Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3
Xanadu II
—Buen trabajo, chicos —dijo Jérémie en cuanto
las puertas del ascensor se abrieron—. Ahora que tenemos los códigos es
cuestión de tiempo que podamos movernos con libertad por Xanadu.
—La voz siniestra ha dicho que ya podemos ir
sin problemas —replicó Odd.
—Ya sé qué ha dicho, pero tengo que hacer unos
ajustes y revisar toda la información nueva.
—Jérémie ¿quién era?
El
joven miró el rostro amable de su esposa, cerró los ojos incapaz de sostenerle
la mirada.
—Lo cierto es que no tengo ni la más remota
idea.
Para
sus compañeros fue como lanzarles un cubo de agua helada por la cabeza en plena
ventisca. Jérémie había esperado gritos, pero al parecer les había sorprendido
demasiado para reaccionar de aquel modo.
—Genial —gruñó Ulrich—. Nos has puesto en
manos de vete a saber quién con a saber qué intenciones. Estupendo. Genial.
Fantástico. Un diez para ti.
—Pero ha sido muy divertido.
—Odd —rebufó desesperado Ulrich—. ¿Cómo puede
parecerte divertido?
—A mi modo de ver eso le da más emoción,
luchas épicas, siempre al filo del abismo, con el olor del peligro al acecho...
—canturreó acompañando sus palabras con poses peliculeras—. ¡Es g-e-n-i-a-l!
Excepto la parte del mareo y las náuseas al volver de Xanadu, eso no mola nada.
—No tienes remedio —rió Aelita.
—Primero tenemos que escribir un programa para
poder detectar los monstruos de Xanadu —dijo Jérémie—. Sin un programa
eficiente que pueda manteneros a salvo prefiero no correr el riesgo, creo que
la advertencia sobre las heridas que nos ha hecho la “voz siniestra” iba en
serio.
»No quiero que exista la posibilidad de que
muráis por culpa de una negligencia mía. Puede que si todavía estuviésemos en
Kadic pensara diferente, puede que sea porque ya no somos críos, pero no quiero
arriesgarme.
»Pensadlo bien, chicos. ¿Vosotros queréis
arriesgaros a morir pudiendo esperar un poco más y viajar seguros?
Algunos carraspearon, otros miraron el suelo o
bien se balancearon nerviosos.
—Cuando tienes razón, la tienes —concedió Odd un
poco frustrado, a él el peligro siempre le había motivado más que a cualquier
otro.
—Podemos aprovechar parte del que usamos en
Lyoko —Aelita se sentó en el brazo de la silla y tocó algunas teclas—. Si
reescribimos las partes correctas debería funcionar tan bien como si estuviera
hecho exclusivamente para Xanadu.
—Sí, en teoría, sí. Pero quiero asegurarme,
tengo que hacer varías pruebas.
—Bien. Y en cuanto tengamos ese detector de
monstruos ¿qué? —William cruzado de brazos miró significativamente a Jérémie y
Aelita—. Iremos de Lyoko a Xanadu, de Xanadu a Lyoko, pero ¿con que propósito?
—¿Qué te enrollas? —replicó Ulrich con el ceño
fruncido.
—Tengo la sensación de que esto ha dejado de ir
de nosotros contra X.A.N.A., los guerreros de Lyoko contra el virus malvado que
quiere cargarse el mundo. Y no es que me desagrade del todo la idea de vivir
aventuras estúpidas como si volviera a tener quince años y mi máxima
preocupación fuese acumular estupideces de las que avergonzarme al llegar a los
treinta.
»El motivo de Aelita lo conozco, yo en su lugar
también querría respuestas, querría encontrar a mis padres, querría no perder
la esperanza. Pero ¿y vosotros? ¿qué os mueve a hacer lo que hacéis? Porque no
es sólo ayudar a vuestra amiga, sed sinceros.
—¿Y tú qué? —le soltó Ulrich malhumorado.
—Yumi, ese es mi motivo —bufó molesto pero con
sinceridad—. ¿Y vosotros?
Silencio. Nadie habló, ninguna respuesta a pesar
de que todos tenían motivos diferentes a ayudarla.
«Sería
egoísta decirlo» pensó Jérémie al que el superordenador siempre había
fascinado. Él quería saberlo todo sobre aquella genialidad informática, siempre
lo había querido, pero nunca lo había dicho. Tomó la mano de Aelita sintiéndose
en parte culpable.
El motor del ascensor se quejó,
demasiado viejo y descuidado para mantenerse en forma. La puerta se abrió
atrapándolos a todos con cara de desconcierto por las palabras de William.
