martes, 9 de marzo de 2010

DAF Capítulo 03.- El gato y el ratón



Capítulo 03.- El gato y el ratón

—¡Llegas tarde!

Pau miró su reloj alzando una ceja a penas pasaba un minuto de la hora a la que habían quedado. Víctor, su amigo, era más bajo que él y musculoso, nunca lo reconocía pero se pasaba horas en el gimnasio. Siempre iba con ropa deportiva, pantalones anchos y cómodos y camisetas con frases de canciones.

—¡Cuéntamelo todo! —exclamó Víctor sin poder contener su emoción.

—No sé mucho aún, a parte de lo que se explica en el dossier.

—Lola —llamó a una mujer de edad media— ¿puede fotocopiarme esto?

El joven castaño sonrió mostrando unos graciosos hoyuelos en sus mejillas, la mujer se ruborizó al instante.

—Ay Doctor Martín, délo por hecho.

—Muchas gracias.

—Vaya, la tienes en el bote.

Víctor rió por el comentario de su amigo.

—La inscripción parece fuera de contexto —explicó el moreno—, creo que fue modificada posteriormente.

—O es un acertijo —fantaseó sentándose en uno de los taburetes del laboratorio.

—Nunca se sabe —sonrió cómplice.

—¿A qué hora entras?

—Mmm… —Miró el reloj de cerámica de la pared sin prestarle atención—. Tengo una sesión de tutoría a última hora, así que tendría que marcharme a las doce y media para estar en el instituto a la una.

—Entonces dejemos la cháchara para después y pongámonos manos a la obra.

Los cálidos rayos de sol veraniego iluminaba el instituto "Sir Edgar Allan Poe", proyectando sombras sobre las paredes y haciendo que los alumnos estuvieran poco concentrados, algo comprensible, con aquel buen tiempo, lo último que apetecía era estar encerrado en una aburrida clase de filosofía. Y la perspectiva del resto de asignaturas no parecía mejorar.

Tras filosofía llegó inglés y el descanso de media mañana, después geografía y por último tutoría.

Pau entró en la clase con diez minutos de retraso y ajustándose la corbata blanca con una telaraña negra dibujada. Observó las mesas de sus alumnos y sonrió.

—Recoged las cosas, no las necesitaréis.

Se sentó en la silla y esperó a que todos hubiesen guardado sus bártulos en las mochilas.

—Nunca he entendido para qué existe la hora de tutoría —dijo encogiéndose de hombros—. Se supone que tendría que informaros si se hace alguna actividad y cosas de ese tipo, pero es ridículo. Primero, porque cuando ocurre algo siempre entran interrumpiendo una clase y cuentan lo que sea. Segundo, porque los que mejor informados estáis sois vosotros, el boca a boca funciona a la perfección. Y tercero, hay carteles por todos lados…

—Pues deja que nos vayamos —dijo Héctor, uno de los alumnos que se sentaban al final de la clase, siempre parecía que acabase de salir de un cubo de basura—. El colegio es un palo.

—No concuerdo contigo en lo del colegio, pero sí, no os haré una hora entera de tutoría. —Se levantó, cogió una tiza y apuntó un número de teléfono en la pizarra—. Apuntadlo, ese número conecta con un contestador automático, quiero que llaméis si tenéis algún problema. Reviso los mensajes dos veces al día.

—¿Es tu teléfono, profe? —preguntó una de las chicas.

—Más o menos. Sólo para cosas serías, ¿de acuerdo? Y si os pasa algo y queréis hablar conmigo podéis pedírmelo antes de marcharos.

El murmullo se convirtió en algo similar a un "sí".

—No os vayáis antes de que yo llegue por si tengo algo que comunicaros. Si lo cumplís no tendré inconvenientes en que salgáis antes. —Abrió la puerta del aula—. Podéis marcharos.

Los chicos se apresuraron a salir, no fuese a repensárselo y a darles una charla sobre sexo o algo por el estilo.

