Ésta historia es totalmente original, por favor, no la publiquéis en ningún sitio sin mi permiso.
El soldado y la dama
Lena,
un chica delgada y bajita, con unos enormes ojos azul cielo, cabello
rojo como el fuego y tres pecas debajo del ojo derecho, miró angustiada a
su jefe. Abandonar su Heidelberg natal para ir a vivir a Barcelona, una
ciudad desconocida y a veces con una fama un poco oscura. Había tenido
miedo. Incluso había pensado decirle a su jefe que no quería el ascenso,
que prefería seguir siendo una simple comercial con un sueldo base y
demasiadas horas de trabajo, pero finalmente se resignó.
Su
familia había muerto hacía cuatro años en un accidente de tráfico y no
tenía nada ni nadie que la atase en Alemania. Su novio la había dejado
por una exuberante chica de Brasil o de Cuba, ya no lo recordaba; y sus
amigos... bien, siempre podía hacer otros nuevos. Quizás conocer un país
nuevo y gente nueva le haría bien.
Abrió por última vez la
ventana de su apartamento desde donde había una vista privilegiada del
río Neckar. Lo echaría de menos. Era su vista preferida del mundo
entero.
En el taxi no dijo nada, con la mirada perdida en las
calles y las casas que pasaban delante de sus ojos. Tenía ganas de
llorar y la melancolía ya la dominaba; aquella sensación aumentó cuando
subió al avió. Y durante todo el vuelo permaneció con la vista clavada
en la pantalla, los auriculares puestos pero sin prestar atención a nada
ni nadie. Ignoró la panorámica aérea de la ciudad de Barcelona que
todos miraban maravillados. Tampoco prestó atención al aeropuerto,
simplemente tomó su maleta enfurruñada.
—¿
Señorita Haas? —preguntó una voz en alemán.
Lena se giró para ver a un ancianito de cabello blanco, mejillas rellenas y sonrosadas, gafas doradas y una sonrisa afable.
—
Sí, soy Lena Haas —contestó.
—
Me llamo Pau Soler, soy el fundador de Somnis d'Or.
—Lena,
sorprendida, le miró boquiabierta. El fundador de la empresa en persona
había ido a recibirla como si fuese una personalidad o una celebrity—
. Venga conmigo, por favor, le enseñaré su nuevo hogar.
Salieron
del Aeropuerto del Prat y fueron hasta un elegante coche negro que les
llevó al corazón de la ciudad. Se detuvieron en la Vía Laietana y Pau la
invitó a salir del vehículo cogiéndole la mano con suavidad.
Ante
sus ojos apareció una iglesia que destacaba por la simplicidad de su
construcción. Él le explicó que aquella era la Basílica de Santa María
del Mar, la iglesia que la ciudad de Barcelona había levantado con sus
propias manos y su dinero para la patrona del mar. Les dijo que viviría
al lado de aquella maravilla y del
Fossar de les Moreres.
Pasó
el resto del día instalándose en el piso, demasiado entretenida como
para pensar en nada. Por la noche encargó una pizza que se comió sentada
en el suelo rodeada de velas.
«
El Fossar de les Moreres se
fundó en el siglo XII y es dónde durmieron nuestros hermanos que dieron
sus vidas defendiendo su libertad y las leyes de Cataluña de la
invasión borbónica de 1714». Le daba escalofríos recordarlo, dormiría al
lado de una especia de fosa común de hacía siglos. Le pareció que era
exactamente como dormir al lado de un cementerio.
«Ostras Lena,
deberías haberte quedado en Heidelberg. Esto es demasiado siniestro»
pensó acongojada. Construir al lado de una fosa común, ¡qué locura!
Tendría que buscar otro sitio en el que vivir, aunque si se quedaba allí
se ahorraría pagar un alquiler.
Abrió la ventana tal como hacía
cuando vivía en Heidelberg y se asomó, la llama eterna del pebetero le
pareció hipnótica danzando con el viento retorciéndose y encogiéndose
como si se doliese. El olor de las hojas de las tres moreras era mágico y
las estrellas titilando sobre la basílica de Santa María del Mar. El
silencio...
De repente aquel barrio, un tanto claustrofóbico, y su
fosa común le parecieron sacados de un cuento de hadas en el que todo
es posible.
