sábado, 10 de julio de 2010

ADQST 05.- El diario de William



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

El diario de William

Pasó una semana sin noticias de X.A.N.A., Jérémie estuvo encerrado en su despacho programando quién sabe qué chisme. Y Aelita iba de un lado a otro inquieta.

Por su parte Odd había puesto al día a su chica sobre todo lo ocurrido con X.A.N.A., aunque había omitido la parte sobre la vuelta al pasado y lo que eso le provocaría. Sissi tenía una cosa muy clara ¡aquello era una locura! Odd era muy imaginativo, pero ni él hubiese sido capaz de inventar algo así. Un virus informático psicópata obsesionado con matar a Aelita, un ex-profesor de Kadic, perdido en el mar digital, fuese lo que fuese eso, que además era el padre de Aelita y al que habían tratado de rescatar muchas veces, máquinas de ciencia ficción, mundos virtuales…

Había acabado con jaqueca y necesitando unos días para asimilarlo como buenamente pudo.

Sometieron a votación qué hacer con Sissi, y de manera unánime, acordaron escanearla para evitar así que X.A.N.A. pudiese tomar control de ella, pero nunca pondría un pie en Lyoko, eso era demasiado arriesgado.

Aelita se había enfrascado en la limpieza general de la casa, a pesar de que el día anterior, entre todos, la habían dejado como una patena. Al parecer luchaba contra una mancha invisible en el parqué del salón.

—Vas a desgastar el suelo, princesa.

—Odd… —susurró.

—¿Qué te pasa?

Aelita esbozó una sonrisa triste.

—¿Podrías acompañarme a la ciudad?

—Sólo deja que coja mi disfraz —dijo girando sobre sus talones y cogiendo unas gafas de sol de la repisa del mueble—. ¡Listo para una excursión por los confines del mismísimo infierno! —exclamó sonriente.

Aelita parpadeó viendo como se las ponía y echó a reír. Era un camuflaje estúpido. Los Replika, el grupo de música de Odd, se habían hecho muy populares en Francia, y eso significaba legiones de fans, algunas histéricas, otras obsesionadas y alguna que otra centradita, acompañadas de paparazzi. Él era uno de los más deseados del grupo, con todo lo que eso implicaba.
Odd besó a Sissi antes de irse con Aelita, y cuando se cerró la puerta, la morena, buscó a Yumi a toda prisa. No sabía cuanto tiempo tardaría su chico en volver y no quería que la pillase por nada del mundo.

Imaginó que estaría en el jardín, al parecer le encantaba estar allí. Abrió la cristalera y la vio sentada en el césped con las piernas cruzadas. Ulrich también estaba allí, entrenando. Se daban la espalda quizás se habían enfadado y jugaban a ignorarse, se encogió de hombros. Por más años que pasaran no lograría entenderles.

Se armó de valor para encarar la situación. Sissi Delmas sentía que no sabía como actuar.

—Yumi, ¿puedo hablar contigo?

—Claro —concedió extrañada.

Sissi se sentó en el suelo con gesto pensativo. Ulrich las miró de reojo, tomó sus cosas y volvió adentro, lo que menos le apetecía era escuchar una conversación de chicas que seguramente acabaría mal.

—¿Te acuerdas del chucho de Odd?

—¿Kiwi? —preguntó la japonesa.

—Sí ese. Verás… debo reconocer que odiaba a ese bicho asqueroso que se empeñaba en comerse mis zapatos y vestidos —gruñó con fastidio—. Pero aún y así… bueno, no sé muy bien como explicarlo. Pensaba que contigo me costaría menos que con el matrimonio Einstein…

—Nada mejor que una vieja enemiga, ¿no? —Sonrió quitándole hierro al asunto.

—Odd quería a ese chucho —dijo algo más relajada—. La cuestión es que se murió.

Yumi asintió. Aelita le había explicado un poco por encima la historia, Kiwi se había escapado durante una gran nevada y entre el frío y que ya era bastante mayor, la aventura del perro no había acabado nada bien.

