martes, 30 de noviembre de 2010

Tiritas para el corazón



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Tiritas para el corazón

Los días pasaban más rápido de lo que desearía. Había empezado aquella rutina, un poco por imposición de sus amigas, diez días atrás. Ahora ya no se ponía nerviosa ni se le cortaba la respiración, pero seguía poniéndose roja.

William no había mencionado el "incidente" del beso, ni una sola vez después de aquella noche. Al principio se alegró, porque no podía evitar sentirse un poco incómoda, pero con el paso de los días empezó a desear que dijese algo, lo que fuera.

Las heridas casi habían cicatrizado por completo, ya no necesitaba tantos cuidados, sabía que con que fuese una vez al día bastaba, sin embargo seguía yendo por la mañana y por la noche. Él siempre le sonreía.

Corría. Corría a toda velocidad por el pasillo. Era tarde. Noémie la había entretenido.

Al principio se había enfadado por haberla hecho esperar durante más de una hora. Cuando se disponía a soltarle una reprimenda, Noémie, abrió su bolso con una enigmática sonrisa y con gran teatralidad extrajo un sobre rojo. «Un regalito para William y para ti» le dijo tendiéndole el sobre y esfumándose después.

Se animó de golpe. A William le encantaría.

Los tacones bajos de sus botines negros resonaban sobre el suelo de mármol del pasillo. Se había arreglado más de lo habitual, con su minifalda verde oliva plisada por un lado y lisa por el otro, con un cinturón con tachuelas a juego, y una camiseta de manga corta gris con un corazón atravesado por dos tibias, como una bandera pirata, salpicada de florecillas en color marengo. Aún no había recuperado sus gafas, pero aquellas de color naranja parecían gustarle a William de verdad, y con el paso de los días empezaron a gustarle a ella también.

Se plantó frente a la puerta y llamó de lo más animada.

—Pasa, Emilie —contestó desde el otro lado de la puerta.

No dejaba de sorprenderle que la llamase por su nombre cada vez que golpeaba la puerta. Abrió con la respiración aún agitada por la carrera, no pudo evitar sonreír al verle lanzar el cómic que leía al escritorio. Descalzo con sus vaqueros desgastados y camiseta negra, el pelo del color de la noche siempre revuelto y sus intensos ojos azules como el océano.

—Hola —le saludó con su sonrisa desenfadada—. ¿Te ha pillado Jim?

—No… siento el retraso. —Suspiró al ver que iba a protestar—. "No te disculpes" —imitó el tono que usaba William para pronunciar aquella frase—. Lo… —«siento». Se mordió el labio, lo estaba haciendo de nuevo.

»Te he traído una cosa.

—Me tienes en vilo.

Emilie sonrió llena de ánimo, los ojos de William se habían iluminado como los de un niño que acaba de ver cientos de regalos bajo el árbol de Navidad. Sacó el sobre rojo dándose importancia y finalmente se lo tendió.

Lo observó embobado unos segundos, como si pensase si tenía derecho a aceptarlo o no. Lo cogió y le dio un par vueltas antes de abrirlo. Soltó una exclamación.

—¡Entradas para los Subdigitales! —casi saltó de la emoción.

—Ah… sí —titubeó, no esperaba tanto entusiasmo.

—Vendrás conmigo, ¿verdad?

—Cla-claro.

—¡Excelente!

Dos golpecitos rítmicos en la puerta inundaron la habitación. William dejó a un lado las entradas y sonrió.

—Pasa, Yumi.

Emlie le miró asombrada, al parecer sabía quien estaba al otro lado sólo por la forma de llamar. Cuando la vio aparecer se sintió un poco frustrada, la mismísima Yumi Ishiyama estaba en el umbral. ¿Cómo no iba a frustrarse? Era guapísima, como una de esas modelos de las revistas. Todo el Kadic sabía que William estaba colado por ella.

—Hola —les dijo con una sonrisa mientras cerraba la puerta—. Te traigo lo que me pediste, William.

—¿Lo has encontrado? ¿en serio? —exclamó eufórico levantándose—. Eres un genio, ¿lo sabías?

—Idiota… —pronunció riendo—. Te dije que tenía un ejemplar en casa.

«¿Qué estoy haciendo yo aquí…?» pensó mirándose las manos sobre el regazo.

