domingo, 20 de febrero de 2011

ADQST 13.- Xanadu


Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Xanadu

Düsseldorf, Alemania.

Domingo 6 de septiembre de 1987.

Waldo se frotó los ojos cansados bajo los vidrios oscuros de sus gafas de pasta negra. La humedad de aquel sótano le calaba los huesos, no paraba de repetirse que era algo temporal, que sólo tenía que aguantar un poco más, que pronto los tres estarían a salvo.

Se apartó de la mesa donde estaba trabajando y caminó hasta el sofá de piel desgastada donde su mujer y su hija dormían, recolocó las mantas que las cobijaban. Si al menos tuviesen un brasero…

No era el mejor lugar para una niña de cinco años con ansias de descubrir el mundo. Ni para una mujer hermosa y joven de inteligencia despierta. Era injusto que pagasen por sus errores.

Waldo…

¿Te he despertado, Anthea?

Estaba despierta —dijo con un bostezo—. Bueno, más o menos.

Waldo sonrió bajo su espesa barba canosa, Anthea era tan joven.

¿Qué te preocupa? —preguntó ella.

Puso su mano en la mejilla de su marido con ternura, él se la tomó y besó su muñeca.

No es nada. ¿Tienes frío?

Estoy bien, estamos bien, Waldo.

Anthea se destapó y él la ayudó a salir de la prisión de mantas sin despertar a la pequeña Aelita que dormía plácidamente ajena a los peligros del mundo. La abrigó con la gruesa casaca militar que habían encontrado en aquella casa abandonada.

El proyecto Cartago debe ser destruido —susurró cual mantra Waldo—. Pero no puedo hacerlo.

¿Te asusta hacerlo?

No, Anthea, no. Su uso no militar puede ayudar a mucha gente, en el futuro podría salvar miles de vidas, no puedo borrarlo sin más.

Entonces no lo elimines —musitó sujetándole el rostro entre sus finas y blancas manos—. Hasta ahora no han conseguido dar con nosotros ni con el programa original. Podemos ocultarlo.

Dudo que exista un lugar seguro en el planeta donde esconderlo.

Anthea rió con disimulo y le besó con la suavidad de la brisa veraniega.

Eres el mejor en la ingeniería informática, puedes crear miles de universos. Puedes esconderlo dentro de otro universo virtual. Algo más inocente, menos auténtico.

Waldo le sonrió.

Limitar el acceso, esconder la llave donde nadie pueda hallarla… —continuó Anthea—, o donde el riesgo sea demasiado alto para osar a intentarlo. Podría funcionar, ¿no?

Es una buena idea. Por eso eras mi mejor alumna.

Lo lograremos, Waldo.

La melena rojiza y ondulada de Anthea caía enmarañada sobre sus hombros. Recordó cuando la vio por primera vez en 1978, con su falda plisada, los calcetines blancos, los zapatos con hebilla y el jersey azul oscuro del uniforme de la academia, tenía catorce años y una inteligencia muy superior a la del resto, aquel 15 de septiembre de 1978 Anthea llevaba el pelo igual de revuelto, se había quedado dormida, había irrumpido cual huracán a mitad de clase y él había tenido que castigarla de pie en el pasillo.

Era su mejor alumna, más tarde se convirtió en su ayudante, trabajaba con él en proyectos personales, y al final se había enamorado de ella cuando aún era una muchacha de dieciséis años.

Habían iniciado un romance secreto, ocultos del mundo, siempre con la adrenalina a flor de piel temiendo ser descubiertos. Una vez libres se habían casado. Pero seguían escondiéndose, esta vez de algo mucho más peligroso.

Waldo.

¿Sí?

Todo irá bien.

º º º

Aelita miraba fijamente una vieja fotografía desgastada y movida en la que su padre y su madre sonreían en un barco que navegaba cerca de una ciudad donde se alzaban una torre y un león. Recordaba haber hecho aquella foto, recordaba el increíble peso de la cámara para sus bracitos infantiles tan delgados. En el reverso podía leerse: Waldo y Anthea. Lindau 1989. La letra de su madre.

Recordaba algunos detalles difusos, pero nada concreto. Había buscado en Google Lindau, era una ciudad alemana a orillas del lago Constanza. Aparte de eso no sabía mucho más, había pensado preguntarle a Ulrich, pero al final no se había atrevido.

