lunes, 16 de mayo de 2011

ADQST 17.- Recuerdos II


Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Recuerdos II

Lucerna, Suiza.
Jueves 1 de enero de 1981.

Aquel sótano era el peor lugar para pasar una tarde vacacional de invierno. Llevaba un grueso abrigo de invierno, la bufanda y unos guantes cortados que dejaban al descubierto la punta de sus dedos y una manta sobre las piernas. De algún modo había logrado controlar la tiritera a pesar de estar muerta de frío. Tenía los dedos helados pero no iba a darse por vencida. Esta vez estaba segura de estar a punto de lograr algo. Sentía la tensión en sus hombros y le dolían las cervicales pero se obligó a ignorar el dolor y el ligero mareo.

Los ordenadores habían desaparecido en favor de un inmenso monstruo informático de fabricación casera tan potente que parecía imposible. Waldo era increíblemente hábil fabricando ordenadores.

Anthea sonrió mientras tecleaba. Era un programa extraño, algo que jamás se le habría ocurrido probar, pero el hecho de que Waldo lo hubiese escrito le daba la confianza suficiente como para probarlo. El primer intento había acabado en un callejón sin salida informático, había repasado los códigos varías veces temiendo haberse equivocado en algo, pero estaba todo correcto. Pensó en rendirse, sin embargo una idea asaltó su mente y ahora la ponía en práctica rescribiendo ciertos puntos del programa.

Dejó de teclear e inspiró hondo cerrando los ojos. Cruzó los dedos un instante y después abrió los ojos verdes.

Que funcione.

Presionó el enter. La máquina emitió un bufido similar al de un gato mojado, Anthea se sobresaltó y miró la inmensa cpu con desconfianza. Los altavoces adosados a la pantalla lanzaron un pitido ensordecedor que la obligó a taparse los oídos. Hubo una bajada de tensión y uno de los fluorescentes del techo estalló. Después todo quedó en calma.

Respiró agitadamente debido al sobresalto y cuando se volvió para mirar la pantalla se quedó aturdida durante unos segundo.

Hola —sonrió a la imagen del monitor.

Pulsó el botón de apagado en la parte inferior de la pantalla, se deshizo de la manta, el abrigo y la bufanda y salió corriendo escaleras arriba.

El internado estaba vacío excepto por dos personas, ella y Waldo. El director se había ido a pasar un par de días con su esposa e hijos y la secretaria, que vivía allí y no tenía familia, había decidido que era un buen momento para viajar a un lugar más cálido que Suiza. El resto de alumnos y profesores tenían un hogar al que regresar y como era habitual se habían marchado el primer día de las vacaciones de invierno.

Caminó el tramo final de pasillo del ala del profesorado y se detuvo frente a una de las trabajadas puertas de madera. Llamó con suavidad.

Entra —contestaron desde el interior de la habitación.

Anthea abrió con calma. Waldo estaba en la cama con su raído pijama de franela y las mejillas rojas a causa de la fiebre. Le resultaba gracioso que un hombre capaz de pasar una semana entera sin pegar ojo no fuese inmune a la gripe.

¿Te sientes mejor? —preguntó la muchacha sentándose a su lado en la cama.

Sí.

Anthea le puso la mano sobre la frente e hizo una mueca.

Estás ardiendo —espetó.

Sobreviviré —replicó él sonriente.

La mano de Waldo le tapó los labios cuando ella se inclinó hacia delante para besarle, la decepción se reflejó en sus ojos verdes.

Te lo pegaré.

Me da igual —farfulló la chica—. Tenemos algo que celebrar.

Waldo sintió un escalofrío ante la idea que le había invadido la mente pero la descartó rápidamente, Anthea no mostraba ningún síntoma que apuntase a aquello y tampoco estaba seguro de si la vería contenta y animada si fuese ese "algo" lo que tenían que celebrar.

¿Tienes fuerzas para bajar al sótano? Piensa que pesas demasiado para que te arrastre de nuevo hasta la cama —arguyó poniéndose en pie—. Tal vez con una carretilla... pero tampoco podría subirla por las escaleras. Tendría que dejarte tirado en el suelo.