—También te he traído fotocopias de los apuntes —añadió Yumi rebuscando en su mochila—. Pensé que no podrías copiarlos así que…

William le revolvió el pelo sonriente.

—No sé que haría sin ti, Yumi. Gracias.

—Seguramente catear todos los exámenes.

—Qué cruel.

Las risas de William y Yumi inundaron el cuarto, pero Emilie no tenía ganas de reír. Envidiaba a Yumi y su sencilla complicidad con William, la facilidad con la que hablaba con él y la naturalidad con la que se expresaban.

—Emilie, un consejo —pronunció ella acercándosele con confidencia—. No caigas en su trampa o te acabara obligando a abanicarle cuando tenga calor.

—¡Eh! —farfulló él.

—En fin, tengo que irme ya —musitó la japonesa. Había intentado hacer sentir cómoda a Emilie, pero había visto como se le humedecían los ojos, así que lo más sensato era esfumarse—. Aelita me matará si la dejo plantada.

—Al final he decidido hacerlo. —William se mostró resuelto al decir aquello.

—¿De verdad? —Yumi le dedicó una amplia sonrisa—. Buena suerte.

—Gracias.

Abandonó la habitación con gesto solemne.

Emilie suspiró. La envidiaba. Envidiaba la relación que tenía con William, el que le contara secretos, el que pudiese hablarle de cualquier cosa, la complicidad… Empezaba a repetirse.

—¿Estás bien? —William se sentó a su lado con expresión preocupada—. ¿Qué te ocurre?

—¿Qué? —susurró.

Le miró estupefacta antes de notar las lágrimas que corrían libremente por sus mejillas, ¿cuánto rato llevaba llorando? No se había dado cuenta. Debía parecer idiota.

—Yo… ¡tengo que irme! —exclamó apabullada. Se levantó torpemente en busca de la puerta, la mano de William se cerró en torno a su muñeca con delicadeza.

—¿Ya te marchas?

Parecía decepcionado de verdad. Los músculos de Emilie se aflojaron, él la sostuvo y la ayudó a sentarse en la cama.

—Si te marchas así y alguien te ve… con mi fama seguro que Jim viene a echarnos la bronca a los dos.

—¿Eso es lo que te importa? —La pregunta le salió convertida en un amargo sollozo—. Qué Jim te castigue…

—Eso me da igual. Me preocupa lo que digan de ti, que te expulsen o castiguen por mi culpa.

En su mente resonó una pregunta: ¿por qué? Si le hubiese dicho cualquier otra cosa… ¿Por qué había elegido esas palabras? ¿Por qué preocuparse por ella?

—Duele —el lamento se le escapó entre las lágrimas.

William apoyó los codos sobre las rodillas y la dejó desahogarse. Podría haberla abrazado, acariciado su espalda, prometerle el cielo, la luna y las estrellas. Pero eso no sería justo. Sería como ponerle un grillete en el tobillo y atarla a la pared.

Se levantó poco a poco, como si un gesto brusco fuese a hacerla huir, y tomó de su escritorio una caja de pañuelos de papel y la bolsa verde con las medicinas. Cuando volvía a sentarse, Emilie, se tapó la cara con ambas manos, se había quitado las gafas que ahora reposaban sobre su regazo. Dejó cuidadosamente la caja de pañuelos a su lado y ella musitó algo parecido a un gracias.

Silbó con gran habilidad una canción que sabía que a ella le encantaba. Finalmente se secó las lágrimas con los pañuelos, empezó a respirar de un modo más tranquilo y menos entrecortado. Abrió la bolsa verde y buscó en su interior. Ella le miró dolida, sintiéndose utilizada, ¿sólo le quería para que le curase?

—¿Me permites? —dijo tomando la cajita de tiritas.

—¿Qué haces?

William sonrió, sacó un apósito, le quitó la protección del adhesivo y lo pegó cuidadosamente sobre la camiseta gris de Emilie, justo en el punto donde latía su corazón. Ella miró fijamente la tirita sobre su pecho y después a William sin entender nada.

—Tiritas para curar tu corazón.

—¿Me tomas el pelo?

—Qué va. Cuando era pequeño tenía un perro, se llamaba Hake…

—¿Tu perro se llamaba merluza?

—Bueno, sí… —Se sonrojó—. Era pequeño y quería un león… ¡qué más da! Eso no es lo que importa.

Suspiró moviendo la cajita con gracia.

