domingo, 10 de octubre de 2010

ADQST 09.- Derribo



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Derribo

—¡Eh! —William invocó su espada que apareció en su mano derecha—. Hay prisa, ¿recordáis?

—¿Jérémie hay algo en la pantalla? —gruñó Ulrich.

—Más adelante, a vuestra izquierda hay una puerta. Descifraré el código y la abriré.

Mientras tanto en la replika del sector de las montañas, Odd y Aelita permanecían sentados sobre una roca cercana a la torre y al Skid.

—Y así fue como gané aquel concurso de comer tartas —dijo Odd con orgullo.

Aelita rió.

—Algún día te llevaré a Sidney y podrás participar, princesa.

—Yo no como tanto como tú —continuó riendo.

Odd le acarició la mejilla con cariño. Tiempo atrás había sentido una increíble conexión con ella, Aelita era especial en muchos sentidos. No sólo era una persona extraordinaria y sorprendente, también le había comprendido desde el primer instante y nunca se había burlado de sus atolondradas y raras ocurrencias, o de los nombres que les ponía a los monstruos. Eso sin mencionar la extraña peculiaridad de que no había crecido nada durante los diez años que había vivido encerrada en Lyoko.

Era como la prota de una de esas películas de ciencia ficción al más puro estilo de Blade Runner. Le encantaba.

—Odd… ¿puedo preguntarte algo?

—Adelante princesa. —Le guiñó un ojo.

—¿Cómo… acabaste con Sissi?

El chico gato sonrió y su cola se agitó con gracia.

—¡Prepárate para una superexclusiva! —exclamó pasándole un brazo por los hombros y espachurrándola contra su pecho—. Todo empezó en el Kadic…

Hizo una pausa dramática y empezó a contar su historia.

Unos días antes de que Yumi nos soltase la bomba de que volvía a Japón.

Estaba nublado, hacía fresquito y era de noche, casi de madrugada. De vez en cuando se podía intuir la luz de la luna y alguna que otra estrella quedaba al descubierto.

Salí a pasear por que Ulrich no paraba de gruñir mientras estudiaba y me empezaba a sacar de mis casillas. Entre tú y yo, princesa, a veces es un poco cargante tanto mal humor. Así que me dispuse a esquivar a Jimbo que hacía la ronda por el pasillo de los chicos más pequeños, y me deslicé por la barandilla de las escaleras para que no oyera mis pasos. Salí al patio, que estaba desierto y en silencio, y corrí, por si acaso, hasta el cobertizo del jardinero.

Estaba todo a oscuras y… bueno, debería haber pensado en ello pero no se me ocurrió en aquel momento. Tendría que haber cogido una linterna. Abrí la puerta procurando no hacer mucho ruido, cosa que no fue nada fácil.

Cerré la puerta y caminé a oscuras, entonces vi una lucecita que se apagaba. Me quedé helado unos segundos hasta que me di cuenta de que no podía ser ni Jim ni ningún otro profesor, así que me armé de valor y pregunté:

¿Quién anda ahí?

¿Odd? —inquirió mi acompañante encendiendo de nuevo la lucecita, que no era otra cosa que una linterna en miniatura—. ¿Eres tú?

¡Oh, sí! Era la mismísima Sissi Delmas con un pijama rosa la mar de mono. Me senté a su lado y digamos que la cercanía hizo el resto.

Cuando llegué al Kadic pensé que había un montón de chicas preciosas, hasta que vi a Sissi y me quedé alucinado, después supe que estaba loca por Ulrich y que el resto de chicos le interesábamos tanto como un papel de chicle tirado en el suelo. Aproveché muchas veces las vueltas al pasado para alejar a la competencia como Théo Gauthier, al que le presenté a Yumi para que la acompañara a casa, eso me costó un buen cabreo de Ulrich. Y alguna que otra estrategia que no sirvió de gran cosa…

Pero cuando estuvimos los dos a solas en mitad de la oscuridad, le propuse un trato. Si salía conmigo le ayudaría con Ulrich. Protestó como si le estuviese pidiendo que se tirara por un puente, sin embargo y para mi sorpresa me dijo que sí.

Fue un juego, en cierto sentido. Ella no tenía un gran interés por mí, pero se me arrimaba cada vez que aparecía Ulrich, y yo… estaba loco por ella.

