jueves, 12 de diciembre de 2013

25M XIII.- Excusa



Code: Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

XIII.- Excusa

Tenía que hacer algo. Llevaba tiempo pensándolo. Ya era hora de mover ficha.

Era viernes de cine, lo que significaba que Yumi llamaría a su puerta en unas horas y pasarían un buen rato devorando palomitas y visionando películas. Aquellos viernes de cine eran como un tesoro para él, la excusa perfecta para tenerla cerca sin necesidad de mojarse.

Se desperezó en el sofá y se incorporó de un salto. Empezaría limpiando. Gracias a compartir cuarto con Odd y Kiwi se había convertido en todo un experto en limpiar. Al final resultaba que el tormento de habitación en Kadic le había reportado algo bueno.

Llenó los pulmones de aire y lo soltó con ímpetu metió un CD de AC/DC en el reproductor y le dio al play ¡Hora de trabajar! Con ánimo y ganas quitó el polvo, pasó la aspiradora, fregó el suelo, echó ambientador, limpió el baño de arriba abajo incluyendo las juntas de los azulejos y la cocina. Lo dejó todo tan limpio que relucía.

Asintió satisfecho con su trabajo y se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano sonriendo. Ya sólo quedaba darse una buena ducha y ponerse guapo para recibir a Yumi.

Estaba acabando de recoger el baño después de la ducha cuando el timbre sonó, recogió la ropa sucia desperdigada por el suelo y la lanzó al cesto junto a la lavadora al tiempo que derrapaba por el suelo en dirección a la puerta. ¿Se había peinado? Mantuvo la mano a unos milímetros del pomo mientras lo pensaba, creía que no lo había hecho ¿realmente importaba? Al fin y al cabo siempre tenía el pelo revolucionado. Negó con la cabeza y aniquiló la pequeña distancia entre su mano y la puerta.

Al otro lado Yumi le dedicó una encantadora sonrisa cargada de cierta culpa.

Hola —saludó agitando la bolsa que cargaba en la mano derecha—. Perdona, sé que llego un poco temprano... he traído esto para que me perdones.

Ulrich tomó la bolsa y asomó la cabeza, el inconfundible olor que le llegó le hizo salivar.

Buenas —replicó—. Te perdono sólo por la tarta de queso de tu madre.

Ella rió de buena gana y se dejó besar en las comisuras de los labios antes de entrar en el piso de su viejo amigo.

¿Cuál es el plan? —preguntó él temiendo la respuesta.

Terror psicológico.

Forzó una sonrisa, ya se lo temía. De todos los viernes de cine apenas una decena habían tratado sobre el terror que era el género preferido de Yumi. Se llenó de valor para tomar los DVDs que había sacado del bolso dispuesto a no quejarse.

Las palomitas, las patatas, las pizzas y la tarta de queso acompañaron a las películas durante horas. Ulrich miró el reloj, deseando acabar con la tortura cinéfila pero no con el estar acurrucados en el sofá compartiendo una manta tan cerca el uno del otro, abrió los ojos de par en par. Ella le siguió la mirada ¡Era tardísimo!

¡Ay, no! —se quejó Yumi—. Tendré que volver andando a casa.

Eran las dos de la madrugada, lo que significaba que no había transporte público disponible, los autobuses nocturnos quedaban lejos de su casa y ninguno paraba cerca de la de Yumi, tendría que hacer un mínimo de tres transbordos para ir a menos de dos kilómetros.

O en taxi… —prosiguió. No quería pagar un dineral por tan poca distancia.

Nada de andar ni de taxis —replicó reteniéndola con un brazo en su cintura—. Te quedas a dormir y listo. Llama a Aelita para que no se preocupe.

Pero… no quiero molestar.

Déjate de tonterías.

Antes de que tuviera tiempo de volver a decir nada saltó del sofá y se perdió dentro de su habitación, regresó con una camisa verde. Ella le miró y supo que no había nada más que hablar.

Cuando desapareció para cambiarse se acordó de que era una camiseta enorme incluso para él y que no recordaba demasiado bien de dónde había sacado, con unas letras redondas y blancas en la espalda que rezaban: «sólo los tontos se rinden»; Ulrich esbozó una sonrisa por lo irónico del mensajito, él se sentía un poco tonto por haberse rendido en su día y acomodarse en el sillón lamentándose de que no había conseguido a Yumi. Si estaban así era, en gran parte, culpa suya. Porque Yumi había dado el primer paso, le había besado y él había huido como un idiota al verse sobrepasado por la sensación de no saber qué hacer y quedar como un inútil.

Al menos tenía la fortuna de que ella no había pasado a odiarle y seguía siendo su amiga; pero nunca quería hablar del tema, cuando alguien lo sacaba primero le fulminaba con la mirada y después se iba por la tangente con cualquier excusa.

