domingo, 6 de febrero de 2011

ADQST 12.-Tierra desconocida



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Tierra desconocida

—¿Dónde estoy? —murmuró Yumi con voz adormilada mirando alrededor.

—Dentro de una torre de paso.

Yumi se giró hasta dar con William, sentado a unos pasos de distancia con gesto preocupado. Se incorporó torpemente, estaba un poco aturdida, no tenía muy claro que había pasado y menos aún cómo había llegado a la torre de paso.

—X.A.N.A. te ha lanzado al mar digital —dijo con un hilo de voz—. Me he tirado detrás de ti, intentando evitarlo, pero no he sido lo suficientemente rápido.

—Pero…

—No. —Conocía la pregunta de antemano—. No nos hemos virtualizado para siempre.

»Este sitio… —susurró—. Me trae muy malos recuerdos.

—Will…

Se quedó petrificada al observarle con más detenimiento. El símbolo de X.A.N.A. brillaba sobre el pecho de William, quiso retroceder pero no pudo hacerlo. Entonces lo vio, sobre el suyo también brillaba.

«Pero ¿Qué…?»

—Tranquila, Yumi. No puede controlarnos sin la Scyphozoa. Es su forma de decirnos que estamos en su territorio.

—¿Qué quieres decir? —Le falló la voz convirtiendo su pregunta en algo similar a un quejido.

—Estamos en una torre submarina, en el fondo del mar digital. Durante el tiempo que estuve en manos de X.A.N.A. viví en esta torre.

El silencio les cayó encima como una losa enorme, sus pensamientos vagaban por lugares distintos, pero con un punto en común. X.A.N.A.

—Espero que Aelita lograse desactivar la torre a tiempo —susurró Yumi.

—Seguro que sí.

—Pero se ha quedado sola con las tarántulas y el clon de Ulrich.

William sólo suspiró, sola o no estaba convencido de que lo había logrado. Podía sentirlo, de algún modo, sobre su propio cuerpo. Uno de los efectos secundarios de haber sido el juguete de X.A.N.A., cada vez que le asestaban un golpe también le afectaba a él. Yumi se abrazó las rodillas con aire preocupado, soltó una exclamación repentinamente animada.

—Has dicho que es una torre de paso. —William asintió a sus palabras—. ¿A dónde lleva?

—No lo sé. Nunca pude moverme con la suficiente libertad para intentar salir.

Yumi se puso en pie con una firmeza y decisión impresionantes, una sonrisa confiada se dibujó en sus labios rojos. Apoyó ambas manos sobre sus caderas e inspiró una gran bocanada del falso aire de Lyoko.

—Pues vamos a descubrirlo.

—Estás como una cabra —dijo con una sonrisa resplandeciente—. Por lo que sé podríamos acabar en medio de la nada, en el fondo del mar digital, la red…

—Peor no vamos a estar.

William se levantó, fue hasta a ella y la tomó de la mano con seguridad. El símbolo de X.A.N.A. sobre sus pechos emitía un resplandor fantasmagórico e inquietante.

—Ya sabes que saltaría por un barranco si tú me lo pidieses. Hagámoslo.

Yumi le dedicó una dulce sonrisa y tomados de la mano saltaron al vacío de la torre esperando hallar, en el otro lado, una plataforma hacía alguno de los sectores de Lyoko.

En la fábrica, Jérémie, había recuperado a Aelita tras la desactivación de la torre. Había presenciado, con horror y una total impotencia, como aquel Ulrich oscuro había agarrado a Yumi del cuello, como había caminado hasta el límite de la plataforma sin que nadie pudiese intervenir, como había abierto la mano y su mejor amiga se había precipitado hacia el mar digital sin poder recuperarla ni desvirtualizarla, y también el impulso suicida de William al saltar tras ella como si fuese a servir de algo.

Todo aquello había tenido un resultado desagradable. Perdidos para siempre.

