sábado, 28 de enero de 2012

A&N III.- De perder y ganar

 
Dragon Ball y sus personajes son propiedad de Toriyama Akira.
III.- De perder y ganar
La observó sentada detrás de la mesa revisando papeles, haciendo cuentas, tecleando en el ordenador, con su taza, que siempre contenía café, ahora llena de zumo de pomelo. Llevaba meses observándola, así a escondidas.
La observaba cuando trabajaba, la observaba cuando comía, la observaba mientras dormía... Y por más que odiase estar siempre observándola no podía dejar de hacerlo.
Bulma se desperezó como un gato sin levantarse de la silla ergonómica poniendo en evidencia su abultado vientre. A pesar del estado avanzado de su embarazo seguía luciendo aquella ropa ajustada y sugerente que hacía que aquella nueva curva de su cuerpo se viera deliciosa y seductora.
—Diablos, cómo me duelen los riñones —protestó jugueteando con el bolígrafo, inclinada hacia delante y con los codos apoyados sobre la mesa del despacho—. Mataría por un buen masaje...
Él mataría por dárselo, pero todavía fingía que la ignoraba.
Su mente voló a aquella primera noche en la que Bulma le dijo que no:
Había estado entrenando hasta caer rendido sobre el suelo agrietado de la cámara de gravedad mientras los fight-robots continuaban dando vueltas a su alrededor acechándolo en silencio con su lucecilla roja cual ojo analizándole. Bulma los había programado para detener el entrenamiento si él perdía el conocimiento, no necesitó que nadie se lo dijera, simplemente lo supo al despertarse con la gravedad desconectada y la puerta abierta.
«No quiere que me mate o es muy retorcida» pensó. Lo cierto es qué no sabía que pensar realmente de aquella mujer tan extraña. Le gritaba le insultaba pero velaba por él cuando se lastimaba, incluso la había visto llorar por él. No atinaba a comprenderla y aquello le desconcertaba, él siempre había tenido buen ojo para calar a la gente, pero con ella no podía.
Entró en aquel edificio de forma peculiar y atracó la nevera desperdigando la mitad de su contenido sobre la mesa blanca e impoluta de la cocina. La devoró, a su ritmo, sin ton ni son, dulces, carnes, pescados, arroz... todo mezclado sin importarle que los diferentes sabores se convirtieran en otros desagradables. Lo único que importaba era saciar el agujero que sentía en el estómago.
Suspiró satisfecho tras la desmesurada comilona. Se olfateó a sí mismo, necesitaba una ducha con urgencia, apestaba a sudor y cansancio.
Apagó la luz de la cocina viendo de reojo como los robots domésticos se encargaban del estropicio que había dejado él. Subió la escalera con paso exhausto, quizás se había pasado un poco entrenando, nunca se había sentido tan agotado como ese día. El pasillo estaba a oscuras cosa inusual, la luz de Bulma siempre se colaba por debajo de su puerta, siempre se quedaba hasta tarde trabajando o esperándole a él; esa era otra de las cosas que no lograba dilucidar de ella. Entró en su propia habitación, se desnudó y se fue al cuarto de baño. Allí las toallas blancas se apiñaban sobre el toallero, siempre perfectamente dobladas y limpias, siempre oliendo a fresco. Se miró en el espejo de cuerpo entero que al parecer tanto les gustaban en aquella casa, el reflejo le mostró la imagen de un guerrero agotado, ojeroso, lleno de moratones y con un sinfín de cicatrices extendiéndose por su cuerpo. Acarició con la yema de los dedos la única cicatriz que no había dejado marca visible en su cuerpo, el rayo de energía de Freezer que había puesto fin a su vida. No estaba allí, sin embargo la sentía, día tras día, como si aquel maldito lagarto espacial se burlase de él.
Las heridas físicas no eran nada comparadas con las heridas emocionales, cada golpe que recibía su orgullo le provocaba más dolor que el peor de los golpes.