—No entraré en detalles —espetó con algo de tristeza—. Odd se pasó días muy deprimido, ya sabes. Me gustaría… si es que puedes ayudarme… hacer algo para animarle. —Finalizó con tono de suplica.

—¿Tienes… alguna idea?

Sissi alzó la cabeza sonriente, tenía cierto temor a que se levantase y la dejase allí sentada con cara de idiota.

—¿Vas a ayudarme?

—Por supuesto. Odd es mi amigo.

—Gracias.

—Podemos hablarlo con los demás, entre todos encontraremos algo.

Las risas invadieron L'Hermitage, algo que no ocurría desde hacía tiempo.

Jérémie estaba encerrado en su despacho en el piso superior. Intentaba reprogramar el Skid, pero lo único que conseguía eran mensajes de error. Estaba harto. También estaba cansado. ¿Es qué no podría librarse nunca de X.A.N.A.?

Se quitó las gafas y frotó sus doloridos ojos, una cabezadita le iría de fábula, pero no podía confiarse. X.A.N.A. no dormía nunca, aunque parecía estar tomándose unas vacaciones.

El timbre sonó, una y otra vez, insistente e irritante. Jérémie se levantó de mala gana dejando a un lado su proyecto y bajó las escaleras. Ni rastro de sus amigos. Abrió la puerta con ímpetu asustando a un hombre de mediana edad, ataviado con el uniforme de correos, que cargaba con un paquete envuelto con papel de embalaje marrón. El hombre carraspeó y miró el albarán prendido en el bulto.

—¿La señorita Aelita Schaeffer? —preguntó con voz insegura.

—No está —se apresuró a contestar, sorprendido porque fuese dirigido a Aelita Schaeffer en vez de a Stones o a Belpois—. Soy su marido, Jérémie Belpois.

—Necesito una identificación, señor Belpois.

Jérémie asintió y extrajo su cartera de piel del bolsillo trasero de su pantalón, sacó su carnet de identidad y se lo ofreció al hombre. Este anotó los datos en su hoja de reparto y le dio la identificación junto al albarán que debía firmar. Una vez hecho le entregó el paquete.

Jérémie cerró la puerta con el ceño fruncido. Algo no iba bien. ¿Por qué Schaeffer? Ese apellido había quedado en desuso, precisamente con la intención de proteger a Aelita de los hombres de negro.

Sabía que estaba mal, pero la preocupación por su mujer era mayor que cualquier otra cosa. Rasgó el embalaje revelando una vulgar caja de cartón, que no dudó en abrir. Envuelto en varias capas de papel burbuja había un librito de tapas blancas. Miró la inscripción de la portada y abrió los ojos sorprendido.

—No puede ser… —susurró.

Por su parte William y Yumi estaban en un bar con Matthias Burel, Maïtena Lecuyer, Priscilla Blaisse, Emmanuel Maillard y Anaïs Fiquet, recordando los viejos tiempos. En aquel momento su conversación giraba en torno a los profesores Jim Morales y Suzanne Hertz y su relación, en apariencia, platónica. Nunca les habían visto muestras de cariño, pero había que ser ciego para no ver que algo había.

—Hablando amores raros —dijo Maïtena— ¿Qué ha sido de Ulrich Stern?

Yumi casi se atragantó con el refresco de cereza y William aguantó la risa, por respeto a su amiga, pero el resto no lo hizo. La relación de Yumi y Ulrich siempre les había resultado graciosa, la chica misteriosa y dura y el chavalillo, un año menor, bajito y gruñón que siempre la miraba a distancia con una sonrisa soñadora.

—Ahora que estás con William debe haberse deprimido —continuó Anaïs.

—¡Ey, ey! —intervino William—. Sólo somos buenos amigos —dijo con tono relajado—, aunque no será por que no lo haya intentado.

—¡Brindo por ti, amigo!

Matthias alzó su jarra de cerveza para chocarla con la de William, rápidamente se les unió Emmanuel. Las chicas suspiraron como única respuesta.

—Ahora en serio —Priscilla puso una mano sobre el hombro de la japonesa—. ¿Has vuelto a verle?

