ¿Qué había pasado? No podía recordarlo. Él estaba entrenando con Yumi, ¿no? En el gimnasio. Ella casi le había roto la nariz de una patada. Sí, le dolía la nariz. Pero ¿y después? Habían ido a algún sitio con un colchón... ¿Por qué la había llevado a un sitio con un colchón? Se suponía que tendrían que salir antes de pasar a otros temas... No. Seguro que la cosa no iba por ahí porque también estaban los demás.


¡La fábrica! Sí, claro. Habían ido a la fábrica y allí habían ido apareciendo los demás. Pero qué demonios estaban haciendo en la fábrica y con Sissi y Emilie...
Estiró el brazo y rozó la mejilla sucia de Yumi, estaba fría.
Yumi... —logró articular. 
Ella abrió sus ojos negros perezosamente y le sonrió débilmente. 
¿Qué ha pasado? —susurró ella. 
No lo sé. 
Yumi se sentó en el suelo con los ojos entreabiertos y miró alrededor, los cuerpos de sus amigos yacían junto a ellos. Los edificios estaban llenos de agujeros de bala, algunos se caían a trozos literalmente, el asfalto agrietado y levantado que le hizo pensar en el Hanshin-Awaji Daishinsai, el gran terremoto de Kobe de 1995 o el Tôhoku Chihô Taiheiyô-oki Jishin, el terremoto del Pacífico de la región de Tôhoku de 2011, al que ni ella misma sabía como había sobrevivido. El horizonte estaba cubierto de polvo y nubes oscuras, divisó el perfil de algo que conocía, pero no lograba ubicarlo, algo de su país quizá. 
Se levantó torpemente y ayudó a Ulrich a ponerse en pie. Fueron despertando a sus amigos poco a poco. Todos se sentían igual de confusos miraban alrededor incapaces de identificar aquella ciudad caótica.
 La mirada de Yumi regresó al objeto del horizonte que había ubicado en su país y se estremeció. 
Estamos en París —musitó. 
¿Qué dices? —preguntó horrorizado Odd.
Mirad la torre. Es gris y oxidada...
Entrecerraron los ojos, el perfil del edificio alto que señalaba Yumi, tenía una forma fácilmente reconocible. La Torre Eiffel. 
Creía que era la torre de Tôkyo... —susurró apretándose las manos nerviosa—. ¿Qué ha pasado aquí? 
¡Pero eso no puede ser! —exclamó Sissi. 
Unos pasos firmes resonaron en la devastada calle, resonando amenazantes. Se estremecieron. Un hombre con un fusil y ataviado con uniforme militar se detuvo frente a ellos, su cara oculta tras un casco a caballo entre uno de moto y de aviador. Imponía, daba escalofríos.
El soldado alzó el fusil y les apuntó con el dedo situado sobre el gatillo dispuesto a disparar. No pronunció ni una sola palabra.
Jérémie no era muy valiente pero se situó delante de Aelita protegiéndola con su delgado cuerpo de las malas intenciones de aquel mercenario. Sissi sollozaba aterrada e inmóvil, las piernas no le respondían. A Odd le temblaban las manos y las rodillas, no era un cobarde, pero eso de que le apuntasen con un fusil... Ulrich había abrazado los hombros de Yumi protector y los brazos de ella se habían enredado en su cintura. Emilie, pálida como la cera, se sujetaba con fuerza al musculoso brazo de William al que no se le veía tan asustado como al resto; no era la primera vez que le apuntaban con un arma, en su antiguo barrio la diferencia entre vivo y muerto la marcaba la cara que pusieras al ver una pistola a dos milímetros de tu cara. Estaba atemorizado por dentro.
Cuando empezaban a resignarse a morir a balazos el cuerpo del soldado cayó pesadamente al suelo como si no tuviera huesos. Al principio tardaron en comprender qué había pasado. Una persona encapuchada que sujetaba una viga de madera permanecía inmóvil tras el cuerpo desplomado, la brisa helada hacía ondear los bajos de la larga túnica negra que le cubría de pies a cabeza. Unas pesadas botas militares asomaban bajo la túnica, sus pies se movieron ligeramente, le oyeron inspirar hondo antes de lanzar la viga hacia los contenedores de basura volcados que bloqueaban el final de la calle.