El día en que Yumi nos lanzó la bomba, después de cenar y mientras Ulrich se autocompadecía en compañía de su almohada, fui a nuestro punto de encuentro. El cobertizo. Sissi me miró de una manera diferente, pero no le di importancia, me senté entre las cajas con ella y le expliqué lo de Yumi. Se alegró bastante, cómo no, su rival desaparecía ¿había algo mejor? Supuse que debía alegrarme por ella, pero no pude, y no por que Yumi fuese mi amiga y se largase, sino por que eso le abría una ventana a Sissi para estar con Ulrich.

Me estuvo hablando sin parar de las miles de posibilidades que le daba esa noticia. Estaba eufórica y yo sólo tenía ganas de ir a llorar con Ulrich. Entonces ¡vaya! Si me lo hubiesen contado no me lo hubiese creído. Sissi se inclinó hacia adelante y me besó. No entraré en detalles, por algo soy un caballero.

Aquello fue el principio de algo especial y eso lo notaron tanto Hervé como Nicolas.

Hervé se puso de lo más pesado, empezó con miraditas fulminantes, después vinieron los murmullos…

Esto no lo sabe nadie, pero entre Hervé y Nicolas me tuvieron cuatro horas encerrado en los lavabos, y si se lo cuentas a alguien lo negaré rotundamente. Me sometieron a un interrogatorio que ni la CIA.

Nicolas estaba preocupado por Sissi, por si era otra de mis chicas de unos días y después la dejaba, y también por Ulrich, por si se enfadaría por ello. Nada fuera de lo normal.

Pero Hervé estaba histérico, chillando como un loco. Hasta intentó pegarme ¿puedes creértelo?

Hervé siempre ha estado colado por Sissi, pero no esperaba esa reacción o al menos, no esperaba que le durase tanto. Me declaró la guerra.

Aelita parpadeó y entreabrió los labios.

—¿Por eso dijo que le habías amenazado para que te hiciese el trabajo de ciencias? —preguntó.

—Sí —contestó—. También fue Hervé quien hizo correr el rumor de que te había roto el brazo por que no habías querido darme entradas para ver a los Subdigitales, y el que dijo que tenía una libreta donde apuntaba los nombres de las chicas con las que salía para ponerles notas y después burlarme de ellas.

Aelita ahogó un gemido. No podía creérselo, todos aquellos rumores que casi le cuestan la expulsión a Odd habían sido cosa de Hervé. Nunca lo hubiese pensado. Le tenía por un buen chico.

—Es horrible… —susurró.

—Bueno, al final he sido yo quien se ha quedado con la chica. —Sonrió—. El karma se la ha devuelto.

Ella rió y se dejó abrazar por su "primo".

—Se os acerca otro monstruo —anunció Jérémie.

Odd se incorporó con un ágil salto y cargó sus flechas láser apuntando hacia al horizonte. Aelita se puso en pie lentamente analizando los alrededores, esperando ver a una tarántula o cucaracha corretear hacia ellos.

Ambos se giraron al oír un leve chapoteo y observaron asombrados al pequeño pececillo de color dorado que acababa de saltar desde el mar digital. El símbolo de X.A.N.A. brillaba en su frente como si estuviera hecho de algún material reflectante, mostraba unos enormes y afilados dientes con los que parecía sonreírles. Con algunos delicados movimientos de sus aletas redirigió su espectacular vuelo, agitó su cola y lanzó un rayo de un intenso color verde. Odd empujó a Aelita apartándola del ataque y se dispuso a echarse a un lado para hacer lo mismo, pero no fue lo suficiente rápido.

El cuerpo de Odd cayó al suelo, boca abajo, con un ruido seco y su cola dejó de agitarse.

El pequeño pez dorado regresó por donde había venido, sumergiéndose en las profundidades del mar digital.

Aelita se acercó a su amigo y puso una de sus manos sobre el hombro de él.

—¿Estás bien, Odd? —susurró—. Menudo susto…

»Odd… deja de hacer el tonto —murmuró frunciendo el ceño—. Odd ¡me estás asustando! ¡Odd! ¡Levántate!

Empezó a sacudirle del hombro, cada vez con más fuerza. Comenzaba a darse cuenta de que aquello no era ninguna broma por que la cola de Odd no se movía ni un milímetro, siempre seguían el ritmo de lo que pensaba, si no se movía era que no estaba consciente.

Le dio algunos golpecitos en el brazo. Quería que reaccionase. Quería que se despertase. Tenía un miedo atroz.

—¡Odd! —chilló zarandeándole en vano.

—¿Qué le pasa? —Jérémie miraba atónito la pantalla—. No ha perdido puntos ¿por qué no se levanta?

En algún punto de la mente de Odd, Aelita, le miraba con desprecio.

—¿Qué pasa, princesa?

