sábado, 31 de julio de 2010

ADQST 06.- Stern e Ishiyama



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.
Stern e Ishiyama

Hacía calor. Un calor espantoso teniendo en cuenta que estaban a principios de febrero. X.A.N.A. estaba "muerto", así que no podían culparle de la dichosa ola de calor que elevaba los termómetros hasta los veintiséis grados centígrados.

En alguna parte del campus de la academia Kadic se iniciaba un rumor que pronto se extendería por todo el lugar. A alguien le pareció divertido hacerlo. La noticia corrió como la pólvora. Ulrich Stern y Emilie Leduc salían juntos, y lo mismo ocurría con Yumi Ishiyama y Matthias Burel.

Yumi iba hacia el Kadic junto a su hermano menor, Hiroki, intentando no estrangularle por ser tan cotilla y empeñarse en decirle cosas que la avergonzaban. El calor abrasador no ayudaba precisamente a hacer más llevadera la caminata.

Al atravesar la puerta sintió todas las miradas clavadas en ella. Enarcó las cejas. No soportaba esa sensación. Se metió en el comedor, en busca de sus amigos, estaban en la mesa de siempre, pero parecía que estaban en un funeral.

—¿Qué os pasa chicos?

—¿Has visto el periódico del Kadic? —preguntó Aelita.

—Qué va, acabo de llegar. —Yumi rió—. ¿Por qué? ¿Milly y Tamiya han desvelado algún misterio horrible?

No le contestaron. Ulrich se levantó de morros y pasó por su lado, sin importarle chocar con ella, tampoco se disculpó.

—¿Pero qué le pasa? —gruñó Yumi.

—Digamos que tiene sus motivos —titubeó Jérémie.

Aelita le ofreció el periódico, abierto por una de las páginas centrales, amablemente. Yumi se puso rígida y pensó que no lo había leído bien, pero por más veces que releyó las letras de molde negras nada cambió. ¿Ella y Matthias Burel? Iba a matar a Milly y a Tamiya, y si descubría que Hiroki estaba involucrado, lo mataría también.

Sissi llegó en el preciso instante que una furibunda Yumi salía de la cafetería, miró a la pandilla con detenimiento, tenían la mirada clavada en las bandejas. Odd negó con la cabeza y Sissi se tragó la pregunta, pero le bastó con un vistazo al periódico abierto para comprenderlo todo.

—Yo no he sido —espetó como si fuese un acto reflejo.

Los chicos suspiraron, ya se lo imaginaban.

Yumi caminaba con rabia. Estaba enfadada. Curiosamente no lo estaba con Milly y Tamiya, lo estaba con Ulrich. ¿Por qué siempre acababa dando explicaciones? Lo vio pateando una lata mientras se dirigía al edificio de las habitaciones. Apretó el paso.

—Tenemos que hablar —gruñó al llegar a su altura.

—No hay nada que hablar.

Una vocecita en su cabeza le decía "para. Cierra la boca y escúchala", pero lamentablemente su humor no se lo permitía. Resopló, la encaró y entornó los ojos con el ceño fruncido.

—Tú y yo sólo somos amigos. —Lanzó la dichosa frase que siempre flotaba entre ellos—. Y ahora no quiero verte. Vete, Yumi.

Ella se limitó a enarcar una ceja.

—No seas crío.

Esas palabras tuvieron el mismo efecto que un puñetazo. Ya lo sabía. Era más pequeño, más bajo, más inmaduro y nunca sería lo suficiente para ella.

—¿Tú sales con Emilie? —Pasó un mechón detrás de la oreja.

—No tengo que darte explicaciones.

—No te las estoy pidiendo.

—Me estás preguntando.

Ella suspiró.

—Entre Matthias y yo no hay nada —le dijo—. Es un amigo.

—No te creo. —Apretó los puños.

—¿Qué?

—Te creeré si dejas de verle.

Se arrepintió al instante de lo que acababa de decir, pero estaba tan cabreado que aquello le había salido sin más. Primero William y ahora Matthias. La vio alzar la mano derecha con la clara intención de darle una bofetada, pero volvió a bajarla despacio.

—¿Sabes qué? —dijo en un tono tan tranquilo que no auguraba nada bueno—. Ya he tenido suficiente. Tú y yo sólo somos amigos y eso no te da derecho a decir a quien puedo y a quien no puedo ver.

Yumi dio media vuelta y empezó a caminar en dirección al comedor de la escuela, él quiso detenerla pero supo que acababa de abrirse un abismo infranqueable entre ellos.

Eran dos idiotas, ambos lo sabían. Dos idiotas que se querían. Dos idiotas que fingían ser sólo amigos.

Durante los siguientes meses, casi siempre, la veía con William, con gestos cómplices, abrazos, caricias en la espalda y brazos. Intentó acercarse a ella, pero siempre daba media vuelta y le dejaba con la palabra en la boca.

Priscilla, Anaïs, Maïtena y Caroline contenían la risa cada vez que le veían, eso era algo que había ocurrido siempre, aunque solían hacerlo con Yumi porque les gustaba tomarle el pelo, no con él.
Finalmente optó por seguir los consejos de Jérémie y Aelita y darle espacio, tiempo para que la cosa se enfriara, mas aquello no era algo sencillo. La había visto llorar sobre el hombro de William, sin embargo el resto del tiempo parecía estar perfectamente.

Una llamada telefónica cambió sus planes radicalmente. Su padre estaba en el hospital. Habían atracado el banco donde trabajaba y le habían disparado. Él se marchó a toda prisa, mientras el resto tenían que quedarse en la escuela.

La clase de Yumi había ido a un museo, así que tanto ella como William tenían el móvil apagado. Pese a que Jérémie, Aelita y Odd les estuvieron llamando todo el día y les dejaron cientos de mensajes en el buzón de voz, no obtuvieron respuesta.

Al finalizar las clases se reunieron con Ulrich en el hospital. Se abrazó a Jérémie, a Aelita y a Odd. Yumi no estaba allí, comprobó con dolor.