Él rió.

Estoy bien para bajar.

Se destapó, se calzó las zapatillas y siguió a Anthea por los pasillos hasta el hogar de su proyecto insólito y revolucionario. Anthea le ayudó a sentarse en la silla que minutos antes había ocupado ella y le tapó con la manta para que no cogiese frío y empeorase, finalmente se caló el abrigo y se enrolló la bufanda al cuello.

¿Se ha fundido la pantalla? —preguntó el profesor viendo en negro un monitor que siempre estaba encendido.

No. La he apagado yo —contestó con orgullo, se estiró por encima de él y llevó el dedo índice al botón de encendido—. ¿Estás listo? —Waldo asintió y ella pulsó el botón—. Te presento el mundo de tus sueños.

Frente a los ojos de Waldo Schaeffer había una inmensa pradera de hierba verde, cascadas, ríos, lagos, montañas y árboles. Entre aquella naturaleza artificial sobresalían unas edificaciones cilíndricas que, según su teoría, tenían que servir de puente entre el superordenador y el mundo real.

Anthea observó la reacción poco animada de él y se sintió algo decepcionada.

Lo siento —susurró—. ¿Querías hacerlo tú? Creí que...

Lo has reescrito —musitó él como si hablase para sí mismo—. Has reescrito el programa.

Yo...

Waldo negó con la cabeza y le acarició la melena roja.

No te disculpes, Anthea. Lo has hecho muy bien. Has encontrado las partes que preparé para que fallara.

¿Qué...? —La pregunta se le atascó en la garganta.

Los americanos no se detendrán ante nada para conseguir esta tecnología —declaró atrayéndola hacia él y la abrazó—. Pero ya no hay vuelta atrás.

Lo siento.

Waldo le dedicó una sonrisa febril.

Anthea, te presento a Xanadu.

¿Xanadu?

Como la ciudad mitológica.

º º º

Lucerna, Suiza.
Sábado 21 de febrero de 1981.

Desde que Anthea había activado Xanadu se habían concentrado en crear una versión reducida del superordenador, lo suficientemente pequeña como para llevársela rápidamente sin parecer sospechoso. No era una tarea fácil. Waldo se hizo con un viejo IBM, un ordenador tan anticuado que daba miedo, lo habían desmontado y vaciado. Habían clonado los circuitos y programas de su monstruo informático y los habían instalado en su viejo IBM. El Xanadu sin fallos estaba oculto en la antigualla y el Xanadu gazapo permanecía en la mole electrónica. En cuanto los americanos pusiesen en marcha a Xanadu este se formatearía y desaparecería.

Aquella mañana de sábado, Waldo había sacado su coche del garaje de la academia Sankt Jakobus, un Alfa Romeo GT de 1975 de un azul brillante. Había cargado el IBM en el asiento trasero y lo había tapado con una manta de viaje. Habían acordado que se lo llevaría ese mismo fin de semana y lo escondería.

El primer indicio de que algo no iba bien llegó a la hora de comer.

En el comedor de la academia, Waldo y Anthea permanecían rodeados de libretas y libros como tantos otros días. Ya a nadie le extrañaba verlos trabajar juntos y la relación que mantenían había pasado totalmente inadvertida, afortunadamente. La secretaria del director irrumpió en el comedor e informó al señor Maurer de que había recibido una llamada. Cuando el director hubo abandonado el lugar la secretaria se quedó allí.

Anthea la miró al notar la insistente mirada de la mujer.

Los bucles rubios le caían sobre los hombros enmarcando su rostro de piel blanca, labios finos y rojos y ojos azules. Su traje siempre elegante y bien planchado le daban un aspecto señorial impropio de una secretaria.

Anthea frunció el ceño, aquella mujer la ponía de los nervios desde el primer día, parecía decir con la mirada «eres escoria a mi lado», pero su mirada aquel día era diferente como la de quien sabe que va a ganar.