«Barcelona es una ciudad mágica» le había dicho Pau
«es posible que si prestas suficiente atención veas algo fantástico
paseando por la calle». Lena sacudió la cabeza, cerró la ventana y se
metió en la cama.
Conforme iban pasando los meses se fue
enamorando de la ciudad y de su historia, de su gente, de su cultura y
de su lengua. Se había propuesto hablar catalán tan bien como su marcado
acento alemán le permitiese y escribirlo a la perfección. Los
prejuicios que se había formado en base a lo que le habían explicado
desaparecieron, la gente era amable y acogedora, en la panadería la
recibían con una sonrisa cada mañana y por la noche siempre le guardaban
un panecillo para la cena. En el mercado los vendedores la llamaban
"Eleneta" y le explicaban con toda la paciencia del mundo qué eran las
cosas que vendían, las butifarras, las seques, los
rovellons y los
pinetells... todo un mundo de sabores y olores nuevos que ir descubriendo poco a poco.
El
Born con sus calles estrechas y sinuosas se había convertido en su
hogar y ya no sabía vivir sin aquella vista de Santa María del Mar y el
Fossar.
Lena
acabó de cenar y apagó la televisión. Se tiró en el sofá cerrando los
ojos e inspiró profundamente. Le pareció oír un timbal en la calle, pero
era algo impensable, así que creyó que el sonido debía provenir de un
televisor encendido o que se lo había imaginado.
Pasaron un par de
minutos y aquel sonido volvió a resonar en sus oídos. Se levantó de un
salto y sacó la mitad del cuerpo por la ventana, la calle estaba
desierta, pero su curiosidad iba en aumento así que se puso la cazadora
vaquera, cogió las llaves y bajó a la calle.
Se detuvo en el centro del
Fossar mirando a todos lados, pero no había nada ni nadie. De repente le pareció oír un susurro.
—¿Hola? —preguntó medio asustada.
—¿Quién es usted? —preguntó una voz masculina desde algún punto de la calle—. ¿En qué bando está?
—¿Ba-bando? —titubeó ella—. ¿Qué quieres decir con bando?
—¿Es una botiflera?
Ella
frunció el entrecejo, no sabía que significaba ser una "botiflera" pero
imaginaba que no era nada bueno. Entrevió una figura borrosa detrás de
una de las moreras del
Fossar y en una especie de impulso
suicida, Lena, caminó hasta allí. Tuvo que parpadear un par de veces
para que su vista se aclarase. Delante de ella había un hombre con una
especie de uniforme militar, llevaba una casaca azul oscuro y con el
reverso granate y un montón de botones dorados, las calzas y las medias
rojas se perdían bajo la casaca y en los pies llevaba unos zapatos de
cuero con una hebilla.
El hombre se quitó el sombrero marrón y se
lo llevó al pecho dejando a la vista su pelo castaño que le caía sobre
los hombros, su cara de rasgos amables, con la punta de la nariz algo
manchada de polvo igual que sus mejillas y unos ojos verdes que dejaron
sin respiración a Lena.
—Mi nombre es Jaume Ferrer, soy soldado de la Compañía de los
Paraires de la Coronela de Barcelona —se presentó orgulloso—. Disculpe, señorita.
—Me llamo Lena...
—No se preocupe, Lena, no le haré daño. Soy miembro de la Coronela. La mantendré a salvo de Felipe V.
«Felipe
V» se dijo a sí misma. Hacía casi trescientos años de eso pensó que era
una broma pero la mirada seria de Jaume la hizo cambiar de idea.
—Ahora tengo que ir a hacer la ronda.
Y
sin decir nada más se evaporó en mitad de la oscuridad. Lena huyó
asustada, ¡un fantasama! ¡Acababa de ver un fantasma! Aquella noche no
pudo dormir.
Las siguientes semanas a menudo se encontraba a sí
misma mirando por la ventana esperando volver a ver a aquel fantasma,
finalmente decidió bajar de nuevo al
Fossar con la esperanza de que volviese. Se sentía un poco tonta sentada en el mármol helado esperando a saber qué.
—Señorita Lena.