—Ah… sí —contestó con seguridad arrepintiéndose al instante—. A todo el grupo. Estamos pasando unos días todos juntos aquí… eh… bueno, quiero decir que —titubeó—. Somos amigos, ¿no? No voy a…

—Una explicación tan tonta seguro que esconde un gran secreto detrás. —Maïtena hizo señas a las chicas para replegar filas acercándose a Yumi. Entonces susurró—. Tú sigues loca por él, ¿no es verdad?

Enrojeció al instante y contuvo un grito que amenazaba con oírse hasta en Japón. Negó frenética con la cabeza por miedo a hablar, y que su voz sonase como la de una soprano a la que le hacen cosquillas en la planta de los pies. ¡Cómo odiaba ser tan obvia!

—¡Sí que lo está! —canturrearon las chicas.

—¿Y qué? —refunfuñó.

Su reconocimiento los pilló a todos por sorpresa, pero se repusieron rápidamente con un nuevo brindis, esta vez de Emmanuel, al que en esta ocasión se unieron las chicas.

Fue una tarde divertidísima. William y Yumi regresaron a L'Hermitage dando un paseo por el bosque, él había puesto su chaqueta de cuero sobre los hombros de Yumi que tenía frío. Caminaron en silencio.

Al entrar en casa les sorprendió el silencio sepulcral, intercambiaron miradas y fueron hasta el salón, el único lugar donde había luz. Aelita, Jérémie, Ulrich, Odd y Sissi estaban sentados en el sofá y las butacas en torno a la mesita baja, frente a ellos había dos más vacías, evidentemente reservadas para ellos. Los miraron con una mezcla de decepción, odio, dolor, pena y desconcierto.

—¿Qué? —Rompió el silencio Yumi que empezaba a ponerse nerviosa por tantas miraditas.

—¿Sabes que es esto, William? —preguntó severo Jérémie.

El joven analizó el libro blanco que le mostraba y se encogió de hombros.

—¿Es una pregunta trampa? Diré que es un libro y entonces me dirás que es una caja, o algo así, ¿no? —bromeó, pero su sonrisa se borró de su cara al ver que todos les miraban mal.

Jérémie le dio la vuelta mostrando la portada, en ella, en grandes letras rojas, ponía "El diario de William". Yumi giró a mirarle bruscamente. William sólo lo miraba sin comprender, estaba tentado de reír. Si era una broma no tenía gracia.

—¿El apellido Schaeffer te dice algo?

Sopesó la posibilidad de hacerse el tonto, pero supo que eso sólo empeoraría esa situación.

—Es el verdadero apellido de Aelita, el de Waldo Franz Schaeffer.

Aelita sintió una punzada en el pecho al escuchar el nombre completo de su padre.

—Exacto —prosiguió Jérémie—. Esta tarde lo ha traído un mensajero a nombre de Aelita Schaeffer.

—¿Y eso que tiene que ver conmigo?

—Jérémie sospecha que lo has escrito y enviado tú —aclaró Odd.

William rió y se sentó de golpe en la butaca.

—Es la broma más estúpida y pesada que me han hecho en la vida —dijo. Alzó la mano para evitar que nadie replicase—. Por que espero que sea eso, una maldita broma sin gracia. Juré no decir una palabra de Lyoko, juré no decir nada sobre Aelita, Franz Hopper, Anthea Hopper, la fábrica y demás —gruñó cabreadísimo—. Espero que no me estéis acusando en serio sobre algo de lo que ni siquiera tenéis pruebas.

Los cinco bajaron la mirada a la mesa. Yumi se situó junto a William, de pie, con una mirada triste.

—¿Qué pone en ese diario? ¿tan grave es? —siguió con frialdad, una actitud muy diferente a la que mostraba habitualmente—. ¿Habla de mi plan diabólico para dominar el mundo? ¿Dice que soy un espía del gobierno de un país perdido? Vamos… decid algo. Si hacéis una caza de brujas hacedla bien, joder.