—¿Qué hacéis aquí?
Sissi
y Yumi les barrieron con la mirada, parecía que habían interrumpido algo.
—Tenemos que hablar.
»Sissi y yo hemos estado trabajando con el
diario mientras esperábamos a que volvierais y hemos descubierto algo. Habla de
unos fragmentos y unos códigos ocultos en los sectores de Lyoko, códigos para
Xanadu.
—¿Qué clase de códigos? —preguntó Aelita.
—Ni idea —replicó Yumi.
—Podrían ser los que he introducido en la torre
submarina.
—¿Habéis introducido códigos en la torre
submarina?
Jérémie suspiró, así no iban a ningún lado. Lo
mejor que podía hacer era explicarles a Yumi y a Sissi lo que había ocurrido
mientras estaban en L'Hermitage para evitar las interrupciones y las
preguntas innecesarias. El joven se aclaró la garganta y procedió a contarles
absolutamente todo lo que había pasado incluyendo la parte de Μνημοσύνη y sus mensajes y sus
esperanzas de que fuera un aliado.
Nadie se pronunció sobre ello.
—Vale —dijo masticando las sílabas—. No sé si
esos códigos de las torres activadas son los mismos de los que hablan aquí.
—Yumi sacó el diario de dentro de su bolso y lo agitó suavemente—. Pero no me
parece demasiado probable.
—Cuéntanoslo todo —pidió Aelita con impaciencia.
—En realidad no sé muy bien cómo explicarlo
—admitió—. Dice que se ocultaron fragmentos en los cinco sectores y que se
necesitan unos códigos para unirlos. Esos códigos no están en el diario, al
menos eso parece; si lo estuvieran sería demasiado fácil supongo.
—Creemos que están en Lyoko —añadió Sissi que
empezaba a sentirse, definitivamente, parte del grupo.
—Quizá con cada fragmento haya un código o quizá
haya que buscar un código para llegar hasta el fragmento.
—¿Como una gincana virtual? —inquirió Odd con
emoción.
—Supongo.
Yumi les contó todo lo que había sacado hasta
ese momento del diario y las conclusiones a las que había llegado así como las
teorías que habían elaborado Sissi y ella de camino a la fábrica. Cuando acabó
de hablar Jérémie tomó la palabra.
—Creo que los códigos que hemos introducido no
tienen nada que ver con los que menciona el diario.
»Así que si no es una trampa tal vez deberíamos
investigarlo.
—Deberíamos, no, tenemos que hacerlo —exclamó
Aelita—. Si es verdad, quizá consigamos más...
«Datos para salvar a tu padre» pensó Jérémie, no
hacía falta que acabara la frase, Aelita todavía pensaba que algún daría con la
manera de sacar a Franz Hopper de Lyoko o de dónde demonios estuviera.
—Creo que debería ir a Lyoko a echar un vistazo
—soltó Yumi.
—No puedes ir tú sola —protestó William—, puede
ser peligroso.
—X.A.N.A. podría atacar, necesitarás a alguien que
te cubra las espaldas —soltó Ulrich a quien la idea no le hacía la menor
gracia.
—Está bien, puedo ir sola. Vosotros no podéis
volver hasta dentro de unas veinticuatro horas.
—Podemos esperar a mañana.
Yumi
suspiró exasperada.
—Jérémie, creo que alguien nos está guiando
hasta algo. Algo que nosotros solos jamás podríamos encontrar —soltó Yumi con
seriedad—. Es cierto que puede no ser de vital importancia, pero alguien me
dijo una vez que las cosas hay que hacerlas cuando se te presentan y que ignorarlas
puede volverse en tu contra.
—De acuerdo, pero al más mínimo problema te
traigo de vuelta.
Yumi asintió con determinación, eso era mejor
que el quedarse allí plantada discutiendo si era buena idea ir o no.
—Yo... puedo ir con ella.
La voz de Sissi se abrió paso entre el grupo de
amigos provocando la sorpresa colectiva. La acaban de sacar de Xanadu hacía
nada y había estado aterrorizada y ahora quería ir a Lyoko como si nada.
—¡No! ¡Ni hablar! —contestó Jérémie
sobresaltado.
—¡Venga ya! —se quejó—. Acabáis de decir que no
es una buena idea que vaya sola.
—Pero, tú... tú no. No tienes ni idea de lo que
hay qué hacer ni de cómo funciona nada —prosiguió el joven rubio—, por no
hablar de que no sabemos qué ha hecho X.A.N.A. contigo si es que ha hecho algo
y...
