viernes, 1 de enero de 2010

EL AMOR DUELE... con Saito al mando



Rurouni Kenshin y sus personajes pertenecen al gran Nobuhiro Watsuki y Shueisha.

EL AMOR DUELE…

Cap 17.- … con Saito al mando

La comisaría se convertía en la base de operaciones de ‘Saito el casamentero’, Kyoto estaba en terrible peligro.

Los tres hombres dentro del despacho se dirigían miradas.

Fase 1: fortalece tu cuerpo

-Muy bien, el amor es como una carrera de obstáculos, debes estar en forma- asintió según iba hablando-. Tú tienes el culo pegado al templo la mayor parte del tiempo así que estás fofo.

-Oiga… ¿puedo irme ya?- preguntó cohibido el joven.

-No, tengo planes muy divertidos para ti- sonrió con maldad-. Mira, Shinomori, llévate el examen y estúdiatelo bien mientras das cincuenta vueltas corriendo de la comisaría al templo- amplió su sonrisa reclinándose en el sillón- y no te molestes en hacer trampas por que tengo a un agente en el templo y otro vigilando la entrada que controlaran el tiempo por si se te ocurre algún truquito.

-No pienso…

-Morir solo y…- susurró con crueldad- la comadreja casada con el mocoso.

Un tic hizo acto de presencia en su ceja y gruñendo molesto se levantó de mala gana para cumplir la orden de Saito.

-Da gusto verle obedecer- encendió un cigarrillo y miró detenidamente a Seichiro-. Tú y yo vamos a tener una amena charla.

Mientras hablaban, Aoshi cumplía con su “encargo”, cada vez que veía a uno de los dos policías que le esperaban para apuntar cuantas veces pasaba por allí le daban unas ganas tremendas de molerlos a puñetazos. Debía estar loco para haber aceptado ponerse en manos de ese psicópata. Al menos se pondría en forma para patearle el trasero a Saito si todo fallaba.

Durante una hora y media recorrió la distancia entre los dos puntos sin incidentes, no se cruzó con ningún conocido al que le diese por cotillear, si se hubiese topado con Okina no habría sabido debajo de que piedra esconderse, y si al viejo monje le hubiese dado por volver a hacer la ronda… le habría torturado nuevamente.

Resopló resignado antes de volver a adentrarse en la comisaría donde el lobo ya le esperaba impaciente con una nueva lección.

Fase 2: a las damas les gustan…

-Estate atento que esto es importante- rió-. A las chicas les gustan las cosas suavecitas, ya sabes, los gatitos, los perritos, los pajaritos, los pececitos… y todo lo que tenga un diminutivo que les parezca bonito, tierno o dulce.

-¡Y los precios bajos!- apoyó el joven, Saito le señaló con aprobación- Mi-chan es nuestra ruina, siempre que viene regatea hasta conseguir una buena rebaja del precio.

-Eso es propio de la comadreja.

-Es una estupidez- bufó Aoshi.

-Disculpa, cubo de hielo, no te he dado permiso para hablar- se mofó con gran satisfacción-. También les gustan esas cosas que a nosotros nos resultan poco o nada atrayentes, la primera nevada, las paraditas de las ferias, la tontería de los estanques con peces, las flores en los jardines bien cuidados, las mariposas que revolotean, amaneceres, atardeceres, noches estrelladas…

-A Misao le gusta el mar- murmuró.

-¿Sí? Pues imagina un amanecer o atardecer en el mar o una noche estrellada.

Y entonces algo en su cerebro se conectó, sólo necesitaba juntar varias cosas que le gustasen en una combinación agradable para ella ¿cómo no se había dado cuenta de algo tan simple? Misao era fácil de contentar…

-¿Qué hace aún aquí?- señaló al joven.

-Es mi nuevo ayudante, vete acostumbrando.

-Si no obedezco cerrará mi negocio.

La sonrisa sarcástica del lobo se amplió con satisfacción antes de continuar hablando.

-Bien, al grano. Vas a darle lo que quiere y muy inútil debes ser para estropearlo.

Fase 3: dile que le amas con una sonrisa resplandeciente

-¿Sabes sonreír?

Se limitó a mirarle acusadoramente, estaba cada vez más molesto.

-Vamos, esfuérzate un poquito. He dicho que le vas a dar lo que quiere y lo que quiere es que sonrías.

-Una sonrisa puede abrirte las puertas del cielo- Seichiro apoyó a su nuevo jefe con una mirada soñadora.