—Lo atropelló un coche y tuvimos que sacrificarlo. —Emilie se inclinó hacia adelante para acariciar el hombro de William—. Me tiré… horas llorando dentro de la caseta de Hake, hasta que vino mi abuela con una caja de tiritas. Me pegó dos en el pecho y me dijo "para curar el corazón herido".

—¿Funcionó?

—Claro que sí.

—¿En serio? —preguntó incrédula.

William sonrió dejando caer la caja sobre la colcha de la cama.

—Aunque claro, falta una cosa.

—¿Qué cosa?

Él se echó hacia adelante y le besó la mejilla con suavidad, mientras que con la mano le acariciaba la otra. Escrutó su rostro, las mejillas encendidas, los ojos brillantes, los labios entreabiertos.

—Un beso curativo —dijo en un susurro acariciando sus labios con el pulgar.

—¿Ese era el mejor que tienes?

—Ese era sólo de prueba. El bueno viene ahora.

Cuando los labios de William se juntaron con los suyos la recorrió una corriente eléctrica. Se sintió arrollada por todas esas sensaciones nuevas que desbordaban sus sentidos. Tal vez era eso lo que se sentía al estar enamorada de alguien. Le abrazó cerrando los puños con fuerza, sujetándole por la camiseta negra. Si había algo que sabía a pesar de no poder pensar con claridad era que no quería que se separase de ella, pero lo hizo. Rompió el contacto lo justo para tomar aire.

Con la respiración aún entrecortada volvió a besarla. Emilie tiró de su camiseta hasta que ambos acabaron tumbados sobre la colcha azul de la cama, William le acarició el brazo con suavidad, puso la mano en su nuca y apoyando todo el peso de su cuerpo sobre la otra, se incorporó arrastrándola con él. Se apartó de ella y suspiró.

—Así, no —susurró jadeante.

—William, no juegues conmigo.

Se sintió decepcionada de si misma tras decir aquello, era más fácil culparle a él que asumir lo que acababa de hacer y lo que implicaba. Se había metido en aquello ella solita. ¿Qué esperaba? ¿Habría seguido adelante si él se hubiese dejado llevar? Seguramente no.

—Me ofende, señorita Leduc. —Frunció el ceño—. Jamás haría eso. Y siento si te has llevado una impresión errónea.

—Tú no eres Odd.

«Evidentemente» pensó William.

—Él liga con todas —continuó Emilie.

William suspiró.

—Sólo me han interesado tres chicas hasta ahora y, dos, me han dado calabazas tantas veces que me hubiese tirado de cabeza al río.

—¿Tres? —preguntó sorprendida.

—Karen Spade —lo pronunció con melancolía—, metro sesenta, guapa, jefa de las animadoras, atlética, pelo corto y moreno… Empapelé la escuela y el coche del director de cartas de amor para ella.

Emilie parpadeó varias veces y se mordió el labio inferior, pero no logró contener la risa. Era de dominio público que le habían expulsado por llenar la escuela de papeles, lo que no sabía era que hubiese sido por una chica. Eso sí que era una locura.

—¿Y te hizo caso?

—Bueno… vino a despedirme al aeropuerto.

—Supongo que en esa lista también estará Yumi…

—Así es, la segunda. He hecho muchas estupideces por ella, pero no me hace ni caso. —Sonrió—. Está loca por Stern.

—Y él lo está por ella —dijo analizando la reacción de William que no pareció inmutarse. Le había lanzado un golpe bajo con toda la intención.

—Sí, el mundo es así.

»Y entonces apareciste tú.

La mirada azul y penetrante de William le obligó a mirar a otro lado, sentía que cuando le miraba así podría sacarle cualquier cosa.

—¿Qué tengo yo que ver?

—Eres la tercera chica —dijo con descaro. Emilie dio un respingo. Directo y descarado—. No me había fijado demasiado en ti, hasta que un día te vi de la mano con Odd. Y me pregunté el por qué, pero no obtuve respuesta.

—Sí, claro —replicó en un susurro.

—Hablo totalmente en serio.

Emilie enarcó las cejas con la vista clavada en el suelo.

—Odd ¿te gusta?

—Me cae bien —contestó.

—¿Sólo eso? —preguntó.

—Sí.

William soltó un suspiro cargado de alivio y relajó los hombros.

—¡Estupendo!

—¿Por qué? —inquirió sorprendida.

—Por que me gustas mucho.

