miércoles, 20 de febrero de 2013

Eres Mía.- Prólogo



Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3.
Notas previas: esta historia no es apta para mentes sensibles, así que si eres impresionable no creo que quieras leerla. Contenido violento, lime y lemon.
Eres mía
Por Natsumi Niikura
Prólogo
París, Francia.
Domingo 28 de marzo, 00:30 horas.
—Por favor, no.
La muchacha de aspecto frágil tembló ante la sombra que, lentamente, se le acercaba. De sus labios goteaba sangre que manchaba su sucia camiseta blanca.
—Tranquila, mi pequeña Julie. —Acarició la magullada mejilla de la mujer—. Mi dulce y pequeña, Julie.
El hombre sonrió con crueldad y apretó el gatillo a bocajarro contra el pequeño cuerpo de Julie.
De entre la oscuridad que cubría la habitación se oyeron docenas de sollozos de angustia.
—Que os sirva de ejemplo.
Chascó los dedos y tres hombres corpulentos entraron, cargaron el inerte cuerpo de Julie y lo introdujeron en una bolsa de basura. Aquellas mujeres eran exactamente eso. Basura. Meras herramientas de las que deshacerse cuando ya no eran de utilidad.
Pero hubo una que no fue así. Aún la echaba de menos. Y sabía que, tarde o temprano, daría con ella y la ataría con una cadena bien gruesa a la jodida pared, por si se le ocurría volver a intentar escaparse.
Él no la había olvidado, y por supuesto, ella nunca le olvidaría a él. Llevaba su marca grabada a fuego en el pecho. Era suya y cualquiera que viese su sello lo sabría. No tenía donde esconderse.
Abandonó aquel agujero que era la habitación y entró en su despacho. Descolgó el teléfono y marcó el código uno. Al otro lado contestó un hombre de voz profunda.
—¿Sí, jefe?
—Consígueme a otra —dijo con una sonrisa socarrona—. Acaba de romperse una, que sea rubia.
Colgó sin esperar respuesta. Su subalterno cumpliría la orden, nadie se atrevía a desafiarlo.
Rió con total confianza en sí mismo.

¡Próximamente!


 

Hace mucho que no subo avisos de nuevas historias, así que ya es hora de que vuelva a hacerlo. ¿Cuando empezaré a publicarlos? Dentro de poco.

Code: Caos: Los guerreros de Lyoko son absorbidos por un portal temporal encontrándose así en mitad de un bombardeo. una misteriosa mujer encapuchada les salva, pero ¿ella es...? (Varios pairings / Misterio, Aventura, Romance, Drama, Angst / 16, 18) 
Eres mía: los detectives de la MILAD Stern y Della Robbia se ven envueltos en un caso aparentemente normal hasta que dan con un cadáver, la detective Ishiyama de la judicial es transferida temporalmente para colaborar. [AU] —Precuela del shot “Secreto”— (Ulrich x Yumi / Crimen, Suspense, Romance, Angst / 16, 18)
Xanadu:
¿Cómo se conocieron Waldo y Anthea? ¿Qué es el proyecto Cartago? ¿Qué fue de Anthea?
—Precuela de "Antes de que sea tarde"— (Waldo Schaeffer, Anthea Hopper, Aelita Stones / Misterio, Romance)

ERES MÍA




Género: Crimen, Suspense, Romance, Angst, Universo Alterno
Advertencias: Lime, Lemon
Clasificación: Hetero
Categoría: Fanfic
Serie: Code: Lyoko
Pareja: Ulrich x Yumi
Año: 2013-20??
Estado: En proceso
Capítulos: ???

Los detectives de la MILAD Stern y Della Robbia se ven envueltos en un caso aparentemente normal hasta que dan con un cadáver, la detective Ishiyama de la judicial es transferida temporalmente para colaborar.
—Precuela del shot Secreto


N/A: Code: Lyoko es propiedad de MoonScoop y France 3


Versión en castellano // Versió en català
Listado de capítulos:

01.- Prólogo / / Pròleg
02.-
03.-
04.-
05.-
06.-
07.-
08.-
09.-
10.-
11.-

jueves, 14 de febrero de 2013

ADQST 20.- Seis torres negras



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3
Seis torres negras
La fábrica estaba desierta, si habían esperado encontrar algún cangrejo o cualquier otro monstruo de X.A.N.A. se habían equivocado. Todo permanecía en una calma demasiado densa. Jérémie, Aelita, Odd, Ulrich y William permanecieron inmóviles en el vestíbulo de la vieja fábrica esperando una sorpresa desagradable que no llegó.
Aelita presionó el botón de llamada del ascensor y el viejo mecanismo protestó al abrir la puerta, los chicos se adentraron en él, Jérémie se apeó en la sala del mando y el resto descendió hasta la sala de los escáners.
—Odd, William vosotros primero —resonó la voz de Jérémie en la sala.
—¿Estás bien, Ulrich? —preguntó Aelita cuando las puertas de las cabinas se cerraron—. Te veo extraño.
—Sí, es sólo que...
—Entrad chicos, es vuestro turno.
Ulrich se encogió de hombros y entró en el escáner.
La plataforma del sector del desierto les dio la bienvenida, últimamente la visitaban con demasiada frecuencia.
—¿Ideas? —inquirió William cruzado de brazos.
—Creo que puedo usar los Nadskids, pero es muy arriesgado.
—Pero el Skid no está operativo —replicó Aelita.
—Bueno... no, el Skid no, pero programar algo pequeño como los Nadskids es sencillo —aventuró Jérémie—. En el superordenador deben conservarse datos suficientes como para poder recuperarlos, aunque no estén al cien por cien, sólo los necesitamos el tiempo justo para llegar a la torre.
—Y una vez delante de la torre ¿qué? —prosiguió Aelita—. Los Nadskids son demasiado grandes para el interior de la torre, no podremos entrar con ellos como lo hacíamos con los vehículos. Y de conseguirlo seguramente chocaríamos contra la pared interna de la torre.
Jérémie arrugó el entrecejo.
—Bla, bla, bla...
—¡Odd! —protestaron Aelita y Jérémie al unísono.
—Yo sólo sé que tenemos que ir a Xanalandia porque hay una torre activada o lo que sea y estamos aquí parados sin hacer nada.
L'Hermitage permanecía en calma, las dos viejas enemigas sentadas en puntas diferentes de la sala de estar, ambas con la mirada perdida.
—¿Crees que estarán bien? — musitó Sissi rompiendo el silencio.
—Seguro que sí.
—Estás nerviosa.
Yumi alzó la mirada para encontrarse con los ojos de Sissi.
—Un poco. —Sonrió intentando relajarse—. Estar aquí y no saber que pasa en la fábrica me altera un poco.
—¿Por qué?
—Supongo que prefiero estar allí y ayudar en lo que pueda que estar aquí...
—Haciéndome de niñera.
—No quería decir eso —susurró con una sonrisa amable—. Me refiero a que estar aquí de brazos cruzados es exasperante.
Sissi se echó hacia adelante en la silla y se apartó el pelo del hombro con aquel ademán tan suyo. Yumi esbozó una sonrisa.
—Ya te sientes mejor, ¿eh?
—Sí. ¿Y sabes qué? Que sí que podemos hacer algo útil. Aún no has acabado con ese diario, ¿no?
El portátil tintineó sobresaltando a Anthea. Un sobre parpadeaba en la esquina inferior derecha de la pantalla del ordenador, el sistema de mensajería instantánea que había instalado para cuando Waldo y ella trabajaban separados. La mente de Anthea dibujó la imagen de Waldo enfadado reprochándole que se arriesgase tanto. Inspiró hondo y lo abrió. No era de Waldo.
Jérémie Belpois: ¿Quién eres?
Anthea se sonrió.
Μνημοσύνη: Alguien que quiere ayudar.
Jérémie Belpois: ¿Eres Franz Hopper?
Μνημοσύνη: No necesitas saber mi nombre. No, por ahora.
Jérémie Belpois: ¿Por qué nos ayudas?
Anthea abrió la aplicación que controlaba las cámaras de seguridad de la vieja fábrica y enfocó al joven rubio con el ceño fruncido.
Μνημοσύνη: ¿Necesito un motivo?
Observó como la expresión de él se convertía en la más absoluta sorpresa al leer esa respuesta. Le vio estirar los dedos sobre el teclado para retirarlos un instante después y apoyarlos sobre las teclas, buscando qué decir. El pecho del muchacho se llenó de aire que dejó escapar poco a poco con los ojos cerrados. Tecleó.
Jérémie Belpois: Ayúdanos. Ayúdame a proteger a Aelita. Si estás aquí debe importarte, aunque sea un poco.
Μνημοσύνη: Me preocupa el superordenador.
Jérémie sintió una punzada de decepción, no había esperado esa respuesta. Se frotó la frente y pensó que el motivo daba lo mismo si eso servía para ayudar a Aelita.
«Mierda. Te estás fiando de alguien a quien no conoces de nada» se reprochó a si mismo. ¿Era una buena idea? ¿Que sabía del tal Μνημοσύνη? Absolutamente nada. Podía ser un amigo, podría ser un enemigo, podría ser la CIA, podría ser tantas cosas.
Μνημοσύνη: Ya es tarde para echarse atrás.
Los ojos de Jérémie se abrieron como platos ante el último mensaje. Ya estaba, lo había fastidiado todo. Quiso contestar pero el superordenador dejó de responder a sus órdenes y observó como el intruso se movía por la pantalla. Tres desplegables que no había visto en la vida surgieron del menú de inicio del sistema.
Μνημοσύνη: No hagas nada por recuperar el control o tus amigos no saldrán con vida.
Jérémie asintió en silencio más para obligarse a no hacer nada que por cualquier otro motivo. Si intentase recuperar el control no sabría qué hacer con todas aquellas aplicaciones y ventanas. Su primera intuición sobre el superordenador había sido acertada, era mucho más de lo que él había creído en un principio.
«Entiendo que lo quisieran como arma» se dijo a sí mismo. «Sé porqué Franz Hopper no quería que cayera en malas manos.»
—¿Jérémie?
La voz de Aelita le sacó de sus pensamientos.
—Di-dime.
—¿No cargas los Nadskids?
Él se ajustó el micrófono y se irguió en la butaca.
—No puedo —se sinceró.
—¿Cómo que no puedes? —preguntó William.
—No tengo el control del sistema.
—¿El ataque de...?
—No, Odd. No es ningún ataque —declaró Jérémie—. Tened un poco de paciencia.
Μνημοσύνη: Necesito datos de la torre submarina. Que el americano salte al mar digital.
—Esto... William ¿puedes entrar en la torre submarina?
—De acuerdo —accedió encogiéndose de hombros. Cerró los ojos—. Superhumo.
La espesa voluta de humo negro en la que se había convertido el cuerpo de William descendió serpenteando desde la plataforma hasta el mar sumergiéndose y desapareciendo tras una leve explosión, el quejido del mar digital cuando alguien caía en él. Aelita se estremeció a pesar de saber que a William no le afectaba, aquel estallido le traía el recuerdo lejano de su padre.
Jérémie vio desaparecer la señal de su compañero, como había pasado hacía unas horas. Se echó hacia adelante en la silla y tecleó inútilmente tratando de enviar un mensaje.
Una nueva ventana se abrió en la parte inferior de la pantalla, la imagen de William surgió ante sus ojos como si le viera a través de las cámaras de seguridad y un leve crepitar seguido de dos pitidos cortos surgieron del auricular.
Μνημοσύνη: Pídele que no salga de la torre y que haga todo lo que yo te diga.
«¿Pedírselo? No creo que pueda oírme...»
—Esto... ¿William? ¿Puedes oírme?
Él miró a todos lados en el interior de la torre, se rascó la nuca, cruzó los brazos tratando de tapar el símbolo de X.A.N.A. que brillaba en su pecho.
—Te oigo, Jérémie.
—No salgas de la torre, necesito que accedas al terminal que hay en la planta superior.
—¿Hay una planta superior? —preguntó mirando a la oscuridad que reinaba en la parte alta de aquella torre— ¿Estás seguro?
—Sí, creo que sí, es lo que me muestra el superordenador.
—De acuerdo.
William cerró los ojos y se concentró, su cuerpo comenzó a ascender lentamente envuelto en un resplandor rojo. Jérémie se horrorizó al percatarse de que la ropa de William era la misma que llevaba cuando estaba bajo el control de su enemigo y sobre todo al ver el símbolo brillando pálidamente sobre su pecho.
«¿A quién estoy ayudando?»
Los pies de William tocaron la plataforma y entonces abrió los ojos. Avanzó con paso firme y colocó la mano sobre el terminal cuando éste surgió de la nada.
—¿Qué tengo qué buscar?
—William ¿X.A.N.A...?
—No me controla —contestó de manera automática—. Puedes estar tranquilo.
—Tu aspecto.
William suspiró y cerró el puño con fuerza. Jérémie le estaba viendo. Aquello volvería a complicarle las cosas. Volverían a desconfiar de él.
—Ya —espetó—. ¿Sabes? No sé por qué tengo estas pintas, la primera vez que estuve en esta torre no las tenía, puede que sea esto lo que hace que el mar digital no me afecte, puede que sea una broma de mal gusto de X.A.N.A., puede que sea demasiado optimista. Pero Jérémie, no me está controlando, soy dueño de mis actos y quiero que esto, sea lo que sea, salga bien.
»Puede que tú no lo comprendas. Yo no estoy aquí por Aelita, ni por vosotros, no estoy aquí para salvar el mundo. Estoy aquí porque quiero a Yumi y si aguantando las malas caras, las pullas de Ulrich, los susurros a mi espalda, los desplantes y demás puedo mantenerla a salvo simplemente lo haré.
»He saltado al mar digital por vosotros y lo seguiré haciendo, pero estoy cansado. Si no confías en mí dilo ahora y ahórrame tiempo.
Jérémie se revolvió en su silla.
—No, no es eso. Es que me pone un poco nervioso que tengas ese aspecto. Ahora no puedo explicártelo, pero te lo explicaré, ¿vale?
—De acuerdo —concedió con un bufido.
—Vale, necesito que accedas al sistema de red de las torres del sector... —hizo un pausa demasiado larga para el gusto de William que enarcó una ceja—. Del sector ¿cinco? Pero sólo hay una torre en el sector cinco...
—Jérémie ¿sabes lo que estás haciendo?
«No, creo que no lo sé.»
—Eh, sí, claro que sí —mintió esperando que Μνημοσύνη supiese lo que hacía y no fuese nada perjudicial—. Accede al sistema por favor.
—Vale.
Yumi y Sissi sentadas una al lado de la otra tan cerca que parecía mentira. Si Odd hubiese estado allí habría temido que se sacasen los ojos.