Vegeta se metió en la ducha dejando que el agua caliente le quemase la piel y desatase los múltiples nudos que había en sus cansados músculos. Se enjabonó liberando aquel olor a hierbas al que había acabado acostumbrándose. Arrugó la nariz, se estaba acostumbrando demasiado a aquella vida entre los humanos, usaba sus jabones, se duchaba y bañaba con agua caliente que obtenía con sólo girar una llave, dormía en una cama mullida y cómoda, sólo tenía que pedir comida cuando tenía hambre, nada de cazar, nada de ríos de agua gélida, nada de noches al raso...
«Te estás convirtiendo en una vieja retirada de la guerra» se reprochó. Las mujeres saiyan se retiraban tras tener descendencia porque ya no eran útiles para luchar, se volvían blandas y topaban frontalmente con eso llamado "compasión", les daba por salvar y defender a otras mujeres y a los niños. Se estropeaban, por decirlo de alguna manera.
Cerró el grifo y se secó con una de las toallas blancas. Mientras se frotaba la piel no dejaba de observar su reflejo en aquel enorme espejo. Estaba derrotado, vencido, destrozado. Algo no estaba bien. Había algo que no funcionaba como debería. Nunca había tenido una pinta tan deplorable, ni siquiera moribundo.
No había nada que hacer, al menos mientras estuviese tan cansado, necesitaba distraerse un poco y él conocía la distracción perfecta. Lanzó la toalla con la que acababa de secarse al suelo y rebuscó en el interior de uno de los cajones eso que los humanos llamaban "calzoncillos". Se los puso, eran como unos pantalones cortos, más largos que los pantalones que lucían Raditz y Nappa. Eran cómodos, aunque al parecer no eran apropiados para llevarlos por la calle sin ponerse otros pantalones encima.
Ataviado con aquella única prenda de vestir fue hacia la habitación de la mujer extraña en busca de un poco de calor y sobre todo de placer. No se molestó en llamar, de igual modo que ella hacía.
Estaba ovillada bajo su edredón, pero no estaba dormida. Llevaba días extraña, vomitando todo lo que comía, había perdido peso y estaba tremendamente irritable. Pero no parecía enferma, le brillaban los ojos, tenía un saludable tono rosado en las mejillas y sonreía como una boba la mayor parte del tiempo.
El leve susurro de las sábanas al girarse hacia la pared le indicó que le había oído entrar, que sabía que estaba ahí. No había necesidad de avisar antes, sencillamente se metió en su cama y la atrajo hacia su cuerpo. Le besó la nuca invitándola a girarse y continuar con aquel juego suyo, pero Bulma no se movió y finalmente él mismo la giró para besar sus labios. Las manos de ella empujaron su barbilla, un gesto inútil puesto que no tenía suficiente fuerza para limitar sus movimientos, aún y así Vegeta se detuvo a unos centímetros de sus labios, el aliento de Bulma chocando contra su cara.
—No —susurró.
Su primer no. La primera vez que una mujer le decía que no. La primera vez que ella le rechazaba seriamente. Era un no rotundo, no un "no debemos" o "no podemos" o "no quiero" acompañado de sonrisilla que le invitaba a convencerla a base de juegos y caricias. Era un no, amargo y frío. Un no doloroso.
—No, por favor —repitió al sentir que acariciaba sus piernas—. Vegeta. No.
«¿Por qué?» quiso decir, pero la pregunta sólo sonó en su cabeza.
—Eres muy brusco —le dijo y dejó de empujarle la barbilla.
La confusión se dibujó en sus rasgos. Siempre había sido igual de brusco y ella nunca se había quejado. ¿Por qué ahora? ¿La habría lastimado la última vez? ¿Por qué?
—Me da miedo que nos hagas daño —continuó con la mirada fija en la expresión abierta del saiyan. Estaba confundido, necesitaba una respuesta y comprender porqué hablaba en plural—. Vegeta, estoy embarazada.
Él se apartó de ella bruscamente como si acabase de transformarse en Freezer. Embarazada. No podía ser.