La secretaria le dedicó una sonrisa torcida, dio media vuelta y se esfumó.

No supo por qué pero sintió que si no se levantaba en ese preciso instante y salía junto con Waldo del comedor no lo podría hacer nunca.

Vámonos —espetó bruscamente a lo que Waldo respondió con una mirada llena de curiosidad—. Por favor. Salgamos de aquí.

Dame un minuto.

No. Ahora —ordenó recogiendo apresurada los papeles dispersos sobre la mesa.

Sin preguntas Waldo la ayudó a recoger y la siguió. En el vestíbulo se sorprendió al ver que ella caminaba en dirección a la entrada de la academia en vez de ir hacia el sótano, reprimió el interrogatorio al que quería someterla hasta que se vio frente a su coche y ya no pudo hacerlo más.

¿A dónde se supone que vamos, Anthea?

No lo sé.

¿A qué viene esto?

No lo sé —volvió a contestar.

¿Qué pasa?

Ella abrió la boca para volver a dar la misma respuesta, pero una ráfaga de disparos la silenció. En el interior de la academia se oían gritos, quejidos, lamentos y disparos.

Cuando volvió el silencio se dio cuenta de que estaba gritando y de que Waldo la sujetaba por los brazos. La mirada de él permanecía fija en los ventanales del comedor de la academia atento a cualquier movimiento. Tiró de Anthea con fuerza, abrió la puerta del acompañante y la empujó al interior del vehículo sin un ápice de delicadeza para después cerrar, saltó deslizándose por encima del capó del coche y se sentó al volante. Arrancó y tomó el camino asfaltado con un chirrido de neumáticos.

El coche estaba lleno de silencio, lo único que se oía era el motor. Waldo miraba insistentemente los retrovisores temiendo que les siguieran. Habían pasado dos horas desde que se habían montado en el coche e iniciado la huida. Anthea permanecía muda abrazándose a sí misma, los papeles habían acabado desperdigados a sus pies. Tenía miedo y frío. Temblaba.

La carretera estaba desierta y el sol invernal empezaba a ponerse. Waldo consideró que dos horas eran tiempo suficiente como para descartar que les siguieran. Despegó la vista de los retrovisores y miró a Anthea.

Estás traumatizada —declaró estirando el brazo para acariciarle la mejilla pero Anthea se apartó pegando la espalda a la puerta—. Anthea.

Tomó un desvío hacia un camino de tierra, seguramente la entrada a alguna casa apartada de la carretera por la que circulaban, cuando se aseguró de que desde la carretera no verían el coche paró el motor.

—Anthea.

Waldo suspiró al no obtener respuesta y bajó del coche, cerró la puerta con suavidad e inspiró hondo llenándose los pulmones con el aire helado. Rodeó el vehículo y abrió la puerta del acompañante, ella se apartó pero Waldo la sujetó con fuerza por la muñeca y tiró de ella.

—Sal del coche —dijo con firmeza—. Anthea, baja del coche ahora mismo. —Ella se limitó a forcejear tratando de huir hasta la otra puerta—. Si no bajas por voluntad propia te bajaré yo a la fuerza. Anthea.

Tiró de ella con más fuerza hasta haberla sacado del coche y Anthea dejó de forcejear. El aire gélido le golpeó la cara y la obligó a parpadear. Waldo le tomó el rostro entre las manos con suavidad.

—Anthea, vamos a ir a un sitio seguro, ¿me oyes?

—Es culpa mía… —susurró.

—No lo es, cariño.

—Yo puse en marcha Carthago. Es culpa mía…

—Yo te metí en ello. Si quieres culpar a alguien cúlpame a mí.

Anthea se dejó abrazar sin responder al gesto hasta que las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas y sintió que si no se aferraba a algo iba a morirse. Cerró los puños sobre la camisa de Waldo y chilló y sollozó hasta que se quedó sin fuerzas para más, le dolía la cabeza de llorar, le ardían los ojos, le escocía la garganta y sentía una fuerte opresión en los pulmones.