El sonido de las puertas del ascensor inundó el pasillo. Unos pasos lo siguieron. Y entonces Ulrich pensó que ya no importaba nada más. Se apartó de sus amigos para abrazar a la recién llegada.
Yumi respiraba entrecortadamente y no dudó en estrecharle con fuerza, dejándole llorar sobre su hombro, sin decir nada hasta que Ulrich se hubo calmado.

—He venido en cuanto me he enterado —le dijo— ¿Cómo está?

—Le están operando. —Intentó contener los sollozos—. Gracias por venir.

—Somos amigos, ¿no?

—Sí —confirmó él—. Amigos.

Una relación de amigos era lo último que le apetecía, pero sabía muy bien, que si quería tener algo más con ella debía empezar con recuperar su confianza y amistad.

La operación de Axel Stern duró dieciséis horas. Yumi permaneció junto a Ulrich y su madre en el pasillo de quirófano.

Cuando los médicos salieron a informar no trajeron buenas noticias. Tenía el hígado dañado y no podría sobrevivir sin un transplante, la lista de espera era larga, así que tanto Ulrich como su madre se hicieron las pruebas. Un donante vivo era su única esperanza.

Varias horas más tarde uno de los médicos regresó, les miró con seriedad.

—Ninguno de los dos es compatible, lo lamento.

La señora Stern se dejó caer en la silla llorando desconsolada. Yumi se puso en pie.

—Hágame las pruebas.

El médico le dedicó una mirada inquisitiva.

—Esto no es un juego. No es algo divertido.

—Ya lo sé, no soy una cría —replicó tajante—. Tengo dieciocho años y soy lo suficientemente madura para comprender lo que implica. No voy a echarme atrás.

—Necesitaré un documento que certifique que eres mayor de edad.

Rebuscó rápidamente en su bolso sacando su monedero y una funda de plástico. Se los tendió al doctor.

—Mi documentación y mi pasaporte. ¿Quiere mi carnet de estudiante también?

—Enfermera prepárela para las pruebas.

—No tienes por que hacerlo —murmuró Ulrich.

—Quiero hacerlo —dijo abrazándole.

Siguió a la enfermera que empezó a contarle cosas para calmarla, pero era inútil. No estaba nada nerviosa, y mucho menos asustada. Sabía lo que quería hacer. No era el fin del mundo.

Yumi resultó ser compatible, así que se convirtió en la donante del señor Stern. Ganó una cicatriz, la eterna gratitud de la señora Stern, una postal mensual del señor Stern y, visitas diarias y miles de zumos de frutas de Ulrich. Ninguno de naranja, Yumi odiaba el zumo de naranja envasado.

Algún tiempo después regresó a su rutina. El curso aún no había acabado, por lo que le tocó ponerse al día a marchas forzadas. Sin embargo, como cada año, el final de las clases llegaba, quedaba poco más de mes y medio para que llegase junio. A ella le quedaban dos exámenes y seis días de clase.

Había reunido a Ulrich, a Odd, a Jérémie y a Aelita en la sala de recreo. Tan seria que les había preocupado. Inspiró hondo y habló:

—Tengo que deciros algo importante. —Suspiró melancólica.

—¡No me digas! —exclamó Odd sonriente—. Has suspendido todo y vas a repetir curso, porque no soportas la idea de no verme durante un año entero.

—¿Eh? —Pese al impacto de la conclusión de Odd, se rió—. Si tuviera que repetir curso mi padre me mataría. No es eso —susurró—, el año que viene iré a la universidad. Y no estoy muy segura de que universidad elegir, así que al final he decidido volver a Kyôto.

Fue como si el aire se congelara. Yumi se iba. Los ojos de Aelita se humedecieron y se lanzó a los brazos de su amiga, sintió como si le arrancasen un pedazo del corazón, ya que, sus amigos, se habían convertido en su nueva familia. Jérémie tragó saliva intentando bajar el nudo que se le había formado en la garganta. Ulrich se había quedado petrificado, no podía reaccionar, ni siquiera podía asimilar sus palabras.

Odd, en cambio, se detuvo a observarla, porque aquella era una decisión que no cuadraba. Se mordía el labio inferior y lo supo. Yumi no quería irse a ningún sitio. Entonces miró a Ulrich, allí petrificado sin mover ni un músculo. Se hizo evidente, ella había buscado el modo de hacerle saltar pero había fallado.

—Vendré a veros en vacaciones.

—Tráenos algún regalo, si es de comer mejor.

Yumi se rió de corazón.

—Nunca cambiarás Odd.

Ulrich aguantó el tipo hasta que ella se hubo marchado. Se encerró en la habitación y hundió la cara en la almohada. Quería llorar. Quería gritar. Pero estaba como anestesiado.

No se movió cuando Odd entró armando tanto escándalo, que podría haber despertado a los muertos. Tampoco bajó a cenar, pese a la insistencia de su compañero. No se movió un milímetro durante horas.

Odd volvió a entrar horas más tarde, después de cenar, charlar con sus amigos y hacer manitas con la chica de turno, que en esos días, sorprendentemente, era Sissi Delmas. Resopló mirando la cama de su compañero y el aspecto que este presentaba.

—Vamos, Ulrich —dijo Odd crispado—. Tampoco es como si se fuera a la otra punta del mundo.

—Ahí es justamente a donde se va —gruñó.

—¡Mira…! —gritó. Inspiró hondo apaciguando sus ganas de acabar lo que había empezado a decir—. A donde va hay teléfono, conexión a internet, correos, fax, apuesto hasta que hay un chisme de esos de telegramas.

—No lo entiendes —murmuró enfurruñado.

Odd suspiró y se encogió de hombros.

—Pues no. No lo entiendo —dijo poniéndose serio y dejando a un lado su faceta bromista y despreocupada—. No os entiendo a ninguno de los dos. Si la chica de la que estuviese enamorado desde casi toda la vida, viniese y me dijese, "me vuelvo a mi país" con la cara que ella traía… —Puso los ojos en blanco—. Sinceramente, Ulrich, me la habría llevado a un rincón, y de ser necesario, le hubiese suplicado que se quedase conmigo.