Salió de la cama. Quiso decirle que ese bebé no era suyo, que seguro que era del inútil de Yamcha o de cualquier otro humano ridículo, pero no lo dijo. Habría sido estúpido decirlo. Bulma no le había dicho, ni siquiera insinuado, que él fuese el padre, además el único olor ajeno a Bulma que perfumaba su piel era el suyo propio. Siempre olía a él aunque hiciese días que no compartían cama y por mucho que ella se duchase o se echase perfumes. Bulma siempre desprendía aquel sutil aroma a él.
Abandonó la habitación y cerró la puerta ahogando el sonido del llanto de Bulma. Cerrando esa puerta había cerrado algo más que una habitación.
Ahora, allí, frente a la puerta entreabierta del despacho podía sentir la energía saiyan que desprendía el bebé de Bulma, era su hijo, ya no había espacio para las dudas, por más que él quisiese negarlo llegaría el día en que las evidencias le golpearían frontalmente.
—Deja de hacer eso —espetó Bulma lanzando el bolígrafo que él cazó al vuelo. Le había descubierto—. Si se te ha estropeado la cámara lo siento, pero no puedo hacer nada por arreglarla. —Se puso en pie y se señaló la tripa—. No puedo tirarme en el suelo y colarme bajo el panel de control.
—Funciona bien.
—¿Entonces qué? ¿Tienes hambre? —Estaba a la defensiva, estaba dolida—. ¿El señor necesita una almohada más blanda? ¿A alguien que le abanique, majestad?
La miró. Podría haberle dicho algo. Pero se marchó en silencio.
—¡Idiota! —el grito le persiguió por el pasillo y resonó en sus oídos el resto del día.
Bulma se dejó caer sobre la silla y se arrepintió al momento, no estaba como para dejarse caer así ni en un sofá. Se frotó el vientre con una sonrisa tierna.
—Perdóname Trunks, a veces me olvido de que tengo que ser más delicada. Soy una bruta, pero no más que tu padre.
«Vegeta... —pensó con dolor—. ¿Por qué hemos acabado así?». Si bien era cierto que él nunca había sido el hombre más dulce y cariñoso del universo a ella siempre la había tratado bien. Podría haberla lastimado, podría haberla tomado a la fuerza millones de veces, podría haberle roto los huesos sin proponérselo, pero jamás le había hecho nada más grave que un minúsculo moratón en la muñeca.
El día en que tuvo la feliz idea de invitarle a su casa jamás se habría imaginado que aquel hombre sin sentimientos aparentes pudiese llegar a robarle el corazón. Se abrió hueco a toda velocidad en sus pensamientos. Había llegado a amarle como nunca antes había amado a nadie. Ni siquiera a Yamcha.
Pensó muchas veces en ello. No tenía porqué acogerlo. No era un animal abandonado y mucho menos falto de cariño, pero ella era así, sencillamente su lado ONG siempre derrotaba a su lado racional.
Se había acostumbrado a su constante ir y venir, a sus entrenamientos suicidas, a su apetito voraz. Todo aquello acabó por hacérsele tan familiar que, los escasos días en los que él desaparecía, lo echaba en falta.
Las miradas enfurruñadas, su constante descontento con todo, sus pullas, sus insinuaciones, la constante mención a su fuerza superior...
¿Cuántas veces le había jurado que la mataría? ¿cuántas le había dicho que si quisiera su cuerpo lo obtendría sin pedirle su opinión? ¿cuántas...?
Todas sus amenazas eran como el viento. Las oías pero por más que forzases la vista no podías verlas. Tantas amenazas y jamás la lastimó, jamás le puso la mano encima sin esperar a que ella le permitiese tomarla. Tantos "podría romperte los huesos" que desaparecían bajo las suaves caricias, siempre cuidadosas y delicadas como el aleteo de una mariposa...