A duras penas logró sentarse de nuevo en el asiento del acompañante pero fue incapaz de cerrar la puerta. Waldo se acuclilló frente a la puerta, permaneció sosteniéndole la mano que mantenía inerte sobre el regazo durante un rato, hasta que comprobó que estaba más tranquila y que reaccionaba a los estímulos con total normalidad. Le besó la frente antes de cerrar y volver a situarse al volante.

Arrancó con suavidad para no volver a sobresaltarla y condujo por el camino de arena hasta llegar al asfalto. Contuvo la respiración temiendo ver la luz de los faros de otro coche que revelaran que sí que les habían seguido, pero la carretera seguía desierta. Miró insistentemente por los retrovisores de nuevo en busca de la amenaza de los hombres de negro. Nadie.

—¿Adónde vamos? —susurró Anthea.

—A Heidelberg, conozco a alguien que me debe un favor —contestó pisando el acelerador y pegando la vista en el asfalto.

—¿Heidelberg? ¿La República Federal? —inquirió alarmada.

—Sí.

—¡Pero es territorio americano!

Waldo esbozó una sonrisa a su pesar.

—¿Estás dándome una lección de geografía?

—¿La necesitas? —farfulló ella. Empezaba a pasársele el susto.

—No estaremos mucho en Heidelberg —declaró—. Cuando tengamos visados alemanes iremos a Schwerin.

—¿Visados alemanes? ¿Schwerin? El muro...

—Se puede cruzar si sabes como hacerlo.

Anthea se mordió el labio. Había un centenar de preguntas rondándole por la mente pero no estaba segura de que plantearlas le diera respuestas. Alargó el brazo hasta rozar la mejilla de Waldo con la punta de los dedos, él retiró la suya del volante y sujetó la de ella.

—Todo irá bien si estamos juntos, ¿verdad? —musitó Anthea.

—Sí, yo cuidaré de ti.

º º º

Schwerin, República Democrática Alemana.
Sábado 28 de febrero de 1981.

Anthea estaba acurrucada en el colchón que habían dispuesto en el suelo de una casa abandonada y en ruinas. Waldo había salido hacía horas. No le había permitido acompañarle alegando que era peligroso. No le parecía mucho más seguro quedarse en aquella casa. No había protestado porque había comprobado que él sabía moverse a la perfección por allí y era consciente de que probablemente se convertiría en un estorbo.

Miró con hastío alrededor. La luz del sol se colaba entre las rendijas de las persianas rotas y otorgaba a los agujeros de bala un aire todavía más siniestro. El suelo estaba lleno de manchas marronosas que seguramente serían de sangre seca, el ejército de Hitler había cometido tantas barbaridades que era probable hubiesen fusilado a los propietarios de la casa en su propia sala de estar.

Los muebles oscuros parecían acecharla con sus puertas descolgadas y cajones entreabiertos, todo lo que había allí dentro parecía amenazarla. Descubrió que veía a sus perseguidores en cada sombra y en cada rincón.

«No puedo seguir así» pensó incorporándose.

Puso en marcha el pequeño generador que Waldo había llevado la noche anterior y conectó el viejo IBM. La imagen de Xanadu surgió perezosa en el monitor de baja resolución, Anthea sintió un escalofrío recorrerle la espalda. En aquel ambiente decadente Xanadu parecía sacado de una pesadilla.

La matriz de datos, que había instalado antes de que destruyesen su mundo, estaba desactivada, no le había dado tiempo a probarla. Anthea suspiró. Ese era un momento tan bueno como cualquier otro para activarla. Pulsó el enter y esperó mientras la barra de carga llegaba al cien por cien, entonces el millar de torres de Xanadu emitieron un aura vaporosa de color azul pálido.

Anthea sonrió satisfecha. Waldo tenía razón. El proyecto Carthago era un herramienta extraordinaria y lograrían hacerla funcionar.

º º º

Europa

Agosto de 1990

Estaba mareada. Se concentró en los sonidos a su alrededor.