—Eso es muy egoísta.

—Será egoísta, pero no hipócrita. Por si no lo has notado, Yumi no quiere irse.

—Si no quisiera irse, no se iría.

Ulrich se sentó en el borde de la cama con los ojos cerrados. Odd suspiró. Sus amigos eran idiotas. Siempre dejando las cosas en el aire y sin acabar ninguna. Siempre excusas, primero "sólo entrenamos juntos", después la culpa fue de X.A.N.A., más tarde de los exámenes y ahora… a saber que excusa inventarían.

—Dile que la quieres —dijo encogiéndose de hombros—. Eso es lo único que tienes que hacer.
Pero el tiempo pasó y, aunque quería hacerlo, nunca encontraba el momento. El curso de Yumi acababa antes y él estaba en plenos exámenes. Si suspendía su padre le mataría, ya tenía suficiente con no ser capaz de contentarle como para echar más leña al fuego.

Cuando Jérémie y Aelita no podían, Yumi, les ayudaba a Odd y a él a preparar los finales. Ahí estaba el problema. Odd estaba mirándoles desde el otro lado de la mesa.

Finalmente el día que tanto había temido llegó.

El avión de Yumi salía a las doce del mediodía desde el aeropuerto de París. Todos se habían desplazado hasta allí para despedir a su amiga. William fue el primero en esfumarse, tras haberla abrazado largo rato y darle un regalo, que ella no abriría hasta estar sola. Odd con gran teatralidad se había mareado, supuestamente, por lo que Jérémie y Aelita se lo habían llevado a comer algo con urgencia. Fue muy incómodo, no eran precisamente disimulados, aunque se las habían ingeniado para dejarles solos.

Y ahí estaban, el uno frente a la otra mirándose los zapatos.

—Yo… —dijeron a la vez.

Cruzaron sus miradas con las mejillas teñidas de rojo.

—Tú primero —pronunció Ulrich.

—Estaremos en contacto. —Sonrió—. Te echaré de menos.

—Sí, ya, yo a ti también.

—¿Qué ibas a decir?

—Yo… —"te quiero" eso era lo único que tenía que decir. Odd tenía razón—. Espero que te vaya todo muy bien.

Ella le sonrió un poco decepcionada. Y él se golpeó mentalmente por no decir lo que quería.

—Gracias.

La megafonía anunció el vuelo de Yumi. Ambos suspiraron cansinamente. Ulrich dio un paso adelante y la abrazó con fuerza, ella besó su mejilla.

—Tengo que irme —susurró.

—Quédate —lo dijo tan bajo que a penas le escuchó.

—¿Por qué?

Era una buena pregunta.

—Te lo pido.

—¿Para qué?

Esa era mejor aún. ¿Para seguir buscando excusas?, ¿para seguir mintiendo?, ¿para seguir haciéndose daño?. La soltó lentamente, resignado.

—Volveremos a vernos.

Mata ne —dijo él.

Bis nachher —le contestó ella.

Sonrieron con complicidad, esa era una de las cosas que habían compartido. Él le había enseñado algo de alemán y ella a él japonés, lo que se tradujo en muchas horas juntos antes de distanciarse.
Yumi se cargó la bolsa de viaje al hombro con un movimiento rápido y preciso, dio media vuelta, empezando a caminar hacia la puerta de embarque. Si volvía a pedirle que se quedase sabía que no podría negarse, de hecho, deseaba que se lo pidiese.

La azafata del mostrador le sonrió comprensiva. Tomó su tarjeta de embarque guiñándole un ojo y tecleó en su ordenador. Yumi dejó caer su bolsa y volvió sobre sus pasos. Enredó sus brazos alrededor del cuello de Ulrich y le besó en los labios, para después, regresar a la carrera a por su tarjeta de embarque y equipaje.

Ambos lloraron, él rodeado de sus amigos y ella en el asiento del avión. Dolía.

Continuará

Aclaraciones:
Bis nachher / Mata ne: la primera en alemán, la segunda en japonés, ambas se pueden traducir como "hasta luego", "hasta pronto", "nos vemos"

Escrito el 26 de julio de 2010

sábado, 10 de julio de 2010

ADQST 05.- El diario de William



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

El diario de William

Pasó una semana sin noticias de X.A.N.A., Jérémie estuvo encerrado en su despacho programando quién sabe qué chisme. Y Aelita iba de un lado a otro inquieta.

Por su parte Odd había puesto al día a su chica sobre todo lo ocurrido con X.A.N.A., aunque había omitido la parte sobre la vuelta al pasado y lo que eso le provocaría. Sissi tenía una cosa muy clara ¡aquello era una locura! Odd era muy imaginativo, pero ni él hubiese sido capaz de inventar algo así. Un virus informático psicópata obsesionado con matar a Aelita, un ex-profesor de Kadic, perdido en el mar digital, fuese lo que fuese eso, que además era el padre de Aelita y al que habían tratado de rescatar muchas veces, máquinas de ciencia ficción, mundos virtuales…

Había acabado con jaqueca y necesitando unos días para asimilarlo como buenamente pudo.

Sometieron a votación qué hacer con Sissi, y de manera unánime, acordaron escanearla para evitar así que X.A.N.A. pudiese tomar control de ella, pero nunca pondría un pie en Lyoko, eso era demasiado arriesgado.

Aelita se había enfrascado en la limpieza general de la casa, a pesar de que el día anterior, entre todos, la habían dejado como una patena. Al parecer luchaba contra una mancha invisible en el parqué del salón.

—Vas a desgastar el suelo, princesa.

—Odd… —susurró.

—¿Qué te pasa?

Aelita esbozó una sonrisa triste.

—¿Podrías acompañarme a la ciudad?

—Sólo deja que coja mi disfraz —dijo girando sobre sus talones y cogiendo unas gafas de sol de la repisa del mueble—. ¡Listo para una excursión por los confines del mismísimo infierno! —exclamó sonriente.

