Mortal Instruments y sus personajes pertenecen a Cassandra Clare.
Viernes
Magnus
comprobó nuevamente su reloj de pulsera de correa multicolor. Llevaba
casi una hora esperando ¡Una hora! Él jamás había esperado ni un minuto
por nadie, y no era por que no tuviese todo el tiempo del mundo por
delante.
A la sombra de uno de los árboles de Central Park hundió
las manos en los bolsillos de sus pantalones de estampado de leopardo,
la cadena que colgaba de su cinturón de cuero se le clavaba en la muñeca
pero se obligó a ignorar la molesta sensación. Se había puesto una
camiseta negra y ceñida, él que adoraba vestir con colores estridentes.
Iba muy... discreto, aunque no había renunciado a la purpurina.
«Esto
me pasa por quedar con un Nefilim» suspiró. Antes de aceptar aquella
extraña y repentina propuesta de cita de Alec ya sabía que era una mala
idea. Un cazador de sombras tan joven y tan confundido, empeñado en
autoengañarse con sus sentimientos hacia su hermanastro. Pero rememorar
aquellos ojos azules y profundos le había imposibilitado la labor de
rechazar la invitación. Y ahí estaba, como si aguantase el árbol para
evitar que cayese.
La gente que pasaba le miraba, hombres y mujeres, algo que en otro momento le habría regocijado.
Escuchó
unos pasos apresurados, nada sorprendente, muchos iban a hacer deporte a
Central Park por lo que los ignoró, sacó la mano del bolsillo y volvió a
mirar su reloj, una hora y diez minutos. ¿No había esperado ya lo
suficiente? Estaba claro que ya no iba a aparecer por allí, quizá se
había arrepentido en el último momento, al menos podría haberle avisado.
Sí, ya era suficiente. Dio media vuelta.
—Alexander.
Alec
resollaba con las manos apoyadas en las rodillas, mantenía la cabeza
gacha y la espalda curvada. Su pecho subía y bajaba violentamente.
—Lo siento... —jadeó—. Me han entretenido...
—
Excusatio non petita, accusatio manifesta.
Alec
alzó el rostro, tenía las mejillas rojas por la carrera y el sudor le
perlaba la frente, una sonrisa le curvó los labios. Magnus observó el
hilillo de sangre seca que le corría por la barbilla procedente de un
corte.
—Repudiados —dijo—. No podía dejar colgados a Jace y a Izzy
para venir a Central Park a verme contigo. Creí que ya no estarías
aquí.
—Estaba a punto de marcharme —replicó un poco molesto por la mención al superhermano.
—Me alegro de haber llegado antes de que te fueses.
De
repente la hora de espera y la molesta mención a Jace Wayland habían
perdido importancia por culpa de aquellos magnéticos ojos azules.
—¿Te alegras? —preguntó sin mucha convicción.
—Sí, quería verte, de verdad.
El
corazón de Magnus Bane brincó cuando Alec se irguió. Ropa negra y
amplia, como había imaginado. Asomando por el cinturón vio la empuñadura
de Arathiel, el cuchillo serafín que siempre llevaba con él. Magnus
pensó que le encantaría rebuscar entre su ropa para encontrar todas las
armas que llevase, sólo por una mera cuestión de "seguridad laboral",
por supuesto. Y una vez sin ropa ya se encargaría del resto de
cuestiones no laborales.
—Deja de mirarme así —protestó el Nefilim.
—¿Así cómo?
—Como
si estuvieras desnudándome con la mirada. —Alec se mordió el labio
inferior frustrado por la sonrisa lasciva que había pasado a adornar los
rasgos asiáticos del brujo de Brooklyn—. Es muy incómodo.
—¿Nadie te ha mirado nunca así?
«No.
Nunca» pensó Alec recordando la pregunta que unos días atrás le había
hecho el mismo Magnus "¿Nunca te ha besado nadie ni has besado a nadie?"
su respuesta, aquella vez en voz alta, había sido también un "no".
—No creo que despierte un gran interés en nadie.
—Lo despiertas en mí.
Magnus sonrió, era tan encantador verle sonrojarse.
—No entiendo por qué.