Aelita había llamado a Ulrich y a Odd aguantándose las ganas de llorar. La espera se le había hecho eterna, el silencio sepulcral sólo era interrumpido por el repiqueteo de las teclas bajo los dedos de Jérémie. Tecleaba y tecleaba pero no hablaba, y eso era peor aún. Una palabra, la que fuera, le reconfortaría, haría que se sintiese menos perdida, evitaría que pensase de un modo enfermizo en su padre perdido en algún lugar dentro del superordenador, la desaparición de sus compañeros y la suerte de su madre a la que ya apenas lograba recordar sin mirar alguna foto desgastada por el paso de los años y las lágrimas derramadas.

Y ahora, aunque Odd y Ulrich estaban allí era como si nada hubiese cambiado. Silencio profundo, pesado y asfixiante. Se acercó a Jérémie en busca, al menos, de un poco de calor y cercanía.

—Tranquila —susurró Jérémie apartándose momentáneamente del teclado para acariciarle las manos—. Daré con ellos.

Una sonrisa dolorosa se dibujó en sus labios. No esperaba oír una palabra de ánimo, menos aún cuatro. Apoyó su barbilla sobre el hombro de él y aspiró el suave perfume a agua marina de la loción de afeitar que siempre usaba. De repente se sentía un poco mejor y el aire parecía pesar menos sobre su cuerpo.

Un rato después, Odd y Aelita se sentaron en un rincón tensos pero confiados en hallar una solución, Ulrich deambulaba como si fuese un alma en pena y las teclas resonaban insistentemente. Hasta que Jérémie suspiró desanimado.

—No hay manera…

—¿Qué? —preguntó Aelita poniéndose en pie.

—No hay ni rastro —contestó con tono cansado.

—¿Quieres decir qué…? —Odd fue incapaz de finalizar la pregunta.

—No… no lo sé. No les localizo en el mar digital.

Ulrich caminaba de una punta a la otra de la sala en un tenso silencio. No había pronunciado ni una sola palabra, ni un reproche. Nada. Jérémie esperaba que de un momento a otro reaccionase, aunque fuese de manera violenta, prefería un golpe a no saber qué hacer ni cómo consolarle. Él en su lugar estaría gritando y zarandeando al responsable.

—Ulrich… —susurró Aelita con cautela—. ¿Necesitas algo?

La miró como si no la viera, aquella mirada vacía le rompía el corazón.

—¿Pue…?

La voz de Aelita quedó ahogada por el ensordecedor pitido que emitió el terminal del superordenador, se taparon los oídos, en un acto reflejo, para protegerlos del molesto sonido. Y de repente la sala quedó totalmente a oscuras y en silencio.

—¿Qué rayos? —exclamó Odd a voz en grito.

—¿Se ha ido la luz? —La voz de Ulrich les sonó extraña tras tanto tiempo de silencio.

—La fábrica tiene su propio generador por no hablar de la pila nuclear… —dijo Jérémie.

Con un ronco zumbido las luces volvieron a encenderse parpadeando con timidez, el mapa holográfico seguía inactivo y el monitor mostraba una imagen estática de color azul. Jérémie lo miró con agonía. Si el superordenador se estropeaba no podría recuperar jamás a Yumi y a William, tampoco podrían impedir que X.A.N.A. hiciese de las suyas. Se sorprendió al darse cuenta de que mantenía los dedos cruzados y rezaba para sus adentros.

—La última vez que mi ordenador se puso en azul —murmuró Odd—, no volvió a ponerse en marcha…

—No digas eso… —sollozó Aelita, empezaba a formársele un nudo en la garganta.

El monitor mostró una pequeña interferencia y justo entonces pasaron cientos de miles de ceros y unos de color blanco a toda velocidad. Odd, Ulrich y Aelita se pegaron a la butaca de Jérémie con la misma mirada estupefacta viendo pasar aquellos códigos incomprensibles, por la velocidad o por el desconocimiento del lenguaje informático.

El proceso finalizó sembrando la pantalla de ventanas, archivos y datos que jamás habían visto. La palabra "Xanadu" parpadeó en el centro para después convertirse en parte del nombre de las ventanas que poblaban el monitor.