Se agachó con movimientos fluidos y sencillos y cogió el arma del soldado. Extrajo y guardó las balas en sus bolsillos y desmontó el rifle como si hubiera hecho aquello a todas horas durante toda su vida. 
Ya era hora —musitó la figura encapuchada con voz de mujer y un ligero acento—. Sí que le han fallado los cálculos.
¿Quién…? ¿Qué…? ¿Dónde…? —balbuceó Jérémie. 
Y pensar que tú eres nuestro cerebro, Jérémie.
La muchacha se deshizo de la capucha rebelando una brillante y larga melena azabache recogida en una trenza, no aparentaba más de veinte años, sin embargo se la veía agotada. Si ya se sentían confusos su estado empeoró al reconocerla.
¿¡Yumi!? —exclamó Ulrich mirando a las dos chicas. 
Premio. —Sonrió—. Seguidme, este sitio no es seguro. 
Nada de eso —bufó la Yumi más joven con el ceño fruncido deshaciéndose del abrazo de su amigo—. ¿Cómo sabemos que podemos confiar en ti? ¿Tú eres yo? ¡Venga ya! Ni que estuviéramos en una peli.
La Yumi adulta soltó una sonora carcajada.
Pues sí que era tiquismiquis. Vale, doña desconfiada, haz la prueba —dijo mirándola fijamente—. Pregúntame algo que sólo tú misma puedas saber.
La joven pareció sopesar esa opción y suspiró. Ambas mantuvieron una charla en japonés de la que ninguno de ellos comprendió una sola palabra. Su compañera se sonrojó y la otra simplemente sonrió.
¿Cuál es el veredicto? —preguntó Odd con perspicacia.
Ha acertado —musitó.
Bien, vamos.
¿Dónde estamos? —La voz de Jérémie sonaba tensa como la piel de un tambor.
La Yumi adulta le miró de soslayo, comenzó a andar sin comprobar si los muchachos la seguían o no.
Si esperas una explicación tipo clase de historia no es ni el momento ni el lugar —espetó inexpresiva—. Pero si insistes te diré que estamos en París. Bienvenidos a la Tercera Guerra Mundial.
La inquietud se extendió por sus cuerpos a toda prisa. ¿La Tercera Guerra Mundial? Aquello era imposible, se suponía que todos los países habían aprendido la lección después de la Segunda, ¿no?
Los pasos de su compañera les dirigió a lo largo de una senda de caos y destrucción, los cadáveres se acumulaban en las aceras inundando el aire del nauseabundo olor de la descomposición. Gente que lloraba desconsolada deambulaba por las desiertas carreteras. Una niña escuálida que lloraba y gritaba.
Yumi se hurgó en los bolsillos del pantalón militar oculto bajo la capa y sacó una bolsa con un sándwich y un pedazo de tarta de manzana, revolvió con ternura el pelo rubio sucio de la pequeña y le entregó la comida. La niña salió a la carrera consciente de que a nadie le importaría quitarle la comida, no harían una excepción porque fuera pequeña, el hambre apretaba a todos los ciudadanos por igual.
Continuaron en silencio con la banda sonora de los gritos y sus pasos sobre el adoquinado de la calle. Yumi se detuvo frente a una tapa de alcantarilla y la levantó con cierto esfuerzo.
 Adelante.
No pienso meterme ahí —farfulló Sissi.
No tengo tiempo para niñerías –gruñó la Yumi adulta—. Quédate ahí y congélate  si es lo que quieres, pero no pienso esperar a que se te quiten los remilgos.
Se mantuvieron la mirada con gesto desafiante, Odd pensó en lo gracioso que era el hecho de que ambas estuvieran coladas por Ulrich y fuesen igual de obstinadas y testarudas. Finalmente Sissi apartó la mirada y refunfuñando se deslizó por la fría escalerilla de mano que bajaba a las entrañas del alcantarillado.
Buena chica. —Sonrió mientras los demás iniciaban el descenso.
Aquel agujero apestaba igual que siempre. Húmedo, pestilente, oscuro y espeluznante. Jérémie señaló un detalle de aquel lugar que le era conocido. Monopatines y patinetes. ¿Sería su alcantarilla?