—Hay
muchos y muy variados motivos, nefilim, necesitaría varios días para
enumerarlos y seguro que se me olvidaba alguno durante el proceso.
—No me mientas.
Magnus
suspiró apesadumbrado, al parecer el lío emocional no era el único
problema de aquel muchacho, su baja autoestima era aún más preocupante,
se preguntaba si tendría tan poca fe en sí mismo cuando luchase. La
imagen de la primera vez que tuvo que curarle regresó a su mente como la
peor de sus pesadillas, no creyó poder salvarle, hubiese apostado a que
moriría; por eso se quedó a su lado toda la noche, despierto,
susurrándole que todo iría bien mientras Alec le apretaba la muñeca como
si aquel sencillo contacto le mantuviese anclado al mundo de los vivos,
había velado por él, sobresaltándose cuando en sueños se removía como
si le doliese algo. Se había esforzado como nunca para que se salvase, y
en parte aún estaba pagando las consecuencias, todavía se sentía
cansado.
—Primero tienes unos ojos preciosos —arguyó el brujo—,
unos rasgos atractivos, un cuerpo increíble al que he tenido cierto
acceso mientras sanaba tus heridas...
—¿Q-qué dices?
La
sonrisa felina de Magnus tenía algo que le impedía respirar en
condiciones, como si le robase el aire. Y entonces Magnus decidió que
era un buen momento para hacerle una pequeña demostración de lo que
sentía.
Magnus atrajo el cuerpo de Alec hacia el suyo y le besó,
Alec notó como el corazón del brujo bombeaba sangre a toda velocidad y
después como el suyo aceleraba e igualaba el ritmo, como si estuviesen
en sintonía. Por un momento para Alec no existió nada más que la
sensación que le envolvía como un sueño agradable y reparador, las manos
de Magnus que jugaban por su espalda con aquellos dedos largos y
traviesos que tenía y las suyas propias recorriendo nerviosas toda la
anatomía a su alcance, demasiado torpes e inexpertas para saber qué
debían hacer. La lengua de Magnus enredándose con la suya y borrando de
un plumazo la incomodidad de exponerse a las miradas del parque. La
violenta y entrecortada respiración del brujo chocando contra su mejilla
que ardía a causa del rubor. Sus alientos mezclándose igual que sus
salivas en un pulso primario, animal, desesperado y desenfrenado.
—Mira mamá, son dos chicos y se están dando un beso —pronunció una vocecita infantil con un deje de curiosidad e incomprensión.
—No mires —replicó una voz femenina.
El
cuerpo de Alec reaccionó antes de que su cabeza procesase lo que hacía,
apartó a Magnus de un certero empujón con la cara enrojecida por la
vergüenza y por el deseo encendido que palpitaba en su interior.
—¿Demasiado rápido? ¿Demasiado apasionado? —preguntó divertido el brujo.
—Estoy
un poco confundido —declaró Alec con las mejillas sonrojadas, los dedos
de Magnus se la acariciaron con suavidad no recordaba haber tenido
tanta paciencia con nadie; acostumbraba a aburrirse con facilidad de
permanecer en un punto muerto.
—Tengo mucho tiempo —sonrió.
—Yo no tengo tanto tiempo.
Magnus
sujetó la mano de Alec y tiró de él hasta una zona más discreta del
parque, el cazador de sombras le siguió como si nada, con la cabeza
gacha y el rostro encendido dándole vueltas y más vueltas a lo que
acababa de ocurrir. Cuando Magnus se detuvo él lo hizo también, el brujo
chasqueó los dedos y al instante apareció una bolsa de plástico con el
logotipo de una farmacia.
—Estás herido, un arañazo en la
barbilla, otro en el cuello... —contestó Magnus a la pregunta reflejada
en los ojos de Alec—. Hay mucha gente para hacer un conjuro.
—Puedo hacerme una
iratze —dijo sacando la estela.
—Ah, no. Nada de runas en mi presencia.
El
brujo chasqueó de nuevo los dedos haciendo aparecer un mantel con los
colores del arco iris repleto de lentejuelas y tomó asiento a la sombra
de los árboles, Alec observó curioso el despliegue de algodón, gasas,
vendas, tiritas y antiséptico. Se sentó frente a él con cautela, como si
Magnus fuera un gato al acecho y él su futura presa.