Muchas veces había pensado que era por la cámara de gravedad, por la tecnología, para que pudiese seguir surtiéndole de aparatos y reparando los que rompía. Pero no. No era nada de eso. Él, a su manera, la necesitaba. A su manera violenta la quería, no de un modo romántico y dulce, simplemente la quería. Quizás porque era la única persona que no le tenía miedo y no dudaba en plantarle cara, porque no esperaba nada a cambio de tratarlo bien, porque le dejaba hacer lo que quería sin sospechar de él en cada momento. Quizás simplemente porque le dejaba ser él mismo sin juzgarlo.
Vegeta había cambiado mucho, puede que a ojos de los demás siguiese siendo el mismo, pero ella lo veía claramente.
Un año y medio atrás, tras un día de aquellos para olvidar en que se había peleado con Yamcha por enésima vez, había vuelto a casa hablando... bueno, gritándole por teléfono a Yamcha que insistía en que tenían que salvar su relación. Salvar su relación cómo si eso fuese posible. Le había descubierto con otra, más joven, con demasiada silicona y cero cerebro. Salvarlo.
Las luces estaban apagadas, era tarde, la cámara de gravedad estaba desconectada, cosa extraña.
—Por favor, nena, escúchame —le insistía Yamcha con aquél irritante tono de voz que fingía arrepentimiento—. Podemos arreglarlo.
—¡No hay nada que arreglar, Yamcha! —chilló ella dejando de pensar en la cámara de gravedad y su inquilino violento y obsesivo—. ¡No insultes a mi inteligencia con semejante estupidez! ¿Qué quieres arreglar? ¿El cerebro de la mocosa a la que te estabas tirando?
—Pero, nena...
—¡Se acabó, Yamcha! Nuestra relación está muerta desde hace mucho tiempo. No funciona. Se acabó —declaró y cortó la llamada.
Apretó el puño haciendo crujir la carcasa y se adentró en la cocina sumida en la oscuridad. Se quedó inmóvil, no había luz pero sí se oía ruido. ¿Y si era un ladrón? ¿Y si era un asesino? ¿Y si era un espía industrial?
«Huye, Bulma, huye» se dijo a sí misma, pero sus dedos fueron directos e imparables al interruptor de la luz y lo accionaron. La luz de los fluorescentes inundó la cocina, los muebles blancos, las baldosas de mármol blanco veteado y las paredes de baldosas azuladas.
—Ah, eres tú —musitó sin una pizca de entusiasmo viendo a Vegeta devorar comida—. ¿Por qué estabas a oscuras?
Ni la miró ni le contestó, mera rutina. Vegeta no solía contestar le preguntase lo que le preguntase, sólo abría la boca para comer y para exigir cosas como si fuese el rey del mundo o para meterse con ella. Bulma suspiró, dejó la chaqueta sobre el respaldo de la silla y el móvil encima de la mesa, si el saiyan se lo comía durante su proceso de "devora todo lo que hay en la mesa" se lo agradecería, y abrió la nevera.
—Tú nunca te cansas de comer, ¿eh? —Rebuscó en el interior del frigorífico entre botellas algo que beber para calmar sus nervios. Descartó los refrescos con cafeína, esos la pondrían aún más nerviosa. Tomó la jarra de té helado que su madre había dejado preparado por la mañana—. ¿Sois sólo Goku y tú o todos los saiyan coméis así? Debe costaros una fortuna alimentaros, no quiero ni imaginarme como sería una reunión de empresa con siete u ocho como vosotros... los del restaurante seguro que acaban saltando por la ventana.
»No te gusta hablar, ¿no? ¿o soy yo? —Le miró allí comiendo sin parar y sin dar muestras de estarle prestando la más mínima atención. Bulma esbozó una sonrisa—. Sé que hablo mucho, pero...
El tono de llamada de su móvil volvió a sonar, Bulma puso los ojos en blanco, era Yamcha de nuevo.
—¿Qué? —le gruñó al descolgar, al otro lado él le suplicaba por una segunda oportunidad de nuevo, por enésima vez la misma cantinela de las últimas dos horas—. No tengo el teléfono encendido por ti, por si tu memoria falla soy la actual directora de la Capsule Corporation, lo que significa que tengo que estar disponible las veinticuatro horas por si hay alguna emergencia.
