viernes, 29 de octubre de 2010

25M IV.- Secreto



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

IV.- Secreto

Aquello no estaba bien, pero ninguno de los dos quería dejarlo. No había sido fácil, meses de dudas, interminables horas trabajando codo con codo, secretos compartidos en susurros, algunos alegres otros dolorosos, miradas cruzadas…

Tenían la fortuna de no pertenecer al mismo departamento, Yumi Ishiyama era una detective de la policía judicial y Ulrich Stern uno de la MILAD, así que las normas no les impedían mantener una relación sentimental, lamentablemente aquel era el segundo caso que llevaban entre los dos, y, en esas circunstancias, si lo tenían prohibido. Odd, el rubio y «esbelto» compañero habitual de Ulrich, siempre le repetía que era cosa del karma.

Yumi había abandonado su cama a las seis de la mañana, la había visto vestirse mientras fingía dormir, le ponía nervioso verla ajustarse la cartuchera porque eso le recordaba que alguien con malas intenciones podía dispararle. Disfrutó del suave beso de despedida que le dio antes de abandonar el apartamento.

Ulrich se levantó perezosamente a eso de las ocho, hasta que no les mandasen los resultados los de la científica no podía hacer nada útil, a parte de revisar los expedientes de los mafiosos de la zona y, para eso, ya estaba Odd. No obstante había una reunión a las nueve. Se dio una larga ducha caliente.

Cuando llegó al edificio de la MILAD se topó frontalmente con Odd que cargaba con una pila de documentos, este le miró frunciendo el ceño y soltó los papeles con desgana sobre el escritorio.

—Buenos días bella durmiente —dijo tamborileando en la mesa con los dedos—. Espero que tu ligue valiese la pena, por que llevo desde las siete leyendo estos malditos expedientes, en los que deberías ayudarme.

—No te quejes tanto —bufó Ulrich sentándose.

—Ya veo. Déjame adivinar —pronunció jugueteando— ¿la detective Ishiyama?

Ulrich se sobresaltó y enrojeció, Odd rió. Llevaba meses sospechándolo.

—Yumi y yo sólo somos amigos, además trabajamos juntos.

—Por supuesto. —Odd movió la cabeza con un gesto dramático—. Y ¿a qué jugáis? ¿al Cluedo?

—¿Sabes qué? —dijo levantándose—. Me voy a por un café.

—Huye como un cobardica. —Rió Odd, le encantaba fastidiarle.

Se dirigió a la salita anexa donde había una cafetera y tomó su taza, una de color blanco con la bandera alemana estampada en uno de los costados, un regalo de Odd, comprado en una de esas tiendas de todo a un euro. Le había regalado una a cada uno de sus amigos con la bandera de sus respectivos países, incluso una de Japón para Yumi.

Jérémie Belpois, el informático y uno de sus mejores amigos, le sonrió desde el otro lado de la barra americana destapando la urna repleta de bollería, con la taza francesa en la otra mano.

—¿Una magdalena?

—No, gracias —contestó con una sonrisa—. Me conformo con café.

—Tú mismo, cuando Odd descubra el banquete será tarde.

Ulich rió, Jérémie tenía más razón que un santo.

—He estado toda la noche tratando de descifrar los códigos que me trajisteis. —Partió un pedazo de magdalena de chocolate y se lo llevó a la boca—. La verdad es que no tengo muy claro que tipo de código es, he usado varios filtros sin resultados.

—Maldita sea…

—Ulrich, todo esto es un poco raro. Hace unos meses ese grupo a penas existía.

—Lo sé. Yu… Ishiyama dice lo mismo.

—Aah Ishiyama —dijo con tono de listillo y una sonrisa sobrada—. Una chica lista y muy guapa.

Jérémie conocía a Ulrich desde el instituto, Yumi era el tipo de chica que podría hacerle perder la razón, algo poco habitual, de hecho él no tenía constancia de que hubiese tenido una novia formal antes, aunque candidatas no le faltaban, Ulrich era todo un rompecorazones.

—No empieces tú también…

—Ey, Ulrich, la reunión va a empezar —dijo Odd asomando la cabeza—. ¡Ahí va! ¡Bollería!

—No tienes remedio —musitaron a la vez Jérémie y Ulrich.

Con una sonrisa cogió un plato y lo llenó hasta arriba de croissants, magdalenas, rosquillas y otros dulces, llenó la taza con la bandera australiana de café con leche y le dio un leve codazo a Ulrich para que avanzara.

En la sala de reuniones Jean-Pierre Delmas, el jefe, Gwen Meyer, la psicóloga, y los inspectores Emilie Leduc y Thomas Jolivert estaban ya sentados con sus blocs de notas y armados con bolígrafos de colores diferentes. Ulrich y Odd tomaron asiento.

Delmas dio inicio a la reunión haciendo un resumen de lo que sabían. La organización Vellis era relativamente actual, los primeros indicios de su existencia se remontaba a cuatro meses antes. Se había hecho con el poder del mercado de la droga en un tiempo record y habían sembrado la ciudad de cadáveres, todos ellos rusos, polacos y ucranianos.

No había manera de relacionarlos con alguna organización anterior, todos los datos llevaban a hombres de paja, la mayoría ancianitos moribundos en hospitales o residencias, otras veces a niños que aún estaban en la primaria, incluso a bebés. El departamento iba tan perdido que le había solicitado ayuda a la judicial. Ellos le habían enviado a Yumi y a la psicóloga forense Meyer.

La participación de ambas había arrojado un poco de luz a la investigación. La mirada más entrenada de una detective experta en homicidios les había hecho ver los rituales de la mafia rusa en los cadáveres. Ellos habían achacado la falta de dedos a que los asesinos trataban de entorpecer la identificación de los cuerpos, Yumi, en cambio, les había explicado que era un modo de proceder en la mafia. Secuestraban a alguien y pedían un rescate a la familia, cada X horas les enviaban una parte del cuerpo del rehén, hasta que se cansaban de jugar y lo eliminaban.

La psicóloga había hecho un perfil bastante detallado de los ejecutores, no tenían nombres, pero el concepto estaba bastante claro. Seguramente eran franceses que pretendían hacerse pasar por rusos, o bien estaban pasando una prueba de fuego. No obstante, por el conocimiento del procedimiento, quien mandaba era ruso, alguien que debía tener un abultado expediente criminal en su país de origen.

Cuando la organización empezó a sentir que se estaban acercando demasiado habían empezado a dejarles notas. Por una cara había dos cobras enroscadas, con las fauces abiertas a punto de atacarse y la palabra "Vellis" en negrita; por la otra cara había amenazas de muerte bastante explícitas.

Dos tímidos golpecitos sonaron y segundos después la puerta se abrió, Julien Xao asomó la cabeza por la puerta de la sala de reuniones, sudaba copiosamente y estaba pálido como la cera. Jean-Pierre Delmas le miró intensamente esperando una explicación, el resto le miraron confundidos.

—Señor… ha llegado una llamada de la central. —Entró con paso tembloroso y se detuvo frente a la mesa—. El equipo que ha ido al muelle ha caído en una emboscada, al parecer alguien ha dado el soplo y les estaban esperando…

—¿Cuál es el balance? —preguntó Delmas serio.

—Una agente muerta y diez heridos de diversa gravedad.

Ulrich dejó de escuchar, demasiado aturdido como para seguir centrado en lo que decían. Julien había dicho "una agente muerta" y no "un agente muerto". Yumi había ido al muelle, con el equipo.

Era una agente.

Yumi podría estar muerta.

Odd puso la mano sobre el hombro de su compañero, sabía lo que estaba pasando por su cabeza y, aunque, no tenía la certeza de que Yumi y Ulrich mantuvieran una relación sentimental sí que conocía los sentimientos de su amigo por ella.

—Seguro que está bien —le susurró—. Ya la conoces, tiene más vidas que un ejército de gatos mutantes.

—No estoy para bromas…

—¡Eh! —exclamó ofendido—. Que Yumi era mi amiga mucho antes de que tú la conocieras.

Miró de reojo a Odd y se levantó gruñendo. El jefe de departamento, Jean-Pierre, le lanzó una mirada gélida.

—Tengo que hacer una llamada —dijo saliendo por la puerta arrollando a Julien.

El corazón le palpitaba tan fuerte y tan deprisa que parecía querer romperle las costillas. Sacó el móvil de la funda que pendía de su cinturón y pulsó el número uno. El aparato marcó el teléfono grabado en el primer lugar de su lista de contactos, el nombre de Yumi apareció en la pantalla.

«El teléfono al que llama está apag…» canturreó la voz de la operadora con aquel tono tan irritante.

«No puedes estar muerta» pensaba una y otra vez caminando en círculos como una bestia enjaulada. Se sentó en la silla plegable de color negro junto a su mesa y sonrió con un idiota.

Aquel día, hacía algo más de un año ella había entrado en su vida. Los habían emparejado, tenían que ser un equipo. Él tenía tan pocas ganas de trabajar con ella que le había estado fastidiando tanto como había podido. Aquella silla plegable, incómoda a más no poder, había sido la primera de sus jugarretas, esperó una pataleta, sin embargo, Yumi, tomó el reto, se sentó y permaneció allí durante horas sin quejarse una sola vez.

La silla seguía siendo muy incómoda, pero Yumi siempre la usaba cuando iba a las instalaciones de la MILAD. Ahora volvía a estar junto a su escritorio por que volvían a ser un equipo.

Le dolía el alma, el nudo en su garganta a penas le dejaba respirar y le ardían los ojos. Ahora se arrepentía de mantenerlo en secreto, no podía hablar con nadie, no podía desahogarse…

—No digas nada. Sólo escúchame. —Odd había ido hasta a él. Estaba preocupado y conocía la poca inclinación de Ulrich por explicar sus problemas—. Sé que la quieres. Y no te molestes en soltarme el rollo de "sólo somos amigos" por que yo no he dicho lo contrario. También sé que estás acojonado y no te culpo, yo en tu lugar estaría histérico, pero deja de comportarte como un imbécil. —Ulrich le miró con el ceño fruncido—. Si sigues comportándote así Delmas empezará a hacerse preguntas para las que no sé si podrás dar respuestas satisfactorias.