La Yumi adulta aterrizó con seguridad detrás de ellos y encendió una potente linterna de bolsillo, iluminando un grupo de ratas que huyeron despavoridas.
El... la red de alcantarillado de Franz Hopper era mucho más amplia de lo que creíamos.
¿Qué quieres decir? —preguntó Aelita.
Kadic, L’Hermitage y la vieja fábrica —contestó iniciando la marcha a pie—. Pensábamos que esos tres lugares eran los únicos conectados por las alcantarillas manipuladas por tu padre. Pero ¿sabes qué? Estábamos tan equivocados que no habríamos creído la verdad aunque hubiese venido a saludarnos y mordernos el culo.
Se supone que... ¿hay más? —interrogó William sorprendido por la actitud de la mujer.
¿Más? Me parece que “más” se queda corto.
¿Qué...?
Tranquilo, Jérémie. Estás a punto de descubrirlo.
Adelantó a los chicos y estampó el puño cerrado contra uno de los ladrillos de la pared. A su izquierda se alzó un crujido inquietante seguido de algo que parecían rocas desprendiéndose de una montaña, era como si la estructura de las alcantarillas estuviese a punto de venírseles encima. Una nube espesa de polvo les cegó y les hizo toser durante un rato, cuando el polvo se hubo asentado de nuevo vieron que, donde antes había una pared maciza, se alzaba una reja negra que hacía las veces de puerta a algo similar a una ciudad subterránea.
 Bienvenidos a Hope —dijo Yumi entrando—. La base de operaciones de la resistencia.
Había multitud de edificios de piedra, el suelo estaba adoquinado, era como si una parte de París hubiese sido construida bajo tierra.
Entrad, rápido. Las paredes tienen oídos —susurró con una sonrisilla inquietante.
La pared se cerró a sus espaldas con un sonido estridente. Unos farolillos se encendieron cuando la falsa pared de piedra volvió a alzarse sumiendo la entrada en la oscuridad. Aelita observó fascinada la forma de las lucecitas, mariposas, libélulas, pájaros y delfines que dibujaban formas de colores sobre las frías rocas. El caminito adoquinado que llevaba hasta las primeras casas. Con aquella luz artificial se podían apreciar los detalles, las cortinas en las ventanas, los tendederos... todos los pequeños detalles que conferían personalidad a un hogar.
Aelita pensó que era tan bonito como inquietante.
Aquella Yumi extraña les dirigió hasta la edificación más alta, en aquel punto del alcantarillado había mucho más espacio que en el resto del recinto.
Tras las puertas metálicas se escondía una pequeña recepción desierta y dos tramos de escaleras, a la derecha y a la izquierda. La mujer les llevó hacia las de la izquierda con paso firme y seguro. Jérémie fue contando los peldaños a medida que subían las tres plantas «sesenta escalones» se dijo, no era un dato especialmente útil pero por algún motivo contarlos le había relajado un poco.
El pasillo en el que desembocaba la escalera era largo y tan estrecho que sólo podían avanzar en fila india, en el habían cuatro puertas y nada más, ni cuadros, ni plantas ni ningún tipo de mueble. Dejaron atrás tres de las puertas dirigiéndose directamente a la que ponía fin al corredor, la puerta de metal se abrió sin emitir sonido alguno revelando una sala de reuniones con una larga mesa y un montón de sillas. Había cinco personas allí adentro, eran tan diferentes pero a la vez tan iguales a ellos.
Aelita Stones, Jérémie Belpois, William Dunbar, Ulrich Stern y Elisabeth “Sissi” Delmas.
¿Qué...?
Tranquila Emilie —pronunció la Yumi adulta—, ahora os lo explicaremos.
Sentaos por favor —pidió la Aelita adulta.