—A penas me conoces —susurró sonrojada.

—Por eso digo que me gustas —contestó con seguridad—. Si te conociera más podría decir que te quiero.

—Pero…

—¿Pero qué? Tú tampoco me quieres. —Emilie asintió—. ¿Ves?

—Pero me gustas mucho…

Por primera vez, Emilie, creyó ver un ápice de vergüenza en William, mas este se recuperó a la velocidad de la luz esbozando aquella sonrisa traviesa que le caracterizaba. Sujetó la mano derecha de ella entre las suyas con firmeza pero con suavidad e inspiró hondo.

—Supongo que tienes dudas, no tengo prisa —le susurró—. Y puedo hacer tantas estupideces como quieras para demostrarte que es verdad.

—Estarías dispuesto a… ¿a dejar de ver a Yumi?

Suspiró y asintió lentamente.

—Sería complicado yendo a la misma clase, pero sí. Lo haría.

—Pero…

—¿Qué? —Sonrió—. ¿Tienes mala consciencia?

—¡Estás loco! —exclamó girando a verle bruscamente—. ¡No puedes hacer eso!

Los ojos de William centellearon y entonces empezó a reír, Emilie frunció el ceño y le golpeó en el brazo aunque acabó contagiándose de la risa de él.

—¡Me estabas tomando el pelo!

—¡Qué no! Hablaba totalmente enserio.

—Es una locura —afirmó.

—Mi especialidad.

—No quiero que lo hagas —dijo con firmeza—. No podría… no podría… —Suspiró y se echó hacía adelante acercando su cara a la de él—. ¿Es qué vuelves a hacerte el tonto? ¿Vas a volver a pasarte los días como si fueras totalmente estúpido?

Le invadieron las ganas de asesinar a Jérémie por crear a un clon tan sumamente imbécil, aún le perseguían las consecuencias.

—No sería una buena idea —declaró para salir del paso—. Pensaré otra cosa.

—Procura que no te expulsen.

—Sí, señora.

William trató de besarla, ella se apartó con suavidad y se puso en pie.

—¡Oye! —exclamó—. ¿Y mi beso?

Emilie le sacó la lengua dio un par de pasos atrás, con las manos a la espalda y los ojos aún enrojecidos.

—Tendrás que ganártelo. —Rió—. Así que empieza a trabajar, William.

—Eres malvada, doctora.

Fin

Escrito el 29 de noviembre de 2010

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Soledad



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Soledad

Una noche más se despertaba gritando, cubierta de sudor frío y una fuerte opresión en el pecho.

Aquel sueño venía, una y otra vez. Un sueño de un tiempo pasado, su padre y su madre riendo en L'Hermitage, ella jugando en la nieve. Un sueño de una vida feliz, cargada de inocencia y colores radiantes. Quizás era justamente eso lo que tanto miedo le daba, porque sabía que al despertar estaría sola, en la fría habitación de un internado, deseando aquello sin poder obtenerlo.

A veces deseaba no despertarse, quedarse para siempre jugando en la nieve, mientras sus padres tomaban chocolate en humeantes tazas. La vaca para Waldo, el oso para Anthea, el conejito para ella.

Chocolate caliente y brioches caseros. Troncos ardiendo en la chimenea, la melodía del piano, la seguridad de los libros. Fotografías con caras sonrientes, recuerdos apilados, periódicos viejos con artículos recortados, plantas repletas de flores multicolor. Un hogar, su hogar.

A veces se sentía muy sola, no tenía un lugar al que regresar, nadie le esperaba tras la verja de L'Hermitage, nadie le daría la bienvenida, ni le daría un dulce beso o un cálido abrazo. No le preguntarían cómo le había ido el día o en la escuela, ni le preguntarían por sus amigos, tampoco le acompañarían en una noche de tristeza ni le cuidarían al estar enferma.

Simplemente estaba sola en el mundo.

Sin embargo sabía que tenía a sus amigos, ellos siempre la apoyaban. Eran como su nueva familia, una grande, ruidosa, cómplice y cariñosa. Les quería mucho.

Odd, su cómplice de travesuras, el incansable aventurero capaz de sonreír hasta en la peor de las situaciones. Ulrich y su fortaleza, con mal genio pero siempre dispuesto a ofrecerle lo que necesitase. Yumi, su increíble mejor amiga, capaz de cargarse a hombros lo que fuera sin morir en el intento, firme como una roca y fuerte como el agua. Y Jérémie, el joven genio que le había devuelto la vida al encender el superordenador, dispuesto a pasarse la eternidad sin dormir para librarla de X.A.N.A.