»Yumi está bien. Estoy seguro de ello. Relájate, vuelve ahí adentro —dijo señalando la sala de reuniones—, y saca tu carácter para afrontar lo que queda charla.

—Hablas como todo un tío serio y responsable.

—¡Bah! Ya sabes, tengo mis momentos.

Asintió y regresó junto a Odd.

La reunión se alargó una hora más. Ulrich hizo grandes esfuerzos por mantenerse atento, ya que, al fin y al cabo, hablaban de la organización Vellis, el caso en el que trabajaban, la organización que había tendido la emboscada a sus compañeros.

En cuanto Delmas les dio permiso para volver a sus quehaceres en la oficina, Ulrich, se levantó como un rayo y abrió la puerta bruscamente. Un puño pequeño y de piel nívea se estrelló contra su pecho. Cruzó su mirada, enfadado, con la dueña del puño que le había confundido con una puerta y sintió un enorme alivio.

Aquellos ojos rasgados, aquel pelo liso, aquella carita ovalada…

Yumi le dedicó una sonrisa, le rozó el brazo con suavidad al entrar en la sala de reuniones. No se giró pero estaba seguro de que todos la miraban aliviados, se había ganado la simpatía del departamento con rapidez. El mismísimo Delmas se había mostrado alicaído e inquieto desde la interrupción del agente Xao.

—Señor Delmas —dijo Yumi con voz firme—. Si le parece bien me gustaría revisar algunos de los informes…

—Yumi… sabes que aquí eres bien recibida —contestó el hombre—. Pero tal vez deberías volver a casa y descansar. Veo que estás herida.

Al oír aquello Ulrich se giró, no se había dado cuenta. La manga izquierda de su camisa negra estaba desgarrada y manchada de sangre.

—Estoy bien. —Sonrió—. Necesito trabajar un poco.

—Stern, por favor. Dale lo que necesite.

—Sí, señor.

Odd la abrazó con cuidado al pasar por su lado y le susurró algo al oído, Yumi se sonrojó y sonrió.

Siguió a Ulrich, en silencio, con aquella formalidad que tan sólo ella tenía hasta el estrecho distribuidor donde estaban las puertas de los tres ascensores. Él, presionó los botones de llamada, más serio que nunca. La tintineante alarma resonó al abrirse las puertas metálicas.

Entraron juntos al ascensor, la secretaria del señor Delmas, Nicole Weber, estaba allí, les saludó con su sonrisa recta y poco apasionada de siempre, se bajó en la planta del archivo de expedientes. La puerta se cerró y Ulrich se abalanzó sobre Yumi empotrándola contra la pared metálica, la besó con desesperación, ella le respondió con la misma intensidad, enredando los dedos en su pelo.

—Creí que era a ti a quien habían matado.

—Estoy bien.

—Mentirosa —susurró Ulrich contra sus labios—. Tienes una herida en el brazo.

—No es más que un rasguño.

—Estás temblando…

—Estoy bien —repitió.

Ulrich suspiró, alargó el brazo y pulsó el botón de parada de emergencia. Las luces parpadearon unos segundos antes de bajar su intensidad.

—¿Sabes qué? Me parece que repites que estás bien para convencerte a ti misma.

—Ulrich…

—Te llevaré a casa —susurró con una caricia en su mejilla.

—No. Necesito entretenerme con algo, déjame trabajar en esos informes.

—¿Por qué has venido aquí en vez de a la judicial?

Yumi se puso de puntillas para besarle. No era que fuese muy alto, a penas la superaba por un par de centímetros, suponía que ese gesto la hacía sentir más cómoda.

—Quería verte.

—Estoy aquí.

La abrazó con firmeza dentro del ascensor parado, acariciando su espalda, mientras sentía como, poco a poco, el temblor de su cuerpo iba desapareciendo. Yumi no se asustaba con facilidad y aún con menos frecuencia dejaba que nadie la viese en un estado tan vulnerable. Sabía que podría decirle cualquier cosa para reconfortarla, pero no serviría de gran cosa, él no tenía la labia de Odd, más bien era torpe buscando las palabras necesarias, en cambio con los gestos no le ganaba nadie.

—Si no ponemos el ascensor en marcha pronto la señora Weber llamará a los de rescate de montaña para que vengan a salvarnos —bromeó Yumi.

—En estos momentos ya debemos de ser la comidilla de todo el departamento.

Ella se rió, era cuestión de tiempo que alguien se diese cuenta de que uno de los ascensores llevaba varios minutos parado, y empezara a preguntarse por qué demonios nadie pulsaba el botón de alarma. Y en ese momento su secreto compartido se iría a la porra. Se echó hacia adelante y pulsó el botón de arranque ella misma, el elevador se puso en marcha con un leve quejido.

Cuando la puerta metálica se abrió les golpeó el olor a cerrado y a polvo acumulado del almacén donde se guardaban los datos de los casos cerrados. Yumi bajó primero.

El vigilante del almacén les hizo firmar el registro y después les abrió la cancela para que pudiesen entrar, caminaron hasta quedar lejos de la vista y oídos del guardia.

—Pensaba que íbamos al archivo de casos abiertos.

—Era la idea. —Sonrió con cierto misterio—. Pero me he acordado de algo.

»Me lo dijo Milly hace unos días —contestó a la pregunta no formulada—. Recibieron una llamada en la redacción del Herrald, al principio pensaron que era una broma.

Mientras caminaba entre las estanterías de metal deslizaba los dedos por las cajas de cartón y de plástico que acumulaban polvo desde hacía años. Ulrich la observaba ensimismado, frenó su impulso de abrazarla recordando que había cámaras de seguridad y que un tipo sin vida social, gafas redondas y anticuadas, las hormonas revolucionadas y muy poco sentido común se pasaba el día en la sala de vigilancia.

—¿De qué iba esa llamada?

—Verás… cuando Milly tenía tres años su madre se la trajo a Francia, su padre se quedó allí —dijo con tono firme—. Se llama Dimitri Solovieff, al parecer es miembro de la mafia rusa. Cuando se enteró de que ambas estaban en Francia las siguió y montó su negocio por aquí.

»Empezaron con el narcotráfico a pequeña escala, hasta que estuvieron lo suficientemente afianzados.

—Ajá…

—La llamada era de una mujer, se hacía llamar Hel, como la diosa nórdica. Le dijo que Dimitri estaba relacionado con un viejo caso que había llevado la MILAD, que se había archivado como un caso de poca importancia gracias a que habían logrado esconder a la perfección el rastro. —Se detuvo frente a una de las cajas, sobre ella, bajo el número de caso podía leerse "Piranet, Y". Tiró de ella con cuidado y Ulrich se apresuró a cargarla y llevarla hasta la mesa más cercana.

»Cuando la conversación empezó a ponerse extraña la grabó, tiene que enviarme la cinta. Pero me comentó algo de un collar con dos serpientes enroscadas. Así que he pensado que tal vez lo encontremos entre las pruebas.

—Serpientes… cómo en las notas.

—Exacto, por eso he pensado que tal vez esté relacionado.

Yumi abrió la caja levantando una pequeña nube de polvo que les hizo estornudar, aquello les arrancó una carcajada. Sacó lentamente el contenido, desplegándolo frente a ellos. En el precinto de las bolsas de pruebas no estaban las iniciales de quien lo había embolsado.

El informe, a penas ocupaba seis folios, pero eso no era algo tan extraño, los había más cortos que ese, lo raro estaba en las casillas dedicadas a los detectives. Aparecía la fecha y hora del inicio del caso, así como las de detención. No obstante, los nombres de los detectives y del resto de agentes involucrados en el caso no aparecían por ningún lado. Ulrich suspiró y acarició el papel amarillento deteniéndose sobre la casilla donde estaban los números de los videos del interrogatorio.

—Voy a buscar las cintas —dijo incorporándose.

—Espera, Ulrich. Mira esto.

Dentro de una bolsa de pruebas había un paquete de tabaco ruso, la cajetilla era blanca y azul con un plano de Rusia dibujado.

—¿Vas a ponerte a fumar ahora? —soltó con humor.

—Fíjate bien —murmuró señalando el centro del plano—. Justo aquí ¿qué ves?

—¿Una mancha? —Entrecerró los ojos y entonces vio un leve destello—. ¿Qué…?

—Es una microcámara. Podríamos mandársela a Belpois, tal vez él saque algo en claro.

Ulrich asintió y se inclinó sobre la mesa para alcanzar una caja de guantes de látex, se puso un par, abrió la bolsa y extrajo el paquete de tabaco. Yumi le imitó enfundándose otro par, le quedaban grandes.

—¿Cómo se les pudo pasar por alto algo así?

—Bueno… —contestó ella—, supongo que si buscas droga, te centras en eso. —Él la miró con reproche—. No te cabrees, quiero decir que si no buscas algo raro nunca sospecharías de una cosa tan cotidiana como unos cigarrillos.

—¿Y tú por qué lo has hecho?

Yumi rió observando otro de los objetos etiquetados como pruebas.

—A mí me enseñaron a sospechar hasta de mi sombra. He trabajado en un par de casos de espionaje con la INTERPOL…

—Pues sí que has trabajado en sitios —dijo revolviéndole el pelo—. Muy bien señorita sospecho-de-todo-lo-que-veo, revisa esto a fondo, yo voy a por las cintas de los interrogatorios.

Varias horas después una docena de vasos de plástico vacíos, botellines de agua, envoltorios de celofán de bollería industrial, papeles de sándwiches y paquetes de comida china invadían la mesa. El adiestramiento que había recibido Yumi por parte de la judicial había sido muy útil.

A parte de la microcámara, habían hallado algunos restos de polvo en la billetera de Yannick Piranet, parecía algún tipo de arena. No habían encontrado el collar de las serpientes enroscadas, pero sí una fotografía en la que salían el detenido y una niña, ambos en mitad de una calle devastada y polvorienta, en el reverso la caligrafía elaborada y cursiva de color azul celeste ponía "Yannick y Alexandra. Tanta, Egipto. 2004".

