jueves, 27 de enero de 2011

25 M XXIII.- Elfo



Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3

XXIII.- Elfo

—Vendrás, y punto. Fin de la discusión.

Al instante, Ulrich Stern, se vio, con la boca abierta a punto para protestar, escuchando el tono intermitente que indicaba que, una vez más, su padre le había colgado. Cerró la boca y frunciendo el ceño lanzó su teléfono móvil contra un árbol, haciendo que tanto la carcasa como la batería saltasen para caer después entre la alta hierba.

Por eso odiaba la Navidad, entre otras cosas, pero esa era la que más. ¿Acaso no se suponía que era tiempo de paz, amor y buen rollo? Al parecer nadie se había molestado en explicárselo a su progenitor.

Cierto era que acostumbraba a inventar excusas estúpidas e inverosímiles para no tener que ir hasta Stuttgart en coche con su felicísima familia, pero esa vez tenía un excelente motivo para no ir. La familia de Yumi estaba en Japón, y ella había tenido que quedarse, así que pasaría las navidades sola en una casa enorme. Si Jérémie, Odd o Aelita estuviesen en la ciudad, en fin, aunque le fastidiara lo mismo, al menos se quedaría tranquilo. Odd se iba a Australia en un par de horas, Jérémie y Aelita a Luxemburgo…

No podía dejarla sola. Simplemente era superior a sus fuerzas.

Se quedó pensativo mirando su móvil desmontado entre el césped y suspiró resuelto.

—Decidido —exclamó.

Recogió las piezas del maltrecho aparato y, mientras caminaba, empezó a montarlo de nuevo. Las calles de la ciudad estaban prácticamente tan desiertas como el internado. Ya le iba bien que así fuera, eso le evitaba el tener que esquivar charlas insulsas sobre el tiempo o lo que hacía Fulanito con su vida.

Cuando estuvo frente a aquella verja negra fue plenamente consciente de que le iba a caer una bronca de narices, pero le importaba un bledo. La abrió provocando un leve chirrido metálico, subió los escalones casi tropezando y tocó el timbre un par de veces.

Sonrió al oír que le maldecían desde el interior con aquel delicioso japonés que le sonaba a canto angelical. Le encantaba, aunque acabase de llamarle imbécil y le hubiese mandado a la mierda.

Ella abrió y parpadeó varias veces sorprendida.

—¿Ulrich?

—Hola a ti también. —Sonrió—. Oye ¿cuánto tardas en hacer la maleta para una semana?

—¿Es una pregunta trampa?

Si antes estaba sorprendida ahora le miraba estupefacta.

—No —determinó con entusiasmo—. Te vienes conmigo a Alemania.

Yumi se mordió el labio inferior y un instante después estalló en una carcajada, no pudo más que sonreír.

—¿Es una orden?

—Es una invitación. Pero puedo ordenártelo si lo prefieres.

Se hizo a un lado con suavidad instándole a entrar, él obedeció sin necesidad de una sola palabra. Dedicó unos segundos a observarla, llevaba una amplia camiseta marengo y un pantalón morado con unos calcetines de lana blanca en los pies. Yumi cerró la puerta mientras él se deshacía de las deportivas y las cambiaba por unas zapatillas.

—A ver si lo he entendido —murmuró clavándole la mirada—, ¿me estás diciendo que me vaya con tu familia en Navidad?

Reprimió el impulso de corregirla, si se enfadaba se negaría.

—Eso es.

—Corrígeme si me equivoco. —Su tono denotó un cierto deje de sarcasmo—. ¿La Navidad no es para reunirse con la familia y todo eso? Reencontrarse, charlar…

—Justamente.

—Vale —farfulló frunciendo el ceño—. No lo entiendo.

Ulrich sonrió con la certeza de que así era.

—Tengo dos motivos. El primero, para mí eres parte de mi familia. Y el segundo, no quiero dejarte aquí sola.

—No es la primera vez que me quedo sola en casa, estaré bien.

—Tú lo has querido —pronunció con fingido enfado—. Sube ahí arriba y haz la maleta o la haré yo por ti. Y debo advertirte que preparar el equipaje no es mi fuerte suelen olvidárseme la mitad de las cosas importantes —continuó con aquel tono—. Además no creo que quieras que hurgue en según que cajones.

Estaba convencido de que si tenía la feliz idea de meter la mano en un cajón repleto de la ropa interior de Yumi, ésta le asesinaría por más que suplicase piedad.

Ella dejó escapar un hondo suspiro.

—No creo que sea conveniente. Además mi nivel de alemán es, siendo optimista, de niña de parvulario. —Se recogió el pelo nerviosa, dejándolo libre al instante, no tenía goma para sujetarlo—. Además… Ulrich, dudo mucho que a tus padres les haga gracia.

—Mira, si no vienes me quedaré por más que berreen. Y bueno, qué más da, me van a soltar la bronca de todas maneras. —Suspiró poniendo la cara de cachorrillo desvalido—. Y la excusa del alemán no cuela, muchos de mis familiares son belgas, hablan francés, y yo también.

»Me pondré de rodillas y te suplicaré si hace falta —finalizó iniciando el gesto para demostrarle que estaba dispuesto al cien por cien.

—Eso es chantaje —replicó sumamente seria.

Ulrich reunió todo el encanto y la simpatía que poseía para dibujar una sonrisa de anuncio en su cara, Yumi agachó ligeramente la cara y suspiró.

—Eres insoportable —alegó—. ¿A qué hora vienen a buscarte?

Contuvo sus ganas de dar saltitos de alegría, abrazarle y comérsela a besos. Esperaba una lucha encarnizada para convencerla, había sido fácil.

—A las tres.

—¿Las tres? —repitió a voz en grito—. ¡Pero si quedan veinte minutos!

—Por eso mismo te he preguntado cuánto tardas.

Soltó un bufido sacando su móvil del bolsillo del pantalón de deporte y marcó un número dándole la espalda. Se puso a charlar en japonés con su gracia habitual. Le gustaba imaginar la traducción de lo que decía, aunque seguramente la realidad y sus pensamientos no coincidían en nada. Colgó y suspiró de nuevo.

—Más te vale ayudarme a prepararlo todo.

—Sí, señora.

Yumi se fue arriba a vestirse y a hacer la maleta y a él lo mandó a la cocina a fregar los platos, aniquilando sus esperanzas de fisgar entre su ropa. Le quedaba el consuelo de haberla convencido, que ya era todo un logro.

Apenas pasaban cinco minutos de las tres cuando llegaron a la puerta del Kadic, los padres de él no llegaron hasta media hora después quejándose del tráfico.

Se miraron entre ellos y analizaron con interés a la joven y exótica amiga de su hijo, que acabó sintiéndose incómoda, metieron sus maletas en el portaequipajes sin mediar palabra. Durante el largo viaje los únicos que hablaban eran Ulrich y Yumi, cosas insulsas para romper el helado silencio al que le sometían los adultos.

Él estaba encantado de la vida, sin duda serían las primeras navidades en años que le resultarían agradables. Con Yumi a su lado ¿qué podía salir mal? ¿El pudding indigesto de su tía Svea? ¿Las batallitas de la guerra de su abuelo Rudy? Que no era que no le gustase escucharle, simplemente que preferiría poder eliminar la segunda guerra mundial de la faz de La Tierra, y estaba convencido de que a Yumi tampoco le haría demasiada gracia.

El paisaje alemán era muy diferente al francés y, en cierto momento, Yumi dejó de hacerle caso para mirar emocionada por la ventanilla, él se quedó mirándola fascinado haciendo que desde el asiento del copiloto se alzase una risa de ternura, Ulrich se irguió en el asiento, carraspeó y, apoyando la mano en la mejilla, se puso a contemplar el paisaje ruborizado.

Cuando al fin llegaron a la casa de Stuttgart ya había anochecido, eran casi las nueve y media, las luces del porche estaban encendidas y la nieve cubría lo que en otra época del año era un manto de césped verde, la chimenea expelía humo, así que Ulrich, imaginó que habría alguien dentro.

«Que no sea Sven» pensó.

Su primo Sven era de la edad de Yumi, se llevaban bien, pero odiaba su afición a las pelis de terror, lo peor era que le obligaba a tragárselas todas. No sabía aceptar un «no» por respuesta.

La puerta se abrió y, como si alguien hubiese escuchado su plegaria, su abuelo apareció con su eterna bata azul añil, pantalón de pana verde y zapatillas azules. Se acercó a paso renqueante y lento hasta su nieto y lo abrazó, con tanta fuerza, que Ulrich escuchó claramente como crujía su propia espalda.

