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Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.
XIII.-
Excusa
Tenía
que hacer algo. Llevaba tiempo pensándolo. Ya era hora de mover
ficha.
Era
viernes de cine, lo que significaba que Yumi llamaría a su puerta en
unas horas y pasarían un buen rato devorando palomitas y visionando
películas. Aquellos viernes de cine eran como un tesoro para él, la
excusa perfecta para tenerla cerca sin necesidad de mojarse.
Se
desperezó en el sofá y se incorporó de un salto. Empezaría
limpiando. Gracias a compartir cuarto con Odd y Kiwi se había
convertido en todo un experto en limpiar. Al final resultaba que el
tormento de habitación en Kadic le había reportado algo bueno.
Llenó
los pulmones de aire y lo soltó con ímpetu metió un CD de AC/DC en
el reproductor y le dio al play
¡Hora de
trabajar! Con ánimo y ganas quitó el polvo, pasó la aspiradora,
fregó el suelo, echó ambientador, limpió el baño de arriba abajo
incluyendo las juntas de los azulejos y la cocina. Lo dejó todo tan
limpio que relucía.
Asintió
satisfecho con su trabajo y se secó el sudor de la frente con el
dorso de la mano sonriendo. Ya sólo quedaba darse una buena ducha y
ponerse guapo para recibir a Yumi.
Estaba
acabando de recoger el baño después de la ducha cuando el timbre
sonó, recogió la ropa sucia desperdigada por el suelo y la lanzó
al cesto junto a la lavadora al tiempo que derrapaba por el suelo en
dirección a la puerta. ¿Se había peinado? Mantuvo la mano a unos
milímetros del pomo mientras lo pensaba, creía que no lo había
hecho ¿realmente importaba? Al fin y al cabo siempre tenía el pelo
revolucionado. Negó con la cabeza y aniquiló la pequeña distancia
entre su mano y la puerta.
Al
otro lado Yumi le dedicó una encantadora sonrisa cargada de cierta
culpa.
—Hola
—saludó agitando la bolsa que cargaba en la mano derecha—.
Perdona, sé que llego un poco temprano... he traído esto para que
me perdones.
Ulrich
tomó la bolsa y asomó la cabeza, el inconfundible olor que le llegó
le hizo salivar.
—Buenas
—replicó—. Te perdono sólo por la tarta de queso de tu madre.
Ella
rió de buena gana y se dejó besar en las comisuras de los labios
antes de entrar en el piso de su viejo amigo.
—¿Cuál
es el plan? —preguntó él temiendo la respuesta.
—Terror
psicológico.
Forzó
una sonrisa, ya se lo temía. De todos los viernes de cine apenas una
decena habían tratado sobre el terror que era el género preferido
de Yumi. Se llenó de valor para tomar los DVDs que había sacado del
bolso dispuesto a no quejarse.
Las
palomitas, las patatas, las pizzas y la tarta de queso acompañaron a
las películas durante horas. Ulrich miró el reloj, deseando acabar
con la tortura cinéfila pero no con el estar acurrucados en el sofá
compartiendo una manta tan cerca el uno del otro, abrió los ojos de
par en par. Ella le siguió la mirada ¡Era tardísimo!
—¡Ay,
no! —se quejó Yumi—. Tendré que volver andando a casa.
Eran
las dos de la madrugada, lo que significaba que no había transporte
público disponible, los autobuses nocturnos quedaban lejos de su
casa y ninguno paraba cerca de la de Yumi, tendría que hacer un
mínimo de tres transbordos para ir a menos de dos kilómetros.
—O
en taxi… —prosiguió. No quería pagar un dineral por tan poca
distancia.
—Nada
de andar ni de taxis —replicó reteniéndola con un brazo en su
cintura—. Te quedas a dormir y listo. Llama a Aelita para que no se
preocupe.
—Pero…
no quiero molestar.
—Déjate
de tonterías.
Antes
de que tuviera tiempo de volver a decir nada saltó del sofá y se
perdió dentro de su habitación, regresó con una camisa verde. Ella
le miró y supo que no había nada más que hablar.
Cuando
desapareció para cambiarse se acordó de que era una camiseta enorme
incluso para él y que no recordaba demasiado bien de dónde había
sacado, con unas letras redondas y blancas en la espalda que rezaban:
«sólo los tontos se rinden»; Ulrich esbozó una sonrisa por lo
irónico del mensajito, él se sentía un poco tonto por haberse
rendido en su día y acomodarse en el sillón lamentándose de que no
había conseguido a Yumi. Si estaban así era, en gran parte, culpa
suya. Porque Yumi había dado el primer paso, le había besado y él
había huido como un idiota al verse sobrepasado por la sensación de
no saber qué hacer y quedar como un inútil.
Al
menos tenía la fortuna de que ella no había pasado a odiarle y
seguía siendo su amiga; pero nunca quería hablar del tema, cuando
alguien lo sacaba primero le fulminaba con la mirada y después se
iba por la tangente con cualquier excusa.