—Te invito a un café esta tarde —canturreó Mayka acercándose a Berta.

—Sólo si yo pago las crepes. —Sonrió.

—¡Hecho!

El tutor se acercó a ellas sigilosamente sonrió al cruzar su mirada con la de ambas chicas. Buscó dentro de su desgastada mochila y sacó un libro.

—Uno de los que hacen pensar —dijo entregándoselo a la pelirroja— ya me dirás qué tal.

Las dos chicas miraron como su profesor se alejaba, estaban anonadadas. Cuando le perdieron de vista centraron su atención en el libro "El enigma de Catilina".

—Wow… eso sí que ha sido raro —dijo Mayka perpleja.

—Sí… —susurró.

Lo guardó apresuradamente en su mochila sin querer pensar mucho en ello. Pese a sus esfuerzos no pudo evitar sonrojarse exageradamente, así que se agachó rápidamente y fingió atarse los cordones de sus deportivas. En la entrada se encontraron con la pandilla de amigos, pero todos tenían ya planes para aquella tarde así que, acordaron que irían solas hasta una cafetería frente al mar.

Hicieron algunos planes para los siguientes días. Ambas tenían muchas cosas en común. Los libros eran una de ellas.

Mayka le contó algunos de los cotilleos que había que saber para moverse por el instituto, como el modo de esquivar a uno de los chicos que intentaba acostarse con todas, las mejores oportunidades para escabullirse a los lavabos, de que gente era más prudente mantenerse alejada y de quien lograr simpatía…

A las ocho se marcharon cada una hacia su casa, se separaron en la Rambla a la altura de Canaletes. La pelirroja recorrió apresurada la calle, si llegaba pronto le quedaría tiempo libre suficiente para leer un rato lo que el profesor le había dado.

Abrió la puerta de casa y se fue directa a su habitación a dejar las cosas, después entró en la cocina para saludar a su madre y pasó por el salón para hacer lo mismo con su padre. Se fue al baño para ducharse antes de la cena. El agua caliente le ayudaba a relajarse y empezaba a necesitarlo. No entendía que le estaba pasado ¿por qué se sonrojaba por un libro? Y ¿por qué se sentía así? Era su profesor ¿es que se había vuelto loca?

Después de vestirse y secarse el pelo, entró en el comedor y tomó asiento para cenar. Su hermano, Sergi, se sentó a su lado dándole un ligero codazo en el brazo, ella se lo devolvió sonriendo. Su padre, sentado frente a ella, se quitó las gafas y se las colgó del cuello de la camisa del pijama mientras su madre servía la ensalada de champiñones y queso, y dejaba la fuente de pescado al horno en el centro de la mesa.

La conversación era vana, cosas superfluas y sin demasiada importancia. De fondo The Beattles cantaban "Help!" y su padre traía de la cocina el postre, tarta de crema con frutas del bosque.

—Genial, mi favorito —declaró sonriente Sergi.

—Podrías comerte una pastelería entera tu solo, hermanito.

—Las cosas dulces… —dijo sacando su tono de doctor de telenovelas— son la salsa de la vida.

Berta negó con la cabeza concentrándose en su porción de tarta.

—¿Ya te han dado los papeles para la universidad? —Montserrat rompió el silencio.

—No, hasta noviembre.

—Supongo que ya has empezado a mirar las facultades de derecho ¿verdad?

Apretó los puños bajo la mesa con rabia. Cuando a su madre se le metía algo entre ceja y ceja lo más sencillo era obedecer, y para su desgracia, su progenitora quería que fuese abogada. Miró discretamente a su hermano que engullía el último pedazo de tarta de crema y frutas del bosque y suspiró armándose de valor.

—No haré derecho, mamá. Estudiaré literatura.

—¡Literatura! ¿Has oído lo que ha dicho tu hija? —con voz indignada se dirigió a su marido.

—Mamá, es mi futuro.

—¡Futuro dice! Tú no sabes lo que quieres niña, no creas que puedes darme lecciones de nada.