—A mí me vale.
Jérémie se tapó la cara con la mano exasperado,
lo que le faltaba, que Yumi y Sissi de golpe y porrazo se hicieran amigas y se
pusieran de acuerdo para desesperarle todavía más, ¿es que había perdido la
razón todo el mundo?
—¡Ay Dios mío! ¡Me la han cambiado por su gemela
blanda! —exclamó Odd con aquel tono de teatro suyo—. ¡X.A.N.A eres horrible,
horriiiible!
Sissi suspiró y pegó un firme tirón de la oreja
de Odd que empezó a quejarse con una ráfaga de “ay, ay, ay” que se continuó
pese a que ya le había soltado.
—Quiero ayudar —declaró—. Quiero poder hacer
algo más que buscar una dichosa lista de ex-alumnos.
—Haced lo que queráis —refunfuñó Jérémie
sabiéndose derrotado.
—¿Estás segura, nena?
—Segurísima.
—Espero que no sea un “segurísima” como el de
aquella vez que te compraste unas botas supercaras que estabas “segurísima” que
te pondrías un montón y acumulan polvo desde el primer día en el zapatero de
casa.
»O un “segurísima” como el de cuando tomaste
aquel atajo para ir a la montaña y estabas “segurísima” de que no te habías
perdido y acabamos dando tal rodeo que cambiamos de estado y todo.
»O “segurísima” como cuando...
—Segurísima —interrumpió abruptamente—. Como el
de estoy “segurísima” de que me estás poniendo de los nervios.
—Vaaale, si es ese tipo de “seguríaaau”
Sissi le había interrumpido con un puñetazo en
el brazo, no le había dado tan fuerte como para hacerle daño pero se sintió
satisfecha con el quejido.
—Vamos —musitó Yumi que se aguantaba las ganas
de reír.
Las dos chicas se abrieron paso entre el resto
de sus compañeros y se metieron en el ascensor con rumbo a la sala de los escáneres.
—Relajaos, si pasa algo raro las sacaré de allí
—declaró iniciando el programa de virtualización.
Una placa de hielo fue lo primero que vio Yumi
al virtualizarse, suspendida en el aire, tensó los músculos de sus piernas
mientras a su lado el cuerpo de Sissi empezaba a materializarse. La japonesa
aterrizó con suavidad gracias a la experiencia, pero su compañera cayó de culo.
Yumi se tragó las ganas de reír por el aspecto
de Sissi que se frotaba el trasero después del aterrizaje forzoso mientras
refunfuñaba.
—¿Hacia adónde vamos? —preguntó la nipona.
—La idea a sido tuya —replicó Jérémie.
Ambas intercambiaron miradas.
—Yo siempre escondía las cosas en sitios que
llamaran la atención —dijo Sissi.
—Yo también lo hacía.
—Aquello llama bastante la atención, ¿no?
Sissi señalaba una de las varías cascadas que
poblaban el sector del hielo, la más grande de todas ellas, aquella que bajaba
por tres lados a la vez.
—Y seguramente es el punto más significativo de
este sector.
—Admito que tiene sentido —dijo Jérémie desde la
fábrica—. La cuestión es ¿cómo vais a reconocer la pieza o el código?
—No sea aguafiestas —soltó Odd con voz lejana—.
Tú déjalas hacer.
«Un rótulo luminoso estaría bien» pensó Sissi,
pero ya sabía que no iba a ser tan sencillo.
—No hay monstruos a la vista, todo parece muy
tranquilo —les comentó el joven rubio—, si aparece algo os avisaré.
—Oído.
Echaron a correr por la plataforma helada,
saltando sobre los pequeños pedazos de hielo que flotaban sobre la falsa agua
de Lyoko. Sissi se quedaba atrás con demasiada frecuencia, la falta de práctica
hacía que sus pasos y sus acciones fuesen inseguras y lentas, su compañera
reprimió las ganas de gritarle que se diera prisa y dejase de hacer de abuela
reumática, se recordó a sí misma que a ella también le había costado lo suyo
aprender a moverse como una persona normal. Sissi no había tenido tiempo de
practicar, no se había entrenado, era su primera vez, segunda si contaba con el
control de X.A.N.A.
—No vas a caerte —optó por decirle—, no tengas
miedo, no vas a resbalarte.
Sissi le dedicó una sonrisa que pretendía ser
confiada y relajada pero sólo logró esbozar una mueca nerviosa.
Cuando llegaron al pie de la imponente cascada
contuvieron el aliento un instante. Parecía bastante normal, si dejabas a un
lado que era un escenario virtual.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó Sissi.