Al instante, y antes de que ninguno de ellos pudiese reaccionar, el holomapa se reactivó mostrando un terreno desconocido. Una gran extensión de relieve variado plagada de torres como las de Lyoko.

—¿Qué…? —alcanzó a pronunciar Jérémie.

El auricular que llevaba en el oído emitió una interferencia estática. Se lo ajustó y se echó hacia adelante.

—Voy a analizar este sitio.

—¡Jérémie!

Un suspiro de alivio recorrió la estancia de la vieja fábrica. La voz que había sonado a través de los altavoces fue como un bálsamo para todos.

—Jamás pensé que me alegraría tanto de oír tu voz —continuó.

—¡Yumi! —exclamó Ulrich.

Gritar su nombre le provocó una sensación similar a que le hubiesen quitado un enorme peso de los hombros. Le entró el bajón al desaparecer toda aquella tensión, se dejó caer al suelo y allí permaneció sentado intentando recuperar el ritmo de su propia respiración, con la mano firme de Odd sobre su hombro.

—¿Podéis explicarme qué ha pasado? —inquirió Jérémie analizando los datos que atiborraban el monitor.

—El clon de Ulrich ha tirado a Yumi al mar digital y yo he saltado detrás.

—Eso ya lo sé —bufó—. Lo que pregunto es ¿por qué no estáis virtualizados para siempre?

En aquel extraño paraje desconocido William y Yumi intercambiaron miradas.

—Ni idea —rezongó Yumi.

—Yo tengo una pregunta mejor —dijo William en tono mordaz—. ¿Dónde demonios estamos?

Se escuchó un golpeteo sobre la superficie sensible del micrófono y un par de quejidos de Jérémie seguidos de la suave voz de Aelita.

—Según el superordenador estáis en un lugar llamado Xanadu.

—No me gusta cómo suena… —murmuró la nipona.

—¿Puedes recuperarnos, Aelita?

—Supongo… pero no estáis en Lyoko.

»Dadme unos minutos para analizarlo.

—Vamos a explorar un poco.

—¡Así me gusta! —exclamó William—. Has recuperado el espíritu aventurero, Yumi.

—No es justo —graznó Odd a través del micrófono—, vosotros pasándooslo en grande y yo aquí viendo a los cerebrines trabajar.

—No se puede tener todo en la vida —musitó Ulrich tomando una bocanada de aire algo más tranquilo.

William caminó delante de ella en dirección a un pequeño estanque. Era extraño moverse allí. En Lyoko la falsedad de lo que les envolvía, así como la del suelo que pisaban, era evidente, sus cuerpos recibían las sensaciones con un ligero desfase, como cuando falla la señal de televisión y el sonido llega después de que el presentador hable. En cambio allí la sensación era automática, como estar en el mundo real, incluso la hierba bajo sus pies liberaba su olor al ser pisada. Era tan fascinante como inquietante.

Yumi le tomó la mano y él se sorprendió al notarla caliente, en Lyoko sus cuerpos virtuales no tenía temperatura.

—Lo que sospechaba —dijo ella.

—¿Qué?

—Es como el mundo real.

—¿Qué queréis decir? —preguntó Aelita desde la fábrica.

—Las sensaciones, los olores, el tacto… todo es tan real.

—¿Podéis mandarme una imagen?

William se encogió de hombros y se concentró, tal vez el vínculo con X.A.N.A. serviría para complacer a la princesa de Lyoko.

—Es espantoso —pronunció Jérémie con horror sincero—. Parece sacado de una película de miedo.

—¡Buah! —exclamó Odd—. Me muero por poner los pies ahí. —Ulrich asintió tras él, también quería ir.

—Sólo se parece en las torres —susurró Aelita—. Intentad entrar en una, a lo mejor hay datos para recuperaros.

El agua del estanque tenía un aspecto tan auténtico como el resto, Yumi pasó los dedos por la superficie líquida, se miró la mano, se había mojado.