Aelita parpadeó viendo como se las ponía y echó a reír. Era un camuflaje estúpido. Los Replika, el grupo de música de Odd, se habían hecho muy populares en Francia, y eso significaba legiones de fans, algunas histéricas, otras obsesionadas y alguna que otra centradita, acompañadas de paparazzi. Él era uno de los más deseados del grupo, con todo lo que eso implicaba.
Odd besó a Sissi antes de irse con Aelita, y cuando se cerró la puerta, la morena, buscó a Yumi a toda prisa. No sabía cuanto tiempo tardaría su chico en volver y no quería que la pillase por nada del mundo.

Imaginó que estaría en el jardín, al parecer le encantaba estar allí. Abrió la cristalera y la vio sentada en el césped con las piernas cruzadas. Ulrich también estaba allí, entrenando. Se daban la espalda quizás se habían enfadado y jugaban a ignorarse, se encogió de hombros. Por más años que pasaran no lograría entenderles.

Se armó de valor para encarar la situación. Sissi Delmas sentía que no sabía como actuar.

—Yumi, ¿puedo hablar contigo?

—Claro —concedió extrañada.

Sissi se sentó en el suelo con gesto pensativo. Ulrich las miró de reojo, tomó sus cosas y volvió adentro, lo que menos le apetecía era escuchar una conversación de chicas que seguramente acabaría mal.

—¿Te acuerdas del chucho de Odd?

—¿Kiwi? —preguntó la japonesa.

—Sí ese. Verás… debo reconocer que odiaba a ese bicho asqueroso que se empeñaba en comerse mis zapatos y vestidos —gruñó con fastidio—. Pero aún y así… bueno, no sé muy bien como explicarlo. Pensaba que contigo me costaría menos que con el matrimonio Einstein…

—Nada mejor que una vieja enemiga, ¿no? —Sonrió quitándole hierro al asunto.

—Odd quería a ese chucho —dijo algo más relajada—. La cuestión es que se murió.

Yumi asintió. Aelita le había explicado un poco por encima la historia, Kiwi se había escapado durante una gran nevada y entre el frío y que ya era bastante mayor, la aventura del perro no había acabado nada bien.

—No entraré en detalles —espetó con algo de tristeza—. Odd se pasó días muy deprimido, ya sabes. Me gustaría… si es que puedes ayudarme… hacer algo para animarle. —Finalizó con tono de suplica.

—¿Tienes… alguna idea?

Sissi alzó la cabeza sonriente, tenía cierto temor a que se levantase y la dejase allí sentada con cara de idiota.

—¿Vas a ayudarme?

—Por supuesto. Odd es mi amigo.

—Gracias.

—Podemos hablarlo con los demás, entre todos encontraremos algo.

Las risas invadieron L'Hermitage, algo que no ocurría desde hacía tiempo.

Jérémie estaba encerrado en su despacho en el piso superior. Intentaba reprogramar el Skid, pero lo único que conseguía eran mensajes de error. Estaba harto. También estaba cansado. ¿Es qué no podría librarse nunca de X.A.N.A.?

Se quitó las gafas y frotó sus doloridos ojos, una cabezadita le iría de fábula, pero no podía confiarse. X.A.N.A. no dormía nunca, aunque parecía estar tomándose unas vacaciones.

El timbre sonó, una y otra vez, insistente e irritante. Jérémie se levantó de mala gana dejando a un lado su proyecto y bajó las escaleras. Ni rastro de sus amigos. Abrió la puerta con ímpetu asustando a un hombre de mediana edad, ataviado con el uniforme de correos, que cargaba con un paquete envuelto con papel de embalaje marrón. El hombre carraspeó y miró el albarán prendido en el bulto.

—¿La señorita Aelita Schaeffer? —preguntó con voz insegura.

—No está —se apresuró a contestar, sorprendido porque fuese dirigido a Aelita Schaeffer en vez de a Stones o a Belpois—. Soy su marido, Jérémie Belpois.

—Necesito una identificación, señor Belpois.

Jérémie asintió y extrajo su cartera de piel del bolsillo trasero de su pantalón, sacó su carnet de identidad y se lo ofreció al hombre. Este anotó los datos en su hoja de reparto y le dio la identificación junto al albarán que debía firmar. Una vez hecho le entregó el paquete.

Jérémie cerró la puerta con el ceño fruncido. Algo no iba bien. ¿Por qué Schaeffer? Ese apellido había quedado en desuso, precisamente con la intención de proteger a Aelita de los hombres de negro.

Sabía que estaba mal, pero la preocupación por su mujer era mayor que cualquier otra cosa. Rasgó el embalaje revelando una vulgar caja de cartón, que no dudó en abrir. Envuelto en varias capas de papel burbuja había un librito de tapas blancas. Miró la inscripción de la portada y abrió los ojos sorprendido.

—No puede ser… —susurró.

Por su parte William y Yumi estaban en un bar con Matthias Burel, Maïtena Lecuyer, Priscilla Blaisse, Emmanuel Maillard y Anaïs Fiquet, recordando los viejos tiempos. En aquel momento su conversación giraba en torno a los profesores Jim Morales y Suzanne Hertz y su relación, en apariencia, platónica. Nunca les habían visto muestras de cariño, pero había que ser ciego para no ver que algo había.

—Hablando amores raros —dijo Maïtena— ¿Qué ha sido de Ulrich Stern?

Yumi casi se atragantó con el refresco de cereza y William aguantó la risa, por respeto a su amiga, pero el resto no lo hizo. La relación de Yumi y Ulrich siempre les había resultado graciosa, la chica misteriosa y dura y el chavalillo, un año menor, bajito y gruñón que siempre la miraba a distancia con una sonrisa soñadora.

—Ahora que estás con William debe haberse deprimido —continuó Anaïs.

—¡Ey, ey! —intervino William—. Sólo somos buenos amigos —dijo con tono relajado—, aunque no será por que no lo haya intentado.

—¡Brindo por ti, amigo!