La japonesa sostenía el diario entre las manos y Sissi armada con su agenda y un bolígrafo iba apuntando cosas. Sobre la mesita dos latas de refresco de cola, uno normal y otro light, y un bol repleto de patatas completaban los pertrechos de las dos chicas.
—Apunta —pidió Yumi—. Aquí habla de un secreto oculto en cada sector.
Sissi asintió y presionó la punta del boli contra la hoja que marcaba el cuatro de diciembre.
—Repartir entre los cinco sectores los fragmentos es una medida de seguridad más —leyó Yumi—. Para volverlos a unir se necesitan unos códigos especiales, códigos de vital importancia...
—¿Qué pasa? —preguntó Sissi al ver que Yumi no continuaba leyendo.
—No parece que los códigos aparezcan el diario... supongo que sería demasiado fácil —dijo encogiéndose de hombros. Había pecado de optimista. Volvió la vista a las páginas y prosiguió—. Estos códigos jamás deben caer en malas manos, porque sería desastroso.
»El fin de esta medida de seguridad es impedir el acceso a ¡Xanadu! —exclamó sobresaltando a su compañera—. ¡Los códigos, los fragmentos, son para Xanadu! ¡Tengo que llamar a Jérémie!
Yumi tomó su teléfono móvil y marcó el número pero no hubo suerte, salía la voz de la operadora diciendo que estaba apagado, probó con los demás obteniendo el mismo resultado. Todos los móviles apagados, aquello era extraño, demasiado extraño, jamás los llevaban a Lyoko así que Jérémie debía tenerlos todos, jamás los apagaban.
—Tengo que ir a la fábrica.
—Voy contigo. —Sissi apretó la agenda contra el pecho—. No me pidas que me quede, no quiero quedarme aquí sola.
La japonesa tomó su bolso y metió dentro el diario.
—De acuerdo, vamos.
En Lyoko Odd, Aelita y Ulrich habían optado por tomar asiento, hacía un buen rato que William había saltado al mar digital y Jérémie no contestaba. Estar allí plantados y no ver ningún monstruo era tremendamente aburrido.
—Ni que sea una cucaracha —suplicó Odd al cielo falso del sector del desierto por enésima vez—. Ya no pido un megatanque ni un bloque, una simple y estúpida cucaracha...
—Relájate Odd —pidió Aelita.
—Tanto relax me está...
La boca de Odd se abría y cerraba sin que ningún sonido saliese de ella, Ulrich y Aelita le miraban con caras de preocupación, el chico gato alzó el dedo índice y señaló detrás de ellos. Se giraron y, como su amigo, se quedaron estupefactos.
La torre que tenían justo detrás estaba envuelta por un aura negra.
—¡Jérémie! —chilló Aelita, pero no obtuvo ninguna respuesta—. ¡Dios mío! ¿Qué hacemos?
En la sala de mando del superordenador el más joven del equipo miraba horrorizado el plano de Lyoko. Las órdenes que le había ido dando a William habían activado cinco torres, una en cada sector.
William introdujo el último código que había obtenido y la torre submarina se activó también. La plataforma se tambaleó bajo sus pies, si no supiera que era imposible creería que era un terremoto. Todo se sacudía de tal manera que acabó cayendo al suelo, aprovechó la circunstancia para hacer aquello que había aprendido en Japón, tumbarse boca abajo y esperar a que pasase.
Su mirada se fijó en los números que brillaban en las paredes virtuales de la torre, no se movían, permanecían inmóviles.
—¿Qué está pasando? —preguntó inquieto.
—La torre. Está saliendo del mar digital.
La enorme construcción se elevaba lentamente desde las profundidades sobre un amasijo de cables negros y retorcidos, más gruesos y siniestros que los que cruzaban Lyoko. La torre detuvo su ascenso cuando estuvo al mismo nivel que la plataforma, su aura negra provocó un escalofrío a los tres chicos que la miraban.
—Tenéis que entrar —pronunció Jérémie pausadamente.
Aelita hizo aparecer un estrecho corredor para hacerla accesible para sus compañeros. Odd iba en cabeza con paso firme y Ulrich cerrando la comitiva, Aelita caminaba entre ellos era la distribución que les permitía protegerla de un modo más eficaz.
La plataforma les recibió con su blanquecino resplandor, William saltó desde la parte superior aterrizando junto a ellos con brusquedad.
—No preguntéis —gruñó tapándose el pecho—. No sé por qué ni cómo, así que dejadlo.
—Podemos ir a Xanadu desde aquí ¿no? —Aelita se asomó por el margen—. ¿Funciona como las demás torres de paso?
—Sí, sólo hay que saltar —pronunció lanzándose al vacío.
Los demás chicos le siguieron hasta a aquel paisaje hermoso y siniestro. El gran número de torres ponía los pelos de punta y entre ellas una rodeada por un aura roja.
La torre activada.
—No puedo enviaros los vehículos, tendréis que ir a pie —la voz de Jérémie se coló en sus oídos más clara de lo que era en Lyoko.
—Pues andando —soltó Ulrich.
Todo estaba en calma, no se veía ni un solo monstruo así que fueron avanzando lentamente entre la mullida hierba. Se hacía extraño recibir las sensaciones al instante como en el mundo real, pero pasados unos minutos ya se había adaptado.
—¿Hay algo en la pantalla?
—Nada, lo único que veo son las torres.
—¿Así que aquí tampoco hay monstruos? —protestó Odd.
—Están las cosas aquellas que persiguieron a Yumi —le dijo William—. Puede que les dé por perseguirte a ti también.
—Espero que no... —musitó Aelita.
Avanzaron esquivando los pequeños obstáculos del terreno, las piedrecitas se desprendían bajo sus pies en su ascenso por la escarpada ladera.
El sonido de algo lejano les alertó, un sonido metálico y descompasado.
«Un xilófono aporreado» pensó Ulrich recordando la descripción de los monstruos que había encontrado Yumi.
—Creo que tendrás tu cita con los amigos de Yumi.
—No veo nada en la pantalla —espetó Jérémie.
—Da igual —soltó Odd sonriente y animado—. Ya nos las apañaremos.
Aelita puso los ojos en blanco, era mencionar a los monstruos y Odd se emocionaba como un crío con un juguete nuevo. Ella no tenía tiempo para jugar con los monstruos, tenía que llegar a la torre y desactivarla.
—Te acompaño —siseó William a su lado ganándose una sonrisa.
—Odd y yo nos encargamos de...
—Los gaseosos. —Sacudió los dedos en el aire en un intento infantil de sonar terrorífico.
—Es el nombre más estúpido que se te ha ocurrido nunca —farfulló Ulrich desenfundado su katana.
Tenían aquel agobiante sonido prácticamente encima. Aelita desplegó sus alas y William se fundió en el superhumo, tenían que darse prisa y aquel era el modo más rápido y seguro de llegar a su destino.
—¿Cómo nos los cargamos?
Odd se encogió de hombros.
—¡Disparando a saco! ¡Banzai!
Una lluvia de flechas láser salieron de los guantes de gato atravesando a los monstruos sin causar daño, bufó molesto. Ulrich lo probó con su katana obteniendo el mismo resultado, sablazo, retroceder, sablazo, retroceder. Intercambiaron miradas y echaron a correr.
—¿Alguna idea genial más? —inquirió el samurai.
—Ataque lateral con pinza.
Ulrich giró bruscamente yendo directo hacia los monstruos, se deslizó sobre su trasero alzando las piernas para propulsar a Odd. Aquella vieja estrategia siempre funcionaba. Odd disparó sus flechas nuevamente, tampoco funcionaron. No podía detenerse, iba a chocar contra esas cosas.
«Con un poco de suerte los atravesaré»
Pero se equivocó. Se estrelló dolorosamente contra una pared invisible.
—¿Pero qué haces Jérémie? —protestó frotándose la nariz—. Si vas a levantar una pared avisa primero...
—No he sido yo.
Aelita y William permanecían de pie frente a la torre, ella le había tomado la mano con fuerza. Ver la torre de cerca la había dejado sin aliento, era enorme.
—Entremos juntos —pidió—. No sé qué tengo que hacer ahora.
William accedió llevándola con él al interior, el símbolo de X.A.N.A. dibujándose a su paso. Sólo quedaba ir hasta la parte alta de la torre para desactivarla. Aelita le sonrió asintiendo, lo harían juntos, dos mentes trabajando juntas eran mejor que una sola.
Cerraron los ojos y empezaron a ascender pero cuando estaban prácticamente en la parte superior cayeron al vacío.
William abrió los ojos, ya no estaban dentro de la torre, vio a Ulrich y a Odd bajo ellos. Invocó el superhumo amortiguando la caída.
La katana de Ulrich sobre el cuello de William. El fantasma de X.A.N.A. planeando sobre sus cabeza.
—¿Qué demonios haces? —gruñó el alemán.
—Evitar que Aelita se desvirtualice.
Ella posó su mano sobre la de Ulrich haciéndole bajar el arma.
—Estábamos en la torre y de repente hemos caído sobre vosotros —explicó con voz suave—. No entiendo qué ha pasado.
Anthea sonrió al mensaje que acababa de aparecer en su pantalla:
X.A.N.A. restauración completa.
«Misión cumplida» se dijo, pero todavía no había acabado, desplegó un último programa. Ya no podía hacer nada más por su hija y sus amigos, al menos no desde allí. Desactivó la torre que les había atraído hasta Xanadu. Se ajustó el auricular con micrófono y entonces habló.
—Escuchadme atentamente y no hagáis preguntas estúpidas. —Su voz ahora profunda y distorsionada se metió en los oídos de los chicos—. Estáis en Xanadu y a partir de ahora podréis venir hasta aquí utilizando los dispositivos que tenéis en la muñeca, me he encargado de instalarlo en los avatares que no están presentes.
»Xanadu no tiene nada que ver con Lyoko.
—Voz siniestra, ¿quién eres? —preguntó Odd provocando un suspiro distorsionado.
—He dicho que no hicierais preguntas estúpidas. No tengo tiempo para tonterías.
»El daño recibido en Xanadu puede convertirse en heridas físicas así que yo de vosotros iría con cuidado y no bajaría la guardia. Hay más enemigos de los que pensáis, el programa puente entre Lyoko y Xanadu no los detecta.
»Tendréis que hacer uno vosotros, eso es todo.
—¿Cómo que eso es todo? —lanzó la pregunta al aire Odd—. Eeeo voz siniestra.
—Déjalo Odd, sea quien sea ya no está —afirmó Jérémie—. Vuelvo a tener el control sobre el superordenador, voy a traeros de vuelta.
Continuará

sábado, 9 de febrero de 2013

[Recortes] Colores



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Historia relacionada: No.
Colores
—Azul —determinó con su voz masculina.
A su lado una risita femenina le llenó los oídos.
—¿Por qué azul? —le preguntó ella con la mirada fija en el techo blanco.
—Es el color de la inspiración —declaró con seriedad—. El color del cielo. El color del mar en calma. El color de mi colcha...
—Payaso —le soltó riendo.
Estirados los dos panza arriba en el suelo de la sala de estar del piso que compartían desde hacía dos años. Con las cabezas una al lado de la otra y los pies apuntando en direcciones contrarias y un bol lleno de palomitas y dos latas de cola entre ellos.
Compartir las tardes hablando de estúpideces, sin hacer nada en especial, se había convertido en el refugio para ambos. El refugio de William para no pensar en X.A.N.A. y en todo lo que había perdido a causa de él. El refugio de Yumi para no sentirse sola ahora que Ulrich jugaba en la liga profesional alemana.
—Ahora en serio, ¿por qué azul?
—Me gusta el azul.
—Esa respuesta es estúpida —le dijo tirándole una palomita a la cara.
—¡Ey! Eso es agresión, si vuelves a hacerlo tendré que denunciarte.
—Uy sí, que miedo.
—¿Y tu? ¿Cual elegirías? —le devolvió la pregunta hundiendo la mano en las palomitas.
Yumi inspiró hondo e hizo aquel ruidito que hacía cuando pensaba seriamente en algo.
—Quizá marrón —le contestó estirándose como un gato.
—¿¡Qué!? ¿Marrón? ¡No le pega nada!
Ella rió y le revolvió el pelo girándose para quedar estirada boca abajo.
—Bromeaba pedazo de burro. El azul es el que más te pega a ti, así que será perfecto para tu moto nueva.
William sonrió satisfecho mientras ella tarareaba No sense of crime de Iggy Pop & The Stooges.

RECORTES



Género: varios
Advertencias: No
Clasificación: Hetero
Categoría: Fanfic
Serie: Code: Lyoko
Pareja: varias
Año: 2011-20?? Estado: En proceso
Capítulos: ???

Recopilación de pedazos de historias que quedaron fuera de sus fics u oneshots o simplemente ideas que no llegaron a ningún sitio.


N/A: Code: Lyoko es propiedad de MoonScoop y France 3


Versión en castellano // Versió en català
Listado de capítulos:
01.- Colores / / Colors William Dunbar, Yumi Ishiyama
—¿Por qué azul? —le preguntó ella con la mirada fija en el techo blanco. Amistad / +13
02.-
03.-
04.-
05.-
06.-
07.-
08.-
09.-
10.-

viernes, 8 de febrero de 2013

ADQST 19.- Pausa



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3

Pausa
Anthea abrió de nuevo los ojos respirando atropelladamente bañada en sudor gélido. Se maldijo a sí misma por ser tan tonta. Era una pesadilla, un sueño inquietante que no podía lastimarla. Sabía que no había gritado porque si lo hubiera hecho Jethro ya estaría allí con su SIG-sauer cargada y lista para disparar. Con el paso del tiempo había aprendido a no chillar por más terrible que fuera el maldito sueño.
Apartó las sábanas a patadas y puso los pies sobre las esteras rectangulares de paja que cubrían el suelo, una característica a la que se había acabado acostumbrando con el paso de los años. Se caló la bata rosa con decisión, retiró la silla que bloqueaba el pomo procurando no hacer nada de ruido, descorrió el cerrojo y al abrir la puerta asomó la cabeza mirando a ambos lados comprobando que el pasillo de puertas correderas estaba desierto antes de salir. La suya era la única puerta occidental y también la única que tenía cerrojo. El tacto de la madera bajo sus pies desnudos era agradable, avanzó a hurtadillas pendiente en todo momento de que ninguna de las puertas se abriese, temía que la pobre iluminación del corredor fuese lo suficientemente intensa para que su silueta se dibujase sobre el fino papel que las recubría.
Bajó las escaleras con el corazón aporreándole las costillas, tres puertas cerradas y una abierta se distribuían por el pasillo de la planta baja.
—¿Un té, querida? —Los músculos de Anthea se tensaron un instante antes de reconocer la voz.
—Sí —contestó y se dirigió hacía la puerta abierta.
Era una cocina con un horno de piedra, una enorme pila para fregar sin grifos y fogones de leña en vez de gas. Estaba pobremente iluminada con una lámpara de aceite de luz difuminada por una pantalla de papel de arroz. La mesa baja y vieja de madera de cerezo pegada a la pared tenía un servicio completo de té para dos personas y, sentada en una de las seis sillas, una anciana le sonreía.
—¿No podéis dormir señorita Hopper? —inquirió sirviendo el humeante té verde con jazmín en un vaso de cerámica para después pasárselo cuando se sentaba a su lado.
—He tenido un sueño extraño —musitó ella sujetando el vaso caliente entre ambas manos.
—Los oni no pueden dañaros si no se lo permitís.
Anthea sonrió y dio un largo sorbo al té.
—Pero se empeñan en perseguirme en sueños.
—El señor Atkins vino a verme esta tarde. —Anthea la miró con un destello de preocupación en sus ojos—. Considera que pasáis demasiado tiempo aquí encerrada. No puedo decir que no tenga razón, deberíais salir más señorita Hopper.
—No tengo tiempo para eso, señora Saitô.
La mujer le dedicó una sonrisa amable y después sorbió su té con calma.
—Siempre hay tiempo para eso —dijo y acto seguido bajó el tono de voz—, yo vigilaré que nadie entre en vuestro cuarto, sus ordenadores estarán seguros.
—Pero...
—Podríais ir al Kiyomizu-dera y rogar a Buda por la desaparición de esos oni.
Anthea estaba a punto de protestar porque el Kiyomizu-dera estaba siempre a tope de gente y le supondría perder medio día sólo en intentar entrar, si quería que rezase tenía otros dos templos budistas cerca, pero no dijo nada al ver que la señora Saitô le deslizaba un papel sobre la mesa.
—Quizás encontraréis marido. —Le guiñó el ojo.
En una de las habitaciones de L'Hermitage, en Francia, Sissi sorbía con parsimonia una taza de tila con manzanilla en la cama, Yumi y Aelita la habían tapado con el edredón porque no paraba de temblar y con la esperanza de que se calmase un poco.
Aelita la comprendía bastante bien. El encontrarte de repente en un mundo virtual sin saber cómo has llegado ni porqué estás ahí era algo bastante traumático, ella todavía tenía pesadillas a veces. Habían tenido que obligar a Odd a volver abajo porque estaba tan nervioso que parecía a punto de tener un infarto y lo cierto era que ese estado anímico no ayudaba mucho a tranquilizar a Sissi.
—¿Tú estuviste ahí dentro? —inquirió en un débil susurró.
—No —contestó Aelita—. Yo estuve en Lyoko.
—¿Y no es lo mismo?
Las dos amigas intercambiaron miradas sin darle una respuesta. Aelita hizo un gesto a Yumi para que las dejase solas y se sentó junto a Sissi mientras la japonesa salía sin hacer ruido de la habitación.
—No lo sé —siseó la pelirroja mirándose los zapatos.
—¿Cómo puedes no saberlo?
—Hay mucha cosas que no sé...
—Es vuestro maldito chisme —espetó Sissi crispada—. ¡Vuestro! ¿Qué demonios se supone que es? ¿Para qué sirve? ¡Ese trasto tarado casi me mata!
Aelita se encogió sobre sí misma, sintiéndose culpable sin saber porqué.
º º º
Anchorage, Alaska, Estados Unidos.
Febrero de 1994
Estaba adormilada, iba bien abrigada prácticamente cubierta por completo pero aún y así sentía el gélido frío cortándole las mejillas. Permanecía apoyada en el respaldo de un enorme banco de madera de la sala de espera del ferry, no sabía qué pinta debía tener pero seguro que no era muy buena. Jethro la había estado maquillando para ocultar los moratones de la cara y las capas de ropa impedían que se viese alguna de las magulladuras que le cubrían el cuerpo, la somnolencia provocada por los analgésicos le impedía mantener los ojos abiertos y tenía que luchar constantemente para entreabrirlos. Tal vez parecía una adicta en pleno síndrome de abstinencia, prefería no pensar demasiado en ello.
Lo que más le dolía era no saber con certeza si Waldo y Aelita estaban bien. Suponía que no los había atrapado porque hasta el último día intentaron sonsacarle su paradero; un paradero que ella intuía pero no conocía. Waldo le había hablado muchas veces de una fábrica abandonada durante la guerra, una fábrica en medio del cauce del Sena, una fábrica que se caía a pedazos mermada y maltratada por las bombas y el paso de los años.
«Es un escondite excelente» pensó rememorando la expresión rebosante de alegría de Waldo al ponerla al corriente de su hallazgo para el superordenador. Esbozó una sonrisa ignorando el lacerante dolor de sus labios agrietados que seguramente volvían a sangrar cubiertos por la bufanda. Ahora que no tenía nada sólo le quedaban sus recuerdos.
Anthea, ya tengo los billetes —susurró Jethro arrodillándose frente a ella y devolviéndola al presente, rompiendo así la imagen de la sonrisa de Waldo—. ¿Puedes levantarte?
Sí...
Observó con aprensión como se ponía en pie tambaleándose torpemente, la sujetó por el codo para ayudarla a caminar. Anthea agachó la cabeza medio mareada, el suelo se balanceaba vertiginosamente bajo sus pies, ondulándose, retorciéndose y hundiéndose; inspiró hondo y dejó el aire escapar entre sus dientes muy despacio entonces dio un paso, después otro y otro más hasta llegar lastimosamente al pie del embarcadero. Jethro le ofreció los billetes a uno de los oficiales del ferry que la miró fijamente.
¿Qué le ocurre? —preguntó el hombre.
Oh no es nada. —Sonrió Jethro—. Náuseas matutinas, ya sabe. Le he dicho que era mejor quedarse en casa pero ha insistido en ir a ver a su tía Cassandra a Maine. Es muy terca.
El hombre dibujó una mueca nada convencido y volvió a mirarla.
Es verdad —musitó Anthea—. Está enferma, en el hospital y... —Se sujetó con fuerza a la solapa del abrigo de su acompañante, le temblaban las piernas y empezaba a pensar que iba a caerse.
De acuerdo, de acuerdo. Pasen. Hay un médico a bordo si lo necesita.
Gracias —replicaron a la vez.
Jethro la agarró con fuerza por la cintura, manteniéndola en pie, mientras recorrían la cubierta hasta dónde se encontraban un par de bancos para los que preferían acomodarse en el exterior que en el caldeado interior del ferry. La ayudó a sentarse y se arrodilló frente a ella.
Eres una buena mentirosa, Anthea.
No tanto como tú —farfulló frotándose la frente, se encontraba fatal—. ¿Vamos a quedarnos en Maine?
No. Allí tomaremos un avión.
¿Hacia adónde?
Él sonrió complacido por la pregunta.
Cambiamos de continente.
Anthea pensó en lo mucho que necesitaba un ordenador con conexión a internet, esperaba que ese continente no fuese África o la Antártida. Entonces cayó en la cuenta y le miró como si estuviera completamente loco.
¡En los aeropuertos hay controles! —exclamó en un susurro—. Nos atraparan antes de empezar. —La sonrisa de Jethro la hizo pensar, por un momento, en la sonrisa confiada de Waldo.
Los controles se pueden pasar sin problemas si sabes hacerlo.
Y tras oír aquella frase, por segunda vez en su vida se sintió como una cría que ha vivido siempre entre algodones y que no sabe nada del mundo real. Pensó en Waldo y en como se las había apañado para cruzar el muro sin incidentes.
º º º
París, Francia
23 de enero de 1994
Aelita no te entretengas.
La muchacha despegó la vista del escaparate para mirar a su padre de pie a un par de metros de ella. Su padre odiaba ir a la ciudad aunque ella no alcanzaba comprender el porqué. Volvió a mirar el escaparate soñando despierta.
¿Te gusta ese vestido?
Sí.
Waldo había regresado a su lado para ver qué era eso tan interesante de lo que no podía apartar los ojos. Sonrió afable. Sin Anthea estaba bastante perdido, no entendía demasiado sobre niñas preadolescentes y sus gustos.
¿Lo quieres?
No lo necesito.
Pero te gusta.
Aelita asintió agitando su melenita roja. Su padre le tendió la mano, que ella tomó gustosa, y la llevó al interior de la tienda para que se lo probara. Waldo permaneció de pie junto al escaparate pendiente de la cortina del probador aunque, de reojo, vigilaba a todo el que pasaba por la calle. Desvió la vista en dirección a una callejuela que quedaba semioculta por la furgoneta de una floristería, había alguien escondido, no se lo había imaginado les estaban siguiendo.
¿Cómo me queda? —preguntó Aelita que había ido hasta su padre.
Perfecto, princesa —contestó con una sonrisa de dientes blancos. Tomó la etiqueta entre los dedos para ver el precio y después saco un par de billetes de su cartera—. Toma, págalo cuando te hayas cambiado.
La muchacha regresó al interior del probador dando saltitos de alegría, tenía vestido nuevo y podría pagar ella misma como si fuera una adulta.
Volvió a mirar al exterior pero ya no había nadie allí, tendrían que dar un rodeo. Miró su reloj, era hora punta, sonrió; allí cerca había una estación de metro con dos salidas y estaría abarrotado, ideal para despistar a sus perseguidores, sólo tenía que buscar el modo de escabullirse hasta la parada del autobús a dos manzanas sin ser vistos.
º º º
—Hierón... —susurró Jérémie como si tratase de ver más allá de la palabra—. Hierón, Hierón, Hierón...
—Repetirlo como un disco rayado no hace que lo entendamos —protestó Ulrich repantigado en el sofá.
Jérémie no pareció escucharle y continuó repitiendo aquella palabra una y otra vez mientras se frotaba la barbilla. Lo cierto era que Hierón le sonaba haberlo estudiado o leído en algún lugar.
Yumi regresó de la cocina con una taza llena de café y enarcó una ceja al oír el bucle en el que estaba sumido Jérémie, fue hasta el sofá y le dio un golpecito en el muslo a Ulrich para que le hiciera un hueco en el que sentarse, él se retrepó rápidamente sentándose bien recto. Odd que normalmente se habría reído a carcajadas sólo atinó a esbozar una sonrisa.
—Jérémie, Sissi no recuerda nada más. —Suspiró quedamente y balanceó el café del interior de la taza—. Sólo lo de Hierón y... bueno, Xanadu.
—Imposible... —musitó ajustándose las gafas.
—Más que el porqué sólo recuerda eso tendríamos que preguntarnos cómo llegó hasta allí ¿no? —soltó Ulrich con aire resuelto.
—Eso es muy simple. —Jérémie le dedicó una mirada cansada—. X.A.N.A. la llevó hasta allí, y de algún modo hizo que el mar digital no la afectase.
—Más que eso —interrumpió Yumi— ¿por qué llevo a Sissi hasta Xanadu? ¿Acaso no podía ir solo o la necesitaba para algo? Tú qué dices, Odd
Odd la miró y Jérémie y Ulrich, que parecieron darse cuenta en ese momento que el chico estaba allí, esperaron impacientes sus palabras.
—Yo... no lo sé.
—Odd, no te preocupes más, está bien —dijo Ulrich quitándole hierro al asunto—. Seguro que mañana estará como siempre y se le habrá pasado el susto.
William se apartó de la ventana y avanzó hasta sus amigos cortando la réplica de Odd que seguramente estaría fuera de lugar y a los cinco minutos se habría arrepentido de decirla.
—A ver. Supongamos que Xanadu siempre ha estado ahí al otro lado de la torre submarina del sector del desierto —Jérémie le miró enfurruñado, consideraba que suponer eso era demasiado suponer—. Hay, por lo menos, el doble de torres de las que hay en Lyoko y ahora sabemos que se pueden activar.
—Eso no lo sabemos...
—La torre blanca —interrumpió Yumi a Jérémie—. Era azul cuando la vi.
Ulrich que había permanecido en silencio se echó hacia delante en el sofá y le hizo un gesto a Jérémie para que se callase.
—Tú —espetó señalando a William con el índice—, seguro que sabes más de lo que dices. Nos vas soltando cosas con cuentagotas como si fuésemos idiotas. ¿Qué tiene que pasar para que nos cuentes toda la verdad, William?
—Veo que todavía no has entendido nada —replicó el moreno con una sonrisa desafiante.
—¿Qué no lo he entendido?
—Eso he dicho.
—¡Eres un...!
—Déjale en paz.
Aelita en el zaguán de la puerta miraba a Ulrich con las mejillas sonrojadas por un acceso de rabia que la había pillado totalmente por sorpresa. No sabía porqué se había enfadado tanto con Ulrich por algo tan tonto como eso. Avergonzada por su propia reacción dio media vuelta y se esfumó, la escucharon subir las escaleras corriendo y después dar un portazo. Jérémie, Ulrich, Odd y Yumi se miraron entre ellos a cual más sorprendido, no notaron que William abandonaba el salón y subía las escaleras tras Aelita.
—¿A qué venido eso? —rompió el silencio Odd.
Yumi puso su mano sobre la de Ulrich que se cerraba con fuerza sobre la tela de sus vaqueros, por una vez aquel suave contacto no sirvió para calmarle los nervios.
—Creo que Aelita sabe algo que nosotros no.
—¿Algo cómo qué? —inquirió Jérémie.
—Bueno —susurró Yumi—, ambos estuvieron largo tiempo atrapados en Lyoko, puede que entienda la situación mejor que nosotros.
—Eso es mucho suponer —gruñó Ulrich cruzándose de brazos.
William llamó a la puerta de la habitación de Jérémie y Aelita aguardando a que desde dentro ella le permitiese pasar, pero Aelita no dijo ni pío. William suspiró.
—¿Puedo pasar? —preguntó desde el otro lado de la puerta.
Aelita levantó la cara que había hundido en la almohada, se puso en pie y fue hasta allí.
—Entra —musitó con un susurro abriendo la puerta.
—¿Qué te pasa? Nunca te había oído hablarle así a uno de tus amigos.
—Si te digo que no lo sé ¿me creerás?
El muchacho la observó y después asintió.
—Sí.
—Sé que es eso de no poder recordar algo hasta que ocurre algo similar y entonces todo te vuelve de repente. —Aelita entrecruzó la manos y se las miró fijamente cabizbaja—. Descubrir de repente que lo sabías pero que por alguna razón no podías recordarlo, como si...
Calló y sacudió la cabeza apartando de su cabeza el resto de sus palabras pero William le alzó la barbilla y le sonrió.
—Como si estuviese oculto tras un cristal empañado y por arte de magia se aclarase y decidiese dejarte verlo claro —dijo él—. Como si alguien se estuviese burlando de ti, jugando con tu mente sólo para torturarte y hacer que los demás desconfíen de ti, hasta el punto de que tú mismo eres incapaz de confiar en ti.
—Sí... —replicó ella. Era así justamente.
—No creo que sea cosa de X.A.N.A. si algo he aprendido de ese virus es que no pierde el tiempo con juegos como ese.
—Es Lyoko —afirmó sin dejar espacio para la duda—. Es algo que hay en Lyoko.
—Hierón —soltó William.
Entonces Aelita se apartó de él y fue hasta su cama levantó el colchón y de entre una colchoneta de espuma y el somier sacó un libro negro con ilustraciones doradas en la portada. "Las Guerras Púnicas" podía leerse. Pasó varias hojas ausente, en los márgenes de las páginas había anotaciones en dos tipos de letra diferentes.
—La primera Guerra Púnica la provocó el intento de expulsar a los mamertinos de Mesina por parte de Hierón II, aliándose para tal fin con Cartago —Aelita leyó la primera frase y después cerró el libro con expresión cansada.
—¿El Hierón de Sissi tiene que ver con ese Hierón II?
—El núcleo de Lyoko está protegido con la contraseña "Escipión", el sistema lo marca como Carthago. Escipión derrotó a Cartago.
—Entiendo...
—¿Lo entiendes? —preguntó sorprendida, William asintió—. El libro. No sé de quien era, reconozco la letra de mi padre y la otra imagino que es de mi madre, pero creo que eso es algo que nunca sabré.
X.A.N.A. sentía un dolor intenso y agudo, algo que jamás creyó posible. Cada vez que intentaba tomar control de una torre el dolor se acentuaba, era como si alguien estuviera aplicándole una desfragmentación de disco, un formateo, una purga y después un volcado de datos y un programa de encriptación extremadamente sofisticado. Su conciencia estaba adormilada y tenia una sensación muy extraña, como cuando se apoderaba de un cuerpo y caía al suelo.
Oyó un tintineo cerca suyo. Conocía aquel sonido porque había buscado cazarle durante largo tiempo. Aquel sonido se convirtió en palabras dentro de su cabeza.
Yo puedo ayudarte, X.A.N.A.
«Cállate» pensó incapaz de hablar con la oscuridad rodeándole.
Sé qué te ocurre —continuó la voz—. No escucharme no te hará ningún bien.
«No quiero oírte.»
Eres como un cachorro abandonado en mitad de una tormenta.
Si hubiese tenido fuerzas se habría cabreado y avisado a su ejercito de clones, pero no tenía fuerzas casi ni para pensar.
Déjame ayudarte.
Pero X.A.N.A. ya no dijo nada más y Waldo prefirió callar y alejarse. Se preguntó si se habría dado cuenta de el cambio que le había producido pisar Xanadu y si era así si sería capaz de reconocerse.
Se sumergió en el mar digital.
A base de suplicar y rogar que le dejasen pasar de soportar empujones y pisotones había conseguido abrirse camino hasta el gran tori rojo. Anthea se deslizó con la mayor dignidad posible hacia la zona boscosa en la parte opuesta a la inmensa cascada, allí apenas había gente, todos se concentraban en el gran templo Otowasan Kiyomizudera.
Seguramente tendría la suerte de dar con un rincón desierto, quizás en la zona más cercana a los jardines zen, tampoco es que fuese imprescindible que no hubiese nadie cerca pero lo prefería así. Llevaba el notebook portátil dentro del bolso.
Se sentó dándole la espalda al templo sobre una roca medio escondida entre árboles y fingió meditar, muchos iban allí para rezar y después aprovechaban la calma del bosque para meditar.
Abrió el pequeño portátil y lo puso en funcionamiento, el enlace con su copia original del superordenador se activó al instante desplegando ventanas con accesos a los sistemas principales de Lyoko y Xanadu.
Comprobó la situación. El sistema continuaba estable, su estrategia de puentear los sistemas de seguridad del superordenador no había tenido consecuencias.
—Bien.
«Hora de echarle un cable a X.A.N.A.»
Ayudar a X.A.N.A. después de haberle debilitado usando el código Hierón, era ciertamente contradictorio tener que hacerlo.
Activó Xanadu y sorteó uno de los programas escudo que había programado ella misma, lo que en la actualidad cualquier informático llamaría cortafuegos, aunque no era exactamente eso. Necesitaba seis torres para hacerlo.
Seis.
Demasiadas, corría un riesgo bastante alto al querer activarlas. Jérémie Belpois no era idiota, Xanadu le habría llamado la atención lo suficiente como para investigar que había allí y tender un sistema de detección para posibles intrusiones. ¿Y si dejase que la descubriese? Que detectase una intromisión no le llevaría hasta a ella, así que en parte era seguro.
«A veces hay que correr riesgos» solía decir su abuela antes de que el mundo se torciera y barriese con todo lo que ella conocía. Antes de la masacre griega, antes de verse recluida en un internado suizo gracias a un benefactor anónimo al que jamás pudo localizar.
—Seis torres —susurró y se puso a trabajar en ello.
En el salón de L'Hermitage saltó la alarma del viejo portátil de Jérémie crispando los nervios de todos los presentes. No podía ser X.A.N.A. de nuevo, acababan de desactivar su torre, nunca había atacado tan seguido.
Jérémie abrió el portátil y no reconoció el sistema de torres de Lyoko, la alarma no era del superescáner. Las cabezas de Odd, Ulrich y Yumi asomaron tras él para echar un vistazo al posible ataque o lo que quiera que fuera. La pantalla mostraba un mapa en dos dimensiones extraño y desconocido.
—Es Xanadu —declaró Yumi. Tras haber estado en aquel lugar era capaz de reconocerlo.
—¿En serio? —preguntó incrédulo Jérémie—. Entonces mi sistema de detección funciona —pronunció con orgullo—. Me he pasado horas trabajando en ello. Como no sabemos si X.A.N.A. tiene o no acceso a él supuse que sería una buena idea controlar ese lugar; pero aún no había tenido tiempo de comprobar si funcionaba o no.
—Pues creo que ya lo has comprobado —replicó Odd recuperando el buen humor, la acción siempre le animaba.
—Pero tenemos un problema...
—¡Ya se nos ocurrirá algo!
Una sonrisa fraternal se dibujo en los labios de Jérémie, Odd estaba de vuelta.
—De acuerdo —accedió Jérémie animado—, lo pensaremos por el camino.
Continuará

jueves, 7 de febrero de 2013

Encierro


 
Code: Lyoko y todos sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.
Encierro
Abrió los ojos, dolida y magullada, las mismas cuatro paredes, las mismas goteras incesantes, la misma puerta blindada, la misma bombilla amarillenta y parpadeante. Todo igual que ayer, todo igual que el primer día. Por las veces que le habían dado de comer suponía que llevaba allí un mes pero no estaba segura, creía que la alimentaban dos veces al día, quizás era demasiado suponer.
El chirrido de la vieja puerta blindada, ahí venía otra vez. La misma mujer repeinada y vestida de blanco que venía día tras día. Aquella mujer tan familiar. Dejaría la bandeja sobre la mesa, preguntaría cómo se sentía, se pondría los guantes de látex, revisaría sus heridas, le inyectaría calmantes y se marcharía.
Siempre igual.
—¿Cómo te sientes? —preguntó mientras se ponía los guantes de látex.
Ella no respondió, para qué hacerlo. Era obvio como estaba. Si necesitaba una respuesta es que era estúpida.
La mujer de blanco la movió para tener acceso a la herida de su costado. Tendida de lado vio sus cabellos rojos extendidos por el suelo ¿eran de ese color o era el rojo de la sangre? Ya no lo recordaba como tampoco recordaba su propia cara.
El dolor de la herida trepó por sus costillas con una punzada que le cortó la respiración, pero no se quejó ni lloró, en aquel supuesto mes se había vuelto inmune a muchas cosas. Ya no tenía más lágrimas, ni fuerzas, ni ánimos para quejarse. Ni ganas de vivir.
La mujer de blanco no pronunció ni una sola palabra más, los tres primeros días habría querido que le hablase más, que le dijeses cosas, que la hubiese tranquilizado, ahora en cambio le daba igual. Las palabras de consuelo habrían sido tan falsas que le daban ganas de vomitar.
La mujer de blanco no la engañaba, no le prometía soltarla a cambio de información, no le mentía a la cara mientras la reducía a un pedazo de carne. En el fondo le gustaba su compañía. La mujer de blanco era lo más humano que existía en aquel agujero repugnante y opresivo.
Una suave caricia en el pelo era el modo de despedirse de la mujer de blanco, quizás también un modo de darle ánimos, quizás no significaba nada y ella se empeñaba en darle sentido.
La chirriante puerta se cerró tras aquella mujer y la soledad volvió a engullirla. El chasquido de la bombilla, el agua goteando, siempre al mismo ritmo. Como un disco rayado que reproduce una y otra vez el mismo defecto, un bucle desquiciante que le hacía desear perforarse los tímpanos para no tener que seguir escuchándolo.
Las paredes de pintura desconchada, que en tiempos mejores debieron ser blancas, estaban llenas de regueros de agua y moho; y el suelo gris y de cemento, que le rascaba la mejilla y el cuerpo desnudo, estaba minado de moscas, cucarachas y otros bichos muertos, les envidiaba, ellos ya no tenían que sufrir más.
La puerta de nuevo con su amenazante chirrido dando entrada a aquel hombre cruel y sin escrúpulos con su retorcida sonrisa y sus andares altivos.
Como siempre hacía arrastró la silla hasta el lugar donde ella permanecía tumbada, se sentó y encendió un cigarrilo. Ahora vendrían las preguntas, aquellas a las que no podía responder porque no conocía la respuesta. Aquel hombre que se enfurecía al no lograr arrancarle un gemido, un quejido o una súplica. A veces se preguntaba si realmente quería respuestas o sólo era una excusa para golpearla y forzarla.
—Bien Anthea, te lo volveré a preguntar. ¿Dónde está tu marido? —Aspiró el humo del cigarrillo y esperó, pero como siempre Anthea no le contestó.
Le miró a los ojos esperando el golpe que sabía que llegaría. El humo saliendo de los pulmones de él y una patada en el hombro con aquellas botas de puntera reforzada con acero. Una nueva pregunta seguida de silencio y otro golpe más.
Pregunta, silencio, golpe. Pregunta, silencio, golpe. Jadeos masculinos, gotera, gotera, gotera, gotera. Más golpes. Gruñido, rabia contenida.
Siempre igual, siempre lo mismo, siempre en el mismo orden.
Pausa. Pasos rabiosos. Giro brusco.
Sabía que venía ahora. Se quitaría los pantalones y el resto ya lo conocía demasiado bien. Había aprendido a quedarse quieta y a no forcejear. Cuando forcejeaba era peor, porque no sólo la humillaba sino que además le hacía más daño. Para qué forcejear si era inútil. Forcejear sólo hacía que él se divirtiera más, que fuera más cruel y que alargase aquella tortura durante horas.
Las manos de él sobre su garganta ejerciendo la presión justa para que boquease torpemente en busca de aire pero sin asfixiarla, aquello le nublaba la mente y adormecía el dolor. Sintió el mordisco atravesándole la carne del pecho y la sangre resbalando por su piel sucia.
Anthea no se quejó y él la mordió con más fuerza sin lograr arrancarle ni una lágrima. El hombre rebufó y la soltó. Ya había acabado. Ya no volvería hasta el día siguiente en que todo volvería a repetirse de nuevo.
Se subió los pantalones maldiciéndola y le pateó las costillas haciéndola rodar por el suelo como si de un trasto inútil se tratase.
La puerta abriéndose los pasos volviendo hacia a ella, un cubo de agua helada por encima. Portazo. Él alejándose.
Goteras.
Anthea se llevó una mano mutilada hasta el pecho mordido buscando silenciar el dolor. ¿Cuánto quedaba de ella? ¿Cuánto quedaba de Anthea Hopper? No lo sabía. Quizás ya no existía.
Fin