miércoles, 15 de septiembre de 2010

Un beso de cristal



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Un beso de cristal

El mundo a veces es extraño. Parecía un día perfecto, de esos en los que ni una mísera nube entorpece al azul del cielo ni le da por tapar al cálido sol primaveral, todo semejaba brillar con luz propia en una exasperante competición de destellos cegadores.

Odd jugueteaba con la mano de su nueva novia, Sorya Abbulabbas, bajo la sombra de uno de los árboles centenarios. Jérémie y Aelita hojeaban uno de esos libros gigantescos sobre algún tema complicado y aburrido. Ulrich y Yumi estaban enfrascados en uno de sus entrenamientos a golpes. Y William los miraba sin comprender como era posible que nunca llegasen a hacerse daño de verdad, ambos pegaban con fuerza.

No lejos de allí, Hervé, Nicolas y Sissi, maquinaban cualquier cosa no demasiado buena pero indiferente para ellos. Se dedicaban a juguetear con un balón cerca de los ventanales.

William suspiró y se estiró, le estaba entrando un sueño mortal y más le valía espabilarse si no quería suspender el examen que tenía en una hora. Se puso de pie, les dijo adiós con la mano a los chicos y se adentró en el edificio.

Era un misterio que Jim no estuviese en el pasillo riñendo a los alumnos por estar allí adentro en vez de estar en el patio. Avanzó pasando frente a los enormes ventanales cuando un balón impactó contra ellos haciendo estallar los vidrios. Los pedacitos de cristal rebotaron en su ropa y cayeron al suelo.

Magali De Vasseur, Azra Ürgüp, Noémie N'Guyen y Emilie Leduc se acercaron hasta a él, igual que lo hicieron otros alumnos.

—¿Estás bien, William? —preguntó Noémie.

—Sí, estoy perfectamente.

—Menudo susto —murmuró Emilie con una mano en el pecho.

Miraron a través del marco de la ventana y vieron a Sissi y a Nicolas con la vista clavada en Hervé y a este con una expresión horrorizada, sudor en la frente y la palabra "culpable" estampada en la frente.

—Espero que Jim no me culpe a mí —dijo William con humor.

—No sería tan raro. —Noémie se encogió de hombros—. Todos sabemos que eres el especialista en meterte en líos.

—Bueno… es una suerte que haya testigos de que no he sido yo.

—Claro. —Emilie dio un paso al frente sonrojada—. Nosotras se lo diremos a Jim. No… no te puede castigar por algo que no has hecho.

Alguien entró en el edificio corriendo, pasó como una bala arrollando a Emilie y lanzándola contra los cristales rotos del suelo. William alargó el brazo para evitar que cayera y se hiciese daño. Resbaló. Según perdía el equilibrio reconoció el jersey verde de punto de Hervé que se alejaba por el pasillo.

La abrazó con fuerza protegiéndola del golpe con su propio cuerpo, los afilados pedazos de cristal se hundieron en su espalda provocándole heridas profundas y dolorosas.

—¡Leduc, Dunbar! ¿Estáis bien? —aulló Jim que había acudido al oír el estallido de los vidrios.

—¿Te has cortado, Emilie? —preguntó William sin aflojar el abrazo e ignorando de manera deliberada a Jim.

—E… es-estoy bien —tartamudeó—. ¿Y tú?

Jim llegó hasta a ellos y maldijo a voz en grito.

—¡Avisad al director! —gritó sacando el teléfono móvil del bolsillo de su sudadera—. No te levantes Dunbar, suelta a Leduc despacio.

Quiso obedecer, pero no pudo. Se había asustado tanto que estaba petrificado, le dolían los brazos de la tensión. Inspiró hondo y batalló contra la sensación punzante de sus músculos liberando a Emilie del abrazo. Ella se levantó muy despacio aturdida y asustada. Los cristales de sus gafas se habían roto y no veía demasiado bien. Cuando estuvo en pie, miró a William y sus rodillas se aflojaron. Había sangre en el suelo, Emilie sabía que no era suya… por eso Jim le había dicho que no se levantase. Emmanuel la sujetó por el brazo antes de que acabara en el suelo.