—No sabemos que pone —dijo Aelita sin alzar la mirada—. Creemos que está en japonés.

—¿Puedes traducirlo? —le preguntó Jérémie a Yumi tendiéndole el diario.

Ella asintió y leyó en voz alta:

Lo que voy a explicar puede sonar a fantasía, pero es la pura verdad.
Existe un lugar maravilloso, Lyoko.
Lyoko está formado por cuatro terrenos, el glacial, el desierto, el bosque y las montañas. Existe un quinto territorio, a mí me gusta llamarlo cibernético, aunque es algo ridículo teniendo en cuenta que es parte de un mundo virtual.
Pero como todo lugar idílico tiene una parte menos amable. En Lyoko vive un ser hostil, X.A.N.A., es un virus informático dotado de inteligencia artificial y, si me permitís la licencia, tiene bastante mal carácter.
Empezaré con mi terreno favorito, el glacial.
Es una basta extensión de hielo. Hay montañas nevadas, puentes helados, icebergs…

—¿¡Cómo has podido!? —gritó indignado interrumpiéndola. Se subió las gafas.

—¡Yo no he escrito eso!

—¿Y cómo explicas que ponga tu nombre? "El diario de William", es bastante explicito, ¿no?

—No ha sido él —intervino Yumi.

—Le defiendes porque es tu novio —continuó Jérémie con tono despectivo.

—Eso es una estupidez —replicó sin inmutarse—. Primero, no sería tan idiota como para poner su nombre en algo así. Segundo, ¿por qué iba a mandarlo por correo a nombre de Aelita? Es tan ridículo que hasta da miedo —dijo pasando varias páginas inexpresiva—. Tercero, por la caligrafía, el dominio de los kanji, la fluidez del texto y demás, es evidente que lo ha escrito alguien que ha crecido y estudiado en Japón.

—Yo le he oído hablar en japonés con tu móvil —declaró Sissi con timidez.

—Que sepa hablarlo no implica que sepa escribirlo. El japonés es uno de los idiomas más complejos. —Sonrió a sus amigos—. No dudo que sepa usar los silabarios katakana y hiragana, incluso algún que otro kanji, pero mirad esto. —Les mostró el texto, señalando uno de los párrafos—. Está íntegramente escrito con kanji y la mayoría de ellos son poco comunes, ni siquiera yo los uso.

Intercambiaron miradas escépticas. La japonesa extrajo su portátil de la mochila, abrió el procesador de texto y tecleó su nombre convirtiéndolo en kanji: 石山 弓 .

—¿Puedo usar tu impresora?

Aelita la puso en marcha asintiendo. Segundos después salió un papel impreso con los tres kanjis. Se lo dio a William junto con un bolígrafo.

—Escríbelo.

El moreno obedeció, tenía el ceño fruncido y le temblaba el pulso. Parecía tan sencillo de escribir… pero era todo un reto. Trazó las líneas que formaban cada carácter, vacilante. Cuando acabó todos notaron que ninguno de los tres kanjis tenía el mismo tamaño. Yumi tomó el papel y los escribió debajo de los de William.

—Los extranjeros tendéis a hacer los trazos demasiado rígidos, porque lo primero que os explican es que el significado de un kanji puede variar si haces un trazo más corto, inclinado incorrectamente, si pones uno de más o si dejas una pequeña mancha de tinta.

Escribió uno de los que aparecían en el diario " 氷 ", eliminó uno de los trazos " 水 ", y finalmente modificó uno de ellos " 永 ". Y añadió los significados: 氷 hielo; 水 agua; 永 eternidad.

—Ya entiendo lo que querías decir… —dijo Jérémie—. Pero si no ha sido él, ¿entonces quién?

—No lo sé, pero por la caligrafía diría que sabe esgrima.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Ulrich.

—La destreza con el pincel marca la destreza con una katana. —Se interrumpió—. Esto lo ha escrito alguien muy hábil. Pincel, papel de arroz e hilo dorado parece sacado del Sengoku.

—¿Eso es un manga? —Sissi enarcó las cejas interrogativa.