—¡Chaval! Cómo has crecido —exclamó zarandeándole con una mano apoyada en su nuca—. Pero mírate, si ya eres todo un hombre.

Cuando dejó de zarandearle se dio cuenta de que estaba hablando con su francés acentuado a la alemana, le miró interrogante, pero el anciano observaba a Yumi con interés. Soltó un silbido de aprobación y asintió como corroborándolo.

—Pero qué tenemos aquí. ¿Es tu novia, Ulr? —Los chicos sonrojados intercambiaron miradas acompañadas de la risa ronca y entrañable del hombre—. Japonesa, ¿verdad? Perdona ¿dónde están mis modales? Soy Rudolf Stern, puedes llamarme Rudy o abuelo.

—Ishiyama Yumi —contestó con una de aquellas sonrisas que a él le aceleraban el corazón—. Encantada de conocerle… —La muchacha dudó entre lo que marcaba su educación y la cercanía del abuelo de Ulrich—, Rudy. Sí, soy japonesa.

—¿Puedo llamarte Yumi?

—Me ofendería si no lo hiciese.

Axel y Lena Stern descargaban el coche mientras ellos charlaban, Axel no paraba de maldecir en alemán por la afición de hablar sin parar de su padre. Resopló.

—Padre, déjela tranquila. Hay que meter todo esto en casa.

—¿Piensas hacer trabajar a tan ilustre invitada? —inquirió con un brillo decepcionado en sus ojos verdosos—. Yo no te eduqué así, Axel.

—Deje de jugar —protestó el hombre—. Es tarde y hace frío.

Rudy negó con la cabeza puso una mano sobre el hombro de Yumi y la otra sobre el de Ulrich.

—¿Habéis cenado ya?

—Que va… —Suspiró Ulrich—. Al parecer comer un sándwich era perder demasiado tiempo.

—Lena, querida —musitó Rudy con voz melosa y una sonrisa encantadora—. Prepárales algo a los chicos.

—En seguida, abuelo.

La mujer le sonrió cómplice viéndose libre de la tediosa labor de descargar el pesado equipaje, ella también estaba muerta de hambre, aunque no lo dijese en voz alta. Desapareció tras la puerta blanca de la casa. Rudy rió.

—Y vosotros dos venid con el abuelo a calentaros frente a la chimenea. Hace un frío mortal.

Con su paso renqueante los dirigió hacia el interior. Yumi sintió la necesidad de tomarle del brazo y ayudarle a caminar, pero se contuvo para no ofenderle, sin embargo no pudo evitar dirigir la mirada a la pierna izquierda de Rudy.

—No me duele —declaró sorprendiéndola—. Es una vieja herida. De la guerra, ¿sabes?

—¿Mundial? —la pregunta escapó de sus labios, se tapó la boca con la mano como una niña que acaba de soltar un taco y se sonrojó—. Lo siento.

Rudy rió con entusiasmo.

—Me gustas mucho, sí señora. Buena elección, Ulr. —Apretó ligeramente el hombro de la muchacha—. Sí, de la Segunda Guerra Mundial. No era más que un mocoso por aquel entonces, pero…

—Abuelo —interrumpió Ulrich—. ¿Dónde está Sven?

—Por ahí, vete a saber. Es una lámpara perdida.

El muchacho suspiró aliviado por que el cambio de tema hubiese sido tan sencillo.

—Se dice bala perdida.

Yumi y Rudy le miraron como contemplando la posibilidad de que tuviese razón, había olvidado que, las frases hechas, tampoco eran el fuerte de Yumi.

Axel pasó junto a ellos cargado de maletas, seguía maldiciendo. Ulrich sabía que recibiría una bronca de narices, aunque mientras su abuelo estuviese allí no le diría ni pio.

—Venga, venga, hijo, que no es para tanto.

Yumi sonrió con ternura, ya sabía a quién había salido Ulrich, era más que evidente que no se parecía a sus padres.

Aquella casa de piedra parecía sacada de una película de época. El pasillo que conectaba la entrada con el salón-comedor estaba plagado de cuadros infantiles con peces, caras sonrientes, huellas de manos en cientos de colores… todos ellos firmados con las letras torpes e irregulares de niños que están aprendiendo a escribir. Quien los hubiese colgado debía adorar a esos niños, les había creado una exposición en el lugar más visible de la casa.

Al final del corredor se veía una escalera que subía. Cruzaron el arco sin puerta entrando en el comedor decorado con muebles macizos y antiguos, con sus pequeñas imperfecciones adquiridas con el paso del tiempo y el uso diario. La mesa para ocho personas estaba situada justo en el centro escrupulosamente preparada para quien quisiera comer. En la chimenea de piedra el fuego ardía caldeando todo el lugar, sobre la repisa una docena de fotografías sonreían al unísono, reconoció a Ulrich de pequeño mostrando orgulloso que había perdido dos dientes.

—Muy bien —exclamó—. Dadme los abrigos y acomodaos, en cuanto Lena tenga la cena os la traerá.

—Genial, me muero de hambre.

—Muchas gracias —contestó Yumi.

Su primera toma de contacto con aquella curiosa familia le resultó gratificante, eran muy diferentes a la suya, pero encantadores a su manera. Le sorprendía que existiese alguien sobre la faz de La Tierra capaz de mantener a raya al padre de su mejor amigo, pero ahí estaba con una sonrisa entrañable.

Aquellos primeros días fueron como la calma antes de la tempestad, pasaban el día yendo de aquí para allá despreocupadamente, haciendo turismo, atiborrándose de dulces en todas las chocolaterías del barrio, jugando en los recreativos. Por la noche, antes de dormir, se sentaban frente a la chimenea con alguna cosa de picar y conversaban sobre cualquier tontería que cruzase por sus cabezas. Después ella se iba a la habitación de Ulrich a dormir y él hacía lo propio en el sofá del salón.

Durante el dúa, cuando él estaba ocupado con algo, Rudy se la llevaba y le contaba cosas. Ulrich la veía reírse con lo que fuera que le explicase y él se preguntaba que sería. Estaba encantado de que a su abuelo le gustase de verdad.

Y entonces, casi como por sorpresa, llegó Nochebuena. El primer indicio que vio al levantarse fue el ramillete de muérdago colgado sobre el arco de entrada al salón, memorizó su posición para evitar cualquier situación violenta con Yumi.

El segundo, después de comer, fue el atronador sonido del timbre presionado por su tía Svea, soltó un suspiro, iba a fundirlo.

Nada más abrir recibió un abrazo de oso seguido de una ráfaga de besos metralleta con eco, como él los llamaba, porque después le zumbaba el oído durante diez minutos. Su tía se detuvo a mitad del ataque amoroso y le apretó los brazos mirando detrás de él, Ulrich se giró lentamente hasta ver a Yumi de pie.

Chinesisch?

Nein, japanisch —replicó, añadió algo tan bajito que fue incapaz de escucharle—. Ven Yumi, ésta es mi tía Svea.

—Hola… —musitó intimidada por la mirada inquisitiva de la mujer—, encantada…

Ulrich, casi pudo oír cómo se tensaban todos los músculos de su mejor amiga, su tía le soltó dio dos pasos al frente y repitió el ritual del ataque amoroso con Yumi. Él suspiró, le había dicho que nada de abrazarla o darle besos que eso era de mala educación en su país, pero a su tía Svea le había entrado por un oído y salido por el otro sin pasar por su cerebro.

—Bienvenida a la familia.

—Eh… eh… —El rubor tiñó sus mejillas y sus ojos brillaron con timidez—. Gracias.

—Vaya, el pequeño Ulrich se nos ha echado novia —dijo con soltura la enjoyada mujer—. Claro que ya tienes edad.

—No es… —tartamudeó rojo como una boca de incendios—. Es una amiga, ¿verdad, Yumi?

—Ah… sí —contestó del mismo modo que él.

—Si queréis llamarlo así no seré yo quien diga nada.

Svea cerró las manos llenas de anillos en torno a los hombros de Yumi y, casi literalmente, la arrastró por el pasillo, le miró pidiendo auxilio en silencio, él le miró suplicándole que le perdonara, Svea jamás soltaba a su presa hasta que quedaba satisfecha. Seguramente Yumi era la presa más jugosa que jamás había pisado aquella casa.

Mientras la arrastraba por el pasillo estaba segura de que la mujer la ataría a una silla y le enfocaría una lámpara cegadora a los ojos, como en las pelis policíacas antiguas y la interrogaría durante horas.