Matthias alzó su jarra de cerveza para chocarla con la de William, rápidamente se les unió Emmanuel. Las chicas suspiraron como única respuesta.

—Ahora en serio —Priscilla puso una mano sobre el hombro de la japonesa—. ¿Has vuelto a verle?

—Ah… sí —contestó con seguridad arrepintiéndose al instante—. A todo el grupo. Estamos pasando unos días todos juntos aquí… eh… bueno, quiero decir que —titubeó—. Somos amigos, ¿no? No voy a…

—Una explicación tan tonta seguro que esconde un gran secreto detrás. —Maïtena hizo señas a las chicas para replegar filas acercándose a Yumi. Entonces susurró—. Tú sigues loca por él, ¿no es verdad?

Enrojeció al instante y contuvo un grito que amenazaba con oírse hasta en Japón. Negó frenética con la cabeza por miedo a hablar, y que su voz sonase como la de una soprano a la que le hacen cosquillas en la planta de los pies. ¡Cómo odiaba ser tan obvia!

—¡Sí que lo está! —canturrearon las chicas.

—¿Y qué? —refunfuñó.

Su reconocimiento los pilló a todos por sorpresa, pero se repusieron rápidamente con un nuevo brindis, esta vez de Emmanuel, al que en esta ocasión se unieron las chicas.

Fue una tarde divertidísima. William y Yumi regresaron a L'Hermitage dando un paseo por el bosque, él había puesto su chaqueta de cuero sobre los hombros de Yumi que tenía frío. Caminaron en silencio.

Al entrar en casa les sorprendió el silencio sepulcral, intercambiaron miradas y fueron hasta el salón, el único lugar donde había luz. Aelita, Jérémie, Ulrich, Odd y Sissi estaban sentados en el sofá y las butacas en torno a la mesita baja, frente a ellos había dos más vacías, evidentemente reservadas para ellos. Los miraron con una mezcla de decepción, odio, dolor, pena y desconcierto.

—¿Qué? —Rompió el silencio Yumi que empezaba a ponerse nerviosa por tantas miraditas.

—¿Sabes que es esto, William? —preguntó severo Jérémie.

El joven analizó el libro blanco que le mostraba y se encogió de hombros.

—¿Es una pregunta trampa? Diré que es un libro y entonces me dirás que es una caja, o algo así, ¿no? —bromeó, pero su sonrisa se borró de su cara al ver que todos les miraban mal.

Jérémie le dio la vuelta mostrando la portada, en ella, en grandes letras rojas, ponía "El diario de William". Yumi giró a mirarle bruscamente. William sólo lo miraba sin comprender, estaba tentado de reír. Si era una broma no tenía gracia.

—¿El apellido Schaeffer te dice algo?

Sopesó la posibilidad de hacerse el tonto, pero supo que eso sólo empeoraría esa situación.

—Es el verdadero apellido de Aelita, el de Waldo Franz Schaeffer.

Aelita sintió una punzada en el pecho al escuchar el nombre completo de su padre.

—Exacto —prosiguió Jérémie—. Esta tarde lo ha traído un mensajero a nombre de Aelita Schaeffer.

—¿Y eso que tiene que ver conmigo?

—Jérémie sospecha que lo has escrito y enviado tú —aclaró Odd.

William rió y se sentó de golpe en la butaca.

—Es la broma más estúpida y pesada que me han hecho en la vida —dijo. Alzó la mano para evitar que nadie replicase—. Por que espero que sea eso, una maldita broma sin gracia. Juré no decir una palabra de Lyoko, juré no decir nada sobre Aelita, Franz Hopper, Anthea Hopper, la fábrica y demás —gruñó cabreadísimo—. Espero que no me estéis acusando en serio sobre algo de lo que ni siquiera tenéis pruebas.

Los cinco bajaron la mirada a la mesa. Yumi se situó junto a William, de pie, con una mirada triste.

—¿Qué pone en ese diario? ¿tan grave es? —siguió con frialdad, una actitud muy diferente a la que mostraba habitualmente—. ¿Habla de mi plan diabólico para dominar el mundo? ¿Dice que soy un espía del gobierno de un país perdido? Vamos… decid algo. Si hacéis una caza de brujas hacedla bien, joder.

—No sabemos que pone —dijo Aelita sin alzar la mirada—. Creemos que está en japonés.

—¿Puedes traducirlo? —le preguntó Jérémie a Yumi tendiéndole el diario.

Ella asintió y leyó en voz alta:

Lo que voy a explicar puede sonar a fantasía, pero es la pura verdad.
Existe un lugar maravilloso, Lyoko.
Lyoko está formado por cuatro terrenos, el glacial, el desierto, el bosque y las montañas. Existe un quinto territorio, a mí me gusta llamarlo cibernético, aunque es algo ridículo teniendo en cuenta que es parte de un mundo virtual.
Pero como todo lugar idílico tiene una parte menos amable. En Lyoko vive un ser hostil, X.A.N.A., es un virus informático dotado de inteligencia artificial y, si me permitís la licencia, tiene bastante mal carácter.
Empezaré con mi terreno favorito, el glacial.
Es una basta extensión de hielo. Hay montañas nevadas, puentes helados, icebergs…

—¿¡Cómo has podido!? —gritó indignado interrumpiéndola. Se subió las gafas.

—¡Yo no he escrito eso!

—¿Y cómo explicas que ponga tu nombre? "El diario de William", es bastante explicito, ¿no?

—No ha sido él —intervino Yumi.

—Le defiendes porque es tu novio —continuó Jérémie con tono despectivo.

—Eso es una estupidez —replicó sin inmutarse—. Primero, no sería tan idiota como para poner su nombre en algo así. Segundo, ¿por qué iba a mandarlo por correo a nombre de Aelita? Es tan ridículo que hasta da miedo —dijo pasando varias páginas inexpresiva—. Tercero, por la caligrafía, el dominio de los kanji, la fluidez del texto y demás, es evidente que lo ha escrito alguien que ha crecido y estudiado en Japón.