Cuando pasaron a la visualización de las cintas su frustración creció. Alguien las había borrado. Alguien que no quería que nadie indagase en aquel asunto más de lo debido. Eso había cerrado la puerta.

Llevaban un rato mirándose fijamente, como si en los ojos del otro estuviese la respuesta a todos los interrogantes que flotaban en aquel almacén. Yumi inspiró hondo y cerró los ojos.

—Veré si encuentro a algún juez que conserve el buen humor a las tres de la mañana —dijo volviendo la vista al informe.

—¿Para qué lo quieres?

—¿No es obvio? Para reabrir el caso y poder interrogar al señor Piranet.

Sintió ganas de darse un golpe a si mismo por no haber caído, pero estaba tan cansado que sus neuronas ya se habían ido a dormir.

—¿Qué hay de esa juez…? Esa amiga tuya…

—¿Aelita? —Ulrich asintió—. No es juez, es fiscal y está de vacaciones en el Tibet, sin cobertura. Puedo llamar a una tienda de comestibles que está a doscientos kilómetros de donde se encuentra, seguramente tardarían una semana en darle el mensaje.

—Estupendo —dijo con sarcasmo.

—¿Y tu padre? ¿Tiene a algún juez entre sus amigos?

Se apoyó en el respaldo bruscamente. Su padre. Un tema espinoso. Era un abogado reputado, supuesto excelente padre de familia, sociable y agradable, siempre dispuesto a regalarle una sonrisa radiante a las cámaras de televisión. Ulrich bufó, si el mundo supiese como era el abogado Stern en realidad su reputación caería en picado.

—Olvídate de él, no me echaría un cable ni aunque me estuviera ahogando en medio del mar y él pasase con su yate por allí. Abriría una botella de Martini y montaría una fiesta.

—Vaya…

—Menudo panorama, ¿eh?

—Yo… —Alzó la mano para acariciarle la mejilla.

—La cámara —susurró—. Tranquila, estoy bien. Aunque un sueñecito no me vendría nada mal.

—Apoyo la moción detective, Stern. Pero…

Ulrich empezó a guardarlo todo en la caja, quería irse de allí cuanto antes. La miró significativamente.

—El juez puede esperar a que amanezca, se lo diré a Delmas, tal vez él pueda mover algunos hilos.

—Está bien… —susurró poniéndose en pie con una mueca de dolor—. Tendrás que llevarme a casa, no creo que pueda conducir, se me ha pasado el efecto de los calmantes.

Puso los ojos en blanco, exasperado, y contuvo un gruñido sabiendo que daba igual lo que dijera, al final Yumi siempre hacía lo que quería.

Condujo unos veinte minutos hasta una casita de dos plantas en el centro de la ciudad, en el patio había un pequeño jardín con un impresionante cerezo japonés en el centro y linternas de piedra a lo largo de un caminito que desembocaba en un jardín zen. Nadie podía dudar quien era la dueña de la casa. Le invitó a entrar, aquella casa siempre le hacía pensar en un pedacito de Japón trasladado a Francia. No dejaba de impresionarle por más veces que entrase.

Las botas de Yumi parecían apoyarse en los zapatos de Ulrich en la entrada.

Le había invitado a una cerveza, sin embargo prefirió tomarla a ella bajo la única luz proporcionada por la luna.

Los primeros rayos de sol se dibujaban en el horizonte, cuando Ulrich abrió los ojos con la sensación de no haber dormido más de cinco minutos. Entre sus brazos, abrigada bajo el edredón, Yumi dormía placidamente, en parte por el cansancio, en parte por los calmantes. Su piel suave y cálida al tacto le hacía sentir seguro, como si no pudiese pasar nada malo estando juntos.

La musiquilla del móvil de ella resonó en la habitación, suspiró adormilada, se estiró por encima de él hasta coger el teléfono, aprovechando para darle un fugaz beso en los labios. Se tumbó boca arriba y descolgó.

—Ishiyama.

Al otro lado de la línea la voz de un hombre resonaba, Yumi abrió los ojos de golpe y se incorporó. La visión de su espalda desnuda le cortó la respiración a Ulrich.

—Voy para allá —casi chilló.

—¡Eh! —La detuvo sujetándola por el codo, había saltado de la cama como si estuviese en llamas—. ¿Qué pasa?

—Han secuestrado a Milly, la tienen en un almacén al este.

—Te acompaño —dijo levantándose también.

—Ni hablar, es peligroso.

Ulrich sonrió con autosuficiencia, silbó algunas notas y le puso la mano sobre el hombro con firmeza.

—Tengo una noticia para usted, detective Ishiyama. —El tono que empleó le hizo fruncir el ceño a ella—. Tu coche está en la MILAD, soy tu único medio de transporte.

—Vale, pero te quedarás fuera.

—Prometido —dijo resignado.

Sobre el techo del deportivo azul de Ulrich, la luz de la sirena brillaba de manera intermitente pidiendo paso. Iban muy deprisa, trataba de mantenerse atento a la carretera, pero sentía que su vista se detenía con demasiada frecuencia en Yumi. Hablaba por el móvil, con aquella firmeza impresionante, haciendo acopio de tantos datos como podía, ubicación exacta, secuestradores, el tipo de edificios de los alrededores… no dejaba ningún detalle en el aire.

Suspiró hundiendo los dedos en su melena azabache. Contó hasta diez veces los cargadores de reserva para su arma, una vieja CZ 75 semiautomática, un total de dos. Era la única en todo el cuerpo de policía francés que la usaba, al principio estaba convencido de que necesitaba una munición diferente a la 9mm Parabellum proporcionada por el cuerpo, también estaba seguro de que sería un auténtico suplicio usar una pistola checa de 1975, se sorprendió de lo manejable y versátil que era. Desde que se la prestara en el campo de tiro que intentó hacerse con una, no hubo suerte.

—Tengo un cargador en la guantera —susurró para que no le oyeran por el móvil—. Te lo dejaste en mi casa.

Yumi le guiñó un ojo abriendo la guantera, rebuscó y lo extrajo.

«Veinte balas en la pistola, una en la recámara, tres cargadores… ochenta y una» —calculó mentalmente—. «Suficiente… un tirador, dos balas de aviso, como mucho sesenta en fuego cruzado, con una me basta para abatirle…»

Desenfundó la pistola, extrajo el cargador, lo volvió a colocar, quitó el seguro y tiró de la corredera haciendo saltar la bala de la recámara cargando la siguiente, comprobando así que no estaba atascada, sacó el cargador nuevamente, colocó la bala en su interior y volvió a ponerlo. Apuntó a la luna del coche y volvió a asegurarla. Hacía aquel pequeño ritual cada vez que sabía que tendría que disparar.

«Lo primero es sacar a Milly, después ya veremos.» —Suspiró y se aclaró la garganta—. Estaré… estaremos allí en seguida.

Colgó y cerró los ojos con fuerza, apoyó la cabeza en el reposacabezas. Su pelo negro le rozaba los hombros.

Ulrich no dijo nada, la dejó concentrarse. Cuando la conoció creyó que era fría y que todo le daba igual, después descubrió que aquella actitud no era cierta, pero tenía que comportarse así para soportar la presión. Le costaba ser aquella Yumi.

—Yumi —dijo al detener el coche tras los coches patrulla que rodeaban el almacén y esperó a que le mirara—. No te arriesgues demasiado.

—¿Asustado?

—Ayer mismo creí que estabas muerta, te agradecería que no lo volvieses a hacer.

Ella le sonrió con calidez.

—A no ser que quieras matarme de un infarto, entonces adelante…

—Tendré cuidado, lo prometo. —Desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta del coche.

—Yumi. —Ella le miró con medio cuerpo fuera del coche—. Te quiero.

—Yo también te quiero —pronunció conteniendo sus ganas de besarle, demasiados policías alrededor.

Ulrich bajó del coche cuando ella ya estaba hablando con el equipo de asalto, un hombre con un walkie-talkie parecía intentar negociar con el secuestrador. Se sentía un poco idiota allí de pie, él no había ido a esos cursos especiales… negociar con criminales no se le daba bien, tampoco sabía gran cosa sobre crímenes violentos, pero sí sabía que no quería que Yumi entrase allí.

Pero lo hizo, Yumi entró con un chaleco antibalas ceñido al cuerpo. Ella sola, sin apoyo. La unidad de asalto estaba preparada para actuar. Entonces se dio cuenta de que estaba temblando.

Analizó el edificio de un blanco mancillado por el gris de la contaminación, los vidrios rotos, los graffitis algunos elaborados otros meros garabatos. Era una infraestructura ruinosa que no tardaría en acabar en el suelo. Parte de su tejado se había derrumbado tiempo atrás, las grietas recorrían la fachada como arrugas en un rostro demasiado anciano y cansado. Daba escalofríos, sin duda.

Miró su reloj buscando centrar su atención en otra cosa. No funcionó. Se acercó al tipo del walkie-talkie y escuchó atentamente todo lo que comentaba con sus colegas. Aquel tipo había pedido que entrara la agente Ishiyama, sólo ella. Tuvo un horrible presentimiento y sin poder evitarlo sus pies se movieron y corrió al interior del edificio ruinoso.

Alguien había gritado su nombre, pero no se detuvo a ver quien era y mucho menos que era lo que quería. Sacó su pistola de la cartuchera, no sabía cuantos cargadores llevaba encima, suspiró no era tan metódico como su novia, esperaba que con las veintiuna balas que había le bastase.

El interior era como un laberinto diseñado por el peor arquitecto del universo, paredes que se habían venido abajo, puertas y ventanas tapiadas… «Una ratonera» pensó.

Un desgarrador grito trepó por las paredes del edificio hasta llegar a él, amplificadas por el eco. Se estremeció sin poder evitarlo. El sótano. Emprendió el descenso con sigilo.