—Eres asqueroso —escupió con una expresión que Odd jamás creyó posible ver en ella—. De lo peor que he visto nunca.

El chico enarcó las cejas. Tal vez no fuera el más inteligente del grupo, quizás no fuera el más espabilado, e incluso era posible que nunca estuviese tan atento como debería. Pero si había algo que veía tan claro como el agua era que, esa Aelita de mirada despectiva, no era la real. No era ni una sombra de lo que era su amiga.

Ahora bien ¿de dónde había salido? Todo estaba bastante confuso. No podía recordar donde estaba instantes antes de que ella hubiese aparecido. Tampoco qué estaba haciendo. Como si se hubiese dejado el cerebro olvidado en casa y acabase de volver a ponérselo. Era tan raro que empezaba a sentir un cierto vértigo.

—Oye, princesa ¿por qué dices eso?

—¿Es que no tienes espejo?

—Tengo muchos —replicó—. A Sissi le fascinan.

—Eres feo, no sabes vestir y ese peinado es ridículo.

Odd rió. Era la imitación más cutre del mundo.

—Y eso que mi estilismo siempre te ha gustado.

—Sí… —dudó—. Claro…

—Vamos, princesa ¿por qué dudas tanto?

La falsa Aelita sonrió con timidez, avanzó algunos pasos y abrazó con fuerza a Odd. Continuó con los gestos impropios de ella. Acarició su espalda con un suave movimiento de manos y se puso de puntillas para besarle. Tras un instante de desconcierto reaccionó, sujetándola con fuerza por ambos brazos, el ceño fruncido y una actitud fría.

—¿Quién eres tú?

El cuerpo de Aelita se desvaneció y todo a su alrededor giró desorientándole aún más. Cerró los ojos con fuerza y después los volvió a abrir lentamente. Reconoció lo que le rodeaba. Su casa. Suya y de Sissi, en Sidney. Estaba en el pasillo que conducía a su habitación.

La puerta blanca del dormitorio estaba entreabierta y de ella escapaban dos risas que él reconocería en cualquier parte del mundo. Caminó con sigilo hasta allí y escuchó sus voces. Ulrich y Sissi.

Necesitó recordarse a si mismo que aquello no era real por más que lo pareciera. Ulrich estaba colado por Yumi, no por Sissi. No se iría con ella ni para poner celosa a Yumi. Era su mejor amigo. Le conocía a la perfección.

Abrió la puerta y se topó con la ropa de ambos tirada por el suelo, y ellos riendo y charlando tapados con la sábana en la cama. Aquella Sissi se incorporó y le miró de arriba a abajo.

—¿Qué esperabas? —preguntó apartándose su larga melena.

—Pues… —dudó.

Que supiera que no era real no hacía que fuese menos doloroso. Había pasado mucho tiempo a la sombra de Ulrich como para que no le afectase.

Mientras tanto en la Cochinchina, Ulrich, William y Yumi corrían por un larguísimo pasillo desierto plagado de puertas. Jérémie no había dicho ni una sola palabra desde que les había abierto la entrada.

Ulrich se detuvo en seco, refunfuñó algo imposible de entender y resopló.

—Esto de correr sin rumbo no me parece buena idea.

—¿Tienes una mejor?

La única idea que había en su cabeza en esos momentos era la de acabar su conversación con Yumi.

—Podríamos intentar entrar en alguna de estas salas —optó por decir.

—Intentémoslo —dijo ella sonriendo.

Se distribuyeron a los largo del corredor y fueron empujando los portones pero ninguno cedió un milímetro.

Correr sin rumbo no servía de nada, tratar de abrir las puertas tampoco y no tenían ni idea de donde estaba escondido el superordenador. Sin Jérémie era como si estuviesen ciegos.

Sissi Delmas suspiró frente a la puerta del edificio de las oficinas de la academia Kadic. Había estado horas pensando en como cumplir la petición de Jérémie y al final había optado por lo que mejor se le daba. Un ataque frontal y patalear como una niña mimada.

Se apartó la larga melena del hombro con un ademán y avanzó con paso firme por el pasillo hasta la antesala del despacho de su padre. Nicole Weber, la secretaria, la miró como si fuese la primera vez en la vida que la veía.

—Hola Sissi —dijo la mujer ajustándose las gafas—. El señor Delmas ha salido.

—No importa. —Contuvo su entusiasmo, que su padre hubiese salido le venía de perlas—. Sólo he venido a recoger una cosa que le había prestado.

—Lo siento pero… —Se puso en pie y caminó hasta la puerta para bloquearle el paso—. No puedo dejarte pasar.