—Yo le he oído hablar en japonés con tu móvil —declaró Sissi con timidez.

—Que sepa hablarlo no implica que sepa escribirlo. El japonés es uno de los idiomas más complejos. —Sonrió a sus amigos—. No dudo que sepa usar los silabarios katakana y hiragana, incluso algún que otro kanji, pero mirad esto. —Les mostró el texto, señalando uno de los párrafos—. Está íntegramente escrito con kanji y la mayoría de ellos son poco comunes, ni siquiera yo los uso.

Intercambiaron miradas escépticas. La japonesa extrajo su portátil de la mochila, abrió el procesador de texto y tecleó su nombre convirtiéndolo en kanji: 石山 弓 .

—¿Puedo usar tu impresora?

Aelita la puso en marcha asintiendo. Segundos después salió un papel impreso con los tres kanjis. Se lo dio a William junto con un bolígrafo.

—Escríbelo.

El moreno obedeció, tenía el ceño fruncido y le temblaba el pulso. Parecía tan sencillo de escribir… pero era todo un reto. Trazó las líneas que formaban cada carácter, vacilante. Cuando acabó todos notaron que ninguno de los tres kanjis tenía el mismo tamaño. Yumi tomó el papel y los escribió debajo de los de William.

—Los extranjeros tendéis a hacer los trazos demasiado rígidos, porque lo primero que os explican es que el significado de un kanji puede variar si haces un trazo más corto, inclinado incorrectamente, si pones uno de más o si dejas una pequeña mancha de tinta.

Escribió uno de los que aparecían en el diario " 氷 ", eliminó uno de los trazos " 水 ", y finalmente modificó uno de ellos " 永 ". Y añadió los significados: 氷 hielo; 水 agua; 永 eternidad.

—Ya entiendo lo que querías decir… —dijo Jérémie—. Pero si no ha sido él, ¿entonces quién?

—No lo sé, pero por la caligrafía diría que sabe esgrima.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Ulrich.

—La destreza con el pincel marca la destreza con una katana. —Se interrumpió—. Esto lo ha escrito alguien muy hábil. Pincel, papel de arroz e hilo dorado parece sacado del Sengoku.

—¿Eso es un manga? —Sissi enarcó las cejas interrogativa.

Yumi sonrió.

—La era Sengoku fue un período muy convulso en Japón. Allí no usamos los años como vosotros, hablamos de eras. Actualmente estamos en la era Heisei.

Jérémie se levantó y salió, confuso y desorientado, no comprendía nada. William regresó al bosque, estaba enfadado. Odd se llevó a Sissi y a Aelita a cenar algo a un restaurante cercano. Pasase lo que pasase era más fácil pensar con el estómago lleno. Ulrich y Yumi se quedaron sentados, el uno frente al otro, en silencio. Ella no había despegado la vista del librito y él no sabía que decir.

La noche cayó, el cielo cargado de estrellas y el aire frío, acompañaban el ánimo de los guerreros de Lyoko.

El despertador de Ulrich sonó y él lo apagó de un golpe certero, odiaba ese chisme infernal. Cogió sus cosas en silencio para no despertar a los demás y una vez listo bajó a la cocina a desayunar. Y finalmente, pasó por el salón en busca de su copia de las llaves.

La lámpara de la mesita junto al sofá estaba encendida. Yumi estaba allí, dormida con el libro blanco aún entre sus manos. Ulrich sonrió al verla. Tomó una manta y la arropó. Al sentir el contacto del tejido ella abrió los ojos.

—No quería despertarte. —Ulrich se sonrojó al ser descubierto.

—¿Qué hora es?

—Las cinco y cuarto ¿has dormido aquí?

—Estaba leyendo el diario y me he dormido… —Se frotó un ojo somnolienta—. ¿Qué haces levantado tan temprano?

—Trabajo. Vamos a una exhibición en París.

Apartó un mechón rebelde de su frente dejando que sus dedos rozasen su piel.

—¿Hay algo interesante?

—Las cuarenta y tres primeras páginas son una descripción bastante exacta de los cinco sectores —dijo sentándose—. Pero después…

Ulrich la miró intensamente, esperando a una continuación que parecía no llegar. Finalmente Yumi suspiró con pesadez.

—Ulrich, no sé que hacer…

—¿Sobre qué? —preguntó temiéndose algo espantoso.

—No sé si debería explicárselo a Aelita —alzó la vista hasta encontrar la de él—. Hay mucha información sobre ella y su padre, cosas de cuando era una niña. Los datos son muy precisos.

—Tendrías que decírselo.

Asintió en silencio.

—Ahora lo que tienes que hacer es irte a la cama —le recomendó—. Te dolerá la espalda si sigues durmiendo aquí.

—Buena suerte. —Le besó en la comisura de los labios antes de ponerse en pie—. Espero que ganes.

La sonrisa de enamorado soñador le duró toda la mañana, tanto fue así, que Kento prefirió no decirle nada por si le volvía el mal humor. Tener a Ulrich de buenas siempre jugaba en su favor, incluso parecía más concentrado de lo habitual. Estaba ganando todos los combates a la velocidad de la luz.

Durante el receso todos los teléfonos móviles sonaron a la vez, al otro lado de la línea sólo se oía un zumbido eléctrico. Ulrich abrió los ojos alarmado, conocía ese sonido.

X.A.N.A.

Y entonces un fuerte estallido lo cubrió todo de polvo.

Ulrich tosió. Aturdido apartó los cascotes que habían caído sobre él.

Tengo que llamar a Yumi —pensó, eso fue lo primero que pasó por su cabeza. Ni la gente, ni X.A.N.A. Sólo llamar a Yumi.

—Hola Ulrich —contestó ella al otro lado de la línea telefónica.

—Me parece que X.A.N.A ha lanzado un ataque.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó sorprendida—. El superescáner acaba de detectar una torre activada, estamos yendo a la fábrica.

—Se ha hundido el techo —pronunció con dificultad—. Creo que… estamos todos más o menos bien.