Milly temblaba, el hombre que presionaba el cañón de la semiautomática contra su sien parecía desesperado. No debía tener más de treinta y cinco años, sin embargo parecía mucho mayor, las drogas habían minado su cuerpo de un modo horrible. Le faltaba un trozo de nariz, le temblaba el pulso y se tambaleaba nervioso. Era obvio que no podía pensar con claridad. La raída ropa llena de agujeros y manchas de sangre, algo que tiempo atrás había sido un elegante traje chaqueta azul marino y una camisa salmón, hacía que su enmarañado pelo rubio tuviese aún peor aspecto.

Yumi dio un paso al frente con decisión.

—Tranquila, Milly, todo va a ir bien.

El hombre apretó la mandíbula haciendo rechinar sus dientes.

—Tú… vas a convencer a los tuyos para que nos dejen en paz —gruñó sorbiéndose la nariz—. Me llevaré a la hija de mi jefe y…

—¿Y qué? —replicó ella con frialdad—. ¿Crees que Solovieff no va a hacerte nada por llevarle a su hija? Me parece que el que te valgas de ella sólo hará que se cabreé y te quite de en medio.

—¡Vas a decirles que nos dejen en paz! —gritó.

—¿Y si no lo hago?

Él pareció dudar, sopesar la posibilidad.

—Entonces te mataré —dijo al fin con una sonrisa siniestra—. Una bala en la cabeza y fin del problema.

—Ya… No eres consciente de la situación, ¿verdad? Si me matas entraran los del equipo de asalto y te liquidarán —remarcó la palabra "liquidarán"—. Dime, ¿por qué no te ayudas a ti mismo, me das el arma y todos salimos de aquí respirando?

En ese momento, Yumi, le vio por el rabillo del ojo, con su arma cargada saliendo de detrás de una de las columnas. Por la expresión del secuestrador supo que él también le había visto.

Tenía que disparar antes de que lo hiciese él, pero Milly estaba en medio, le daría. No tenía ángulo.

Y entonces hubo un disparo.

—¡Corre, Milly! —gritó Yumi.

En parte era una suerte que aquel tipo no pudiese concentrarse en dos cosas a la vez. Había disparado a Ulrich y para ello tuvo que soltar a Milly.

Le sangraba el hombro derecho, no era demasiado grave, pero aquel hombre caminó hasta a él tambaleándose como una hoja en mitad de una tormenta. Iba a usarle para disuadirla.

—¡Si das un paso más me cargo a tu compañero! —berreó apuntando a la cabeza de Ulrich.

—Adelante —respondió ella—. Ni siquiera me cae bien.

Ulrich parpadeó tirado en el suelo, allí estaba la Yumi Ishiyama de apariencia imperturbable, frialdad abrumadora e indiferencia que había visto el primer día, si no la conociera creería que le importaba una mierda de verdad.

—¡Me… me tomas el pelo! ¡Sucia mocosa os mataré a los dos!

—¡Qué va! Tiene normas para todo —dijo siguiendo los movimientos histéricos del hombre—. Imagínate, ni me deja tomar café en el coche, es un vela. Mátale, me harás un favor.

—¿Vela? —aulló el hombre.

—Quiere decir "pelma" —replicó Ulrich que había entendido el juego al que jugaba su compañera—. A ver si aprendes a hablar, mocosa estúpida.

—¡Uy! Disculpe usted William Shakespeare.

—Al menos yo sé hablar.

—Hablar sí, por que lo que es escribir parece que lo hagas en otro idioma —dijo Yumi avanzando un par de pasos.

—¡No te muevas! —chilló el pistolero al borde de la histeria.

—Yo de ti no le diría eso —le advirtió Ulrich con cierto sarcasmo—, tiene muy mal pronto. Es campeona de karate y la mejor tiradora de su promoción.

Perdió el hilo de la situación bajando la cabeza para ver al detective al que encañonaba, dos fuertes deflagraciones cortaron el aire, el pistolero se convirtió en un amasijo de brazos y piernas que se retorcían de dolor. Yumi le había disparado dos veces, en el hombro derecho y en la pierna izquierda. Ulrich apartó la pistola de una patada.

La detective se movió con agilidad hasta a él, arrodillándose con los ojos llorosos.

Kami… ¿estás bien?

—Sí.

Yumi se desabrochó la cartuchera apresuradamente y la dejó en el suelo a su lado, se quitó la camiseta e hizo presión con ella sobre la herida en el hombro de Ulrich. Frunció el ceño ante la punzada de dolor y ella le sonrió con aquella calidez que le atravesaba el alma.

—Te dije que te quedaras fuera —le reprochó sin rastro de enfado.

—¿Y dejarte sola con un psicópata armado?

—Es mi trabajo, idiota.

—Acércate —le susurró. Ella se agachó un poco inclinándose sobre él—. Más… un poco más…

Alzó el brazo y la sujetó por la nuca obligándola a inclinarse sobre él, le dio un beso cargado de adrenalina. Yumi procuró no ejercer demasiada presión sobre la herida de bala, pero era complicado en aquella posición, hizo un tremendo esfuerzo para apartarse de aquel beso que llevaba deseando desde que se había despertado.

—Por mí podéis seguir —dijo alguien a sus espaldas.

Ulrich y Yumi se giraron con los ojos abiertos de par en par, les había pillado, alguien les había descubierto, pero aquella voz…

Odd les miraba con una sonrisa de oreja a oreja satisfecho de haber mandado a la porra todos los esfuerzos de sus amigos por mantenerlo en secreto.

—Tranquilos —dijo con tono cantarín—. Os guardaré el secreto.

Se limitaron a asentir, demasiado sorprendidos para articular palabra. Una campeona de karate y cuarto dan de judo, y un experto en Pentchak-Silat, a parte del karate, más le valía no irse de la lengua o iba a pasar mucho tiempo sin poder ligar.

Fin

Aclaraciones:

Hel o Hela: diosa de la mitología nórdica, hija de Loki y de una giganta hechicera venida de Jötunheim. Hela reina sobre Niflheim y vive bajo las raíces de Yggdrasil.
INTERPOL: Organización Internacional de Policía Criminal. Fue fundada en 1923, en ella participan 188 países, es la segunda organización internacional más grande del mundo.
Kami: es la palabra japonesas para referirse a las entidades espirituales adoradas en el sintoísmo. La palabra suele traducirse como "dios" o "deidad". Los kami femeninos a menudo aparecen bajo el vocablo "megami".
Por ejemplo: Amateratsu Ô-Mikami (Amateratsu u Ôhiru-menomuchi-no-kami) es la diosa del Sol en el sintoísmo y, según la religión, es un antepasado de la Familia Imperial de Japón. Es una de las figuras más importantes del sintoísmo, así como la más conocida.
MILAD: es una de las unidades especiales de la policía francesa, en concreto es la unidad de lucha anti-droga.
Vellis: significa "velo" en latín.

Escrito el 29 de octubre de 2010

domingo, 10 de octubre de 2010

ADQST 09.- Derribo



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Derribo

—¡Eh! —William invocó su espada que apareció en su mano derecha—. Hay prisa, ¿recordáis?

—¿Jérémie hay algo en la pantalla? —gruñó Ulrich.

—Más adelante, a vuestra izquierda hay una puerta. Descifraré el código y la abriré.

Mientras tanto en la replika del sector de las montañas, Odd y Aelita permanecían sentados sobre una roca cercana a la torre y al Skid.

—Y así fue como gané aquel concurso de comer tartas —dijo Odd con orgullo.

Aelita rió.

—Algún día te llevaré a Sidney y podrás participar, princesa.

—Yo no como tanto como tú —continuó riendo.

Odd le acarició la mejilla con cariño. Tiempo atrás había sentido una increíble conexión con ella, Aelita era especial en muchos sentidos. No sólo era una persona extraordinaria y sorprendente, también le había comprendido desde el primer instante y nunca se había burlado de sus atolondradas y raras ocurrencias, o de los nombres que les ponía a los monstruos. Eso sin mencionar la extraña peculiaridad de que no había crecido nada durante los diez años que había vivido encerrada en Lyoko.

Era como la prota de una de esas películas de ciencia ficción al más puro estilo de Blade Runner. Le encantaba.

—Odd… ¿puedo preguntarte algo?

—Adelante princesa. —Le guiñó un ojo.

—¿Cómo… acabaste con Sissi?

El chico gato sonrió y su cola se agitó con gracia.

—¡Prepárate para una superexclusiva! —exclamó pasándole un brazo por los hombros y espachurrándola contra su pecho—. Todo empezó en el Kadic…

Hizo una pausa dramática y empezó a contar su historia.

Unos días antes de que Yumi nos soltase la bomba de que volvía a Japón.

Estaba nublado, hacía fresquito y era de noche, casi de madrugada. De vez en cuando se podía intuir la luz de la luna y alguna que otra estrella quedaba al descubierto.

Salí a pasear por que Ulrich no paraba de gruñir mientras estudiaba y me empezaba a sacar de mis casillas. Entre tú y yo, princesa, a veces es un poco cargante tanto mal humor. Así que me dispuse a esquivar a Jimbo que hacía la ronda por el pasillo de los chicos más pequeños, y me deslicé por la barandilla de las escaleras para que no oyera mis pasos. Salí al patio, que estaba desierto y en silencio, y corrí, por si acaso, hasta el cobertizo del jardinero.

Estaba todo a oscuras y… bueno, debería haber pensado en ello pero no se me ocurrió en aquel momento. Tendría que haber cogido una linterna. Abrí la puerta procurando no hacer mucho ruido, cosa que no fue nada fácil.

Cerré la puerta y caminé a oscuras, entonces vi una lucecita que se apagaba. Me quedé helado unos segundos hasta que me di cuenta de que no podía ser ni Jim ni ningún otro profesor, así que me armé de valor y pregunté:

¿Quién anda ahí?

¿Odd? —inquirió mi acompañante encendiendo de nuevo la lucecita, que no era otra cosa que una linterna en miniatura—. ¿Eres tú?