Una familia de cine, con peleas tontas a las que Ulrich y Yumi parecían ser adictos, retos de Odd, clases de repaso de Jérémie… Pero ¿y ella? ¿qué hacía ella por sus amigos, por su familia?

«Darles problemas.»

X.A.N.A.

El virus.

Las pesadillas.

La Scyphozoa.

Proteger Lyoko.

La Red.

El Koloso.

«Soy una carga.»

Cerró los ojos, el rostro de su padre se dibujó detrás de sus parpados. Las gafas oscuras y la espesa barba, que cubría la mitad de su cara, probablemente le otorgaban un aspecto inquietante, pero para ella era el semblante más cálido y tranquilizador del mundo.

Si se concentraba incluso podía oír la melodía preferida de su padre y la suave voz de su madre poniéndole letra, siempre una diferente, «el mundo cambia muy deprisa, cada día es una canción distinta» recordó la respuesta que siempre obtenía al preguntarle.

—"El mundo es para los que no tienen miedo, Aelita" —dijo en un susurro—. "Escribe tu canción y regálasela a quien te importa, haz del mundo entero tu escenario".

Nunca había entendido aquellas palabras, aunque ahora creía intuir su significado. Pero era tarde, ya no podía decírselo.

Su padre también le solía decir algo pero no lo recordaba. Las lágrimas rodaron por sus mejillas y se hizo un ovillo bajo las sábanas. No tenía fuerzas para moverse de allí, tampoco tenía ganas.

—Lo siento mamá, el mundo no será mi escenario —gimoteó.

Se abandonó al sueño. Allí su madre sonreía tomando notas en una libreta de tapas de cartón rojo, mientras su padre desarrollaba algún programa informático. La cadena de música reproducía el vals Sphärenklänge de Joseph Strauss, ella siempre había preferido Mein Lebenslauf ist Lieb und Lust. Y ella dibujaba caras sonrientes en su bloc de dibujo, el sol sonreía, las nubes sonreían hasta la casa sonreía.

El mundo de sus sueños sonreía.

En ese mundo de sonrisas quería vivir.

Vivir en un sueño de un tiempo mejor.

Fin

Escrito el 09 de noviembre de 2010

martes, 9 de noviembre de 2010

ADQST 10.- Confesión a oscuras



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Confesión a oscuras

Ulrich estaba en su habitación en L'Hermitage, completamente deprimido, tumbado boca arriba en la cama. Su reproductor de MP3 reproducía una de sus canciones favoritas en un tono excesivamente alto, le molestaba el volumen, pero necesitaba aislarse.

Yumi le tenía miedo. No le había dejado acercarse a menos de tres metros.

Si lo que había dicho William era cierto, entonces X.A.N.A. había conseguido su objetivo. Nada mejor que el miedo para separar a dos personas.

Dos habitaciones más allá William miraba fijamente a Yumi sentada en un rincón, con la cara enterrada entre las rodillas y los brazos alrededor de las piernas. Llevaba horas sin mover un músculo, se le daba de fábula eso de jugar a las estatuas que respiran. Suspiró.

—Yumi… —susurró— ¿vas a pasarte el resto de la eternidad ahí?

—¿Te molesta? —replicó.

—Bueno, un poco, sí.

Ella alzó la cabeza y le miró con los ojos enrojecidos y el ceño fruncido. William sonrió, al menos sabía que aún podía moverse.

—Disculpe usted, señor Dunbar, sacaré mi molesto trasero de su reino de unicornios rosas y hadas pechugonas.

El chico rió, esa sí que era su amiga. Se levantó de la cama y se sentó a su lado, la rodeó con el brazo y le revolvió el pelo con una enérgica caricia.

—Puedes traer tu bonito trasero a mi reino siempre que quieras —dijo siguiéndole el juego—. Pero me temo que no es aquí donde deberías estar.

»Dudo que vaya a comerte, a no ser que se lo pidas.

—Idiota, pervertido —exclamó lanzando un puñetazo al aire.

—Eh. Si me necesitas grita, correré a salvarte montado en un pony multicolor.

Le propinó un suave empujón que la tumbó en el suelo entre risas.

