viernes, 13 de enero de 2012

A&N I.- Hijo

 

Dragon Ball y sus personajes son propiedad de Toriyama Akira.
I.- Hijo
Que ella fuese Bulma Brief, la heredera de la Capsule Corp, que su fortuna fuese la mayor de la tierra... no hacía que la habitación de aquel hospital fuese menos deprimente.
Bulma suspiró en la cama y se giró para ver la pequeña cuna donde dormía su hijo recién nacido. Estaba agotada, pero aún y así no podía conciliar el sueño; a su lado su madre acomodaba un ramo inmenso de flores dentro de un jarrón tarareando una cancioncilla de amor. Bulma sonrió, no la había dejado sola ni un momento, con su presencia trataba de apaciguar la ausencia de Vegeta.
Bulma miró por la enorme ventana de la habitación y contuvo una exclamación pero no la sonrisa que se le dibujó rápidamente en los labios.
—Ah, mamá —dijo con tono cantarín—, porque no vuelves a casa y te das un buen baño.
—Pero Bulma, cielo...
—No te preocupes estaré bien. Además me apetece algo con muchas calorías, chocolate, fresas, nata...
La señora Brief miró a su hija comprensiva, necesitaba recuperar las calorías perdidas durante las tres horas de parto y cinco días de comida de hospital, aunque no estaba muy segura de si era conveniente dejarla sola.
—Creo que aquí cerca hay una pastelería —dijo la señora Brief.
—No, mamá. Quiero uno de esos de la pastelería de Satan City. —La miró con ojos suplicantes—. Por favor, mami.
—Pero cariño, eso me llevará al menos media mañana...
—No pasará nada, si necesito algo llamaré a la enfermera.
La señora Brief suspiró con la mano en la mejilla, no podía negarle un delicioso pastelillo a su hijita. El chocolate era la única medicina para un corazón roto y ella estaba segura de que el corazón de Bulma acabaría rompiéndose por la frialdad de ese hombre.
—Por favor —insistió.
Finalmente la mujer cedió, besó la frente de su hija y después le dio un beso en la manita a su nieto para ir a comprar el mejor pastel del mundo para su niña. Bulma escuchó, conteniendo la respiración, los tacones de su madre alejarse por el pasillo y permaneció inmóvil hasta que dejó de oírlos.
Apartó la sábana y bajó los pies al suelo, apoyándolos lentamente, se irguió con una mueca de dolor ahogando un quejido. No iba a flaquear, ella no era débil. Caminó penosamente hasta la ventana, quitó el seguro y deslizó la hoja de vidrio.
—Entra, deprisa.
Y él entró.
Bulma cerró la ventana rápidamente para que el pequeño no tuviese frío, aún era demasiado pequeño y frágil para exponerlo a la fría brisa otoñal.
—La gente normal usa la puerta —comentó apoyada en el vidrio, necesitaba unos segundos para poder moverse de nuevo hasta la cama.
Vegeta la miró allí inmóvil, con la frente perlada de sudor y con todo el peso recostado contra la ventana. Esbozó una sonrisa orgullosa; se estaba haciendo la fuerte, fingiendo que estaba perfectamente, toda digna como si apoyarse contra el cristal fuera la cosa más interesante del universo. Pero a él no podía engañarle, la sentía sumamente débil.
Decidió echarle una mano para que su orgullo de mujer no saliese demasiado herido. La tomó en brazos y la llevó hasta la cama donde ella misma, y sin protestar, se acomodó arropándose bien.
«Sabía que vendrías» pensó orgullosa al constatar que había aprendido a entenderle.
El saiyan llevaba su traje de guerrero, no podía ser de otra manera, aquella ropa le hacía sentirse seguro y en cierto modo superior. Una indumentaria que le permitía seguir sintiéndose como el frío príncipe de los saiyan, poderoso, despiadado y sin sentimientos. Bulma dibujó una tierna sonrisa al verle mirar con cierto temor al pequeño que dormía en la cuna de metacrilato junto a la cama.
—Se llama Trunks. —Vegeta no apartó la vista del niño—. Nació hace cinco días, aunque supongo que eso ya lo sabías.
—Sí —replicó él.
—¿Quieres cogerlo?
Vegeta la miró con los ojos muy abiertos; Bulma contuvo la risa, se le veía aterrorizado con la simple idea de ponerle un dedo encima al bebé.
—Ven, siéntate —le dijo dando palmaditas a su lado en el colchón, él lo hizo de modo prácticamente inconsciente—. No te preocupes si lo coges como lo has hecho conmigo hace un momento no pasará nada. Que sea pequeño no lo convierte en quebradizo.
Bulma cogió al pequeño Trunks que se removió entre sueños buscando el pecho de su madre para asirse.
—Tienes que pasarle el brazo por debajo de la cabeza, así —dijo adoptando ella misma la posición sujetando a Trunks—. Y con el otro le mantienes bien sujeto. Inténtalo.
El saiyan colocó los brazos como le había indicado la mujer que asintió satisfecha.