—Esto es agua de verdad.

—Espérame aquí, voy a entrar en la torre —dijo William acariciándole el hombro.

—Sí.

Yumi analizó la cordillera montañosa plagada de árboles oscuros como los de los antiguos grabados de tinta de su país, con sus ramas retorcidas y las hojas formando redondeces en los extremos proyectando sombras amenazantes sobre las rocas. Más allá una cascada cristalina resplandecía bajo la luz del sol artificial que, pese a no ser auténtico, calentaba su piel. El sonido del agua rebotando sobre las rocas la relajaba, un sonido amenazador pero familiar a la vez. Las elevaciones súbitas del terreno formando altiplanos llenos de vegetación exuberante, los ríos caudalosos de agua límpida…

En contraste con aquel pequeño e inquietante paraíso unos enormes cables negros, mayores incluso que los de Lyoko, se alzaban desde el suelo como siniestras raíces venenosas. No estaba cerca de ellos, aún y así podía oír el zumbido eléctrico que emitían. Siguió su recorrido con la mirada hasta la torre en la que William estaba entrando, ahora que le prestaba más atención pudo notar que era casi el doble de una de las de Lyoko.

Se levantó de golpe pero trastabilló y cayó de culo al suelo, acababa de saltar un pez naranja del lago, por un momento creyó que era el endemoniado siervo de X.A.N.A. hasta que vio que muchos otros nadaban en el agua. Xanadu estaba habitado, pero no parecían monstruos hostiles. Se puso en pie lentamente, prefería no quedarse para comprobarlo.

En el horizonte destacaba una montaña enorme con la cima nevada casi cubierta por nubes blancas de aspecto esponjoso. Era tan hermoso como inquietante.

Cuando William entró en la torre su superficie hondeó en rojo, al otro lado las entrañas de la torre eran idénticas a las de Lyoko. La plataforma se iluminó a su paso dibujando de neón el símbolo de X.A.N.A.

—Estoy en la torre, Aelita.

—¿Puedes subir al piso superior?

William se encogió de hombros, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás sintiendo un leve corriente eléctrica recorriéndole de pies a cabeza. Sus pies entraron en contacto con algo, entonces volvió a abrir los ojos. Estaba arriba reprimió un gritó emocionado, no esperaba lograrlo.

—Aquí estoy —dijo con una sonrisa triunfal poniendo su mano sobre el terminal.

—Yo te guiaré. Esperemos que haya algún programa para traeros de vuelta.

—¿Cómo sabías que podría hacerlo? —preguntó Jérémie a su espalda.

Aelita tapó el micrófono para que William no pudiera escucharle.

—X.A.N.A. le hacía entrar y podía activar y desactivar torres, ¿no?

—Visto así…

—Tienes que buscar el menú de aplicaciones —dijo centrándose en su labor de guiarle—. Seguramente estará en la parte superior de la pantalla.

—Lo tengo. ¿Y ahora qué?

—Debería haber una cadena de código fuente.

—De acuerdo…

En el exterior de la torre, Yumi, se sentó sobre una de las grandes y porosas rocas a esperar. Suspiró. El tacto de la roca también era muy real, la sentía fría. Un sonido similar al de alguien aporreando un xilófono llegó hasta sus oídos. Se puso en pie de un salto atenta a cualquier movimiento, extrajo sus dos abanicos y los abrió situándolos frente a su rostro.

Una suave brisa acarició su rostro haciendo ondear su flequillo ¿se lo habría imaginado?

La luz del sol quedó eclipsada por algo que se alzaba a su espalda, algo grande, se giró al instante. Un espeso humo negro, similar al que invocaba William, flotaba frente a ella. Sin pensárselo dos veces lanzó los afilados abanicos que atravesaron el humo sin causarle ningún daño, no se detuvo para recuperarlos.

—¡Aelita! —gritó echando a correr seguida de cerca por el humo—. Me persigue una cosa.