—Eres un payaso… —murmuró poniéndose en pie.

Arregló su ropa, una camiseta azul ancha y larga hasta la mitad de sus muslos, se pasó los dedos por su larga y lacia melena para peinarse y echó un vistazo a su amigo sentado en el suelo.

—Lo digo en serio, si me necesitas llámame.

—Sí, papá.

—Yumi… —Ella se detuvo en el dintel de la puerta y le miró intensamente—. Buena suerte.

Le sonrió antes de cerrar la puerta. William apoyó la frente sobre su rodilla flexionada, poner buena cara y animar a la chica de sus sueños para que se lance a los brazos de otro era tan agotador como deprimente.

—Yo siempre te estaré esperando, Yumi —susurró en la habitación vacía.

Había salido al pasillo tan decidida que se había sentido increíblemente bien, pero ahora que estaba frente a aquella puerta se le había ido toda la fuerza y la decisión. ¿Qué iba a decirle? Y ¿por qué demonios iba a verle con esa pinta? Sacudió la cabeza. Pensar de pie y a oscuras era estúpido e improductivo.

Golpeó la puerta con los nudillos y esperó jugueteando con la costura de su camiseta. Ulrich no respondió. Volvió a llamar, esta vez con más fuerza, él siguió sin responder. Pegó la oreja a la puerta, se oía música, así que dedujo que no debía escucharle.

Abrió con lentitud y asomó la cabeza, su melena azabache cayó con gracia sobre su hombro. Esbozó una sonrisa, estaba estirado en la cama con los ojos cerrados, el ceño fruncido, los auriculares del reproductor de MP3 puestos, de ellos procedía la música que había oído. Se preguntó como era posible que no se quedase sordo. La habitación estaba casi a oscuras, sólo iluminada por una de esas lucecitas de noche para que los niños no tuviesen miedo de la oscuridad. Había una en cada cuarto.

Cerró la puerta tras de si y se acercó a la cama, estaba nerviosa, pero no pensaba dejarse vencer por un miedo ridículo.

Ulrich sintió una mano en su hombro y se sobresaltó, se incorporó y vio que la persona que le había tocado se apartaba de un modo especial, como esquivando un golpe de karate. Se quitó los auriculares de las orejas tirando del cable.

—Lo siento… he llamado pero no me oías.

—Yumi.

Se movió para dejarle espacio suficiente donde sentarse, ella mostró una sonrisa tensa acomodándose a su lado.

—¿Estás bien?

—Sí —contestó con voz suave—. ¿Podemos hablar?

Ulrich asintió.

—Tú dirás.

—Pues… —susurró pasando un mechón de pelo detrás de la oreja—. No sé muy bien por donde empezar.

Yumi retomó la labor de juguetear con la costura de su camiseta azul. Ulrich la observó notando ciertas diferencias entre Yumi-X.A.N.A. y la real. En especial con los gestos.

—¿Qué te ha pasado en la mano? —le preguntó girándose para verle.

—Nada grave —contestó—. Me he dado un golpe tonto.

Era mentira, por supuesto. Se lo había hecho cuando le dio aquel puñetazo al escáner. Había acabado teniendo que ir al médico cuando se le habían hinchado los nudillos, era una simple fisura. Lo suficientemente pequeña para no requerir escayola pero lo bastante importante para que le vendasen la mano.

Tomó la mano herida de él entre las suyas con extrema suavidad y le dio un beso en los nudillos. A Ulrich le ardían las mejillas y agradeció la oscuridad que les rodeaba.

—He soñado contigo —dijo al fin—. Pero no eras tú.

—¿Por eso estabas asustada?

—Lo siento. Sabía que no eras tú, pero…

—No tienes que disculparte —susurró sujetándole la barbilla con delicadeza.

Yumi se tensó y él la soltó al instante, aún no se le había pasado. Se sintió fatal por no haberse dado cuenta antes de asustarla.

—Ulrich ¿puedo…? —Alargó el brazo hasta poder acariciarle la mejilla con los dedos temblorosos—. ¿Puedo dormir contigo?

—No serás un polimorfo de X.A.N.A. ¿verdad? —preguntó alzando las cejas.

—No —contestó riendo—. Soy la Yumi original.