El profesor de gimnasia pedía una ambulancia mientras los alumnos miraban todo lo que ocurría. Hervé se había esfumado, Sissi le miraba horrorizada al borde de las lágrimas y Nicolas petrificado. Sus amigos le observaban preocupados. William pensó que debía tener una pinta espantosa para que todos tuvieran aquella cara.

Para Emilie todo ocurría como si se proyectase en una pantalla borrosa, oía murmullo y voces, pero no podía entender ni una sola palabra. Su pulso latía en sus oídos ensordeciéndola. Tenía mucho miedo.

Cuando recuperó el control sobre si misma estaba en su cuarto con sus amigas, Azra, Magali y Noémie, con los ojos llorosos, una caja de pañuelos de papel en el regazo y una tableta de chocolate con leche en la mano. El móvil de Azra sonó y Emilie dio un bote en la cama del susto.

—Es Odd —dijo con su particular acento pulsando la tecla para hablar—. Hola, ¿qué sucede? —Hizo una pausa escuchando la respuesta de su interlocutor y sonrió— ¿De verdad? Eso es fantástico.

Azra miró a Emilie y le acarició el hombro.

—Sí, estoy con ella —contestó—. Se lo diré. Gracias Odd. —Frunció el ceño y suspiró—. No, no voy a ir contigo al cine mañana. Adiós, Odd.

—¿Y? —preguntó Noémie alargando la letra—. Aparte de intentar ligar contigo, ¿qué quería?

—Llamaba desde el hospital… —dejó la frase a medias al ver que los ojos de Emilie amenazaban con desbordarse de nuevo.

—¡Azra! No nos dejes en vilo —protestó Magali.

—Ah… vienen hacia aquí. William está bien.

Emilie se lanzó a los brazos de su amiga como si acabase de concederle su mayor deseo. Lloraba y sonreía. Lloraba por los nervios y la tensión acumulados, y sonreía porque estaba contentísima al saber que no le había pasado nada malo.

—Odd me ha dicho que le han dado muchos puntos —continuó, frotándole la espalda—. Necesitará que alguien le ayude a quitarse el vendaje y curarse desde esta noche hasta que le diga el médico.

—¡Genial! —exclamó Noémie, sus amigas le miraron con reproche—. No pongáis esas caras. Ese "alguien que le ayude" puede ser nuestra Emilie.

—¿Yo? —preguntó con torpeza sonrojada.

—¡No, la Emilie del otro lado del espejo! —replicó Magali—. Pues claro que tú, tonta.

—Es una gran oportunidad —apoyó Azra.

—Pero antes de irte a hacer de enfermera tenemos que arreglar tu miopía. —Noémie se levantó y caminó hasta el escritorio de Azra y Emilie—. ¿No tienes unas gafas de reserva?

—Sí, pero… prefiero no ver por donde voy que ponérmelas.

—Anda ya, Emilie. ¿Prefieres echarle desinfectante en un ojo y que te ponga una orden de alejamiento?

Se le escapó una risilla nerviosa al imaginarse la situación planteada por Noémie.

—En el primer cajón de la derecha.

Noémie lo abrió y sacó un estuche de color negro con la filigrana de la marca de color rojo. Sacó de su interior las gafas de montura de pasta, gruesa de color naranja y de forma redonda, eran enormes. Magali y Azra asintieron. La arreglarían para que no desentonasen demasiado, además no podía seguir más rato con aquella ropa manchada de sangre.

Todo el vestuario de Emilie acabó sobre las camas bajo el estricto análisis de Noémie, Magali y Azra. ¿Qué iba más con su estilo y no desentonaba con las gafas?

—Decidido —dijo Noémie cogiendo una camiseta blanca con los dobladillos de color rojo.

La tendió en el aire dejando en evidencia el pronunciado escote. Magali cogió unos vaqueros ajustados y de talle bajo, desgastados y remendados en la zona de las rodillas y los bolsillos. Azra con una sonrisa enigmática tomó una camisa de un suave tono calabaza a la que le faltaban varios botones y que hacía años que Emilie no se ponía.