Vegeta entonces la miró de espaldas a él, le vio reflejado en el cristal del armario de los vasos. ¿Cuántas veces le había dicho Vegeta que Yamcha la engañaba, que olía a otras mujeres? ¿Cuántas veces le ignoró? ¿Cuántas le acusó de mentirle? Demasiadas.
—¡No eres tan importante como para eso! ¿Me oyes? ¡Imbécil presuntuoso! —gritó con toda su rabia—. ¡Si vuelves a llamarme avisaré a la policía o te rociaré con salsa barbacoa para que Vegeta te ase!
Y colgó de nuevo apretando los dientes. Se podía ir al mismísimo infierno y dejarla en paz. No quería hablar con él ¿es que no lo entendía? No estaba de humor para enfrentarle, en frío ya vería, pero en ese momento sólo quería asesinarle.
—¿Ya no comes pozo sin fondo? —gruñó Bulma y suspiró, él no tenía la culpa—. Lo siento —musitó sentándose en la silla—, me saca de mis casillas.
—No me interesa —replicó mirándola fijamente a los ojos como si intentara leerle el pensamiento. Tomó uno de los múltiples pastelillos y se lo acercó deslizándolo por la mesa—. Come.
—¿Qué?
—Come.
—No tengo hambre.
—Come. Es una orden.
Bulma le dedicó una leve sonrisa cargada de sarcasmo.
—No tienes autoridad para darme órdenes, príncipe. —Él se encogió de hombros—. Y no tengo hambre.
Vegeta fijó su atención en un punto indefinido de la mesa. Nueve palabras, seguramente era la vez que le decía más de cuatro palabras sin soltar un sinfín de insultos, aunque de la orden no se había librado.
Su teléfono volvió a sonar, de nuevo Yamcha, de nuevo iba a pedirle una segunda oportunidad. Estaba harta ya, lo dejaría sonar hasta que se cansase. Ignorarlo sonaba bien. Repiqueteó con las uñas sobre la superficie lacada de blanco de la mesa. Le irritaba escucharlo sin parar. Cerró los ojos, como si con ese gesto el sonido irritante fuese a desaparecer.
El sonido cesó. Se había rendido muy pronto, Bulma abrió los ojos y vio a Vegeta de pie a su lado con el teléfono en el oído y el ceño fruncido. Oía el susurro de la voz de Yamcha.
—Eres patético. —La voz de Vegeta resonó en el silencio de la cocina—. ¿Eso te ha funcionado alguna vez? Superas a Nappa en patetismo, gusano.
»Ha colgado —dijo devolviéndole el teléfono a Bulma.
—Eso ha sido muy grosero.
El saiyan simplemente se encogió de hombros con esa mueca socarrona que la sacaba de quicio. Bulma se puso en pie de un salto dispuesta a enfrentarle y recriminarle su actitud. Con las manos en las caderas, ligeramente inclinada hacia él y con el ceño fruncido.
¿Por qué se enfadaba con él? Sólo había dicho en voz alta que era patético ¿acaso no lo creía ella también? ¿No era precisamente eso lo que llevaba dos horas intentando no gritarle?
«Oh, mierda». Era idiota. Se le nubló la vista y borró la distancia que separaba su cuerpo del de Vegeta. Estaba abrazando a ese saiyan psicópata, obsesivo y malhumorado.
—¿Y ahora qué? —le soltó Vegeta con un tono cargado de incomodidad.
—Es que... acabó de darme cuenta de una cosa —sollozó.
Dejó pasar la oportunidad de apartarla, de fingir que le daba igual, había dudado durante demasiado rato. Bulma sintió que en parte le importaba a Vegeta y también que él se había dado cuenta de que le había descubierto.