Creo que me queda pequeña —ironizó Yumi con una risita.

Él no pudo evitar reír, Yumi parecía a punto de perderse entre los pliegues de la camiseta que caía sin gracia alguna sobre sus rodillas y las mangas muy por debajo de los codos.

¿Se la has robado a un jugador de basket o qué?

Si te digo la verdad... no sé dónde demonios la saqué. Seguro que es de alguna campaña publicitaria.

Alimento para gigantes —afirmó ella muy seria—. “Sólo los tontos se rinden”, así que compra Gigantil y serás más alto que el gigante del anuncio de maíz.

Ulrich volvió a reír, era bastante plausible que a alguien se le ocurriese una campaña tan tonta como esa para vender algo totalmente inútil.

Oye ¿de verdad que no te importa que duerma aquí? Puedo coger un taxi.

No digas tonterías —replicó lanzándole un cojín a la cara—. ¿Hace una última peli antes de irnos a dormir?

Yumi asintió con entusiasmo atizándole con el cojín y acurrucándose junto a él en el sofá.

En la pantalla se desarrollaba una historia de fantasmas con mala leche de esas que le encantaban a Yumi y que él odiaba. Películas orientales, terror psicológico. Él no estaba hecho para eso, le costaría horrores volver a entrar en un bloque de apartamentos medio en ruinas y con goteras, así que Odd ya podía darse por visitado durante larguísima temporada.

Cuando acabó reprimió un grito de alivio. Él era un hombre, tenía que ser valiente, no podía dejar que se notara que estaba muerto de miedo.

Comentaron aquella película durante un rato hasta que los ojos empezaron a cerrárseles, ya eran más de las cuatro de la madrugada y era oficialmente sábado. El viernes de cine hacía horas que había acabado y se había convertido en sábado de cine excusa.

Ulrich se ofreció a dormir en el sofá para que ella se quedase con la cama pero ella le había dicho que si se quedaba en el sofá se marcharía, y así acabaron durmiendo bajo las mismas sábanas. Aunque lo cierto es que Yumi fue la única que durmió porque él estaba demasiado preocupado con hacer algún movimiento extraño por la noche y ganarse una reprimenda por la mañana.

Se levantó sin haber pegado ojo y esperando no tener pinta de zombi se miró al espejo del cuarto de baño, tenía ojeras pero no tenía tan mala pinta. Se lavó la cara y los dientes y se fue directo a la cocina.

Su nevera era la típica nevera de soltero, llena de cerveza, embutidos caducados, zumo rancio y el congelador lleno de comida preparada. Tanto limpiar la casa y no había pensado en comprar comida.

No había cereales, los había acabo él el día anterior. Leche sí y no estaba caducada. Gran desayuno a base de leche, fantástico, ideal.

Fruta, de eso tenía. A Yumi le gustaba la fruta. Tenía mucha fruta, su madre siempre se encargaba de que no le faltara.

Desayunar fruta, sonaba bien.

«Gracias mamá.»

Lavó la fruta y se puso a trocearla sobre la tabla procurando no hacer ruido y despertarla.

¿Qué preparas?

La había despertado. Menudo fallo.

El desayuno —contestó apuntando a lo evidente.

¿Fruta? ¿Qué ha sido de la leche y los cereales?

Él le sonrió. No pensaba decirle que no había cereales. La tomó por la cintura y la sentó sobre el mármol.

Cierra los ojos —musitó Ulrich y ella obedeció.

La tela verde de la camiseta formaba sombras caprichosas con la luz de la mañana que se colaba por la ventana de la cocina, arrugada sobre su regazo dejando a la vista la mitad de sus muslos, la piel blanca de sus piernas.

Ulrich sacudió la cabeza divagar sobre la camiseta y lo que había debajo no le llevaría a ninguna parte. Tomó un trozo de mango y lo llevó a los labios rojos de Yumi, ella lo tomó entre los dientes y le rozó la punta de los dedos con la lengua.

Tragó saliva mientras ella masticaba lentamente con los ojos todavía cerrados, con aquella carita de muñequita y el pelo desordenado dándole un aspecto salvaje. Ulrich se movió hacia adelante por instinto y la besó acariciando su cintura. Ella le correspondió rodeando sus hombros y acercándole a ella con fuerza.

Yumi Ishiyama —ronroneó al separarse ligeramente de ella—, se acabaron las excusas.

Ella soltó una risita y no dijo nada. Ulrich sabía que podría haber sido cruel, recordarle que era él quien llevaba años poniendo excusas, quien se había dedicado a huir y esconder la cabeza, recordarle que era un idiota y muchas más cosas.

Te tomo la palabra —replicó ella enredando las piernas en su cintura.

Fin

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