—No voy a morderte a no ser que quieras que lo haga —susurró Magnus tomándole el brazo—. ¿Quieres que te muerda?
La
respuesta de Alec murió antes de ser pronunciada, se miró el codo
sorprendido no se había dado cuenta de que tenía una herida, hizo una
mueca de dolor. Ahora que prestaba atención le dolía también el hombro y
la cadera, seguro que se lo había hecho cuando había protegido a Izzy y
parado el golpe de uno de los repudiados.
—¿Ahora te das cuenta
de que estás herido? —Alec asintió a modo de respuesta—. Ya veo, la
adrenalina te ha mantenido alejado de la realidad.
«Creo que ha sido la prisa...»
—Lo
que me extraña es que tu hermana y Jace no te hayan dicho nada. —Alec
notó un cierto resentimiento en el modo de pronunciar el nombre de Jace,
pero no le dio importancia—. Podrían haberte curado.
—De hecho... creo que Izzy ha intentado avisarme, pero no me he quedado para escucharla.
Los labios de Magnus dibujaron una "o" que pronto quedó convertida en una sonrisa abierta, magnética y deliciosa.
—¿Tantas ganas tenías de verme?
Alec
tuvo una de aquellas reacciones de "niño pillado en mitad de una
travesura" abriendo mucho los ojos y poniendo morros después como si lo
que acababa de pasar le hubiese ofendido.
—No, claro que no
—refunfuñó con tanta desgana que Magnus apenas logró entender lo que
acababa de decir—. No me gusta llegar tarde a los sitios por el motivo
que sea.
—Mejor para mí entonces. —Sonrió leyendo la respuesta auténtica en sus ojos.
Alec
se mordió el labio cuando el algodón le tocó la herida del codo, se
había olvidado de que el antiséptico escocía, Magnus sonrió, se inclinó
hacia delante y sopló delicadamente aliviando el picor. En aquella
posición los dedos de Alec rozaban la suave piel del antebrazo del brujo
en un contacto cargado de electricidad. Deseaba moverlos y acariciarle
el brazo, no obstante se limitó a mirarse la mano, sus dedos estaban
llenos de callos por el uso de armas y tanto entrenamiento, sus nudillos
cubiertos de finas y blanquecinas cicatrices. No parecían las manos de
un muchacho de dieciocho años, las odiaba tanto como a veces se odiaba a
sí mismo. ¿Por qué no podía ser normal? ¿por qué no podía enamorarse de
una chica? ¿por qué se había enamorado de Jace? ¿por qué tenía que
sentirse tan atraído por ese subterráneo? ¿por qué? Su vida era un
enorme por qué.
—Los Nefilim sois muy extraños —murmuró Magnus—,
las heridas no parecen molestaros y un poco de antiséptico hace que se
os salten las lágrimas.
—¿Qué?
—Es la reacción más común
entre los seres humanos —continuó—. Una respuesta involuntaria del
cuerpo. Deberían inventar un antiséptico que no picase ¿no crees?
Sintió
un par de lágrimas que rodaban por sus mejillas sin que él pudiese
contenerlas, no hizo nada por eliminarlas con la manga o con el dorso de
la otra mano, permaneció inmóvil mirándole. Cuando sus ojos azules se
cruzaron con los dorados y verdes de él supo que sabía que no era culpa
del desinfectante.
—Dichosos medicamentos mundi, tan desagradables
y lentos... —Magnus negó con la cabeza concentrándose de nuevo en el
codo de Alec—. Por eso prefiero la magia, es rápida y efectiva.
—La prefieres porque te dedicas a ello.
—Sí, mi magia es increíblemente eficaz.
—Doy fe de ello —añadió Alec. La magia de Magnus le había salvado la vida—. Gracias otra vez, Magnus.
El
brujo dejó escapar una risa ahogada algo exasperada, se lo había
agradecido aquella noche mientras batallaba contra el dolor aunque Alec
no lo recordase, él no lo olvidaría nunca. Y después había hecho lo
mismo en su apartamento.
—No podía permitir que el mundo perdiera a
alguien tan hermoso como tú. —No necesitó mirar al muchacho para saber
que se había sonrojado, su cuerpo había empezado a desprender un calor
delator—. Digamos que estamos en paz, Alexander.