Sissi bufó y frunció el ceño, al final si que iba a tener que patalear.

—Muy bien, señora Weber. Tal vez tendré que decirle a mi papi que su secretaria me ha tratado como a una delincuente impidiéndome entrar a su despacho. Y tal vez tenga que sugerirle que la eche. —Avanzó y la apartó con un leve empujón—. Supongo que no querrá eso, señora Weber.

Tras entrar cerró la puerta de un portazo y se apoyó en ella, la adrenalina corría por sus venas. No era que hubiese hecho algo peligroso pero la reacción de la secretaria le había puesto en alerta.

El despacho de su padre estaba como siempre, la mesa plagada de papeles y bañada por el sol.

«Si yo fuera un horario de 1994 dónde estaría guardado» pensó dejándose caer en la silla giratoria con un raído cojín azul.

Un dichoso horario ¿había una misión más tonta y ridícula en el mundo? Apoyó la espalda en el respaldo y cruzó las manos frente a su cara. Notó que el ordenador estaba encendido movió el ratón y la pantalla se encendió, el juego al que tan enganchado estaba desde hacía años, uno de ponerle la cabeza a un pingüino rechoncho y azul, estaba en modo de pausa. Lo minimizó. Sabía que muchos de los datos académicos habían sido digitalizados, tal vez el horario estuviese allí.

En el escritorio había un icono titulado "Datos académicos", enarcó una ceja. Demasiado sencillo. Hizo clic sobre ella y se abrió una pantallita de alarma:

Usuario:
Jean-Pierre Delmas
Contraseña:

Enarcó las cejas. «Lizzie250589» tecleó. El aviso desapareció y la carpeta se abrió. Su padre siempre usaba la misma contraseña y no entendía por qué.

"Lizzie" era como llamaba de manera cariñosa a su madre, Elisabeth, y "250589" equivalía a la fecha en la que se casaron el día veinticinco de mayo de mil novecientos ochenta y nueve. ¿Cómo podía seguir enamorado de esa mujer? Les había abandonado como si fueran un par de bolsas de basura.

Había varias subcarpetas con los años escritos. Desde 1864 hasta la fecha actual. Entonces suspiró, Jérémie había puesto 1994, pero ¿a qué curso se refería? ¿1993-1994? O ¿1994-1995? Estupendo… quizás Jérémie no fuese tan sumamente inteligente como creía.

Abrió la primera "1993-1994" dentro había varios archivos de texto, relaciones de alumnos, de profesores, expedientes… sonaba aburrido. Pulsó la flecha para retroceder y colocó el pendrive rosa fucsia que siempre llevaba con ella en uno de los puertos USB. Grabó las carpetas de ambos cursos en él. Después lo dejó todo tal y como lo había encontrado y salió ignorando a la secretaria.

Antes de irse tenía que hacer otra parada. Atravesó el campus en dirección a la biblioteca. Y entonces vio aquel horrible jersey verde de punto y supo lo que se le venía encima.

—¡Sissi! —graznó el joven del jersey.

—Hola Hervé… —le saludó con tan poco entusiasmo que se sorprendió a sí misma.

—¿Cómo estás?

A Sissi se le pusieron los pelos de punta. Cuando estudiaban juntos y eran de la misma pandilla a veces le inquietaba, siempre le miraba de un modo bastante espeluznante, por eso había metido a Nicolas en el grupo, por que le hacía sentir un poco menos incómoda. Al empezar a salir con Odd comenzó a mirarla como si fuera un psicópata. Realmente, Hervé, no era una persona que le inspirara demasiada confianza.

Físicamente no había cambiado demasiado, seguía igual de flacucho y enclenque que siempre, con aquellas horrendas gafas redondas con vidrios de culo de botella, el peinado desfasado a más no poder y su ropa de la que prefería no opinar…

—Ah… estoy bien —contestó.

—¿Y tu novio? ¿ya te ha abandonado por otra? —preguntó con una sonrisa torcida—. No tiene que ser fácil vivir con un tío que se acuesta con todas las que se encuentra.

—Hazme un favor Hervé —replicó con un ligero temblor de rabia—. Cómprate una isla y piérdete.

Pasó por su lado hecha una furia. No sabía porque le había contratado su padre, nunca le había gustado. La mano de Hervé se cerró como una garra alrededor de su brazo y se vio arrastrada hacia el corredor que conducía a la biblioteca. Las ventanas altas impedían que les vieran desde el interior. Años atrás hubiese estado muerta de miedo, acorralada contra la pared sin nadie que pudiese ir a rescatarla.

—Aparta —le ordenó con frialdad.