—¿Seguro que estás bien? —inquirió nerviosa—. Vamos a desactivar la torre y haremos una vuelta al pasado.

—Sí. Voy a echar un vistazo por aquí.

Se levantó como pudo, le dolía la rodilla izquierda una barbaridad. Sabía que los críos habían conseguido salir a tiempo, pero le preocupaba la gente que estaba en la pista. Vio a Kento, que se ponía en pie aturdido, a unos metros de él.

—¿Estás bien, tío?

—Es como tener una resaca —dijo frotándose la nuca— ¡Wow! ¿Qué demonios ha pasado?

—Toma. —Le puso el móvil en la mano—. Habla con Yumi, voy a ver cómo están los demás.

Se movió entre los escombros prestando atención a los heridos que se amontonaban por todos lados. Tenían contusiones y algunas fracturas, nada realmente grave, suspiró aliviado sabiendo que una vuelta al pasado lo solucionaría sin dejar rastro.

Mientras tanto el resto corría por el puente que llevaba a la fábrica, habiendo vidas en peligro tenían que darse prisa.

El ascensor. La sala del ordenador.

Yumi se apartó el móvil de la oreja bruscamente y palideció.
—¡Kento-san! —gritó— ¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha pasado? —continuó gritando en japonés.

Se ha desplomado otra parte del tejado —contestó tosiendo—. ¡Oh, no! Ulrich estaba allí.

William la sostuvo cuando pareció que estaba a punto de caerse al suelo.

¿Está bien? ¡Dime qué está bien!

Espera —murmuró—. Me acercaré a comprobarlo.

Kento se mantuvo en silencio unos segundos, hasta llegar a su compañero de trabajo, segundos que la japonesa se le hicieron interminables.

—Estoy bien —susurró con voz pastosa Ulrich—. ¡Au! Eso ha dolido.

Ella dejó escapar una risa nerviosa.

—Daos prisa con lo de la torre.

—¡Sí! —exclamó.

Pero Jérémie no se movió.

—No voy a mandar a nadie a Lyoko sin saber si puedo confiar en William —dijo sin más.

—No es momento para tonterías —chilló Odd.

—Decid lo que queráis, no voy a correr riesgos.

Yumi se mordió el labio inferior con rabia, y le propinó una sonora bofetada a Jérémie. El chico cayó al suelo y se frotó la dolorida mejilla, demasiado sorprendido como para reaccionar.

—Ulrich podría morir… ¿no lo entiendes? —dijo con la voz rota.

Aelita la acompañó a un rincón de la sala.

—Sigue hablando con él, que no se duerma —le pidió con voz tranquila.

Cuando la vio obedecer regresó junto a su marido y amigos.

—Jérémie, tenemos que ir.

—Quieras o no vamos a ir. —Odd dio un paso adelante

—¡Ulrich! ¡Ulrich! Sigue hablando —exclamó Yumi al borde de la histeria.

William se adelantó para encararle directamente.

—Jérémie, me da igual si me odias y desconfías de mi —gruñó poco amistoso—. Pero Ulrich es uno de tus mejores amigos ¿vas a dejar que muera?, ¿por tu estúpido orgullo? ¿Por qué eres demasiado idiota para admitir que te equivocas?

—Odd, Aelita a los escáners, rápido —masculló sentándose frente al teclado.

Yumi seguía tratando de hacer hablar a Ulrich, sin éxito, y empezaba a sollozar. William la hizo sentarse y la abrazó con fuerza, acariciándole el pelo.

En el pabellón de deportes parisino Ulrich mantenía los ojos cerrados, oía las súplicas de Yumi lejos, muy lejos…

Continuará
Aclaraciones:
Era Heisei: es la era actual empezó en 1989 con el nombramiento del emperador Akihito, tras la muerte de su padre en 1989. Le precedió la era Shôwa (1926-1989).

Periodo Sengoku: o Sengoku Jidai (período de los estados en guerra), fue un período muy largo de guerra civil en Japón. Comenzó en 1467, a finales del período Muromachi o era Ashikaga (1336-1573) junto con la guerra de Onin (1467-1478), hasta el 1568, iniciando el período Azuchi-Momoyama (1568-1603) con la llegada del shogunato Tokugawa.

Escrito el 09 de julio de 2010

miércoles, 7 de julio de 2010

Sonrisa



Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3


Sonrisa
Me sentía cansado.

Cada día era lo mismo. Levantarme, ducharme, vestirme, bajar a desayunar… ver a Yumi y a Ulrich sentados uno al lado del otro, y, saber que, aunque ninguno de los dos se atreviese a declararse, no había hueco para mí.

Lo había asumido ya hacía tiempo, pero eso no quitaba que doliese. Decidí que si no podía estar con ella al menos la ayudaría a encontrar la felicidad, aunque eso significase ayudar a Ulrich.

Abrí los ojos con pereza. Los grandes ventanales dejaban ver un cielo gris plomizo, justo como mi estado de ánimo.

Me levanté refunfuñando.

—Al menos hoy es domingo.

Los domingos no había clase, así que Yumi no aparecía por allí, a menos que tuviesen que estudiar en la biblioteca, y ese no era uno de esos días.

Tras arreglarme se encaminé a la cafetería para desayunar, con un poco de suerte ni siquiera vería a Ulrich y los demás, no tenía ganas de hablar con nadie, ni de que Odd tratase de animarme con sus bromas. No estaba de humor para nada.

Al menos aún no llovía.

Salí del edificio esquivando a los más pequeños, que jugueteaban en la entrada. Alguien pasó por mi lado rozándome el brazo, vi una larga melena morena y supe que se trataba de Emilie Leduc. Iba acompañada de dos de sus amigas, Azra Ürgüp y Magali De Vasseur.

No sé por qué, cuando ella alzó su mano a modo de disculpa me quedé parado, estático a escasos metros de la puerta sonriendo como un idiota.

La observé tras los cristales, riendo y charlando animadamente con sus amigas.