Podía haber caído una vez en la trampa, pero esa risa era inimitable. Se dio cuenta de lo tenso que estaba por aquella petición, le sudaban las manos y el corazón la palpitaba a toda velocidad. Temió decir algo y descubrir que tenía la voz chillona, así que se tumbó, lo más pegado que pudo a la pared, y apartó la sábana y la manta dejándole espacio para tumbarse.

Ella se tendió a su lado, a penas los separaba un palmo, sin embargo era como si entre ellos hubiese un grueso muro de ladrillos. La oyó suspirar en la oscuridad.

—¿Qué? —la pregunta escapó de sus labios sin que pudiera contenerla. Había sonado como un reproche pero ella se rió.

—Siento molestarte… —susurró—, no debería haber venido.

—Hazme un favor —replicó rascándose la frente—. Deja de disculparte. Si no quisiera que estuvieras aquí te hubiese pedido que te marcharas.

Yumi se removió entre las sábanas. «Genial ¿por qué eres tan arisco?» se preguntó a si mismo.

—No es verdad, eres demasiado bueno para echarme.

—Tonta —susurró.

—El falso tú… —dijo apoyando su nívea mano sobre el pecho de él, rompiendo el muro invisible—. Al principio no me preocupaba, creí que podría encargarme, supongo que me equivoqué.

—¿Te ha hecho daño?

—No.

La respuesta fue tan seca que creyó que se iba a echar a llorar, pero ella dejó escapar el aire de sus pulmones y emitió una risita ahogada.

—Me ha asustado, sería una estupidez negarlo. Me ha acorralado y no veía la forma de librarme de él.

—Si pregunto qué demonios pretendía voy a cabrearme, ¿verdad?

—Seguro que sí —dijo acercándose un poco más a él—. Quería sonsacarme información sobre nosotros y… sobre lo que siento por ti —finalizó en un susurro.

Se le aceleró el pulso. Se dio cuenta de que le estaba abrazando y de que ya no estaba pegado a la pared, no recordaba haberse movido, aunque era evidente que lo había hecho.

«Ahora o nunca» dijo para si.

—¿Y qué es lo que sientes por mí? —Yumi se rió—. No le veo la gracia.

—No serás un polimorfo de X.A.N.A., ¿no? —le devolvió la pregunta.

—Eres muy graciosa.

Acurrucada contra su cuerpo cambió de tema con habilidad. El leed verde del despertador marcaba la una y media, las palabras de Yumi empezaban a perder definición. Ulrich pensó que era un buen momento para zanjar la charla y dormir.

Puso la mano sobre su mejilla y le dio un beso en la comisura de los labios, si ella lo hacía por qué no iba a hacerlo él. Yumi se movió lentamente y giró un poco la cara, lo justo para que aquel "inocente" beso se desviase de su trayectoria original. A penas un leve roce que le obligó a poner a trabajar su mente en evocar imágenes poco atractivas. Ulrich pensó con todas sus energías en su jefe en bañador, tuvo que desviar todas sus energías para contener el escalofrío que le recorrió la espalda.

—Duerme —le susurró al oído—. Yo cuido de ti.

—Eres todo un caballero.

Tenía voz adormilada y su cuerpo estaba relajado, estaba más dormida que despierta, seguramente por la mañana no se acordaría de la mitad de la conversación.

—Te quiero, Ulrich.

—Ya lo sé, yo también te quiero a ti —le susurró completamente rojo—. «Aunque no de la misma manera.»

Cuando consiguió volver a respirar con normalidad ella ya se había dormido. Probó a hacer lo mismo, pero pasó la noche en blanco, observándola dormir, respirar tranquila…

Desde que la conoció, cuando tenía trece años, que supo lo que quería. Exactamente eso. Tenerla a su lado de aquella manera. Pero tenía que ser realista, William estaba dos puertas más allá y seguro que tendría ganas de matarle si se enteraba.

No logró dormir en toda la noche por más que lo intentó. Vio los primeros rayos de sol filtrarse por las rendijas de la persiana, algo después los primeros pájaros empezaron a piar animadamente. Yumi le abrazó con más fuerza antes de abrir los ojos lentamente y sonreírle.

—Buenos días —susurró.

—Buenas —contestó mecánicamente acomodándole un mechón moreno tras la oreja—. ¿Has dormido bien?

Hai

—Necesito preguntarte algo.

—Un interrogatorio de buena mañana —pronunció adormilada pero dispuesta a contestar—. Adelante, Stern.

—¿Cómo estabas tan segura de que no era yo?