—Yo puedo darte lo que de verdad necesitas, Sissi —susurró sujetándola por la barbilla—. Puedo hacerte feliz.

—Ya lo soy, idiota.

Hervé aproximó su cara a la de ella, cuando tenía los labios de él a escasos milímetros de los suyos reaccionó. Flexionó la pierna y le dio un fuerte rodillazo en la entrepierna.

Corrió al interior de la biblioteca, una vez dentro respiró aliviada. Odd estaría orgulloso de ella.

«Física» se recordó a si misma, «el libro está en la sección de física». No podía permitirse pensar en otra cosa que no fuese ese libro, ya tendría tiempo de asustarse cuando estuviese acurrucada en los brazos de Odd.

En la fábrica Jérémie miraba incrédulo la pantalla en la que tenía desplegados todos los datos sobre la estructura virtual de Odd. Nada. Todo era correcto, no había daños, no había perdido puntos, no había virus. Absolutamente nada fuera de lo normal. Pulsó varias teclas para comprobar la condición física y mental del cuerpo real de Odd. Lo único algo extraño era el aumento de las ondas zeta en su actividad cerebral, lo que daba dos opciones: estaba sumido en un sueño velado, o bien, estaba meditando con mucho ahínco.

Suspiró. El superordenador de Vietnam tendría que esperar, no quería arriesgarse a que algo malo les sucediese a Odd y a Aelita, dejaría a uno de los chicos allí a la espera por si se daba la oportunidad de retomar la misión.

El superordenador emitió una alarma sonora, en la pantalla vio cuatro cangrejos que se les acercaban.

—¡Aelita! Se os acercan cuatro cangrejos. Voy a traer de vuelta a los demás —casi chilló. Pulsó varias teclas para cambiar la comunicación—. Ulrich, Yumi, William ¿me oís?

—Sí —contestaron al unísono.

—Tenéis que volver a Lyoko, Aelita y Odd están en peligro. —A través del canal de comunicación oían el repiqueteo de los dedos de Jérémie sobre el teclado a un ritmo frenético—. Activando el transporte.

Sus cuerpos se desvanecieron como si nunca hubiesen existido, y reaparecieron en el interior de sus cabinas en el Skid, sumidos en una semiinconsciencia, similar a estar dormido.

—¡Despertad! —gritó Aelita con la cabeza de Odd apoyada en su regazo— ¡Necesito vuestra ayuda!

Ulrich entreabrió los ojos despacio, se frotó la frente intentando discernir donde estaba. Entonces se despertó de golpe. El Navskid. Lyoko. Miró abajo y vio a Aelita y a Odd rodeados de varios cangrejos que no daban muestras de querer atacar, pero cualquiera se fiaba de las intenciones de X.A.N.A. Pulsó el botón y desembarcó.

Se lanzó contra uno de los cangrejos cortándole las patas traseras, el monstruo se tambaleó y volcó quedando boca arriba, lo remató de un golpe certero. Corrió hacia delante en busca del siguiente cuando un afilado abanico pasó casi rozándole el brazo izquierdo, el cuerpo de la bestia se inclinó y Ulrich clavó su wakizashi en el centro del símbolo de X.A.N.A. haciéndolo estallar.

Dirigió la mirada atrás, hacia su compañera, un instante y sonrió. Seguían formando un equipo invencible. Un estallido a su izquierda le hizo tambalearse y tuvo que apartarse de un salto cuando William cayó a su lado.

El último cangrejo explotó al recibir el imparable corte del abanico de Yumi, que se reunió con ellos.

—Escuchadme —dijo Jérémie—. No sé qué le pasa a Odd, no ha perdido puntos y el escáner que he hecho de su estructura virtual no muestra ningún daño.

—Lo que significa qué… —inquirió Ulrich.

—Que no tengo ni idea de que le pasa.

—Pero… ¿Qué es lo que le ha pasado? —preguntó Yumi.

Aelita hundió los dedos en la rubia melena de Odd y contuvo un sollozo, en Lyoko no podía llorar pero eso no eliminaba la sensación de tener un nudo en la garganta y el escozor en los ojos.

—Un pez dorado ha disparado a Odd y después le ha pasado esto —explicó—. No puedo despertarle.

—Parece que X.A.N.A. ha reforzado su ejército —apuntó William—. Que nos disparen y desvirtualicen no es un problema, pero si puede hacernos lo que sea que le ha hecho a Odd estamos listos.

—William… tú… —Aelita titubeó y alzó la vista—. Sabes como piensa X.A.N.A. ¿no?

El chico se tensó un instante y entonces negó lentamente.

