sábado, 10 de septiembre de 2011

ADQST 18.- Incertidumbre


Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Incertidumbre

No iba bien. X.A.N.A. sabía que había algo que fallaba. Primero su desastrosa entrada en Xanadu durante la que el cuerpo de la muchacha se había convertido en una cárcel de la que era imposible escapar. Había sentido dolor, un dolor tan intenso que no podía creérselo. X.A.N.A. no era un persona era un virus informático, no debería sentir dolor ni ningún otro tipo de sensación o sentimiento. Segundo la maniobra para desestabilizar a su ejército y la consecuente desactivación de la torre desde algún lugar que no era la fábrica e ilocalizable. Y aquello le molestaba más que cualquier otra cosa ¿cómo podía alguien darle esquinazo sin dejar rastro? Era una ofensa para sus habilidades y un insulto a su inteligencia. Y tercero, seguramente lo que más le preocupaba, una pregunta que le había vuelto a asaltar con insistencia. ¿Quién era?

Su casa. No había tenido ocasión de verla con claridad, aún y así lo poco que había visto era lo más hermoso que había visto jamás.

X.A.N.A. se removió impaciente en su rincón oscuro del ciberespacio, era momento de activar otro superordenador.

William y Yumi se miraron ligeramente sorprendidos por el corto margen de la vuelta al pasado.

—...es un piso muy luminoso. —La voz cantarina de Charlotte Lafitte repitió aquella frase pronunciada con anterioridad—. Hay luz casi todo el día.

—Genial —atajó William—. Me lo quedo, lo alquilo.

—Pero aún no le he ensañado...

—No necesito ver más, me ha convencido, señora Lafitte. Es una vendedora estupenda.

La mujer clavó su mirada en Yumi que le devolvió una sonrisa llena de compasión, la vuelta al pasado sólo había logrado que el interés de William en lo que le contaba cayese en picado.

—Hay una chimenea...

—¿En serio? —preguntó con tono indiferente—. Estupendo, ¿cuándo firmamos?

Los puños cerrados de Charlotte temblaron de rabia, se mordió el labio inferior corriendo parte del pintalabios rojo. Determinó que no iba a dejar huir a su joven presa así como así, por lo que se desabrochó varios botones de la camisa blanca. Yumi suspiró ante ese gesto repetido para ella, al menos ya no le resultaba tan violento como la primera vez.

William siguió a la mujer descocada hasta la sala colindante para firmar el precontrato de alquiler, mientras ella permanecía inmóvil junto a aquel enorme ventanal desde el que se veía la fábrica. Frunció el ceño tratando de ver a través de los gruesos muros de ladrillo y hormigón. Si pudieran descubrir algo más sobre ese cacharro infernal donde dormía X.A.N.A. Si supiesen algo más sobre la familia de Aelita y por qué demonios habían creado aquello. Si encontrasen el modo de arreglarlo...

No había nada que hacer. Era como pensar a través de gelatina.

El móvil vibró en el bolsillo trasero de su vaquero, lo sacó mecánicamente sin mirar el número de la pantalla y se lo llevó al oído.

—¿Diga?

Yumi-chan. —La voz al otro lado de la línea con su peculiar acento japonés como traído de otra época le hizo sonreír.

Abuela —contestó ella cambiando a su idioma—. ¿Ha pasado algo?

¿Es que sólo puedo llamar a mi nieta cuando pasa algo? —replicó la anciana con tono jovial—. Quería ver cómo te iba por Francia, cuando William-kun y tú os marchasteis parecías nerviosa.

Yumi sonrió, su abuela siempre se daba cuenta de todo lo que pasaba, era muy observadora. Se apartó del ventanal y se sentó en el suelo de parqué pulido con las piernas cruzadas en posición de loto. Echó un rápido vistazo a su reloj, en Japón estaban en plena madrugada pero no le dio importancia, su abuela era más nocturna que diurna.