—¿En paz? Yo no he hecho nada por ti.
—Sí lo has hecho —contestó acabando de vendarle el codo—. Estás aquí.
Los dedos de Alec recorrieron el pómulo de Magnus con suavidad logrando que éste volviera a mirarle.
—Eso es una nimiedad.
—Para mí no lo es, Alexander.
Alec
sintió que aquella declaración poseía una profundidad que se le
escapaba entre los dedos antes de poder comprenderla, o tal vez el
"estás aquí" lo estaba interpretando mal, o quizás estaba tomándole el
pelo. Debía admitir que le costaba ver cuando Magnus hablaba en serio y
cuando lo hacía en broma. Aquel tono que usaba cuando hablaba lo
convertía todo en una especie de acertijo adictivo.
—Alec —espetó el chico.
—¿Qué? —Magnus puso cara de no entender nada.
—Que me llames Alec, no Alexander.
Magnus
se limitó a sonreír y cambió de posición inclinándose sobre Alec para
curarle el arañazo del cuello. La yugular del muchacho palpitaba a un
ritmo frenético el único signo de nerviosismo externo que se le
apreciaba. Evitó hacer algún comentario al respecto, no habría sido una
buena idea ahora que parecía empezar a sentirse cómodo con él.
Alec
no dijo nada más y Magnus tampoco lo hizo pero dejó que sus dedos se
entretuvieran, más de lo necesario, sobre la piel del Nefilim
permitiendo que dijeran lo que él no pronunciaba en voz alta. Alec
exhaló un suspiro cuando Magnus hubo finalizado su labor, la proximidad
de su cuerpo le había resultado tan agradable y real, tan necesaria y
natural que ahora que se había alejado se sentía vacío por dentro.
—Ahora
tienes mejor pinta —determinó sonriente. Le sujetó la barbilla con una
mano y le limpió los restos de sangre con una gasa húmeda—. ¿Alguna
herida que no se vea?
—N-no. Gracias.
—Siempre es un placer.
Con
un nuevo chasquido de dedos todo, a excepción del mantel, se desvaneció
en el aire, Alec notó que cuando lo hacía escapaban llamitas azuladas
de sus dedos.
—¿Algún plan para nuestra cita? —preguntó sacándole del ensimismamiento.
—Yo... es que... bueno... —Suspiró algo frustrado—. Quería...
Magnus
parecía estárselo pasando de fábula a su costa, pero no podía culparle,
estaba siendo tremendamente torpe. En cierto modo había esperado que
fuese Magnus quien hiciese algún plan. Podían hablar pero ¿eso era un
buen plan para una cita o era lo que se hacía con los amigos y
parabatai? No tenía ni idea, pensó en que debería haber prestado más atención a Isabelle cuando le hablaba de sus citas.
—Magnus... tú, en la fiesta...
—Te pregunté si me llamarías.
—Ah, sí, pero no es eso...
»Estabas...
quiero decir que, lo que nos contaste. —El brujo le miró con un millar
de preguntas centelleándole en los ojos de gato—. Yo... lo dije en
serio. Que lo sentía, quiero decir.
Por un momento a Alec le
pareció que realmente Magnus no tenía ni idea de lo que le estaba
hablando, hasta que cerró los ojos lentamente y dejó escapar el aire de
sus pulmones despacio.
—El pasado es pasado, Alec. Sólo me interesa el futuro.
—Ya pero, necesitaba que lo supieras, que no lo dije por decir.
—Eso
lo sé, es fácil descubrir cuando mientes —replicó con un punto de
orgullo—. Y ahora sé que no es eso lo que querías decirme. Lo veo en
esos ojos azules tuyos tan bonitos.
El Nefilim soltó un bufido,
era la primera vez que daba con alguien capaz de leerle, normalmente le
daban por imposible de descifrar y esperaban a que fuese él mismo quien
contase lo que fuera. El problema era que no sabía como decirle aquello,
pensaría que era idiota, o un pervertido o ambas cosas a la vez. ¿Cómo
iba a decirle que sentía algo por él pero que no sabía qué era, pero que
aquel "sí, me gustas" se quedaba corto? ¿cómo decirle que soñaba que le
desnudaba y que recorría cada milímetro de piel borrando el recuerdo de
Jace? Y todo por aquella fiesta. No podía.