Yumi sonrió.

—La era Sengoku fue un período muy convulso en Japón. Allí no usamos los años como vosotros, hablamos de eras. Actualmente estamos en la era Heisei.

Jérémie se levantó y salió, confuso y desorientado, no comprendía nada. William regresó al bosque, estaba enfadado. Odd se llevó a Sissi y a Aelita a cenar algo a un restaurante cercano. Pasase lo que pasase era más fácil pensar con el estómago lleno. Ulrich y Yumi se quedaron sentados, el uno frente al otro, en silencio. Ella no había despegado la vista del librito y él no sabía que decir.

La noche cayó, el cielo cargado de estrellas y el aire frío, acompañaban el ánimo de los guerreros de Lyoko.

El despertador de Ulrich sonó y él lo apagó de un golpe certero, odiaba ese chisme infernal. Cogió sus cosas en silencio para no despertar a los demás y una vez listo bajó a la cocina a desayunar. Y finalmente, pasó por el salón en busca de su copia de las llaves.

La lámpara de la mesita junto al sofá estaba encendida. Yumi estaba allí, dormida con el libro blanco aún entre sus manos. Ulrich sonrió al verla. Tomó una manta y la arropó. Al sentir el contacto del tejido ella abrió los ojos.

—No quería despertarte. —Ulrich se sonrojó al ser descubierto.

—¿Qué hora es?

—Las cinco y cuarto ¿has dormido aquí?

—Estaba leyendo el diario y me he dormido… —Se frotó un ojo somnolienta—. ¿Qué haces levantado tan temprano?

—Trabajo. Vamos a una exhibición en París.

Apartó un mechón rebelde de su frente dejando que sus dedos rozasen su piel.

—¿Hay algo interesante?

—Las cuarenta y tres primeras páginas son una descripción bastante exacta de los cinco sectores —dijo sentándose—. Pero después…

Ulrich la miró intensamente, esperando a una continuación que parecía no llegar. Finalmente Yumi suspiró con pesadez.

—Ulrich, no sé que hacer…

—¿Sobre qué? —preguntó temiéndose algo espantoso.

—No sé si debería explicárselo a Aelita —alzó la vista hasta encontrar la de él—. Hay mucha información sobre ella y su padre, cosas de cuando era una niña. Los datos son muy precisos.

—Tendrías que decírselo.

Asintió en silencio.

—Ahora lo que tienes que hacer es irte a la cama —le recomendó—. Te dolerá la espalda si sigues durmiendo aquí.

—Buena suerte. —Le besó en la comisura de los labios antes de ponerse en pie—. Espero que ganes.

La sonrisa de enamorado soñador le duró toda la mañana, tanto fue así, que Kento prefirió no decirle nada por si le volvía el mal humor. Tener a Ulrich de buenas siempre jugaba en su favor, incluso parecía más concentrado de lo habitual. Estaba ganando todos los combates a la velocidad de la luz.

Durante el receso todos los teléfonos móviles sonaron a la vez, al otro lado de la línea sólo se oía un zumbido eléctrico. Ulrich abrió los ojos alarmado, conocía ese sonido.

X.A.N.A.

Y entonces un fuerte estallido lo cubrió todo de polvo.

Ulrich tosió. Aturdido apartó los cascotes que habían caído sobre él.

Tengo que llamar a Yumi —pensó, eso fue lo primero que pasó por su cabeza. Ni la gente, ni X.A.N.A. Sólo llamar a Yumi.

—Hola Ulrich —contestó ella al otro lado de la línea telefónica.

—Me parece que X.A.N.A ha lanzado un ataque.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó sorprendida—. El superescáner acaba de detectar una torre activada, estamos yendo a la fábrica.

—Se ha hundido el techo —pronunció con dificultad—. Creo que… estamos todos más o menos bien.

—¿Seguro que estás bien? —inquirió nerviosa—. Vamos a desactivar la torre y haremos una vuelta al pasado.

—Sí. Voy a echar un vistazo por aquí.