Va todo bien. Es que... bueno, hacía años que no les veía y... —Suspiró revolviéndose el pelo—. Ya sabes, era un poco de incertidumbre.

¿El alemán? —lanzó la pregunta como si de un dardo se tratase.

Yumi soltó un bufido y su abuela rió divertida.

¿Pretendes que crea que tu nerviosismo no tenía nada que ver con él?

Abuela...

¿Qué? No me digas que se ha casado con otra y tiene siete hijos.

La muchacha rió a su pesar.

No. Está soltero, aunque no sé si puedo añadir el "y sin compromiso". No le he preguntado ni voy a hacerlo —replicó con naturalidad—. No es asunto mío.

No seas niña.

Lo primero que hizo Ulrich fue frotarse el estómago, la herida había desaparecido, claro que eso era de una lógica aplastante. Odd se levantó pensando en si Sissi estaría aún dentro de la casa o en el exterior, y sobre todo, en si estaría bien.

Jérémie se puso en pie de un salto.

—¿Qué...?

—¿Qué pasa Jérémie? —inquirió Aelita sobresaltada y preocupada.

—Yo no he activado ninguna vuelta al pasado...

De repente tanto Odd como Ulrich se olvidaron de sus mutuas preocupaciones para mirar a Jérémie que estaba pálido como la cera. Aelita se mordió el labio inferior con el ceño fruncido.

—¿Nos han pirateado el superordenador? —La pregunta de Aelita resonó en el jardín como si acabase de usar un megáfono.

—¡Eso es imposible! —replicó Jérémie escandalizado ante la simple idea.

Ulrich le dio un codazo en las costillas a Odd llamándole la atención para dejar a los cerebritos discutir tranquilos. Odd se sintió agradecido por tener una excusa para ir a comprobar el paradero de Sissi y si estaba bien. Ni Jérémie ni Aelita parecieron darse cuenta de que sus dos amigos atravesaban el jardín en dirección al interior de la casa.

—Pero si tú no has activado la vuelta al pasado y yo no he desactivado la torre —arguyó la muchacha—. ¿Qué otra opción queda?

—X.A.N.A. la habrá desactivado y ya dominó una vez la vuelta al pasado. —Jérémie se estampó la palma de la mano contra la frente—. No puede ser... bloqueé su acceso al programa del salto al pasado.

—Antes de que la torre se desactivase —musitó ella—. Vi una palabra en el terminal.

—¿Cuál?

—No estoy segura, apenas fue un segundo. Creo que ponía: Aníbal.

Jérémie la sujetó por los brazos con los ojos azules y serios clavados en los verdes y sorprendidos de ella. Una reacción un poco bruta para ser de él.

—¿Estás segura? —La voz le salió fría e impersonal.

—Me haces daño, Jérémie —protestó. Se frotó los brazos con un mohín cuando la soltó—. No lo sé seguro, ya te lo he dicho, sólo fue un segundo. Pero ¿qué importancia tiene?

—El diario de tu padre. Hubo una parte que nunca llegué a ver, no después de lo de la marabunta y en casco, aunque eso fue un error enteramente mío, me preocupaba dar con más programas destructivos como ese. —Agachó la cabeza—. Y desterré los archivos del diario hasta hace unos años.

—¿Volviste a poner en marcha el superordenador?

—No. Lo copié antes de apagarlo. Lo tenía guardado en un pendrive.

—¿Por qué? —siseó.

Jérémie le apartó algunos mechones rojizos de la frente con delicadeza.

—Por ti, porqué pensé que tal vez algún día querrías saber que hay.

—Cosas sobre el superordenador —dijo ella.

—Y su imagen —replicó él—. Es un videodiario.

—Ya...