—No estoy muy seguro de... poder explicarlo.
—Mmmm —ronroneó perezoso Magnus—. ¿Es una de esas cosas que son más fácil de hacer que de explicar?
El
cazador de sombras estuvo tentado de asentir sin embargo puso su mejor
cara de póker. Hizo memoria de los retazos de citas de Isabelle que
había escuchado. «En verano es genial compartir un helado o un
granizado». Era verano. Estaban en Central Park. Había quiosquillos con
helados por todas partes.
—Helado —dijo simplemente, como si esa sólo palabra tuviese un significado cósmico y místico.
—¿Helado? —inquirió con aburrimiento el brujo—. ¿Volvemos a tener doce años?
—No.
Claro que no. —Había sido una idea estúpida, de acuerdo, ahora sabía
que lo mejor que podía hacer era ignorar con más intensidad las citas de
su hermana—. Pero, hace calor y...
—¿Helado de qué?
—¿Melón?
—replicó no muy convencido recordando que el brujo tenía una parte
felina y que los felinos odiaban los cítricos. Cuando eran pequeños
Isabelle solía divertirse acercándole una peladura de limón a Church que
se erizaba, arrugaba la nariz y finalmente acababa huyendo como si le
persiguiese el rey del infierno en persona.
Magnus chasqueó los dedos y un cono de helado de melón apareció en la mano de Alec que no pudo evitar sobresaltarse.
—Imagina
que les he dejado una buena propina —pronunció el brujo evadiendo la
previsible pregunta de "¿lo has robado?"—. Además cobran como si
estuviesen hechos de oro.
—No era exactamente esto a lo que me refería.
Supuso
que tampoco podía quejarse, él buscaba algo más íntimo y menos
infantil, pero al menos se había ganado un helado robado. Cerró los ojos
y lo lamió con parsimonia y sin prestar un ápice de atención a nada ni a
nadie, inmerso en su búsqueda de algo decente que hacer en una cita
porque quería tener opción a repetir. Era inútil, sabía matar a un
millar de demonios con un clip para papel pero no comportarse como un
adolescente normal y corriente.
Abrió los ojos frustrado y se topó
con los ojos de Magnus brillando de un modo extraño, se le había
quedado la sonrisa congelada, Alec miró el helado y después a Magnus.
Estiró el brazo con el codo vendado.
—¿Quieres probarlo?
La sonrisa de Magnus Bane se amplió lentamente en su rostro.
—Claro —contestó la mar de feliz.
Magnus
se inclinó hacia delante, pasando de largo del helado, hasta los labios
del cazador de sombras. La mano de Alec que sujetaba el helado se
aflojó, pero Magnus cerró la suya sobre la de Alec manteniéndolo bien
sujeto. La gente les estaba mirando, Alec sentía sus miradas clavadas en
él, o tal vez era sólo su imaginación.
Era la cuarta vez que le
besaban. Cuatro besos en toda su vida, era un balance un poco
deprimente... Magnus Bane le había dado tres y él le había dado uno a
Magnus. El primero había sido extraño, el segundo torpe y apresurado, el
tercero algo incómodo y ese le había dejado demasiado perplejo para
responder al roce de sus labios. Magnus algo frustrado por la poca
colaboración de Alec se apartó lentamente hasta que la mano del Nefilim
en su nuca le obligó a volver a acercarse. El beso iniciado por Alec
estaba lleno de urgencia y necesidad, de miedo y duda, de deseo y
pasión. Magnus le masajeó la espalda tensa logrando que poco a poco el
cuerpo de Alec se fuese relajando. Se esforzaba demasiado y se contenía
en exceso y Magnus se había propuesto cambiar eso.
Un gemido
complacido y relajado se coló en la boca del brujo que entonces se
permitió bajar la mano desde la cintura de Alec hasta su trasero para
pegarlo aún más a su cuerpo. Los dedos del Nefilim se enredaban en su
pelo como si aquel fuese el único punto estable del universo, ardiendo
en deseos de deslizar su otra mano bajo la camiseta negra de Magnus,
pero aquella otra mano estaba atrapada sujetando el helado. Magnus le
lamió los labios sensualmente antes de separarse de él lo suficiente
para tomar aire con cierta normalidad.