«Traidor» pensó. «No pienso dejarte nada en herencia»

La tía de Ulrich se sentó en el sofá y dio varios golpecitos sobre el mismo para que se sentase con ella, obedeció sumisa como marcaba su educación en casos como aquel y la miró esperando a que empezase la tortura. Svea dejó escapar un suspiro.

—¿Edad? ¿dónde naciste? ¿qué estudias? ¿color favorito? ¿alergias? —La mujer continuó preguntando como una metralleta, Yumi perdió el hilo y luchó por no abrir la boca y parecer idiota.

—Eh… diecisiete —contestó cuando se calló—. En Kyôto, voy al instituto, el negro, ninguna que sepa y… no recuerdo el resto.

Svea se rió y siguió acribillándola a preguntas, esta vez de una en una dándole tiempo a contestar. Con el paso de los minutos dejó de sentirse tan incómoda y abandonó las respuestas secas y directas por amena conversación. En el fondo, aquella mujer, no era tan terrible, le producía una sensación similar a la del abuelo, como si se hubieran volcado en Ulrich para darle lo que su padre no le daba. Pensando en ello no pudo evitar sonreír, no le importaría acabar metida en una familia así.

Ulrich irrumpió en el salón con dos latas de refresco en las manos.

—Siento interrumpir —pronunció con firmeza—, pero tengo que hablar con Yumi antes de que lleguen los demás.

—De acuerdo. Ya seguiremos charlando.

—Claro.

Se levantó con una sonrisa sincera y tomó su abrigo antes de seguir a Ulrich hasta le jardín. Él le pasó una de las latas mientras caminaban rumbo al mirador con dos bancos de madera. Había una manta tapando uno de ellos, se sentaron sobre ella para evitar el helado tacto de la madera.

—Siento lo de mi tía.

—No importa, volveré a incluirte en mi testamento.

—¿Eh?

Ella rió.

—Nada. Me gusta tu familia.

—¿Aunque te hayan contado batallitas, secuestrado e interrogado?

—Sí. ¿De qué querías hablar?

—En realidad —susurró ruborizado mirando su lata de refresco—. Necesitaba estar un rato contigo.

—Después estarás muy liado, ¿no? —preguntó en tono jovial.

—No sé por qué lo dices.

Yumi se sentó más cerca de él buscando un poco más de calor, estaba helada y él desprendía un calorcito tan agradable… Acabó apoyando la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos, él pasó su brazo alrededor de su cintura acercándola aún más. No se oía nada aparte de los pájaros, como si estuvieran solos en el mundo, como si no existiera nadie más. Suspiró complacida.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por invitarme a venir.

—Siempre que quieras.

Las latas de refresco empezaban a estar demasiado frías para sus dedos desnudos pero ninguno de los dos se movió. La mano de Ulrich se tensó en su cintura y enrojeció seguro de lo que iba a decir y de la posibilidad de estropearlo todo, estaba cansado de permanecer en un punto muerto.

—Yumi, yo…

—¡Ulrich!

El chico se sobresaltó tanto que estuvo a punto de apartarla de un empujón, seguramente, si ella no se hubiese erguido tan rápido, lo habría hecho. Con el corazón aporreándole las costillas vio a su primo Sven, con aquella sonrisa de niño travieso y su pelo castaño mal cortado y revolucionado.

Sven miró fijamente a Yumi y, Ulrich, tuvo la certeza de que lo que vendría a continuación no le gustaría.

Hajimemashite! —exclamó. A Ulrich casi se le salen los ojos de las órbitas—. Watashi no… ah… ¿namae? Eh… sí, eso. Namae Sven Schneider desu. Yori… —titubeó rascándose la nuca—, no me acuerdo… ¡maldita sea! Debería haber prestado más atención…

Se habían quedado petrificados en el banco, superado el shock inicial Yumi se echó a reír y Ulrich lo hizo inmediatamente después por la ridícula entrada.

Yoroshiku o-negai shimasu —dijo ella sonriente—. Así se dice. Watashi no namae Ishiyama Yumi desu. Kochira koso yoroshiku.

—¡Increíble! —gritó—. Eres de verdad.

—Claro que es de verdad —gruñó Ulrich.

—¿Te gusta el cine de terror?—preguntó ignorando deliberadamente a su primo y su mirada de espanto—. En tu país hacen las mejores.

—¡Me encantan! —exclamó sonriente.

«Excelente» pensó Ulrich con desilusión, hundió las manos en los bolsillos fastidiado, lo que le faltaba.

—Mis favoritas son las de Ju-On, ¿y las tuyas?

—La saga de Ju-On, sin duda, y Ringu también me encanta.

Los ojos de Sven brillaban de emoción mientras hablaba de pelis, directores y versiones americanas. Ulrich no entendía ni una palabra, igual que si hablasen en élfico o algo así. Su peor pesadilla hecha realidad: Sven, cine de terror y Yumi alejándose de él.

—Oye ¿te importaría perderte? —gruñó Ulrich—. Estábamos hablando.

Yumi enarcó una ceja y Sven le miró como si fuera un chiguagua ladrando pidiendo la atención de su amo.

—Nadie te impide hablar, primo.

—¡Sven! —gritó una rubia despampanante desde la puerta acristalada, y después continuó hablando en alemán, ella no entendió nada.

El chico se disculpó y se esfumó tal y como había venido. Ulrich resopló.

—Esa es Helga —dijo apático—. Es mi tía, la madre de Sven.

—Jamás lo habría adivinado…

—No dejes que te impresione, es como un pavo real.

—¿Un pavo real? ¿Lo dices enserio?

La tomó de la mano, para regresar al caldeado interior de la casa, la de ella se tensó unos segundos antes de relajarse y enredar sus dedos delgados y blancos con los masculinos y morenos de él. Ulrich sonrió con ternura, Yumi no tenía ni idea de donde se había metido, y lo peor, él tampoco lo recordaba con demasiada claridad. No hasta que vio el endemoniado disfraz de elfo colgando burlón del perchero. Un escalofrío le recorrió el espinazo, reculó torpemente chocando contra Yumi que le miró con una muda pregunta en sus ojos negros y brillantes.

—Yumi —la voz de Rudy llamándola resonó por todo el salón—. ¿Puedes venir?

—En seguida.

Ella le soltó la mano ocasionándole una sensación fría de vacío. Estaba frustrado, nunca se acostumbraría a aquel sentimiento cuando se separaba de él tras uno de esos momentos de cercanía.

Cogió el disfraz resignado. Luchar contra aquella tradición era aún más improductivo e inútil que discutir con su obstinado padre.

Cuando regresó al salón, tras haber guardado el traje en su cuarto vio a Yumi y a Svea en el sofá hojeando un álbum de fotos que él reconoció. Era aquel en que ponían las fotografías de cada Nochebuena, años y años de fotos vergonzosas acumuladas en páginas plastificadas. Yumi reía. Su tía Helga con su acostumbrada expresión de fastidio cuando no era el centro de atención miraba las fotografías por encima del hombro de ambas.

Tenía la extraña sensación de que buscaban el modo de convencerla para quedarse dentro de la familia.

La mesa estaba preparada ya para la cena con los típicos alimentos alemanes que aromatizaban la casa. Las diferentes conversaciones bullían a la espera de los más rezagos. Su prima Ula, la supermodelo y su insufrible marido Vilhelm, con su insoportable manía de quejarse de cualquier cosa que tuviese delante como si él estuviese por encima del mismísimo Dios. La abuela Agneta, que era una vieja conocida de su abuelo, les había hecho de canguro a todos y cada uno de ellos. Yohann, su tío favorito, aficionado a la magia, siempre le sorprendía con alguna cosa maravillosa.

Contrariamente a lo que esperaba Yumi se desenvolvía a la perfección entre sus parientes, un montón de desconocidos que la analizaban llenos de curiosidad. Aunque no se libró del comentario despectivo y ácido de Vilhelm que ella respondió con una sonrisa que decía claramente «me importa un bledo lo que me digas».

Yohann hizo un breve truco de magia que les dejó a todos alucinados, haciendo desaparecer el árbol de Navidad, como si nunca hubiese existido, para hacerlo reaparecer después. Los ojos les brillaban como a niños fascinados.

Agneta les invitó a la mesa hasta arriba de comida que desapareció de un modo casi tan mágico como el árbol un rato antes, entre risas, conversaciones extrañas y sorprendentes y miradas. Ulrich la miraba de reojo más a menudo de lo que querría y ella, a su lado, hacía lo mismo, a veces intercambiaban miradas y sonrisas y entonces era como si en aquel salón únicamente estuvieran ellos dos.