—Sólo en parte. Pero no es que sepa interpretar lo que piensa.

—Déjate de medias tintas —graznó Jérémie—, ¿lo sabes o no?

—X.A.N.A. sólo piensa en sus propios intereses. Quería a Aelita por que ella podía mandar al traste sus planes. Me controló a mí por que… —Miró a Yumi y a Ulrich—. Para desestabilizar al equipo que más miedo le daba.

—¿Equipo? —repitió aturdida Aelita.

—Yumi y Ulrich —gruñó William.

Los dos aludidos intercambiaron miradas, hacían un buen equipo, pero de ahí a convertirse en una de las preocupaciones de X.A.N.A., parecía algo exagerado…

Para X.A.N.A. las revelaciones que había hallado en la mente de Odd eran buenas.

Primero, la querida del muchacho, X.A.N.A. la conocía bien, había tomado control de su cuerpo en varias ocasiones, además había sido la primera persona a la que había logrado poseer y con una eficiencia extraordinaria. Y el que Jérémie, aparentemente, hubiese olvidado como funcionaba exactamente la manera en la que lo hacía, jugaba en su favor. Podría controlarla en el preciso momento en que la necesitase. Eso abriría una buena brecha en su confianza.

Segundo, las teorías de Odd sobre sus amigos. La parte de Ulrich Stern estaba más que confirmada, pero la de Yumi Ishiyama… A X.A.N.A. no le gustaba valerse de intuiciones humanas, eran inexactas, subjetivas y nada lógicas.

Tercero, Aelita era vulnerable. Si tocaba al peón correcto podría darle el jaque mate definitivo. Eso aún debía estudiarlo un poco más, no quería perder esa baza por un error estúpido.

X.A.N.A. sintió como sus cuatro cangrejos caían derrotados y en ese instante rió con un chisporroteo de cables. Justo lo que esperaba. Tal y como lo había planeado. Y entonces lo vio claro. Tenía que aprovechar la situación, se la habían servido en bandeja. "Conoce a tu enemigo como a ti mismo" había oído esa frase en alguna película, y ahora tenía una buena oportunidad.

Transmitió su deseo a su nuevo monstruo «atrápala».

Aelita se llevó las manos a la boca y ahogó un grito, al ver a aquel extraño pez dorado que se elevaba desde el mar digital con precisión letal. El monstruo esquivó los ataques de Aelita, Yumi, William y Ulrich y lanzó su rayo verde hacia Yumi quien cayó al suelo del mismo modo que le había sucedido a Odd.

Ulrich dejó escapar un grito de pura frustración, corrió valiéndose del supersprint tratando de dar caza al pez que empezaba a dirigirse al mar digital. Viendo que no llegaría a tiempo lanzó ambas espadas hacia la bestia y sonrió. Lo había cortado por la mitad.

Regresó cabizbajo hasta los cuerpos de sus amigos y cayó de rodillas junto a Yumi, le acarició la mejilla susurrando un débil «despierta».

—¡Oh, no! —exclamó Jérémie desde la fábrica—. X.A.N.A. ha activado una torre en la replika.

—Jérémie ¿qué hacemos? —preguntó Aelita.

—Lo primero es desactivar la torre. Aún no sé que planea hacer X.A.N.A. pero podría ser peligroso —replicó—. Está bastante lejos. Dirección sureste.

—¿Y Yumi y Odd? —Ulrich permanecía arrodillado junto a Yumi y se negaba a dejarla allí.

—No sé que puede pasar si se desvirtualizan, necesito más información. Tenéis que protegerles.

—Hazte a un lado, Stern —dijo William a su espalda. Obedeció a regañadientes—. Superhumo…

El espeso humo negro, con el que tantas veces había atrapado a Aelita, se desplegó alrededor de Odd y Yumi, los elevó y los mantuvo como si durmieran sobre una mullida cama hecha de nubes de tormenta. Con el brazo extendido hacia delante empezó a caminar precedido por los cuerpos inconscientes de sus amigos.

—Os programaré los vehículos.

Junto a ellos empezaron a formarse las siluetas de sus transportes, la moto de Ulrich, la tabla de Odd y uno que no habían visto antes. Un quad de un intenso color rojo y el dibujo de Cancerbero de color negro en ambos lados de la carrocería; poseía dos ruedas delanteras y sólo una trasera. William soltó un silbido y lo miró con entusiasmo.

—He pensado que… te iría bien. Y como no he podido acceder a tu código virtual…

—Gracias, Jérémie —contestó sin dejarle acabar.