Odd comprobó con horror que Sissi no estaba en el salón trabajando para cuadrar los bolos del grupo con las futuras entrevistas y el resto de cosas de las que se encargaba. Su agenda de tapas rosas permanecía abierta en el día uno del mes de mayo con una frase a medio escribir en tinta verde "Hablar con el señor Bed". Acarició con la punta de los dedos la caligrafía grande y redondeada de Sissi. Algo la había interrumpido, seguramente el ataque de X.A.N.A.

¿Estaría en la fábrica? ¿Prisionera en Xanadu de nuevo? ¿Desmayada en algún punto entre L'Hermitage, la escuela y la fábrica?

El pulso le palpitaba en las sienes, el inicio de una migraña. Tenía que moverse, quedarse allí plantado como un pino preguntándose dónde podía estar Sissi no era la mejor solución.

—Arriba no está. —La voz de Ulrich le sacó de su ensimismamiento—. ¿Has mirado por aquí?

—Iba a hacerlo ahora.

—Déjalo, ya lo hago yo. Intenta llamarla por teléfono.

Odd suspiró y marcó el número mientras su amigo registraba la planta baja con detenimiento. La voz grabada le anunció que el teléfono estaba apagado o fuera de la zona de cobertura, odiaba esa dichosa voz repipi, fría y burlona que parecía no tener nada mejor que hacer que tocarte las narices cuando estabas de peor humor.

—No está en la casa —declaró Ulrich—. ¿Ha habido suerte con la llamada?

—No.

El rubio echó a andar dirección a la salida de L'Hermitage, si no estaba en la casa sólo podía estar fuera. Pasó junto a Jérémie y Aelita sin prestarles atención seguido de cerca por Ulrich. No estaba siendo ni práctico ni razonable, pero seguramente él en su situación tampoco lo sería. El viejo sendero estaba despejado y tan solitario como siempre, por allí no había rastro de Sissi. Ulrich le dio un tirón del brazo a Odd al llegar al punto donde el camino se dividía, buscar sin ton ni son no servía de nada.

—Espera —gruñó en respuesta a la mirada asesina de su amigo—. Tú ve hacia la fábrica, yo revisaré los alrededores de la escuela. Si nos dividimos el terreno será más fácil dar con ella.

—No, yo iré a la escuela —protestó Odd.

Ulrich negó con la cabeza, algo le decía que no era buena idea dejar que Odd fuese a Kadic, la reacción que había tenido cuando Sissi iba en busca supuestamente de cobertura le había dado mala espina.

—Es más probable que esté en la fábrica —arguyó el castaño—. Estará asustada y seguro que tiene ganas de verte.

—Supongo que tiene lógica —admitió a regañadientes pero sin quitar la mirada enfurruñada.

—Entonces... ¿Quién la encuentre que llame?

Odd asintió antes de salir corriendo como una exhalación. No debería sorprenderle, al fin y al cabo habían compartido habitación durante años y se había acostumbrado a su actitud impulsiva. A diferencia de Odd, caminó por el camino de arena levantando algo de polvo hasta la valla de Kadic, podría saltarla sin mucho esfuerzo y preguntar dentro si la habían visto pero le parecía una idea bastante estúpida. Recorrer el perímetro de la escuela sería lo mejor.

—¿Stern? —La voz chirriante le trajo pésimos recuerdos de su pasado estudiantil, pero no podía darse la vuelta e ignorarle sin más—. ¿Eres tú?

—Hola Hervé —saludó sin ganas.

—¿Qué haces ahí? Es propiedad privada.

—Que yo sepa el bosque es un espacio público. No estoy dentro de la escuela.

—Pero hay niños. Menores.

—No me gusta lo que acabas de insinuar —gruñó Ulrich tentado de pegarle un tirón de jersey verde y estamparle contra la valla.

Hervé le dedicó una sonrisa altanera, que en otro tiempo no habría tenido el valor de esbozar, sintiéndose satisfecho de haber herido el orgullo de su antiguo rival con sus palabras. Le guardaba rencor, por supuesto, tantos años viviendo a su sombra para que después no obtener más que disgustos.