Se giró con los ojos brillantes buscando el origen de la voz, Jaume estaba en el centro del
Fossar de pie mirándola fijamente. Se levantó y fue hasta él con una sonrisa.
—Has vuelto —pronunció con un nudo en la garganta.
—He
venido cada noche, pero usted nunca estaba. —Jaume la miró con las
mejillas ligeramente sonrojadas—. Creía que tal vez os habían matado, me
alegro de ver que estáis bien.
A Lena la hizo feliz escuchar que
había ido cada noche para encontrarla. Hablaron durante horas bajo la
llama del pebetero y las estrellas.
A partir de aquella noche se
encontraban la chica de Alemania y el fantasma del siglo XVIII a diario,
aunque lloviese, aunque hiciese un frío que pelaba. Durante el día
soñaba despierta esperando a que oscureciese, a que la calle quedase
desierta y a que Jaume saliese de detrás de la morera.
Jaume se
convirtió en lo más parecido a un amigo que había tenido nunca, alguien
con quien hablar de cualquier cosa sin tener que controlar lo que decía,
alguien de confianza, alguien que la hacía sentirse protegida, alguien
con quien pasárselo bien hablando.
Lena leía sentada al lado del
pebetero esperando la hora a la que él venía, inmersa en la lectura no
se dio cuenta de cuando se le acercó, hasta que, de repente, sobre las
letras impresas apareció un preciosa rosa roja como la sangre.
—¿Es para mí?
—Sí.
Es poca cosa —murmuró—, lo siento, pero bien... ya sabe que no es fácil
encontrar algo en buen estado en medio de este sitio.
Ella le
sonrió, siempre se preguntaba si él sabía que estaba muerto y si la veía
tal cual era o como a una chica de su época; le daba miedo preguntar y
perder aquello que tenía.
—Es la más bonita de todas, estoy segura.
—No tanto como tú, Lena. —Sonrojada de pies a cabeza le miró fijamente, era como sacado de un sueño—. Me gusta tu pelo rojo.
—Gracias —dijo.
—Tengo que marcharme, Lena. —Jaume le acarició la mejilla y después se puso en pie.
—¿Tan pronto?
—Mañana tengo que defender la muralla.
Lena sintió un escalofrío y el peso del terror oprimiéndole el pecho.
—No vayas, por favor —dijo cogiéndole por el reverso de la manga izquierda—. Por favor, quédate conmigo...
Su
súplica sólo obtuvo una sonrisa como respuesta, Jaume le apartó la mano
con mucha suavidad y le dio un beso tan suave como un suspiro. Las
lágrimas le rodaron por las mejillas cuando él se desvaneció, había
estudiado la Guerra de Sucesión y sabía bien que, Jaume, era un
fantasma, uno de los muertos enterrados en el
Fossar de les Moreres, un héroe anónimo; alguien a quien la gente rendía homenaje durante el Once de Septiembre pero del que nadie sabía el nombre.
Lena se dio cuenta de que se había enamorado de Jaume y eso la hizo llorar como si el mundo fuese a acabarse.
Bajó cada noche al
Fossar pero él nunca volvió aunque a Lena le parecía verlo en cada sombra de la calle.
Fin
Aclaraciones:
En realidad antes de 1989 el Fossar de les Moreres
no existía como hoy en día, había pisos construidos encima. Cuando se
pavimentó con los ladrillos rojos como la sangre se trasladaron todos
los cuerpos por una cuestión de salud pública.
Botifler/a: durante la Guerra de Sucesión se llamaban así a los partidarios de Felipe V.
Compañía de los Paraires: una de las divisiones de la Coronela de Barcelona, la integraban los que preparaban la lana para ser tejida.
La Coronela de Barcelona:
Durante el sitio de Barcelona (1697-1714) se encargaron de la
protección de la ciudad intramuros, dentro de la Coronela había varias
compañías: Compañía de los Paraires, Compañía de los Curtidores,
Compañía de los Carniceros, Compañía de los Jóvenes Sastres, Compañía de
los Zapateros, Compañía de los Cerrajeros, Compañía de los Hortelanos
de San Antonio y Compañía de los Horneros y Panaderos.
Escrito originalmente en 1994, revisado el 09 de octubre de 2011