—¿Podrás llevarles igual? —preguntó Aelita con una sonrisa complacida ante el gesto de su marido.

—Sí, no hay problema —dijo tomando asiento en su vehículo—. Vosotros id delante, yo cubro la retaguardia mientras aprendo a usarlo.

Aelita y Ulrich montaron en sus vehículos y tomaron la delantera por el estrecho desfiladero, el camino estaba despejado de enemigos, pero no de obstáculos. La plataforma estaba plagada de piedrecillas virtuales que hacían traquetear la moto de Ulrich poniendo a prueba sus reflejos y equilibrio, de vez en cuando el terreno se abría convirtiéndose en una peligrosa trampa que podía acabar en una excursión no programada al mar digital.

William algo más atrasado se mantenía totalmente concentrado en el espesor del superhumo, sentía que era más complicado que cuando estaba bajo el control de X.A.N.A., no quería que se le escurriesen y cayeran al mar digital. Con gran destreza aceleró y se colocó a la altura de Ulrich.

—Oye, Stern, cuando lleguemos tendrás que protegerles. —Estaba serio y su mirada expresaba preocupación—. A mí a penas me quedan puntos, no creo poder defenderles durante mucho rato. Dejo a Yumi en tus manos, más te vale cuidarla bien.

La torre activada se alzaba sobre una gran explanada, Aelita sonrió al verla, se giró y se la señaló a sus amigos.

—Un enjambre de avispones a vuestra izquierda.

—Maldito X.A.N.A. —farfulló Ulrich—. Cubre a Aelita —le dijo a William—, déjales aquí, yo me encargo.

Se puso en pie sobre el asiento de su moto y saltó contra los avispones, eliminando a uno mientras que los otros tres le esquivaban con facilidad. Echó un rápido vistazo a sus compañeros, a los que William había dejado en el suelo con delicadeza, el brazo de Odd pasaba por encima de la cintura de Yumi.

Los monstruos cargaron sus láseres y dispararon, Ulrich fue bloqueándolos todos con los ágiles y precisos movimientos de sus wakizashi, devolviéndoles algunos de los rayos eliminando a dos más.

—Muy bien, bichejo, solos tú y yo —le dijo al único avispón que quedaba.

—¡Cuidado! —chilló Jérémie—. Tienes un bloque detrás. Ulrich.

—¿Qué? ¡Ah!

El bloque había disparado uno de sus rayos congelantes antes de que tuviese tiempo de darse cuenta de lo que pasaba. Sus piernas y brazos estaban cubiertos de hielo, no podía moverse. Dejó escapar un quejido, no podía creérselo, aquello ponía la situación negra. Muy negra.

—Treinta segundos sin poder moverte… —murmuró Jérémie.

Aelita, que al igual que William, había oído las palabras de Jérémie, extendió el brazo y se concentró de sus labios escapó aquel mágico canto y al instante un muro de piedra se alzó atrapando al bloque. Eso le daría tiempo a Ulrich para librarse de su prisión helada, Yumi tenía todos sus puntos y a Odd a penas le faltaban, así que el avispón no constituía una gran amenaza.

El monstruo volador pareció dudar y esperar las órdenes de su amo. Disparó dos veces a Odd y volvió a detenerse, descendió casi a nivel de suelo sobre el muchacho inconsciente y le lanzó un espeso chorro de veneno que empezó a burbujear sobre su cuerpo.

—¡No! —gritó Ulrich viendo como Odd se desvirtualizaba—. No, no, no, no…

—Sólo quedan dos segundos.

El avispón redirigió su vuelo apuntando a Yumi. El hielo que cubría prácticamente todo su cuerpo empezó a emitir un crujido al resquebrajarse, acabando en un gran estallido. El cuerpo virtual de Ulrich dudó un momento antes de volver a responder a sus deseos, se movió con rapidez interponiéndose entre el avispón y Yumi con ambas espadas en las manos. Desvió los láseres del monstruo con rabia.

—Estúpido bicho asqueroso —gruñó lanzándole uno de los sables, el avispón estalló—. No te dejaré tocar a Yumi, ¿me oyes, X.A.N.A.?

El muro de piedra construido por Aelita se desvaneció, Ulrich giró sobre si mismo para encararle, pero el bloque se le adelantó disparándole en la pierna y el hombro. Su cuerpo se evaporó entre un millar de píxeles azules brillantes.