A veces me hacía preguntas sobre Emilie Leduc. Teniendo mi edad ¿cómo era que estaba en la clase de Odd y compañía?, ¿por qué ignoraba de un modo tan descarado a Sissi y su pandilla?, ¿por qué miraba con tristeza a Yumi? ¿Quizás estaba enamorada de Ulrich? Otras veces la sorprendía mirándome, cuando nuestras miradas se cruzaban, ella, bajaba la cabeza y centraba su atención en algo que tuviese cerca, un libro, una libreta…

Emilie era bonita. No tenía aquella belleza exótica y sensual de Yumi, pero había algo en su manera de sonreír que la volvía preciosa. En invierno cuando al entrar en la cafetería se le empañaban las gafas y se sonrojaba intentando limpiarlas, se me hacía adorable. Emilie era el tipo de chica a la que yo nunca prestaba demasiada atención. De hecho ninguna chica llamaba mi atención desde que conociese a Yumi.

—Hola William. —Yumi me sacó de mis pensamientos—. ¿Qué haces aquí fuera?

La miré sorprendido por la pregunta y por que llevase un paraguas abierto, entonces noté el tacto de mi ropa completamente mojada, eso me provocó un escalofrío.

—Estás empapado ¿cuánto tiempo llevas bajo la lluvia?

—Pues…

No supe contestar.

—¿Y tú? —repliqué automáticamente— ¿Qué haces tú aquí? Hoy es domingo.

—Ah. —Sonrió cobijándome bajo el paraguas—. He venido a ayudar a Ulrich y a Odd con el examen de biología.

Por una vez la cercanía con Yumi no me dejó sin aliento. Por primera vez no me sentí arrollado por el torbellino de emociones y sensaciones que despertaba en mí. Por primera vez no tuve ganas de besarla como me fuera la vida en ello, ni de gritarle que se olvidase de Ulrich, que me esforzaría al máximo para hacerla feliz, que nunca la haría llorar.

Vi a Emilie Leduc. Había dejado de reír para mirar con tristeza la bandeja con su desayuno, y, a Azra y a Magali que le acariciaban la espalda a modo de consuelo, mientras me clavaban sus miradas enfurecidas.

—William, deberías ir a cambiarte —me dijo fraternal—. Pillarás un buen resfriado.

—Tengo que decirte algo muy importante —me apresuré a decir al ver que las tres chicas recogían las bandejas para marcharse—. Yumi, eres la chica más fascinante que he conocido nunca, puede que incluso seas la más bonita de todas. Te quiero una barbaridad.

Yumi se sonrojó hasta las orejas y yo no pude evitar sonreír, las chicas pasaron por nuestro lado a toda prisa, sin mirarnos. Giré para verlas, me urgían las ganas de seguirlas, pero no podía dejar aquella conversación a mitad.

—Pero te quiero como a una buena amiga. —Contuve la risa al ver su expresión desconcertada. Yo también me sentía algo desconcertado—. Gracias, Yumi —dije de pronto animado y le besé en la frente.

—De nada… supongo —murmuró al ver que me alejaba corriendo.

Quizás que Yumi no me hubiese correspondido nunca era una cosa buena.

Estaba seguro de que parecía completamente idiota corriendo bajo la lluvia, calado hasta los huesos y con una sonrisa boba en la cara. Pero en ese momento mis ansias de hablar con Emilie Leduc superaban a mi preocupación por mi imagen.

Tres paraguas se movían frente a mí, uno rosa, uno blanco y otro negro. Tiré delicadamente del brazo de la portadora del paraguas blanco, que me miró con unos ojos llorosos que me atravesaron el alma. Reprimí las ganas de estrecharla entre mis brazos con fuerza.

Magali y Azra pasearon su mirada de mí a Emilie varias veces, y entonces vi como Azra sonrió y se llevó tímidamente a Magali dejándonos a solas.

—Te… estás mojando —me dijo mirando mi ropa empapada.

—No importa, ya estaba mojado antes. —Sonreí tontamente.

Ella pasó a mirar al suelo y bajó un poco el paraguas ocultando su cara tras él. Me sentí completamente imbécil, acababa de verme bajo el paraguas de Yumi.

—Quiero decir, que no me importa mojarme. —Me golpeé la frente con la palma de la mano, esa si que era una respuesta inteligente, digna de un genio—. Es decir, que… —Bufé con frustración.

Me había vuelto idiota.

Oí una risita ahogada tras el paraguas blanco y no pude más que levantarlo con la mano. Reía con las mejillas teñidas de rojo, al menos mi estupidez la había animado un poco.

—Muy bien —dije fingiendo estar ofendido, pero sabía que mi sonrisa me delataba—. Yo esforzándome por explicarme y tu te partes de risa.

—¿Por qué me das explicaciones, William?

—No me gusta verte triste.

—¿Y qué opina Yumi de eso? —preguntó con voz triste.

Reí discretamente y le tomé la mano.

—Yumi no tiene nada que opinar. Somos amigos. —Supe que la había pillado por sorpresa por el modo en que me miró—. Ella quiere a Ulrich, él la quiere a ella. Y yo te quiero a ti.

—¿Q-qué?

—Me encantas, Emilie.

Me acerqué a ella, acariciando su mejilla sonrojada y junté mis labios con los suyos, con suavidad, sin exigencias. El paraguas de Emilie cayó al suelo embarrado y sus brazos se enredaron alrededor de mi cuello.

Nos quedamos allí, besándonos bajo la lluvia, ella acariciando mi pelo y yo estrechando su cintura.

—¡Ey, mirad eso! —reconocí la voz de Odd a lo lejos—. William y ¿¡Emilie!? ¡Qué bombazo!

—¡Cállate, Odd! —gritaron los demás.

—¡Ulrich! —grité separándome momentáneamente de Emilie—. Deberías decirle a Yumi que la quieres.

Cogí de la mano a Emilie y nos alejamos riendo como un par de chiquillos, mientras, a lo lejos, Ulrich farfullaba cosas que ni siquiera oíamos.


FIN

Escrito el 07 de julio de 2010