Echó un vistazo a su expediente abierto sobre sus rodillas. El auténtico, no el creado por Jérémie. Aelita Schaeffer. Nacida el 14 de marzo de 1982 en Dresden, Alemania. Hija de Waldo Franz Schaeffer y Anthea Hopper.

Era alemana, aunque no recordaba nada de Alemania ni haber hablado jamás en alemán. Era incapaz de entender a Ulrich cuando lo hablaba. Tampoco sabía gran cosa sobre su país natal más allá de lo que salía en los libros de historia.

—¿Eso no es el puerto de Lindau? —preguntaron a sus espaldas.

Aelita se giró con cara de espanto, le había asustado. Ulrich le dedicó una sonrisa amable, una de esas que sólo él sabía poner y que hacían que comprendiese por qué su amiga estaba loca por él. Le tendió la foto que él tomó con cuidado.

—Es Lindau, pero no sé si es el puerto.

—Vaya —musitó el castaño—. El león de Baviera y el faro. Sí, es el puerto de Lindau, es inconfundible.

—¿Lo conoces?

—Cuando era pequeño veraneábamos allí a veces —dijo encogiéndose de hombros—. Una ciudad muy bonita.

—¿Sí?

Él asintió sin despegar la vista de la fotografía desgastada.

—Son tus padres, ¿no?

—Sí. Yo tomé esta fotografía, pero sólo recuerdo eso...

—¿Qué edad tenías?

Aelita dudó unos segundos, cerró el expediente con un suspiro y contestó:

—Seis o siete, es de 1989.

Ulrich dudó un momento, a veces olvidaba que Aelita, en realidad, era once años mayor que él.

—El año de la caída del Schandmauer.

—¿El qué? —Aelita se hizo a un lado para dejarle espacio a su amigo a su lado.

Schandmauer —repitió sentándose—. El muro de la vergüenza. El muro de Berlín.

—Ah... —Por un momento se sintió como una anciana. Sus amigos no eran ni proyectos en las mentes de sus padres cuando ella era una niña—. Se me hace muy extraño.

—¿El muro?

Aelita sonrió consciente de que Ulrich le había hecho esa pregunta para relajarla.

—Mi vida antes de conoceros. Es como si fuera la vida de otra persona.

—Me lo imagino —dijo Ulrich acariciándole el dorso de la mano—. Bueno, en realidad no puedo imaginármelo.

—Ulrich...

—¿Sí?

—¿Algún día me contarás cosas sobre Alemania?

Él le sonrió con ternura y le apretó la mano.

—Cuando quieras, princesa. Sólo tienes que pedirlo.

Jérémie entró en el salón con la vista fija en un papel impreso. Sus gafas de pasta negra habían resbalado nariz abajo quedándosele en equilibrio sobre la punta, siempre que le veía así a Aelita le daban ganas subírselas y pegárselas con cola de contacto para evitar que volvieran a resbalar.

—Oye Aelita... —Alzó la vista y se detuvo—. Ulrich, no sabía que estabas aquí.

—De hecho me iba ya —dijo el chico levantándose—. Voy a ver si Yumi está bien.

—Seguro que estará bien —replicó Jérémie subiéndose las gafas—. ¿Tú estás bien?

Ulrich le miró como si no le hubiera visto jamás y sonrió enseñando sus dientes blancos.

—Sí. He estado un poco raro, ¿no?

—No te preocupes. Sé... —titubeó temiendo recibir el golpe que no le había dado antes en la fábrica—. Sé que te preocupa lo que pueda pasarle a Yumi, es tu... esto... amiga o lo que sea. Y la... —«quieres». Calló, mejor no decir eso—. Aprecias.

—Tranquilo —musitó caminando hacia la puerta—. No te culpo.

»Ah, Jérémie, puedes decirlo, nunca ha sido precisamente un secreto.

Cuando Ulrich hubo abandonado el salón, Jérémie se quedó mirando a Aelita fijamente con una muda pregunta en sus ojos azules brillantes. Ella rió.

—Creo que se refería a que la quiere.

—No lo creo. Eso sería confesarlo y ya sabes que... —Carraspeó y frunció el ceño subiéndose las gafas con el dedo índice—. Yumi y Ulrich sólo son amigos —dijo con una imitación a caballo entre Yumi y Ulrich. Imitar voces se le daba fatal.