—Pero… —trató de protestar.

—¡Oye mamá! —Sergi intervino como si fuese totalmente ajeno a la discusión— ¿Te importa si mañana traigo a una amiga a cenar?

—Berta, vete a la habitación —le ordenó—. Claro, cariño ¿es tu novia?

La muchacha se levantó procurando no hacer demasiado ruido, besó a su padre en la mejilla y fue a su habitación. Cerró la puerta sujetando con fuerza la maneta, se moría de ganas de dar un portazo, pero más le valía no hacerlo.

Se apoyó en la pared con los ojos llorosos, necesitaba recuperar la compostura, hacer algo que le hiciese olvidar lo que acababa de ocurrir. Esbozó una triste sonrisa al ver la estantería repleta de sus libros favoritos, se acercó hasta ella y pasó sus dedos por los lomos de cada tomo, acariciándolos como si fuesen capaces de sentir su roce. Cerró los ojos y cogió uno al azar "La maldición de Alietzer".

Aquel libro se había convertido en uno de sus preferidos, cuando empezó a leerlo por primera vez le pareció aburrido y a punto estuvo de dejarlo pero el personaje de Ben Cohen le había hecho cambiar de opinión. Al final lo había leído tantas veces que las páginas estaban amarillentas y desgastadas.

Se tumbó en la cama y lo abrió deseando llegar a la aparición de Ben.

Un poco después escuchó unos ligeros toquecitos en su puerta y el leve chirriar de las bisagras al abrirse.

—Bertucha ¿puedo pasar?

—Si vienes a reñirme también… ahórramelo.

—Nada de eso —dijo tirándose perezosamente en la cama junto a su hermana—. Ha sido realmente estúpido. ¿Qué te preocupa?

—Estoy cansada de que decidan por mí. —Suspiró—. Y no digas que lo sugería, por que era una orden.

—¿Quieres un consejo?

—Adelante, ese es tu trabajo ¿no? —sonrió burlona.

—Dile que sí, y cuando rellenes los papeles de la universidad escribe lo que quieras, cuando te admitan será tarde para reproches y siempre puedes decir que marcaste la casilla equivocada.

—¡Santo dios! ¿Eso cuela?

—¿Cómo crees que acabé en medicina en vez de en física?

Berta se acurrucó junto a él dándole un suave golpecito con el libro en la frente.

—Vaya estrategia más tonta.

—¿Problemas con los chicos? —cambió de tema.

Sus mejillas se incendiaron y su hermano rió ruidosamente.

—Sea quien sea está bien, siempre que no te metas en ningún follón absurdo y acabes en la cárcel por tráfico de apuntes o algo así.

—¿Tráfico de apuntes? —repitió entre risas— Eso sí que es estúpido.

—¿Cómo es?

—No lo sé… —susurró— no sé ni si me gusta o es curiosidad.

—Uy, uy. El sex-symbol del insti quiere ligarse a mi inocente hermanita.

Mientras tanto en el puerto Judith cruzaba el gran puente colgante de madera que comunicaba La Rambla con el Maremagnum. Había salido con prisas y llevaba puesto lo primero que encontró, unos vaqueros ceñidos de talle bajo, una camiseta fucsia de manga corta que dejaba su ombligo al descubierto, se había calzado unas sandalias con la suela de madera y llevaba la rubia melena suelta.

Miró su reloj de pulsera, eran más de las diez, su agente ya la estaría esperando y seguro que estaba tremendamente cabreada. Pau le había puesto en contacto con ella cuando empezaba su carrera de modelo, y nunca se habría imaginado que alguien con tan mal carácter pudiese ser amiga de él.

Caminó esquivando a los transeúntes, turistas y vendedores de rosas que se metían en su camino. Por suerte no llevaba tacones, así no corría el riesgo de aterrizar de morros contra el suelo.

—Señorita Ferrer —dijo la estridente voz de una mujer—. Su falta de puntualidad y rigor profesional me abruman.