Una vez devorada la copiosa cena, Svea, sacó su famoso e indigesto pudding de pasas anunciando así la hora de quedar en ridículo ante la chica de la que estaba enamorado. Sven y Ula le precedieron en el camino al ridículo vestuario.

Rudy acomodó a Yumi en el centro del sofá comentándole lo del excelente espectáculo con que les obsequiaban sus tres nietos. Algo que habían escrito cuando eran muy pequeños y que repetían cada año. Se le veía tan orgulloso que Yumi se contagió de su alegría.

Cuando Yumi vio aparecer a los tres vestidos de verde disfrazados de elfos casi se muere de la risa, porque jamás habría imaginado que el espectáculo consistiese en algo como eso. Ulrich la miró con las mejillas rojas muerto de vergüenza, pero no titubeó cuando tuvo que romper el hielo dando inicio a aquella obra infantil.

Todos conocían la historia al dedillo así que ya sabían lo que les deparaba la trama de antemano, pero ella estaba allí mirándoles embobada atrapada por la historia creada por tres niños tiempo atrás. Se notaba que lo traducían sobre la marcha, por las leves pausas a mitad de frase. Lo hacían por ella. Para que lo entendiera y se sintiera una más. Yumi notó que se le humedecían los ojos, tanto esfuerzo sólo por ella.

Diez minutos después del inicio Ula dio un paso adelante y anunció un breve descanso antes de empezar con el segundo acto. Yumi deseó que el tiempo volase para poder conocer el final de la historia, pero tendría que esperar.

Ula desapareció en el interior de la cocina y Ulrich y Sven se situaron en la arcada de entrada al salón uno a cada lado de la pared, Yumi suspiró. Se levantó lentamente del sofá y fue hasta Ulrich, colocándose justo bajo el arco.

Sven abrió los ojos como platos y esbozó una sonrisa que ninguno de los dos supo interpretar. Se balanceó en un bailecillo que les recordó ligeramente a cuando Odd se salía con la suya.

—Muy bien, primo, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo en tono jovial.

—Ni hablar —gruñó Ulrich—. Olvídalo.

—Ya sabes, Ulr, es la tradición…

—¿De qué habláis? —preguntó Yumi incómoda.

Los dos muchachos la miraron sin darle respuesta.

Feigling. —Sven entrecerró los ojos, enarcó las cejas y sonrió retándole.

Schwachsinnig. —gruñó Ulrich

Küss sie —susurró.

Yumi paseó su mirada entre ambos primos, no entendía ni una palabra, tenían un acento demasiado cerrado y no se esforzaban lo más mínimo por vocalizar. Ni siquiera sabía por qué de repente Ulrich se había puesto tan tenso como si le apuntasen con una pistola, o por qué Sven contenía una risita traviesa, o por qué toda la familia les miraba con aquella expectación como si tuvieran que hacer algo de relevancia mundial.

Ulrich refunfuñó y bufó, miró a Yumi a los ojos con un centelleo en sus pupilas. El brillo de la determinación inamovible. Yumi contuvo el impulso de dar un paso atrás y pegarse al arco de entrada. Los ojos de Ulrich de color caramelo fijos en los suyos negros como una noche de luna nueva, manteniendo una conversación silenciosa, un porqué sin palabras, una muda disculpa y una aprobación silenciada.

Sven tenía ganas de repiquetear rítmicamente en el suelo con el pie, llevaban diez minutos mirándose sin mediar palabra, la expectación no había perdido un ápice de intensidad. ¿Lo haría? ¿no lo haría? ¿ella le daría una bofetada? ¿aceptarían sus sentimientos?

Lo que para unos fueron minutos para Yumi y Ulrich apenas parecieron segundos. Yumi estaba tan quieta como una estatua a la espera de lo que fuera que quería hacer su "mejor amigo", por la cara que tenía parecía ser algo que no iba a gustarle.

Ulrich dio un paso adelante erradicando la distancia que separaba sus cuerpos, puso una mano en la parte baja de la espalda de Yumi y la otra en su nuca pegándola rudamente a su cuerpo, ella abrió los ojos al máximo antes de que los labios de él se juntaran con los suyos torpemente.

Era una situación muy violenta, al menos para ella, la familia de Ulrich al completo les observaba. Su cuerpo respondió automáticamente al beso de Ulrich haciendo que sus brazos crispados por la incomodidad rodeasen sus hombros, tensó los dedos clavándoselos entre los omoplatos deliberadamente tratando de que captase la indirecta y se apartase por voluntad propia, antes de que lo hiciera ella de un golpe.

Lo entendió. Rompió el contacto de sus labios, separándose poco a poco con las mejillas encendidas y la preocupación martilleándole el cerebro.

Ich bin nicht ein feigling —le dijo a Sven con seriedad.

Cogió la mano de Yumi tembloroso, un molesto sudor frío le recorría la espalada y le empapaba las palmas de las manos. Descolgó hábilmente los abrigos del perchero al pasar por su lado y deslizó la puerta de cristal que daba al jardín, cerró con firmeza pero sin convicción.

Yumi iba a matarle. Lo veía venir. La llevó hasta el mirador sin decir nada y sin atreverse a mirarla. Soltó su mano lentamente y le tendió el abrigo de espaldas a ella. Lo tomó con suavidad mirando fijamente su nuca, viéndole calarse el grueso abrigo verdoso y subirse la cremallera bruscamente.

—Lo… si-siento —balbuceó.

El silencio parecía pesar sobre sus hombros, su corazón empezó a golpearle las costillas con violencia y durante un momento temió que Yumi pudiese escucharlo de lo fuerte que latía. Él no dijo nada y ella tampoco lo hizo. Sólo silencio. Como si alguien le hubiese dado al botón de mute o a la pausa.

La cremallera de Yumi al subirse rompió el tenso silencio reactivando el transcurrir del tiempo.

—¿Por qué? —preguntó ella al fin.

—¡Yo que sé! —exclamó con voz chillona—. Sven me ha picado y ya sabes que yo no soy mucho de pensar, porque si pensara no lo habría hecho… bueno, no así, lo habría hecho de otra manera menos estúpida —barbotó cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra desordenadamente y sin control—. Maldita sea, es que soy idiota…

—No era eso lo que te preguntaba, pero ya que te pones… ¿por qué un elfo de metro setenta ha picado a otro elfo de metro sesenta y cinco con mallas para que me besara?

Se giró a cámara lenta para mirarla. Ulrich tenía la cara completamente roja, las traicioneras lucecitas de la pérgola iluminaban su sonrojo con gran esplendor.

—¿No lo has visto? —preguntó Ulrich.

—¿Ver qué?

—El muérdago, en el arco, estábamos justo debajo…

—Podrías haberme avisado.

—Espera. —Movió las manos, pero como no sabía qué hacer con ellas las hundió en los bolsillos de su abrigo—. Si no preguntabas por el beso, ¿qué era?

Yumi le sonrió, sacó sus calentitos guantes negros de los bolsillos y se los enfundó haciéndose la interesante. Podía permitirse el hacerle sufrir un ratito más.

—¿Por qué lo sientes?

—Porque… tú y yo sólo somos amigos, ¿no? —farfulló sin convicción—. No quiero que te enfades conmigo.

—No puedo enfadarme por algo así.

Ulrich respiró aliviado, se iba a librar de la muerte lenta y dolorosa. Sentía que el ardor de sus mejillas empezaba a remitir, por lo que ya no debía parecer un tomate. Yumi sonrió traviesa, había llegado la hora de la venganza, lo veía tan claro como el agua.

—Suéltalo ya —dijo Ulrich impaciente.

Yumi se dio la vuelta y echó a andar por la nieve del jardín.

—Ahora no, si lo estás esperando no tiene ninguna gracia.

Dirigió una discreta mirada al porche por donde habían salido, cuatro figuras agazapadas no les quitaban el ojo de encima, no quería espectadores no deseados. Por si acaso. Había encontrado un ángulo muerto en el jardín, si alguien quería cotillear tendría que acercarse, le verían y oirían antes de ser descubiertos.

Ulrich la siguió inquieto, lo mismo le lanzaba al suelo con un ippon seoi nage que le hacía un yama arashi igual de doloroso a modo de venganza.

Yumi rodeó el manzano y apoyó la espalda en el grueso tronco con los ojos cerrados. Él analizó sus suaves rasgos, le encantaban como el resto de ella.