—Es evidente. —Le sonrió—. X.A.N.A. no se sonroja. Y sus emociones son frías. Imita fatal.

Era la segunda vez que oía lo de que imitaba mal, pero pensando en lo que acababa de decir Yumi… tenía razón, los falsos sentimientos de X.A.N.A. eran exagerados y fríos, le faltaban los detalles.

Jérémie analizaba los datos que le había llevado Sissi, el pendrive fucsia estaba conectado en una de las salidas USB. Sólo le había pedido los horarios de los profesores, sin embargo todo aquel material tenía algo interesante.

En aquellos años el director era un tal Robert Banks, así que el señor Delmas no iba a ser de gran ayuda.

Ahora se encontraba inmerso en la relación de alumnos, quizás hubiese algo interesante allí. Se valía de un programa diseñado por él mismo que analizaba fragmentos de texto en busca de patrones, algo que le llevase a Hopper. Sabía por propia experiencia que un alumno podía llevarse bien con un profesor y participar en algún proyecto con él.

Una mente brillante como la de Franz seguro que había inspirado a algún alumno, no había duda.

La figura de Hopper le fascinaba pero seguramente, de no ser por Aelita, no se habría preocupado en buscarle. Tenía ciertas dudas sobre él. No estaba seguro de que el mensaje que les había llegado fuese actual, existía la posibilidad de que lo mandase cuando poseyó a Sissi o antes de sacrificarse para cargar el virus múltiple. También era posible que, de seguir con vida, hubiese perdido la razón, quién podría imaginar lo que debía de haber soportado aquel tiempo.

Valía la pena intentarlo, si eso hacía feliz a Aelita…

En el jardín trasero, Odd mantenía a Sissi envuelta en un cálido abrazo, le había costado horas sacarle que le pasaba. Era terca y orgullosa.

Aquel maldito Hervé Pichon, que le hubiese estado fastidiando a él durante los últimos años en el Kadic le daba igual, que hubiese hecho correr rumores no le importaba. Pero que se hubiese atrevido a acorralar a Sissi y darle un buen susto, por ahí no pasaba. Si supiese que no iba a seguirle ningún mosquito, iría al Kadic a decirle un par de cositas.

—Odd, si haces alguna cosa estúpida te mato.

—La ira de la reina Sissi Delmas caerá sobre mí —dijo riendo.

—Hablo en serio.

Odd suspiró.

—Ya lo sé.

La furia de Sissi le daba bastante más miedo que X.A.N.A. y su nuevo juego de manipular mentes.

—¿Qué me escondes? —preguntó acomodándose un mechón moreno detrás de la oreja—. No estás así por Hervé.

—Nada importante.

—¿Es por lo que le ha pasado a Ishiyama?

La miró sorprendido, no creía que se hubiese dado cuenta de que había pasado algo y Yumi evitaba a Ulrich. A él ya se le había pasado, y Yumi no le preocupaba demasiado, era fuerte y estaba más que convencido de que no había caído en la trampa, quien le preocupaba era Ulrich.

—¿Ha sido ese X.A.N.A.?

—Ah… sí, pero no es nada.

Sissi alzó el rostro y besó a Odd en el cuello, antes de que tuviese tiempo se reaccionar estaba tumbada en el césped con Odd sobre ella.

—Prométeme que si tienes que ir al Kadic lo harás con uno de nosotros.

—Pesado —refunfuñó asintiendo.

—Buena chica.

—Y ahora —dijo Sissi tapándole la boca evitando así que le besara—. Sé un buen chico y explícame qué te ha hecho a ti.

—¿Fof ce mmenvas ce mexo…? —Sissi le destapó la boca. No estaba entendiendo ni una palabra—. ¿Algo?

La mirada estupefacta de ella le hizo reír, rodó por el suelo hasta acabar boca arriba sobre el césped con ella a su lado.

—¿Por qué piensas que me han hecho algo?

—Tu reacción al llegar aquí.

—Te lo contaré cuando hablemos con los demás —determinó tajante—. No me apetece contarlo dos veces, pero te haré un pequeño avance. —La miró fijamente esperando que no se cabrease—. Nuestro amigo X.A.N.A. ha aprendido a manipular mentes.

Continuará

Aclaraciones:

Hai: Sí.
Mosquito: en la jerga periodística es un modo de llamar a los paparazzi (en España).

Escrito el 9 de noviembre de 2010