—Delicioso.
—¿Quieres
más? —jadeó con la voz ronca y las mejillas bien rojas. Sus manos
seguían unidas sujetando el helado que goteaba entre sus dedos y sus
cuerpos en contacto—. Puedes repet...
Magnus no le permitió acabar
la frase, no necesitaba oír como acababa. Sentir la excitación del
muchacho mientras intercambiaban caricias y sus lenguas se enredaban en
una especie de lucha sin sentido, le hacía volver a sentirse vivo y
real, le permitía recuperar el sentido de que todo tenía un principio.
Quizá tardaría en desenmarañar el enredo que tenía aquel cazador de
sombras, pero de repente ya no le importaba porque sabía que no iba a
aburrirse de esperar. Ver a Alexander Lightwood con aquellos ojos azules
brillando después de besarle, el rubor de sus pálidas mejillas y la
sonrisa tímida que le decoraba los rasgos, sólo por aquello valía la
pena esperar un poco más.
—Lo que daría por un portal... —se lamentó Magnus.
—Haz uno.
—Si te llevo a mi casa no va a ser para jugar a las cartas, Alexander.
—Ya lo sé —replicó con una sonrisa nerviosa—. Lo sé.
Mantuvo
su mirada felina sobre la azul de Alec esperando por si se echaba
atrás, buscando la duda en sus ojos, pero sólo vio firme determinación.
Le
tomó la mano y le arrastró a la zona protegida con un potente glamour.
Tramó los signos del conjuro para el portal en el suelo y susurró el
conjuro para activarlo. Aprovechó los seis segundos que tardaba en
activarse para besar a Alec.
Magnus le arrastró a través del
portal, chasqueó los dedos, sin dejar de besarle, y una de las ventanas
del salón se abrió. Chairman Meow odiaba el ruido y él pensaba hacer
gritar de placer a Alec durante horas.
Enredó los dedos entre el
pelo negro de la nuca de Alec y le obligó a echar la cabeza hacia atrás
para poder morderle el cuello blanco, su otra mano seguía apretando el
cuerpo del Nefilim contra el suyo con fuerza. No soportaba el espacio
que había entre ellos, aquella película de ropa que les separaba. Y Alec
aturdido y encendido colaba sus manos bajo la camiseta de Magnus y le
clavaba los dedos en la espalda deseando fundirse con él, deseando
extinguir el fuego que ardía dentro de él.
Aquello era nuevo para
ambos. Para Alec que era la primera vez que se dejaba llevar por la
pasión acallando a la razón. Y para Magnus que por primera vez sentía
una imperiosa necesidad —absolutamente imparable— de restregarse contra
alguien en sus ochocientos años de vida.
—Dime que me amas aunque sea mentira —demandó Magnus tirando de la camiseta de Alec para quitársela.
—Te deseo...
Magnus
abrió los ojos sorprendido y le tomó el rostro entre las manos con
delicadeza, Alec tenía las mejillas sonrojadas y le brillaban los ojos
azules.
—Es un comienzo. —El alivio desapareció rápido al pensar
que podría estar sustituyéndole por Jace en su imaginación—. Di mi
nombre.
—Magnus.
—No lo olvides —susurró desabrochando el cinturón de Alec con dedos ansiosos—. Quiero que hoy pienses sólo en mí.
«Cómo si pudiera pensar en otra cosa» resonó en la cabeza de Alec.
—Sólo pienso en ti, Magnus.
El
brujo se dio por satisfecho con aquella respuesta y prosiguió con la
labor de besarle y quitarle la ropa mientras Alec intentaba no perder el
ritmo en aquella
lucha contra la ropa.
Las camisetas
volaron estrellándose contra el suelo. Alec se entretuvo dibujando los
músculos del torso desnudo de Magnus con una fascinación desconocida, la
suavidad de la piel dorada bajo la yema de sus dedos y aquella
característica que le había llamado la atención la primera vez que le
había visto, la ausencia de ombligo, dibujó un círculo allí donde
debería haber estado. Mientras tanto Magnus le besaba y mordía el cuello
acariciando de manera inocente su espalda, dejando que Alec llevase el
control de la situación para no presionarle, porque una cosa era besarle
y otra acostarse con él.