—Creo
que me queda pequeña —ironizó Yumi con una risita.
Él
no pudo evitar reír, Yumi parecía a punto de perderse entre los
pliegues de la camiseta que caía sin gracia alguna sobre sus
rodillas y las mangas muy por debajo de los codos.
—¿Se
la has robado a un jugador de basket o qué?
—Si
te digo la verdad... no sé dónde demonios la saqué. Seguro que es
de alguna campaña publicitaria.
—Alimento
para gigantes —afirmó ella muy seria—. “Sólo los tontos se
rinden”, así que compra Gigantil
y serás más alto que el gigante del anuncio de maíz.
Ulrich
volvió a reír, era bastante plausible que a alguien se le ocurriese
una campaña tan tonta como esa para vender algo totalmente inútil.
—Oye
¿de verdad que no te importa que duerma aquí? Puedo coger un taxi.
—No
digas tonterías —replicó lanzándole un cojín a la cara—.
¿Hace una última peli antes de irnos a dormir?
Yumi
asintió con entusiasmo atizándole con el cojín y acurrucándose
junto a él en el sofá.
En
la pantalla se desarrollaba una historia de fantasmas con mala leche
de esas que le encantaban a Yumi y que él odiaba. Películas
orientales, terror psicológico. Él no estaba hecho para eso, le
costaría horrores volver a entrar en un bloque de apartamentos medio
en ruinas y con goteras, así que Odd ya podía darse por visitado
durante larguísima temporada.
Cuando
acabó reprimió un grito de alivio. Él era un hombre, tenía que
ser valiente, no podía dejar que se notara que estaba muerto de
miedo.
Comentaron
aquella película durante un rato hasta que los ojos empezaron a
cerrárseles, ya eran más de las cuatro de la madrugada y era
oficialmente sábado. El viernes de cine hacía horas que había
acabado y se había convertido en sábado de cine excusa.
Ulrich
se ofreció a dormir en el sofá para que ella se quedase con la cama
pero ella le había dicho que si se quedaba en el sofá se marcharía,
y así acabaron durmiendo bajo las mismas sábanas. Aunque lo cierto
es que Yumi fue la única que durmió porque él estaba demasiado
preocupado con hacer algún movimiento extraño por la noche y
ganarse una reprimenda por la mañana.
Se
levantó sin haber pegado ojo y esperando no tener pinta de zombi se
miró al espejo del cuarto de baño, tenía ojeras pero no tenía tan
mala pinta. Se lavó la cara y los dientes y se fue directo a la
cocina.
Su
nevera era la típica nevera de soltero, llena de cerveza, embutidos
caducados, zumo rancio y el congelador lleno de comida preparada.
Tanto limpiar la casa y no había pensado en comprar comida.
No
había cereales, los había acabo él el día anterior. Leche sí y
no estaba caducada. Gran desayuno a base de leche, fantástico,
ideal.
Fruta,
de eso tenía. A Yumi le gustaba la fruta. Tenía mucha fruta, su
madre siempre se encargaba de que no le faltara.
Desayunar
fruta, sonaba bien.
«Gracias
mamá.»
Lavó
la fruta y se puso a trocearla sobre la tabla procurando no hacer
ruido y despertarla.
—¿Qué
preparas?
La
había despertado. Menudo fallo.
—El
desayuno —contestó apuntando a lo evidente.
—¿Fruta?
¿Qué ha sido de la leche y los cereales?
Él
le sonrió. No pensaba decirle que no había cereales. La tomó por
la cintura y la sentó sobre el mármol.
—Cierra
los ojos —musitó Ulrich y ella obedeció.
La
tela verde de la camiseta formaba sombras caprichosas con la luz de
la mañana que se colaba por la ventana de la cocina, arrugada sobre
su regazo dejando a la vista la mitad de sus muslos, la piel blanca
de sus piernas.
Ulrich
sacudió la cabeza divagar sobre la camiseta y lo que había debajo
no le llevaría a ninguna parte. Tomó un trozo de mango y lo llevó
a los labios rojos de Yumi, ella lo tomó entre los dientes y le rozó
la punta de los dedos con la lengua.
Tragó
saliva mientras ella masticaba lentamente con los ojos todavía
cerrados, con aquella carita de muñequita y el pelo desordenado
dándole un aspecto salvaje. Ulrich se movió hacia adelante por
instinto y la besó acariciando su cintura. Ella le correspondió
rodeando sus hombros y acercándole a ella con fuerza.
—Yumi
Ishiyama —ronroneó al separarse ligeramente de ella—, se
acabaron las excusas.
Ella
soltó una risita y no dijo nada. Ulrich sabía que podría haber
sido cruel, recordarle que era él quien llevaba años poniendo
excusas, quien se había dedicado a huir y esconder la cabeza,
recordarle que era un idiota y muchas más cosas.
—Te
tomo la palabra —replicó ella enredando las piernas en su cintura.
Fin
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