Aelita volvió a reír, había olvidado que de vez en cuando Jérémie podía ser todo un payaso. Se dejó apresar entre los flacuchos brazos de su marido y se acomodó en su pecho. Ese Jérémie se parecía mucho más a su Jérémie, el que la abrazaba cuando lloraba o pasaba noches despierto cuando enfermaba

—¿Tú estás bien? —le preguntó con una caricia en su espalda.

—He pasado mucho miedo —susurró Aelita alzando la cara para besarle la mandíbula—. Ahora estoy bien.

—Lo lamento, no estoy siendo ni el mejor marido ni el mejor amigo estos días. —Apretó ligeramente el abrazo—. Pero el que X.A.N.A. esté de vuelta me pone nervioso. Ahora tengo mucho más que perder que cuando estábamos en Kadic, siento más el peligro.

—Le vencimos una vez, podemos volver a hacerlo.

Jérémie le sonrió.

—He estado analizando el mensaje de tu padre, Aelita.

—¿Sabes qué significa?

—No. Pero he llegado a la conclusión de que es un mensaje falso.

—¿Quieres decir que es de X.A.N.A.? —preguntó sintiendo un nudo en la garganta.

—No, no. Quiero decir que es como uno de esos libros que si miras durante mucho rato ves el dibujo oculto. Es un mensaje que esconde otro mensaje.

—¿Y sabes cómo…?

—Aún no, creo que nos falta una parte del mensaje y, si no me equivoco, el supuesto diario de William es la clave.

Aelita se irguió lentamente con los ojos brillando. Jérémie se echó hacia delante y le besó los labios enredando los dedos en su corta melenita rojiza.

—La otra noche estuve pensando en lo que me dijo Yumi, que sería estúpido pensar que William era tan idiota como para poner su nombre. Es cierto. Pero estoy seguro de que el que aparezca su nombre no es una casualidad.

—No lo comprendo.

—William es un tema espinoso. Fue nuestro enemigo, el perrito faldero de X.A.N.A.

—No por voluntad propia —puntualizó Aelita.

—Sí. A todos nos altera un poco hablar de eso, a mí el que más. Y me parece que eso es justamente lo que hizo que, quién lo escribiera, usase su nombre.

—¿Para hacer que nos enfadásemos?

El muchacho sonrió con cautela.

—Para advertirnos de que eso tiene que ver con nosotros, no sólo con Lyoko.

—Yumi lo está leyendo…

—Lo sé. Espero que nos cuente que pone.

—¿No confías en ella? —inquirió abriendo los ojos alarmada.

—¿Estás de broma? Claro que confío. Si tuviera dudas no le habría dejado quedárselo. Aunque hay que admitir que el que esté escrito en japonés y sólo ella lo entienda es sospechoso.

—Sospechoso... —repitió Aelita.

—No va en ese sentido. No sospecho de ella.

En la parte superior, frente a la puerta de Yumi, Ulrich permanecía de pie. Le sabía mal despertarla si se había quedado dormida, pero necesitaba comprobar que estaba allí, que la habían recuperado de verdad. Golpeó la madera suavemente con los nudillos sin obtener respuesta, entreabrió.

Yumi estaba acurrucada en la cama tapada hasta las orejas con el edredón, se acercó a ella. Estaba dormida. Dibujó con los dedos la curvilínea forma de su rostro sin llegar a tocarla.

Se sentó en suelo junto a la cabecera de la cama y cruzó las piernas poniéndose cómodo.

—Duerme, que yo cuido de ti —siseó Ulrich al abrigo de la oscuridad de la noche.

Yumi sonrió acurrucándose más, el sonido de la puerta la había despertado, pero había fingido seguir durmiendo. Si se enterase de que le había escuchado se moriría de la vergüenza y después la mataría.

En algún punto de la red X.A.N.A. se removía. Los nervios se estaban apoderando de su matriz de datos, aunque pareciese imposible que algo así ocurriera. Aquella sensación formaba parte de los restos de la conciencia de William Dunbar y no le gustaba.

No le preocupaba que la muchacha hubiese descubierto aquella torre que era su refugio, ni el que pudiera decírselo a los demás, ni siquiera que lograran volver a entrar, por X.A.N.A. como si organizaban un picnic en ella. No recordaba haber sabido jamás que era una torre de paso, pero cuando esos dos mocosos engorrosos habían cruzado al otro lado supo que alguna vez lo había sabido y que la tierra del otro lado era su casa. La de verdad.