—Tus amiguitos y tú Stern, me dais pena. La inmigrante rarita, el gamberro estúpido, el matrimonio friki, el futbolista fracasado y el músico patético... —Rió burlón apartándose un poco de la verja.

«Sólo quiere provocarte» se dijo hundiendo las manos en los bolsillos de sus vaqueros. «Quiere que le contestes. No caigas...»

—Y la putilla patética.

—Tienes una forma muy rara de piropear a la chica que se supone que quieres —pronunció las palabras con tono calmado pese a la rabia que sentía.

Odd sostuvo con fuerza la soga que colgaba una de las vigas de la entrada a la fábrica, la escalera hacía décadas que se había derrumbado y, aquellas cuerdas eran la única manera de entrar desde el puente. Se deslizó sin hacer ruido hasta que sus pies toparon con el suelo levantando una nubecilla de polvo.

La planta baja de la fábrica estaba desierta y en el más absoluto de los silencios, Odd recorrió el lugar con la mirada antes de montarse en el ascensor. Pulsó el botón y el aparato inició el descenso con un quejido metálico y una leve sacudida. La puerta se abrió en a sala de mando del superordenador, allí no había nadie y el holomapa estaba apagado, lo que según su experiencia significaba que no había nadie en Lyoko. Pulsó de nuevo el botón y el elevador le llevó hasta la sala de los escáneres, la luz subió de intensidad cuando Odd puso los pies fuera del ascensor.

Las puertas de las tres cabinas estaban abiertas y con las luces encendidas. Reconoció las botas rojas de media caña que sobresalían de una de ellas.

Se quedó estático. Aunque su reacción natural hubiese sido abalanzarse sobre el escáner y sacarla en volandas descubrió que le daba demasiado miedo el estado en que pudiese encontrarla. El pulso le latía, acelerado, en los oídos y su respiración trabajosa le provocaba un punzante dolor en los pulmones. Tenía que moverse y comprobar cómo estaba pero sus piernas parecían haberse confabulado en su contra obligándole a permanecer en la guía de la puerta del ascensor.

«Muévete Della Robbia, no es momento para tonterías.»

Tomó una bocanada de aire y la mantuvo tanto tiempo como pudo en los pulmones para después soltarla poco a poco; la técnica número uno para relajarse de la guía de consejos de su hermana Adèle, esperaba no tener que llegar al número diez: sentarse y meditar rodeado de incienso.

Cuando su cuerpo decidió que cooperar no era tan malo avanzó hasta las botas rojas. No sabía muy bien qué había esperado encontrar pero no dio con una escena extraña. Estaba apoyada en la pared del escáner con los ojos cerrados y la camiseta ligeramente subida de haber resbalado por la superficie metálica hasta el suelo.

—¡Sissi! —exclamó arrodillándose a su lado—. ¡Sissi, Sissi! —La zarandeó con impaciencia—. ¡Vamos, reacciona!

—Me vas a romper el cuello, idiota —protestó adormilada sin abrir los ojos.

Odd reaccionó enterrando la cara en el hombro de ella que le acarició la espalda despacio y sin fuerza, se sentía atontada y extenuada como nunca. Batalló contra la pesadez de sus párpados y los entreabrió, la luz la deslumbró pero logró entrever el techo verdoso y plagado de gruesos cables de la fábrica.

—No era un sueño —murmuró con la voz tensa. Había albergado la esperanza de que su paso por el mundo virtual hubiese sido una pesadilla.

—No. No lo era —le contestó él.

—Dios mío...

—Ya ha pasado —le susurró Odd.

Las manos de Sissi se cerraron con fuerza sobre la camiseta púrpura de Odd, acababa de recordar algo que había gritado aquella voz.

—¿Qué es Hierón?

—¿Qué?

Continuará

Escrito el 30 de agosto de 2011

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