¡Oh, sí! Era la mismísima Sissi Delmas con un pijama rosa la mar de mono. Me senté a su lado y digamos que la cercanía hizo el resto.

Cuando llegué al Kadic pensé que había un montón de chicas preciosas, hasta que vi a Sissi y me quedé alucinado, después supe que estaba loca por Ulrich y que el resto de chicos le interesábamos tanto como un papel de chicle tirado en el suelo. Aproveché muchas veces las vueltas al pasado para alejar a la competencia como Théo Gauthier, al que le presenté a Yumi para que la acompañara a casa, eso me costó un buen cabreo de Ulrich. Y alguna que otra estrategia que no sirvió de gran cosa…

Pero cuando estuvimos los dos a solas en mitad de la oscuridad, le propuse un trato. Si salía conmigo le ayudaría con Ulrich. Protestó como si le estuviese pidiendo que se tirara por un puente, sin embargo y para mi sorpresa me dijo que sí.

Fue un juego, en cierto sentido. Ella no tenía un gran interés por mí, pero se me arrimaba cada vez que aparecía Ulrich, y yo… estaba loco por ella.

El día en que Yumi nos lanzó la bomba, después de cenar y mientras Ulrich se autocompadecía en compañía de su almohada, fui a nuestro punto de encuentro. El cobertizo. Sissi me miró de una manera diferente, pero no le di importancia, me senté entre las cajas con ella y le expliqué lo de Yumi. Se alegró bastante, cómo no, su rival desaparecía ¿había algo mejor? Supuse que debía alegrarme por ella, pero no pude, y no por que Yumi fuese mi amiga y se largase, sino por que eso le abría una ventana a Sissi para estar con Ulrich.

Me estuvo hablando sin parar de las miles de posibilidades que le daba esa noticia. Estaba eufórica y yo sólo tenía ganas de ir a llorar con Ulrich. Entonces ¡vaya! Si me lo hubiesen contado no me lo hubiese creído. Sissi se inclinó hacia adelante y me besó. No entraré en detalles, por algo soy un caballero.

Aquello fue el principio de algo especial y eso lo notaron tanto Hervé como Nicolas.

Hervé se puso de lo más pesado, empezó con miraditas fulminantes, después vinieron los murmullos…

Esto no lo sabe nadie, pero entre Hervé y Nicolas me tuvieron cuatro horas encerrado en los lavabos, y si se lo cuentas a alguien lo negaré rotundamente. Me sometieron a un interrogatorio que ni la CIA.

Nicolas estaba preocupado por Sissi, por si era otra de mis chicas de unos días y después la dejaba, y también por Ulrich, por si se enfadaría por ello. Nada fuera de lo normal.

Pero Hervé estaba histérico, chillando como un loco. Hasta intentó pegarme ¿puedes creértelo?

Hervé siempre ha estado colado por Sissi, pero no esperaba esa reacción o al menos, no esperaba que le durase tanto. Me declaró la guerra.

Aelita parpadeó y entreabrió los labios.

—¿Por eso dijo que le habías amenazado para que te hiciese el trabajo de ciencias? —preguntó.

—Sí —contestó—. También fue Hervé quien hizo correr el rumor de que te había roto el brazo por que no habías querido darme entradas para ver a los Subdigitales, y el que dijo que tenía una libreta donde apuntaba los nombres de las chicas con las que salía para ponerles notas y después burlarme de ellas.

Aelita ahogó un gemido. No podía creérselo, todos aquellos rumores que casi le cuestan la expulsión a Odd habían sido cosa de Hervé. Nunca lo hubiese pensado. Le tenía por un buen chico.

—Es horrible… —susurró.

—Bueno, al final he sido yo quien se ha quedado con la chica. —Sonrió—. El karma se la ha devuelto.

Ella rió y se dejó abrazar por su "primo".

—Se os acerca otro monstruo —anunció Jérémie.

Odd se incorporó con un ágil salto y cargó sus flechas láser apuntando hacia al horizonte. Aelita se puso en pie lentamente analizando los alrededores, esperando ver a una tarántula o cucaracha corretear hacia ellos.

Ambos se giraron al oír un leve chapoteo y observaron asombrados al pequeño pececillo de color dorado que acababa de saltar desde el mar digital. El símbolo de X.A.N.A. brillaba en su frente como si estuviera hecho de algún material reflectante, mostraba unos enormes y afilados dientes con los que parecía sonreírles. Con algunos delicados movimientos de sus aletas redirigió su espectacular vuelo, agitó su cola y lanzó un rayo de un intenso color verde. Odd empujó a Aelita apartándola del ataque y se dispuso a echarse a un lado para hacer lo mismo, pero no fue lo suficiente rápido.

El cuerpo de Odd cayó al suelo, boca abajo, con un ruido seco y su cola dejó de agitarse.

El pequeño pez dorado regresó por donde había venido, sumergiéndose en las profundidades del mar digital.

Aelita se acercó a su amigo y puso una de sus manos sobre el hombro de él.

—¿Estás bien, Odd? —susurró—. Menudo susto…

»Odd… deja de hacer el tonto —murmuró frunciendo el ceño—. Odd ¡me estás asustando! ¡Odd! ¡Levántate!

Empezó a sacudirle del hombro, cada vez con más fuerza. Comenzaba a darse cuenta de que aquello no era ninguna broma por que la cola de Odd no se movía ni un milímetro, siempre seguían el ritmo de lo que pensaba, si no se movía era que no estaba consciente.

Le dio algunos golpecitos en el brazo. Quería que reaccionase. Quería que se despertase. Tenía un miedo atroz.

—¡Odd! —chilló zarandeándole en vano.

—¿Qué le pasa? —Jérémie miraba atónito la pantalla—. No ha perdido puntos ¿por qué no se levanta?

En algún punto de la mente de Odd, Aelita, le miraba con desprecio.

—¿Qué pasa, princesa?

—Eres asqueroso —escupió con una expresión que Odd jamás creyó posible ver en ella—. De lo peor que he visto nunca.

El chico enarcó las cejas. Tal vez no fuera el más inteligente del grupo, quizás no fuera el más espabilado, e incluso era posible que nunca estuviese tan atento como debería. Pero si había algo que veía tan claro como el agua era que, esa Aelita de mirada despectiva, no era la real. No era ni una sombra de lo que era su amiga.

Ahora bien ¿de dónde había salido? Todo estaba bastante confuso. No podía recordar donde estaba instantes antes de que ella hubiese aparecido. Tampoco qué estaba haciendo. Como si se hubiese dejado el cerebro olvidado en casa y acabase de volver a ponérselo. Era tan raro que empezaba a sentir un cierto vértigo.

—Oye, princesa ¿por qué dices eso?

—¿Es que no tienes espejo?

—Tengo muchos —replicó—. A Sissi le fascinan.

—Eres feo, no sabes vestir y ese peinado es ridículo.

Odd rió. Era la imitación más cutre del mundo.

—Y eso que mi estilismo siempre te ha gustado.

—Sí… —dudó—. Claro…

—Vamos, princesa ¿por qué dudas tanto?

La falsa Aelita sonrió con timidez, avanzó algunos pasos y abrazó con fuerza a Odd. Continuó con los gestos impropios de ella. Acarició su espalda con un suave movimiento de manos y se puso de puntillas para besarle. Tras un instante de desconcierto reaccionó, sujetándola con fuerza por ambos brazos, el ceño fruncido y una actitud fría.

—¿Quién eres tú?

El cuerpo de Aelita se desvaneció y todo a su alrededor giró desorientándole aún más. Cerró los ojos con fuerza y después los volvió a abrir lentamente. Reconoció lo que le rodeaba. Su casa. Suya y de Sissi, en Sidney. Estaba en el pasillo que conducía a su habitación.

La puerta blanca del dormitorio estaba entreabierta y de ella escapaban dos risas que él reconocería en cualquier parte del mundo. Caminó con sigilo hasta allí y escuchó sus voces. Ulrich y Sissi.

Necesitó recordarse a si mismo que aquello no era real por más que lo pareciera. Ulrich estaba colado por Yumi, no por Sissi. No se iría con ella ni para poner celosa a Yumi. Era su mejor amigo. Le conocía a la perfección.

Abrió la puerta y se topó con la ropa de ambos tirada por el suelo, y ellos riendo y charlando tapados con la sábana en la cama. Aquella Sissi se incorporó y le miró de arriba a abajo.

—¿Qué esperabas? —preguntó apartándose su larga melena.

—Pues… —dudó.

Que supiera que no era real no hacía que fuese menos doloroso. Había pasado mucho tiempo a la sombra de Ulrich como para que no le afectase.

Mientras tanto en la Cochinchina, Ulrich, William y Yumi corrían por un larguísimo pasillo desierto plagado de puertas. Jérémie no había dicho ni una sola palabra desde que les había abierto la entrada.

Ulrich se detuvo en seco, refunfuñó algo imposible de entender y resopló.

—Esto de correr sin rumbo no me parece buena idea.

—¿Tienes una mejor?

La única idea que había en su cabeza en esos momentos era la de acabar su conversación con Yumi.

—Podríamos intentar entrar en alguna de estas salas —optó por decir.

—Intentémoslo —dijo ella sonriendo.

Se distribuyeron a los largo del corredor y fueron empujando los portones pero ninguno cedió un milímetro.

Correr sin rumbo no servía de nada, tratar de abrir las puertas tampoco y no tenían ni idea de donde estaba escondido el superordenador. Sin Jérémie era como si estuviesen ciegos.

Sissi Delmas suspiró frente a la puerta del edificio de las oficinas de la academia Kadic. Había estado horas pensando en como cumplir la petición de Jérémie y al final había optado por lo que mejor se le daba. Un ataque frontal y patalear como una niña mimada.

Se apartó la larga melena del hombro con un ademán y avanzó con paso firme por el pasillo hasta la antesala del despacho de su padre. Nicole Weber, la secretaria, la miró como si fuese la primera vez en la vida que la veía.