—¡Perfecto! —exclamaron las tres a la vez.

Emilie se levantó y empezó a cambiarse, si se negaba y pataleaba la vestirían a la fuerza. Sus amigas eran unas brujas mandonas y adorables. Se enfundó los pantalones y la camiseta y se puso la camisa como si fuese una chaqueta.

Noémie negó con la cabeza, caminó hasta a ella y abrochó los dos botones a la altura del pecho, marcando el escote de la camiseta sin que quedase descarado y vulgar. Magali y Azra alzaron los pulgares al unísono.

—Y ahora el plan —soltó Magali—. Vamos a estar pendientes de la ventana que tan buena vista de la entrada nos ofrece para saber cuando llega. Esperaremos… ¿cuánto? ¿Diez minutos?

—Mejor quince —contestó Azra.

—Pues esperaremos quince minutos. Nosotras entretendremos a Jim mientras tú te escabulles escaleras arriba. Llamas a su puerta le plantas una sonrisa capaz de fundir el Polo Sur y le ofreces tus servicios de enfermera a domicilio.

—Suena bien —acordó Noémie.

—Pero… —susurró Emilie intimidada por la capacidad de maquinación a la velocidad de la luz de sus amigas—. ¿Y si están sus amigos con él? ¿Y si está Yumi?

Las tres chicas intercambiaron miradas.

—Yo entretendré a Odd —dijo Azra.

—Con eso bastará —asintió Magali—. Stern no creo que tenga muchas ganas de jugar a las casitas con William. No se llevan muy bien. E Ishiyama… supongo que a estas horas se habrá ido a su casa, y si no… nuestra Azra puede entretenerla también.

—Os olvidáis de Jérémie y de Aelita.

—No —dijo crípticamente Noémie—. Todo controlado, querida. Que empiece el plan "Doctora Emilie".

Magali y Noémie se sentaron sobre el escritorio observando con atención la entrada de la escuela. Cuando vieron entrar a William, a Jim y al resto se pusieron en marcha. Sincronizaron los relojes como en un peli de espías, y se movieron hasta sus posiciones.

Mientras entretenían a Jim al pie de las escaleras el reloj de Emilie pitó marcando el paso de los quince minutos de plazo. Suspiró, tanta planificación le había puesto de los nervios. Asomó la cabeza por la barandilla para comprobar que el profe de gimnasia estaba entretenido y subió las escaleras rauda como el viento.

La planta estaba desierta como era de esperar a aquellas horas de la noche, recorrió el pasillo plagado de puertas, todas iguales, hasta dar con la correcta. Se detuvo sin un ápice de seguridad.
Emilie inspiró hondo, cerró la mano en un puño y la alzó, dudó a medio gesto y suspiró agachando la cabeza. Tenía que llamar a una puerta no examinarse de física cuántica, no era tan difícil. Golpeó la madera con los nudillos con timidez.

—Si no vendes nada, entra. —La voz de William sonaba adormilada.

Bajó la maneta y la puerta se abrió con un leve chirriar. Emilie entró con las manos a la espalda, él le sonrió desde la cama. Se arrepintió de haberse puesto aquellas gafas tan feas que parecían sacadas de los setenta, aunque sin ellas se habría perdido aquella magnífica sonrisa.

—Pasa y siéntate.

—Ah… yo… quería darte las gracias.

—Mal hecho —le reprendió con suavidad—. No tenías que hacerlo y menos molestarte en venir hasta aquí.

—Pero antes no te lo he agradecido.

—Basta con que estés bien.

William le acarició el pelo con tanta suavidad que se le cortó la respiración. Ella apoyó las manos sobre la cama.

—¡Ey! —exclamó él—. Me encantan tus gafas nuevas.

—No te burles de mi —dijo con una sonrisa triste—, son espantosas.

—A mi me gustan, estás muy guapa.

Emilie se puso completamente roja y se apartó de la suave caricia de William en su pelo.