Se levantó como pudo, le dolía la rodilla izquierda una barbaridad. Sabía que los críos habían conseguido salir a tiempo, pero le preocupaba la gente que estaba en la pista. Vio a Kento, que se ponía en pie aturdido, a unos metros de él.

—¿Estás bien, tío?

—Es como tener una resaca —dijo frotándose la nuca— ¡Wow! ¿Qué demonios ha pasado?

—Toma. —Le puso el móvil en la mano—. Habla con Yumi, voy a ver cómo están los demás.

Se movió entre los escombros prestando atención a los heridos que se amontonaban por todos lados. Tenían contusiones y algunas fracturas, nada realmente grave, suspiró aliviado sabiendo que una vuelta al pasado lo solucionaría sin dejar rastro.

Mientras tanto el resto corría por el puente que llevaba a la fábrica, habiendo vidas en peligro tenían que darse prisa.

El ascensor. La sala del ordenador.

Yumi se apartó el móvil de la oreja bruscamente y palideció.
—¡Kento-san! —gritó— ¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha pasado? —continuó gritando en japonés.

Se ha desplomado otra parte del tejado —contestó tosiendo—. ¡Oh, no! Ulrich estaba allí.

William la sostuvo cuando pareció que estaba a punto de caerse al suelo.

¿Está bien? ¡Dime qué está bien!

Espera —murmuró—. Me acercaré a comprobarlo.

Kento se mantuvo en silencio unos segundos, hasta llegar a su compañero de trabajo, segundos que la japonesa se le hicieron interminables.

—Estoy bien —susurró con voz pastosa Ulrich—. ¡Au! Eso ha dolido.

Ella dejó escapar una risa nerviosa.

—Daos prisa con lo de la torre.

—¡Sí! —exclamó.

Pero Jérémie no se movió.

—No voy a mandar a nadie a Lyoko sin saber si puedo confiar en William —dijo sin más.

—No es momento para tonterías —chilló Odd.

—Decid lo que queráis, no voy a correr riesgos.

Yumi se mordió el labio inferior con rabia, y le propinó una sonora bofetada a Jérémie. El chico cayó al suelo y se frotó la dolorida mejilla, demasiado sorprendido como para reaccionar.

—Ulrich podría morir… ¿no lo entiendes? —dijo con la voz rota.

Aelita la acompañó a un rincón de la sala.

—Sigue hablando con él, que no se duerma —le pidió con voz tranquila.

Cuando la vio obedecer regresó junto a su marido y amigos.

—Jérémie, tenemos que ir.

—Quieras o no vamos a ir. —Odd dio un paso adelante

—¡Ulrich! ¡Ulrich! Sigue hablando —exclamó Yumi al borde de la histeria.

William se adelantó para encararle directamente.

—Jérémie, me da igual si me odias y desconfías de mi —gruñó poco amistoso—. Pero Ulrich es uno de tus mejores amigos ¿vas a dejar que muera?, ¿por tu estúpido orgullo? ¿Por qué eres demasiado idiota para admitir que te equivocas?

—Odd, Aelita a los escáners, rápido —masculló sentándose frente al teclado.

Yumi seguía tratando de hacer hablar a Ulrich, sin éxito, y empezaba a sollozar. William la hizo sentarse y la abrazó con fuerza, acariciándole el pelo.

En el pabellón de deportes parisino Ulrich mantenía los ojos cerrados, oía las súplicas de Yumi lejos, muy lejos…

Continuará
Aclaraciones:
Era Heisei: es la era actual empezó en 1989 con el nombramiento del emperador Akihito, tras la muerte de su padre en 1989. Le precedió la era Shôwa (1926-1989).

Periodo Sengoku: o Sengoku Jidai (período de los estados en guerra), fue un período muy largo de guerra civil en Japón. Comenzó en 1467, a finales del período Muromachi o era Ashikaga (1336-1573) junto con la guerra de Onin (1467-1478), hasta el 1568, iniciando el período Azuchi-Momoyama (1568-1603) con la llegada del shogunato Tokugawa.

Escrito el 09 de julio de 2010

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