—Hola Sissi —dijo la mujer ajustándose las gafas—. El señor Delmas ha salido.

—No importa. —Contuvo su entusiasmo, que su padre hubiese salido le venía de perlas—. Sólo he venido a recoger una cosa que le había prestado.

—Lo siento pero… —Se puso en pie y caminó hasta la puerta para bloquearle el paso—. No puedo dejarte pasar.

Sissi bufó y frunció el ceño, al final si que iba a tener que patalear.

—Muy bien, señora Weber. Tal vez tendré que decirle a mi papi que su secretaria me ha tratado como a una delincuente impidiéndome entrar a su despacho. Y tal vez tenga que sugerirle que la eche. —Avanzó y la apartó con un leve empujón—. Supongo que no querrá eso, señora Weber.

Tras entrar cerró la puerta de un portazo y se apoyó en ella, la adrenalina corría por sus venas. No era que hubiese hecho algo peligroso pero la reacción de la secretaria le había puesto en alerta.

El despacho de su padre estaba como siempre, la mesa plagada de papeles y bañada por el sol.

«Si yo fuera un horario de 1994 dónde estaría guardado» pensó dejándose caer en la silla giratoria con un raído cojín azul.

Un dichoso horario ¿había una misión más tonta y ridícula en el mundo? Apoyó la espalda en el respaldo y cruzó las manos frente a su cara. Notó que el ordenador estaba encendido movió el ratón y la pantalla se encendió, el juego al que tan enganchado estaba desde hacía años, uno de ponerle la cabeza a un pingüino rechoncho y azul, estaba en modo de pausa. Lo minimizó. Sabía que muchos de los datos académicos habían sido digitalizados, tal vez el horario estuviese allí.

En el escritorio había un icono titulado "Datos académicos", enarcó una ceja. Demasiado sencillo. Hizo clic sobre ella y se abrió una pantallita de alarma:

Usuario:
Jean-Pierre Delmas
Contraseña:

Enarcó las cejas. «Lizzie250589» tecleó. El aviso desapareció y la carpeta se abrió. Su padre siempre usaba la misma contraseña y no entendía por qué.

"Lizzie" era como llamaba de manera cariñosa a su madre, Elisabeth, y "250589" equivalía a la fecha en la que se casaron el día veinticinco de mayo de mil novecientos ochenta y nueve. ¿Cómo podía seguir enamorado de esa mujer? Les había abandonado como si fueran un par de bolsas de basura.

Había varias subcarpetas con los años escritos. Desde 1864 hasta la fecha actual. Entonces suspiró, Jérémie había puesto 1994, pero ¿a qué curso se refería? ¿1993-1994? O ¿1994-1995? Estupendo… quizás Jérémie no fuese tan sumamente inteligente como creía.

Abrió la primera "1993-1994" dentro había varios archivos de texto, relaciones de alumnos, de profesores, expedientes… sonaba aburrido. Pulsó la flecha para retroceder y colocó el pendrive rosa fucsia que siempre llevaba con ella en uno de los puertos USB. Grabó las carpetas de ambos cursos en él. Después lo dejó todo tal y como lo había encontrado y salió ignorando a la secretaria.

Antes de irse tenía que hacer otra parada. Atravesó el campus en dirección a la biblioteca. Y entonces vio aquel horrible jersey verde de punto y supo lo que se le venía encima.

—¡Sissi! —graznó el joven del jersey.

—Hola Hervé… —le saludó con tan poco entusiasmo que se sorprendió a sí misma.

—¿Cómo estás?

A Sissi se le pusieron los pelos de punta. Cuando estudiaban juntos y eran de la misma pandilla a veces le inquietaba, siempre le miraba de un modo bastante espeluznante, por eso había metido a Nicolas en el grupo, por que le hacía sentir un poco menos incómoda. Al empezar a salir con Odd comenzó a mirarla como si fuera un psicópata. Realmente, Hervé, no era una persona que le inspirara demasiada confianza.

Físicamente no había cambiado demasiado, seguía igual de flacucho y enclenque que siempre, con aquellas horrendas gafas redondas con vidrios de culo de botella, el peinado desfasado a más no poder y su ropa de la que prefería no opinar…

—Ah… estoy bien —contestó.

—¿Y tu novio? ¿ya te ha abandonado por otra? —preguntó con una sonrisa torcida—. No tiene que ser fácil vivir con un tío que se acuesta con todas las que se encuentra.

—Hazme un favor Hervé —replicó con un ligero temblor de rabia—. Cómprate una isla y piérdete.

Pasó por su lado hecha una furia. No sabía porque le había contratado su padre, nunca le había gustado. La mano de Hervé se cerró como una garra alrededor de su brazo y se vio arrastrada hacia el corredor que conducía a la biblioteca. Las ventanas altas impedían que les vieran desde el interior. Años atrás hubiese estado muerta de miedo, acorralada contra la pared sin nadie que pudiese ir a rescatarla.

—Aparta —le ordenó con frialdad.

—Yo puedo darte lo que de verdad necesitas, Sissi —susurró sujetándola por la barbilla—. Puedo hacerte feliz.

—Ya lo soy, idiota.

Hervé aproximó su cara a la de ella, cuando tenía los labios de él a escasos milímetros de los suyos reaccionó. Flexionó la pierna y le dio un fuerte rodillazo en la entrepierna.

Corrió al interior de la biblioteca, una vez dentro respiró aliviada. Odd estaría orgulloso de ella.

«Física» se recordó a si misma, «el libro está en la sección de física». No podía permitirse pensar en otra cosa que no fuese ese libro, ya tendría tiempo de asustarse cuando estuviese acurrucada en los brazos de Odd.

En la fábrica Jérémie miraba incrédulo la pantalla en la que tenía desplegados todos los datos sobre la estructura virtual de Odd. Nada. Todo era correcto, no había daños, no había perdido puntos, no había virus. Absolutamente nada fuera de lo normal. Pulsó varias teclas para comprobar la condición física y mental del cuerpo real de Odd. Lo único algo extraño era el aumento de las ondas zeta en su actividad cerebral, lo que daba dos opciones: estaba sumido en un sueño velado, o bien, estaba meditando con mucho ahínco.

Suspiró. El superordenador de Vietnam tendría que esperar, no quería arriesgarse a que algo malo les sucediese a Odd y a Aelita, dejaría a uno de los chicos allí a la espera por si se daba la oportunidad de retomar la misión.

El superordenador emitió una alarma sonora, en la pantalla vio cuatro cangrejos que se les acercaban.

—¡Aelita! Se os acercan cuatro cangrejos. Voy a traer de vuelta a los demás —casi chilló. Pulsó varias teclas para cambiar la comunicación—. Ulrich, Yumi, William ¿me oís?

—Sí —contestaron al unísono.

—Tenéis que volver a Lyoko, Aelita y Odd están en peligro. —A través del canal de comunicación oían el repiqueteo de los dedos de Jérémie sobre el teclado a un ritmo frenético—. Activando el transporte.

Sus cuerpos se desvanecieron como si nunca hubiesen existido, y reaparecieron en el interior de sus cabinas en el Skid, sumidos en una semiinconsciencia, similar a estar dormido.

—¡Despertad! —gritó Aelita con la cabeza de Odd apoyada en su regazo— ¡Necesito vuestra ayuda!

Ulrich entreabrió los ojos despacio, se frotó la frente intentando discernir donde estaba. Entonces se despertó de golpe. El Navskid. Lyoko. Miró abajo y vio a Aelita y a Odd rodeados de varios cangrejos que no daban muestras de querer atacar, pero cualquiera se fiaba de las intenciones de X.A.N.A. Pulsó el botón y desembarcó.

Se lanzó contra uno de los cangrejos cortándole las patas traseras, el monstruo se tambaleó y volcó quedando boca arriba, lo remató de un golpe certero. Corrió hacia delante en busca del siguiente cuando un afilado abanico pasó casi rozándole el brazo izquierdo, el cuerpo de la bestia se inclinó y Ulrich clavó su wakizashi en el centro del símbolo de X.A.N.A. haciéndolo estallar.

Dirigió la mirada atrás, hacia su compañera, un instante y sonrió. Seguían formando un equipo invencible. Un estallido a su izquierda le hizo tambalearse y tuvo que apartarse de un salto cuando William cayó a su lado.

El último cangrejo explotó al recibir el imparable corte del abanico de Yumi, que se reunió con ellos.

—Escuchadme —dijo Jérémie—. No sé qué le pasa a Odd, no ha perdido puntos y el escáner que he hecho de su estructura virtual no muestra ningún daño.

—Lo que significa qué… —inquirió Ulrich.

—Que no tengo ni idea de que le pasa.

—Pero… ¿Qué es lo que le ha pasado? —preguntó Yumi.

Aelita hundió los dedos en la rubia melena de Odd y contuvo un sollozo, en Lyoko no podía llorar pero eso no eliminaba la sensación de tener un nudo en la garganta y el escozor en los ojos.

—Un pez dorado ha disparado a Odd y después le ha pasado esto —explicó—. No puedo despertarle.

—Parece que X.A.N.A. ha reforzado su ejército —apuntó William—. Que nos disparen y desvirtualicen no es un problema, pero si puede hacernos lo que sea que le ha hecho a Odd estamos listos.

—William… tú… —Aelita titubeó y alzó la vista—. Sabes como piensa X.A.N.A. ¿no?

El chico se tensó un instante y entonces negó lentamente.

—Sólo en parte. Pero no es que sepa interpretar lo que piensa.

—Déjate de medias tintas —graznó Jérémie—, ¿lo sabes o no?

—X.A.N.A. sólo piensa en sus propios intereses. Quería a Aelita por que ella podía mandar al traste sus planes. Me controló a mí por que… —Miró a Yumi y a Ulrich—. Para desestabilizar al equipo que más miedo le daba.

—¿Equipo? —repitió aturdida Aelita.

—Yumi y Ulrich —gruñó William.

Los dos aludidos intercambiaron miradas, hacían un buen equipo, pero de ahí a convertirse en una de las preocupaciones de X.A.N.A., parecía algo exagerado…

Para X.A.N.A. las revelaciones que había hallado en la mente de Odd eran buenas.