Un líquido que goteaba de manera insistente «plic, plic, plic», un lejano zumbido como un ventilador demasiado viejo que se esfuerza por seguir en funcionamiento, y el eco de su respiración. El aire olía a humedad, moho y sudor.

Abrió los ojos despacio, fue inútil. Al principio creyó que el lugar en el que se encontraba estaba a oscuras, pero se dio cuenta de que una tela negra le tapaba los ojos.

Respiró atropelladamente ¿dónde estaba? ¿qué había pasado?

Intentó moverse. No pudo. Yacía de lado en el suelo de algún material parecido al cemento, algo rugoso y que le raspaba la piel del brazo desnudo y la mejilla. Tenía las manos atadas a la espalda y los tobillos y rodillas inmovilizados con lo que a todas luces debía ser cinta americana. No estaba amordazada podría gritar, pero permaneció en silencio esperando escuchar algo.

Le sudaban las manos, se le había formado un nudo en la garganta, se sentía mareada.

«Un ataque de pánico» pensó como si nombrarlo fuese a ahuyentarlo. «Respira hondo y mantén el aire en los pulmones cinco segundos. Suéltalo despacio» pensarlo no lo convertía en algo real, seguía respirando violentamente. Un sonido se aproximaba a ella inidentificable a causa de su mala forma de respirar.

—Veo que ya te has despertado, Anthea Hopper.

Era la voz de un hombre. Profunda, poderosa y serena. Hablaba en inglés con un acento que le hacía arrastrar las palabras. Millones de preguntas se agolpaban en su garganta pero el nudo atado por el pánico le impedía pronunciarlas. Boqueó un par de veces y lo dejó por imposible. Estaba bloqueada por el miedo.

—No esperaba un discurso, pero sí alguna palabra.

El hombre suspiró con un deje de exasperación.

—Algo como: ¿dónde estoy? ¿quién eres? —Hizo una pausa que le puso los pelos de punta—. ¿Dónde está mi hijita? ¿Cuántas balas le has metido en la cabeza?

»A la señora Anthea no le importa lo que le haya pasado a su hija. Menuda madre está hecha.

Quiso gritar pero su voz quedó convertida en un gemido estrangulado.

—¿Dónde está Waldo Schaeffer?

Anthea tenía una única respuesta a aquella pregunta: en algún lugar. Era su acuerdo. Si uno de los dos desaparecía el otro no perdería el tiempo buscando, huiría con Aelita a un sitio que el otro no conociera. Porque evitar que el proyecto Carthago cayese en malas manos estaba por encima del valor de sus propias vidas.

—Te lo volveré a preguntar. ¿Dónde está Waldo Schaeffer?

Anthea esbozó una sonrisa histérica que pretendía haber sido irónica. Si se lo preguntaba era porque había huido a tiempo y esperaba que se hubiese llevado a la niña con él o, al menos, que permaneciera oculta.

Empezó a tranquilizarse al poder razonar con lucidez. Aquella gente no habría matado a Aelita porque muerta era menos útil que viva. La habrían capturado y la tendrían allí, la estarían torturando para que ella hablase y les dijese todo lo que querían saber.

«Es un farol» se dijo a sí misma recuperando la compostura.

—Una vez más —siseó el hombre—. ¿Dónde está Waldo Schaeffer?

—¿CIA? ¿FBI? ¿Interpol? ¿ONI? ¿NIMA?

Oyó los pasos del hombre junto a su cabeza y contuvo la respiración. La sujetó por el pelo y le bajó la tela que cubría sus ojos arrancándole un mechón de rojo. Sintió que los ojos se le anegaban por el dolor, se mordió el labio y contuvo el quejido.

El hombre frente a ella la dejó muda. Lo conocía. Era el cabecilla de los hombres del presupuesto para el proyecto.

Ahora le había visto la cara, había establecido la conexión y supo que la mataría en cuanto tuviese lo que quería.

—¿Tú qué crees?

º º º

Estados Unidos.
1992.