Las puertas del escáner se abrieron dejando escapar una intensa voluta de vapor caliente, Ulrich asomó la cabeza con cara de pocos amigos. Estaba frustrado. No había podido proteger a Yumi del maldito pez dorado, no había podido evitar que desvirtualizasen a Odd y para colmo le habían eliminado, había dejado a Yumi expuesta, rodeada de monstruos. Salió de la columna y le dio un fuerte puñetazo, el metal gimió. Ulrich sacudió la mano, se había destrozado los nudillos.

—Hay que ver que mal carácter…

—¡Odd! ¡estás bien!

—Pues… sí. Pero no sé como va a estar tu mano después de ese golpe.

»Oye, Ulrich… ¿Crees que X.A.N.A. puede manipular nuestra mente?

Ulrich le miró sorprendido y asintió lentamente. Eso explicaría lo de la falsa Yumi y la sensación de que la conocía.

—Sí, lo creo.

—He soñado con Aelita, o algo así —dijo el rubio rascándose la nuca—. Primero me odiaba, después estaba loca por mí…

—No lo entiendo.

—También habéis aparecido Sissi y tú. —Se puso serio y miró al suelo como si allí estuviese el secreto de todo—. Teníais una aventura.

—¡Eh! no pensarás qué…

Odd mostró una de sus sonrisas de oreja a oreja.

—Si Sissi fuese Yumi, podría haberlo creído. —Se rió—. Si es cosa de X.A.N.A. alguien debería decirle que es un imitador pésimo.

—No hace falta que lo jures.

«Ataque frontal» se dijo Odd, Ulrich acostumbraba a contar las cosas cuando se sentía preparado y él lo respetaba, pero si había dado una respuesta de ese tipo se sentía en la obligación de intentar sonsacárselo.

—¿Qué me ocultas? —le preguntó.

—Si se lo cuentas a Yumi te mato —exclamó con el ceño fruncido—. El otro día cuando se me cayó el techo encima soñé con Yumi.

—Si tuviéramos que sospechar de X.A.N.A. cada vez que tú sueñas con Yumi ya estaríamos encerrados en un psiquiátrico.

—Ja, ja. Qué me muero de la risa —dijo con sarcasmo—. Estaba muy rara y decía cosas que… bueno, que ella no diría.

—¿Cosas como qué?

Ulrich meditó un instante si sería una buena idea explicarle según que cosas a Odd. Decidió que mejor se callaba ciertos detalles comprometedores y se lo explicaba por encima. Empezando por lo de su supuesta casa en común, su pregunta sobre sus sentimientos, las lágrimas y su súplica. Un resumen lo suficientemente detallado para satisfacer la curiosidad de su amigo pero omitiendo todo lo que le incomodaba, como que durante un tiempo había caído en la trampa.

Uno de los escáneres cerró sus puertas de sopetón y empezó emitir su particular sonido. Las puertas se abrieron dejando ver el cuerpo de Yumi que empezaba a caer, Ulrich saltó hacia delante y la sujetó con fuerza evitando que golpease el suelo. Seguía dormida. Sacó sus piernas del escáner y se sentó en el suelo con ella en el regazo.

—Yumi…

Frotó su mejilla contra el pecho de Ulrich, como si de una almohada se tratase, y entreabrió los ojos perezosamente al tiempo que se abrían los otros escáneres de los que salieron Aelita y William.

—¿Estás bien, Yumi? —susurró Ulrich.

Ella alzó la mirada, abrió los ojos de par en par y se apartó arrastrándose sobre su trasero hasta quedar bien lejos de él, como si acabase de hablarle el mismísimo diablo en persona.

Continuará

Aclaraciones:
"Conoce a tu enemigo como a ti mismo":
"Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no deberás temer el resultado de cien batallas. Si te conoces a ti mismo, pero no al enemigo, por cada victoria lograda también sufrirás una derrota. Si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en toda batalla." es una frase de Sun Tzu, un comandante militar chino 544-496 antes de Cristo, recogida en "El arte de la guerra".
Ondas zeta:
se las asocia con las alucinaciones creativas y con los sueños. Son generadas por nuestro cerebro de manera inconsciente. Su actividad aumenta durante la meditación, los procesos creativos (escritura, dibujo…) y el sueño. También se las asocia con las famosas musas de los artistas, precisamente por que su aumento provoca un torrente de imaginación.
Su aumento durante la meditación te ayuda a conocerte a ti mismo, ya que te permite acceder a gran parte de tu subconsciente.
Wakizashi:
o shôtô, es una espada corta de entre 30 y 60 centímetros. Su filo es más delgado que el de la katana y es usada comúnmente como espada de defensa. Antiguamente los samurai la llevaban junto a su katana, el conjunto era conocido como daishô (la larga y la corta).

Escrito el 10 de octubre de 2010

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