Bulma no dijo nada al respecto, sólo lloró. Descubrir que hacía tiempo que había dejado de sentir algo por Yamcha y que si seguía con él era por mera costumbre dolía más que haberlo pillado en la cama con otra.
Aquél momento en la cocina cambió la forma de ver a su huésped. Había dejado de parecerle molesto e insoportable y aprendió a leer en sus movimientos y sus gruñidos. Ya no la sacaba de sus casillas con tanta facilidad, no caía en sus trampas verbales y disfrutaba de sus visitas nocturnas...
Pero las visitas nocturnas habían desaparecido después de rechazarle y decirle que estaba embarazada. Y ahora estaban solos Trunks y ella.
Se desperezó nuevamente. Ya había trabajado suficiente.
Recogió sus cosas y se encaminó a su casa dispuesta a darse un buen baño con mucha espuma y velas por todos lados. Relajarse le sentaría bien, no sólo a ella, a Trunks también le iría bien.
El chófer la dejó frente al edificio y Bulma se apeó elegantemente. Vegeta estaba con la espalda apoyada contra la pared, justo al lado de la puerta.
La siguió con la mirada mientras ella cruzaba el umbral de la puerta ignorándole deliberadamente. La dejó entrar y esperó paciente hasta tenerla en una situación en la que no pudiese huir de él, como si fuese una presa. Bulma no le temía pero era experta en fugarse cuando algo no le interesaba, si la acorralaba impidiéndole la huida tendría que lidiar con sus respuestas mordaces.
Subió por las escaleras recorriendo el mismo camino que había hecho ella. La ventaja de que los padres extraños de su anfitriona les hubiesen alojado juntos al otro lado de la finca es que no tenía que preocuparse por interrupciones de ningún tipo.
Pegó la oreja a la puerta de la habitación de Bulma y escuchó el chapoteo del agua, también olía el jabón.
«Se está dando un baño» se dijo. Era perfecto, así no podía huir de él.
Abrió la puerta de golpe y, antes de que Bulma pudiese reaccionar al sonido de la puerta, Vegeta ya estaba frente a ella mirándola fijamente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con el pulso acelerado, le había dado un susto de muerte— ¿No te han enseñado a llamar antes de entrar?
—¿Y a ti? —replicó con una sonrisa torcida. Ella jamás llamaba a su puerta antes de entrar.
—¿Qué quieres? —inquirió reprimiendo el gesto de taparse, era una estupidez, la había visto desnuda un sinfín de veces—. Los robots domésticos están programados, la cena estará lista en seguida. No tendrás tanta hambre como para no poder esperar diez minutos, ¿no?
—Cállate y escucha.
Bulma cerró los ojos exasperada, siempre dándole órdenes, al parecer no podría relajarse.
Vegeta apretó los puños, lo había ensayado y había elaborado respuestas acordes a las respuestas habituales de ella. Sólo tenía que soltarlo, abandonar su orgullo un minuto y ya está.
—No pienso cuidaros a ninguno de los dos. —Esperó la reacción, pero ella siguió imperturbable en la bañera—. Si piensas quedarte conmigo y que ese crío esté cerca de mí más os vale aprender a cuidaros solos. Soy un saiyan no un humano.
—¡Ja! El día en que necesite que tú me cuides será el mismo día en que el mundo se acabe, gorila del espacio.
—Mujer presuntuosa.
—Hombre egocéntrico.
Lo último que hizo Vegeta antes de quitarse la ropa y colarse en la bañera fue sonreírle de aquel modo tan particular y darle un suave toquecito en el hombro, que en el idioma Vegeta significaba "lo siento".
Fin

Escrito originalmente en 1997, reeditado el 27 de enero de 2012

2 comentarios:

  1. Me gusta cuando el amor recién empieza. Cuando está el coqueteo de las primeras citast. Que uno invita al otro a la casa para pedir comida y hacer una cena romántica. Son los mejores momentos!
    Lore

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  2. me gustó mucho tu fic, podrías publicarlo en fanfiction.net!
    me gustó muchísimo q no fuera lineal! :)

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