domingo, 19 de junio de 2011

Consuelo


Mortal Instruments y sus personajes pertenecen a Cassandra Clare.

Consuelo

Magnus había buscado a Alec por media Alacante sin éxito, en otras circunstancias no lo habría hecho, no con sus padres dando vueltas por allí, pero en aquella tesitura necesitaba dar con él.

Había encontrado a Isabelle sentada en las escaleras de la Sala de los Acuerdos deshecha en un mar de lágrimas, con el maquillaje dibujándole líneas oscuras en las mejillas, jamás había visto a Isabelle Lightwood de aquel modo. Iba a preguntar pero no necesitó hacerlo.

«Max está muerto» había sollozado la muchacha, «Sebastian lo ha asesinado y yo... yo no he hecho nada por evitarlo.»

Magnus con sus dedos largos, blancos y delgados le había acariciado la mejilla en una suave muestra de afecto y apoyo, un subterráneo como él abrazando y consolando a una Nefilim en Idris habría causado demasiado revuelo y sólo conseguiría empeorar la situación, eso era algo que había aprendido hacía mucho tiempo.

«No sé dónde está Alec. Se ha ido hace horas. No le dejes solo» aquellas palabras le arañaron el alma, no supo decir qué era lo que atenazaba el corazón de Isabelle si la pérdida de Max o la huida de Alec. «Le encontraré» le dijo, le dio un rápido beso en la frente antes de partir en busca de Alec.

¿Dónde más podía buscar? Era más que evidente que no estaba en la ciudad, las calles abarrotadas de Nefilim preparándose para combatir eran un caos, pero Magnus sabía que si se lo cruzase lo notaría. Había pensado en hacer un conjuro de rastreo, pero se dio cuenta que no tenía nada que perteneciese a Alec, nada que pudiese usar para dar con él, le dieron ganas de llorar por no haber pensado en pedirle algo a Isabelle.

Se encogió de hombros, lamentarse era un acto inútil, y continuó caminando hacia las afueras. Idris era hermosa de un modo inquietante. La arquitectura era preciosa pero el ambiente era falso e irreal, seguramente la causa era el resplandor mortecino de las Torres Demoníacas, la protección legendaria de Idris. Idris no le gustaba, nunca le había gustado, era un sitio aburrido.

Oteó los alrededores, buscar sin ton ni son tampoco era algo muy recomendable, tenía que ser más práctico. El relieve de los valles de Idris se extendían como en un paisaje impresionista, con su pasto verde y reluciente, su cielo azul y despejado... Unas ruinas despuntaban entre el verdor, Magnus frunció el ceño, no recordaba ningunas ruinas allí, claro que esa era la tercera vez que pisaba Alacante, creía recordar que allí estaba lo que los Nefilim denominaban El Gard. A sus oídos regresaron los rumores que corrían por la ciudad de la caída de El Gard, así que era cierto...

Magnus se encogió de hombros, por echar un vistazo no perdía nada, aunque no le parecía el sitio más apropiado para dar con Alec.

—Lightwoods —farfulló el brujo con desesperación.

Caminar por allí se le hacía sumamente extraño y, en parte, incómodo. Pero se obligó a continuar, le había dicho a Alec que lo suyo no funcionaría, lo había creído de verdad hasta que éste le había prometido presentarle a su familia si sobrevivían al ataque de los Iblis. Tenía que reconocer que con el paso de los años no había aprendido a huir de las relaciones tortuosas, aún cuando sabía que nunca acababan bien. Y la compleja situación de Alec lo convertía todo en algo difícil, por no hablar de que nunca miraba las cosas como debía.

Se llenó los pulmones de aire cuando llegó hasta las ruinas y lo soltó despacio mirando alrededor. Sus ojos dorados toparon con una silueta humana recortada contra la luz del sol, le reconoció al instante.

—Alexander —llamó el brujo, pero el muchacho no se movió ni un milímetro aunque le había oído perfectamente.

Alec mantenía la vista fija en la lejanía de espaldas al brujo. Era como una postal pensó Magnus, una postal triste de la que no puedes apartar la vista aunque te rompa el corazón, con la luz del sol dibujando un halo dorado alrededor de la ropa y el pelo negros del chico. Magnus caminó hasta él y se detuvo tan cerca que cada vez que tomaba aire su pecho rozaba la espalda de Alec.

—He hablado con Isabelle —musitó sin atreverse a tocarle.

—¿Te lo ha dicho? Lo de Max, quiero decir. —Su voz sonaba sorprendentemente entera.

—Sí.

—¿Cómo está Izzy?

Magnus se tragó el "sobrevivirá" que iba a pronunciar, no era la mejor expresión para ese momento.

—Mejor que tú, en mi opinión. —Los músculos de Alec se tensaron—. Necesitas hablar.

—No es hablar lo que necesito.

—¿Qué es lo que necesitas?

Normalmente sabía qué hacer en cada caso, la gente como Jace necesitaba gritar, hacer alguna locura, comportarse como un cavernícola y después desahogarse con la persona en quien confiaba, Isabelle necesitaba oír que no era su culpa y una caricia para sentirse mejor... pero Alec era un enigma en ese sentido.

—Dime qué puedo hacer por ti. —Silencio fue la única respuesta que obtuvo—. Alec, por favor...

—¿Qué estaba haciendo mientras mataban a mi hermano? ¿Por qué no estaba allí? —dijo en tono frío y carente de emociones, como un autómata—. ¿Por qué dejé a Isabelle y Max solos con Sebastian? ¿Qué había más importante que la vida de mi hermano?

—Protegías tu ciudad —contestó con rotundidad—. Cumplías con tu deber como Nefilim, aunque eso no lo haga más fácil. No tenías motivos para sospechar de Sebastian. Nada de esto es culpa tuya, Alec.

—¿Y por qué me siento como si lo fuera?

—Porque eres una buena persona y quieres a tu hermano, a tu familia, a tus amigos.

—Magnus...

El brujo le rodeó los hombros con los brazos con firmeza y presionó su mejilla contra la pálida de Alec, el muchacho exhaló un suspiro cargado de pesar y apoyó sus manos sobre los antebrazos de Magnus con suavidad.

—¿Por qué he podido salvarte a ti pero no a Max?

—Hay preguntas que no tienen respuesta.

Aquella pregunta dolía pero no podía culparle. Max era un niño que apenas había empezado a vivir además de su hermano y él no era más que un subterráneo con el que mantenía algo similar a una relación. Seguramente, en su lugar, él se habría preguntado lo mismo y hubiese albergado el mismo deseo secreto de que las cosas hubiesen sido diferentes.

—Dime una —barbotó con brusquedad cosa que Magnus agradeció ya que era un avance, volvía a mostrar emociones.

—Mi aspecto, por ejemplo. —Alec se apartó ligeramente para poder mirarle a la cara—. A parte de mis ojos y de que no tengo ombligo no hay ningún otro rasgo que delate que no soy un humano normal y corriente, y actualmente ni eso, hay lentillas de gato en cualquier óptica o tienda de disfraces.

—No tienes un aspecto precisamente normal, con tanta purpurina y colorines. Por no hablar de las llamas azules que se te escapan de la punta de los dedos de vez en cuando. —Estiró los dedos y acarició el contorno de la oreja de Magnus.

Magnus sonrió al sentir el cuerpo de Alec más relajado.

—Cuestión de gustos —declaró sentándose junto a Alec sobre el muro derruido de El Gard. Cada uno por un lado diferente con solo sus hombros rozándose—. Hay quien me considera fascinante.

—¿Fascinante? —inquirió con humor.

—Pues sí —replicó con un toque de orgullo.

—A Max... le habrías gustado mucho —murmuró agachando la cabeza, los mechones de pelo negro le taparon los ojos—. Se había aficionado a los cómic manga, tienes pinta de dibujo manga...

Alec se movió para abrazarle, en aquella posición era algo complicado por lo que Magnus tuvo que hacer acopio de todo su sentido felino del equilibrio y girarse un poco para evitar caer al suelo y poder corresponder a aquel gesto. Le acarició la espalda suavemente, Alec con la cara enterrada en su pecho tembló entre sus brazos y Magnus supo que lloraba aunque lo hiciera en silencio. «Los Nefilim no lloran» pronunció una voz venida del pasado en su cabeza, la voz de otro Lightwood de ciento treinta años atrás, «los Nefilim sois demasiado obstinados y estúpidos para reconocer que lo hacéis» le contestó Magnus a aquella voz.

—No pasa nada, Alexander —susurró—, todo está bien.

El muchacho asintió sin decir nada y se dejó mimar por aquel hombre de aspecto excéntrico, rasgos asiáticos y ojos de gato que siempre sabía como hacerle sentir mejor, y que había cambiado su vida de un modo tan íntimo.

—Te quiero Magnus —pronunció antes de poder pensar en lo que decía, pero una vez dicho ya no había vuelta atrás.

—¿Me quieres? —le devolvió la pregunta que le había hecho mientras luchaban contra los demonios Iblis en la plaza de la Cisterna.

Alec asintió. Roto por la pérdida de su hermano y por alegrarse de haber salvado la vida de Magnus, por haber deseado que le besara mientras aquel monstruo de Sebastian asesinaba a su hermanito. ¿En qué clase de monstruo le convertía el sentirse feliz por estar junto a Magnus? ¿Qué clase de persona era?

Sollozó sin poder contener más lo que sentía. Si los Nefilim no podían llorar le daba igual, los cazadores de sombras tampoco eran homosexuales y él lo era, tampoco se enamoraban de subterráneos, así que lloraría y se dejaría consolar por un brujo de ochocientos años con el que se había acostado una docena de veces y al que acaba de descubrir que amaba con locura.

Fin

Escrito el 19 de junio de 2011

jueves, 2 de junio de 2011

Inmortal


Mortal Instruments y sus personajes son propiedad de Cassandra Clare.

Inmortal

—Si pudieras pedir un deseo ¿cuál sería? —le preguntó Isabelle.

Alec pensó durante un buen rato. Estaban ambos en la habitación de Alec tumbados sobre la cama. Isabelle tenía las piernas levantadas y los talones apoyados en la pared blanca donde reposaba la cabecera del lecho, su cabeza quedaba más o menos a mitad de la cama junto a la de Alec que con las piernas colgando por el otro lado de la cama y las manos apoyadas sobre su pecho le clavó sus ojos azules y brillantes.

—No lo sé.

—No te creo —replicó ella. Estaba convencida de que sí que lo sabía y ella tenía la sospecha de saber lo que era—. Venga, dímelo.

—¿Cuál pedirías tú?

Isabelle le regaló una mirada enfurruñada.

«Recuperar a Max» pensó y sus ojos negros se ensombrecieron «haber hecho caso de mi instinto y desconfiar de Sebastian». Isabelle cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos aquella sombra de tristeza ya no estaba.

—Un novio guapo y decente.

»Alec, no tiene nada de vergonzoso.

—¿El qué, Izzy?

—Lo de Magnus.

Alec tosió, se había atragantado con su propia saliva. Sus mejillas se tiñeron de rojo al instante. A Isabelle jamás dejaría de sorprenderle la forma que tenía su hermano de reacción ante las cosas que le daban pudor, cómo podían parecerse tan poco en aquel aspecto.

—Ya lo sé —farfulló—. No me avergüenzo.

—Alec... ¿Magnus te trata bien?

Él estiró el brazo y le acarició el nacimiento del flequillo, su hermana cerró los ojos ¿cuánto hacía que no compartían un rato de charla y confidencias? Había perdido la cuenta.

—Sí.

—¿Y cómo es en la ca...?

—¡Izzy! No pienso contestar a eso.

—¿Por qué? —protestó con un mohín infantil devolviéndole una mirada oscura y profunda.

—Porque no. Tú a mí no me cuentas esas cosas.

Isabelle Lightwood dibujó una enorme y descarada sonrisa.

—Porque tú no me preguntas —le dijo—. Yo no tengo inconveniente en explicarte lo que quieras saber.

—¿Quieres decir que Simon y tú...? —Los ojos azules de Alec se abrieron como platos—. Izzy...

—¿Te sorprendería?

—Sí... no... aaah.

—Ya no soy una niña, Alexander.

Alec cerró los ojos y se llenó los pulmones de aire.

—Ya lo sé.

—Alec.

—¿Sí?

—Si Magnus Bane te rompe el corazón le presentaré a mi látigo de electro.

La risa escapó de sus labios, hacía mucho que no oía reír a su hermano, al menos de aquel modo tan ligero y sin amargura tiñéndole la risa. Era agradable haber recuperado al Alexander Lightwood lleno de ternura y buen humor, el Alexander Lightwood que ella quería tanto.

—Creo que eso ya lo sabe, Isabelle.

—Eso demuestra que es inteligente. —Sonrió ella.

El móvil de Alec vibró entre ellos, él lo tomó sin mucho interés en sus rasgos, con el pulgar sobre la tecla de descolgar miró la pantalla. Su reacción hizo reír a Isabelle. Alec había descolgado con la cara roja, se había incorporado con tanto impulso que acabó cayéndose de la cama y maldiciendo entre dientes. Al otro lado del teléfono oía el tono cantarín de Magnus Bane preguntándole algo a lo que Alec no podía responder en ese instante porqué se estaba mordiendo el labio para no gritar de dolor.

Isabelle cogió el móvil que su hermano le tendía.

—¿Alec? —preguntó la voz de Magnus.

—No, soy Isabelle.

Sintió que al otro lado de la línea el brujo dudaba.

—No te has equivocado —contestó a la pregunta no formulada—. Es que se ha caído de la cama y ahora está demasiado ocupado fingiendo que no se ha hecho daño para hablar.

—¿Se ha caído de la cama?

—Ya sabes cómo es, ¿no? —musitó divertida—. Siempre cayéndose de algún lado.

—Deberías hacerle una runa curativa entonces.

Isabelle sonrió a su hermano doblado en el suelo.

—No hay ninguna que cure lo que le duele.

Alec le arrebató el teléfono a Izzy de un certero manotazo.

—Idiota —gruñó Alec con el móvil en la oreja.

—Muy bonito, yo me preocupo por ti y tú me llamas idiota —replicó Magnus.

—No... se lo... —Isabelle rió haciéndose un ovillo sobre la cama de Alec, era tan divertido—. Hablaba con esa maldición que tengo por hermana. —Alec atizó con la almohada en el hombro a la chica que reía—. A ti no... tú no... ¿ha pasado algo?

—¿Sólo puedo llamarte cuando pasa algo? —preguntó fingiendo sentirse ofendido.

—No, sabes que no, pero... —Alec echó un rápido vistazo al despertador—. Son las tres de la madrugada y...

Isabelle señaló en silencio que en realidad eran las tres y cuarto, ya no reía pero se lo estaba pasando en grande, Alec movió la mano indicándole que le dejase en paz.

—Tienes razón. Pasa algo muy grave —contestó Magnus—. Estaba soñando que estaba en una fiesta. —Alec tapó el micrófono del teléfono y suspiró. Los sueños que empezaban con una fiesta siempre acababan de un modo extraño—. Estaba rodeado de Nefilim, algunos con muy poco gusto vistiendo. De repente me giraba para ofrecerte algo para beber y no estabas, entonces me he despertado.

—¿Y qué pasa? —inquirió con inocencia.

—Que me he despertado y no estás aquí.

Magnus tumbado sobre su cama con su kimono de seda se enroscó un mechón de pelo en el dedo índice. Después de sus magníficas vacaciones aún no se había acostumbrado a abrir los ojos y no tener a Alec durmiendo a su lado con aquella carita tan dulce y vulnerable que ponía.

—¡Qui... quieres dejarme en paz, idiota! —gritó Alec y Magnus tuvo que apartarse el teléfono del oído para no quedarse sordo.

Aquellas palabras vinieron acompañadas de un montón de ruidos misteriosos, golpeteos, un quejido, varías carcajadas y el latido de su corazón dolido por lo que le acababa de decir su novio. Un portazo tronó a través de la línea telefónica.

—¿Magnus? —Éste no contestó, no tenía ganas de contestar—. ¿Estás ahí? ¿Magnus...?

Chairman Meow saltó sobre la cama lleno de curiosidad por el cambio de humor de su amo, se rozó en su mano, maulló y ronroneó encantado con los mimitos.

—Magnus, oigo a Chairman Meow ¿por qué no contestas?

—¿No quieres que te deje en paz? —Suspiró el brujo.

—Perdona, se lo decía a Izzy. Es peor que un demonio Raum.

—No sé si creérmelo.

Alec rió a través de la línea arrancándole una sonrisa muy a su pesar, adoraba la musicalidad de su risa.

—No has venido —dijo Magnus ofendido—. Ni me has llamado.

—Lo siento. Me he pasado todo el día en una reunión aburridísima con la directora del Instituto de Shangai. He vuelto hace apenas una hora.

—Podrías haberme llamado cuando has vuelto.

—Odias que te despierten. —Rió de nuevo—. Seguro que me hubieses gritado por ello.

—Yo nunca haría eso, Alec. ¿Por qué estabas aún despierto?

—No puedo dormir... —confesó—. No he logrado dormir ni una noche desde que estoy aquí.

—Puedo hacer algún hechizo para que duermas.

—No es cuestión de hechizos.

Magnus sonrió feliz y tironeó cariñoso de los bigotes de Chairman Meow que retozó sobre la sábana hasta quedar con la barriga al aire tentando a los dedos de su amo para que le rascaran.

—¿Intentas decirme que me echas de menos?

—Sí —contestó Alec.

—¿Cuánto tardas en venir? —Él no podía pisar el instituto Maryse le mataría si lo hiciera.

—Veinte minutos, diez si voy corriendo.

—¿Sabes qué necesitamos? —ronroneó Magnus. Alec esperó la respuesta sin decir nada—. Un portal.

—A mi madre le gustará tanto esa idea como la certeza de que siempre que desaparezco acabo en tu cama.

—Eso no es verdad —determinó en tono divertido—. A veces acabas en mi sofá o en la moqueta o en la mesa o en...

Alec soltó un bufido que Magnus había aprendido a interpretar como "deja de decir esas cosas tan abiertamente que me da vergüenza", algo que personalmente encontraba la mar de adorable.

—¿Vas a venir o tengo que mandarte una invitación por correo?

—Voy.

Tras colgar Alec se coló la cazadora negra y se volvió a calzar las botas que se había quitado apenas media hora antes. Abrió la puerta encontrándose a Isabelle en cuclillas al lado de su puerta con una sonrisa burlona en la cara.

—¿Te fugas para ir a ver a tu novio? A mamá le daría un infarto si lo supiera.

—Antes me has preguntado qué desearía —murmuró Alec mirándole con seriedad—. Que guardes silencio y no se lo cuentes.

—A sus órdenes general Alexander —contestó bromeando.

—Tonta.

Isabelle observó a su hermano alejarse por el pasillo corriendo como si fuese a apagar un incendio. Pensó que era bonito tener a alguien que te esperase a horas intempestivas de la noche o que te llamase sencillamente para oír tu voz cuando no podía dormir. Una lágrima le rodó por la mejilla ¿cuándo había empezado a envidiar la felicidad de su hermano? Era curioso. Siempre había creído entender cómo se sentía Alec viendo a Jace flirtear con todas las que se le ponían a tiro, pero no era hasta ahora que había empezado a comprender realmente cómo se había sentido todo aquel tiempo, ahora que Alec tenía algo que ella buscaba, deseaba y envidiaba.

«Me alegro mucho por ti, Alec.»

Isabelle se puso en pie, se estiró como un gato y recorrió el silencioso pasillo de vuelta hasta a su habitación.

«Si pudiera pedir un deseo, Alec, desearía que fueses inmortal para que nunca tuvieses que separarte de Magnus Bane.»

Fin

Escrito el 01 de mayo de 2011