—Mira Trunks, éste es tu papá —musitó dejando al bebé en brazos de su padre—. Se llama Vegeta, es gruñón, borde, antipático, egoísta, caprichoso, cruel, despiadado, arrogante... —enumeró con una sonrisa divertida las múltiples cualidades del hombre mientras éste gruñía—; pero en algún lugar dentro de semejante idiota se esconde una buena persona. Ya lo verás.
Trunks se echó a llorar como si estuviese en brazos del mismísimo diablo, Vegeta puso cara de terror y Bulma rió.
—¡Estás demasiado tenso! Mírate —exclamó entre risas—. Llora porque se siente inseguro, siente tu nerviosismo, relájate.
—Yo soy un guerrero no un... ¡cógelo mujer!
Bulma tomó a Trunks entre sus brazos y el pequeño dejó de llorar al instante.
—El gran príncipe Vegeta derrotado por un inocente bebé de cinco días —canturreó—. Tranquilo Trunks, gruñe mucho pero no muerde.
»Vegeta, supongo que no has venido sólo para conocer a Trunks ¿no?
De hecho Bulma no estaba demasiado segura de si Trunks era remotamente el motivo que le habría llevado hasta aquella habitación de hospital, pero como decía su madre: la esperanza es lo último que se pierde.
—Quería enseñarte algo —contestó él con aquella sonrisa orgullosa adornándole la cara.
—Adelante —siseó.
Vegeta se levantó y se colocó en el centro de la habitación lo suficientemente alejado de la ventana y de la cama. Observó un instante a la mujer y a su hijo y entonces cerró los ojos y los puños. Inspiró hondo.
Los objetos del cuarto empezaron a temblar y Bulma sujetó con más fuerza a Trunks para protegerlo de lo que fuera que hacía Vegeta. Pero entonces, un segundo antes de que ocurriese, lo comprendió.
—Me alegro por ti —pronunció con sinceridad—. Lo has conseguido.
El aura y el cabello dorados, los ojos azules e intensos y la sonrisa arrogante que tanto le caracterizaba. Estaba todavía más impresionante de lo habitual. «Hermoso» era la única palabra que surcaba la mente de Bulma y el orgullo le inflaba el pecho.
Con delicadeza dejó a Trunks en su cunita de metacrilato y lo arropó tiernamente con la mantita de punto azul que le había comprado su madre.
Volvió a mirar al saiyan cuya expresión había perdido arrogancia, seguramente por la falta de alabanzas, de vítores o de lágrimas de emoción. Tal vez si a Bulma le hubiesen quedado fuerzas habría hecho alguna de aquellas cosas, pero no era el caso y lo máximo que podía hacer era mirarlo.
—Felicidades —le dijo Bulma tratando de enorgullecerle de nuevo, pero no funcionó. Vegeta volvió a su forma normal—. Estoy muy orgullosa de ti.
Vegeta regresó a su lado despacio como si analizase su reacción, buscando algo que faltaba. Las ganas de guerrear. Eso era lo que faltaba. Había esperado alguna palabra para bajarle los humos quitándole importancia al hecho de haberse convertido en supersaiyan.
La miró largamente a los ojos, aquellos ojos azules y vivarachos, siempre brillantes, siempre dispuestos a fulminarle durante cualquiera de sus intensas discusiones. Los mismos que buscaba después de un nuevo día de improductivo entrenamiento. Los que velaban por él cuando se lastimaba.
La besó ávidamente en los labios. Casi había olvidado cómo era besarla. Casi. Porque, incluso entrenando, los recuerdos de la mujer aparecían para recordarle que había algo dentro de él que pugnaba por salir; no podía permitírselo, al menos no por el momento.
El que Bulma correspondiese a sus besos con intensidad y voluntad volvía a llenarle de orgullo; y aunque pudiese pasarse así el resto de la vida tenía que marcharse y seguir entrenando.
—Iré a entrenar fuera —le dijo antes de darle un último beso en los labios e ir hacia la puerta.
—Vegeta...
—Volveré —declaró de pie en el zaguán de la puerta.
—A riesgo de provocar un situación violenta —dijo Bulma y Vegeta se giró para mirarla—. Te quiero, ten cuidado.
—No digas tonterías mujer —espetó dándole la espalda de nuevo, pero antes de girarse Bulma había atinado a ver que sus mejillas se ponían rojas—. Cuida de Trunks.
Vegeta cerró la puerta de la habitación y fulminó con la mirada a la mujer rubia sentada en el pasillo junto a la puerta con una sonrisa satisfecha. La madre de Bulma. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Cuánto de aquello habría visto y oído? El saiyan sacó su mejor cara de indiferencia y se la dedicó a la mujer que a su vez amplió su sonrisa hasta que lo vio desaparecer al final del corredor.
A diferencia de Bulma, a ella se le escapaban muchos detalles de ese hombre todavía, al menos ahora sabía que su hija y su nieto sí que le importaban.
Fin

Escrito originalmente en 1995, reeditado el 15 de diciembre de 2011

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