Todos obedecieron a excepción de Jérémie que se quedó en pie con los ojos abiertos desmesuradamente, por qué demonios sus amigos confiaban en aquellos desconocidos. No lo comprendía. ¿Se suponía que eran ellos? ¿Ellos en el futuro? ¡Venga ya! Como había dicho Yumi, ni que estuvieran en una película de ciencia ficción. ¿Y cómo demonios se suponía que habían llegado allí? No tenía sentido. Seguro que era cosa de X.A.N.A., sí por supuesto, X.A.N.A. debía haberse regenerado o quizás no habían acabado con él o tal vez se había caído en clase de gimnasia se había dado un golpe en la cabeza y estaba soñando.
Aquella Aelita adulta le sonrió y con el simple hecho de ponerle la mano en el hombro logró que se sentase. Olía igual que su Aelita.
—Suponiendo que esto sea real ¿cómo demonios hemos acabado aquí? –refunfuñó Jérémie enfadado consigo mismo por su reacción ante aquella Aelita mayor—. ¿Se supone que estamos en el futuro?
—Justamente —replicó el William adulto sonriente.
—Ya, claro.
—Pecamos de pardillos —prosiguió aquel Jérémie—. Nunca nos cuestionamos si los saltos en el tiempo funcionaban en ambas direcciones, aunque es lógico: si puedes ir atrás en el tiempo por qué no ibas a poder ir hacia delante.
—Pero es una locura —protestó el Jérémie adolescente fulminando a su versión adulta con la mirada.
—No más que un mundo virtual dentro de un ordenador escondido en una fábrica en ruinas.
Jérémie cerró los ojos y apoyó la espalda en el respaldo de la silla incapaz de refutar lo que acababa de decirle. El tema del superordenador era una locura de principio a fin.
—Pero eso ahora no importa —bufó el Ulrich adulto—. Vayamos al grano, dejemos las locuras para más tarde.
Ambos Jérémie carraspearon y bajaron la mirada a la mesa.
—No es que no esté emocionado con esto —pronunció Odd cargado de entusiasmo moviendo las manos—, pero una clase de historia reciente nos iría bien. —Se llevó una mano a la frente con expresión horrorizada—. ¡Ay dios! Jamás pensé que podría decir eso.
Las risas inundaron aquella fría y desolada sala de reuniones.
—Y por qué no empezáis por explicarnos qué demonios es el superordenador ese —protestó Sissi mirándose las uñas con interés.
Estaba asustada. Odd conocía aquel tic, le cogió la otra mano bajo la mesa y ella respondió apretando el agarre.
La Aelita adulta se inclinó hacia adelante, apoyó los brazos sobre la mesa y suspiró.
—Durante las décadas de los 70 y 80 mis padres trabajaron en un proyecto, digamos, especial. Los contrataron para desarrollar un arma, aunque eso ellos no lo sabían —añadió con una mueca de tristeza—. Mi padre, un genio de la informática, uno de los pioneros de ese mundillo estaba entusiasmado, él nunca se preocupaba en exceso por nada, le movía su espíritu de hacer lo correcto y de poder mejorar la vida de la gente con sus innovaciones.
»Mi madre en cambio, era una novata en aquel campo, pero era buena en el desarrollo de proyectos, del tipo que fueran, siempre daba con la manera de hacerlos funcionar y a pesar de no ser nadie se hizo un hueco rápido en aquel equipo.
—Sabes cosas nuevas de tus padres —interrumpió Jérémie con sorpresa ajustándose las gafas sobre el puente de la nariz.
—Bueno —replicó ella con dulzura—, han cambiado muchas cosas y mi memoria se va aclarando.
»Como iba diciendo: la aceptaron rápidamente y eso marcó un antes y un después en el proyecto Carthago. Por aquel entonces no era más que un montón de ideas y teorías flotando en el aire esperando tomar forma.
»Crear un mundo dentro de un ordenador ¿qué podía tener de malo? ¿qué daño podría hacer? Mis padres determinaron que ninguno y, en parte, no se equivocaban. Iniciaron la construcción de aquel pequeño mundo virtual creando para ello un ordenador tan potente que necesitaba todo un edificio para él sólo… Así nació el primer superordenador.
Miró a sus versiones adolescentes observando las expresiones de sorpresa y fascinación que adornaban sus caras. Conocían el superordenador pero no de dónde había salido. Sonrió tratando de parecer relajada aunque en realidad no lo estaba.