—Perdona —se disculpó—. Creo que la medicación me nubla la mente. No quería incomodarte.
Estuvo a punto de escapársele un suspiro de emoción, que no supo como demonios había logrado contener. Se retorció los dedos pensando en que harían sus amigas a continuación si estuvieran con el chico que les gustaba. Seguramente Noémie se habría arrimado más a él y habría coqueteado; Magali habría sonreído y contestado a su piropo con una frase a la altura; y Azra lo más probable era que se hubiese sonrojado y no se habría apartado.

Era una boba, sintió ganas de pegarse a si misma. Entonces recordó que había ido a hacerle de "enfermera a domicilio".

—Deja al menos que te cure, ya que no me dejas darte las gracias.

—No hace falta, pueden hacerlo Odd o Jérémie, incluso Ulrich.

—Ellos no tienen la culpa de que estés herido —musitó mirándose las manos sobre el regazo.

—Técnicamente… la culpa es de Hervé. —Hizo una mueca de disgusto—. No querría que viniese a curarme.

Emilie rió y se apartó un mechón de la frente.

—Quítate la camiseta —pronunció en un susurro—. No me obligues a usar la fuerza.

—Vale, vale. —Rió—. ¿Eres la hermana menor del increíble Hulk?

William se quitó la camiseta, su espalda parecía el tablero de un juego de memorizar cartas, lleno de gasas, esparadrapo y tiritas. Su habitual olor a cedro se mezclaba con el del desinfectante médico, en una combinación curiosamente agradable.

—¿Dónde tienes las medicinas? —preguntó sonrojada.

—En el escritorio, la bolsa verde.

Ella se levantó con fingida seguridad y la llevó hasta la cama junto con la papelera, volvió a sentarse. Fue quitando las tiritas y el esparadrapo con cuidado, intentando que las fibras de las gasas no se enredaran en los puntos.

—No hace falta que tengas tanto cuidado —dijo relajado—. Me han dado tantos antiinflamatorios y calmantes que no me dolería ni aunque me atropellasen.

—Lo siento. Si te hace sentir incómodo…

—No, no. No es eso.

Emilie continuó despegando tiritas y esparadrapo, de vez en cuando sus dedos rozaban la piel de William, era suave y cálida y bajo ella se apreciaba su cuidada musculatura. Sintió arder sus mejillas como si acabasen de prenderle fuego, y, por un momento, creyó que incluso se le empañarían las gafas del calor que acababa de entrarle, al evocar en su mente el fuerte abrazo que le había dado.

No sabía muy bien cuando había ocurrido, un día se sorprendió a si misma mirando fijamente a William y suspirando como una boba, mientras Jim berreaba tras una de las gamberradas del muchacho.

William hacía que su corazón se disparase y eso le gustaba. Era un rebelde, pero sabía ser encantador y comportarse como un caballero cuando debía.

Emilie aplicó, cuidadosamente, yodo sobre las múltiples heridas limpiando con un par de gasas estériles el excedente.

Alargó más de lo necesario las curas por que estaba fascinada. Pero finalmente se resignó a volver a cubrir las cicatrices con las gasas, esparadrapo y tiritas. Le acercó la camiseta que había dejado entre ellos para que se la pusiera, y vio que William tenía una misteriosa sonrisa en los labios.

—Gracias —susurró con voz adormilada—. Eres una enfermera genial.

Besó a Emilie en la mejilla antes de dejarse caer sobre la cama, tanta medicación le había dejado K.O., de nada serviría mentir o intentar disimular. Ella se levantó y tiró de la sábana para arroparle, William emitió un ronroneo ante la placentera sensación de sentirse querido, no le importaría nada tener aquello cada día, le encantaría tenerlo.

Mantuvo los ojos cerrados escuchando como guardaba las medicinas en la bolsa de plástico verde, y algunas de las cosas que él había dejado por ahí tiradas, como las botas, la mochila, un par de libros y CDs.