º º º
Magnus
le acarició el hombro con suavidad para evitar despertarle, le estaba
saliendo un moratón bastante feo, debería curarle aunque fuese una
lesión insignificante, verle herido le resultaba doloroso y no sabía por
qué ¿qué tenía Alexander Lightwood que le hacía diferente al resto? No
era la primera vez que se enamoraba, ni mucho menos, pero sí que era la
primera vez que se sentía así, que tenía la certeza de que cuando ese
chico muriera una parte importante de él lo haría también. Por primera
vez deseaba ser mortal.
No sabía que era, pero fuese lo que fuese, sabía que valía la pena.
Alec
abrió los ojos azules y Magnus, con la mano aún sobre su hombro, esperó
que se apartara o cualquier otra reacción brusca, sin embargo el
muchacho esbozó una agradable sonrisa de dientes blancos. Era la primera
vez que le veía sonreír abiertamente y no pudo evitar pensar en lo
mágico de aquel gesto. Deseó echarse hacia delante y besarle pero se
mantuvo firme con el único contacto de su mano sobre el hombro del
Nefilim. Los dedos de Alec se enredaron entre los mechones negros de la
nuca de Magnus. Era un contacto extraño e íntimo.
—Tengo que irme —susurró adormilado.
—No voy a impedírtelo.
—Podrías hacerlo. No dejarme salir nunca de esta cama.
A
Magnus le hirió la veracidad y la necesidad de sentirse amado que
encerraba aquella frase disfrazada de broma. La soledad y el auto-odio
que habían carcomido a Alec durante toda su vida. Años de dolor y de
incapacidad de sentirse "normal". El miedo al rechazo.
Los labios
de Alec cubrieron los de Magnus con suavidad en un beso lento y dulce.
El brujo luchó contra el impulso de apresarle bajo su peso y volver a
hacerle el amor, borrar del mundo cualquier cosa que ensombreciese su
ánimo a base de sexo y jugueteos lujuriosos. Se contuvo pero se permitió
deslizar la mano a lo largo de la espalda de Alec y dejarla descansar
en su trasero desnudo.
—Magnus...
—Si vuelves a decir mi
nombre de ese modo tan sexy —ronroneó y le mordió el labio inferior con
ternura— no voy a poder resistirme.
—Tengo que irme —repitió.
—Adelante —susurró Magnus—. No te estoy reteniendo.
Aunque
realmente quería retenerle a su lado, no dejarle salir de su cama,
sabía que si se sentía acorralado Alec huiría. Siempre existiría esa
posibilidad mientras no se aceptase a sí mismo y comprendiera que no
había nada malo en él ni en sus sentimientos. Mientras quedase un ápice
de miedo Alec podía huir y alejarse para siempre.
Alec desenredó
el pelo de Magnus de entre sus dedos y le dio un último beso antes de
salir de la cama. La amortiguada luz de las farolas se colaba a través
de los cristales polvorientos y las cortinas de terciopelo. Magnus
contempló el cuerpo desnudo de Alec con una sonrisa lasciva, poseía un
cuerpo magnífico y una increíble piel nívea. Era una lástima que
volviese a vestirse, sin ropa estaba impresionante.
Magnus se
atavió con su kimono de seda y encendió la luz justo cuando Alec se
ponía la camiseta negra. El brujo le acercó las botas que habían quedado
una en cada punta de la habitación y se sentó en la cama, junto a Alec,
mientras se las calzaba y las ataba con un nudo desgarbado. Le dio un
beso en el cuello haciendo que se ruborizase y que ardiese en deseos de
que volviera a quitarle la dichosa ropa y volviese a hacerle el amor.
—Antes de irte tienes que hacer una cosa.
—¿El qué?
Magnus
le tomó de la mano y le llevó hasta la puerta, Chairman Meow les miró
somnoliento desde el sofá con sus ojos dorados verdosos y al momento
volvió a acurrucarse ignorándoles por completo.
—Pon la mano aquí —musitó divertido dejando la mano de Alec sobre el pomo y se apartó.