Primero, la querida del muchacho, X.A.N.A. la conocía bien, había tomado control de su cuerpo en varias ocasiones, además había sido la primera persona a la que había logrado poseer y con una eficiencia extraordinaria. Y el que Jérémie, aparentemente, hubiese olvidado como funcionaba exactamente la manera en la que lo hacía, jugaba en su favor. Podría controlarla en el preciso momento en que la necesitase. Eso abriría una buena brecha en su confianza.

Segundo, las teorías de Odd sobre sus amigos. La parte de Ulrich Stern estaba más que confirmada, pero la de Yumi Ishiyama… A X.A.N.A. no le gustaba valerse de intuiciones humanas, eran inexactas, subjetivas y nada lógicas.

Tercero, Aelita era vulnerable. Si tocaba al peón correcto podría darle el jaque mate definitivo. Eso aún debía estudiarlo un poco más, no quería perder esa baza por un error estúpido.

X.A.N.A. sintió como sus cuatro cangrejos caían derrotados y en ese instante rió con un chisporroteo de cables. Justo lo que esperaba. Tal y como lo había planeado. Y entonces lo vio claro. Tenía que aprovechar la situación, se la habían servido en bandeja. "Conoce a tu enemigo como a ti mismo" había oído esa frase en alguna película, y ahora tenía una buena oportunidad.

Transmitió su deseo a su nuevo monstruo «atrápala».

Aelita se llevó las manos a la boca y ahogó un grito, al ver a aquel extraño pez dorado que se elevaba desde el mar digital con precisión letal. El monstruo esquivó los ataques de Aelita, Yumi, William y Ulrich y lanzó su rayo verde hacia Yumi quien cayó al suelo del mismo modo que le había sucedido a Odd.

Ulrich dejó escapar un grito de pura frustración, corrió valiéndose del supersprint tratando de dar caza al pez que empezaba a dirigirse al mar digital. Viendo que no llegaría a tiempo lanzó ambas espadas hacia la bestia y sonrió. Lo había cortado por la mitad.

Regresó cabizbajo hasta los cuerpos de sus amigos y cayó de rodillas junto a Yumi, le acarició la mejilla susurrando un débil «despierta».

—¡Oh, no! —exclamó Jérémie desde la fábrica—. X.A.N.A. ha activado una torre en la replika.

—Jérémie ¿qué hacemos? —preguntó Aelita.

—Lo primero es desactivar la torre. Aún no sé que planea hacer X.A.N.A. pero podría ser peligroso —replicó—. Está bastante lejos. Dirección sureste.

—¿Y Yumi y Odd? —Ulrich permanecía arrodillado junto a Yumi y se negaba a dejarla allí.

—No sé que puede pasar si se desvirtualizan, necesito más información. Tenéis que protegerles.

—Hazte a un lado, Stern —dijo William a su espalda. Obedeció a regañadientes—. Superhumo…

El espeso humo negro, con el que tantas veces había atrapado a Aelita, se desplegó alrededor de Odd y Yumi, los elevó y los mantuvo como si durmieran sobre una mullida cama hecha de nubes de tormenta. Con el brazo extendido hacia delante empezó a caminar precedido por los cuerpos inconscientes de sus amigos.

—Os programaré los vehículos.

Junto a ellos empezaron a formarse las siluetas de sus transportes, la moto de Ulrich, la tabla de Odd y uno que no habían visto antes. Un quad de un intenso color rojo y el dibujo de Cancerbero de color negro en ambos lados de la carrocería; poseía dos ruedas delanteras y sólo una trasera. William soltó un silbido y lo miró con entusiasmo.

—He pensado que… te iría bien. Y como no he podido acceder a tu código virtual…

—Gracias, Jérémie —contestó sin dejarle acabar.

—¿Podrás llevarles igual? —preguntó Aelita con una sonrisa complacida ante el gesto de su marido.

—Sí, no hay problema —dijo tomando asiento en su vehículo—. Vosotros id delante, yo cubro la retaguardia mientras aprendo a usarlo.

Aelita y Ulrich montaron en sus vehículos y tomaron la delantera por el estrecho desfiladero, el camino estaba despejado de enemigos, pero no de obstáculos. La plataforma estaba plagada de piedrecillas virtuales que hacían traquetear la moto de Ulrich poniendo a prueba sus reflejos y equilibrio, de vez en cuando el terreno se abría convirtiéndose en una peligrosa trampa que podía acabar en una excursión no programada al mar digital.

William algo más atrasado se mantenía totalmente concentrado en el espesor del superhumo, sentía que era más complicado que cuando estaba bajo el control de X.A.N.A., no quería que se le escurriesen y cayeran al mar digital. Con gran destreza aceleró y se colocó a la altura de Ulrich.

—Oye, Stern, cuando lleguemos tendrás que protegerles. —Estaba serio y su mirada expresaba preocupación—. A mí a penas me quedan puntos, no creo poder defenderles durante mucho rato. Dejo a Yumi en tus manos, más te vale cuidarla bien.

La torre activada se alzaba sobre una gran explanada, Aelita sonrió al verla, se giró y se la señaló a sus amigos.

—Un enjambre de avispones a vuestra izquierda.

—Maldito X.A.N.A. —farfulló Ulrich—. Cubre a Aelita —le dijo a William—, déjales aquí, yo me encargo.

Se puso en pie sobre el asiento de su moto y saltó contra los avispones, eliminando a uno mientras que los otros tres le esquivaban con facilidad. Echó un rápido vistazo a sus compañeros, a los que William había dejado en el suelo con delicadeza, el brazo de Odd pasaba por encima de la cintura de Yumi.

Los monstruos cargaron sus láseres y dispararon, Ulrich fue bloqueándolos todos con los ágiles y precisos movimientos de sus wakizashi, devolviéndoles algunos de los rayos eliminando a dos más.

—Muy bien, bichejo, solos tú y yo —le dijo al único avispón que quedaba.

—¡Cuidado! —chilló Jérémie—. Tienes un bloque detrás. Ulrich.

—¿Qué? ¡Ah!

El bloque había disparado uno de sus rayos congelantes antes de que tuviese tiempo de darse cuenta de lo que pasaba. Sus piernas y brazos estaban cubiertos de hielo, no podía moverse. Dejó escapar un quejido, no podía creérselo, aquello ponía la situación negra. Muy negra.

—Treinta segundos sin poder moverte… —murmuró Jérémie.

Aelita, que al igual que William, había oído las palabras de Jérémie, extendió el brazo y se concentró de sus labios escapó aquel mágico canto y al instante un muro de piedra se alzó atrapando al bloque. Eso le daría tiempo a Ulrich para librarse de su prisión helada, Yumi tenía todos sus puntos y a Odd a penas le faltaban, así que el avispón no constituía una gran amenaza.

El monstruo volador pareció dudar y esperar las órdenes de su amo. Disparó dos veces a Odd y volvió a detenerse, descendió casi a nivel de suelo sobre el muchacho inconsciente y le lanzó un espeso chorro de veneno que empezó a burbujear sobre su cuerpo.

—¡No! —gritó Ulrich viendo como Odd se desvirtualizaba—. No, no, no, no…

—Sólo quedan dos segundos.

El avispón redirigió su vuelo apuntando a Yumi. El hielo que cubría prácticamente todo su cuerpo empezó a emitir un crujido al resquebrajarse, acabando en un gran estallido. El cuerpo virtual de Ulrich dudó un momento antes de volver a responder a sus deseos, se movió con rapidez interponiéndose entre el avispón y Yumi con ambas espadas en las manos. Desvió los láseres del monstruo con rabia.

—Estúpido bicho asqueroso —gruñó lanzándole uno de los sables, el avispón estalló—. No te dejaré tocar a Yumi, ¿me oyes, X.A.N.A.?

El muro de piedra construido por Aelita se desvaneció, Ulrich giró sobre si mismo para encararle, pero el bloque se le adelantó disparándole en la pierna y el hombro. Su cuerpo se evaporó entre un millar de píxeles azules brillantes.

Las puertas del escáner se abrieron dejando escapar una intensa voluta de vapor caliente, Ulrich asomó la cabeza con cara de pocos amigos. Estaba frustrado. No había podido proteger a Yumi del maldito pez dorado, no había podido evitar que desvirtualizasen a Odd y para colmo le habían eliminado, había dejado a Yumi expuesta, rodeada de monstruos. Salió de la columna y le dio un fuerte puñetazo, el metal gimió. Ulrich sacudió la mano, se había destrozado los nudillos.

—Hay que ver que mal carácter…

—¡Odd! ¡estás bien!

—Pues… sí. Pero no sé como va a estar tu mano después de ese golpe.

»Oye, Ulrich… ¿Crees que X.A.N.A. puede manipular nuestra mente?

Ulrich le miró sorprendido y asintió lentamente. Eso explicaría lo de la falsa Yumi y la sensación de que la conocía.

—Sí, lo creo.

—He soñado con Aelita, o algo así —dijo el rubio rascándose la nuca—. Primero me odiaba, después estaba loca por mí…

—No lo entiendo.

—También habéis aparecido Sissi y tú. —Se puso serio y miró al suelo como si allí estuviese el secreto de todo—. Teníais una aventura.

—¡Eh! no pensarás qué…

Odd mostró una de sus sonrisas de oreja a oreja.

—Si Sissi fuese Yumi, podría haberlo creído. —Se rió—. Si es cosa de X.A.N.A. alguien debería decirle que es un imitador pésimo.

—No hace falta que lo jures.

«Ataque frontal» se dijo Odd, Ulrich acostumbraba a contar las cosas cuando se sentía preparado y él lo respetaba, pero si había dado una respuesta de ese tipo se sentía en la obligación de intentar sonsacárselo.

—¿Qué me ocultas? —le preguntó.

—Si se lo cuentas a Yumi te mato —exclamó con el ceño fruncido—. El otro día cuando se me cayó el techo encima soñé con Yumi.