El ruido cesó y esperó escuchar el sonido de la puerta, pero este no llegó. Abrió un ojo con curiosidad y topó con el rostro de Emilie a escasos milímetros del suyo, con los ojos cerrados, las mejillas encendidas y los labios entreabiertos. William volvió a cerrar los ojos y recibió, encantado, aquel suave beso.

—Tendré que dejar que Hervé me clave cristales cada día si este es el trato que recibo después.

Emilie pegó un respingo, hubiese jurado que se había dormido.

—Descarado —musitó sonriendo. Le había pillado.

Fin

Escrito el 14 de septiembre de 2010

viernes, 10 de septiembre de 2010

25M XXI.- Lluvia



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

XXI.- Lluvia

—¡Ey, mirad eso! —gritó Odd repentinamente—. William y ¿¡Emilie! ¡Qué bombazo!

—¡Cállate, Odd! —gritaron los demás al unísono.

—¡Ulrich! —gritó separándose momentáneamente de Emilie—. Deberías decirle a Yumi que la quieres.

Tomó de la mano a Emilie y se alejaron riendo como un par de chiquillos.

Ulrich farfulló una serie de palabras a medio pronunciar, frases carentes de sentido incluso para él, completamente rojo. Jérémie palmeó el hombro de Ulrich dándole ánimos, con una cálida sonrisa, mientras William y Emilie desaparecían entre la lluvia.

—Quién sabe… quizás hace caso a William —comentó Odd—. Ya sabéis "¡Oh, Yumi! Amor mío. Tú lo sabes, yo lo sé, el mundo entero lo sabe ¡Te quiero!"

—Odd… —susurró Aelita.

—Para tu información, Yumi y yo sólo somos amigos.

—Claro que sí —replicó con sorna.

Aelita tomó la delantera riendo bajo su paraguas rosa, seguida de cerca por Jérémie y Odd, Ulrich se quedó allí plantado refunfuñando. Gruñó al darse cuenta de que Odd llevaba su paraguas y ya estaba demasiado lejos como para llegar hasta a él sin mojarse demasiado.
Yumi estaba de pie bajo la lluvia con su paraguas abierto y la mirada perdida en el bosque. Su cuerpo estaba allí, al menos, por que su mente vagaba por otros lugares, saltando de un lado a otro. De los estudios a William, de William a Hiroki, de Hiroki a las vacaciones en Kyoto, de las vacaciones a Ulrich… y vuelta a empezar.

La vida era demasiado compleja para darle vueltas de pie bajo una cortina de lluvia.

Las pisadas resonaban con un chapoteo sobre el barro, tres personas se detuvieron a su lado.

—¿Qué hay? —preguntó animada Aelita.

Ella le sonrió centrando su atención en sus amigos, rápidamente se dio cuenta de que faltaba Ulrich.

—Humedad y barro —bromeó.

Procuró que no se notase, pero el acelerado monólogo de William la había dejado tan aturdida como confusa, de ahí que no parase de dar vueltas.

—¿Cómo es que has venido tan temprano? —preguntó Odd.

—Hiroki no paraba de fastidiar, así que he venido dando un paseo. —Sonrió—. ¿Dónde está Ulrich?

—Por ahí, quejándose — replicó entrando en la cafetería sonriendo y sin más explicaciones.

Jérémie y Aelita se encogieron de hombros antes de seguir los pasos de su amigo. Ella se quedó allí bajo la lluvia mirando fijamente la puerta hasta que escuchó unos pasos detrás de ella, entonces vio a Ulrich empapado de pies a cabeza y con cara de pocos amigos.

—Ey —farfulló.

—¿Es qué quieres pillar una pulmonía?

—Odd se ha llevado mi maldito paraguas.

Yumi puso los ojos en blanco y suspiró.

—Te acompaño hasta la residencia para que te cambies.

—Da igual, ya me cambiaré después.

Yumi le miró con aquella expresión de "si hace falta te voy a llevar arrastrando por el barro", Ulrich se encogió de hombros, se metió bajo el paraguas de ella, por que por alguna razón se sentía estúpido caminando junto a alguien con un paraguas abierto y él mojándose. Ella se sonrojó y él no comprendió el por qué.