Su vida se había convertido en alguna especie de rutina sádica. Cada mañana entraba alguien en su celda y trataba de arrancarle una confesión a golpes. No había un solo milímetro de su cuerpo que no le doliese. Aunque hubiese querido confesar dónde estaba Waldo no habría podido hacerlo. Se limitaba a esperar a que llegase la paliza que la mataría, ya no le parecía tan terrible la perspectiva de morir, de hecho le suponía un alivio inmenso pensar en que cada día que pasaba era un día menos para irse a la tumba.

La puerta se abrió, Anthea miró a su nuevo visitante con los ojos hinchados y amoratados.

«Es un crío» pensó mirando al muchacho que apenas aparentaba tener veinte años, después pensó en ella misma, en el aspecto que tendría de no tener la cara hinchada, en que su tiempo, de un modo extraño, se había detenido a los veinticuatro.

El hombre titubeó al verla tirada en el suelo con la ropa sucia y rasgada, ensangrentada y magullada. Anthea supuso que tenía peor aspecto del que se imaginaba.

—Me llamo Jethro Atkins —susurró intentando empatizar con ella—. Tú eres Anthea Schaeffer, ¿verdad?

—¿Y qué?

—¿Dónde está Waldo Schaeffer?

—No lo sé —respondió con un hilo de voz.

—¿Por qué no lo dices y ya está? —inquirió el hombre visiblemente incómodo—. Si me lo dices dejaran de hacerte daño.

En la garganta de Anthea se formó una risa que sonó ronca, una de las costillas que tenía rotas se le clavaba y le hacía daño pero no pudo dejar de reír.

—Aunque lo supiera no cambiaría nada —escupió con rabia—. Vendría tu jefe y me metería una bala en el cráneo. Nada más.

—Nosotros no somos los criminales —replicó ofendido—. Sois terroristas. Vuestros plan consistía en atentar contra la humanidad a gran escala.

Por segunda vez Anthea rió dolorida. Era lo más ridículo que había oído en toda su vida.

—¿Terroristas dices? ¿Tengo aspecto de terrorista? —Movió las muñecas encadenadas y sangrantes, Jethro retrocedió—. Mi marido y yo trabajábamos en un proyecto financiado por vosotros. Nuestro único pecado fue no poder hacerlo a vuestro gusto.

»¡Vosotros sois los terroristas y los criminales! ¡Casi matáis a mi niña! ¡Lleváis dos años torturándome para que os diga algo que no sé! —gritó tan alto como pudo—. ¿Es eso la justicia? ¿Esa es tu idea de "los buenos"? ¡Mantener a alguien encerrada en una habitación sin ventanas, siempre a oscuras, atada a una pared! ¡Pegarle día y noche...!

Antes de que pudiera acabar la frase, el hombre había avanzado y le había golpeado con tanta fuerza que la cabeza de Anthea chocó violentamente contra el suelo y perdió el conocimiento.

Continuará

Aclaraciones:

CIA: Agencia de Inteligencia Central (Central Intelligence Agency), junto con la NSA se encarga de recopilar datos mediante el espionaje. Tiene su sede en Langley, Virginia.
FBI: Oficina Federal de Investigación (Federal Bureau of Investigation), forma parte de la rama de investigación del Departamento de Justicia de Estados Unidos. La central del FBI se encuentra en Washington, DC.
Interpol: Organización Internacional de Policía Criminal. Fue fundada en 1923, en ella participan 188 países, es la segunda organización internacional más grande del mundo.
NIMA: National Imagery and Maping Agency, en 1996 cambió su nombre a Agencia Nacional de Inteligencia-Geoespacial (National Geospatial-Intelligence Agency, NGA). Forma parte del departamento de defensa de Estados Unidos así como de los servicios de inteligencia. Con sede en Bethesda, Maryland.
ONI: Oficina de Inteligencia Naval (Office of Naval Intelligence). Es una de las divisiones de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Fue fundada en 1882 lo que la convierte en la más antigua de todas. Su sede se encuentra en Suitland, Maryland.

Escrito el 15 de mayo de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario