domingo, 20 de febrero de 2011

ADQST 13.- Xanadu


Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Xanadu

Düsseldorf, Alemania.

Domingo 6 de septiembre de 1987.

Waldo se frotó los ojos cansados bajo los vidrios oscuros de sus gafas de pasta negra. La humedad de aquel sótano le calaba los huesos, no paraba de repetirse que era algo temporal, que sólo tenía que aguantar un poco más, que pronto los tres estarían a salvo.

Se apartó de la mesa donde estaba trabajando y caminó hasta el sofá de piel desgastada donde su mujer y su hija dormían, recolocó las mantas que las cobijaban. Si al menos tuviesen un brasero…

No era el mejor lugar para una niña de cinco años con ansias de descubrir el mundo. Ni para una mujer hermosa y joven de inteligencia despierta. Era injusto que pagasen por sus errores.

Waldo…

¿Te he despertado, Anthea?

Estaba despierta —dijo con un bostezo—. Bueno, más o menos.

Waldo sonrió bajo su espesa barba canosa, Anthea era tan joven.

¿Qué te preocupa? —preguntó ella.

Puso su mano en la mejilla de su marido con ternura, él se la tomó y besó su muñeca.

No es nada. ¿Tienes frío?

Estoy bien, estamos bien, Waldo.

Anthea se destapó y él la ayudó a salir de la prisión de mantas sin despertar a la pequeña Aelita que dormía plácidamente ajena a los peligros del mundo. La abrigó con la gruesa casaca militar que habían encontrado en aquella casa abandonada.

El proyecto Cartago debe ser destruido —susurró cual mantra Waldo—. Pero no puedo hacerlo.

¿Te asusta hacerlo?

No, Anthea, no. Su uso no militar puede ayudar a mucha gente, en el futuro podría salvar miles de vidas, no puedo borrarlo sin más.

Entonces no lo elimines —musitó sujetándole el rostro entre sus finas y blancas manos—. Hasta ahora no han conseguido dar con nosotros ni con el programa original. Podemos ocultarlo.

Dudo que exista un lugar seguro en el planeta donde esconderlo.

Anthea rió con disimulo y le besó con la suavidad de la brisa veraniega.

Eres el mejor en la ingeniería informática, puedes crear miles de universos. Puedes esconderlo dentro de otro universo virtual. Algo más inocente, menos auténtico.

Waldo le sonrió.

Limitar el acceso, esconder la llave donde nadie pueda hallarla… —continuó Anthea—, o donde el riesgo sea demasiado alto para osar a intentarlo. Podría funcionar, ¿no?

Es una buena idea. Por eso eras mi mejor alumna.

Lo lograremos, Waldo.

La melena rojiza y ondulada de Anthea caía enmarañada sobre sus hombros. Recordó cuando la vio por primera vez en 1978, con su falda plisada, los calcetines blancos, los zapatos con hebilla y el jersey azul oscuro del uniforme de la academia, tenía catorce años y una inteligencia muy superior a la del resto, aquel 15 de septiembre de 1978 Anthea llevaba el pelo igual de revuelto, se había quedado dormida, había irrumpido cual huracán a mitad de clase y él había tenido que castigarla de pie en el pasillo.

Era su mejor alumna, más tarde se convirtió en su ayudante, trabajaba con él en proyectos personales, y al final se había enamorado de ella cuando aún era una muchacha de dieciséis años.

Habían iniciado un romance secreto, ocultos del mundo, siempre con la adrenalina a flor de piel temiendo ser descubiertos. Una vez libres se habían casado. Pero seguían escondiéndose, esta vez de algo mucho más peligroso.

Waldo.

¿Sí?

Todo irá bien.

º º º

Aelita miraba fijamente una vieja fotografía desgastada y movida en la que su padre y su madre sonreían en un barco que navegaba cerca de una ciudad donde se alzaban una torre y un león. Recordaba haber hecho aquella foto, recordaba el increíble peso de la cámara para sus bracitos infantiles tan delgados. En el reverso podía leerse: Waldo y Anthea. Lindau 1989. La letra de su madre.

Recordaba algunos detalles difusos, pero nada concreto. Había buscado en Google Lindau, era una ciudad alemana a orillas del lago Constanza. Aparte de eso no sabía mucho más, había pensado preguntarle a Ulrich, pero al final no se había atrevido.

Echó un vistazo a su expediente abierto sobre sus rodillas. El auténtico, no el creado por Jérémie. Aelita Schaeffer. Nacida el 14 de marzo de 1982 en Dresden, Alemania. Hija de Waldo Franz Schaeffer y Anthea Hopper.

Era alemana, aunque no recordaba nada de Alemania ni haber hablado jamás en alemán. Era incapaz de entender a Ulrich cuando lo hablaba. Tampoco sabía gran cosa sobre su país natal más allá de lo que salía en los libros de historia.

—¿Eso no es el puerto de Lindau? —preguntaron a sus espaldas.

Aelita se giró con cara de espanto, le había asustado. Ulrich le dedicó una sonrisa amable, una de esas que sólo él sabía poner y que hacían que comprendiese por qué su amiga estaba loca por él. Le tendió la foto que él tomó con cuidado.

—Es Lindau, pero no sé si es el puerto.

—Vaya —musitó el castaño—. El león de Baviera y el faro. Sí, es el puerto de Lindau, es inconfundible.

—¿Lo conoces?

—Cuando era pequeño veraneábamos allí a veces —dijo encogiéndose de hombros—. Una ciudad muy bonita.

—¿Sí?

Él asintió sin despegar la vista de la fotografía desgastada.

—Son tus padres, ¿no?

—Sí. Yo tomé esta fotografía, pero sólo recuerdo eso...

—¿Qué edad tenías?

Aelita dudó unos segundos, cerró el expediente con un suspiro y contestó:

—Seis o siete, es de 1989.

Ulrich dudó un momento, a veces olvidaba que Aelita, en realidad, era once años mayor que él.

—El año de la caída del Schandmauer.

—¿El qué? —Aelita se hizo a un lado para dejarle espacio a su amigo a su lado.

Schandmauer —repitió sentándose—. El muro de la vergüenza. El muro de Berlín.

—Ah... —Por un momento se sintió como una anciana. Sus amigos no eran ni proyectos en las mentes de sus padres cuando ella era una niña—. Se me hace muy extraño.

—¿El muro?

Aelita sonrió consciente de que Ulrich le había hecho esa pregunta para relajarla.

—Mi vida antes de conoceros. Es como si fuera la vida de otra persona.

—Me lo imagino —dijo Ulrich acariciándole el dorso de la mano—. Bueno, en realidad no puedo imaginármelo.

—Ulrich...

—¿Sí?

—¿Algún día me contarás cosas sobre Alemania?

Él le sonrió con ternura y le apretó la mano.

—Cuando quieras, princesa. Sólo tienes que pedirlo.

Jérémie entró en el salón con la vista fija en un papel impreso. Sus gafas de pasta negra habían resbalado nariz abajo quedándosele en equilibrio sobre la punta, siempre que le veía así a Aelita le daban ganas subírselas y pegárselas con cola de contacto para evitar que volvieran a resbalar.

—Oye Aelita... —Alzó la vista y se detuvo—. Ulrich, no sabía que estabas aquí.

—De hecho me iba ya —dijo el chico levantándose—. Voy a ver si Yumi está bien.

—Seguro que estará bien —replicó Jérémie subiéndose las gafas—. ¿Tú estás bien?

Ulrich le miró como si no le hubiera visto jamás y sonrió enseñando sus dientes blancos.

—Sí. He estado un poco raro, ¿no?

—No te preocupes. Sé... —titubeó temiendo recibir el golpe que no le había dado antes en la fábrica—. Sé que te preocupa lo que pueda pasarle a Yumi, es tu... esto... amiga o lo que sea. Y la... —«quieres». Calló, mejor no decir eso—. Aprecias.

—Tranquilo —musitó caminando hacia la puerta—. No te culpo.

»Ah, Jérémie, puedes decirlo, nunca ha sido precisamente un secreto.

Cuando Ulrich hubo abandonado el salón, Jérémie se quedó mirando a Aelita fijamente con una muda pregunta en sus ojos azules brillantes. Ella rió.

—Creo que se refería a que la quiere.

—No lo creo. Eso sería confesarlo y ya sabes que... —Carraspeó y frunció el ceño subiéndose las gafas con el dedo índice—. Yumi y Ulrich sólo son amigos —dijo con una imitación a caballo entre Yumi y Ulrich. Imitar voces se le daba fatal.

Aelita volvió a reír, había olvidado que de vez en cuando Jérémie podía ser todo un payaso. Se dejó apresar entre los flacuchos brazos de su marido y se acomodó en su pecho. Ese Jérémie se parecía mucho más a su Jérémie, el que la abrazaba cuando lloraba o pasaba noches despierto cuando enfermaba

—¿Tú estás bien? —le preguntó con una caricia en su espalda.

—He pasado mucho miedo —susurró Aelita alzando la cara para besarle la mandíbula—. Ahora estoy bien.

—Lo lamento, no estoy siendo ni el mejor marido ni el mejor amigo estos días. —Apretó ligeramente el abrazo—. Pero el que X.A.N.A. esté de vuelta me pone nervioso. Ahora tengo mucho más que perder que cuando estábamos en Kadic, siento más el peligro.

—Le vencimos una vez, podemos volver a hacerlo.

Jérémie le sonrió.

—He estado analizando el mensaje de tu padre, Aelita.

—¿Sabes qué significa?

—No. Pero he llegado a la conclusión de que es un mensaje falso.

—¿Quieres decir que es de X.A.N.A.? —preguntó sintiendo un nudo en la garganta.

—No, no. Quiero decir que es como uno de esos libros que si miras durante mucho rato ves el dibujo oculto. Es un mensaje que esconde otro mensaje.

—¿Y sabes cómo…?

—Aún no, creo que nos falta una parte del mensaje y, si no me equivoco, el supuesto diario de William es la clave.

Aelita se irguió lentamente con los ojos brillando. Jérémie se echó hacia delante y le besó los labios enredando los dedos en su corta melenita rojiza.

—La otra noche estuve pensando en lo que me dijo Yumi, que sería estúpido pensar que William era tan idiota como para poner su nombre. Es cierto. Pero estoy seguro de que el que aparezca su nombre no es una casualidad.

—No lo comprendo.

—William es un tema espinoso. Fue nuestro enemigo, el perrito faldero de X.A.N.A.

—No por voluntad propia —puntualizó Aelita.

—Sí. A todos nos altera un poco hablar de eso, a mí el que más. Y me parece que eso es justamente lo que hizo que, quién lo escribiera, usase su nombre.

—¿Para hacer que nos enfadásemos?

El muchacho sonrió con cautela.

—Para advertirnos de que eso tiene que ver con nosotros, no sólo con Lyoko.

—Yumi lo está leyendo…

—Lo sé. Espero que nos cuente que pone.

—¿No confías en ella? —inquirió abriendo los ojos alarmada.

—¿Estás de broma? Claro que confío. Si tuviera dudas no le habría dejado quedárselo. Aunque hay que admitir que el que esté escrito en japonés y sólo ella lo entienda es sospechoso.

—Sospechoso... —repitió Aelita.

—No va en ese sentido. No sospecho de ella.

En la parte superior, frente a la puerta de Yumi, Ulrich permanecía de pie. Le sabía mal despertarla si se había quedado dormida, pero necesitaba comprobar que estaba allí, que la habían recuperado de verdad. Golpeó la madera suavemente con los nudillos sin obtener respuesta, entreabrió.

Yumi estaba acurrucada en la cama tapada hasta las orejas con el edredón, se acercó a ella. Estaba dormida. Dibujó con los dedos la curvilínea forma de su rostro sin llegar a tocarla.

Se sentó en suelo junto a la cabecera de la cama y cruzó las piernas poniéndose cómodo.

—Duerme, que yo cuido de ti —siseó Ulrich al abrigo de la oscuridad de la noche.

Yumi sonrió acurrucándose más, el sonido de la puerta la había despertado, pero había fingido seguir durmiendo. Si se enterase de que le había escuchado se moriría de la vergüenza y después la mataría.

En algún punto de la red X.A.N.A. se removía. Los nervios se estaban apoderando de su matriz de datos, aunque pareciese imposible que algo así ocurriera. Aquella sensación formaba parte de los restos de la conciencia de William Dunbar y no le gustaba.

No le preocupaba que la muchacha hubiese descubierto aquella torre que era su refugio, ni el que pudiera decírselo a los demás, ni siquiera que lograran volver a entrar, por X.A.N.A. como si organizaban un picnic en ella. No recordaba haber sabido jamás que era una torre de paso, pero cuando esos dos mocosos engorrosos habían cruzado al otro lado supo que alguna vez lo había sabido y que la tierra del otro lado era su casa. La de verdad.

Eso le planteaba una única y gigantesca pregunta ¿quién o qué era realmente? Algo le impedía saber por qué estaba en Lyoko. Tenía más preguntas que respuestas.

No podía cruzar al otro lado. No podía ir hasta Xanadu. ¿Qué secreto había en su casa que le estaba vetado?

º º º

Lindau, Alemania
Lunes 12 de junio de 1989

La pequeña de cabellos como las fresas maduras jugueteaba con el carísimo y sofisticadísimo ordenador de su padre. Era tan emocionante. Había un mundo increíble escondido dentro, el secreto de sus padres y el suyo también. Era precioso, por eso no entendía por qué le tenían miedo.

Te pillé, pequeña gamberra. —Los brazos fuertes de Waldo la elevaron de la silla mientras ella reía—. Así que eras tú quien investigaba Xanadu.

Papi ¿qué hay allí?

Un tesoro.

Los ojos de la pequeña Aelita brillaron emocionados, un tesoro.

¿El tesoro de un pirata?

El tesoro de una princesa.

¿Qué princesa?

Waldo miró a través de los cristales sucios por los que se colaban algunos rayos de sol, podía intuirse el perfil del león de Baviera y el del faro en el puerto a escasos metros de distancia. Aquella casa estaba mil veces mejor que el sótano de Düsseldorf o el barco de Schwerin.

También podían moverse con más tranquilidad. Anthea podía ir de compras, Aelita podía jugar en el parque y él disfrutaba viéndolas divertirse.

La princesa de Xanadu —contestó Waldo.

¿Y quién es la princesa?

Tú, princesa. Sólo tú puedes encontrar el tesoro de Xanadu. Pero jamás debes dejar que nadie más que tú lo tenga.

No lo entiendo papi...

º º º

Eran las seis de la tarde y estaban reunidos en la fábrica, algo que empezaba a convertirse en una costumbre. Jérémie había decidido incluir a Sissi, que no pisara Lyoko no cambiaba el hecho de que estaba metida en aquello tanto como cualquiera de ellos.

—Odd ¿le has hablado a Sissi de Xanadu? —preguntó Aelita.

—Ah… no.

—¿Xanadu tiene que ver con X.A.N.A.?

—No que sepamos, Sissi. Es un territorio nuevo —pronunció Jérémie—. Al menos eso creemos. No tenemos mucha información.

—Sus nombres se parecen. —Sissi apretujó el brazo de Odd quien hizo una mueca de dolor—. ¿Y para qué sirve?

—Pues…

Los chicos intercambiaron miradas. Si Xanadu ya existía, cosa que parecía lógica, ¿por qué X.A.N.A. nunca había activado una torre allí? ¿no tenía acceso? ¿no podía manipular las torres? En realidad no sabían nada de ese lugar. ¿Un territorio de Lyoko? ¿otro mundo virtual?

—Es lo que tenemos que descubrir —dijo Jérémie subiéndose las gafas—. Antes de eso necesitamos saber cómo llegar a la torre submarina.

—No sé si fue el superhumo lo que nos protegió a Yumi y a mí, sería peligroso volver a intentarlo.

—En tu caso. —Jérémie le apuntó con el dedo índice—. Puede que X.A.N.A. te acabase haciendo inmune a los efectos de mar digital, al fin y al cabo siempre huías lanzándote a él y no te ocurría nada.

—Entonces puede que Aelita también lo sea. —La voz de Yumi sonó sin un ápice de duda, como si estuviese segura de que así era—. Cuando William la lanzó al mar digital, antes de que la rescatase su padre tuvo que caer al agua.

—¿Lo recuerdas? —preguntó el joven genio.

Aelita se encogió de hombros con la mirada ensombrecida, cerró los puños en torno a la costura de su camiseta rosa pastel con fuerza hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

—Sólo recuerdo la sensación que tuve cuando me rescató, como si me abrazase.

—Entonces no podemos estar seguros —determinó Odd—. Pero tiene lógica, porque Aelita es la llave de Lyoko.

Llave.

¿Era una llave? ¿qué sentido tenía esa afirmación de Odd? ¿qué…?

—¡Aelita!

El grito de sus amigos quedó convertido en un suave susurro mientras la fábrica emblanquecía y después… oscuridad.

Continuará

Escrito el 19 de febrero de 2011

sábado, 12 de febrero de 2011

Melodía



Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3

Melodía

Un sábado sin clases siempre era algo para celebrar. Odd lo sabía perfectamente y quería celebrarlo por todo lo alto. Lástima que no pudiese.

¿El problema?

Jérémie estaba liado con a saber qué cosa de ordenadores para alguna cosa con nombre aburrido y aplicaciones poco comunes.

Aelita y la Hertz montaban un proyecto para la clase de química. Desde que dejaran de combatir en Lyoko que la muchacha había pasado a ocuparse de colaborar con la profesora, aquello le gustaba y lo disfrutaba, al menos había recuperado la sonrisa tras perder a su padre.

Ulrich…

Bueno, desde que se decidiera a declararse que era casi imposible verle el pelo. Si no fuera porque iban a la misma clase y compartían habitación en la residencia del Kadic llevaría meses sin verle. Ulrich y Yumi siempre estaban juntos en algún sitio. En el cine, cenando, en los recreativos, entrenando…

Además era San Valentín, el amor flotaba en el aire como la gripe en diciembre. Mirase adonde mirase había parejitas haciendo manitas. El parque, la biblioteca, la cafetería…

No era que, de repente y sin previo aviso, hubiese dejado de gustarle San Valentín, una fiesta que significaba chocolate, arrumacos y amor no era como para despreciarla. Pero ninguna chica se le había acercado, ni dado chocolate, ni hecho manitas y el amor por él no lo estaba oliendo ni de lejos y eso que ya estaba bien entrada la tarde.

Desde que tenía memoria, que se remontaba a cuando tenía cuatro años, nunca había pasado un San Valentín solo y eso era un duro golpe para su orgullo.

Seguro que Aelita buscaba a Jérémie cuando acabase con la Hertz. Ulrich y Yumi... bueno, ellos seguro que se daban de golpes y después se comían a besos. Hasta William, el eterno enamorado de Yumi, tenía novia; cogidos de la mano y riendo como idiotas en un banco, William y Emilie. Él nunca había hecho eso con Emilie. Se habían pasado los días haciendo manitas, dándole a la lengua, pero hablar, lo que se dice hablar, más bien poco.

A lo lejos vio a Hervé de la mano de una chica y pensó que eso ya era el colmo ¡hasta Hervé tenía una novia! ¿y él qué? Deambulando como un alma en pena por Kadic. Vagando como un zombi en busca de algo que llevarse a la boca…

No quería seguir paseándose solo, dejando en evidencia su soltería, si lo hacía podía acabar convirtiéndose en la supernoticia del mes de febrero. No le convenía en absoluto. En el comedor había demasiada gente lo que lo convertía en el peor lugar en el que refugiarse a esperar a que acabase el día; en la biblioteca se aburriría como una ostra. Jim le haría hacer deporte hasta caer muerto si se le ocurría pisar el gimnasio.

La sala de música. Esa era la mejor solución. Casi nunca había nadie, los profesores no la pisaban fuera del horario de clases. Y había todo lo que necesitaba alguien como él: música.

Caminó bajo las grandes arcadas que conectaban los edificios procurando no ser visto. Un escalofrío le recorrió la columna, en la sombra hacía un frío que pelaba, notaba la punta de la nariz helada, hundió las manos en los bolsillos de su cazadora púrpura, encogió los hombros y apretó el paso.

El portón metálico se abrió con una sacudida, cuando hacía frío la puerta siempre se atascaba. A un lado la escalera que subía al almacén y a la salida de emergencia del ala este de los dormitorios y al otro la sala de música. Había luz que escapaba de la puerta de madera entreabierta. No era el único que había decidido pasar allí la tarde. Se oía un suave repiqueteo rítmico en el suelo.

Odd entró quitándose la chaqueta que le molestaba en el caldeado interior del edificio. Y en aquel instante la vio.

Sobre el escenario, sujetando el pie del micrófono con aplomo, marcaba el compás con el pie la que se le antojó una estrella de la música. Con la melena negra balanceándose a su espalda, la camiseta ceñida de color rosa de manga larga que dejaba su ombligo al descubierto, el vaquero clásico y desgastado con parches en los bolsillos, y botines a juego con la camiseta. Tenía una imagen fascinante.

Y entonces de sus labios brotó la más maravillosa de las melodías. Y ahí estaba él con la boca abierta, mirándole como si alguien le hubiese dado al botón de pausa de su mando a distancia, mientras ella, con los ojos cerrados y los auriculares blancos asomando entre su pelo, cantaba.

Las notas danzaban en el aire acunando las palabras cargadas de desamor, melancolía y una nueva esperanza. Jamás había escuchado aquella canción pero fue como si, en parte, hablase de él mismo. Como si hubiese encontrado algo que le faltaba y no se hubiera dado cuenta hasta aquel preciso instante.

Sissi se quitó los auriculares con un suspiro sin abrir los ojos. Cantar la relajaba, aunque no se le diese tan bien como le gustaría. Había sudado sangre para dar con alguien que quisiese tocar las viejas partituras, compuestas por su padre cuando era joven, y que se dejase grabar. Ninguna de ellas tenía letra pero ella las inventaba según lo que le transmitía la melodía.

Se puso tensa al oír aplausos, abrió los ojos y enfocó a Odd frente al escenario sonriente. Se mordió la lengua para no pegarle un grito poco femenino y aún menos educado. Torció la boca en muestra de descontento.

Llevaba un mes esforzándose al máximo para no verle y al muy idiota parecía que se lo hubieran dicho porque no paraba de darse de bruces contra él, incluso cuando creía estar sola. No quería enamorarse de Odd Della Robbia, preferiría enamorarse de una rata de alcantarilla mugrienta llena de piojos, pulgas, garrapatas y con la rabia que por las noches le mordiese los tobillos con saña mientras un tiranosaurio le pisaba los dedos de las manos.

—¿A qué viene ese careto? —preguntó él sin rastro de aquella sonrisa.

—¿Qué haces aquí, Della Robbia?

—Que yo sepa esta sala es de todos, Delmas —replicó con retintín.

—¿No tienes una novia a la que manosear?

Odd sintió aquella pregunta como una puñalada, se desinfló y notó como la mala leche se apoderaba de todo su ser, no por la mención a su falta de chica si no por quien se lo había restregado por la cara.

—Al menos lo mío tiene cura —espetó él—, porque el que Ulrich se fije en ti lo tienes cada día más negro.

Sissi abrió la boca pero volvió a cerrarla sin decir nada y Odd se quedó mudo por lo que acababa de decir, no era propio de él no sabía de dónde había salido eso pero no le había gustado ni un pelo.

—Lo siento Sissi.

Altiva como ella sola, Sissi, giró la cara haciendo ondear su pelo negro. Enrolló el cable blanco de los auriculares alrededor del MP3 y los metió en la mochila al filo del escenario.

—Va en serio —insistió Odd—. Lo siento.

—Ya te he entendido la primera vez.

—¿No vas a perdonarme?

Sissi soltó un bufido similar al de un gato cabreado y le taladró con la mirada.

—¿Te han dicho alguna vez que eres muy pesado?

—Mmm... No —pronunció sonriente y nuevamente relajado.

—Pues eres muy pesado. Más que pesado, pesadísimo.

Ella se sentó en el escenario con las piernas colgando. Odd admiró su fortaleza porque a cualquier otra se le habrían humedecido los ojos por aquel golpe bajo o se habría enroscado en algún rincón a llorar mientras maldecía a su mala suerte. Pero ella no se hundía, se enfadaba y le retaba.

Odd caminó hasta la escalerilla y subió a hacerle compañía sentándose a su lado. Quería hablarle, pero no sabía de qué. Por una vez Odd no sabía qué decir.

Sissi tenía las manos apoyadas sobre la tarima del proscenio y la mirada fija al frente. Estaba tranquila y relajada.

Él se levantó, tenía una idea. Fue hasta la parte trasera del escenario y sonrió satisfecho.

—¿Puedo? —Odd tomó la guitarra y aguardó la respuesta.

—Supongo.

Le observó acercársele inexpresiva ¿Qué iba a decirle? La guitarra era de él. Odd la cogió con decisión y tocó algunos acordes que Sissi reconoció al instante. Una canción que su padre escuchaba a diario desde que era niña, había aprendido a amar aquella melodía.

—Free Fallin' —musitó.

—¿La conoces? —preguntó él.

Conocía la respuesta a la pregunta desde hacía un año. Ella misma se lo había explicado por internet. Tom Petty & The Heartbreakers.

—Es mi favorita —contestó.

—¿Sabes la letra?

Como respuesta la voz de Sissi se dejó oír clara entonando cada nota de aquella canción, la guitarra de él abrazaba cada palabra meciéndola con suavidad. Música y voz, como si hubiesen sido creados para estar juntos y sólo pudiesen funcionar de aquel modo.

La canción acabó, inundando la sala de silencio, como si la magia del mundo hubiese acabado sin dejar rastro.

—Della Robbia —murmuró.

Odd arrugó el entrecejo ¿por qué demonios le había dado por llamarle por el apellido? Le molestaba.

—¿Qué, Delmas?

—Eras tú, ¿verdad?

—No sé de qué me hablas —contestó con sinceridad.

—El que conocí por internet.

—¿Internet?

Procuró disimular pero sabía que no había sido nada convincente, Sissi no era tan tonta como parecía a veces, ahora que la conocía lo sabía con seguridad. Los ojos castaños de ella le miraban fijamente, no había colado.

—La canción —dijo ella—. No es tan conocida y menos entre la gente de nuestra edad. Y habiendo oído tus composiciones y tu MP3, lo último que te pega es escuchar Free Fallin'.

—Sé apreciar una buena canción cuando la escucho.

—No eres tan inocente como pretendes parecer, Della Robbia.

Odd bufó y ella le sonrió.

—Deja de llamarme por el apellido, Delmas.

—No soy estúpida, Della Robbia —declaró poniendo énfasis en el apellido—. Mi… el tío que conocí dijo que era de Australia, pero que era de ascendencia italiana. ¿Sabías que hay un único australiano en Kadic? Tú, Della Robbia.

Acababa de demostrar ser más astuta de lo que él creía, él pensaba que Paul Gaillard era australiano, quizás no lo había entendido bien.

—Eres un imbécil —siseó abrazándose las rodillas.

—¿Por qué?

—Yo sólo quería encontrar a alguien que pudiera quererme. Adelante, ríete, te lo he puesto en bandeja.

—¿Yo no sirvo para quererte? —Sintió un leve rubor ardiéndole en las mejillas.

—Muy gracioso —espetó—. No quiero a un tío que me quiera una semana y después me tire como un pañuelo de papel.

—Sissi —susurró sin apenas ser consciente—. Yo puedo…

Sissi suspiró y hurgó en el interior de su mochila rosa peluda hasta dar con lo que buscaba, una cajita naranja que hizo ruido al moverla. Sissi tiró del lazo lila perfectamente atado y lo deshizo como si nunca hubiese existido, abrió la tapa y un intenso olor a chocolate inundó sus sentidos.

—¿Quieres? —le preguntó a Odd—. Los preparo cada año pero nunca tengo a quien dárselos así que me los como yo.

—Está Ulrich, ¿no?

Odd tomó uno de los bombones con forma de corazón y lo observó antes de metérselo en la boca, debía de haberle llevado horas hacerlos y además estaban buenísimos.

Sissi suspiró.

—No se los daría, él no sirve.

—¿Qué quieres decir? Siempre le regalas cosas.

—Yo le quería, pero él nunca me habría querido a mí.

Sissi mordisqueó un bombón con forma de estrella. Había hablado en pasado.

—¿Ya no te gusta? —preguntó Odd con la sorpresa brillando en sus ojos lavanda.

—Nunca me ha gustado —replicó molesta—. Siempre he estado enamorada de él.

—Pero ya no.

Ella le miró mordiéndose una piel del dedo pulgar, estaba dando más información de la debida, era idiota. Ese cotilleo podía alimentar las bromas de Odd durante meses.

—Sissi —la llamó apartando la mirada—, ¿por qué eres siempre tan estúpida? Las pocas veces que he hablado así contigo… —Sissi recordaría menos de las que eran realmente por las vueltas al pasado, pero eso no importaba—. No eres así.

—¿De dónde has sacado la partitura de Free Fallin'? —cambió de tema.

—De internet.

—Claro.

—Estos bombones están de muerte. —Devoró uno con forma de nota musical.

Ella le tendió la cajita naranja.

—Quédatelos, el chocolate engorda.

—Gracias.

Sissi se tumbó boca arriba en el escenario con las piernas aún colgado y cerró los ojos, puso las manos con los dedos entrelazado sobre su estómago.

Odd se inclinó sobre ella y juntó sus labios.

—Lo dije enserio —susurró tomando la mano de ella y sin separarse apenas de sus labios—. Me gustaste mucho cuando hablamos, no sabía que eras tú.

—¿Y qué? —inquirió tensa sin abrir los ojos.

—Que me gustas…

—No soy un pañuelo y no pienso hacer manitas contigo.

Odd sonrió, esperaba un golpe.

—Dios me libre de hacerte hacer algo que no quieres.

—Exacto— replicó ella.

—Voy a besarte ¿puedo?

Sissi no le contestó, permaneció inmóvil como Blancanieves o La Bella Durmiente; Odd se acercó, su madre decía «el que calla otorga» así que lo tomó como un sí.

Los labios de Sissi eran suaves y cálidos y los de Odd sabían a chocolate casero. Dejó descansar una parte del peso de su cuerpo sobre el de ella y el resto sobre su antebrazo apoyado en el suelo, mientras que con la otra mano acariciaba su pelo. La mano de Sissi escaló hasta su mejilla y se mantuvo allí con suavidad.

Él no era de besos inocentes pero valoraba su integridad física y ella era bien capaz de atizarle con lo primero que pillase, aunque fuese un arma mortal.

Tras unos minutos de roces inocentes, Odd, se separó de ella sujetando su rojo labio inferior entre los dientes y tirando de él con delicadeza para después soltarlo y volver a besarla.

—Eres un pervertido, Della Robbia —susurró contra sus labios.

—No puedo evitarlo, Delmas.

—¿No puedes o no quieres?

Odd sonrió mirándola a los ojos.

—Ambas.

—Vaya suerte la mía.

—Míralo por el lado bueno. Tienes al tío más guapo del Kadic.

—Ese es Ulrich —dijo dibujando una sonrisa sarcástica.

—Vale, pues el segundo.

—Théo Gauthier.

—¡El tercero!

—William Dunbar —musitó satisfecha.

—¿El cuarto?

—Paul Gaillard.

Le estaba sacando de sus casillas y eso la hacía sentir tan bien… en realidad no creía que William y Paul fueran más guapos que Odd, pero qué demonios, él se había metido con ella cientos de veces, así que era la hora de su venganza.

—Puede que seas el penúltimo, con suerte el antepenúltimo.

—Vale, pero soy el que mejor besa. —Y la besó como para confirmarlo. Nada inocente. Se empeló a fondo en demostrar que lo era—. ¿Lo ves?

—Psé.

—¿Cómo que "psé", Delmas?

—Théo…

Volvió a besarla y los brazos de Sissi se enredaron con tanta fuerza tras sus hombros que parecía querer fundirse con él. Le sorprendía querer con tanta intensidad ser el primero de cualquier lista que tuviese Sissi, creía tener superada su fascinación inicial por ella, supuso que su breve romance vía internet había reavivado la llama.

—Soy mejor que Théo —declaró sin apenas respiración.

—Della Robbia, esto es acoso.

—Dilo, Delmas.

—Y si no lo digo, ¿qué?

—Tendré que seguir hasta ser el mejor.

—Entonces tendrás que practicar mucho, Della Robbia.

La sonrisa de Odd se fue dibujando a cámara lenta en sus labios, sonaba a permiso para continuar y a reto.

Se tumbó boca arriba al lado de Sissi, sus manos mantenían un ligero y agradable contacto. Los dedos de Odd se enredaron con los de ella con firmeza y esperó a que le apartase, pero Sissi no lo hizo, en cambio, apretó con fuerza la mano de él.

Sissi rompió el silencio entre ellos retomando la última conversación vía internet que habían tenido sobre sus sueños de futuro. Un futuro lleno de música que quizás podrían compartir. Formar un grupo juntos, subir a lo más alto cogidos de la mano…

Era bien entrada la madrugada cuando Odd se dio cuenta de que Sissi se había quedado dormida a su lado. Se habían perdido la cena junto con la noción del tiempo.

Odd sonrió mirándola, era una hermosa mariposa que parecía un ángel cuando dormía.

—Te quiero —apenas susurró apartándole un mechón de la cara.

Al final no había sido un San Valentín tan malo.

Fin

Escrito el 12 de febrero de 2011

domingo, 6 de febrero de 2011

ADQST 12.-Tierra desconocida



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Tierra desconocida

—¿Dónde estoy? —murmuró Yumi con voz adormilada mirando alrededor.

—Dentro de una torre de paso.

Yumi se giró hasta dar con William, sentado a unos pasos de distancia con gesto preocupado. Se incorporó torpemente, estaba un poco aturdida, no tenía muy claro que había pasado y menos aún cómo había llegado a la torre de paso.

—X.A.N.A. te ha lanzado al mar digital —dijo con un hilo de voz—. Me he tirado detrás de ti, intentando evitarlo, pero no he sido lo suficientemente rápido.

—Pero…

—No. —Conocía la pregunta de antemano—. No nos hemos virtualizado para siempre.

»Este sitio… —susurró—. Me trae muy malos recuerdos.

—Will…

Se quedó petrificada al observarle con más detenimiento. El símbolo de X.A.N.A. brillaba sobre el pecho de William, quiso retroceder pero no pudo hacerlo. Entonces lo vio, sobre el suyo también brillaba.

«Pero ¿Qué…?»

—Tranquila, Yumi. No puede controlarnos sin la Scyphozoa. Es su forma de decirnos que estamos en su territorio.

—¿Qué quieres decir? —Le falló la voz convirtiendo su pregunta en algo similar a un quejido.

—Estamos en una torre submarina, en el fondo del mar digital. Durante el tiempo que estuve en manos de X.A.N.A. viví en esta torre.

El silencio les cayó encima como una losa enorme, sus pensamientos vagaban por lugares distintos, pero con un punto en común. X.A.N.A.

—Espero que Aelita lograse desactivar la torre a tiempo —susurró Yumi.

—Seguro que sí.

—Pero se ha quedado sola con las tarántulas y el clon de Ulrich.

William sólo suspiró, sola o no estaba convencido de que lo había logrado. Podía sentirlo, de algún modo, sobre su propio cuerpo. Uno de los efectos secundarios de haber sido el juguete de X.A.N.A., cada vez que le asestaban un golpe también le afectaba a él. Yumi se abrazó las rodillas con aire preocupado, soltó una exclamación repentinamente animada.

—Has dicho que es una torre de paso. —William asintió a sus palabras—. ¿A dónde lleva?

—No lo sé. Nunca pude moverme con la suficiente libertad para intentar salir.

Yumi se puso en pie con una firmeza y decisión impresionantes, una sonrisa confiada se dibujó en sus labios rojos. Apoyó ambas manos sobre sus caderas e inspiró una gran bocanada del falso aire de Lyoko.

—Pues vamos a descubrirlo.

—Estás como una cabra —dijo con una sonrisa resplandeciente—. Por lo que sé podríamos acabar en medio de la nada, en el fondo del mar digital, la red…

—Peor no vamos a estar.

William se levantó, fue hasta a ella y la tomó de la mano con seguridad. El símbolo de X.A.N.A. sobre sus pechos emitía un resplandor fantasmagórico e inquietante.

—Ya sabes que saltaría por un barranco si tú me lo pidieses. Hagámoslo.

Yumi le dedicó una dulce sonrisa y tomados de la mano saltaron al vacío de la torre esperando hallar, en el otro lado, una plataforma hacía alguno de los sectores de Lyoko.

En la fábrica, Jérémie, había recuperado a Aelita tras la desactivación de la torre. Había presenciado, con horror y una total impotencia, como aquel Ulrich oscuro había agarrado a Yumi del cuello, como había caminado hasta el límite de la plataforma sin que nadie pudiese intervenir, como había abierto la mano y su mejor amiga se había precipitado hacia el mar digital sin poder recuperarla ni desvirtualizarla, y también el impulso suicida de William al saltar tras ella como si fuese a servir de algo.

Todo aquello había tenido un resultado desagradable. Perdidos para siempre.

Aelita había llamado a Ulrich y a Odd aguantándose las ganas de llorar. La espera se le había hecho eterna, el silencio sepulcral sólo era interrumpido por el repiqueteo de las teclas bajo los dedos de Jérémie. Tecleaba y tecleaba pero no hablaba, y eso era peor aún. Una palabra, la que fuera, le reconfortaría, haría que se sintiese menos perdida, evitaría que pensase de un modo enfermizo en su padre perdido en algún lugar dentro del superordenador, la desaparición de sus compañeros y la suerte de su madre a la que ya apenas lograba recordar sin mirar alguna foto desgastada por el paso de los años y las lágrimas derramadas.

Y ahora, aunque Odd y Ulrich estaban allí era como si nada hubiese cambiado. Silencio profundo, pesado y asfixiante. Se acercó a Jérémie en busca, al menos, de un poco de calor y cercanía.

—Tranquila —susurró Jérémie apartándose momentáneamente del teclado para acariciarle las manos—. Daré con ellos.

Una sonrisa dolorosa se dibujó en sus labios. No esperaba oír una palabra de ánimo, menos aún cuatro. Apoyó su barbilla sobre el hombro de él y aspiró el suave perfume a agua marina de la loción de afeitar que siempre usaba. De repente se sentía un poco mejor y el aire parecía pesar menos sobre su cuerpo.

Un rato después, Odd y Aelita se sentaron en un rincón tensos pero confiados en hallar una solución, Ulrich deambulaba como si fuese un alma en pena y las teclas resonaban insistentemente. Hasta que Jérémie suspiró desanimado.

—No hay manera…

—¿Qué? —preguntó Aelita poniéndose en pie.

—No hay ni rastro —contestó con tono cansado.

—¿Quieres decir qué…? —Odd fue incapaz de finalizar la pregunta.

—No… no lo sé. No les localizo en el mar digital.

Ulrich caminaba de una punta a la otra de la sala en un tenso silencio. No había pronunciado ni una sola palabra, ni un reproche. Nada. Jérémie esperaba que de un momento a otro reaccionase, aunque fuese de manera violenta, prefería un golpe a no saber qué hacer ni cómo consolarle. Él en su lugar estaría gritando y zarandeando al responsable.

—Ulrich… —susurró Aelita con cautela—. ¿Necesitas algo?

La miró como si no la viera, aquella mirada vacía le rompía el corazón.

—¿Pue…?

La voz de Aelita quedó ahogada por el ensordecedor pitido que emitió el terminal del superordenador, se taparon los oídos, en un acto reflejo, para protegerlos del molesto sonido. Y de repente la sala quedó totalmente a oscuras y en silencio.

—¿Qué rayos? —exclamó Odd a voz en grito.

—¿Se ha ido la luz? —La voz de Ulrich les sonó extraña tras tanto tiempo de silencio.

—La fábrica tiene su propio generador por no hablar de la pila nuclear… —dijo Jérémie.

Con un ronco zumbido las luces volvieron a encenderse parpadeando con timidez, el mapa holográfico seguía inactivo y el monitor mostraba una imagen estática de color azul. Jérémie lo miró con agonía. Si el superordenador se estropeaba no podría recuperar jamás a Yumi y a William, tampoco podrían impedir que X.A.N.A. hiciese de las suyas. Se sorprendió al darse cuenta de que mantenía los dedos cruzados y rezaba para sus adentros.

—La última vez que mi ordenador se puso en azul —murmuró Odd—, no volvió a ponerse en marcha…

—No digas eso… —sollozó Aelita, empezaba a formársele un nudo en la garganta.

El monitor mostró una pequeña interferencia y justo entonces pasaron cientos de miles de ceros y unos de color blanco a toda velocidad. Odd, Ulrich y Aelita se pegaron a la butaca de Jérémie con la misma mirada estupefacta viendo pasar aquellos códigos incomprensibles, por la velocidad o por el desconocimiento del lenguaje informático.

El proceso finalizó sembrando la pantalla de ventanas, archivos y datos que jamás habían visto. La palabra "Xanadu" parpadeó en el centro para después convertirse en parte del nombre de las ventanas que poblaban el monitor.

Al instante, y antes de que ninguno de ellos pudiese reaccionar, el holomapa se reactivó mostrando un terreno desconocido. Una gran extensión de relieve variado plagada de torres como las de Lyoko.

—¿Qué…? —alcanzó a pronunciar Jérémie.

El auricular que llevaba en el oído emitió una interferencia estática. Se lo ajustó y se echó hacia adelante.

—Voy a analizar este sitio.

—¡Jérémie!

Un suspiro de alivio recorrió la estancia de la vieja fábrica. La voz que había sonado a través de los altavoces fue como un bálsamo para todos.

—Jamás pensé que me alegraría tanto de oír tu voz —continuó.

—¡Yumi! —exclamó Ulrich.

Gritar su nombre le provocó una sensación similar a que le hubiesen quitado un enorme peso de los hombros. Le entró el bajón al desaparecer toda aquella tensión, se dejó caer al suelo y allí permaneció sentado intentando recuperar el ritmo de su propia respiración, con la mano firme de Odd sobre su hombro.

—¿Podéis explicarme qué ha pasado? —inquirió Jérémie analizando los datos que atiborraban el monitor.

—El clon de Ulrich ha tirado a Yumi al mar digital y yo he saltado detrás.

—Eso ya lo sé —bufó—. Lo que pregunto es ¿por qué no estáis virtualizados para siempre?

En aquel extraño paraje desconocido William y Yumi intercambiaron miradas.

—Ni idea —rezongó Yumi.

—Yo tengo una pregunta mejor —dijo William en tono mordaz—. ¿Dónde demonios estamos?

Se escuchó un golpeteo sobre la superficie sensible del micrófono y un par de quejidos de Jérémie seguidos de la suave voz de Aelita.

—Según el superordenador estáis en un lugar llamado Xanadu.

—No me gusta cómo suena… —murmuró la nipona.

—¿Puedes recuperarnos, Aelita?

—Supongo… pero no estáis en Lyoko.

»Dadme unos minutos para analizarlo.

—Vamos a explorar un poco.

—¡Así me gusta! —exclamó William—. Has recuperado el espíritu aventurero, Yumi.

—No es justo —graznó Odd a través del micrófono—, vosotros pasándooslo en grande y yo aquí viendo a los cerebrines trabajar.

—No se puede tener todo en la vida —musitó Ulrich tomando una bocanada de aire algo más tranquilo.

William caminó delante de ella en dirección a un pequeño estanque. Era extraño moverse allí. En Lyoko la falsedad de lo que les envolvía, así como la del suelo que pisaban, era evidente, sus cuerpos recibían las sensaciones con un ligero desfase, como cuando falla la señal de televisión y el sonido llega después de que el presentador hable. En cambio allí la sensación era automática, como estar en el mundo real, incluso la hierba bajo sus pies liberaba su olor al ser pisada. Era tan fascinante como inquietante.

Yumi le tomó la mano y él se sorprendió al notarla caliente, en Lyoko sus cuerpos virtuales no tenía temperatura.

—Lo que sospechaba —dijo ella.

—¿Qué?

—Es como el mundo real.

—¿Qué queréis decir? —preguntó Aelita desde la fábrica.

—Las sensaciones, los olores, el tacto… todo es tan real.

—¿Podéis mandarme una imagen?

William se encogió de hombros y se concentró, tal vez el vínculo con X.A.N.A. serviría para complacer a la princesa de Lyoko.

—Es espantoso —pronunció Jérémie con horror sincero—. Parece sacado de una película de miedo.

—¡Buah! —exclamó Odd—. Me muero por poner los pies ahí. —Ulrich asintió tras él, también quería ir.

—Sólo se parece en las torres —susurró Aelita—. Intentad entrar en una, a lo mejor hay datos para recuperaros.

El agua del estanque tenía un aspecto tan auténtico como el resto, Yumi pasó los dedos por la superficie líquida, se miró la mano, se había mojado.

—Esto es agua de verdad.

—Espérame aquí, voy a entrar en la torre —dijo William acariciándole el hombro.

—Sí.

Yumi analizó la cordillera montañosa plagada de árboles oscuros como los de los antiguos grabados de tinta de su país, con sus ramas retorcidas y las hojas formando redondeces en los extremos proyectando sombras amenazantes sobre las rocas. Más allá una cascada cristalina resplandecía bajo la luz del sol artificial que, pese a no ser auténtico, calentaba su piel. El sonido del agua rebotando sobre las rocas la relajaba, un sonido amenazador pero familiar a la vez. Las elevaciones súbitas del terreno formando altiplanos llenos de vegetación exuberante, los ríos caudalosos de agua límpida…

En contraste con aquel pequeño e inquietante paraíso unos enormes cables negros, mayores incluso que los de Lyoko, se alzaban desde el suelo como siniestras raíces venenosas. No estaba cerca de ellos, aún y así podía oír el zumbido eléctrico que emitían. Siguió su recorrido con la mirada hasta la torre en la que William estaba entrando, ahora que le prestaba más atención pudo notar que era casi el doble de una de las de Lyoko.