De no haber estado a oscuras podría haber visto como las mejillas de Yumi se teñían de un rojo encendido.

«Vamos, Yumi. Puedes hacerlo» se dijo a sí misma. Inspiró hondo y abrió los ojos lentamente encontrándose con los de él que le miraban fijamente.

—Si hubieras pensado. —Empezó en un susurro—. ¿Cómo lo habrías hecho?

—¿El qué? —preguntó con la voz estrangulada.

Era estúpido preguntar, sabía perfectamente a qué se refería. El rojo de sus mejillas dejaba claro que lo sabía, pero la complicidad de la noche impedía que ella lo viese, de igual modo que él no podía ver las de ella.

—Bueno yo… —siseó Ulrich. Le daba una vergüenza mortal—. Me hubiera acercado a ti. —Yumi se irguió y separó la espalda del árbol, entonces Ulrich dio dos pasos adelante quedando muy cerca de ella—. Habría… habría rodeado tu cintura con mi brazo y después… ah… —La sujetó por el talle y la apretó con fuerza contra su cuerpo—. Te abrazaría.

Se detuvo tratando de descubrir si debía continuar o si simplemente, Yumi, sólo le había intentado tomar el pelo. Eran amigos ¿no? U ¿Odd tenía razón? No sabía que pensar.

Decidió continuar.

—Entonces te susurraría lo que siento por ti.

—¿Y qué sientes por mí? —casi jadeó Yumi, tenerle tan cerca le cortaba la respiración.

—T-te… te amo desde… que te vi en aquella máquina expendedora del Kadic —tartamudeó—. Ich liebe dich, Yumi. Después te habría dado un beso.

Tras decirlo juntó sus labios con los de ella en apenas una suave caricia que hizo palpitar su corazón como la batería de un grupo de heavy metal, dio gracias al grosor de los abrigos que impediría que lo sintiese ella. Abrió una distancia de un par de milímetros escasos entre sus bocas.

—Y… —murmuró casi sin voz—. Habría esperado, para saber si querías continuar o si me lanzarías al suelo con un ippon seoi nage.

—No usaría esa técnica —declaró con un hilo de voz—. Usaría un tomoe nage, que sería más efectivo. —Pasó sus delgados brazos sobre los hombros de él juntando las manos tras su nuca, mantenía los ojos entrecerrados igual que él.

»¿Y si quisiera continuar?

La abrazó aún con más fuerza, le ardían las mejillas, pero no le importó. Cerró de nuevo aquella pequeña distancia con sus labios presionándolos despacio, las manos de ella, esta vez relajadas, acariciaron su nuca y hombros en una deliciosa sensación de cosquilleo.

Los cálidos labios de Yumi se entreabrieron bajo los suyos dejando escapar un leve gemido de anticipación, la mano de Ulrich ascendió rápidamente hasta la nuca de ella profundizando el beso.

La gran cercanía entre ellos, el apasionado contacto de Ulrich hizo que sus piernas flaquearan, dio un paso atrás, arrastrándole con ella, hasta que su espalda entró en contacto con el manzano. Él se alegró de encontrar un punto de apoyo tan firme porque sus piernas temblaban como si fuesen de gelatina. Ulrich rompió el contacto jadeante, le faltaba el aire, nunca antes, ni después de dos horas de deporte con Jim, había sentido tal falta de oxígeno.

—Qué calor —musitó Ulrich tironeando de la cremallera de su abrigo para bajarla.

Yumi rió de manera entrecortada, acarició la ardiente mejilla de él y junto de nuevo sus labios volviendo a robarle el poco aliento que tenía.

—Y entonces… —susurró ella respirando con dificultad—. Después de que dijeses que tienes calor, yo te diría… —hizo una pausa intencionada— que te amo desde siempre. Ai shite iru, Ulrich.

—No lo entiendo. Querías que fuésemos sólo amigos.

—Es que éramos un problema para combatir en Lyoko, ninguno de los dos estábamos centrados —dijo con sinceridad—. Los celos. Las peleas… Cuando no estabas celoso tú, lo estaba yo y…

—¿Y ahora?

No había Lyoko, pero se peleaban igualmente y los celos… ese era un tema recurrente.

—Podemos intentarlo de nuevo, ¿no?

Intentarlo de nuevo, apenas habían durado tres días la primera vez, no era un buen antecedente. Menudo desastre.

—Sí —contestó él—. Hagámoslo. Esta vez… funcionará.

—Y eso me lo dice un tipo disfrazado de elfo.

Ulrich frotó su nariz con la de ella y al instante rozó sus labios en un beso dulce.

—Será mejor que volvamos dentro.

—Es verdad —dijo ella con una sonrisilla en los labios—. No quisiera perderme el segundo acto por nada del mundo.

—Que horror…

—¿Por qué? Es muy divertido.

—La próxima vez —farfulló Ulrich—. Te vistes tú de elfo.

Simplemente rió. No pensaba ponerse esa ropa ni bajo amenazas.

Fin

Aclaraciones:

La conversación de Sven y Yumi:
Hajimemashite!:
¡Encantado! (a modo de saludo). Watashi no namae Sven Schneider desu: mi nombre es Sven Schneider / me llamo Sven Schneider.
Yoroshiku o-negai shimasu: Encantado/a de conocerle (concluyendo la frase que debería haber dicho Sven, quien responde nunca usaría esa frase). Watashi no namae Ishiyama
Yumi desu:
mi nombre es Ishiyama Yumi / me llamo Ishiyama Yumi. Kochira koso yoroshiku: Encantado/a de conocerle (yo también).

Ai shite iru: te quiero, te amo.
Feigling: cobarde.
Ich bin nicht ein feigling: no soy un cobarde.
Ich liebe dich: te quiero, te amo.
Ippon seoi nage: tiro de espalda con un solo brazo. Es una técnica de judo, consiste en hacer caer al oponente hacía adelante, el que realiza la técnica gira a la izquierda agarrando la parte interior de la manga del judogi y deslizando el brazo derecho bajo la axila izquierda del oponente (sujetándole con firmeza por el hombro) se le lanza sobre la espalda para derribarlo.
Küss sie: bésala.
Schwachsinnig: imbécil.
Tomoe nage: tiro circular. Técnica de judo considerada de sacrificio, consiste en levantar el balance del contrincante hacia delante, caer hacia atrás mientras colocas el pie en la parte baja del abdomen de tu oponente lanzándole por encima de tu cabeza.
Yama arashi: tormenta montañosa. Técnica de judo, usando ambas manos se agarra la solapa y la manga derechas del oponente, se le tira hacia adelante para desequilibrarle hacia su derecha frontalmente, después, usando la parte trasera de la pierna derecha, se barren las piernas con un movimiento firme de elevación.

Escrito el 25 de enero de 2011

miércoles, 5 de enero de 2011

ADQST 11.- Fractura



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Fractura

Aelita miraba fijamente a sus amigos, Odd y Yumi habían insistido mucho en que tenían que hablar. El problema era que lo único que hacían era mirar el suelo fijamente. Empezaba a ponerse nerviosa.

Yumi suspiró y se puso de pie pillándole por sorpresa.

—Esto es ridículo —musitó clavando su mirada en William—. Odd y yo hemos estado hablando y hemos llegado a la misma conclusión.

—Sí —replicó Odd levantándose también—. Cuando la piraña nos disparó pasó algo muy raro.

—¿Culpáis a William? —preguntó Jérémie ya que ambos tenían la vista clavada en él.

—No —contestó Yumi en tono ofendido—. X.A.N.A. está jugando con nosotros. Nos enseña cosas que no son reales pero tienen un…

—Aspecto bastante real —continuó Odd—. Casi parece que esté pasando de verdad.

William dio un respingo en el sofá al comprender la conclusión a la que habían llegado.

—Y se vale de lo que sacó de mí, ¿verdad? —inquirió.

—Eso pensamos —dijeron a la vez.

—Alto, no entiendo nada —bufó Ulrich.

—Si una parte de X.A.N.A. quedó en William cuando le controló —siseó Aelita—, cabe pensar que una de William quedó en X.A.N.A.

Jérémie se subió las gafas que habían resbalado hasta la punta de su nariz con aire pensativo y dejó escapar el aire de sus pulmones. Se irguió en su asiento.

—Creo que en cierto modo nos enseña lo que queremos ver o lo que X.A.N.A. cree que queremos ver y que haría que le contásemos lo que quiera —continuó Yumi.

—Siento no estar de acuerdo —interrumpió Odd—. Yo no quería ver nada de eso.