Por algún motivo Jim estaba sentado en las escaleras de la residencia, le prestaron un poco de atención al profesor de gimnasia grandullón, siguieron su mirada y vieron a la señora Hertz montando algo en el patio con un chubasquero azul celeste. Era tan evidente que estaba loco por la profe de ciencias…

—Te espero aquí —le dijo apoyándose en la barandilla de la escalera.

Ulrich asintió e inició su ascenso, el pasillo estaba desierto y aunque la calefacción estaba apagada y él empapado, no tenía ni pizca de frío. Kiwi saltó a sus brazos nada más abrir la puerta de la habitación y le saludó con un par de estridentes ladridos.

Sacó del armario lo primero que encontró y lo lanzó sobre la cama, entonces frunció el ceño y rebuscó un poco más, hasta dar con algo más elegante. Que fuesen a estudiar con Odd no quitaba que pudiera arreglarse un poco para impresionar a Yumi. Finalmente se puso unos pantalones de corte militar, con bolsillos en las rodillas, de color marrón y una camiseta de manga corta verdosa. Se coló la chaqueta antes de salir ganando un gruñido de protesta de Kiwi.

Ella le esperaba sentada al lado de Jim con la vista clavada en el artilugio que montaba la profesora de ciencias, en cuanto le vio sonrió.

—Stern, mañana hay entrenamiento —dijo Jim sin despegar su vista de Suzanne—. Los interescolares empiezan la semana que viene, no podemos perder.

—Tranquilo, Jim, allí estaré.

Se cobijó bajo el paraguas de Yumi que ya le esperaba en la salida del edificio. Volvía el futbol, los largos entrenamientos, las llamadas misteriosamente amables de su padre, el apoyo de Yumi desde las gradas, y la falta de tiempo para estudiar. ¿Pero a quién le importaba? Ella le ayudaría a estudiar, se lo había prometido.

En la cafetería Odd se zampaba el tercer tazón rebosante de cereales, con media cara embadurnada de chocolate, y dos croissants aguardándole en la bandeja. Jérémie le miraba pasmado, aún no había descubierto dónde demonios iba a parar todo lo que comía, Aelita lo miraba divertida como siempre, se lo pasaba en grande con Odd.

Para cuando Ulrich y Yumi entraron, la cafetería estaba prácticamente vacía. Él fue a buscar algo para desayunar y ella se sentó junto a Aelita.

El desayuno se alargó más de lo previsto, Odd rebañaba una y otra vez el contenido de su bandeja, que por aquel entonces, tanto el tazón como los cubiertos, relucían de lo limpios que estaban; también había acabado con todas las migas que habían caído sobre el plástico.

Con un gran esfuerzo, amenazas y paciencia habían logrado encerrar a Odd en la habitación. Kiwi se lanzó sobre la bolsa de tela de color negro que cargaba Yumi, suspiró y la acabó metiendo dentro del armario de Ulrich, lejos de las patitas del perro.

Los libros de biología de Odd y Ulrich estaban abiertos por el tema sobre genética, Yumi había fotocopiado sus apuntes del año anterior y le había dado una copia a cada uno. Cuando parecía que, en realidad, no necesitaban tanto su ayuda, llegaron a las mutaciones genéticas.

Aquello hizo que Odd se despistara y se pusiera a pensar en superhéroes de cómic americano. Yumi frunció el ceño y acabó optando por enseñarle una de las prácticas de laboratorio que habían hecho con la señora Hertz, pero aquello no sirvió de gran cosa. Lo repitió tantas veces que llegó al punto de no saber ni lo que estaba intentando explicar.

Odd se movió con euforia y apuntó rápidamente la respuesta "correcta". Mostró dos dedos haciendo la señal de la victoria y sonrió triunfante.

Yumi suspiró por enésima vez y tamborileó con el lápiz sobre el libro.

—Que no es así, Odd…

—Es que eres un mala profesora — refunfuñó.