Se levantó de golpe pero trastabilló y cayó de culo al suelo, acababa de saltar un pez naranja del lago, por un momento creyó que era el endemoniado siervo de X.A.N.A. hasta que vio que muchos otros nadaban en el agua. Xanadu estaba habitado, pero no parecían monstruos hostiles. Se puso en pie lentamente, prefería no quedarse para comprobarlo.

En el horizonte destacaba una montaña enorme con la cima nevada casi cubierta por nubes blancas de aspecto esponjoso. Era tan hermoso como inquietante.

Cuando William entró en la torre su superficie hondeó en rojo, al otro lado las entrañas de la torre eran idénticas a las de Lyoko. La plataforma se iluminó a su paso dibujando de neón el símbolo de X.A.N.A.

—Estoy en la torre, Aelita.

—¿Puedes subir al piso superior?

William se encogió de hombros, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás sintiendo un leve corriente eléctrica recorriéndole de pies a cabeza. Sus pies entraron en contacto con algo, entonces volvió a abrir los ojos. Estaba arriba reprimió un gritó emocionado, no esperaba lograrlo.

—Aquí estoy —dijo con una sonrisa triunfal poniendo su mano sobre el terminal.

—Yo te guiaré. Esperemos que haya algún programa para traeros de vuelta.

—¿Cómo sabías que podría hacerlo? —preguntó Jérémie a su espalda.

Aelita tapó el micrófono para que William no pudiera escucharle.

—X.A.N.A. le hacía entrar y podía activar y desactivar torres, ¿no?

—Visto así…

—Tienes que buscar el menú de aplicaciones —dijo centrándose en su labor de guiarle—. Seguramente estará en la parte superior de la pantalla.

—Lo tengo. ¿Y ahora qué?

—Debería haber una cadena de código fuente.

—De acuerdo…

En el exterior de la torre, Yumi, se sentó sobre una de las grandes y porosas rocas a esperar. Suspiró. El tacto de la roca también era muy real, la sentía fría. Un sonido similar al de alguien aporreando un xilófono llegó hasta sus oídos. Se puso en pie de un salto atenta a cualquier movimiento, extrajo sus dos abanicos y los abrió situándolos frente a su rostro.

Una suave brisa acarició su rostro haciendo ondear su flequillo ¿se lo habría imaginado?

La luz del sol quedó eclipsada por algo que se alzaba a su espalda, algo grande, se giró al instante. Un espeso humo negro, similar al que invocaba William, flotaba frente a ella. Sin pensárselo dos veces lanzó los afilados abanicos que atravesaron el humo sin causarle ningún daño, no se detuvo para recuperarlos.

—¡Aelita! —gritó echando a correr seguida de cerca por el humo—. Me persigue una cosa.

—¡Entra en la torre!

El sonido la hostigaba, ahora sabía que la fuente era aquella cosa. La vio de reojo, una segunda voluta de humo yendo hacia ella con su sonido irritante, se preguntó cuántas más habría y si serían peligrosas.

Giró a la izquierda en busca de la torre más cercana, su aura azul se desvaneció y casi de inmediato pasó a ser blanca. Yumi saltó hacia adelante entrando en la torre rodando por la plataforma con el símbolo de X.A.N.A. iluminándose a su paso. Respiró violentamente no tanto por la carrera como por el susto y la inquietud del cambio en la torre.

—Aelita —pronunció con la voz ahogada—. La torre es blanca…

Franz Hopper. Las torres de Franz Hopper siempre eran blancas. Ninguno se atrevió a decirlo en voz alta aunque todos pensaban en lo mismo. ¿Hopper había salvado a Yumi?

—¿Estás bien, Yumi? —preguntó Ulrich clavando los dedos en el reposabrazos de la butaca.

—Sí, estoy bien. ¿Cómo le va a William?

—Me está enviando unos datos, pronto volveréis a casa.

—Genial, me muero por meterme en la cama.

Aelita cedió su sitio a Jérémie una vez la transmisión de datos hubo finalizado, para aquella labor Jérémie era mucho más hábil, no quería cometer una error y perderles de verdad.

Jérémie calculaba, programaba, rectificaba, activaba, desactivaba e introducía datos constantemente. Era difícil seguirle, la informática era su campo, no cabía duda. Las ventanas repletas de información danzaban en la pantalla según la voluntad de Jérémie. Entonces sonrió dejándose caer en el respaldo de la butaca satisfecho.

—Todo preparado. —Pulsó la tecla para abrir el canal de comunicación con el mundo virtual—. William, Yumi ¿listos para volver?

—Sí —contestaron al unísono.

Aelita, Odd y Ulrich corrieron a la sala de los escáneres para recibir a sus amigos mientras Jérémie ejecutaba el programa desde el terminal del superordenador. Las puertas doradas de dos de las cabinas se cerraron emitiendo un zumbido similar al ulular del viento. Aelita sujetó el brazo de Ulrich con fuerza, quería tranquilizarle pero en realidad lo había hecho para calmarse ella, él le devolvió una sonrisa tensa.

Las puertas del ascensor se abrieron dejando salir a Jérémie justo cuando las de los escáneres se abrían también. William aterrizó en el suelo de lado y Yumi lo hizo de rodillas parando el golpe con las manos para dejarse caer después enroscándose en el suelo.

—Ay… —se quejó William.

—Quejica… —susurró Yumi.

—¿Estáis bien? —musitó Aelita arrodillada entre ellos.

—Supongo que sobreviviremos. —William se tumbó boca arriba en el suelo incapaz aún de levantarse, trató de enfocarla enroscada en el suelo pero estaba demasiado mareado.

—Si el viaje de vuelta va a ser siempre así creo que prefiero quedarme allí encerrada.

Lejos de la fábrica. En un país diferente. Ella observaba su reflejo en el espejo, los años iban pasando aunque su tiempo parecía haberse detenido veinte años atrás. No había envejecido y eso hacía que tuviese la sensación de que, en cualquier momento, abriría los ojos y le encontraría a él durmiendo a su lado, con la respiración tranquila de quien se siente a salvo.

Tomó el pequeño peine de nácar del tocador de caoba y lo pasó por su pelo del color de las fresas maduras para desenredarlo. De niña lo había odiado porque los otros niños se metían con ella, pero aquella pequeña risueña le había hecho amarlo tanto como la amaba a ella.

En la pantalla de su ordenador portátil la imagen de un mundo virtual permanecía fija. Las altas torres rodeadas por un aura azul que indicaba que todo estaba bien.

Deseaba recuperar su vida y ahora sabía que era posible. Sólo necesitaba un poco más de paciencia.

Continuará

Escrito el 06 de febrero de 2011