Eso le planteaba una única y gigantesca pregunta ¿quién o qué era realmente? Algo le impedía saber por qué estaba en Lyoko. Tenía más preguntas que respuestas.

No podía cruzar al otro lado. No podía ir hasta Xanadu. ¿Qué secreto había en su casa que le estaba vetado?

º º º

Lindau, Alemania
Lunes 12 de junio de 1989

La pequeña de cabellos como las fresas maduras jugueteaba con el carísimo y sofisticadísimo ordenador de su padre. Era tan emocionante. Había un mundo increíble escondido dentro, el secreto de sus padres y el suyo también. Era precioso, por eso no entendía por qué le tenían miedo.

Te pillé, pequeña gamberra. —Los brazos fuertes de Waldo la elevaron de la silla mientras ella reía—. Así que eras tú quien investigaba Xanadu.

Papi ¿qué hay allí?

Un tesoro.

Los ojos de la pequeña Aelita brillaron emocionados, un tesoro.

¿El tesoro de un pirata?

El tesoro de una princesa.

¿Qué princesa?

Waldo miró a través de los cristales sucios por los que se colaban algunos rayos de sol, podía intuirse el perfil del león de Baviera y el del faro en el puerto a escasos metros de distancia. Aquella casa estaba mil veces mejor que el sótano de Düsseldorf o el barco de Schwerin.

También podían moverse con más tranquilidad. Anthea podía ir de compras, Aelita podía jugar en el parque y él disfrutaba viéndolas divertirse.

La princesa de Xanadu —contestó Waldo.

¿Y quién es la princesa?

Tú, princesa. Sólo tú puedes encontrar el tesoro de Xanadu. Pero jamás debes dejar que nadie más que tú lo tenga.

No lo entiendo papi...

º º º

Eran las seis de la tarde y estaban reunidos en la fábrica, algo que empezaba a convertirse en una costumbre. Jérémie había decidido incluir a Sissi, que no pisara Lyoko no cambiaba el hecho de que estaba metida en aquello tanto como cualquiera de ellos.

—Odd ¿le has hablado a Sissi de Xanadu? —preguntó Aelita.

—Ah… no.

—¿Xanadu tiene que ver con X.A.N.A.?

—No que sepamos, Sissi. Es un territorio nuevo —pronunció Jérémie—. Al menos eso creemos. No tenemos mucha información.

—Sus nombres se parecen. —Sissi apretujó el brazo de Odd quien hizo una mueca de dolor—. ¿Y para qué sirve?

—Pues…

Los chicos intercambiaron miradas. Si Xanadu ya existía, cosa que parecía lógica, ¿por qué X.A.N.A. nunca había activado una torre allí? ¿no tenía acceso? ¿no podía manipular las torres? En realidad no sabían nada de ese lugar. ¿Un territorio de Lyoko? ¿otro mundo virtual?

—Es lo que tenemos que descubrir —dijo Jérémie subiéndose las gafas—. Antes de eso necesitamos saber cómo llegar a la torre submarina.

—No sé si fue el superhumo lo que nos protegió a Yumi y a mí, sería peligroso volver a intentarlo.

—En tu caso. —Jérémie le apuntó con el dedo índice—. Puede que X.A.N.A. te acabase haciendo inmune a los efectos de mar digital, al fin y al cabo siempre huías lanzándote a él y no te ocurría nada.

—Entonces puede que Aelita también lo sea. —La voz de Yumi sonó sin un ápice de duda, como si estuviese segura de que así era—. Cuando William la lanzó al mar digital, antes de que la rescatase su padre tuvo que caer al agua.

—¿Lo recuerdas? —preguntó el joven genio.

Aelita se encogió de hombros con la mirada ensombrecida, cerró los puños en torno a la costura de su camiseta rosa pastel con fuerza hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

—Sólo recuerdo la sensación que tuve cuando me rescató, como si me abrazase.

—Entonces no podemos estar seguros —determinó Odd—. Pero tiene lógica, porque Aelita es la llave de Lyoko.

Llave.

¿Era una llave? ¿qué sentido tenía esa afirmación de Odd? ¿qué…?

—¡Aelita!

El grito de sus amigos quedó convertido en un suave susurro mientras la fábrica emblanquecía y después… oscuridad.

Continuará

Escrito el 19 de febrero de 2011

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