—Ni idea.
Bip. Bip. Bip.
La muñeca de ambas muchachas dejó escapar aquel
sonido similar a la alarma de un despertador, con igual gesto de desconcierto
se miraron el pequeño dibujo en relieve que había dibujado sobre sus muñecas.
—¡Ah! —exclamó Jérémie—. El dispositivo que os
ha instalado está pitando, pero ¿qué...?
Sissi movió el brazo y el pitio cambio su ritmo,
primero se hizo más lento al apartarlo de la cascada en cambio al acercarlo se
aceleró ligeramente.
—Parece un detector de metales.
—¿Habrá detectado el fragmento o el código?
Yumi alzó el brazo por encima de su cabeza y el bip
bip volvió a acelerarse.
«Sea lo que sea está ahí arriba» pensó inquieta.
—Jérémie los...
—Vehículos. Os los estoy enviando.
—Tened cuidado —la voz de Ulrich sonó muy cerca
del micrófono.
—Lo tendremos —contestó Yumi subiendo de un
salto a su vehículo, después miró a Sissi—. Tú espérame aquí, puede que
pongamos nervioso a X.A.N.A. si realmente hay algo ahí arriba, necesitaré que
me cubras.
Yumi se acercó y examinó la cascada mientras
aquel pitido aceleraba más y más hasta convertirse en un chillido histérico,
tras ella se apreciaba una abertura pero era demasiado estrecha, no podía
pasar.
Waldo salió del mar digital burlando el sistema
de detección de Jérémie. La esfera luminosa en la que se había convertido su
cuerpo se ocultó tras uno de los grandes bloques de hielo. A diferencia de los
chicos él no necesitaba tener el campo de visión libre de obstáculos para saber
lo que estaba ocurriendo, siempre había agradecido aquella habilidad extra con la
que le había premiado su creación.
«Anthea te estás metiendo demasiado en esto»
pensó. Siempre había sido testaruda, cuando quería algo no había quien la
hiciera cambiar de opinión por más que él lo intentara no conseguiría que diera
un paso atrás hacia la zona segura.
Lo peor era saber que era consciente del peligro
que corría y que le importaba una mierda.
Waldo observó a las dos chicas al pie del gran
glacial con la cascada preferida de Anthea. En cuanto las vio allí plantadas
supo que darían con la primera pieza, la más fácil de conseguir. Estaba allí
por Aelita, debería encontrarla su hija, pero en aquellas circunstancias
imaginaba que no podía quejarse en absoluto.
Se concentró al máximo cuando los dispositivos
que les había otorgado su esposa empezaron a pitar. Era el momento de utilizar
aquella otra habilidad regalada por su superordenador.
Una malla invisible se extendió alrededor del
glacial atrapando a las dos chicas en su interior. Eso las mantendría a salvo,
como mínimo hasta que a él se le acabaran las fuerzas y tuviese que hacer mutis
y volver por dónde había venido antes de que en la fábrica le detectasen.
Una de las dos chicas, la que había combatido en
Lyoko desde el principio, subió a uno de los dos vehículos y se elevó tras
pedirle a la otra que le cubriera las espaldas.
El pitido del dispositivo brincaba nervioso al
acercarse más y más a aquel pedazo que tanto se habían esforzado en ocultar
Anthea y él.
«Sólo un poco más» se dijo el viejo profesor.
Jethro descolgó su teléfono móvil por satélite y
presionó el número uno de su agenda, al otro lado contestaron al primer tono
como había esperado, aquel viejo rastrero jamás se despegada de su estúpido
teléfono.
—Todo igual —pronunció con calma y apatía.
—Joder. Eres tan inútil como el resto de los
tuyos —gruñó una voz añeja y cascada al otro lado de la línea—. Tenía bastante
confianza en ti.
—Señor, no es algo fácil de conseguir. —Se miró
al espejo y se sacó la lengua—. Pero estoy tras ello. Estoy seguro de que
pronto daré con ello.
El hombre al otro lado cacareó una risa.
—No querría tener que deshacerme de ti. Eres tan
jodidamente optimista, me caes bien maldita sea.
—Señor, sólo necesito algo más de tiempo.
—Tienes tres días.
Le colgó con tal estruendo que Jethro tuvo que
apartarse el teléfono de la oreja.
«Tres días» era muy poco tiempo. Tres días era
mejor que nada.
Tres días más de vida.
Tres días.
Jethro soltó una carcajada apoyando la frente
contra el espejo.
«Tres. Jodidos. Días.»
Continuará
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