—¡Entra en la torre!

El sonido la hostigaba, ahora sabía que la fuente era aquella cosa. La vio de reojo, una segunda voluta de humo yendo hacia ella con su sonido irritante, se preguntó cuántas más habría y si serían peligrosas.

Giró a la izquierda en busca de la torre más cercana, su aura azul se desvaneció y casi de inmediato pasó a ser blanca. Yumi saltó hacia adelante entrando en la torre rodando por la plataforma con el símbolo de X.A.N.A. iluminándose a su paso. Respiró violentamente no tanto por la carrera como por el susto y la inquietud del cambio en la torre.

—Aelita —pronunció con la voz ahogada—. La torre es blanca…

Franz Hopper. Las torres de Franz Hopper siempre eran blancas. Ninguno se atrevió a decirlo en voz alta aunque todos pensaban en lo mismo. ¿Hopper había salvado a Yumi?

—¿Estás bien, Yumi? —preguntó Ulrich clavando los dedos en el reposabrazos de la butaca.

—Sí, estoy bien. ¿Cómo le va a William?

—Me está enviando unos datos, pronto volveréis a casa.

—Genial, me muero por meterme en la cama.

Aelita cedió su sitio a Jérémie una vez la transmisión de datos hubo finalizado, para aquella labor Jérémie era mucho más hábil, no quería cometer una error y perderles de verdad.

Jérémie calculaba, programaba, rectificaba, activaba, desactivaba e introducía datos constantemente. Era difícil seguirle, la informática era su campo, no cabía duda. Las ventanas repletas de información danzaban en la pantalla según la voluntad de Jérémie. Entonces sonrió dejándose caer en el respaldo de la butaca satisfecho.

—Todo preparado. —Pulsó la tecla para abrir el canal de comunicación con el mundo virtual—. William, Yumi ¿listos para volver?

—Sí —contestaron al unísono.

Aelita, Odd y Ulrich corrieron a la sala de los escáneres para recibir a sus amigos mientras Jérémie ejecutaba el programa desde el terminal del superordenador. Las puertas doradas de dos de las cabinas se cerraron emitiendo un zumbido similar al ulular del viento. Aelita sujetó el brazo de Ulrich con fuerza, quería tranquilizarle pero en realidad lo había hecho para calmarse ella, él le devolvió una sonrisa tensa.

Las puertas del ascensor se abrieron dejando salir a Jérémie justo cuando las de los escáneres se abrían también. William aterrizó en el suelo de lado y Yumi lo hizo de rodillas parando el golpe con las manos para dejarse caer después enroscándose en el suelo.

—Ay… —se quejó William.

—Quejica… —susurró Yumi.

—¿Estáis bien? —musitó Aelita arrodillada entre ellos.

—Supongo que sobreviviremos. —William se tumbó boca arriba en el suelo incapaz aún de levantarse, trató de enfocarla enroscada en el suelo pero estaba demasiado mareado.

—Si el viaje de vuelta va a ser siempre así creo que prefiero quedarme allí encerrada.

Lejos de la fábrica. En un país diferente. Ella observaba su reflejo en el espejo, los años iban pasando aunque su tiempo parecía haberse detenido veinte años atrás. No había envejecido y eso hacía que tuviese la sensación de que, en cualquier momento, abriría los ojos y le encontraría a él durmiendo a su lado, con la respiración tranquila de quien se siente a salvo.

Tomó el pequeño peine de nácar del tocador de caoba y lo pasó por su pelo del color de las fresas maduras para desenredarlo. De niña lo había odiado porque los otros niños se metían con ella, pero aquella pequeña risueña le había hecho amarlo tanto como la amaba a ella.

En la pantalla de su ordenador portátil la imagen de un mundo virtual permanecía fija. Las altas torres rodeadas por un aura azul que indicaba que todo estaba bien.

Deseaba recuperar su vida y ahora sabía que era posible. Sólo necesitaba un poco más de paciencia.

Continuará

Escrito el 06 de febrero de 2011

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