—Como imagináis aquella mole no era nada práctica, así que mientras una parte del equipo trabajaba en el desarrollo de la matriz de datos mis padres y algunos de sus hombres de confianza lo hacían en reducir el tamaño del ordenador.
»Lo lograron, por supuesto, pero en cuanto lo hicieron los que les habían contratado modificaron el proyecto Carthago pervirtiendo la idea original. Lo convirtieron en un arma con la que atacar países remotos sin necesidad de desplegar el ejército, sin tener que ensuciarse las manos directamente; un arma que sólo necesitaba un enchufe o acceso a un satélite para destruirlo todo.
»Mis padres sabotearon el superordenador que contuvo Carthago pero hicieron una copia que se llevaron. Huyeron. Se convirtieron en fugitivos… Los tres nos convertimos en fugitivos acusados de terrorismo.
»Nos escondimos en un pequeño pueblo pirenaico al otro lado de la frontera francesa. Bossòst.
«Bon dia, senhoreta, as dormit ben?» aquellas palabras volvieron a la mente de la Aelita adolescente junto al rostro amable de una anciana de pelo blanco y piel curtida que le ofrecía un caramelo. ¿Quién era y qué significaba?
—Durante un tiempo estuvimos a salvo, nos sentimos seguros y empezamos a pensar que jamás tendríamos que marcharnos, pero un día volvieron. Mi madre y yo estábamos solas en casa, mi padre había ido a comprar. Yo jugaba en la nieve y unos hombres vestidos de negro bajaron de un coche negro y desconocido, entonces se llevaron a mi madre, corrí tras el coche hasta que me caí al suelo y no fui capaz de volver a levantarme.
»Cuando mi padre regresó estaba tirada en la nieve con las lágrimas congeladas en las mejillas. Me cogió en brazos y nos marchamos sin recoger nada para no volver nunca más.
»Fue entonces cuando vinimos a París. Mi padre se hizo profesor de Kadic y yo estudiaba en casa. Instaló su superordenador en las profundidades de la fábrica y lo fue modificando para poder virtualizar a la gente. Al principio era una manera de mantenerse distraído pero después la finalidad era poder huir usándolo. Poder encerrarnos allí si daban con nosotros como al final ocurrió.
»Mayo de 1995. Los hombres de negro llegaron hasta L’Hermitage y escapamos usando el túnel secreto que conectaba nuestra casa con la vieja fábrica. Nos virtualizamos en Lyoko. X.A.N.A. nos atacó. Me escondí en la torre. Me dormí.
»Y entonces Jérémie encendió el superordenador y volví a despertarme, era agosto de 2006. Habían pasado once años y yo no recordaba absolutamente nada, ni siquiera mi nombre.
Pero… —la voz de Emilie sonó en un susurro ronco a causa del miedo. Todo aquello era demasiado raro. No tenía ningún sentido—. Entonces en qué año naciste.
—24 de marzo de 1982. En realidad soy diez años mayor que Yumi, William y tú, pero dentro del superordenador el tiempo se detuvo y no crecí nada durante aquellos once años —contestó con una mueca indescifrable—. Ya sé que es muy raro, que parece una locura, incluso a mí me lo parece y eso que lo he vivido, pero es la pura verdad.
—Me había colado en la vieja fábrica para buscar piezas para mi robot —tomó la palabra el Jérémie adulto librando a su compañera de narrar aquella parte que tanto le dolía a pesar de no ser la más terrible—, siempre lo hacía. La vieja fábrica era una mina de material abandonado y gratuito. Pero tenía un problema, llevaba demasiado tiempo colándome para llevarme piezas y ya no quedaba gran cosa en la planta principal así que me vi obligado a salirme de mi “zona segura” y adentrarme en aquel edificio en ruinas. Había tanto polvo que a cada paso levantaba una nube sucia que me dejó los pantalones y los zapatos hechos un asco.
»Di con una compuerta en el suelo, la deslicé y para mi sorpresa vi que había una escalerilla anclada a la pared, pensé «qué demonios» y bajé preocupado por si me resbalaba y me abría la cabeza, siempre he sido un negado para el deporte —dijo con un punto de vergüenza—. La escalerilla parecía no acabarse nunca y me estaba planteando el volver atrás cuando mi pie tocó el suelo de metal. Estaba completamente a oscuras, no se veía nada, empezó a entrarme el pánico, quise moverme y tropecé, me caí al suelo y fue entonces cuando un leve resplandor iluminó la sala. Eran unas luces de baja potencia de algún modo mi caída las había activado.