—¿Qué dices? Si hasta yo lo he entendido.

—Y eso ya es difícil —replicó Odd con burla—, teniendo en cuenta que no le estás haciendo ni caso al libro.

Ulrich se sonrojó y Yumi le miró alzando una ceja. Odd se rió, porque aquello era muy gracioso, su amigo sólo estaba pendiente de cómo se movían los labios de Yumi, de cómo su pelo se balanceaba cuando se movía, de cómo sus músculos se tensaban y relajaban cada vez que cogía un libro…

—¿Te lo vuelvo a explicar? —preguntó exasperada.

—¡Nah! Prometí a Noémie que la acompañaría al centro.

—¿Qué hay del examen? —inquirió Ulrich.

—Los genios no necesitamos estudiar.

Se levantó e hizo algunos estiramientos antes de salir de la habitación, con rumbo al cuarto de Aelita para seguir estudiando, lo de Noémie no había sido más que una excusa para dejar solos al par de tortolitos lentos a ver si espabilaban de una vez.

Ulrich paseó la mirada por la habitación antes de fijarla en las manos de Yumi.

—¿Tú también tienes planes mejores que estudiar? —Lanzó la pregunta con tono irónico.

—Si cateo mi padre me matará —contestó con sinceridad—, así que por mi bien…

—¿Alguna duda?

—Ninguna —se apresuró a decir.

Estaba cabreada por lo de Odd, había sido él quien le había insistido durante semanas para que les ayudara, y se había limitado a no hacer ni caso y a fugarse con una chica.

Yumi era una buena profesora, lo creía de verdad. Aquella era la primera vez en años que entendía dos palabras juntas sobre biología y no acababa agotado. Quizás sólo era el hecho de que cualquier cosa que dijera ella se le hacía interesante. Pero era genial, probablemente sacaría una buena nota por primera vez en toda su vida.

Hicieron una par de descansos, para "despejar la mente", con temas triviales y amenos para desconectar. Estudiaron hasta la hora de comer.

Era domingo. Y los domingos sólo se servía comida a los alumnos internos, así que a Yumi no le darían nada. Se quedó mudo, pensando en alguna alternativa que les permitiese esquivar a Jim y llenar sus estómagos. Ella se puso de pie y sacó la bolsa de tela que había metido en el armario de Ulrich, al instante, Kiwi, retomó su labor de tratar de arrebatársela.

—Estate quieto, Kiwi —protestó volviendo a sentarse.

Kiwi subió ágilmente a la cama de Ulrich que lo bajó con un movimiento preciso. El perro lloriqueó y mordisqueó las deportivas de Odd, frustrado. Ella abrió la bolsa y sacó tres cajas negras. Las había visto, parecidas, en las series de animación japonesas que tanto le gustaban a Odd.

—Son los bentô que usábamos Hiroki y yo cuando íbamos a la escuela en Kyôto. —Sonrió tendiéndole uno—. Pensé que podríamos comer aquí, así que he preparado algo antes de venir. ¿Tenedor o hashi?

Él extendió la mano y dudó unos segundos entre el tenedor y los palillos. Entre comer como un tío con clase o quedar como un idiota y morirse de hambre. Sus dedos tomaron los palillos con decisión. Pasaría hambre.

—¿Qué hay? —Señaló los bentô.

Onigiri, tortilla, salchichas, soba y tenpura.

Abrieron las tapas de las cajas a la vez, en perfecta sincronía, liberando el delicioso aroma de la comida casera preparada por Yumi.

Después de varios intentos fallidos de coger un dichoso trozo de tortilla con los palillos, Ulrich, suspiró. En las pelis parecía fácil, viendo a Yumi comer parecía fácil… Cerró los ojos y torció el gesto. De fácil no tenía nada. Olfateó la tortilla demasiado cerca de su cara como para seguir dentro del bentô, abrió los ojos y descubrió que ella le había acercado un trozo a la boca con sus palillos.

—¿Seguro que no quieres un tenedor? —preguntó cuando él, sonrojado, engulló la porción de tortilla.

—Supongo.