Yumi le sonrió retadoramente.

—No he acabado. También usa lo que intuye que puede hacernos daño para tantear el terreno. Nos roba información de algún modo.

—Retiro lo dicho…

—La llamada era de X.A.N.A. —susurró William.

—¿Qué… llamada? —preguntó Aelita.

—El día en que X.A.N.A. activó la primera torre, recibí una llamada de Yumi. —Apretó los puños, debería haberse dado cuenta antes—. Lloraba y me pedía que regresara. Yumi nunca haría eso. —Le sonrió.

—Aunque lo que decís sea cierto, no veo que gana X.A.N.A. con ello.

Jérémie mantenía los brazos cruzados sobre el pecho y la espalda recta, había expresado su opinión en voz alta sin la esperanza de lograr una respuesta, sin embargo la obtuvo, él mismo se la dio.

—Para parecerse a nosotros —murmuró palideciendo.

Se acabó el escudarse en que X.A.N.A. no entendía de emociones, que sólo se movía por la lógica, iba a ser más complicado darse cuenta del engaño.

—No es infalible. Aunque sea inteligente hay cosas que no sabe imitar.

—Deberías ver lo mal que te imita, princesa —dijo Odd guiñándole un ojo.

Jérémie bufó, necesitaba más información.

—¿Qué habéis visto?

Odd se dejó caer en el sofá con los labios fruncidos en una mueca de desagrado. Miró a su amigo que definitivamente necesitaba aprender a ser más delicado y a ponerse en la situación de los demás. Decidió empezar él, tal vez así cuando acabase, Jérémie, ya no tendría ganas de oír nada más.

Era desagradable explicarlo y exponerse a las miradas de los suyos. Aelita que le miraba entre incómoda y estupefacta por lo que había hecho X.A.N.A. valiéndose de su imagen. Sissi y Ulrich habían intercambiado miradas y se habían sonrojado por la escenita, después ella ofendida había estado a punto de ponerse a gritar improperios contra el endemoniado virus, y Ulrich había pasado a analizar con interés una miga de pan sobre la mesa. La cara de Yumi dejaba en evidencia lo que estaba pensando, eso le hizo sonreír, estaba celosa.

—Supongo que tu historia será similar —dijo Jérémie a Yumi.

—Sí.

—Entonces podemos ahorrárnosla, ¿no? —intervino Odd con la esperanza de que su amigo captase lo problemático que sería que lo contase—. No va a aportar nada que no…

—Déjalo Odd. Quiero contarlo.

—No hace falta, Yumi —apoyó Jérémie.

La chica soltó un bufido y se acomodó en el sofá, cruzó los brazos sobre el pecho. William sonrió, si se le había metido en la cabeza explicarlo lo haría, dijesen lo que le dijesen.

—Dejadlo ya. No voy a romperme en pedacitos por explicar algo que sé al cien por cien que es falso —dijo exasperada—. Al próximo que me venga con tonterías le doy.

Sólo recibió un asentimiento general y una sonora carcajada de William a modo de respuesta.

—Fue raro. Estaba sola en el gimnasio del Kadic esperando a Jim para la clase, pero no apareció. En su lugar vino Ulrich. —Él la miró de reojo esperando la parte en la que la cosa se torcería—. Lo extraño es que, en teoría, aún estábamos estudiando allí.

—¿Erais adultos? —interrumpió Sissi.

—Sí, por eso digo que es extraño. Supongo que sacó la imagen del último recuerdo que tengo de ti con un kimono, porque ibas con el uniforme del dojo. —Suspiró—. La cuestión es que a pesar de lo raro que es, si lo analizas, no ocurría nada fuera de lógica.

»Hasta que empezó a hacer preguntas, sobre Aelita y Jérémie, sobre Sissi, Odd y Delmas… —Frunció el ceño y se miró las manos enlazadas sobre las rodillas—. Y después sobre mí misma.

—¿Sobre ti? —inquirió Jérémie.

—Sí. Quería saber qué es lo que siento por Ulrich.

—¿Y qué es lo que sientes? ¿Cuál fue tu respuesta?

Ulrich miró a Odd pensando en que, si no se lo había dicho a él a solas, no lo diría delante de todos.

—No le contesté, por supuesto —replicó ignorando la primera pregunta deliberadamente—. Supongo que no le gustó, porque entonces me atacó. Ya me había dado cuenta de que no era él, pero si me quedaba alguna duda eso la disipó. —Le miró con una sonrisa—. Porque el verdadero Ulrich jamás haría algo así.

—¿Te pegó? —interrogó nuevamente Odd.

—Sí, me acorraló contra la pared y…

Ulrich se puso en pie sobresaltándolos a todos, con la cara enrojecida por la rabia la miró.

—No quiero oírlo —farfulló.

Abandonando el salón enfurecido pensó en que Yumi tenía razón, se había cabreado con sólo imaginar lo que venía a continuación. Lo de Sissi le había mosqueado, pero aquello… si pudiera estrangularía a X.A.N.A.

Se dejó caer bruscamente sobre una de las tumbonas del jardín, tuvo que frotarse la rabadilla por el molesto dolor que él mismo se había ocasionado, al estrellar su trasero contra el plástico desnudo.

«Nota mental: la próxima vez asegúrate de que hay un cojín» pensó frustrado.

Si X.A.N.A. no hubiese reaparecido… se había puesto eufórico al volver al pisar Lyoko, retomar aquella antigua aventura le encantó, pero el que pudiesen manipularles ya no le gustaba ni una pizca.

Tenía muchos planes para aquella reunión. Había planeado recuperar el tiempo perdido con Yumi, por eso no se había molestado en tratar de localizar a William, el rival siempre sobraba en la ecuación. El día del aeropuerto ya se habían ido al traste todos sus planes, Yumi y William estaban juntos, a pesar de eso, mantuvo la esperanza de reconquistarla. Pero con X.A.N.A. sobrevolando en círculos sobre sus cabezas, como un buitre hambriento, se le cortaba de raíz cualquier esperanza.

Él siempre había creído que estaban hechos el uno para el otro, se entendían, se complementaban, luchaban con una compenetración impresionante. Resopló.

—¿Más tranquilo?

—¿Ya habéis acabado? —preguntó en tono calmo pese al susto que le había pegado.

Yumi asintió con una sutil sonrisa sentándose a su lado.

—Jérémie está con sus teorías. No sé si llegará a alguna conclusión o no.

—¿Crees que X.A.N.A. quiere parecerse a nosotros?

—No es una idea tan descabellada —musitó sin mirarle—. Aunque creo que sólo busca información para separarnos.

—Lo siento.

Ella le miró enarcando las cejas.

—¿El qué?

—Lo de X.A.N.A. —replicó.

Yumi sólo emitió una risita divertida. Recordó que él mismo le había impedido disculparse por lo de X.A.N.A. y ahora se ponía a hacerlo él. Ulrich esbozó una de sus encantadoras sonrisas capaces de fundir el mismísimo Polo Sur.

La brisa fresca se movía entre ellos alborotándoles el pelo.

—Dijiste que cuando se te cayó el techo encima soñaste conmigo. —Le miró analizando su reacción, estaba tenso—. ¿Sería cosa de X.A.N.A.?

—No lo sé.

Tenía bastante claro que sí que lo había sido, pero el decírselo implicaba contarlo todo y admitir que había caído aunque fuese temporalmente. Cerró los ojos con la espalda curvada y los antebrazos descansando sobre sus piernas.

Supo que le mentía pero no dijo nada, ya hablaría.

Ulrich miró su reloj bufando se le habían ido las horas volando.

—Tengo que irme a trabajar.

—Si me das cinco minutos voy contigo.

—¿Quieres tomar clases de defensa personal? —preguntó con tono liviano buscando aliviar el tenso ambiente creado por el recuerdo de X.A.N.A.—. ¿Quién es el malo malísimo al que quieres asustar?

Yumi sólo le sonrió girando sobre sí misma para regresar a la casa.

—Si tú eres el profe…

La esperó en la entrada con la mochila de deporte cargada al hombro, la chaqueta abotonada hasta arriba y la bufanda fina enroscada en su cuello. Apareció con unas tupidas medias negras, un vestido corto de color azul marino, botas con cordones y hebillas y una cazadora gruesa de piel sintética negra que imitaba a una antigua y desgastada.

Subieron al atiborrado autobús que llevaba al centro, sujetos ambos a la misma barra de color amarillo ella pegada a la barra y él pegado a su espalda. Ulrich sonrió seguro de que cualquier tío que se hubiese atrevido a arrimarse tanto a ella habría recibido, como mínimo, un pisotón.