»En el centro de aquella sala había algo, me acerqué lleno de curiosidad y se activó un mecanismo que hizo surgir una sofisticada torre de ordenador, se abrió la tapa que ocultaba una palanca y la accioné. ¿Por qué lo hice? A día de hoy aún no lo sé. Fue un instinto, mi cuerpo reaccionó solo antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba haciendo.
»Se encendieron más luces, esta vez fluorescentes y el viejo ascensor protestó al abrir sus puertas. Me metí dentro sin ser dueño de mis actos y subió hasta el puente de mando. Una silla, una pantalla y un teclado era lo único que había allí. Traté de mover la silla para colocarla junto a la pantalla pero estaba anclada al suelo atrapada dentro de una guía, la golpeé con la mano y entonces se movió ella sola situándose frente a la pantalla —explicó con una sonrisa cargada de entusiasmo, adoraba aquella silla que se movía sola—. Me senté y observé que no había ningún ratón y parecía que la pantalla no funcionaba, la examiné, no parecía poder cambiarse y eso me desilusionó un poco, mi hallazgo sería inútil si la pantalla no funcionaba pero entonces se activo con un pitido ensordecedor.
»“Lyoko” apareció en el centro del monitor y le siguió “clave de acceso”. La miré estúpidamente durante un buen rato, la pantalla funcionaba pero sería igual de inútil si no daba con la clave. ¿Cómo podría descifrar la clave de un ordenador  abandonado y de alguien que no conocía de nada? No podía, ni pude. Era muy frustrante.
Guardó silencio y sonrió con melancolía.
—Entonces paso una cosa la mar de rara, un ser virtual de pelo rosa asomó por la pantalla. —Aelita supo que hablaba de ella, pero le sonó lejano y ajeno como si lo hubiera soñado—. Estuvimos hablando durante mucho tiempo, la llamé Maya porque ella creía no tener nombre. Era mi secreto. Cada día me escapaba para verla. Lo que no sabía por aquel entonces es que despertarla a ella había despertado otra cosa más en el superordenador: X.A.N.A. Ulrich me acorraló y al final tuve que contárselo, Odd lo descubrió persiguiendo a Ulrich que llevaba a Kiwi para virtualizarlo… Mi secreto se fue al traste.
»Odd fue el primero de nosotros en poner sus pies en Lyoko, claro que fue un accidente. Fue entonces cuando X.A.N.A. comenzó a atacar. Ulrich y Odd se convirtieron en guerreros de Lyoko, incluso tú, Sissi. Quisimos confiar en ti, hacerte parte del equipo pero nos delataste y al detener el ataque de X.A.N.A. y hacer el salto al pasado perdiste la memoria. Sólo los que han sido escaneados o virtualizados recuerdan lo que pasa antes del salto en el tiempo.
»Reclutamos a Yumi para que nos ayudara y estuvimos luchando durante mucho tiempo. Queríamos materializar a Aelita porque la queríamos, le habíamos cogido un gran cariño y pensar en apagar el superordenador y dejarla allí nos dolía. Acabamos descubriendo que era humana, pero a pesar de ello no pudimos traerla y apagarlo, X.A.N.A. la había unido a él. Metimos a William en el grupo y por despiste suyo y fallo mío quedo atrapado por X.A.N.A.
—Lo de despiste mío y fallo tuyo me ha llegado al alma —soltó el William adulto con una sonrisa sincera—. Siempre me he sentido jodidamente estúpido por haber acabado siendo el juguetito de X.A.N.A.
—No seas payaso —protestó Jérémie subiéndose las gafas con un tic—. Con Odd ya tenemos bastante.
Se aclaró la garganta y retomó la historia:
—X.A.N.A. usó a William, no solo para intentar eliminarnos si no que también para destruir Lyoko. Con X.A.N.A. libre en la red y William haciéndonos la vida imposible las cosas se nos pusieron bastante complicadas. Aún y así logramos recuperar a William y derrotar a X.A.N.A.