Judith se giró, con la mejor de sus sonrisas de anuncio, hacia la mujer baja y de redondeadas formas, que la miraba desde detrás de sus gafas de pasta marrones. Le tendió la mano de manera elegante intentando no fijarse en el horrible traje chaqueta caqui con ribetes negros. No entendía como una agente relacionada con el mundo de la moda podía vestir tan mal.

—Lo lamento muchísimo, señora Gómez.

—Por supuesto que lo lamenta, querida.

Gemma Gómez, la agente de modelos con mayor reputación, echó a andar por el camino adoquinado para rodear el centro comercial, en aquella parte había varios locales VIP. Tenía razón, lo lamentaba, pero la venganza de la mujer ya había empezado. Sabía que ella odiaba aquellos locales elitistas.

En la entrada les recibió uno de los guardias de seguridad, un joven negro, con un escultural cuerpo y una preciosa sonrisa, era de lo más simpático, siempre atento y cordial, seguramente era lo único agradable de aquel sitio. Les abrió la puerta dejando escapar la suave música de ambiente y el olor a alcohol de los cócteles.

Las dos mujeres se sentaron en la mesa de siempre, en uno de los rincones junto a la gran cristalera con vistas al mar, y pidieron dos margaritas. Gemma abrió su agenda de cuero negro y sacó su estilográfica.

—Bien, querida. —Se repeinó el moño pasando varias páginas de la agenda—. Como ha llegado tarde ha perdido su oportunidad de pronunciarse. He aceptado la campaña publicitaria de Sol i Mar. Se trata de su nueva colección de invierno.

La camarera depositó los margaritas sobre la mesa junto con una bandejita con trocitos de fruta.

—Jerseys, vaqueros, faldas, vestidos y zapatos. Nada de medias, calcetines ni lencería. Tampoco harás publicidad para complementos. Los catálogos serán distribuidos en las tiendas y en Internet.

Judith tamborileó con los dedos en la mesa. Odiaba cuando su agente hacía de telégrafo, sólo le faltaba añadir la palabra stop mientras hablaba.

—Pero Sol i Mar quiso contratarme para la promoción de verano y te negaste. —Pinchó un trozo de fresa y lo saboreó—. ¿Qué ha cambiado?

—No pagaban lo suficiente para que enseñase las tetas, querida.

—¡Oh vamos! Era un catálogo no una revista porno.

—Querida —dijo con su tono de madre indignada—, parece que acabe de caerse de un guindo.

Gemma dio un largo sorbo de su bebida y pasó cuatro páginas, subrayó algo y la miró intensamente.

—El señor Om, del programa "Jóvenes con talento" quiere entrevistarle la semana que viene. —Se subió las gafas—. Será una entrevista seria, sólo hablaréis de trabajo. No pagan gran cosa, pero será una excelente propaganda para su carrera.

—Acepto hacerla.

—Ha cedido con mucha facilidad, señorita Ferrer —dijo pinchando un trozo de plátano y otro de naranja—. Cualquiera diría que alguien le ha chantajeado para que lo haga.

Judith le dedicó una sonrisa torcida y bebió de un sorbo su copa.

—No acepto amenazas ni sobornos. Me parece una buena oportunidad, así que llama y diles que lo haré.

Gemma se removió en su asiento, hizo un par de anotaciones en la agenda y la cerró. El teléfono móvil de la rubia sonó y esta descolgó.

—¿Diga? ¡Hola cariño! —Esbozó una amplia sonrisa—. Sí, estoy con mi agente. ¿Cómo? Claro, volveré a casa pronto. Seguramente en treinta minutos estaré allí. Vale. Sí. Te quiero.

La agente la miró y suspiró.

—La llamaré mañana para confirmar el horario.

—Perfecto.

Judith cogió sus cosas y se levantó dejando caer un billete de cincuenta euros sobre la mesa. Salió del local con rumbo al lujoso apartamento en el que vivía.

Escrito el 9 de marzo de 2010