Bajaron, respirando hondo un par de veces una vez en la acera y rieron. Si llegan a quedarse allí cinco minutos más les hubieran aplastado.

—Necesitas un coche. —Rió Yumi.

—En realidad no —contestó—. Mi casa está al lado del dojo.

Los ojos de Yumi resplandecieron y necesito hacer un esfuerzo para no formular la pregunta que le rondaba la mente.

—Pero tengo coche, está en el taller.

—¿Qué le ha pasado?

—Se lo presté a Théo… —dijo con amargura como si eso fuese explicación suficiente.

—Qué mal.

Ulrich le abrió la puerta acristalada del dojo invitándola a entrar. Kento se giró hasta ver quien había entrado y les sonrió.

—Que bien acompañado vienes hoy.

—Hola —saludaron a la vez.

—Voy a cambiarme antes de que lleguen las chicas.

El japonés sonrió burlonamente poniendo su manaza sobre el hombro de Yumi, ejerciendo una ligera presión.

—Sólo me atrae a mujeres…

—¿Qué quieres decir?

—Que desde que trabaja aquí sólo tengo alumnas, ni un alumno. Mujeres que quieren aprender autodefensa… —Enmudeció a media frase y pasó a mirarla con interés—. ¿Quieres trabajar para mí y traer de vuelta a mis alumnos viriles?

Yumi rió mientras las alumnas de Ulrich iban entrando y le buscaban ávidas con la mirada, convirtiendo el local en un suspiro emocionado al verlo aparecer con el kimono. Enarcó una ceja.

Kento la llevó hasta la zona de tatamis libre y se sentaron en el suelo observando interesados la clase de Ulrich. Él era diestro y poderoso luchando, sin embargo analizando a las alumnas se dio cuenta de que no les interesaba lo más mínimo como retorcerle el brazo a su atacante; se ofrecían voluntarias para acabar revolcadas por el suelo con Ulrich enseñándoles como inmovilizar a alguien. En definitiva lo único que buscaban era carnaza a la que hincarle el diente.

—Ya entiendo —farfulló molesta apoyando la barbilla sobre la palma de su mano—. No se lo toman en serio.

—En serio sí que se lo toman… pero no la clase.

—Eso es…

—Pero se lo toman en serio —finiquitó con una carcajada.

Yumi bufó y maldijo entre dientes. Giró la cara, ya no quería verlas más. Kento esbozó una sonrisa burlona dirigida a Ulrich.

—Te invito a tomar algo, Yumi-chan —dijo en su perfecto japonés.

—Pero… —titubeó ella— ¿Y Ulrich?

—Qué se espabile, ya tiene edad para volar solito.

»Aquí al lado hay un local que te encantará.

—De acuerdo…

Se despidió de Ulrich moviendo la mano y siguió a Kento dos calles más allá del dojo hasta una tetería de aspecto japonés.

—Es todo de importación —susurró cuando ella miró a los dependientes, dos franceses muy simpáticos—. Te sentirás como en casa, ya lo verás.

—¡Hola Ken-Ken! —exclamó la dependienta rubia de pelo corto y rebelde—. ¿Genmaicha y castella?

—Claro, ¿qué quieres, Yumi-chan?

—Lo mismo.

—Tráenos también un par de wagashi, por favor.

—En seguida.

Con gran conocimiento del lugar, Kento, la dirigió hasta una mesita en un rincón acristalado, con una hermosa vista del río. Su sitio favorito de todo el local. Se sentaron en el suelo de rodillas mientras el sol se filtraba por los cristales bañando sus pieles. La muchacha rubia les dejó el pedido sobre la mesa y se alejó.

La tetera de barro humeaba en el centro de la mesa.

—No sabes lo mucho que echo de menos tener a alguien con quien conversar en japonés —declaró Kento sonriente—. Espero que tardes mucho tiempo en marcharte.

—No sé cuándo regresaré.

—¿Y tu trabajo?

—Puedo trabajar desde aquí.

Él le pasó uno de los platos con un pastelillo castella y después otro con un wagashi. Le sonrió curioso.

—¿A qué te dedicas?

—Soy diseñadora.

La miró sorprendido tomando la tetera caliente entre las manos y haciendo girar su contenido delicadamente. Dispuso los vasos de barro entre ellos y vertió el contenido lentamente. La infusión amarilla desprendió su aroma a té y arroz tostado en una intensa voluta de vapor ardiente.

—¿Diseñadora? —preguntó acercándole uno de los vasos.

—De ropa y complementos.

—Fascinante.

Yumi le sonrió haciendo girar el vaso sobre su palma tres veces antes de dar un sorbo.

—Vaya —exclamó sorprendida—. Es cierto, es como estar en casa.

—Te lo dije. Espera a probar los dulces.

—Dejemos los rodeos —dijo Yumi clavándole la mirada—. No me has invitado a tomar algo porque eches en falta hablar japonés. ¿Qué quieres de verdad?

—De acuerdo, tú ganas.

Dio un largo trago a su humeante genmaicha y apoyó los codos sobre la mesa, cruzando las manos frente a su cara.

—Disculpa que sea tan directo, Yumi-chan. No logro entenderte. —Ella enarcó una ceja—. ¿Sois amigos? ¿Sois pareja? ¿Qué es lo que sois?

—No creo que eso sea asunto tuyo —atajó molesta llevándose un trozo de castella a la boca.

—En otras circunstancias no me metería. Te voy a contar algo, aunque no debería hacerlo.

»El día en que Ulrich entró en mi dojo por primera vez, lo hizo como alumno y estaba hecho polvo. Se mostraba arisco y alicaído. —Alzó las manos para evitar así que ella hablase—. Ya sé que el que sea arisco no es tan raro. Descargaba su frustración contra todos sus oponentes, a veces incluso sobrepasaba el límite.

»Traté cientos de veces descubrir que le ocurría sin éxito. No fue hasta que empezó a trabajar para mí, un año después, que me lo explicó. —Se frotó la frente como si recordar aquello le provocase un espantoso dolor de cabeza—. Se había enamorado de su mejor amiga, había metido la pata varias veces y al final ella había regresado a su país.

Yumi se removió en el suelo y él sonrió satisfecho de que hubiese entendido a dónde quería llegar.

—Durante estos dos años ha tenido sus más y sus menos. Intenté que llamase a esa chica que no podía sacarse de la cabeza pero no hubo manera, es muy terco. Y de repente… un día viene como si le hubiese tocado la lotería, con una sonrisa deslumbrante, porque ella iba a volver.

»Habría que ser idiota para no darse cuenta de que esa chica eres tú.

»No me malinterpretes —susurró—, no te recrimino nada. No conozco la situación ni espero que me la expliques. Es sólo qué me pregunto dónde está el problema. No te conozco demasiado, Yumi-chan, pero sé que tú estás enamorada de él. Ya te lo dije, algún día se cansará y buscará a otra que esté más dispuesta que tú.

—No es tan simple —musitó agachando la cara.

—¿No lo es?

—Con querer a alguien no basta.

Kento tomó una de sus manos y la acarició.

—Díselo, Yumi-chan. Sea lo que sea tendrá solución y él estará encantado de ayudarte.

»Así lo único que consigues es haceros daño a los dos.

—Ken…

El tono de su móvil se alzó desde su bolso, retiró la mano de entre las de él y contestó.

—Dime Aelita.

—X.A.N.A. ha lanzado un ataque.

—Vale, voy para allá —contestó y tras colgar miró a Kento—. Lo siento, tengo que irme.

—No me ofenderé. —Le dedicó una sonrisa afable y juguetona—. Cuídate, Yumi-chan.

Ella le hizo una rápida reverencia antes de salir corriendo en dirección a la fábrica. Cuando hubo salido, Kento, extrajo su teléfono móvil y marcó un número extranjero.

—Soy yo —dijo apurando su genmaicha—. El plan sigue adelante, todo va sobre ruedas. —Escuchó la voz satisfecha de su interlocutora y no pudo más que sonreír. Quería a aquella mujer de un modo especial—. Sí, no te preocupes, yo me encargo de todo.

Cogió una cajita de cartón de la barra para guardar los pastelillos y después dejó un billete de diez euros sobre la mesa, recogió sus cosas y se puso la chaqueta antes de salir para regresar a su caldeado dojo.

La puerta del ascensor de la fábrica se abrió dejando salir a Yumi; William y Aelita ya le esperaban frente a los escáneres, recibió sonrisas de bienvenida.