-O las del infierno- puntualizó en tono socarrón Saito- depende de su habilidad.

-Deja en paz mis habilidades.

El policía y el joven se sonrieron tenían al ninja fuera de su terreno y aunque tratase de ocultarlo estaba tan a la defensiva que se hacía evidente su nerviosismo.

-Mírame atentamente Shinomori, soy la comadreja- dijo complacido con el escalofrío que recorrió a sus dos acompañantes- ¿qué tienes que decirme?

-Nada.

-¡Vamos! ¿No quieres decirme lo guapa que estoy con la yukata del Aoiya? ¿A lo bien que me queda la trenza? ¿O lo bien que huelo?

-Eres horrible.

-Ya he pensado que me dirías algo así, tú, mocoso- le lanzó una caja roja al más joven- ve al despacho de aquí al lado y ponte esto.

El chico obedeció sin más y minutos más tarde regresó con una yukata del Aoiya, en versión femenina, y una peluca larga peinada con una trenza, su rostro estaba completamente rojo, estaba tan avergonzado que no le importaría nada que el suelo se abriese bajo sus pies y se lo tragase sin dejar rastro.

-¿Es más fácil así, Shinomori?- la risa del lobo resonó por toda la comisaría, la cara de horror del ninja no tenía precio-, es nuestra versión portátil de la comadreja.

-Fujita-san, esto es muy violento…

-Tranquilo muchacho, está a punto de empeorar- señaló al ex-Okashira- ¡Dile lo hermosa que está!

-No voy a…

-¡Oh sí! Claro que lo harás- dijo amenazante-. Seré benevolente y te concederé un día para concienciarte.

Fase 4: vuelve a casa con una buena sorpresa

Miró el carísimo reloj de bolsillo que le había regalado su queridísima esposa, las palabras de la inscripción “Si llegas tarde teniendo reloj te mato, amorcito. Tokyo.” le hicieron sonreír. Eran casi las seis y quería vivir un poco más, al menos el tiempo suficiente para hacerle el amor a su flamante mujer.

-Hora de largarse, hoy tengo soba para cenar y no pienso retrasarme un minuto, así que fuera los dos.

-Fujita-san… ¿qué hay de mi tienda?

-Es tu negocio, tú sabrás que pasa, haz lo que te he dicho.

El más joven asintió con una mezcla de sorpresa y miedo, no había quien entendiera al policía, ambos hombres estaban locos de remate y lo peor de todo es que eran peligrosos. Como si no tuviera bastante con haberse travestido…

El joven se apresuró a salir y cambiarse para volver a su casa con la intención de olvidar todo aquello.

Saito se levantó poniéndose su chaqueta, el ninja no parecía dispuesto a moverse, pero eso al lobo no le importaba él se iría igualmente.

-Ah, Shinomori, llévale un regalito- dijo antes de salir del despacho.

La prueba definitiva

El día en el restaurante había sido relativamente tranquilo, la oleada de clientes había sido más escalonada de lo habitual y contar con Okina lejos del Aoiya era de lo mejor, sin sus niñerías el trabajo avanzaba con más fluidez. El anciano regresó al punto para cenar y con él el desastre.

Un par de horas más tarde el ex-Okashira regresaba a su hogar con un pequeño ramillete de flores dispuesto a comprobar la eficacia de las clases del lobo.

-Llegas tarde, ya no queda nada para comer- se burló Okina al pasar por su lado.

-¡Jiya! No le haga caso Aoshi-sama, ha quedado un poco de arroz y puedo prepararle algo rápido.

-Que se busque la vida…- continuó el anciano al volver a pasar.

-Ah…

-Misao no…

-No, claro que no hace falta- empezó a hacer majaderías alrededor de los dos jóvenes.

-¡Okina! ¿Se puede saber que bicho te ha picado ahora?- la comadreja empezaba a desesperarse.

-Tiene dos manos para algo más que para jugar con su cosita por las noches.

-¿Jugar…?- repitió la comadreja ladeando la cabeza. Okina abrió la boca para responder su duda pero ella le cortó-, olvídalo, no quiero saberlo.

La comadreja dio media vuelta y se encaminó al patio. Y ahí estaba él con sus florecitas ocultas en la espalda, Okina a su lado riéndose como un majadero y la terrible imagen que pudiera haberse hecho su protegida por el comentario del anciano.

Continuará

Escrito el 28 de diciembre de 2009

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