El
chico no protestó y permaneció así esperando a ver que ocurría, quizás
algún truco de magia o algo así, no sabía muy bien que esperar de un
brujo tan poderoso –-y atractivo— como Magnus Bane. Pero pasaban los
minutos y no ocurría nada. Alec le dirigió una mirada enfurruñada
respondiendo a su sonrisa resplandeciente, la sensación de que le estaba
tomando el pelo empezaba a crecer a marchas forzadas. Apretó el pomo de
la puerta con más fuerza combatiendo la vergüenza y acallando a su
sentido del ridículo.
—Ya está —ronroneó Magnus.
—¿Y esto para qué...?
Pero
no pudo acabar la pregunta. Magnus había abierto la puerta y le había
empujado afuera sin ceremonias. Se quedó petrificado en el descansillo,
¿le había mantenido haciendo el idiota cinco minutos para echarle de la
casa? Si no quería volver a verle podría habérselo dicho. Arrugó el
entrecejo, acababa de acostarse con un tío —el primero con el que se
acostaba— que le había largado sin más. De repente se sintió estúpido,
le había utilizado para echar un polvo.
—Entra —dijo la voz de Magnus al otro lado, Alec puso los ojos en blanco.
—No puedo entrar, sólo tú puedes abrir la maldita puerta.
La
puerta de Magnus era como la del Instituto, sólo que es su caso, la
puerta únicamente respondía a su contacto para evitar que las visitas no
deseadas se colasen.
—Si no lo pruebas nunca lo sabrás —jugueteó con el tono que infligía a las palabras.
—Magnus...
No
volvió a decir nada. Alec suspiró y llevó la mano al pomo, se
sorprendió cuando este giró y la puerta cedió. Al otro lado la sonrisa
traviesa de Magnus le dio la bienvenida.
—Ahora puedes entrar
siempre que quieras. —Observó divertido como Alec permanecía
petrificado—. Nunca le he permitido la entrada libre a nadie. Nunca. Así
que no hagas que me arrepienta, Alexander o tendré que convertirte
en... —sopesó el animal perfecto en el que podía convertir a Alec y
sonrió—. En un gatito que le haga compañía a Chairman.
—Creo que eso viola alguno de los Acuerdos.
—No podrían pillarme. —Se encogió de hombros con naturalidad—. He aprendido a ocultar muy bien mi rastro.
Y
Alec tuvo la certeza de que lo decía en serio, tanto lo de convertirle
en un gato como lo de ocultar su rastro. Se abalanzó sobre el brujo y a
punto estuvo de derribarlo y le besó con todo lo que tenía, dándole
absolutamente todo lo que sentía. Porque aquel gesto, que a ojos de
cualquiera podría parecer simple y sin importancia, para él significaba
muchas cosas. Significaba ser aceptado tal como era; significaba que
alguien le quería sin vínculos sanguíneos o relación de
parabatai;
significaba que ser gay suponía una sesión intensa de carantoñas, besos
y jugueteos cargados de lujuria; significaba más de lo que podría
expresar nunca con palabras.
—Gracias —susurró entre beso y beso. La risa de Magnus se mezcló con su aliento sin romper el contacto de sus labios.
—¿De... nada? —replicó divertido.
—Idiota...
—Cabezota —musitó magreándole el trasero y lamiéndole los labios.
—Pervertido —jadeó Alec.
—¿No es algo que te gusta de mí?
Alec sonrió sin darle la satisfacción de decir que sí y le mordió el labio inferior antes de separarse de él.
—Me marcho —declaró abriendo la puerta y dirigiéndole una última mirada desde el descansillo.
—¿Me llamarás?
Alec
le dedicó una sonrisa pero no le dio una respuesta, Magnus permaneció
en el descansillo de la escalera hasta que lo vio desaparecer y después
lo observó alejarse a través de sucio cristal de una de las ventanas de
su loft. Aunque no sabía si volvería a llamarle o no, o si emplearía su
privilegio de entrada libre, se sentía estupendamente.
Fin
Aclaraciones:
Excusatio non petita, accusatio manifesta: locución latina. Literalmente: excusa no pedida, manifiesta acusación. Se puede traducir como "quien se excusa, se acusa"