Le daba de comer como en los manga de Odd. Puede que en el país de Yumi aquello fuese algo común, pero en el suyo era bastante vergonzoso. Alargó el brazo por encima de la cama hasta dar con uno de los tenedores.

Casi lloró de la emoción, hacía tanto tiempo que no comía comida casera que ya había olvidado lo buena que estaba. Además Yumi era una cocinera genial.

—¿Qué te pasa? —preguntó ella de repente.

Ulrich la miró como si le hubiese planteado un problema complicadísimo de física cuántica. Habían acabado de comer tan callados como si estuvieran haciendo voto de silencio. Bajó de las nubes, se había puesto a soñar despierto con cosas que no repetiría en voz alta, por que le daba demasiada vergüenza reconocer el tipo de cosas se imaginaba haciendo con Yumi. Enrojeció. Si pudiese leerle la mente se iba a ganar una buena patada.

—Na… nada.

—¿Te preocupa el examen?

—Que va. —Se desperezó—. Puede que gracias a ti saque la primera buena nota de toda mi vida.

—No tiene mérito —replicó apoyando la mejilla sobre el mullido colchón—. Eres inteligente, Ulrich, sólo necesitas esforzarte un poco más.

Quizás Yumi tuviese razón. Tendría que planteárselo.

—Dime… —susurró ella—. ¿En qué estabas pensando tan concentrado?

—En hacer algo.

Le había pillado con la guardia baja, estaba segura de que ni se había dado cuenta de que le había contestado. Probó suerte, tal vez podría sonsacarle alguna palabra más.

—¿En hacer qué?

—En be… —se interrumpió sonrojándose. ¡Qué estaba diciendo!—. En ver una película este fin de semana.

—Ya —contestó irónica—. ¿No te atreves a decirlo? —le retó con aquella sonrisa pícara.

No, no era que no se atreviera, era que no sabía como se lo iba a tomar si lo decía. Pero sí que podía hacerlo. Se atrevería a hacerlo. Al fin y al cabo estaba mentalizado para ello.

Se inclinó hacía adelante y le dio un beso, rápido, tímido y torpe. Se giró a toda velocidad.

—Te quiero —pronunció con la mirada fija en la libreta—. Te quiero, Yumi.

Sentía sus mejillas arder, debía de estar tan rojo como un tomate maduro. Estaba nervioso, pero a la vez aliviado, al fin se lo había dicho. La suerte estaba echada.

Las manos de Yumi en sus mejillas le hicieron girar la cabeza, y le besó. El beso de Yumi fue pausado y tranquilo, pero cargado de sentimiento.

—Yo también te quiero, Ulrich.

Le miró pasmado, esperaba algo de "sólo somos amigos", hasta tenía una respuesta a la altura "¿a quién queremos engañar? Ambos sabemos que no somos sólo amigos", entonces ella habría protestado y tras un tira y afloja habrían llegado a algo.

Se rió. De haber sabido que iba a ser tan sencillo lo habría hecho antes.

Se echó hacia delante, apartando un mechón de pelo azabache de Yumi de su mejilla y la volvió a besar lentamente.

Se habían olvidado del examen, de Odd y de Jim. Tenían mucho tiempo que recuperar.

Fin

Aclaraciones:
Bentô: es un tipo de fiambrera que usan los japoneses para llevar la comida. Las preparan ellos en casa o las compran en los supermercados o en los O-bentô-ya (tienda de bentô).
Buscadlas en Google, los bentô son todo un arte, ya lo veréis.
Hashi: palillos para comer.
Onigiri: bolas de arroz, suelen tener forma triangular, llevan un alga negra, nori, pegada en la base.
Soba: fideos de alforfón, hay muchas maneras de prepararlos. (El alforfón, por si no lo sabéis, es una planta, de la familia de las poligonáceas, de tallos nudosos, hojas grandes, flores blancas y frutos oscuros y triangulares.)
Tenpura: comida japonesa consistente en pescado, marisco y verduras rebozados y fritos.

Escrito el 9 de septiembre de 2010