»O eso creímos hasta que pasó esto.
—Un día antes de la vacaciones de Navidad empezaron las cosas raras —siseó William—. A algunos de nosotros nos atacaron y después empezaron a llover bombas del cielo.
El silencio inundó la sala. Callaban algo. Había algo que no querían decir.
—En noviembre de 2010 volví a poner en funcionamiento el superordenador —la voz de la Aelita adulta rompió el silencio e hizo estremecer a la adolescente—. Porque…
—Quería escanear la red por si había algo sobre mi padre —interrumpió la más joven con lágrimas en los ojos—. ¿Ha sido culpa mía? ¿Es culpa mía que haya pasado esto? ¿Que X.A.N.A. haya vuelto?
—No —tomó la palabra Yumi—. Y aunque hubiese sido así, ninguno de nosotros podría reprochártelo porque en tu lugar habríamos hecho lo mismo.
—Es cierto —prosiguió Jérémie—. X.A.N.A. habría acabado regresando aunque tú no hubieses encendido el superordenador, quizá habría tardado unos años más pero el resultado habría sido el mismo.
—Pero…
—Eres humana, ¿no? —soltó la Sissi adulta que había permanecido callada hasta entonces—. Pues ya está.
«No me soporta» pensó la joven Aelita.
Los jóvenes estuvieron haciendo un sinfín de preguntas mientras los adultos trataban de contestarlas todas y asegurarse de que todo quedase claro. Sabían que tarde o temprano tendrían que entrar en detalles y que la mayor parte de lo que les explicarían les haría mucho daño pero por el momento no era necesario.
La melodía de un móvil rompió el interrogatorio, William dibujó aquella sonrisa inconfundible y él descolgó rápidamente.
Dime. —Se puso en pie, caminó de un lado a otro con expresión indescifrable. Los chicos se dieron cuenta de que tenía una cicatriz en la mejilla, se veía pálida con la luz de los fluorescentes—. Lo sé, pero no hay nada que yo pueda hacer para convencerle... Em... —Carraspeó mirando de reojo a los chicos cabizbajos que ahora analizaban el taco de folios que les había dado Jérémie—. Y yo a ti. Pásamela.
William tapó el auricular.
Yumi, ven. Y tú, Yumi menor, tápate los oídos —ordenó entregándole el teléfono a su compañera.
Déjala, saldré afuera —dijo llevándose el aparato a la oreja y desapareciendo tras la puerta metálica.
No me llames así —protestó la muchacha.
Él sonrió y se sentó frente a ella con las piernas cruzadas.
Tienes razón. Eso de que tengamos los nombres repetidos es un asco. —Se apoyó las manos en las rodillas y se inclinó hacia delante—. Necesitamos motes o algo así.
Me gusta —dijo Odd con entusiasmo.
Jérémie mantenía la mirada fija en la puerta por la que había desaparecido Yumi.
No tengas en cuenta su actitud —dijo William moviendo la mano despreocupado—. Tiene una preocupación ocupándole la mente por completo. No es tan diferente de la que tienes ahí sentada. 
Continuará
Aclaraciones: 
Bon dia, senhoreta, as dormit ben: “Buenos días, señorita ¿has dormido bien?” es aranés (no catalán) un dialecto del occitano, se habla en la Val d’Aran, Catalunya. No he podido resistirme. M’estimi er aranés, tanben ei part de jo e ne sò plan capinauta o lo que es lo mismo: amo el aranés, también es parte de mí y estoy la mar de orgullosa. Fòrça Aran!!
Bossòst: es un pueblecito de la Val d’Aran. Me he decidido por él porqué es dónde nació mi abuela aunque creció en València d’Àneu (Valls D’Àneu, Alt Àneu, Pallars Sobirà), siempre hablaba en aranés y me habría encantado poder conocerla y hablarlo con ella. Los españoles habréis oído hablar de él por las inundaciones de junio, cuando las lluvias y el deshielo desbordaron el río Garona, Bossòst, junto con Les, fue uno de los pueblos más afectados por las inundaciones.


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