—¿Y Ulrich? —preguntó Jérémie por los altavoces—. Creía que estabais juntos.

—Estaba en mitad de una clase, no podía escaparse.

—De acuerdo. Entrad, os virtualizaré.

Obedecieron sin mediar palabra. Las puertas correderas de las columnas doradas se cerraron, la blanquecina luz del interior les iluminaba desde abajo. Un chorro de aire caliente les envolvió al tiempo que la voz de Jérémie resonaba nítida.

—Transmitir William, transmitir Aelita, transmitir Yumi. Escanear William, escanear Aelita, escanear Yumi. Virtualización.

El sector del desierto les acogió con su asfixiante y monótono paisaje de falsa arena sin dunas. Tres tarántulas les dieron la bienvenida con sus baterías de láseres, Aelita corrió hacia a un lado, William usó el superhumo y Yumi se apartó haciendo acrobacias.

—¡Oh, no! —exclamó desde la fábrica.

—¿Buenas noticias? —preguntó con sarcasmo William emergiendo del suelo.

—Tened cuidado —pronunció Jérémie—. Si os desvirtualizan no estoy seguro de poder recuperaros.

—Estupendo.

—Hay un virus en el superordenador. Tardaré un rato en solucionarlo.

—Vale —contestaron a la vez las chicas.

Aelita corrió hacia las rocas más cercanas seguida de cerca por Yumi y una de las tarántulas. Rodearon la roca más grande, cada una hacia un lado, y atacaron a la vez a la desdichada criatura que estalló.

William eliminó a las otras dos con la onda expansiva creada por su espadón.

—Demasiado fácil —farfulló mirando alrededor.

—Se os acerca un enjambre de avispones y… el clon de Ulrich.

—¡Chicas! —exclamó William—. Encargaos de los avispones.

—Ten cuidado —le dijo Aelita cuando se cruzaron.

Corrió tan rápido como pudo y se lanzó con todas sus fuerzas contra aquella creación de X.A.N.A. derribándole y rodando por el suelo. El falso Ulrich rió como un montón de engranajes oxidados.

—¿Eso es todo, William? —se burló—. Esperaba más de ti, viejo amigo.

—Cállate X.A.N.A.

Desenvainó las dos wakizashi con precisión dándole en el brazo a William, un chisporroteo azul brotó de la herida para desaparecer después.

—Has perdido veinte puntos —le avisó Jérémie.

—Ya sólo quedan ochenta. —Sonrió aquel Ulrich—. Veamos cuánto aguantarás.

William gruñó impotente, tendría que esquivarle hasta que el virus del superordenador desapareciese.

Ulrich atacaba, William esquivaba y cada vez que lo hacía era más complicado, empezaba a prever sus movimientos. Decidió probar suerte atacando directamente, valiéndose de la violencia de los espadazos del castaño.

El primer contraataque de William le pilló por sorpresa recibiendo un certero impacto en la pierna izquierda, Ulrich hizo una mueca de desagrado viendo aquel chisporroteo azul surgir de su miembro herido.

Entonces simplemente sonrió y se lanzó nuevamente al ataque de un modo feroz y totalmente imprevisible.

Mientras tanto, Aelita, lanzaba bolas de energía a los avispones al tiempo que Yumi la cubría de los disparos usando sus abanicos. Era más sencillo de aquel modo, crear una distracción para destruirlos, aunque fuera uno a uno.

Yumi lanzó uno de sus abanicos aprovechando que tres avispones se habían alineado, las criaturas de X.A.N.A. estallaron al unísono.

—No os relajéis. Vienen las cucarachas.

—Así no vamos a llegar nunca a la torre —gimió Aelita.

—Tendréis que abriros camino —determinó Jérémie.

La nipona miró a las cinco cucarachas que correteaban hacia a ellas y después a los dos chicos que batallaban a espadazo limpio. Suspiró.

—Ve a la torre, Aelita —dijo echando a correr.

El acoso al que le estaba sometiendo aquel Ulrich era asfixiante, por más que tratase de alcanzarle con su espada, él, siempre le esquivaba usando alguna técnica de artes marciales. El abanico de Yumi voló entre los dos.

—¡Tú! Copia barata, no te metas con mi amigo.

El Ulrich oscuro soltó un gruñido animal y se lanzó contra ella que, aprovechando su flexibilidad, se escabullo hábilmente entre sus piernas golpeándole con todas sus fuerzas en los riñones.

—Ve a ayudar a Aelita, yo me ocupo de él.

William asintió e invocando el superhumo se alejó de ellos.

El clon esbozó una sonrisa siniestra y se lamió los labios con una mueca espeluznante. Yumi dio un paso atrás, no intimidada pero sí violentada. Tal vez se habían equivocado y X.A.N.A. no estaba aprendiendo a imitarles, porque aquello se salía por completo de lógica.

—Si querías quedarte a solas conmigo, sólo tenías que pedirlo —dijo con su voz inhumana.

—Los plagios no me van.

—Es una lástima, te lo haría pasar muy bien.

Agitó las wakizashi violentamente frente a ella obligándola a retroceder haciendo cabriolas. Quería llevarla hacia las rocas y acorralarla, procuró alejarse de ellas lanzando sus afilados abanicos que no llegaron a tocarle. Saltó hacia adelante impulsándose con las manos pasando por encima de él y corrió. Le oyó invocar el supersprint, todo lo que alcanzó a ver fue la estela anaranjada de su cuerpo antes de detenerse frente a ella.

Ya no podía recular. Se lanzó contra ella sujetándola por el cuello y rodando por el suelo como un tigre cazando a su indefensa presa. Se revolvió en el suelo sabiendo que era inútil hacerlo estaba inmovilizada bajo el peso del cuerpo de Ulrich y totalmente a su merced. Un fallo de principiante estúpida. Se revolvió de nuevo logrando solamente quedar en una posición aún más comprometida y vulnerable, él simplemente rió.

—Si no quieres divertirte tendré que eliminarte —le susurró al oído.

Se estremeció.

La alzó por el cuello. Yumi se retorció y pataleó, trató de golpearle pero no lo logró. Arañó su antebrazo sin dejar marca alguna en la falsa piel, logrando, solamente, que su siniestra sonrisa se ampliase mientras caminaba con paso firme y seguro. Aquella cosa que pretendía ser Ulrich le daba escalofríos, y no porque la mantuviese sujeta por el cuello amenazando con lanzarla al vacío. Había algo en él…

Él abrió la mano. Ella estiró la suya tratando de agarrarle el brazo. Fue inútil.

La miraba caer desde el borde de la plataforma con una sonrisa satisfecha.

«Y así es como se acaba…» pensó X.A.N.A. observando la escena.

—¡Yumi! —chilló William saltando al vacío para alcanzarla—. ¡Superhumo!

Del mar digital se elevó un fuerte estallido acompañado de una columna de luz cegadora.

Continuará

Aclaraciones:

Castella: bizcocho japonés hecho a base de azúcar, harina, huevo y sirope de almidón. Actualmente es una especialidad de Nagasaki, se introdujo desde Portugal por mercaderes en el siglo XVI. Su nombre procede del portugués pão de Castela.
Genmaicha: té verde mezclado con arroz integral tostado. En la antigüedad lo consumían los pobres, ya que rellenaban el té con arroz para reducir su precio. La infusión es de un color amarillo claro.
Girar tres veces el vaso: es una costumbre de la ceremonia del té japonesa, en la que el que va a beber voltea tres veces el vaso de té hasta dejar de cara a quien tiene en frente el entramado del vaso de cerámica o barro; a los niños se le hace practicar con un vaso con un dibujo (un conejo, un oso…) para que aprendan a realizar el movimiento sin necesidad de mirar el vaso al girarlo. La mayoría de amantes del té realizan este gesto sin darse cuenta.
Wagashi: dulce tradicional japonés que acostumbra a servirse con el té. Está elaborado con mochi (pasta de arroz glutinoso), azuki (pasta de judías anko endulzada) y fruta. Se introdujo desde occidente durante la Restauración Meiji.
Hay muchos tipos de wagashi, los más conocidos son los dango, dorayaki, daifuku y seiôbo.
Wakizashi: o shôtô, es una espada corta de entre 30 y 60 centímetros. Su filo es más delgado que el de la katana y es usada comúnmente como espada de defensa. Antiguamente los samurai la llevaban junto a su katana, el conjunto era conocido como daishô (la larga y la corta).

Escrito el 05 de enero de 2011