—Si tuviéramos que sospechar de X.A.N.A. cada vez que tú sueñas con Yumi ya estaríamos encerrados en un psiquiátrico.

—Ja, ja. Qué me muero de la risa —dijo con sarcasmo—. Estaba muy rara y decía cosas que… bueno, que ella no diría.

—¿Cosas como qué?

Ulrich meditó un instante si sería una buena idea explicarle según que cosas a Odd. Decidió que mejor se callaba ciertos detalles comprometedores y se lo explicaba por encima. Empezando por lo de su supuesta casa en común, su pregunta sobre sus sentimientos, las lágrimas y su súplica. Un resumen lo suficientemente detallado para satisfacer la curiosidad de su amigo pero omitiendo todo lo que le incomodaba, como que durante un tiempo había caído en la trampa.

Uno de los escáneres cerró sus puertas de sopetón y empezó emitir su particular sonido. Las puertas se abrieron dejando ver el cuerpo de Yumi que empezaba a caer, Ulrich saltó hacia delante y la sujetó con fuerza evitando que golpease el suelo. Seguía dormida. Sacó sus piernas del escáner y se sentó en el suelo con ella en el regazo.

—Yumi…

Frotó su mejilla contra el pecho de Ulrich, como si de una almohada se tratase, y entreabrió los ojos perezosamente al tiempo que se abrían los otros escáneres de los que salieron Aelita y William.

—¿Estás bien, Yumi? —susurró Ulrich.

Ella alzó la mirada, abrió los ojos de par en par y se apartó arrastrándose sobre su trasero hasta quedar bien lejos de él, como si acabase de hablarle el mismísimo diablo en persona.

Continuará

Aclaraciones:
"Conoce a tu enemigo como a ti mismo":
"Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no deberás temer el resultado de cien batallas. Si te conoces a ti mismo, pero no al enemigo, por cada victoria lograda también sufrirás una derrota. Si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en toda batalla." es una frase de Sun Tzu, un comandante militar chino 544-496 antes de Cristo, recogida en "El arte de la guerra".
Ondas zeta:
se las asocia con las alucinaciones creativas y con los sueños. Son generadas por nuestro cerebro de manera inconsciente. Su actividad aumenta durante la meditación, los procesos creativos (escritura, dibujo…) y el sueño. También se las asocia con las famosas musas de los artistas, precisamente por que su aumento provoca un torrente de imaginación.
Su aumento durante la meditación te ayuda a conocerte a ti mismo, ya que te permite acceder a gran parte de tu subconsciente.
Wakizashi:
o shôtô, es una espada corta de entre 30 y 60 centímetros. Su filo es más delgado que el de la katana y es usada comúnmente como espada de defensa. Antiguamente los samurai la llevaban junto a su katana, el conjunto era conocido como daishô (la larga y la corta).

Escrito el 10 de octubre de 2010

sábado, 9 de octubre de 2010

25M XV.- Sol



Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3

XV.- Sol

Supongo que toda esa gente que dice que la realidad supera a la ficción tiene toda la razón del mundo. Cuando mis padres me dijeron que nos marchábamos a Francia quise esconderme debajo del futón, y suplicarle a Buda que se abriera un agujero bajo mis pies y me tragase. No me gustaban ni Francia ni los franceses… De acuerdo, siendo sincera, sí que me gustaban pero me empeñé en querer odiarlos ¿lo logré? Pues no. Fue un fracaso absoluto.

En sólo una semana perdí a mis amigos, a mi hermano, a mis tíos y abuelos, el templo, la ciudad… Todo aquello que creía que le daba sentido a mi vida.

Un pozo sin fondo, negro, solitario y helado.

Un país diferente, un idioma distinto y gente nueva. Un fastidio. Por suerte empecé a estudiar francés a los tres años. Mi abuela había vivido en Île de Ré, una preciosa isla francesa frente a La Rochelle, en el océano atlántico. Ella me enseñó. Siempre dijo que cualquier chica que se precie debe hablar como mínimo tres idiomas. En mi caso japonés, cantonés y francés, a los que se acabaron añadiendo el inglés, el italiano y el alemán.

El aspecto de la academia Kadic no mejoró mi deseo de "tierra trágame", y mucho menos los alumnos tan diferentes de los que yo estaba acostumbrada a tratar. ¿Qué podía hacer yo en aquel lugar?

La respuesta me llegó en forma de papel rosa volador estampándose contra mi cara. Era un cartel cutre, pésimamente diseñado y manchado de café. Ponía:

¡Dejad de perder el tiempo!

Vuestro profesor favorito, Jim, os convertirá en luchadores como Dios manda.

Apuntaos hoy mismo a las clases de artes marciales.

Inscripciones en el gimnasio de las 9:00 a las 16:30.

Enarqué las cejas y me entraron ganas de reír. En letra pequeñita abajo del todo había escrito:

Por favor, aunque sólo os quedéis dos días.

Aquella suplica me enterneció. Artes marciales, ¿por qué no? En mi escuela, desde bien pequeña, formaba parte de los clubes de karate, judo y aikido. Era un buen punto en común para no volverme loca de remate.

Con toda mi decisión y aplomo seguí el mapa, que el día anterior me había trazado el director, en busca del gimnasio. Me esperaba que fuese un pabellón independiente en el centro de las pistas deportivas, sin embargo era un enorme anexo de otro edificio, que más tarde descubrí que era el aula de música con todos sus instrumentos y perfectamente insonorizada.

El bueno de Jim tenía una cara de puro aburrimiento que te traspasaba el alma, fui hasta a él. Me dijo que allí sólo se admitían alumnos que quisieran tomar clases de artes marciales, cuando le dije que ese era exactamente el motivo por el cual estaba allí, casi se levantó de un salto para abrazarme. Se contuvo y dijo «dos alumnos, todo un record». Lo comprendí más tarde.

El día en que empezaron las clases, aquel día… el cielo nublado de mi vida fue sustituido por un sol radiante que calentaba mi piel para que no tuviese frío.

Dos alumnos. Solos. Ulrich Stern y yo.

«No está mal para una principiante», me soltó en tono de burla cuando esquivé su ataque. «Pobre idiota», pensé y sin la menor consideración le derribé. Estuve a punto de decirle: ¿quién es el principiante ahora, idiota? Pero… en aquella posición en la que estábamos, tirados en el suelo, yo sobre él y forcejeando con cierta rabia… Algo en él, algo en aquello me aceleró el pulso y me puse roja.

No estaba mal, para ser un mocoso presuntuoso. Seguramente si no hubiésemos coincidido en esa clase jamás me habría enamorado de él, seguramente ni habríamos sido amigos. Debo darle las gracias al karma y a Jim.

Ulrich me abrió las puertas al maravilloso e inquietante Lyoko, me dio a mi mejor amiga, Aelita, y a Jérémie y a Odd unos amigos fantásticos. Miles de aventuras. Momentos inolvidables. Secretos compartidos. Complicidad, amistad y amor. Más del que jamás habría imaginado.

Y también millones de problemas. Ataques de X.A.N.A., episodios de celos, broncas… ¡Menudo caos! En aquellas ocasiones me invadían las ganas de patearle, y es que a veces, se ponía de lo más insoportable e infantil. Pero de un modo u otro siempre lo arreglaba.

Ulrich siempre sabía como animarme, lo que necesitaba, que decirme y que hacer. Eso anulaba cualquier cosa estúpida y molesta que pudiera hacer. También ayudaban los entrenamientos que tan bien sentaban cuando estaba cabreada, como Ulrich no era un principiante podía atacar sin contenerme.

Y por supuesto, por ahí también rondaba Sissi con su manía de perseguir a Ulrich a todas partes, lanzarle piropos y tratando de separarnos. Cada vez que la escuchaba decir «Ulrich querido…» me daban ganas de estrangularla. Y William… de él no sé muy bien que decir.

William fue como un soplo de aire fresco y reconfortante, me recordaba a gran parte de lo que dejé atrás al venirme a Francia, así que congeniamos en seguida. Pero ponía histérico a Ulrich y a mí de paso.

Puede que si William no hubiese acabado bajo el control de X.A.N.A. las cosas hubiesen sido diferentes.

Seguramente habría precipitado la situación. Me habría obligado a saltar al vacío sin comprobar si había red para parar la caída. Aún me acuerdo de cuando me dijo que tenía que decidirme, plantarle cara a la situación, sacar mi mejor sonrisa y decir lo que sentía.

Decir: «Te quiero, Ulrich»

Y ahora, puedo mirar atrás sin arrepentirme de nada. Sé que he hecho todo lo que tenía que hacer y que no me he dejado vencer por el miedo.

Lo sé por que la pausada respiración a mi lado, en la cama, así lo confirma.

El pelo castaño, rebelde y revuelto, la nariz alargada y grande, para lo que yo estaba acostumbrada a ver en mi país, la piel dorada y morena…

Ulrich Stern abrió sus ojos de color caramelo, adormilado, mirándome con aquella expresión fascinante.

—Yumi… ¿No puedes dormir?

—Pensaba…

—¿En qué?

—En que el sol es radiante.

—Yumi… —me susurró alzando una ceja—. Son las tres de la madrugada, no hay sol a estas horas.

—Sí lo hay —murmuré— está aquí, a mi lado.

—Eso es muy irónico. —Rió.

Me acurruqué en su pecho desnudo. Al parecer eso de perder la ropa sin previo aviso se había convertido en una costumbre para nosotros. Ulrich me besó el pelo con una suave caricia en mi brazo.

No pude contener un leve suspiro que llevaba un rato amenazando con escapar.

—¿Qué ocurre, preciosa?

—Te quiero. Mucho.

—Y yo a ti.

Tomó mi barbilla entre sus dedos para hacerme alzar la cara y me besó en los labios, de ese modo que sólo él sabía, con una impresionante mezcla de dulzura y pasión.

Sólo tengo una frase para ti, Ulrich:

Eres el sol que ilumina mi vida.

Fin

Escrito el 08 de octubre de 2010